Capítulo 23

Zack había pedido en el hospital que le doblaran los turnos, incluso había solicitado trabajar durante sus días de descanso porque los pensamientos que le bombardeaban el cerebro cuando estaba ocioso eran enfermizos. Sin embargo, la petición le había sido denegada por el comité médico aduciendo que su trabajo, así como el del resto de los cirujanos, entrañaba tanta responsabilidad que no estaban dispuestos a asumir riesgos en la atención a los pacientes por alargar las jornadas del personal.

A pesar de las circunstancias, Zack seguía siendo una persona responsable y el compromiso por su trabajo primaba por encima de todo. No obstante, necesitaba desahogarse de algún modo en aquellos momentos de asueto en los que su mente aprovechaba para recordarle los sombríos pensamientos que lo atormentaban; así que durante los días libres salía al exterior con la mochila a la espalda y mataba el tiempo recorriendo de punta a punta el Robert E. Lee Park, desde que se ponía en marcha por la mañana hasta que regresaba exhausto por la noche. Entonces tomaba asiento en el balancín que había instalado en el porche junto a un pack de cervezas y bebía hasta que todo lo que las mujeres Sanders habían removido dejaba de importarle. Hasta que el alcohol adormecía la necesidad de volver a ver el rostro angelical de Amy, por besar sus labios y abrazar su cuerpo. Por hacerle el amor al tiempo que ella murmuraba en su oído sus apasionadas declaraciones de amor.

Durante la primera semana, la rabia le había ayudado a no tener dudas respecto a la manera en que había manejado aquel maldito asunto. Con Arlene y Margot lejos de Baltimore —porque esperaba que se hubieran marchado definitivamente después de amenazarla con llamar a la policía si insistía en perseguirlo—, volvería a centrarse en sus asuntos. Y con el paso del tiempo, todo quedaría reducido a una simple aunque desagradable anécdota.

En el transcurso de aquella primera semana, tampoco había desconfiado de su capacidad para olvidarse de Amy. Cierto que ella había entrado en su vida con más fuerza que ninguna otra mujer a la que hubiera conocido jamás, y también era la única que se había acercado lo suficiente a ese lugar acorazado que a veces parecía fundirse cuando se miraban a los ojos. Amy fue como una sensación adictiva que le asedió el cuerpo, que creció con cada nuevo encuentro, exigiéndole que demandara un poco más de ella. Pero, aun con todo, Zack había creído que todavía estaba a tiempo de desintoxicarse de la mujer que había colaborado a que reviviera la pesadilla.

Sin embargo, a la segunda semana de hacer las maletas para marcharse a Shepters, la rabia había ido cediendo y su lugar había sido sustituido por un estado de permanente confusión, en el que todas las ideas se fueron enredando hasta que le hicieron perder de vista el horizonte. Y ya no estuvo seguro de nada.

Desengancharse de ella no se le antojaba tan sencillo como había supuesto, y en cuanto a su pasado...

Zack se había llevado las cartas que Amy dejó en su apartamento con la intención de deshacerse de ellas una vez que estuviera en Shepters. Pero al llegar allí, las había lanzado con un brusco movimiento sobre la mesa del salón, de tal manera que resbalaron hasta caer al suelo. Y en él se quedaron durante días hasta que, en uno de esos momentos en los que se sentía tan desorientado, las agarró y se las llevó consigo al porche.

Dudó qué hacer durante horas, mientras recorría con la mirada las letras que formaban el nombre de Margot sobre el papel amarillento. Ava había querido protegerlo de ella, pero Zack ya no era ningún crío al que hubiera que mantener al margen de lo que aquellos sobres encerraban.

Con esa idea rasgó al fin el papel y sacó del interior el folio plegado que su madre había escrito hacía veintiséis años. El primero de los muchos que vinieron después. Zack se ayudó en la lectura echando mano de la cerveza, pues no habría podido hacerlo sin un poco de anestesia. Tras leer la primera carta siguió con la siguiente, después continuó con la tercera, y así sucesivamente hasta que leyó las veinte que formaban el fajo agrupado con la goma.

