Capítulo 22
Amy tenía las ideas hilvanadas, los dedos colocados sobre el teclado y el documento abierto por la última página escrita de Magia en el aire, pero su estado de excitación era tal que no conseguía escribir ni una sola palabra. De vez en cuando se levantaba de la silla, daba un paseo por el salón o echaba algún viaje a la cocina, incluso trató de sacarse la ansiedad agarrando a Mr. Pillow para marcarse unos cuantos pasos de baile, pero nada de eso funcionó.
No podía hacer otra cosa más que estar pendiente de la hora y de que se iluminara la ventana de Zack.
Todavía no estaba segura de cómo iba a enfocar el tema para que resultara lo menos espinoso y amargo posible. Antes de encontrarse con Arlene, ya temía que la reacción de Zack fuera desmesurada, pero ahora que Amy se había acercado a ella por iniciativa propia, el temor se unía al nerviosismo para formar una mezcla que la mantenía en permanente tensión.
Pasada la medianoche, cuando estaba contestando e-mails recibidos de sus admiradores para felicitarla por Arrastrados por la corriente, la ventana de enfrente brilló en la oscura fachada del edificio. Amy se puso en pie de un salto, agarró el bolso en el que había guardado uno de los grupos de cartas que pretendía enseñarle, se lo colgó a modo de bandolera y salió al corredor.
Zack le abrió la puerta antes de que Amy tuviera tiempo de hacer una honda inspiración con la que atemperar la desazón que le oprimía el pecho. Al verlo al otro lado del umbral con la corbata deshecha, los faldones de la camisa blanca por fuera de los pantalones y las mangas remangadas hasta los codos, el cabello revuelto, la sombra de la barba acentuando su masculinidad y la mirada taimada inflamada de deseo, Amy pensó en dejarlo para otro momento más apropiado; por ejemplo, para el día siguiente. Pero cuando la agarró por la cintura para hacerla pasar y cerró la puerta, le tomó la cabeza entre las manos y descendió la suya para besarla, entonces se le pasó por la mente la idea de no contárselo jamás.
¿Por qué había tenido que ser ella la que se topara con las cartas de su madre?
¿Por qué tenía que ser ella la que le obligara a revivir un pasado tan doloroso que hasta se había inventado otro para simular que el real no había existido jamás?
—¿Estabas espiándome por la ventana? —musitó contra los rizos que le ocultaban la oreja—. No has tardado ni un minuto en aparecer.
—Sí, te estaba espiando —reconoció ella con una sonrisilla—. ¿Has cenado?
—En el hospital. La carne al horno que preparan los lunes por la noche tiene un sabor incalificable, pero Kevin ha hecho que me olvide de él porque se ha dedicado a amenizar la velada hablándome de lo feliz que es con Terry —resopló con hastío—. Nunca le conocí enamorado y la verdad es que no me perdí nada interesante. No se puede ser más empalagoso.
Si Amy hubiera estado de buen humor, habría agarrado el cojín que había sobre el sofá a su derecha y se lo habría estampado en la cabeza. Como no era el caso, se limitó a dar una contestación desapasionada.
—Estoy muy contenta por ambos.
—Por supuesto, yo también lo estoy. —Zack le frotó los brazos y luego la besó brevemente en los labios—. Voy a darme una ducha rápida.
Amy pensó en dejarlo para más tarde, pero al instante cambió de opinión porque seguro que después de la ducha surgiría otra cosa, y luego otra, e indefinidamente encontraría mil excusas para postergar la conversación.
—Zack —Amy le asió por encima del codo para impedir que se alejara—, ¿puedes esperar un momento? Necesito hablar contigo.
Él supo que era importante en cuanto se encontró con el gesto intranquilo.
—¿Qué sucede? ¿Eloisa ha dado un paso más y te ha encargado las invitaciones para su boda? —bromeó.
