Capítulo 16
Jodie asintió sumisa y se masajeó las sienes con la yema de los dedos. A consecuencia de la tensión acumulada se le estaba despertando dolor de cabeza, y se sentía emocionalmente exhausta. Apoyó la espalda contra los cajones de la cómoda y cerró los ojos un momento. Los abrió al escuchar su voz.
- Estás cansada.
- Sí. Tengo un millón de cosas dándome vueltas en la cabeza.
Existía un notable cambio entre la mujer risueña con la que había pasado un día fantástico en la feria de Costa Mesa y la que ahora tenía enfrente. Las huellas del cansancio estaban impresas en su cara y le había desaparecido el brillo de los ojos. En cierta manera se sentía responsable de su transformación, pero no conocía otra manera de protegerla que siendo lo más claro y realista posible con ella.
Tampoco para él estaba siendo fácil encajar el giro de ciento ochenta grados que había dado la noche. Había pasado de desearla con todas sus fuerzas a sentirse asediado por las preocupaciones. Bueno, él todavía la deseaba, muchísimo, más a cada segundo que permanecía a su lado, pero estaba seguro de que la necesidad física ya no se encontraba entre las prioridades de ella. No podía reprochárselo.
- Ha sido un día muy largo. Te conviene comer algo y dormir un poco. He visto una pizzería a un par de manzanas de aquí. Puedo acercarme y traerte algo.
Jodie pestañeó y le miró sin comprender. Cuando lo hizo, se retiró de la cómoda, se agachó junto a la maleta y abrió las cremalleras.
- No tengo apetito -le dijo con seriedad.
Max la observó mientras ella buscaba con rápidos movimientos en el interior. Parecía haber recuperado toda la energía perdida de repente. Arrojó sobre la cama el mismo pijama blanco con el que le recibió la noche en que acudió a su casa para interrogarla sobre Michelle Knight. El mismo que dejaba al descubierto un palmo de su cintura y aquel tatuaje sexy que tan cerca estaba del lugar en el que deseaba volver a enterrarse con un ansia que le quemaba las entrañas.
- Traeré otra cosa que no sea pizza -se ofreció.
- Acabo de decirte que no tengo hambre. No quiero nada. Gracias.
Jodie no se había equivocado en sus apreciaciones, él abandonaba. En cuanto le puso al día de los múltiples conflictos que la avasallaban y de los traumas que todavía arrastraba del pasado, decidía no complicarse la vida y salir huyendo. Y eso que no le había contado lo de La Orquídea Azul. Sacó sus zapatillas de estar por casa y volvió a ponerse en pie como un resorte. Se alejó hacia el cabezal de la cama y retiró la colcha que cubría la almohada de un tirón.
Con las manos apoyadas en las caderas, Max trató de comprender qué demonios había originado su repentino enfado.
- ¿Se puede saber qué te pasa?
- Estoy cansada, eso es todo.
- Pues parece que hayas recobrado toda la vitalidad de repente.
- Si no tienes nada más que añadir, quisiera seguir tus recomendaciones. -Ahuecó la almohada llena de bultos mientras esperaba a que Max se decidiera a marcharse, pero él no se movió ni un milímetro de su posición original. La escrutaba como si fuera un ser de otro planeta-. ¿No te ibas? -insistió.
Max detectó la trampa. Sin lugar a dudas, aquella era una de esas actitudes que tomaban las mujeres cuando decían todo lo contrario a lo que sentían con el único propósito de volverlo a uno loco. Se cruzó de brazos y continuó observándola, ahora con aire interesante.
- ¿Qué? -preguntó ella, molesta.
- Tú no quieres que me vaya.
- Claro que quiero. Ya he tenido suficientes emociones por hoy.
Jodie se irritó al ver que Max no la tomaba en serio, así que fue ella misma la que se aproximó a la puerta y la abrió para él. Una ráfaga del viento gélido que soplaba en el exterior se coló en la habitación y agitó algunos mechones de su cabello rubio sobre los hombros.
- Te equivocas. Ahora es cuando empieza lo verdaderamente emocionante -aseguró Max, atravesándola con una mirada que la inundó de calor.