Al terminar, permaneció sentado en el balancín bebiendo sin cesar, arrugando los envases que vaciaba para lanzarlos en un rincón en el que se fueron amontonando hasta muy entrada la noche. Una noche oscura como todas las que la precedían desde que llegó allí, con la salvedad de que en esa en particular, el firmamento comenzó a plagarse de luminosas estrellas.

Continuaron pasando los días sin que modificara ninguno de sus nuevos hábitos. De la cabaña iba al hospital y del hospital regresaba a la cabaña. En las horas libres siguió dando larguísimos paseos por el bosque, repasó la lectura de algunas de las cartas y comenzó a leer la última novela de Amy, Arrastrados por la corriente. Una tarde, al salir del hospital, había visto el libro en el escaparate de una librería y no pudo resistirse a comprarlo. Tardó unos días más en comenzar a leerlo, pero cuando lo hizo no pudo parar hasta terminarlo. Encontraba cierto consuelo cuando se perdía en sus palabras.

Por las noches, se dejaba caer en el balancín y reflexionaba, a la espera de que la neblina que no le dejaba ver el horizonte terminara por disolverse. Zack era un hombre seguro de sí mismo que siempre había tenido muy claro lo que debía hacer en cada situación que se le planteaba, por eso odiaba sentirse tan desorientado.

No supo exactamente qué fue lo que provocó que, al cabo de tres semanas de llegar allí, un buen día se levantara de la cama con la determinación de que debía realizar cambios en la exasperante rutina en la que se había transformado su vida. Tal vez lo motivó el caos que imperaba en la cocina, que se había convertido en un contenedor de cacharros sucios que se apilaban por todos los rincones, fiel reflejo de lo desordenado que tenía el cerebro. Quizás fue la imagen descuidada y patética que le devolvió el espejo. Tenía ojeras y ninguna cuchilla de afeitar había pasado por su cara en todo aquel tiempo. Por no mencionar que la ropa que usaba cuando se encontraba en casa llevaba demasiados días sin hacer una visita a la lavadora.

Zack pasó aquel día adecentando la pocilga en la que se había convertido su hogar y después hizo lo mismo con su aspecto personal. Una vez terminó, no solo se sintió mucho mejor consigo mismo, sino que hizo una llamada al hospital, metió unos cuantos enseres en una bolsa de equipaje y puso rumbo al aeropuerto.

A Arlene se le detuvo el corazón cuando fue a abrir la puerta y vio a Zack Parker al otro lado del umbral. Si no hubiera sido una imagen tan real, si no hubiera estado tan segura de que estaba despierta y de que se hallaba hablando por teléfono cuando sonó el timbre, habría pensado que se trataba de un sueño.

De un buen sueño.

En sus últimos encuentros, una vez que Zack supo quién era ella, su temperamento explosionaba cada vez que aparecía ante él. Ahora, por el contrario, la pose relajada y el semblante distendido hacían pensar que venía en actitud conciliadora.

El impacto de su visita le dejó la mente en blanco y Arlene ni siquiera fue capaz de formular un saludo. Se quedó mirándolo fijamente al tiempo que una vorágine de optimismo le devoraba las entrañas, a la espera de que fuera Zack quien tomara la palabra.

Él también la miró de frente a los ojos dorados tan similares a los suyos, aunque todo el parecido físico terminaba ahí. Ella debía de parecerse a su padre mientras que él era el vivo retrato del suyo, a excepción de los ojos, que eran los de Margot.

—¿Ella está aquí? —le preguntó. La joven afirmó con vigor—. ¿Puedo pasar?

—Claro.

Arlene se hizo a un lado y Zack pasó a un pequeño recibidor cuyas paredes estaban pintadas en color blanco. A la derecha, sobre un mueble negro de diseño moderno, había un jarrón con flores rojas y un retrato de Arlene con Margot y con un señor mayor que debía de ser su padre.

—¿Cómo me has encontrado?

—En las cartas figuraba la dirección de la casa de tus padres, así que he estado en Queens por si todavía residían allí. Al encontrarla cerrada le he preguntado a una vecina, y ha sido ella quien me ha dicho que Margot se mudó contigo a Brooklyn cuando enfermó.