—No se trata de Eloisa —contestó seria. A continuación, rodeó su cuerpo y dio unos pasos aleatorios que la llevaron hacia el centro del salón, quedando Zack a su espalda. Solo al escapar del influjo de su mirada, reunió los arrestos suficientes para adentrarse en el tema—. Se trata de unas cartas que he encontrado en una caja que Ava guardaba en el armario de su oficina.
—¿Qué cartas?
Amy abrió el bolso y las sacó del interior al tiempo que se daba la vuelta. Con la yema del dedo siguió la línea de la goma que las unía, antes de alargar el brazo para tendérselas.
—Ten. Debes verlas.
El misterioso deje de la voz de Amy hizo que Zack frunciera el ceño al recibirlas de su mano. Al tropezar con el nombre de su madre en el espacio destinado al remitente, los músculos faciales se contrajeron, pero cuando extrajo una del fajo para darle la vuelta y leer los datos relativos al destinatario, la expresión se le endureció tanto que pareció esculpida en un bloque de granito.
—¿Qué es esto?
—Había muchas, al menos doscientas, y todos los sobres estaban cerrados. Por los matasellos he podido comprobar que te escribía todos los meses, durante al menos quince años. He supuesto que Ava nunca te las enseñó.
Amy unió las manos y giró el anillo de su dedo corazón. No apartó la vista de él en ningún momento, a la espera de que se produjera una reacción, aunque todas las señales físicas evidenciaban que la rabia que habitaba en él desde tiempos inmemorables se había despertado de súbito junto a la más absoluta incomprensión.
Por deferencia a Amy, que no tenía la culpa de haberse topado con aquello que le estaba quemando las manos, dominó sus turbulentas emociones mientras dejaba caer el bloque de cartas sobre la mesa auxiliar, como si arrojara una bolsa de basura al contenedor.
Ella lo observaba expectante y nerviosa, a juzgar por cómo daba vueltas al anillo, pero Zack pasó por su lado sin mirarla, deteniéndose frente a la ventana del salón. Metió las manos en los bolsillos de los pantalones y no se reconoció en el reflejo que proyectó en el cristal. Tenía la expresión ida, casi deshumanizada, así que esquivó su desoladora imagen y miró hacia la derecha, donde las luces del muelle bordeaban la bahía en la que un buque de carga se hallaba amarrado.
Los recuerdos del funesto verano en el que acudía todos los días al puerto para fantasear con colarse en alguno de los barcos y escapar lejos de allí estaban más frescos que nunca en su memoria. Y le causaron el mismo insoportable dolor de antaño, como si no hubieran pasado más de veinte años.
Amy aguardó en silencio a sus espaldas, dándole tiempo a que procesara los nuevos acontecimientos. No se atrevía a continuar con el resto de la historia hasta que no se le asentaran los ánimos. Cuando vio que los puños que formaban sus manos en el interior de los bolsillos se aflojaron, dio un par de pasos que la acercaron a él y entonces pudo ver el reflejo atormentado de su rostro en el cristal de la ventana.
—Me gustaría saber qué estás pensando —murmuró Amy.
Zack movió la cabeza con gesto enérgico.
—Pienso en lo patéticos que son los métodos que utilizan algunos para limpiar su conciencia. La de Margot debía de estar sucia como una cloaca si para exculparse tuvo que escribir tantas cartas. —Hizo una breve pausa y luego fue sentencioso—. Me alegro de que Ava no me las enseñara jamás. De adolescente no habría sabido encajarlo y me habría hecho mucho más daño del que puede causarme ahora.
—¿No te habría gustado saber que tu madre no se olvidó de ti?
—Mi madre se marchó a Nueva York, no al fin del mundo. —Se dio la vuelta tras espetar las palabras contra el cristal—. Hay tres horas de distancia en coche, una hora y media en avión y dos en tren. No necesitaba escribir ninguna puñetera carta si lo que en realidad deseaba era estar en contacto conmigo. No sé por qué Ava las guardó, pero tú puedes llevártelas y tirarlas a la basura.
