Capítulo 18

Jodie siempre creyó que los continuos problemas a los que se había enfrentado en su vida adulta eran el fruto de las decisiones que había tomado y no de la mala suerte. Pero estaba empezando a cambiar de opinión para creer que esta última realmente existía. Y llegaba en el peor momento.

Cuando Edmund Myles la citó en su caravana del campamento el martes por la tarde, no se le ocurrió pensar que su vida iba a dar otro de esos giros inesperados que la ponían patas arriba. Se sentía segura en Rosas sin espinas. Su contrato se prolongaba durante toda la tercera temporada de la serie, asegurándole trabajo y salario fijo hasta el mes de junio; por eso, escuchar la palabra «despido» de labios de Edmund la sumió en algo parecido a un estado de shock.

- Lo siento mucho, Jodie, pero cumplo órdenes de la productora. He intentado convencerles para conservarte en la serie, al menos hasta que finalice tu contrato, pero insisten en que tu personaje está tan estancado que ya no hay forma posible de resucitarlo.

Jodie tenía la vista perdida sobre los papeles de su finiquito, dispuestos sobre la mesa. De repente, parecía que alguien le hubiera colocado en la espalda una mochila repleta de piedras, y una sensación de ahogo se le instaló en el pecho.

- Tienes que quedarte a grabar hasta el viernes por la noche, después podrás recoger tus cosas y marcharte. Está todo en los papeles, por si quieres leerlos antes de firmar nada. -A continuación, Myles le dio unas palmaditas sobre el dorso de la mano ante su falta de reacción. Ella le miró a los ojos-. Siento ser tan directo, pero es que no hay otra manera de comunicar una noticia como esta sin ir al grano. Todavía no se lo hemos dicho a tus compañeros de rodaje, pensé que te gustaría ser tú quien lo hiciera.

Jodie asintió, incapaz de pronunciar palabra. Se había quedado bloqueada. Ni frío ni calor, ni alegría ni rabia, tan solo un tremendo peso a cuestas y esa angustiosa sensación de que le faltaba el aire.

- Eres una chica talentosa y estoy convencido de que pronto encontrarás la oportunidad que andas buscando.

Myles quiso animarla pero el intento fue fallido porque no hizo más que empeorar la situación.

- ¿Puedo llevármelos para leerlos con tranquilidad? -preguntó ella, con la voz mucho más serena de lo que cabía esperar.

- Por supuesto, tienes tiempo para firmarlos hasta el viernes. Cuando estén listos te entregaremos un cheque por rescisión del contrato.

Ella volvió a asentir al tiempo que cogía los papeles y se ponía en pie. Por su parte, no tenía nada más que añadir y se dirigió hacia la puerta.

- Jodie -ella se volvió y esperó a que hablara-, ha sido un placer trabajar contigo.

Se limitó a hacer un gesto de conformidad con la cabeza. Justo después, lanzó una pregunta que podía parecer del todo absurda dadas las circunstancias, pero que a ella le pareció importante.

- ¿Qué le pasará a Susan Sanders? ¿Qué sucederá con el personaje?

Myles se encogió de hombros.

- Morirá.

Se desahogó en la soledad de su caravana durante un buen rato. Se dijo que no lloraría, que debía ser una mujer fuerte para enfrentarse a los contratiempos con entereza, pero era tal el cúmulo de problemas no resueltos que le aguijoneaban la cabeza que ya no pudo más y se abandonó al llanto.

Después se sintió mucho mejor, excepto por la congestión nasal y los ojos hinchados como balones. Una vez dejó de lamentarse, pensó en los recursos que tenía. Un trabajo los fines de semana en una cafetería y una habitación en un motel que no podría pagar con ese triste salario. Francamente, había pasado por épocas mejores.

Los pensamientos se desviaron irremediablemente hacia la propuesta que le había hecho Layla hacía unos días. Intentó pensar en otra cosa pero regresó a ello y entonces las lágrimas volvieron a agolpársele en los ojos. Si esa era la única salida que tenía para evitar pasar el resto de sus días viviendo debajo de un puente, tal vez no le quedara más remedio que tomarla.

Cogió el móvil de la mesa auxiliar y dio un repaso a la agenda. Necesitaba una voz amiga que la comprendiera y la aconsejara o, simplemente, que la escuchara; pero fue descartando todos los nombres que aparecían en la pantalla. No iba a preocupar a su familia, le insistirían en que regresara a Nueva York y la harían sentir débil y derrotada. Tampoco podía hablar con Megan en ese momento de desorden emocional. Temía que una cosa llevara a la otra y que terminara mencionándole el tema del acoso. Había decidido mantenerlo en secreto hasta que cesara.