También le había dicho que el padre de Arlene falleció de un ataque al corazón hacía cinco años, que no tenía hermanos y que estaba soltera y sin compromiso. Si se hubiera quedado cinco minutos más, la señora le habría contado la vida entera.

Arlene dio por hecho que él había leído las cartas tras la breve alusión que acababa de hacer a las mismas, y que esa sería la razón por la que, finalmente, había tomado la decisión de ver a su madre. Se mantuvo a la espera con una expresión expectante que se iba volviendo ansiosa por momentos. Tras la grata impresión inicial, comenzó a inquietarle el hecho de que por fin fuera a producirse el encuentro entre Margot y Zack, pues una cosa era pensar en él, y otra muy distinta verlo convertido en algo real. Una cosa era programarlo, y otra que se propiciara de un modo tan imprevisto.

—Quiero disculparme contigo. Sé que te he tratado de forma injusta cuando tú solo hiciste lo que cualquiera hubiera hecho en tu situación. Lamento haber pagado mi ira contigo.

Arlene negó con determinación.

—Ahora sé cosas que desconocía cuando me acerqué a ti. De haberlas sabido con antelación habría cambiado mi modo de actuar. —Tras el encuentro con Amy Dawson, en el que quedó patente que Margot no se lo había contado todo, Arlene la interrogó nada más llegar a Nueva York. Entonces fue cuando se enteró de que el padre de Zack se había suicidado y de que fue él quien encontró el cuerpo. No podía ni imaginar el trauma que aquella experiencia podía ocasionar en una persona, más todavía en un niño de once años—. Yo también te pido disculpas.

Zack inclinó la cabeza, aceptándolas.

No podía sentir apego hacia ella aunque llevara su misma sangre, pero sí que fue consciente por primera vez de que la joven que tenía enfrente era su hermana.

—¿Puedo verla? ¿Puedo hablar con Margot?

—Sí, aunque antes preferiría decirle que estás aquí. —Zack aceptó—. Ahora mismo vuelvo.

La voz de las dos mujeres le llegó a oleadas pero no entendió ni una sola palabra de lo que dijeron. Escuchó un sollozo de Margot, seguido de un lamento, que le hicieron tensarse aunque no le conmovieron. Una cosa era que pudiera pensar en Arlene Sanders como una hermana, y otra muy distinta que pudiera ver a Margot como una madre. Eso jamás ocurriría pese al contenido de las cartas.

Unos minutos después, Arlene volvió a reunirse con él.

—Está muy impactada porque no esperaba que vinieras. Pero, por supuesto, quiere verte. —Arlene se pasó la mano por la barbilla en un gesto nervioso—. Sé que no tengo ningún derecho a pedirte nada pero... Ella está muy enferma y le conviene estar tranquila, por lo que te rogaría que...

—No he venido con la intención de discutir con ella. Solo quiero conocer su versión —la interrumpió—. Puedes estar tranquila.

Arlene se lo agradeció con una mirada calurosa.

—Sígueme.

Lo hizo a través de un pasillo corto que desembocaba en una puerta acristalada que dejaba pasar la luz. Arlene situó la mano sobre el picaporte, pero antes de que abriera la puerta de doble hoja, Zack colocó la suya sobre su muñeca.

—Prefiero tener esta conversación en privado.

—Por supuesto —accedió ella.

El salón parecía muy espacioso. Las paredes también estaban pintadas en blanco y los muebles eran modernos, de color negro. Había plantas colocadas en maceteros de colores por todos los rincones e incluso vio un jardín Zen con una fuente que emitía el constante y relajante sonido de un chorro de agua. En la pared de enfrente había dos grandes ventanales. Desde unos de ellos se apreciaba un fragmento del concurrido puente de Brooklyn, pero el otro tenía la persiana echada, haciendo que esa parte del salón estuviera más oscura. Zack miró hacia allí y entonces la vio. Estaba de espaldas a él, sentada en un sillón reclinable frente a un televisor al que le habían quitado el volumen.

—¿Eres tú, Zack? —preguntó la mujer al escuchar los pasos que se acercaban.

—Sí, soy yo.