- No sé a qué te refieres, pero si estás insinuando que… -Intentaba hacerte un favor. Pensé que el sexo estaba totalmente descartado para ti, pero no sabes lo que me alegra saber que no es así.
- No quiero follar contigo.
Max se frotó la nuca mientras encaminaba los pasos hacia ella.
- Ya te dije que yo tampoco.
Apoyó la palma de la mano sobre la superficie de la puerta abierta y la cerró con un golpe sordo que le hizo dar un respingo. Un sobresalto de alivio, interpretó Max, en cuanto sus ojos azules se desviaron para no mirarle.
Aferrada a su tonta obstinación, quiso abrir la puerta para invitarle nuevamente a que abandonara la habitación; pero, antes de tener la oportunidad de rozar el pomo, Max la tomó por los brazos, la acercó a él y bajó la boca hacia la suya de manera implacable. Sus labios la poseyeron con énfasis y su lengua se unió a la suya con urgencia, buscando embriagarse de su sabor hasta que se sintiera ebrio de ella. Jodie le correspondió de inmediato, incapaz de continuar parapetada en su papel de mujer ofendida. Lo quería a él, y lo quería ya. Necesitaba sentirse viva de nuevo. Deseaba el sexo con Max como nunca antes lo había deseado en su vida.
Max la apoyó de espaldas contra la puerta y acotó su campo de maniobra apretándose contra aquel cuerpo suave y curvilíneo que le volvía tan loco como su carácter impredecible. Recorrió sus costados, le acarició la cintura y las caderas y ella le pasó los brazos alrededor de los hombros y deslizó los dedos entre mechones de cabello para sujetarlo y anclarlo a su boca sedienta.
- Pensaba que querías irte -susurró ella, entre beso y beso.
- ¿Cómo voy a querer irme si vivo obsesionado con que llegue este momento? -La besó con voracidad mientras ahuecaba sus pechos y los amoldaba a las palmas. Con las yemas apretó suavemente los pezones. Ella gimió-. No puedo sacárteme de la cabeza.
- Yo… hace mucho tiempo que no hago el amor. En los últimos años me he limitado a…
La acalló con un nuevo beso, no quería volver a escuchar esa palabra.
- Te enseñaré a entregarte de nuevo. Lo único que tienes que hacer es dejarte amar por mí.
Tomó la cinturilla de su jersey de lana, lo arrastró hacia arriba y acarició los centímetros de piel suave que iba desnudando. Se lo quitó por los hombros y lo arrojó al suelo. Llevaba un sujetador de color negro que mostraba las blancas y golosas cimas de sus pechos. Max necesitó retirarse unos centímetros para contemplarla. Era tan hermosa que dolía mirarla. Descendió la vista por su cuerpo mientras la sangre se le agolpaba a ella en las mejillas y le desbrochó los pantalones. Su vientre liso vibró contra sus dedos al maniobrar con el botón y la cremallera. La vio apretar los puños cuando deslizó los vaqueros por sus caderas. Sin apartar la vista de sus bragas negras y del tatuaje que llevaba impreso en el bajo vientre, Max se arrodilló ante ella y le sacó los pantalones por los pies.
- ¿Qué es? -Entornó los ojos, lo observó de cerca y lo acarició con los dedos. No estaba seguro de lo que era, parecía un…
- Es un cocodrilo.
- ¿Y qué hace un cocodrilo aquí? ¿Defender el territorio? Vamos a comprobar si es tan fiero como parece.
Le besó el espacio de piel candente que había entre el ombligo y el inicio de sus braguitas, y continuó descendiendo hasta que sintió la humedad de Jodie sobre sus labios. La escuchó suspirar, los dedos trémulos de ella se enredaron en sus cabellos, y Max introdujo los suyos bajo el elástico de las bragas y tiró de ellas. Los dedos de Jodie se crisparon en su cabeza y el vientre se le tensó.
La necesidad por saborearla le urgió a tomarla con la boca y a explorar el territorio más íntimo con la lengua y con los labios. Para acceder con mayor facilidad, separó sus piernas y guio una de ellas por encima de su hombro. La planta del pie presionó contra su espalda lo mismo que sus dedos lo hacían en su cabeza para acercarle a ella.
