Epílogo
Algo más de dos meses después...
Pensó que cuando llegara a la librería Red Canoe la firma de libros ya habría finalizado, pero mientras buscaba un sitio para aparcar comprobó con gran satisfacción que, una hora después de la acordada, todavía había una cola que daba la vuelta a la esquina.
La nueva novela de Amy, Magia en el aire, que a excepción de Terry él había tenido el privilegio de leer antes que nadie, estaba teniendo mucho éxito. Solo hacía una semana que había salido a la venta y ya iba por la segunda edición.
La historia era muy buena y la editorial se había frotado las manos en cuanto recibió el manuscrito. Por eso, solo habían tardado dos meses en realizar todo el proceso de edición e impresión, para que estuviera en la calle cuanto antes.
Era una lástima que Amy, finalmente, no hubiera podido incorporar al texto su experiencia real desde la galería del quirófano. No lo soportó. Zack la invitó a presenciar la reparación de un aneurisma cerebral, pero ella no llegó a visionar más allá de la craneotomía. Se levantó de la silla con la cara pálida como el papel y huyó en estampida, cubriéndose la boca con la mano.
Zack aparcó bajo la sombra que un alto edificio proyectaba en la calzada y salió del coche. Aunque ya caía la tarde y con ella se había levantado una agradable brisa, todavía había que refugiarse del inclemente sol de julio. Apoyó la espalda en el Dodge Ram, hizo una llamada para concretar la hora aproximada a la que Amy y él llegarían a Federal Hill, y luego esperó a que la cola se extinguiera.
Amy abandonó Red Canoe un rato después. Como no imaginaba que Zack estaría esperándola en las inmediaciones, se dirigió a su bicicleta roja que, como siempre, había atado con la cadena a una farola. Zack metió la mano por la ventanilla del coche y la alertó tocando el claxon. Ella se volvió de inmediato y, aun con la distancia de varios metros que les separaba, a él le llegó su sonrisa espléndida. Amy miró a ambos lados de la calle y se dispuso a cruzarla con pasos apresurados.
Llevaba en los brazos un gran ramo de rosas rojas que combinaba con el discreto estampado de su veraniego vestido blanco. A Zack seguía llamándole la atención que pudiera montar en bicicleta con una falda tan corta y con tacones. Cualquier día, esas piernas largas y torneadas provocarían un accidente a algún conductor despistado.
Estaba guapísima y pletórica por el éxito de la firma de libros. Previamente, ella le había contado que una vez tuvo un sueño aterrador en el que las lectoras se le acercaban para decirle que la novela era una porquería, pero estaba claro que Magia en el aire era todo lo contrario. Sus seguidores —la mayoría mujeres— iban abandonando la librería con una sonrisa en la cara. Además, ya había recibido varias críticas que la habían encumbrado y catalogado como la mejor novela romántica del año.
No hubo ni un saludo de «buenas tardes». Al llegar a su altura, Amy le rodeó los hombros con el brazo libre, se puso de puntillas y lo besó hasta que a ambos les faltó el aire.
—Gracias por las flores, son preciosas —sonrió. El repartidor de la floristería había irrumpido en mitad de la firma de libros para entregarle el ramo. Lo primero que hizo fue leer el bonito mensaje que había escrito en la tarjeta aunque, de no haberlo hecho, también habría sabido que se lo había mandado Zack. Amy le quitó de los labios los restos de su carmín—. No esperaba que vinieras.
—La operación fue un poco más corta de lo previsto. ¿Qué tal ha ido todo?
—De maravilla. Quienes ya la habían leído me han dedicado tantos elogios que me siento hinchada como un globo.
—Ya te dije que no tenías razón para preocuparte. —Le acarició la mejilla, la besó en los labios y luego hizo un gesto con la cabeza en dirección a la bicicleta—. ¿La metemos en el maletero? Tengo que enseñarte algo.
Zack se alejó del distrito de Beverly Hills, pero cuando Amy le preguntó hacia dónde se dirigían, él no soltó prenda.
—A propósito, hacia el final de la mañana recibí una llamada de Arlene —comentó Zack cuando circulaban por las ajetreadas calles del Downtown. Amy lo observó con atención—. Margot sigue recuperándose favorablemente. Ya da paseos cortos por la calle y está superando las disfunciones en el lenguaje. Si todo sigue bajo pronóstico, dentro de un mes empezará a recibir las sesiones de radioterapia.
—¡Es una noticia estupenda! Me alegro muchísimo por ambas.
Zack también se alegraba. Por fortuna, el tumor que le habían extirpado todavía no se había infiltrado en áreas importantes del tejido cerebral; por tanto, la previsión de una cura total era bastante alta una vez se repusiera y comenzara a recibir el tratamiento adecuado.
Desde que Margot recibió el alta médica y regresó con su hija a Nueva York, él y Arlene mantenían un contacto telefónico regular. Al principio, ese contacto se ceñía a la relación estricta entre médico y paciente, pero después, con el paso de las semanas, empezaron a ampliar el abanico de temas hasta que la relación cordial se fue haciendo un poco más estrecha.