No creía que el encuentro con su madre, después del rencor y de los años transcurridos, le removiera ni un solo sentimiento, pero se equivocó. Cuando rodeó el sillón y Margot apareció ante sus ojos, no pudo contener un vestigio de tristeza. Estaba muy cambiada, no solo por el irremediable paso del tiempo que había envejecido su cara y redondeado su cuerpo, sino también por los estragos de la enfermedad. Margot siempre fue una mujer bellísima, su padre se lo repetía cada día, pero ahora se había marchitado como una flor a la que no le llegaba la luz. Su sufrimiento, aquel del que hablaba en sus cartas, se apreciaba en cada marcada línea gestual, así como en los ojos sin brillo, cuya mirada se alzó para contemplarlo con tanta devoción que le hizo incomodar. Si Zack no hubiera interpuesto entre los dos un grueso muro de sólida frialdad, estaba seguro de que ella se habría levantado para rogarle un abrazo, sin importarle que él la hubiera rechazado.

—Qué guapo estás —le dijo con los ojos húmedos, al tiempo que Zack se detenía junto al televisor y metía las manos en los bolsillos de los pantalones—. ¿Quieres sentarte?

—Prefiero quedarme de pie. —Sabía perfectamente lo que había venido a decirle, pero alargó el silencio para acostumbrarse a su turbadora presencia—. Arlene te habrá dicho que he leído algunas de tus cartas.

—Al cabo de un tiempo de empezar a enviártelas, supuse que tu abuela no te las había entregado.

—No, no lo hizo.

—Imagino que te contaría cosas horribles sobre mí. —Apretó los labios a la vez que estiraba el brazo para indicarle a Zack que le acercara la cajita de pañuelos de papel que había sobre la mesa. Él se la entregó—. Algunas seguro que me las merecía.

—Te equivocas. Ella nunca me habría puesto en tu contra, simplemente dejó de mencionarte. —Margot cogió un pañuelo y se enjugó los ojos—. Yo era solo un crío pero vi cómo te marchabas después de la muerte de mi padre, así que te aseguro que no hizo falta que Ava me hablara mal de ti para pasarme la vida odiándote.

El duro contenido de sus palabras arrancó un sollozo a la mujer.

—Yo también me he odiado a mí misma desde entonces, y no hay ni un solo día en que no me arrepienta del modo en que hice las cosas. —Echó la vista atrás y más lágrimas amargas acudieron a sus ojos—. Hui por cobardía, porque no supe cómo manejar la situación.

—Huiste porque estabas enamorada de otro hombre —la contradijo, aunque sin utilizar un tono de reproche.

Por fuerte que fuera la tentación de recriminarla duramente, hacerlo habría respondido a un acto de orgullo o de rencor, y Zack no quería convivir más tiempo con esas emociones tan devastadoras. No quería otorgarle a Margot el poder de que siguiera haciéndole daño. Lo único que quería era conocer el resto de la historia, la que no estaba escrita en las cartas.

—Sí, me enamoré del padre de Arlene, pero esa no fue la única razón por la que me marché.

—¿Qué más razones encontraste? —inquirió imperturbable.

Margot se pasó el pañuelo por las pálidas mejillas y luego lo estrujó contra el pecho.

—Le dije a James que quería divorciarme, que ya no era feliz a su lado. Lo habíamos hablado otras veces pero él nunca se lo tomó demasiado en serio. Me hacía regalos y se portaba conmigo de maravilla porque pensaba que así volvería a amarlo. Pero eso no sucedió. Yo ya no soportaba vivir en una mentira, así que le conté que estaba enamorada de otro hombre y que quería dejarlo. Jamás se me habría pasado por la cabeza que dos días después de tener esa conversación fuera a cometer semejante locura —cabeceó afligida—. Como es natural, Ava quedó destrozada y por eso comprendo que me responsabilizara de su muerte.

Se ajustó el cinturón de la bata floreada y volvió a pasarse el pañuelo por los ojos irritados mientras sus últimas palabras calaban hondo en Zack. Él adoraba a su abuela, siempre estaría de su lado y nada de lo que Margot dijera empañaría su memoria, lo que no era sinónimo de que defendiera cada una de sus acciones. Conocía muy bien a Ava y sabía lo dura que podía llegar a ser. Por eso, a pesar de todo, decidió que lo más justo era liberar a Margot de una culpa que no le correspondía.

