Capítulo 15

Arlene apuró el café que bebía directamente del envase de plástico, lo depositó en una papelera que encontró en la calle y después cruzó los espacios ajardinados del Johns Hopkins hacia la puerta de la entrada principal. Nunca había estado en el Hopkins, así que quedó impresionada por el conglomerado de edificios anexionados que albergaban tras sus elegantes muros acristalados todas las especialidades existentes en la Medicina. Según había leído en internet, la planta de Neurología y Neurocirugía se hallaban en la torre Sheikh Zayed, así que se encaminó hacia allí tras preguntar a la recepcionista pelirroja de la majestuosa entrada del vestíbulo.

El Johns Hopkins estaba clasificado como uno de los mejores hospitales de Estados Unidos. Si su equipo médico era tan brillante como sus instalaciones, sin duda alguna debía de serlo. Los detalles hablaban por sí solos: suelos blancos de mármol, paredes pintadas de color marfil y techos altísimos y acristalados, al igual que toda la estructura exterior. Los toques de color provenían del mobiliario, escogido en diferentes tonos de verde. Y todo estaba impoluto y perfectamente ordenado.

Arlene se había pasado casi toda la noche en vela, dando vueltas en la cama porque se sentía demasiado intranquila como para cerrar los ojos y dormir. De lo que sucediera ese día dependía el destino de Margot, así que la presión que soportaba era demasiado grande. Durante las horas de insomnio planeó la visita hasta el más mínimo detalle. Sabía lo que tenía que decir y cómo decirlo. Sabía incluso qué camino debía tomar en el caso de que él se negara a hacerse cargo de la enfermedad de su madre.

No obstante, aunque todo lo tenía debidamente esquematizado en su cabeza, cabía la posibilidad de que su plan se fuera al traste en cuanto lo tuviera enfrente. Tratar con Zack Parker no era lo mismo que hacerlo con otros cirujanos.

Arlene entró en el ascensor junto a otros visitantes y pulsó el botón de la planta décimo segunda, con la esperanza de encontrarlo allí. Salió a un vestíbulo más pequeño que el anterior pero del mismo estilo decorativo, con enormes sofás de color verde y un corredor que se abría a ambos lados de la planta. Tomó el pasillo de la derecha, avanzó unos metros y encontró la sede de recepción, en la que una enfermera rubia estaba sentada frente a la pantalla de un ordenador, introduciendo datos de un expediente que tenía abierto sobre la mesa. Llevaba unas ridículas gafas de color fucsia que hacían juego con el coletero con el que se sujetaba el pelo en lo alto de la coronilla. Tenía el ceño tan fruncido sobre los ojos azules que las cejas prácticamente se tocaban, aunque Arlene esperaba que cambiara la expresión conforme se acercaba a ella.

—Buenos días, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Espere un momento —contestó sin mirarla.

Arlene aguardó y aprovechó para echar una ojeada a ambos lados del corredor. No había demasiado movimiento por los alrededores: un enfermo se paseaba tirando de su gotero con ruedas, una enfermera rechoncha empujaba un carro con instrumental médico y un par de médicos abandonaban una habitación, alejándose hacia el otro extremo. Ninguno era Zack.

—¿Qué desea? —le preguntó la enfermera sin cambiar la ceñuda expresión.

—Deseo hablar con el doctor Zack Parker.

—¿Está citada con él?

—No exactamente. —Arlene echó mano de la carpeta en la que llevaba todas las pruebas médicas de Margot, y la dejó sobre la blanca superficie del mostrador—. Hablé con él cuando todavía trabajaba en Towson y me dijo que viniera a Baltimore cuando pasaran unos días. Tengo que tratar con él un asunto de mucha relevancia. —Dio unos golpecitos sobre la carpeta, pero los ojos azules continuaron clavados en los suyos.

—Así no es como se hacen las cosas en el Hopkins, señora. Si quiere hablar con el doctor Parker tendrá que pedir cita como el resto del mundo y seguir el protocolo.

La enfermera parecía de esas personas que disfrutaban poniéndole a la gente las cosas difíciles, así que Arlene supo que no iba a conseguir absolutamente nada tratando aquel tema con ella.

—¿Podría al menos ser tan amable de decirme si el doctor se encuentra en estos momentos en el hospital?

Su mirada le dijo que no se lo diría antes de que lo hicieran sus labios.