Amy se mordió los labios. Sabía que sería tajante, pero no hasta ese extremo.
—¿No tienes ninguna curiosidad por saber qué dicen?
—Ninguna. —El furor de sus ojos no engañaba. Zack terminó de deshacerse de la corbata y la dejó caer sobre el sofá—. Te hablé de esto porque nunca me he sentido tan a gusto al lado de una mujer. Te lo conté porque me importas —resumió, tan obcecado en lo que estaba diciendo que no se dio cuenta de que sus palabras encerraban una confesión de sentimientos que emocionaron a Amy—. Pero el tema está cerrado. Lo cerré hace muchos años y no pienso volver a abrirlo.
Zack mostraba una actitud tan inflexible que Amy no sabía hasta qué punto iba afectarle el que hubiera visto a Arlene. Comenzó a temer que sus actos marcaran un antes y un después en su relación con él. De todos modos, no se arrepentía de haberlo hecho porque su único afán era ayudarle a desprenderse de ese odio que no le permitía confiar ni abrir su corazón a nadie, sobre todo a una mujer.
—Tengo algo más que decirte. —Sus ojos del color de la miel se entornaron, al tiempo que apoyaba las manos en las caderas—. He visto a Arlene Sanders hace unas horas.
—¿Todavía anda por aquí? Joder... —Zack se llevó una mano a la frente y se la frotó con vigor—. ¿Y cómo es que la has visto? ¿Te ha perseguido?
—No, no me ha perseguido. Tenía el coche estacionado al otro lado de la calle y ella estaba dentro. Te esperaba a ti.
—Pensé que había sido lo suficientemente claro, pero ya veo que tendré que decírselo de otro modo.
—Estuvimos hablando. —A él se le formó un gesto interrogante—. Has de saber que no fue ella la que vino a mí, sino que fui yo la que se acercó a su coche.
—¿Y se puede saber por qué diablos hiciste eso? Porque tengo la impresión de que no fue para hablar de tus novelas, ¿me equivoco?
—No, no fue para hablar de mis novelas —contestó con serenidad—. Acababa de encontrarme con las cartas de Margot y cuando vi a Arlene pensé que ella podría arrojar algo de luz a la historia.
—¿Arrojar algo de luz? ¿Y no se te ocurrió pensar que prefiero que la mierda se quede debajo de la alfombra porque si se remueve, apesta?
—¿Y nunca te has planteado que si no nos liberamos de las cadenas que nos atan al pasado, nunca seremos libres? —Empleó un tono de voz dulce que no apaciguó su crispación.
—Aplica esa frase tan manida a tus novelas o a tu vida, pero no vuelvas a entrometerte en la mía porque me gusta como está.
Su acusada decepción, así como que la excluyera de su vida, atravesó el alma de Amy como si recibiera una puñalada. Empezó a angustiarse porque ya podía vislumbrar las consecuencias desastrosas de sus actos.
Zack agitó la cabeza y volvió a cerrar los puños. Tenía la mandíbula rígida y la mirada furibunda. Parecía un volcán a punto de entrar en erupción.
—No puedo creer que lo hayas hecho —masculló.
—Espero que entiendas que no lo hice con mala fe. Tú me importas muchísimo y yo...
—¡Habla! —le exigió—. Quiero que me lo cuentes todo, palabra por palabra. Quiero saber qué preguntas le hiciste y qué te contestó ella. Quiero conocer el contenido de todas las podridas mentiras que Margot le ha contado a su hija.
—Ella... no sabe mucho más de lo que sabes tú. —Cerró un momento los labios para contener el repentino temblor de la barbilla—. Cuando el médico de Los Angeles les dio tu nombre fue cuando Margot le habló de ti, de las cartas, de cómo era su relación con Ava...
—¿Cómo era su relación con Ava?
—Era... tensa.