—Nadie es responsable de que otra persona decida terminar con su vida.

—Gracias, necesitaba oír algo así.

Margot se emocionó mucho al escuchar que la redimía de ese suplicio, pero Zack movió la cabeza en sentido negativo, rechazando un agradecimiento que le hizo sentir violento.

—Es lo que pienso.

Ella agachó la cabeza como un niño al que acaban de reprender y prosiguió tras tomarse un respiro. La carga emocional de los recuerdos la agotaba.

—Ava y yo nunca nos llevamos bien. Ella detestaba que yo fuera tan blanda y yo no soportaba que ella fuera tan dura, aunque jamás hice nada para ganarme su respeto. Durante esa época, Ava viajaba mucho con la compañía de baile y estaba lejos de Baltimore la mayor parte del tiempo, pero siempre se ocupaba de todo lo que yo debería haberme encargado como esposa y madre. Y me dejaba llevar. Para mí era muy cómodo que otra persona tomara las decisiones. —Se sonó la nariz y se aclaró la garganta—. Cuando James murió tuvimos una charla en la cocina, después del funeral. Le comenté que quería llevarte conmigo a Nueva York pero ella se negó en redondo. Me dijo que si no sabía cuidar de mí misma, mucho menos podría cuidar de mi hijo. Me acusó de cosas que no eran nuevas para mí porque ya me las había dicho antes, pero ese día fueron decisivas en mi marcha. Tuve que volver a escuchar que poseía una personalidad inestable, que era una madre irresponsable que se largaba los fines de semana para encontrarse con su amante, que no tenía los valores necesarios para educar a un niño... —Exhaló un suspiro trémulo—. Que si de verdad te quería, lo que debía hacer era apartarme de tu vida, porque significaba una mala influencia para ti. Y lo peor es que tenía razón en casi todo. —Margot rompió a llorar con amargura mientras Zack presenciaba estoicamente cómo se derrumbaba ante sus ojos. Cargó el peso en la otra pierna y sacó las manos de los bolsillos para cruzar los brazos. Se mantuvo a la espera, sumido en un incómodo silencio solo roto por los gimoteos de Margot—. Entonces me habló de sus planes de dejar la compañía para asentarse en Baltimore y ocuparse de ti. —Cerró un momento los ojos, buscando fuerzas para afrontar la parte más dolorosa de todas—. Sé que tu abuela era una buena persona, solo tengo que mirarte para saber que hizo un trabajo formidable contigo, pero no me sugirió que me marchara, más bien me lo ordenó. El mayor error de mi vida fue pensar que no tenía otra alternativa porque para mí era impensable encararme a ella, así que obedecí y me fui sin ti.

—¿Cómo es posible que tu temor a Ava fuera más fuerte que tu amor por mí? —La incredulidad habló por él mientras buscaba una mirada directa e incisiva.

—No era más fuerte, cariño, por eso no seguí a rajatabla sus indicaciones.

—Por favor, Margot, intenta no utilizar esos términos para dirigirte a mí —le exigió.

—Lo... lo siento. Está bien. —Margot se iba haciendo cada vez más pequeña en el sillón, pero sacó fuerzas de flaqueza para continuar explicándose—. Estuve cerca en los momentos más importantes de tu vida. Tú no podías verme pero yo me conformaba con verte a ti. A veces acudía al instituto y me quedaba esperando dentro del coche hasta que las clases terminaban y te veía abandonar el edificio para ir a casa. Tampoco me perdía ninguno de tus cumpleaños. Cuando Ava los celebraba en el jardín, me quedaba muy cerca de la valla trasera para poder escuchar cómo tus amigos te cantaban «Cumpleaños feliz», o cómo te volvías loco de alegría cuando desenvolvías algunos de los regalos que te hacían. El verano en que cumpliste catorce años solías acudir al muelle para sentarte en la orilla y observar durante horas los barcos que venían de alta mar. Parecías muy triste. —La voz se le quebró y hubo de echar mano de un pañuelo seco—. Luego apareció una chica muy guapa que te devolvió la alegría.