El pulgar se detuvo sobre el botón de llamada cuando apareció el nombre de Max, pero antes de apretarlo se tomó unos segundos de reflexión. Sabía lo que él le diría, las puertas de su caravana y de su nueva casa estaban abiertas de par en par para ella. Así se lo había hecho sentir mientras se la enseñaba. Pero Jodie no quería depender de nadie para salir adelante, y tampoco quería perder la cabeza por él, que es lo que sucedería como siguiera dejándose llevar de esa forma tan impetuosa y ferviente. Pero ¿cómo no iba a hacerlo cuando Max era lo único que alegraba su vida?

Guardó el móvil en el bolso y se levantó del sofá para acudir al baño. Se lavó la cara para borrar los restos de las lágrimas y se sonó la nariz con un trozo de papel higiénico.

Fue en busca de Glenn y de Cassandra para informarles de las novedades. Al primero lo encontró charlando animadamente con un miembro del equipo a los pies de su caravana. Esperó a que terminaran para pedirle que la acompañara, y luego fueron en busca de Cassandra, que leía su guion dando un paseo por el margen del bosque. Una vez se reunió con los dos, Jodie no se anduvo por las ramas.

- Esta es mi última semana en la serie -les dijo con el tono firme, una vez asimilada la noticia-. Myles me ha citado en su caravana hace un rato y me ha recibido con los papeles de mi despido. La productora ha decidido prescindir de mi personaje.

- Oh, ¿pero qué dices? No puede ser. -Cassandra frunció un poco el ceño, aunque su voz sonó tan teatral como siempre.

- ¿Despedida? No pueden rescindir tu contrato. Firmaste hasta junio -apuntó un Glenn sin emociones.

- Claro que pueden hacerlo si me indemnizan por incumplirlo.

La decepcionó el que sus compañeros no se mostraran algo más afectados. La frialdad de ella no le sorprendía en exceso. El trato entre las dos había sido bueno y correcto, pero Cassandra solo se quería a sí misma y por eso no llegaba a estrechar lazos afectivos con nadie. En cambio, sí le desconcertaba la actitud indiferente de Glenn. Cierto que la relación entre los dos se había enfriado considerablemente a raíz de los últimos acontecimientos, pero no esperaba que ahora actuase como si no le importara nada. Aunque a lo mejor era eso, solo estaba actuando.

- ¿El despido es inmediato? -inquirió Cassandra, enrollando los folios hasta formar un cilindro de papel con ellos.

- No, Myles me ha pedido que me quede hasta el viernes.

- En fin… sabes que lo siento mucho, cariño. -Cassandra le apretó el hombro-. Estoy segura de que encontrarás algo mejor que ese papelito que interpretabas aquí. Ahora, si me disculpáis, tengo que seguir memorizando el guion.

- Claro -asintió Jodie.

Cassandra se marchó recorriendo la línea irregular del bosque de secuoyas y Jodie volvió la mirada hacia Glenn. Enlazó los dedos y se balanceó sobre los talones esperando a que él dijera algo más. Al no ser así, decidió marcharse.

- Espera un momento.

Jodie lo hizo, al tiempo que resucitaba en ella la esperanza de que Glenn hubiera recobrado la cordura y volviera a mostrarse tan amigable y cercano como siempre había sido. Pero lo que encontró en él fue una expresión fría y distante.

- Intenté sacar lo mejor de mí, me gustabas de verdad y quería estar contigo. Tú alimentaste mis esperanzas, por mucho que ahora insistas en que no fue así. -Jodie fue a abrir la boca pero Glenn alzó una mano al tiempo que su rictus se crispaba-. Eres una mujer manipuladora que te sirves de tus encantos para jugar con los hombres, aunque ya he comprobado que algunos tienen más suerte que otros. Vi cómo os mirabais el otro día. ¿Qué te ha dado el poli que no te haya dado yo? No puede ser que sea mejor en la cama, a mí ni siquiera me has dado la opción de demostrarte lo bueno que soy.

El interior de su cuerpo erupcionó como un volcán y su mano estuvo a punto de alzarse para cruzarle la cara de una bofetada. No supo qué fue lo que la frenó.

- Estás enfermo. -La rabia la empujó a decir cosas que hubiera preferido silenciar-. Espero que no seas tú el que anda detrás de las llamadas anónimas porque, de ser así, te buscarás un buen lío.