—Baje a recepción y pida una cita.

La mujer posó los dedos sobre el teclado y la ignoró.

Arlene recogió su carpeta, murmuró un escueto «gracias» y deshizo sus pasos hasta regresar a los sofás que había frente a los ascensores. Por fortuna, estaban alejados de la vista de la simpática enfermera que acababa de atenderla ya que, de lo contrario, habría hecho lo posible por echarla.

Se sentó, a la espera de que Zack Parker apareciera en algún momento del día. No iba a pedir ninguna cita que demorara más el poco tiempo que les quedaba. Este se agotaba con espantosa rapidez, y con él, las esperanzas de que Margot se curara.

Ese día, su desesperación se vio recompensada con un poco de suerte. A los cinco minutos, el cirujano apareció tras las puertas del ascensor.

Aunque hubo un breve contacto de miradas, él no hizo ningún gesto de reconocimiento mientras tomaba el camino hacia el mostrador donde estaba la amable enfermera. Arlene se puso en pie con rapidez, se arregló el cabello que se había peinado a toda prisa por la mañana e hizo lo mismo con la falda que se le había arrugado al sentarse. Quería causar buena impresión al doctor. Recuperó la carpeta y esperó a que él regresara.

Aunque el corredor formaba un ligero ángulo y estaba fuera de la vista de la enfermera, podía verlo charlar con ella, de cuyas manos regordetas tomó una carpetilla plastificada. Arlene se plantó en medio del pasillo cuando él emprendió el regreso. Estudiaba con atención unos papeles, pero levantó la vista cuando Arlene se aclaró la garganta.

—Doctor Parker. No sé si me recuerda.

Zack llegó a su altura y, tras un breve reconocimiento visual, asintió despacio.

—Me persiguió por todo Towson con su Chevy de color verde. La recuerdo, aunque no su nombre.

—Arlene Sanders. —Se estrecharon la mano—. Quedamos en que vendría a verlo cuando ya se hubiera instalado en Baltimore. Le hablé de que mi madre tenía un tumor cerebral y que el doctor Henry Preston me había remitido directamente a usted. He traído algunas pruebas médicas para que les eche un vistazo. —Elevó la mano en la que sostenía la carpeta.

Zack volvió a detectar en la joven el nerviosismo que ya la atenazaba cuando la conoció en los alrededores del Taco Bell de Towson. También parecía asustada, pero la determinación que la empujaba y que hacía que en todo momento le mirara fijamente a los ojos era mucho más fuerte que sus temores, fueran estos cuales fueran.

La enfermera rubia de las gafas fucsias se estiró desde detrás del mostrador al escuchar las voces y clavó una mirada furibunda en Arlene.

—¿Qué hace usted ahí? ¿No le dije que pidiera cita en recepción? Doctor Parker, siento muchísimo que esta chica le haya asaltado en medio del pasillo. Vaya a hacer su trabajo y ya me ocupo yo de ella.

La mujer hizo ademán de bordear el mostrador pero Zack la detuvo con sus palabras.

—No se preocupe, Helen, está aquí porque yo se lo pedí. —Ella lo miró con gesto agradecido mientras él echaba un rápido vistazo a su reloj de pulsera—. Dentro de diez minutos comienza mi ronda de visitas, siento no poder dedicarle más tiempo. —Señaló una puerta blanca y la instó a que lo siguiera.

—Será suficiente. Muchísimas gracias.

Entraron en una pequeña sala de reuniones en la que había una mesa ovalada de madera de cerezo, un televisor de plasma sobre una mesa de cristal y un armario archivador que ocupaba toda la pared de la derecha. Zack la invitó a sentarse pero Arlene declinó el ofrecimiento con un gesto de cabeza. Le entregó la carpeta, en cuya cubierta aparecía el nombre y apellido de su madre: Margot Sanders.

—Aquí está todo lo que le han hecho hasta la fecha.

Zack fue pasando las diversas radiografías, los electroencefalogramas y las TC de la paciente para tomar contacto con el extenso historial, mientras la joven contenía la respiración a su lado. Arlene lo miraba de soslayo para interpretar posibles reacciones. Aunque el doctor estaba serio, detectó un afilado interés en la forma en que sus pupilas se movieron inquietas por los documentos, facilitando que se aflojaran algunos de los múltiples nudos de angustia que le retorcían el estómago. Otros se apretaban un poco más con cada paso que avanzaba, hasta el punto de que su propia salud se estaba viendo perjudicada.