Margot continuó enumerándole momentos de la vida de Zack de los que había sido testigo, haciéndolo con tanta pormenorización de detalles que saltaba a la vista que siempre estuvieron muy vivos en su mente, y que los había repasado cientos de veces. Incluso recordaba cosas como la ropa que llevaba puesta o las descripciones físicas de las primeras chicas con las que comenzó a tontear en la escuela secundaria. Todas sus visitas fantasma a Baltimore para ver de cerca a su hijo era lo que Margot redactaba con tono afligido y amoroso en las cartas que luego le enviaba. Las que, de alguna manera, impulsaron a Zack a enfrentarse a su pasado.

—También estuve presente en tu graduación. No te puedes ni imaginar lo orgullosa que me hiciste sentir cuando te licenciaste en Medicina. —Hizo una nueva pausa, hasta que el nudo que volvió a estrangularle la garganta se aflojó para permitirle continuar—. Luego te mudaste a Brooklyn con tu amigo, ¡a Brooklyn! Creo que esos fueron los años más felices de mi vida.

—¿Cómo es que nunca te vi?

—Me ocultaba bien. Antes de tu mayoría de edad temía que si Ava me descubría merodeando a tu alrededor, pudiera interponer una orden de alejamiento contra mí. —Zack alzó las cejas. Ava no habría hecho algo así pero Margot, sin duda alguna, la creía capaz—. Después, a quien empecé a temer fue a ti. Ya habían pasado demasiados años desde mi ausencia y no habría podido soportar que me rechazaras. Prefería verte de lejos a no verte de ningún modo.

Zack llenó los pulmones de aire y lo fue dejando escapar lentamente mientras abandonaba su posición frente a Margot y se encaminaba hacia la ventana. A través de las rendijas de la persiana, estuvo observando el constante ir y venir de vehículos que cruzaban el puente de Brooklyn.

El proceso de catarsis personal que había comenzado en la cabaña de Shepters le estaba haciendo sentir diferente consigo mismo. Y eso era bueno. A Zack nunca le gustó mirar en su interior, pues sus entrañas eran un lugar oscuro e inhóspito, repleto de dilemas complejos y de emociones enfrentadas que jamás le apeteció resolver. Ahora veía claridad, como si despuntara el sol tras muchos e incesantes años de lluvia.

—Mis relaciones sentimentales siempre han sido un auténtico desastre. Nunca me he implicado afectivamente con una mujer, y cuando alguna lo ha hecho conmigo, he cortado de raíz todos los vínculos —comentó, sin apartar la vista del exterior—. Quise que eso cambiara cuando me casé con Elizabeth pero fue inútil, ¿y sabes por qué? —La miró por encima del hombro—. Porque me aterraba encontrarme con una mujer que pudiera cometer los mismos errores que cometiste tú.

Margot agachó la cabeza, como el reo al que le leen una sentencia condenatoria por algo que ha reconocido hacer. Después hubo más sollozos desconsolados que trató de amortiguar apretando el pañuelo contra la boca.

Zack la dejó llorar a su espalda mientras pensaba en ella: en la chispa de sus ojos que nunca se apagaba, en la dulzura de su voz que te envolvía en un abrazo de seda, en el sonido armonioso de su risa, en el olor cautivador de su piel, en el tacto suave de su piel... En la adicción a sentirse amado por una mujer tan extraordinaria como Amy.

—Voy a avisar a tu hija, quiero deciros algo a las dos.

Zack se alejó de la ventana y cruzó el salón hacia la puerta por la que había entrado minutos antes. Se asomó al pasillo y llamó Arlene. La joven acudió al instante, señal evidente de que aguardaba con impaciencia a que la reunión finalizara o a que Zack la hiciera partícipe de la misma. Estaba nerviosa, pero él la tranquilizó susurrándole que todo había ido bien.