- ¿Llamadas anónimas? -replicó mostrando un singular asombro-. Serán de cualquier otro tío al que hayas arrebatado la miel de los labios -dijo con crueldad.

Una profunda ola de decepción se llevó consigo la rabia y tuvo que apretar los labios para contener las lágrimas. Era ella la que se sentía engañada y manipulada. Glenn nunca la consideró una amiga, ni siquiera eran ciertos los sentimientos que él aseguró sentir por ella. Lo que le estaba demostrando con esa actitud hiriente era despecho por no haberse acostado con él.

- Mantente alejado de mí -le advirtió seriamente. Luego se apartó y puso rumbo al campamento.

A sus espaldas le escuchó decir:

- Este mundillo es un pañuelo. Si no es aquí, seguro que volveremos a vernos en otro lado.

Subió a bordo del bote, se quitó las gafas subacuáticas y descargó las bombonas de oxígeno bajo el asiento. Luego alzó el ancla, encendió el motor y puso rumbo a la orilla. El mar estaba encrespado y, según el parte meteorológico, se avecinaba un frente frío y tormentoso que ya se dejaba ver hacia el oeste, donde un cúmulo de oscuros nubarrones avanzaba inclemente hacia la costa. Las aguas del Pacífico estaban coloreadas de un profundo azul marino.

Había sido una temeridad por su parte echarse a la mar cuando ya oscurecía y cuando la tormenta amenazaba con desatarse de un momento a otro, pero necesitaba descargar un poco de la carga negativa que le inundaba las venas y bucear era lo que mejor le funcionaba.

El bote dio saltos sobre las agitadas olas espumosas y el viento le cortó la cara, obligándole a entornar los ojos. La oscuridad ya se cernía alrededor pero las luces del muelle Pier le guiaron hacia la playa.

Una vez en la caravana, se quitó el traje de buzo y se dio una ducha para liberarse de los restos de salitre. Volvió a vestirse con un suéter oscuro y unos vaqueros desgastados y fue directo a la cocina para coger un vaso y la botella de alcohol que guardaba para beber, sobre todo cuando los problemas le desbordaban. Con ambas cosas se dirigió al comedor y tomó asiento en el sofá, junto a la ventana trasera. Se sirvió el vaso hasta arriba y con el primer trago bebió más de la mitad del contenido. Encendió el televisor mientras el gato se acurrucaba a su lado, y buscó un canal donde había una transmisión en diferido de un partido de los New York Giants contra los Chicago Bears. El submarinismo no había logrado que dejara de pensar y el deporte tampoco tenía pinta de conseguirlo.

La visita de la asistente social se había producido a última hora de la mañana. Max hubo de ausentarse un par de horas del trabajo para poder reunirse con ella en su caravana. La señora Roberts acudió a la cita con la misma máscara agria de la primera vez, y no se la quitó mientras duró la entrevista. Max se esforzó por detectar si era antipática por naturaleza o si eran signos de algo mucho más serio como, por ejemplo, que no le creía capaz de ejercer como padre de Jacob y que, por lo tanto, todos sus informes serían desfavorables.

- Me gustaría que me pusiera al corriente de las modificaciones que ha introducido en su vida, si es que las ha habido.

Sin quitarse el abrigo, la mujer tomó asiento y extrajo unos formularios del interior de su carpeta de piel.

- Las ha habido. -Max sacó de un cajón del armario los papeles y se los entregó a la mujer-. Esta es la escritura de compraventa de una vivienda. Está en la calle Magnolia, es un buen barrio; si no tiene inconveniente me gustaría enseñársela.

La señora Roberts inclinó ligeramente una ceja mientras observaba la escritura, pero la dejó sobre la mesa sin dar su opinión al respecto.

- Iremos después, antes podemos debatir los otros asuntos pendientes. -Revisó sus papeles para refrescar la memoria-. Me interesa ante todo lo concerniente a su jornada laboral. ¿Cuándo tiene pensado introducir las reformas horarias para que su trabajo resulte compatible con la educación de un niño de quince meses? ¿Lo ha comentado ya en su trabajo? ¿Le han puesto algún impedimento?

Las preguntas eran incisivas y Max hubo de dominarse para no contestar de la misma forma.