Como todo estaba ordenado por fechas, Zack capturó un escáner cerebral, el más reciente, de hacía poco menos de un mes, y lo puso a contraluz para echarle un rápido vistazo. No tenía buena pinta, aunque no podía evaluar la magnitud de los daños hasta que no lo estudiara minuciosamente. Lo devolvió a la carpeta y miró a la joven.

—Me quedaré con todo el material, lo estudiaré y, si le parece bien, la llamaré de aquí a unos días para darle mi opinión.

—Mi teléfono móvil está ahí dentro. Supongo que tendrá que realizarle sus propias pruebas para determinar el alcance de la enfermedad.

—Si llego a la conclusión de que existe alguna forma de extirpar el tumor, sí, se las haría. Pero de momento no se preocupe por eso. Regrese a casa y descanse. Me pondré en contacto con usted tan pronto como me sea posible.

Ella negó, al tiempo que la miel dorada de sus ojos se ensombrecía.

—Hace meses que vamos dando tumbos de un hospital a otro sin que nadie nos dé una solución. Y el tiempo empieza a agotarse. —Se mordió fuertemente los labios, Zack pensó que para reprimir las lágrimas—. Si de verdad cree que puede hacer algo por mi madre, entonces le suplico que me ofrezca una respuesta algo más precisa, doctor Parker.

Por alguna razón que no llegaba a comprender, Zack empatizaba con la desesperación, con el miedo y con el dolor que transmitía Arlene Sanders. No tenía nada que ver con que fuera una mujer preciosa, era más bien algo que nacía del interior, como si ya la conociera de antes, aunque estaba seguro de que no la había visto en toda su vida.

—Tenga en cuenta que estoy desbordado de trabajo y que solo puedo ocuparme de su caso en mis escasos ratos libres. Sin embargo, le prometo que la llamaré dentro de cinco días para darle una respuesta concluyente. —Ella entreabrió los labios para dejar escapar un suspiro de alivio—. ¿Le parece bien?

—Me parece bien.

—Ahora haga lo que le he dicho, márchese a casa y descanse, o sus ojeras terminarán pasándole factura.

Ella asintió, dando muestras de que convenía. Sin embargo, el gesto ansioso persistía, revelando que había algo más que le rondaba la cabeza. Zack aguardó a que le pusiera voz a sus pensamientos, pero ella vacilaba tanto que decidió intervenir.

—Señorita Sanders, si no tiene nada más que agregar, tengo que empezar mi ronda de visitas.

—Claro, discúlpeme.

Zack accionó el tirador de la puerta y la abrió para que ella le precediera. El corazón de Arlene latió con vigor, obligándola a que no desoyera sus necesidades. En un arranque de valor, se giró en medio del pasillo y lo miró.

—Doctor Parker, sí que hay algo más que debo decirle.

—Está bien. Adelante.

Él le ofreció su total atención, pero llegado el momento en que sus labios se entreabrieron para sacar aquello que la martirizaba desde hacía tantos días, la razón se impuso al corazón y Arlene se echó atrás. No era el momento ni el lugar adecuado para tratar aquel tema.

—Olvídelo —Agitó la cabeza—. Estaré pendiente de su llamada.

Tras un esclarecedor y productivo domingo, Amy ya estaba ciegamente convencida de que había superado su frustrante bloqueo literario. El paseo romántico por Inner Harbor, las miradas cómplices, las mutuas confidencias, los besos apasionados... De acuerdo, no era coincidencia que el muro de hormigón que aprisionaba su imaginación se hubiera roto justo después de compartir con Zack esos momentos tan intensos que luego resultaron ser un fiasco, pero lo verdaderamente importante es que su cabeza volvía a ser productiva, un auténtico hervidero de ideas que se multiplicaban a un ritmo tan veloz que casi era imposible retenerlas antes de tener tiempo de apuntarlas.

Experimentó un alivio tremendo al sentir que las palabras fluían con la facilidad de antaño. Había recuperado la capacidad de crear personajes sólidos y reales, de los que se colaban en el corazón del lector, así como de inventar tramas adictivas de las que era difícil despegarse hasta que no se llegaba al final de la lectura. Un escritor sabía eso. Un escritor diferenciaba cuándo estaba creando algo sin sentido o una buena novela, de esas que perduraban en el recuerdo de quienes la leían.