Pasaron al salón. Por indicación de Zack, Arlene se sentó en el brazo del sillón que ocupaba su madre, a la que acarició el rostro con ternura para aflojarle el desconsuelo. Él se colocó frente a las dos y las miró detenidamente antes de ponerle voz a la importante decisión que había tomado. La más joven lo observaba como si el destino de sus vidas estuviera en sus manos, mientras que los ojos de la otra desprendían amor. Un amor que Zack nunca entendería y al que nunca podría corresponder.

—Voy a operarte —las informó.

Los ojos de Arlene se abrieron desmesuradamente mientras los de Margot continuaron vertiendo lágrimas a borbotones. Tras el impacto inicial, también los de la joven se humedecieron con el brillo de la dicha, una dicha que le salió por todos los poros de la piel.

—¡Oh, Dios mío, Zack...! —Se cubrió la boca con la palma de la mano, contra la que atemperó su emoción—. No puedo expresarte con palabras cuánto te lo agradezco.

—No lo hagas todavía, ambas sabéis que es una operación muy arriesgada y que el porcentaje de éxito es reducido. También quiero que sepáis que por razones morales no puedo ser yo quien te intervenga, Margot, pero lo hará otro cirujano bajo mi supervisión.

—¿Cuándo? —preguntó Arlene.

—Antes de una semana, no podemos esperar más tiempo. Si es posible, quisiera veros en el hospital pasado mañana para realizar todas las pruebas. Ingresarías ese mismo día.

—Estaremos allí —aseveró Arlene. Entonces rodeó los hombros de Margot para estrecharla contra su cuerpo y darle un beso en la cabeza—. Todo saldrá bien.

—Ahora tengo que marcharme —les anunció.

—Zack —Margot requirió su atención—. Convivo con el miedo a la muerte desde hace muchos meses, pero ya no tengo miedo. Sé que nunca podrás considerarme como tu madre y lo entiendo, pero el hecho de que quieras operarme es suficiente para irme en paz de este mundo. —Él asintió lentamente, aceptando la tregua sin añadir nada al respecto. Al hacer ademán de ponerse en movimiento para dar por concluida la reunión, ella volvió a hablarle—. ¿Puedo... tocarte?

Con gesto afectado, Arlene se puso en pie y acudió junto a la ventana para dejarle a su madre algo de intimidad. Mientras echaba un vistazo al exterior, se secó las lágrimas.

La súplica de Margot puso a Zack entre la espada y la pared. Se llevó la mano a la nuca y se frotó el cuello mientras sus ojos barrían el suelo en busca de la solución al dilema: la cabeza le decía que no lo hiciera mientras el corazón, que tras la catarsis era capaz de sentir piedad por esa mujer, le decía lo contrario. Por primera vez en su vida, siguió los consejos del segundo y se acercó a ella.

Impasible, sin despegar la vista del suelo, le tendió una mano que Margot acogió conmovida entre las suyas. Zack no sintió nada especial mientras su madre se rompía de emoción, tan solo experimentó la sensación de que el equipaje que todavía llevaba a cuestas seguía aligerándose.

A su debido tiempo retiró la mano, miró a los ojos de Margot, que lo observaban con devoción, y echó a andar hacia la puerta.

Arlene lo acompañó en el recorrido hacia la salida.

—Te agradezco en el alma todo lo que estás haciendo por nosotras. Tomar la iniciativa de venir a vernos ha debido de ser muy duro para ti.

—Lo he hecho por mí —comentó con el tono reposado—. Me equivocaba al suponer que uno puede darle la espalda al pasado eternamente. A no ser que quieras ser un desgraciado el resto de tu vida. —Arlene esbozó una sonrisa lánguida, con la que se mostró de acuerdo con sus reflexiones—. Tengo que irme.

—Ella está muy enamorada de ti. Solo pretendía ayudarte.

Arlene no conseguía desembarazarse de la sensación de culpabilidad respecto a su ruptura con Amy.

—Lo sé. Pero no te preocupes por eso, tú no eres la causante.

Zack la había pifiado muchas veces con las mujeres, aunque era la primera vez que realmente le dolía perder a una. Y lo que más le torturaba era que, después de todo lo que le había dicho, de cómo la había tratado, no creía que ese tren volviera a pasar para él.