- No tengo que hacerlo con preaviso. -Tomó asiento frente a ella y volvió a explicarle el tema por si no había sido lo suficientemente claro la primera vez-. Señora Roberts, si trabajo más de diez horas diarias es porque soy un hombre comprometido con lo que hago para ganarme la vida, porque estoy solo y porque gracias a ese dinero adicional he podido comprarme una casa. Nadie me obliga a trabajar tantas horas al día. Estoy en mi perfecto derecho de ajustarme a mi horario oficial en el momento en que quiera hacerlo. Y eso es lo que haré si me conceden la guarda de Jacob.

A la señora Roberts, las respuestas contundentes no parecían impresionarla lo más mínimo y, si lo hacían, desde luego no lo manifestaba. Su rictus era tan severo que se le formaban arrugas prematuras en las comisuras de los labios.

- Necesito comprobar su solvencia económica para adjuntarlo al informe. Si es tan amable, facilíteme una copia de una de sus nóminas y del préstamo bancario que haya suscrito con su banco. Su liquidez se verá disminuida a partir de ahora y tengo que verificar que puede usted atender al niño desde el punto de vista económico.

- Haré fotocopias de camino a la casa.

- Dijo usted que tenía una relación afectiva con una mujer.

- Dije que estaba conociendo a una mujer -la rectificó, hecho que a ella no pareció gustarle. Max se mordió la lengua y recuperó el tono amable-. Todavía es pronto para saber si se convertirá en una relación seria.

- Disculpe, no recuerdo si dijo cómo se llamaba.

- Jodie Graham.

- ¿Y conoce ella a Jacob? -le preguntó con ojos inquisitivos.

- Sí, lo conoce.

- En ese caso yo también quiero conocerla. El martes por la mañana debo tener mi informe entregado al juez; por lo tanto, tendremos que fijar la próxima reunión con la señorita Graham para el lunes. ¿Qué la parece a las seis de la tarde?

Max observó la mirada impertérrita de sus glaciares ojos azules mientras pensaba la posible reacción de Jodie. No iba a gustarle nada que la hubiera metido en ese embrollo, pero él no podía hacer otra cosa que contar la verdad. Su vida íntima saldría a relucir en los juzgados y era mucho mejor dar una sensación de transparencia desde el principio.

- Hablaré con ella. A menos que la llame para decirle lo contrario, puede pasarse el lunes a esa hora.

- Perfecto. Por mi parte no tengo nada más que añadir, podemos ir a ver su nueva vivienda cuando quiera.

La señora Roberts hizo fotografías del vecindario y de la casa con su cámara. Max esperó escuchar algo parecido a «ha hecho usted una buena compra» o «me parece un buen hogar para el niño», pero se limitó a pulsar el botoncito de la cámara con los labios rojos apretados.

A Max le hervía tanto la sangre que cuando la despidió en el jardín, aun cuando el día era frío y ventoso, tenía la espalda completamente sudada. Su abogada le había dicho en más de una ocasión que fuera prudente y discreto en sus entrevistas con la asistente social, pero llegó a un punto en el que no pudo soportar tanto misterio y tanta expresión árida e insensible. Eso fue lo que le llevó a preguntar cuando la señora Roberts abría la portezuela del coche.

- Sé que no puede ni debe hablarme de sus conclusiones hasta que el juez revise todo su trabajo, pero tanto silencio me está matando. Si al menos pudiera adelantarme si tengo probabilidades de quedarme con Jacob, se lo agradecería eternamente.

La mujer soltó su cartera y su bolso sobre el asiento del copiloto y luego le dirigió una mirada tan vacía que fue imposible leer entre líneas. Sin embargo, sus labios se encargaron de despejar dudas.

- Lo siento, señor Craven, pero lo tiene usted un poco complicado. -Se situó frente al volante y sacó las llaves del bolso-. Pero no adelantemos acontecimientos. Será el juez quien decida otorgarle o no la guarda, no yo. Que tenga usted un buen día.

Max volvió a coger el vaso de la mesa y se bebió en un par de tragos el resto del licor. Hizo una mueca mientras le arrasaba el esófago y le calentaba el estómago, y luego volvió a servirse tres dedos más. A la señora Roberts no le caía demasiado bien y no entendía el motivo; él se había esforzado por dejarle claro que anteponía a Jacob sobre el resto de cosas porque así era como lo sentía, pero a esa mujer nada de lo que hacía o decía le parecía suficiente.

En la pantalla del televisor, un jugador de los Giants hacía un brutal placaje a uno de los Bears. Las imágenes captaron su atención durante unos segundos, pero después volvió a recuperar el hilo de sus pensamientos.