Magia en el aire había pertenecido al primer grupo, pero ahora iba a convertirla en una maravillosa historia de amor. Tenía las claves. Poseía el entusiasmo. Lo único que le faltaba era comunicárselo a su agente y pedirle un importantísimo favor.

Cuando se lo dijo por teléfono a primera hora de la mañana, Terry se exaltó tanto que le exigió que se personara de inmediato en su oficina. Lo primero que hizo al recibirla fue cerrar la puerta con el pestillo, llevársela rápidamente hacia su mesa e instarla a que le contara con detalle todos y cada uno de los cambios que pensaba introducir en el texto original.

—He llegado a la conclusión de que desarrollar la trama en un claustro universitario y que el protagonista masculino sea profesor de universidad es la combinación más aburrida que podría habérseme ocurrido. Además, la profesión de Julie tampoco termina de convencerme. ¿En qué estaría yo pensando para creer que habría química entre un profesor y una jueza?

Amy despejó un rinconcito de la atiborrada mesa de Terry y se impulsó con los brazos para subirse a ella. Su amiga la secundó.

—Atravesabas un mal momento —la excusó—. Si te hubiera dicho que escribieras sobre un chimpancé y una morsa, también te habría parecido que formaban la pareja ideal.

Amy rio ante su comentario.

—A ver qué te parece. —Sacó un folio doblado del interior de su bolso y lo desplegó. Escritas a mano estaban todas las anotaciones que había ido tomando en los últimos días, para que no se le olvidara nada. Las revisó y comenzó por el punto que podría causar el rechazo de Terry—. Estoy trasladando la ambientación a un hospital.

—¿A un hospital?

—Sí, ya lo tengo todo pensado y te aseguro que las instalaciones hospitalarias van a dar mucho más juego que los muros sobrios de la universidad. —Terry enarcó una perfecta ceja rubia—. Ya sé que te parece un lugar muy poco original, pero tienes que dejar al margen tus circunstancias personales y centrarte en la historia que voy a contarte.

—Bueno, si le das un enfoque rollo Anatomía de Grey es posible que tenga gancho —bromeó—. ¿Sam sería médico?

—Neurocirujano. Y Julie será actriz.

Terry hizo un nuevo mohín.

—Es un cóctel interesante.

A continuación, Amy fue compartiendo sus notas, haciendo un bosquejo del esqueleto de la novela para que captara el planteamiento general. Su amiga asentía, seducida tanto por el nuevo giro del argumento como por el rumbo que pretendía darles a los personajes. Cuando finalizó, Terry esgrimía una expresión radiante.

—¿Te he convencido?

—Estoy rendida a tus pies —Amy rio jubilosa, aunque Terry le lanzó una advertencia que hizo que se pusiera algo más seria—. Pero antes de lanzar las campanas al vuelo, tengo que ver los cambios en el papel para estar completamente segura de que lo que me has contado es tan bueno como parece.

—Los verás, y te lo seguirá pareciendo.

Terry ignoró una llamada de teléfono. En aquellos momentos, no había nada tan importante como ser testigo de que Amy había recuperado toda la confianza en sí misma.

—¿Cuándo ha sucedido?

—¿El qué?

—Tu inspiración, ¿qué va a ser si no? ¿Cuándo ha regresado? El sábado pasado estabas empeñada en ese asunto de la escuela de baile porque creías que las ideas se te habían secado para siempre.

Amy se encogió de hombros.

—A lo largo de la semana, no sabría precisar un momento concreto —mintió descaradamente. Como no era relevante para Terry, no quiso confesárselo—. Respecto a lo otro, soy escritora porque es lo que mejor y lo que más me gusta hacer, pero eso no significa que no pueda tener otras inquietudes. Sigo pensando igual que el sábado.

—No es eso lo que he querido dar a entender. Me refería a que como nunca habías demostrado interés en convertirte en empresaria, todavía estoy un poco sorprendida. Pero sabes que cuentas con mi apoyo para todo lo que necesites. —Apoyó la palma de la mano en el muslo de Amy y le dio un ligero apretujón.

—De todos modos, no sé si este asunto llegará a materializarse porque Zack ya ha puesto anuncios con la venta en todos los periódicos de la ciudad.

La mirada de Terry se afiló como si acabara de reparar en algo que se le había estado escapando todo el tiempo.