Max recorrió reiteradamente el jugoso canal de su sexo, y la lamió y chupó con insaciable glotonería. Ella agitó las caderas y los suspiros de éxtasis escaparon a borbotones de sus labios. Jadeó sin aliento cuando Max se dedicó a estimular el clítoris hinchado y pronunció palabras sin sentido cuando la penetró con el índice. Los dedos femeninos se apretaron un poco más fuerte sobre su cabeza, pidiéndole más, mucho más. Él trató de complacerla acelerando y profundizando sus caricias, y luego la observó un momento para asegurarse de que las disfrutaba. Lo hacía, estaba al borde de correrse en su boca. Tenía la cabeza apoyada en la puerta y sus pechos se movían sin control, retenidos todavía por la tela del sujetador.
Jodie murmuró su nombre y entre gemidos le dijo que quería tenerle dentro de ella. La urgencia que asomaba a sus ojos azules le impelió a esmerarse al máximo en su tarea para poder darle cuanto antes lo que a los dos les exigía tanto el cuerpo como el alma. Introdujo un dedo más en su vagina, fustigó el endurecido botoncito con la lengua, y la retuvo fuertemente por las nalgas cuando el placer fue tan intenso que ella intentó retirarse.
- Sabes mucho mejor que en mis fantasías.
Ella dejó escapar un sonoro gritito y, aunque se mordió los labios para silenciar los que vinieron después, el placer la arrolló de tal manera que se abandonó a él con los cinco sentidos. Max degustó con deleite cada uno de sus gozosos espasmos hasta que su cuerpo, tirante como un arco, se fue relajando sobre el suyo. Permaneció arrodillado, besándola con mimo, dándole tiempo a que se recuperara mientras ella le acariciaba el cabello y volvía a apoyar la cabeza sobre la superficie de la puerta.
Apenas unos segundos después, Max se alzó y besó su garganta arqueada al tiempo que le quitaba el sujetador y ella se afanaba en despojarle de sus ropas.
Desde que contemplara su imponente silueta desnuda al otro lado de las cortinas de su caravana, Jodie había deseado conocer cómo era el tacto de ese cuerpo grande y varonil. Arrastró su suéter hasta quitárselo por los hombros y luego hizo lo propio con la camiseta interior. Todavía llevaba el vendaje en el brazo pero a él no parecía molestarle lo más mínimo. Jodie palpó los abdominales marcados y luego deslizó los dedos en abanico hacia los amplios pectorales. Su piel ardía y emanaba ese sutil aroma a madera y jabón que le enervaba los sentidos. Sus manos grandes le cubrieron los pechos ya desnudos y ella abandonó sus musculosos pectorales para desabrocharle los botones de los pantalones.
- Estás ardiendo -susurró él al tiempo que alzaba sus senos para lamer los pezones rosados-. Has puesto la calefacción demasiado alta, no creo que vaya a hacernos falta.
- Yo tampoco lo creo. -Las placenteras caricias de su lengua la hicieron suspirar.
Jodie le bajó los pantalones y luego metió los dedos bajo el elástico de sus bóxer negros, que cayeron al suelo junto con aquellos. Apretó los duros glúteos con las palmas y después capturó la soberbia erección que apoyó contra su vientre. Las caricias que le prodigó a lo ancho y largo del pene le afilaron el deseo y Max soltó sus pechos enrojecidos por los besos al tiempo que le decía con la voz ahogada:
- Vamos a la cama.
La alzó en brazos como si pesara como una pluma y la depositó en el centro. Desnuda era todavía más hermosa, más sensual y femenina, pero no era su belleza física lo que más le cautivaba de ella. Quería lo que su alma escondía y lo que su corazón se negaba a admitir, quería escuchar con palabras lo que leía en sus ojos porque no todo era deseo.