Amy estaba encantada, aunque siempre se mostraba cauta en lo concerniente al tema familiar. Todo estaba demasiado reciente, y Zack necesitaba más tiempo para encajar en su vida tanto la presencia de Arlene como las circunstancias que habían forzado el encuentro con su madre.
Durante el recorrido, se percató de que Zack lanzaba rápidas miradas al reloj del salpicadero, como si llegara tarde a una cita, así que le preguntó nada más llegar a Federal Hill.
—¿Has quedado con Terry y Kevin?
—No, aunque sí he quedado con alguien. —Apartó un momento la vista de la calzada para regalarle una sonrisa misteriosa—. Es una sorpresa.
A espaldas del bullicioso parque Federal Hill, Zack se internó en una calle residencial muy amplia y soleada, en la que ya se apreciaba actividad con la caída de la tarde. Aparcó frente a una vivienda unifamiliar de arquitectura victoriana, como la mayoría de las casas del distrito, e instó a Amy a que se apearan del coche.
De pie junto a la calzada, Zack señaló la casa con la cabeza.
—¿Qué te parece?
Amy admiró cada minúsculo detalle de la preciosa construcción mientras barruntaba la razón por la que la había llevado hasta allí.
Si su relación se medía en cuanto al tiempo que llevaban juntos, solo habían pasado dos meses desde que Zack irrumpiera en El baile de las olas; pero, en cuanto a calidad e intensidad emocional, parecía que llevaran amándose una vida entera. Amy había adaptado todos sus horarios para estar el mayor tiempo posible a su lado, lo cual incluía comer juntos, cenar juntos, ducharse juntos y, por supuesto, dormir juntos cuando él no estaba de guardia.
Él siempre decía que quería comprarse una casa en Federal Hill, y bien podría ser aquella la escogida, pero ¿la habría incluido a ella en sus planes?
Miró a Zack. No tenía ninguna duda de que él la amaba muchísimo, se lo demostraba a cada segundo que pasaba a su lado, pero una cosa era compartir el espacio físico cuando cualquiera podía irse a su respectiva casa en cuanto le diera la gana, y otra muy distinta vivir oficialmente juntos, en el sentido más amplio de la palabra. ¿Serían dos meses de relación suficientes para que Zack hubiera vencido todos sus miedos al compromiso?
Sintiéndose intranquila, se cruzó de brazos y asintió con cautela.
—Es muy bonita.
—He quedado con una agente inmobiliaria para que nos la enseñe. Tiene otras dos viviendas a la venta un poco más abajo, cerca del Cross street Market, aunque la ubicación de esta me gusta más. Solo hay que cruzar el parque para plantarse en el muelle. ¿A ti qué te parece? —Observó a Amy, que se mostró de acuerdo con su comentario—. Por cierto —echó un vistazo a su reloj de pulsera—, ya debería estar aquí.
—¿Por qué no me has hablado de tu intención de buscar casa?
Tras un examen más minucioso, Zack descubrió la sombra de la duda asomando a sus ojos. ¿Acaso se le estaría pasando por la cabeza la idea de que él tuviera la intención de mudarse allí solo? Se dispuso a desterrar esa disparatada idea de su cabeza pasándole el brazo por la cintura, atrayéndola a su cuerpo y besándola amorosamente en los labios. Su encantadora Amy también había pasado lo suyo, y estaba claro que sus inseguridades no iban a desaparecer de la noche a la mañana.
Después, se la quedó mirando embelesado, mientras le apartaba los rizos que la brisa de la bahía traía a sus mejillas.
—No soporto vivir por más tiempo como lo estamos haciendo hasta ahora. Detesto cuando tengo que salir de tu cama a toda prisa para ir a vestirme a la casa de Eloisa porque en tu armario no hay espacio para mi ropa. Odio cuando me llevo trabajo a casa y me encierro en el despacho, porque cuando hago un descanso y me entran ganas de besarte, tengo que recorrer todo el puñetero corredor del edificio para verte. Y podría seguir enumerando inconvenientes porque la lista es jodidamente larga. Me siento como si estuviera en tierra de nadie. —En los sugerentes labios femeninos se fue perfilando una radiante sonrisa—. Pero por encima de todo eso, lo más importante es que te amo tanto que necesito que demos un paso más, así que quiero una casa que sea de mi propiedad y la quiero contigo. —Amy se puso de puntillas para darle un sonoro beso en los labios—. Entonces, ¿hay trato?
—Ni lo dudes.
Fin
Agradecimientos
Una vez más, quiero aprovechar estas líneas para agradecerles a mis lectores todo el apoyo que me brindan, y por permitir que siga viviendo este sueño tan maravilloso del no quisiera despertar nunca.
De muchas maneras distintas, todos habéis contribuído a que esta profesión me parezca la más bonita del mundo y, por eso, siempre me esfuerzo en ofreceros lo mejor de mi.
Ojalá con esta novela, Después de la lluvia, consiga devolveros parte de la felicidad con la que me colmáis vosotros.
Con todo mi cariño,
Mar Carrión.
1 TC: Tomografía Computerizada
2 Estadio de fútbol de los Ravens de Baltimore