Después de la visita de la asistente, Max llamó a su abogada mientras se comía una hamburguesa con patatas fritas en un Burger King cercano a la comisaría. Tras ponerla en antecedentes con el tono frustrado y preocupado, ella intentó animarle haciendo uso del mismo argumento de siempre: pelearían duro. También le dijo que ya se sabía el nombre del juez, Tyron Hawkins, cuya situación personal podía favorecerle ya que era un hombre divorciado y con hijos pequeños.

Pero, aun así, el optimismo de su abogada brillaba por su ausencia.

No quería dejarse vencer por la desesperación pero si perdía a Jacob… Maldita sea, no podría soportarlo.

Gruesas gotas de lluvia golpearon el techo de su caravana y el viento ululó y chirrió al intentar colarse entre las juntas de las ventanas. El gato seguía durmiendo plácidamente a su lado y el partido de fútbol estaba a punto de terminar.

Había hablado con Jodie el día anterior, cuando se suponía que regresaba a Costa Mesa, pero ella le informó que estaría rodando en Irvine hasta el viernes por la noche y que lo más probable es que se quedara allí a dormir. Aunque le preguntó al respecto, ella no quiso entrar en los detalles del cambio de planes por teléfono.

- Te lo contaré cuando volvamos a vernos -le había dicho ella.

Max tenía ganas de que llegara ese momento. Pensar en Jodie, en volver a verla, era lo único que le animaba en un día como ese, en el que todo le parecía una auténtica mierda.

Apuró por segunda vez el vaso y, cuando ya cogía la botella para servirse un par de dedos más, escuchó el ruido de un motor en el exterior. Desplegó las varillas de la persiana que cubría la ventana posterior y echó un vistazo al aparcamiento de la playa.

Jodie salía del coche y echaba a correr bajo la lluvia, cubriéndose la cabeza con el bolso.

A él se le formó la primera sonrisa del día mientras se levantaba para abrirle. Ella subió los escalones casi a la carrera y Max le cerró la puerta a la tormenta que ya se estaba desencadenando sobre sus cabezas.

- ¿Has escuchado esos truenos? -Jodie depositó el bolso mojado en el suelo, se restregó las gotitas de agua prendidas en el abrigo y se arregló los cabellos-. ¿Estamos seguros en este lugar? Los relámpagos iluminan unas olas gigantescas.

- Bueno, una vez subió tanto la marea que tuve que telefonear al equipo de rescate donde antes trabajaba. -A ella se le abrieron mucho los ojos-. Es una broma. Estamos a salvo.

Max le ayudó a quitarse el abrigo, que dejó colgado en una pequeña percha que había instalado en el lateral del armario. Llevaba un vestido de lana rojo que mostraba la mitad de sus muslos, cubiertos por medias negras. Se adhería tanto a su cuerpo como su propia piel, tanto como quería estarlo él.

- ¿Qué ha pasado? No esperaba que volvieras a Costa Mesa hasta mañana.

- Terminé antes de lo previsto.

Max le indicó que se sentara aunque Jodie aguardó de pie, alargando los segundos por si alguno de los dos tomaba la iniciativa para tener un acercamiento. Aunque le apeteciera, ella no dio el paso porque tenía la cabeza sembrada de complicaciones, y él… bueno, cuando Jodie se decidió a sentarse vio que había estado bebiendo de la «pócima especial» con la que le daba una patada en el culo a los problemas.

Sonrió al ver a Carboncillo durmiendo estirado sobre el sofá. Max lo cogió con cuidado y lo devolvió a su caja de cartón, donde el gato siguió durmiendo.

- ¿Un mal día? -Jodie señaló la botella de alcohol.

- No muy bueno. ¿Has cenado ya? Tengo pizza para calentar en el microondas.

Jodie le observó con mayor detenimiento porque percibió que no poseía su natural fluidez en el habla. Arrastraba las palabras, que salían más lentas de sus labios.

- No he cenado -respondió pensativa. Él fue hacia la cocina y sacó dos pizzas del frigorífico. Rasgó los envoltorios y las metió en el microondas. Sus movimientos tampoco eran tan coordinados como debieran-. ¿Cuánto has bebido?

- Un par de tragos. -Jodie le había visto beber un par de tragos y, desde luego, no le habían causado tanto efecto. Dejó que las pizzas se calentaran y regresó a su lado tomando asiento en el sofá de al lado, el rinconero bajo la ventana-. ¿Qué es eso que tenías que contarme? -Apoyó los brazos sobre la mesita auxiliar y la miró atentamente.