Jodie tiró de él invitándole a que la cubriera con la magnitud de su cuerpo. Le gustó sentirse atrapada entre sus músculos fibrosos y el colchón. Le encantó sentir su piel desnuda contra la suya, que parecía fundirse por el calor que emitía la de él. Le maravilló respirar su mismo aire, que su aliento se mezclara con el suyo y que sus bocas se besaran con tanta necesidad. Le arrebató el tacto de su miembro, que punteaba la entrada de su vagina sin llegar a penetrarla. Entonces sacó su lado más salvaje y desinhibido. Jodie giró sobre él para situarse encima y dejarse llevar por el ansia de sentirle de mil maneras distintas.
Se arrastró sobre Max y se movió suavemente sobre su miembro, grueso y férreo, ejerciendo una exquisita presión que la dejaba sin aire. Besó su cuerpo a la vez que las manos recorrían sus costados con la uñas. Buscó sus pequeños pezones, con la lengua arremolinó el vello oscuro que los cubría para acceder a ellos y luego los chupó y mordisqueó hasta que sintió los fuertes dedos de Max deslizándose entre sus cabellos para tomarle la cabeza. Sin dejar de frotar su entrepierna con la de él, dejó un reguero de besos que ascendieron hacia su cuello, donde chupó su piel y clavó suavemente los dientes antes de regresar a su boca y devorarla con un ansia enfermiza. El corazón se le aceleró de deseo al absorber los roncos gemidos de Max. Él le alzó el rostro y la miró con la paciencia ya perdida.
- ¿Qué te parece si vamos al grano? Después podremos jugar todo lo que tú quieras.
La arrimó a él para continuar ese beso ansioso y delicioso, y con la mano libre guio su miembro, que ella engulló en su interior hasta la base. Jodie resopló muy cerca de su oído y Max capturó el lóbulo de su oreja entre los labios mientras sus manos aferraban las redondas nalgas, que iniciaron un excitante balanceo. Con las respiraciones agitadas y los sexos estimulados al máximo, ella se irguió sobre Max y devoró su enhiesto pene, que despertó ramalazos de placer en su interior con cada sucesiva acometida. Max apretó los dientes y cerró las manos en torno a sus caderas. Quería eternizar aquel momento que le despertaba una emoción que arrasaba sus venas pero, a la vez, se le hacía insoportable estar a merced de ella.
Jodie inclinó la rubia cabeza hacia atrás y sus labios entreabiertos emitieron progresivos suspiros de gozo. Los pechos turgentes se bambolearon al ritmo de sus efusivas subidas y bajadas y Max se los cubrió con las manos. Los rígidos pezones se le clavaron en las palmas y un latigazo de placer le recorrió el pene, anunciando que el máximo pico del éxtasis andaba cerca.
- Ven aquí -le exigió él, con la voz ronca y ahogada.
La tomó por la base de la espalda y giró con ella sobre la cama hasta tenerla debajo de él. Le peinó el cabello hacia atrás y recorrió con una mirada penetrante los hermosos ángulos de su rostro. Ella le dedicó una sonrisa insinuante a la vez que le rodeaba los riñones con las piernas y alzaba las caderas en su busca.
- Me encantas. Quiero tenerte así, para mí, siempre -le dijo con la voz profunda.
Jodie no podía negarle nada en ese instante. Habría respondido de manera afirmativa a cualquier cosa que le hubiera dicho o pedido.
- Tú también me encantas -susurró, lamiéndose los labios después. Le tocó el rostro sudoroso con la punta de los dedos-. Hagámoslo juntos.
Max alzó sus delgados brazos para situarlos por encima de su cabeza y Jodie se removió felina bajo el cuerpo masculino, haciéndole arder como una hoguera. Los dos estaban a punto de explotar y a ninguno le apetecía retrasar ese momento ni un segundo más.
Le atrapó las muñecas contra la almohada y la besó con fiereza mientras iniciaba una serie de recias embestidas que les transportó a un lugar muy lejano de allí. En el vertiginoso ascenso que emprendieron juntos, sus cuerpos parecieron fusionarse en uno solo y Max la obligó a que le mirara, atrapando su precioso rostro extasiado con la mano libre. Sus ojos conectaron, revelándose un montón de interesantes mensajes, y ya ninguno pudo apartar la mirada del otro.
En su manera intensa de amarla, en su forma apasionada de besarla y acariciarla, en esos mensajes claros y precisos que leía en sus ojos negros, Jodie recordó con emoción lo que era hacer el amor. Y entonces se le planteó el interrogante de si sería capaz de seguir con su vida sin volver a experimentar todo aquel maravilloso vendaval de emociones.