—Sí, desde luego que era tensa. ¿Y te ha dicho por qué? —Amy ni negó ni asintió—. Porque lo único que hacía esa mujer era pasarse los días tumbada en el sofá viendo la televisión, excepto cuando desaparecía algunos fines de semana en los que supuestamente se iba de viaje con sus amigas, eso era lo que nos contaba. Ava tuvo que dejar la compañía de baile para ocuparse de mí. —Se pasó una mano por el pelo y la dejó sobre la nuca mientras los ojos se movían furiosos por el suelo. La mano cayó y volvió a fijar la mirada en ella—. Sigue.
—No hay nada más relevante, Zack.
—Claro que sí, ¡todavía queda lo mejor! —El contraste de sus ojos llameando fuego y la gélida sonrisa que esbozó desconcertaron tanto a Amy que estuvo a punto de decirle que parara con aquel proceso de autodestrucción—. ¿Qué versión le contó a su hija sobre su fuga? Porque tuvo que darle una explicación, ¿no es así?
—Margot conoció a otro hombre al tiempo de fallecer tu padre. —Zack comenzó a negar de un modo frenético pero Amy prosiguió, con la sensación de que estaba caminando por un campo sembrado de minas—. Se enamoraron y se marchó con él a Nueva York.
—¡Mentira! —Su bramido iracundo hizo que Amy diera un respingo—. Lo conocía de antes, de mucho antes. Tenía una relación paralela, por eso se largaba los fines de semana a Nueva York: ¡para encontrarse con él! —Zack tembló, y ella volvió a apretar los labios para deshacer el picorcillo que sintió en la nariz y que envió lágrimas a sus ojos—. Mi padre la amaba tanto que hubiera dado su vida por ella, por eso cuando se enteró, cuando Margot le dijo que iba a dejarlo, él... —Exhaló una bocanada de aire viciado por el odio que lo carcomía—. Ava me lo contó todo mucho tiempo después, cuando yo ya estaba en la universidad.
Amy tuvo un horroroso presentimiento que necesitó contrastar con él.
—¿Qué le pasó a tu padre, Zack?
—No puedo —volvió a negar. Después movió la mano hacia la puerta—. Vete.
Amy parpadeó para librarse de las lágrimas que ya le encharcaban los ojos. Lo que fuera que le pasara por la mente le torturaba mucho más que si le arrancaran las uñas una a una. Dio un paso que la acercó a él. La necesidad de tocarlo, de apaciguar su sufrimiento con el amor tan desbordante que sentía era superior a sus fuerzas, pero lo contuvo porque intuía que rechazaría cualquier gesto de esas características.
—Ava y tú mencionáis siempre un accidente, pero ¿qué clase de accidente tuvo?
—No puedo hablar de eso.
—Claro que puedes. Lo has silenciado durante demasiado tiempo y te está consumiendo por dentro. —Se arriesgó a posar la mano sobre su brazo, pero él hizo un giro brusco y rechazó el contacto—. Sácalo, Zack.
—Lárgate, Amy.
—No voy a irme a ningún sitio —replicó con la voz quebrada—. ¿Cómo murió?
—Maldita sea, ¡se suicidó! —bramó, con el rostro contraído por la intensidad del dolor que reflejaban sus palabras—. Se ahorcó en el garaje de casa horas después de que Margot le dijera que iba a dejarlo por otro hombre. ¡Y fui yo quien lo encontró!
Zack escondió los ojos enrojecidos dándole la espalda. La virulenta confesión le aceleró tanto la respiración que emitió un sollozo seco mientras caminaba hacia la ventana. Apoyó el brazo contra el cristal, la frente sobre la muñeca y cerró los ojos, aunque en lugar de encontrar serenidad en las tinieblas, se reencontró con la imagen de su padre colgando de una viga.