- Me han despedido de Rosas sin espinas. -Él frunció el ceño, lo que volvió más penetrante su mirada-. El mismo martes me entregaron la carta de despido y un cheque al portador. Myles me dijo que la productora había decidido suprimir mi personaje porque estaba estancado y ya no atraía el interés del público. -Resopló, hablar de aquello con Max hacía revivir su lado más vulnerable; por eso apartó los ojos de él-. Y yo que pensaba que ya no podía estar más jodida que cuando me despidieron del Crystal Club. -Esbozó una sonrisa amarga y se tragó como pudo el nudo de lágrimas que se le formó en la garganta.

- No sabes cuánto lo siento. -Max le tomó una mano entre las suyas y le besó la punta de los dedos-. Los inicios son siempre difíciles, sobre todo en tu profesión. Pero ahora no puedes venirte abajo.

- Quizá no sirva para esto. Llevo en Los Ángeles un año entero y lo mejor que he conseguido es un papelito absurdo en un culebrón de televisión. A veces me entran ganas de hacer la maleta y volverme a Nueva York, al menos allí tengo a mi familia.

A Max no le gustó escuchar aquello. El alcohol que había ingerido se le revolvió y le provocó ardor de estómago.

- Mírame.

Ella lo hizo con la desolación impresa en la cara, y Max se esforzó por hacer pleno uso de sus facultades mentales, mermadas por la bebida.

- Yo estoy aquí y no voy a dejar que te caigas. -Ella retiró la cara, con los ojos brillantes por las lágrimas, pero Max la tomó por la barbilla para volver a enfrentar las miradas-. Me tienes a tu lado para todo lo que necesites. Sé que no quieres que te pida que vivas conmigo y no lo haré, pero dentro de poco voy a mudarme y la caravana se quedará vacía. Puedes instalarte en ella y ahorrarte el dinero que pagas por esa triste habitación del motel. Si lo prefieres, puedes incluso tomar posesión de la casa y yo continuaré viviendo aquí, ya estoy acostumbrado a este lugar. -Las lágrimas desbordaron sus ojos azules y la barbilla le tembló bajo el tacto de sus dedos-. No llores, siempre hay una salida para todo.

- No lloro por eso.

- ¿Por qué entonces?

Lloraba porque ya no sabía cómo controlar los sentimientos que le inundaban el corazón. Lloraba porque nunca un hombre le había demostrado tener el corazón inundado de sentimientos hacia ella.

- ¿Puedes abrazarme?

- Claro que sí.

Ella se desplazó sobre el asiento y se cobijó entre los poderosos brazos de Max, que la rodearon muy fuerte contra su pecho. No lloró, ya no tenía necesidad de hacerlo. Arrebujó el rostro contra su cuello y pasó incontables segundos reconstituyéndose en él, como si Max fuera la medicina que le aliviaba todos los males. Y lo era. Siempre se sentía mejor cuando estaba a su lado.

A su debido momento, despegó la cara de su cuello, le miró a escasos centímetros y buscó su boca. Él la besó tan dulcemente como ella necesitaba, con los labios, sin emplear las lenguas. Su sabor a alcohol no la incomodó, pero le hizo recordar que Max había dicho que tampoco él había tenido un buen día.

Se separó de él y le tocó la cara, donde ya aparecía la oscura sombra de la barba.

- ¿Por qué has bebido tanto?

- No ha sido tanto.

- Sí lo ha sido -le contradijo-. ¿Por qué has tenido un mal día?

Max movió la cabeza y luego acarició la de ella.

- Hoy he vuelto a reunirme con la asistente social.

Esperó a que él dijera algo más, pero tardó tanto en hacerlo que Jodie preguntó:

- ¿Y cómo ha ido?

El pitido que emitió el microondas indicó que las pizzas ya estaban listas para comer. Max hizo ademán de levantarse, pero ella le retuvo a su lado pidiéndole en silencio que le contestara. Él no quería hablar de ello pero sus ojos azules, ahora más tranquilos y aliviados, le hicieron claudicar.

- Hemos vuelto a hablar de trabajo, de dinero, de mis relaciones personales… y luego le he enseñado la casa. Pensaba que esto último me haría ganar algunos puntos pero no ha sido así.

- ¿Te lo ha dicho ella?