—¿Ha tenido él algo que ver en esto?

—¿De qué hablas?

—De Zack. —Amy arrugó la frente, haciéndose la despistada, así que Terry le preparó un resumen—. Zack se muda al apartamento de enfrente, tenéis un pequeño escarceo amoroso y tú no solo recuperas a las musas sino que decides trasladar el argumento de la novela a un hospital para convertir a tu protagonista en un neurocirujano. No puedes negar que la relación es bastante estrecha.

—Es posible que Zack me haya dado el empujoncito que necesitaba para romper con mi bloqueo profesional, pero te aseguro que el contenido ya estaba ahí antes de que él apareciera. —Balanceó los pies mientras le venía a la mente la imagen de la enfermera Ryan abriéndole la puerta del apartamento—. Tengo que contarte una cosa.

No había hablado con Terry desde que estuvieron en la piscina, así que su amiga no estaba al tanto de lo que había sucedido el sábado por la tarde. Amy le narró el episodio imprimiendo mordacidad a sus palabras, para que no fuera tan latente que encontrar a Zack con otra mujer le había afectado más de lo que deseaba admitir.

—¿Es normal que me sienta como una idiota? —inquirió al finalizar.

—Por supuesto que no. Yo me sentiría igual que tú, con la pequeña salvedad de que habría tenido unas cuantas palabras con él hasta quedarme a gusto.

Amy negó.

—No tengo ningún derecho a recriminarle nada, solo fue un beso en la puerta de casa, sin promesas de ningún tipo. Es cierto que pensé que había surgido algo especial entre los dos, pero está claro que me equivoqué de raíz porque, de lo contrario, supongo que no estaría tirándose a la enfermera Ryan.

—Eso viene a darle cierto sentido a mi teoría.

—¿La de que no le gustaron mis besos?

—No, claro que no. Seguro que besas de maravilla. —Le dio un pequeño empujoncito con el hombro que generó en ella una sonrisa desganada—. Me refiero a la otra teoría, la de evitar a aquellas mujeres que puedan ser una amenaza a su soltería.

—Yo no estoy buscando un marido. Precisamente y gracias a Jerry, es lo último que deseo en mi vida.

—No me refería al matrimonio, hablaba en sentido figurado. Ya sabes, evitar establecer lazos emocionales.

Amy quedó en silencio, sumida en unas reflexiones que fueron apagándola como una vela que se quedaba sin oxígeno. A Terry le preocupó que el doctor le hubiera tocado el corazoncito.

—¿Y aún le regalaste las galletas?

—¿Qué otra cosa podía hacer? Intenté salir dignamente de la situación. —Amy torció el gesto y luego se frotó la mejilla. No le apetecía continuar escarbando en sus emociones, ni seguir sacando conclusiones. Lo único que quería era dejar de pensar en Zack. De un salto se puso en pie y, a continuación, abordó el verdadero motivo por el que estaba allí, con todos los ánimos renovados—. Tengo que pedirte un favor.

—Cuéntame.

—Ya sabes que antes de ponerme a escribir, me documento exhaustivamente, y como esta novela va a desarrollarse en un hospital, que es terreno virgen para mí, he pensado que podrías pedirle a Kevin que me ayudara en mi labor de investigación. Me gustaría visitar las instalaciones del Johns Hopkins, hacer preguntas a los médicos y a las enfermeras, incluso, si es posible, me gustaría estar presente en alguna operación... ya sabes que siempre intento ser lo más fiel posible a la realidad.

—¿Presenciar una operación? —Terry hizo una mueca.

—Desde la galería, claro. Creo que podré soportarlo.

—Contemplar una operación no es como hacerse un corte en un dedo y ponerse una tirita.

—Creo que hasta ahí llegan mis conocimientos en cirugía, pero no creo que pueda asustarme más que aquella noche que pasé con el equipo de parapsicólogos en la casa encantada de Mount Winans y vi cómo se movían los objetos a mi alrededor. ¿Se lo dirás a Kevin?

—Se lo diré, pero no creo que pueda echarte una mano. Este año está muy ocupado con el equipo de internos que tiene a su cargo y dice que no tiene tiempo ni para respirar.

—Pero podría hablar con otro médico que no tenga tanto trabajo.

—Se lo comentaré esta noche, si es que aparece por casa antes de que me meta en la cama —comentó con desdén, como siempre que se refería a su esposo—. Supongo que no entra en tus planes pedírselo a Zack.