Aquel desgraciado día, Zack había llegado a casa tras terminar las clases. Todo estaba silencioso y su madre se había marchado, porque ni su bolso ni su chaqueta estaban en el perchero de la entrada. Seguro que se había ido con sus amigas y no volvería hasta después de la cena. Recordaba que fue directo a la cocina para sacar una Coca-Cola del frigorífico, después se sentó ante la mesa y se puso a hacer los deberes hasta que su padre llegara del trabajo. Pasó una hora entera, luego otra más, y a él empezó a inquietarle su retraso, pues James Parker era un hombre que nunca se entretenía en el camino de vuelta a casa.
Con los deberes terminados, inspeccionó una a una todas las habitaciones por si había dejado alguna nota, pero no halló nada. Por último, fue al garaje, encendió la luz y se encontró con su padre colgando de una viga del techo mediante una gruesa cuerda que le rodeaba el cuello. El cuerpo oscilaba lentamente, arrancando un odioso gruñido a la viga, y los ojos estaban fijos en los suyos aunque miraban a través de él. Zack sabía que no tenían vida pero, aun así, se quedó parado en el umbral en estado de shock, esperando que su padre se quitara la soga del cuello y le dijera que todo había sido una estúpida broma.
Después de que esa imagen lo destruyera, Zack no recordaba muy bien lo que había sucedido a continuación. Sabía que llamó por teléfono a la abuela, que la casa se llenó de policías, que su madre lloró lágrimas falsas y que los días siguientes fueron una pesadilla. El funeral, las personas que se habían acercado para expresar sus condolencias, Ava devastada sacando fuerzas de flaqueza para responsabilizarse de todo, su madre haciendo las maletas para largarse de Baltimore...
Sintió que la mano de Amy se posaba en su espalda para mover la palma en una delicada caricia que no alivió la tensión de sus músculos agarrotados; al contrario, hizo que su dolor se volviera más punzante.
—Lo siento muchísimo, Zack. —Amy se enjugó las lágrimas con el dorso de los dedos y, a continuación, apoyó la mejilla en su espalda. Las manos acudieron a sus costados, el cuerpo todavía se convulsionaba bajo el efecto de sus sufridos jadeos, y luego le rodeó la cintura con los brazos hasta que quedó unida a él—. Te quiero tanto que verte sufrir así me destroza el alma.
El sentido abrazo de Amy, así como sus amorosas palabras, lo mortificaron. Zack abrió los ojos a la noche para encontrarse con que la oscuridad que anidaba en su interior era mucho más densa, fría e inhóspita que la que se tragaba las calles de Fells Point al otro lado de la ventana.
—No tenías ningún derecho a destapar todo esto —dijo al fin con la voz distante, como si le hablara a través de un largo túnel—. No me respetaste cuando te dije que las quería a las dos fuera de mi vida, que no quería saber nada de ellas. Tuviste que inmiscuirte y fastidiarlo todo —cabeceó, a la vez que dejaba caer el brazo con el que se apoyaba en el cristal—. No puedo perdonártelo, Amy, así que quiero que te vayas.
Ella recibió sus palabras como si le propinaran una cuchillada que la desgarró por dentro. Muy lentamente, despegó la mejilla de su espalda y aflojó el abrazo con el que se aferraba a él, sintiendo que cada minúsculo fragmento en que acababa de rompérsele el corazón temblaba como una hoja.
—¿Significa que...?
—Significa que no quiero volver a verte.
—Zack... —pronunció su nombre como un lamento, al tiempo que todas las lágrimas que le cabían en el cuerpo se le agolpaban en los ojos para caer en aluvión por las mejillas—. Yo jamás pretendí herirte.
—Pero lo has hecho, y no te imaginas de qué modo. Quiero que te marches.
Amy se cubrió la cara con las manos para ahogar los sollozos y dio un paso atrás, topando con el reflejo de Zack en el cristal de la ventana. Él tenía los ojos húmedos y los labios apretados, signos evidentes de que no estaba tomando una decisión sencilla pero, al mismo tiempo, su expresión era firme y las palabras crudas.
—Te amo —le dijo Amy, entre emocionada y hundida.
—Ya te advertí que no lo hicieras —replicó con sequedad.