- Le he preguntado -asintió-. Y me ha contestado que lo tengo muy difícil. En un setenta y cinco por ciento, la decisión del juez estará basada en los informes de esa mujer, el otro veinticinco por ciento dependerá de la pericia de mi abogada. Me ha dicho que el juez encargado del caso puede favorecerme porque está divorciado y tiene hijos pequeños pero yo… -en sus ojos negros apareció el brillo de las emociones-… no quiero crearme ninguna clase de esperanza.

Max se levantó del sofá y esta vez no hubo nada que Jodie pudiera hacer o decir para mantenerle a su lado. Ella siguió sus movimientos en la pequeña cocina con el corazón en un puño. Sabía lo importante que era Jacob para él, se desvivía por ese niño y tampoco ella podía soportar la idea de que lo perdiera.

Se levantó y acudió a su lado. Jodie posó una mano sobre su hombro y sintió que los músculos se tensaban bajo su palma y que apretaba las mandíbulas mientras colocaba las porciones de pizza sobre un par de platos.

- Vamos a cenar antes de que se enfríe -dijo, con demasiada rudeza.

Durante la cena, Max escogió el tema del mobiliario de su nueva casa por dos razones: porque quería dejar atrás el tema anterior y porque le urgía tenerlo todo listo para cuando el juez tomara su decisión. Ella le dijo que conocía una tienda de muebles muy asequible en Los Ángeles, así que quedaron en que irían el martes por la tarde, cuando él saliera de trabajar.

Un trueno ensordecedor retumbó en el cielo, dando la sensación de que lo había roto en mil pedazos. El gato abrió ligeramente los ojos verdes para volver a cerrarlos; apenas un segundo después, las furiosas gotas de lluvia golpearon inclementes la carrocería de la caravana mientras apuraban los restos de pizza. El viento continuaba chirriando en su intento de filtrarse entre las juntas de las ventanas.

La cena palió hasta casi hacer desaparecer en Max los efectos de la bebida. La conversación algo más animada no disolvió, sin embargo, las preocupaciones que la señora Roberts había sembrado en su cerebro.

Entonces recordó la reunión del lunes, en la que había implicado a Jodie y, aunque no quería hacerlo, tuvo que regresar al tema. Primero retiró los restos de la cena y luego se acomodó a su lado en el sofá.

- Tengo que comentarte algo que quizá no vaya a gustarte.

Jodie imaginó que se refería al caso del verdugo. A lo mejor habían descubierto que sí que acosaba a sus víctimas antes de matarlas. La respiración se le aceleró.

- ¿Qué es?

- Te nombré en la entrevista con la asistente social. Como es lógico, me preguntó por mis relaciones sentimentales y yo le contesté que estaba conociendo a una mujer. Quiso saber si conocías a Jacob y yo le dije que sí. Y ahora ella quiere conocerte a ti. -La respiración de Jodie recobró su ritmo normal aunque la información le causó cierta agitación interior-. El martes tiene que tener entregado su informe al juez, por lo que ha fijado la reunión para el lunes a las seis de la tarde. -Max la vio tan seria que supuso que las noticias le habían sentado como si le arrojara un jarro de agua fría en la cabeza-. No tienes que venir si no quieres. Inventaré cualquier excusa para justificar tu ausencia. -La botella de alcohol seguía sobre la mesa y Max deseó un nuevo trago que le templara los nervios-. Siento haberte puesto en este aprieto pero no tuve elección.

En lugar de agarrar la botella y bebérsela hasta apurar su contenido, se levantó y acudió a su dormitorio. Hacía rato que el sonido del viento le estaba sacando de sus casillas, hasta que se le ocurrió que seguramente la ventana posterior no estaría bien cerrada. Encendió la luz y el suave oscilar de la persiana y el silbido penetrante del aire le indicaron que así era. Max la abrió para volver a cerrarla pero, al encallarse, empleó la fuerza bruta y, de un tremendo golpe con el que estuvo a punto de sacarla de los raíles, la devolvió a su posición original.

Al darse la vuelta se topó de bruces con ella.

- Max -la expresión de él era severa y emanaba energía contenida por todos los poros de su piel-, siéntate un momento.

- No hace falta que te justifiques. Entiendo que no quieras tomar parte en esto.

- Por favor, siéntate. -Ella lo tomó del antebrazo y lo empujó hacia la cama. De mala gana, Max tomó asiento en el lateral y ella permaneció de pie ante él-. ¿Recuerdas cuando te dije que me gustaría ayudaros a ti y a Jacob de la manera que fuera? Pues no eran palabras de cortesía, estaba hablando en serio. -Dio un paso hacia delante y se colocó entre sus largas piernas separadas-. Si no he reaccionado como tú deseabas no ha sido porque no quiera tomar parte en esto, sino porque temo no gustarle y que eso vaya a perjudicaros a los dos. Jamás me lo perdonaría.