—¿Estás de broma? Por supuesto que no pienso proponérselo a él.

—No te pongas a la defensiva, solo era un comentario. —El móvil de Terry vibró sobre la mesa y ella se giró para alcanzarlo—. Mañana te diré algo. —Se quedó mirando la pantalla al tiempo que el nombre que aparecía en ella le arrancaba una sutil sonrisa—. Perdona un momento, tengo que contestar la llamada.

Terry se bajó de la mesa y acudió al ventanal que mostraba una bonita panorámica del puerto. Las aguas de la bahía tenían esa mañana un tono metalizado que se fundía con el gris acerado del cielo. Como contrapunto al color lánguido del día, Terry vestía un ceñido vestido rojo de punto que resaltaba su exuberante feminidad.

Aunque Amy no pudo escuchar a la persona que estaba al otro lado de la línea, los mensajes cortos y de tono sugerente, así como las sonrisas bobas que se le escapaban mientras el dedo índice enroscaba distraídamente un mechón de pelo eran señales inequívocas de que hablaba con el chico de la piscina.

—¿El examen ha ido bien?... A mí también me apetece mucho... Entonces paso a recogerte a eso de las ocho y media.

Luego el tono disminuyó tanto que le resultó imposible entender lo que le dijo en la despedida, antes de que cortara la llamada con una mueca ensimismada.

Regresó a la mesa y dejó caer el móvil sobre la superficie atiborrada de manuscritos. Amy esperó a que fuera ella la que tomara la iniciativa para ponerla al corriente de los últimos acontecimientos, pues era evidente que su relación con el chico de la piscina había avanzado en los últimos días. Sin embargo, Terry quedó abstraída en sus pensamientos románticos, haciendo que Amy sintiera deseos de darle un manotazo para que regresara a la realidad.

—Hace días que no hablamos sobre lo tuyo con... con el estudiante de los granos en la cara que usa aparatos para los dientes.

—Se llama Mark. —Desoyó el tono satírico de Amy. Daba la sensación de que nada de lo que Amy pudiera decirle erosionaría su conciencia lo más mínimo—. Mark ha estado liado estudiando para los exámenes parciales y solo hemos podido vernos para tomar algún que otro café. Ahora está libre y esta noche hemos quedado para salir a cenar.

—Así que va en serio.

—Voy a dejarme llevar. —Terry acudió al dispensador de agua para llenar un vasito de plástico—. Estoy cansada de tomarme la vida tan en serio, ¿sabes? Siempre he hecho lo que se suponía que tenía que hacer o lo que todo el mundo esperaba que hiciera y, francamente, ningún esfuerzo me está mereciendo la pena. Así que por primera vez, voy a coger las riendas de mi vida y voy a darle prioridad a mis necesidades. —Se bebió el vaso de agua a pequeños sorbos, luego miró a Amy y le habló con seriedad—. Sabes bien que desde hace mucho tiempo no soy feliz. He reflexionado en los últimos días y he llegado a la conclusión de que no es justo que responsabilice a nadie de mi desdicha porque sé con certeza que yo también soy responsable de ella. Pero me niego a seguir viviendo atrapada en este pozo oscuro del que no sé cómo salir. Mark no me ha sacado de él y, para ser totalmente sincera conmigo misma, tampoco creo que lo vaya a hacer, pero ¿sabes una cosa? Él es como un pequeño rayito de luz que se ha filtrado en mi vida para dejarme ver que, además del negro, existen otros colores. Por eso no quiero volverle la espalda a ese pequeño rayo de luz. Me hace sentir bien y está consiguiendo hacerme recordar lo que era tener esperanza. —Al percibir que los ojos azules se humedecían, Amy abandonó la mesa y acudió a su lado—. Así que, por favor, no me juzgues —le suplicó.

Terry era reservada con sus sentimientos. Cuando hablaban de sus problemas, solía referirse a los suyos utilizando siempre la ironía, escudándose en ella para evitar parecer vulnerable a ojos de nadie. Amy sabía que solo era una pose, y que sufría por dentro aunque no estuviera dispuesta a admitirlo. Por eso, verla ahora tan afectada la conmovió profundamente.

Amy le quitó el vaso de plástico ya vacío para dejarlo caer en una papelera y luego le dio un fuerte abrazo.