- ¿En qué estás pensando? -le preguntó él, sin aliento.
- Pienso en… en que no sé cómo he podido vivir durante tantos años sin esto.
Max sonrió, Jodie le devolvió la sonrisa y sus labios volvieron a buscarse con una sed que nunca se saciaba. Inmediatamente después, a ella le sobrevino un glorioso orgasmo que la hizo temblar de pies a cabeza. Arqueó el cuello, jadeó como si se le escapara la vida y le rodeó el cuerpo con los brazos cuando él se los soltó.
Apenas un instante más tarde, él la secundó. Hundiendo el rostro en el hueco que se formaba entre el cuello y el hombro femenino, Max llenó sus pulmones una y otra vez del aire ardiente que les envolvía. El placer le había llegado en violentas sacudidas que le hicieron perder la noción del tiempo que pasó vaciándose dentro de ella.
Cuando el tornado que arrasó sus cuerpos pasó de largo, Max se hizo a un lado, aunque no dejó de tocarla en ningún momento. Le acarició la espalda y la mantuvo sujeta contra él mientras los latidos de sus corazones se normalizaban.
La luz de la lamparilla de noche se derramaba sobre los rasgos de Jodie y resaltaba su expresión relajada y satisfecha. Tenía los ojos cerrados pero los abrió al presentir que él la estaba observando. Esbozó una sonrisa que le llegó directamente al corazón y Max recorrió la espléndida curva que trazaban sus labios con el dedo índice.
- ¿Dónde has estado escondida todo este tiempo?
La sonrisa de ella se ensanchó y luego se apretujó un poco más contra el sólido cuerpo de Max, alzando una pierna, con la que le rodeó las caderas.
- ¿Te alegras de haberme encontrado?
- Mucho más que eso.
Jodie le besó los labios con mimo y luego le acarició el rostro. Su barba rasposa le hizo cosquillas en la superficie de los dedos.
- Quiero más de ti -le susurró ella con la voz sensual-. ¿Crees que puedo hacer algo para acelerar tu recuperación?
Deslizó una mano entre sus cuerpos hasta apropiarse de su miembro flácido, que, aun en ese estado, tenía unas proporciones admirables. Jodie lo acarició suavemente y él la observó con la mirada tan hambrienta como la de ella.
- Vas muy bien encaminada.
Mejor que bien. Sus dedos sabían cómo tocar y dónde manipular para que recobrara la vida en un tiempo récord. Ella lo miró ufana mientras se endurecía en su mano.
- No estamos tomando medidas. -Ahora que tenía la cabeza un poco más fría, a él le pareció necesario sacar ese tema.
- No hacen falta. Tomo la píldora por un desajuste hormonal.
Max tensó las mandíbulas y ella arreció las caricias que ascendían y descendían a lo largo de su ya flamante virilidad. Emitió un ronco gruñido de gozo y, sin cambiar la posición lateral, alzó un poco más la delgada pierna que le envolvía las caderas y tanteó la entrada de su feminidad. Jodie se mordió los labios mientras se iba enterrando en ella centímetro a centímetro, y luego todo volvió a empezar.
Una vez satisfechas las necesidades físicas más acuciantes, ahora se abandonaron a ritmos más suaves y pausados. Se exploraron con tranquilidad, probaron todo tipo de posiciones sin reparos, se familiarizaron con las reacciones que provocaban en el otro y, todo ello, les llevó a conectar tanto en lo físico como en lo emocional.
Hacer el amor con Max fue un acto que hizo florecer su interior y que la llenó de estallidos de vida.
Pasadas las dos de la madrugada, cuando empezaron a fallarles las energías tras la maratoniana sesión de sexo, cayeron en un estado de profunda relajación. Jodie no quiso pensar en las consecuencias que traería consigo el despertar a un nuevo día. Ahora solo quería quedarse a su lado y dormirse en sus brazos. Quería anclarse para siempre en ese estado de felicidad. Luego se sumió en un profundo sueño y lo último que recordó fueron los besos que él le dio en los labios, en la nariz y en la frente antes de dormirse.