- Si le gustas la mitad de lo que me gustas a mí, entonces le encantarás.

Jodie no pudo evitar sonreír ante eso. Colocó las manos sobre sus hombros, que continuaban tensos.

- Estaré aquí el lunes a las seis de la tarde y me esforzaré al cien por cien por caerle bien a esa mujer. -Las manos se deslizaron hacia los costados de su cabeza e internó los dedos entre su cabello negro. La rigidez de su semblante comenzó a disminuir-. Eres un buen hombre, Max. Eres honrado y trabajador, y quieres a ese niño como si fuera tu propio hijo. -La mirada profunda de Max volvió a brillar, lo mismo que el corazón de Jodie cuando estaba a su lado-. Si la asistente social no ha sabido verlo, estoy segura de que el juez sabrá valorarlo. Es normal que no quieras albergar esperanzas pero tampoco puedes perderlas ahora. Tienes que ser fuerte por Jacob. Él te necesita. -Los dedos se deslizaron sobre su cuero cabelludo, acariciándole. La nuez de Adán se movió en su garganta y los ojos negros brillaron un poco más, delatando los esfuerzos que hacía por controlar sus emociones-. Yo te necesito.

Jodie se inclinó y le besó los labios con ternura, como lo habían hecho hacía unos minutos. La necesidad de fundirse con él pronto la llevó a dar un paso más y buscó su lengua con la suya. Y el beso se volvió más ardiente, más carnal, más exigente y desesperado. Cuando se separó de Max tenían las respiraciones tan agitadas como las aguas del océano fustigadas por la tormenta.

Jodie se arrodilló entre sus piernas y se apropió del cinturón de sus pantalones sin apartar la vista de sus ojos. Le quitó la hebilla y luego comenzó a desabrocharle los botones. Se mordió los labios al descubrir una incipiente erección y le sonrió satisfecha al reencontrarse con su mirada. Ahora fue Max quién le tomó la cabeza y le acarició el sedoso cabello rubio.

- Quítate el vestido.

Jodie introdujo una mano bajo los bóxer negros y liberó su miembro imponente.

- Después. Ahora quiero saber si tú también sabes tan bien como en mis fantasías.

Ella hizo desaparecer la mitad en el interior de su boca y lo degustó con fruición. La lengua y los labios lo recorrieron con énfasis una y otra vez hasta matarlo de placer. Max perdió la noción de la realidad mientras ella estuvo empleada en esa gloriosa tarea. Sintió que el cerebro se le quedaba sin riego sanguíneo. Cuando ella notó que sus dedos masculinos se crispaban en su cabeza anunciando que estaba a punto de alcanzar el clímax, quiso recibirle en su interior.

Jodie se alzó y, casi a la carrera, se despojó de su vestido, de sus medias y de sus minúsculas bragas. Estaba igual de acalorada que él, igual de excitada, igual de hambrienta, igual de… La palabra que le vino a la cabeza le dio miedo, pero la apartó de la mente y siguió adelante. Se sentó a horcajadas sobre Max. Él la rodeó por la cintura, le lamió los senos por encima del sujetador, y ella se acopló sobre su miembro para luego descender sobre él hasta que lo acogió por completo en sus ardientes entrañas.

Jodie inició una danza amorosa de lento reconocimiento, que fue creciendo en profundidad y rapidez a medida que el placer se volvía más intenso. Los truenos restallaban sobre sus cabezas y competían en vigor con el creciente sonido del éxtasis, con los murmullos apasionados y las palabras entrecortadas que escapaban de las gargantas resecas.

El orgasmo los arrolló por igual, descarrilando las pulsaciones y haciéndoles temblar de los pies a la cabeza. Max la llenó por dentro y Jodie se aferró a sus hombros mientras las caderas se movían al compás de los últimos pasos de la frenética danza.

Permanecieron fuertemente abrazados mientras la vorágine de placer se alejaba y les devolvía la respiración y el funcionamiento de los músculos. Se miraron a los ojos y detectaron en los del otro que, para ambos, ese acto había tenido el mismo significado. Entonces se tocaron y se besaron con más sentimiento que pasión, hasta que el deseo volvió a activarse.