Si algo conocía de Zack en el poco tiempo que había pasado junto a él, es que era un hombre de ideas firmes y de convicciones inamovibles. Nada de lo que le dijera le haría cambiar de opinión; si acaso, sus razonamientos solo contribuirían a que él se reafirmara más en su postura.
El eco de las últimas palabras que Zack le había dedicado le retumbaron en la cabeza mientras caminaba hacia atrás tambaleándose, como si hubiera perdido el rumbo. Él no agregó nada más, solo aguardaba en la misma postura rígida, esperando a que ella se marchara, así que Amy se dio la vuelta y caminó deprisa hacia la puerta.
Supo que habían pasado horas desde que llegó a Inner Harbor porque las aguas más lejanas de la bahía Chesapeake pasaron por varias tonalidades: del azul brillante del día al anaranjado del atardecer, y luego al púrpura que precedía a la noche. Las horas allí pasaban más rápidas que en ningún otro lugar, y eso era lo único que Amy deseaba, que transcurriera el tiempo.
El puerto era el único sitio en el que encontraba un poco de consuelo aunque, cuando algún barco imponente surcaba sus aguas, las historias que él le había contado acudían a su mente con tanta celeridad como las lágrimas a sus ojos. En casa se agobiaba. La visión de la ventana de enfrente, que desde hacía días tenía la persiana echada, era un constante recordatorio de que no sería capaz de remontar su vida si Zack no estaba a su lado. Y cuando iba a la escuela de baile las sensaciones que experimentaba allí también la abrumaban. Tenía la sensación de que Ava podía observarla y que, en cualquier momento, alzaría la voz para decirle lo mal que lo había hecho con su nieto.
Aunque Amy no se arrepentía de haber actuado como una mujer enamorada.
La brisa se impregnó de una ligera llovizna que le refrescó el rostro congestionado. Algunas personas que caminaban por el paseo abrieron los paraguas a la noche y Amy sacó el suyo del bolso, aunque no abandonó el banco en el que se hallaba sentada desde hacía varias horas. Se cubrió con la tela impermeable, cruzó las piernas y presenció cómo el alumbrado público se encendía, irradiando destellos ámbar que también le recordaron al color de sus ojos.
En su mente abotagada se coló el sonido de unos tacones que resonaron a su izquierda, aunque no se molestó en mirar hacia la propietaria porque sabía que se trataba de ella. Terry la había llamado al móvil hacía algo menos de una hora y Amy le había indicado dónde podía encontrarla. Estaba siendo su mayor apoyo, como ya lo fue en su día cuando se divorció de Jerry, al igual que ella había sido el suyo cada vez que se venía abajo en su relación con Kevin. Eloisa también estaba al tanto de lo que había ocurrido pero, como no quería preocuparla, se dejaba el sufrimiento al otro lado de los muros de Keswick cada vez que iba a visitarla. Aunque mucho se temía que no podía engañar a la abuela, por mucho que se pusiera una máscara en la cara.
Terry llegó al banco y se sentó a su lado. Amy levantó un poco el paraguas para cubrir a su amiga con él y, bajo la tela azul, unieron los hombros y las cabezas.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó Terry al cabo de unos segundos.
—Igual que ayer, y que antes de ayer.
—Solo ha pasado una semana, todavía es pronto.
—¿Pronto para qué? —inquirió, con la voz cargada de tristeza.
—Para que te sobrepongas. Para que se te suavice el dolor. Para que se te empiecen a cerrar las heridas.
Con la mirada perdida en el oleaje espumoso que levantó una lancha motora que dejaba atrás el muelle, Amy reflexionó sobre ello.
—Sé que todo eso ocurrirá, que no voy a vivir eternamente sufriendo por amor. Pero no es eso lo que más me preocupa.
—¿Y qué es, entonces?