Le sintió removerse a su lado cuando una tenue luz grisácea que se filtraba a través de las cortinas anunció que amanecía. No recordaba haberse cubierto con las sábanas, aunque habían dejado el aire acondicionado encendido y la habitación estaba caldeada. Jodie se aclaró la garganta, pestañeó para enfocar la visión y se encontró con sus ojos, que la miraban en silencio.
- Tengo que marcharme -susurró contra sus labios.
Jodie le rodeó el cuerpo desnudo con los brazos al escuchar sus palabras de despedida. No quería que se fuera. El vello de su pecho estaba húmedo y olía a gel de ducha, y también se había afeitado con una de esas maquinillas desechables que había en el baño. Estrechó el abrazo.
- ¿Qué hora es? -musitó con la voz adormecida.
- Las seis y media de la mañana. Hoy trabajo todo el día. Tengo turno doble.
- Es domingo -protestó gruñona.
- Los que cometen delitos no descansan los días festivos. -Le retiró un mechón de cabello de la frente con tanta ternura que ella cerró los ojos-. ¿Qué planes tienes para hoy?
- Salir a buscar trabajo.
- Quiero verte mañana, sobre la siete de la tarde. Me apetece enseñarte algo.
- ¿Qué quieres enseñarme? -Le acarició el pecho y jugueteó con uno de sus pequeños pezones.
- Es una sorpresa.
Max se inclinó para besarla y luego, a regañadientes, tuvo que abandonar la cama. Nunca en la vida le había costado tanto hacerlo, pero prefería no pensar en lo que dejaba allí y en lo que habrían vuelto a hacer si no hubiera tenido que acudir al trabajo. Se habría puesto enfermo.
Max encendió la luz de la lamparilla de noche para localizar sus ropas, que yacían esparcidas por el suelo. Desde la cama, Jodie se puso de lado para no perderse detalle de los movimientos que trazaba su magnífico cuerpo desnudo. Sentirse como una obsesa sexual la hizo sonreír, pero ella no era cualquier obsesa, solo él le despertaba esos instintos.
- ¿Ni siquiera tienes tiempo para algo rápido? -le preguntó somnolienta.
Con los bóxer en la mano, Max sonrió. Jodie ni siquiera tenía fuerzas para mantener los párpados abiertos pero, en cambio, estaba pensando en el sexo. No le extrañaba, había sido indescriptible, fascinante, increíblemente bueno.
Estaba preciosa con el cabello revuelto y desparramado sobre la almohada, y con la sábana oscura que había resbalado hasta la cintura para mostrarle los senos desnudos y los pezones rosados. Ahora se arrepintió de no haberla despertado media hora antes para irse al trabajo recién impregnado de su sabor, de su aroma y de su esencia.
- Eres demasiada mujer para hacer algo decente en dos minutos. -Se puso los bóxer y luego cogió los pantalones-. Vuelve a dormirte, todavía es temprano.
Ella dejó escapar una sonrisa perezosa y luego se dejó caer sobre la almohada. Se puso de lado para poder verle mientras se vestía. La somnolencia la mantenía suspendida en una nube de felicidad. No recordaba nada de lo que había sucedido antes de que la besara junto a la puerta.
Mientras se metía la camiseta por el interior de los vaqueros y se ponía el suéter, Max regresó a la cama, se arrodilló y acarició su rubia cabeza.
- Recuérdalo. Me pasaré por aquí mañana a las siete.
- Bien.
- Cuando estés más espabilada quiero que pienses en todo lo que hablamos anoche. ¿De acuerdo?
- De acuerdo -contestó ella por inercia.
- Perfecto.
Max se inclinó para besarla en los labios y luego abandonó la habitación del motel. Apenas había dormido cuatro horas pero se sentía pletórico, dispuesto a enfrentarse a cualquier cosa que le deparara el día.
Su memoria no alcanzaba a recordar cuándo fue la última vez que se sintió así.
Jodie tomó la almohada de Max, se abrazó a ella y volvió a quedarse dormida a la vez que inspiraba el agradable olor que él había dejado sobre las sábanas.