—¿Alguna vez has amado tanto a un hombre que cuando lo has perdido te has sentido como si te amputaran un miembro? ¿Como si te arrancaran una parte tan esencial de ti que nunca volverás a ser una persona completa? —Terry asintió lentamente—. Pues así es como me siento yo. Cuando me separé de Jerry lo pasé muy mal porque estaba enamorada, pero nunca tuve la absoluta certeza de que él fuera mi otra mitad.
Terry le cogió la mano entre las suyas y se la frotó.
—Dale tiempo. Zack tampoco lo estará pasando tan bien cuando ha cogido sus cosas y se ha largado a la cabaña de Shepters. Aunque no ha querido hablar con Kevin, me ha dicho que no tiene buen aspecto, que se dedica a sus pacientes y que no cruza ni una palabra con nadie.
—Sé que él no me ama, así que si está mal es debido a sus asuntos familiares.
Terry no tenía argumentos para rebatirla, y tampoco quería crearle falsas esperanzas consolándola con frases que ni ella misma creía.
—¿Arlene y su madre ya están en casa?
Arlene se sentía culpable por lo que había sucedido entre los dos. Amy la había llamado al día siguiente de la discusión para ponerla al corriente de los últimos acontecimientos, y la pobre se echó a llorar como si hubiera sido ella la causante de la ruptura. Fue inútil que Amy insistiera en que fue ella la que, por iniciativa propia, se le había acercado la noche en que esperaba a Zack a la entrada del edificio, y que también fue ella la que había sugerido que tomaran un café para charlar del escabroso tema, pero no hubo forma de convencerla de lo contrario. A Amy le daba pena, bastante tenía ya con sus problemas como para responsabilizarse de los de los demás.
En la conversación telefónica que mantuvieron ese día, aunque Amy le advirtió que Zack no le prestaría ni un solo segundo de atención, Arlene le respondió que tenía que intentarlo una última vez antes de darse por vencida.
—Al menos debo hacerle ver que ha sido muy injusto contigo, que tú no tienes la culpa de que mi madre y yo hayamos irrumpido en su vida —le había dicho.
Un par de días después, la joven le había devuelto la llamada. Su voz sonó tan apagada al otro lado de la línea que, antes de que despegara los labios para contarle lo que había sucedido, Amy ya se había imaginado que no tenía buenas noticias. Como Zack había hecho la maleta y se había ido a Shepters, Arlene provocó el encuentro en el aparcamiento del hospital cuando salía de sus instalaciones para marcharse a casa.
—No quiso escucharme, ni siquiera se detuvo. Pasó por mi lado como un ciclón y lo único que me dijo fue que si no desaparecía de una vez por todas, llamaría a la policía y me denunciaría por acoso —le había explicado entre desconsolada y resignada—. Así que mañana volvemos a casa.
Amy encogió las piernas porque el aguacero había apretado y se le estaban mojando los zapatos y las perneras de los pantalones. A unos metros de distancia, la lluvia horadaba las aguas del puerto provocando un sonido atronador que a Amy le resultó especialmente evocador.
—Sí, ya deben de estar en Nueva York. Ayer por la tarde vinieron a despedirse de mí.
—¿La madre también?
—Margot se quedó dentro del coche porque Arlene creyó que me incomodaría conocerla. Lo cierto es que por mucho que me explicara las razones que la llevaron a actuar así, seguiría sin entender que abandonara a su hijo, pero yo no soy quién para juzgarla, así que me acerqué y la saludé.
Terry pasó un brazo alrededor del de Amy y suspiró largamente.
—Menuda historia.
—Durante toda la vida, me he sentido un poco diferente al resto porque no he tenido a mis padres físicamente cerca cuando los he necesitado. Pero ahora me siento agradecida de que siempre estén al otro lado del teléfono y de que se vuelquen conmigo cuando vienen a Baltimore. —Terry se acercó para darle un beso en la mejilla—. ¿Crees que debería llamarlo?
—¿A Zack? —Amy asintió—. Él sabe muy bien cuáles son tus sentimientos, así que si en algún momento decide que le importan, será él quien te llame a ti.