Capítulo 8
Amy se puso en pie, cruzó los vestuarios y se detuvo frente al espejo de medio cuerpo que había colgado de la pared, junto a la puerta que daba acceso a la zona de las duchas y los baños.
Menuda pinta tenía con el chándal fucsia de hacía tres años al que se le notaba el desgaste por el uso. Además, le quedaba un poco holgado, ya que había adelgazado unos cuantos kilos en el último año. Debería haberse puesto las mallas negras y la sudadera azul, pero como el único trayecto que hacía a pie cuando iba a la piscina era el que iba de la bicicleta al vestuario y viceversa, no se preocupó de su aspecto. Inspeccionó la coleta desordenada, hecha de cualquier forma, así como la tez pálida y sin una pizca de maquillaje, por nombrar lo más evidente.
—¿Quieres un poco de brillo de labios? —preguntó Terry a sus espaldas, como si le hubiera leído el pensamiento.
—No, ¿por qué iba a quererlo?
Hasta ella se dio cuenta de que había contestado a la defensiva, y de que el ceño se le había fruncido en una respuesta involuntaria. Evitó mirar directamente a la cara de su amiga que se reflejaba en el ángulo izquierdo del espejo, con ese mohín irónico que se le formaba en los labios cuando creía saberlo todo. Amy se quitó la goma verde del pelo para rehacerse el peinado.
—Déjatelo suelto. El verde pistacho no combina ni con el fucsia ni con la camiseta naranja que llevas debajo de la chaqueta del chándal.
—Si buscara ir combinada habría puesto más atención al salir de casa.
Terry estaba en lo cierto, el vistoso coletero no pegaba con el resto de su atuendo. Pero como no quería darle la razón, conservó la coleta en lo alto de la cabeza y dejó escapar algunos rizos en las sienes.
—¿Sabes? Después de todo lo que me habéis contado entre Kevin y tú, tengo ganas de conocerlo.
—Pues es posible que lo hagas en breve, ya que ha pedido un traslado al Hopkins.
Una vez abandonaron las instalaciones del polideportivo, se despidieron en la puerta. Terry insistió, por segunda vez consecutiva en el transcurso de los últimos cinco minutos, en acompañarla hasta la cafetería para saciar la curiosidad que le despertaba Parker, pero Amy se negó en redondo y cada una tomó caminos opuestos.
En cuanto Terry desapareció tras las puertas del ascensor que descendía hacia el aparcamiento público, Amy se quitó apresuradamente la goma del pelo y se agachó frente al retrovisor de un porche rojo que había estacionado en la calle para ordenarse el cabello.
A esas horas de la tarde la cafetería estaba llena de gente. El olor a chocolate, a tortitas y a café flotaba en la atmósfera junto con las animadas conversaciones que mantenía la clientela. Pensó que todo el mundo se quedaría mirándola mientras recorría el interior del local en busca de una mesa vacía, pero sus pintas no debían de ser tan horrorosas ya que nadie le prestó la más mínima atención. Se sentó en un rincón iluminado por una lamparilla de pared que emitía una cálida luz anaranjada. Justo al lado había un bonito cuadro de un Inner Harbor nocturno, que se entretuvo en observar hasta que presintió la llegada de Zack Parker. Amy alzó la mano para hacerse ver por encima de las cabezas de los clientes que estaban sentados delante de ella, pero no fue necesario. Él ya la había localizado.
Vestía vaqueros, una camisa blanca y una americana oscura. Y estaba bastante serio. En la mano llevaba una carpetilla de color marrón que posiblemente contenía la razón del improvisado encuentro. Él sí que atrajo las miradas de un grupo de acicaladas mujeres que charlaban de modo ruidoso a unos metros a su derecha, quienes, al pasar por su lado, guardaron un repentino silencio. La del top amarillo sacó pecho y la del jersey azul de rayas le dio un codazo a la rubia que vestía de rojo. Cuando le vieron sentarse en la misma mesa que ocupaba ella, Amy leyó perfectamente el significado de las miradas escépticas y volvió a sentirse ridícula bajo la tela fucsia de su chándal ajado.
—Amy...
Zack inclinó la cabeza a modo de saludo, y tanto él como la carpeta de piel que dejó sobre la mesa recuperaron su atención. Amy respondió al saludo con simpatía antes de que un camarero se acercara a la mesa para tomarles nota.
—Un café con leche y dos cucharadas de azúcar para mí. Y la señorita tomará...
—Una infusión, gracias.
Tan pronto como el camarero se alejó hacia la barra, Amy buscó en sus ojos ámbar las respuestas a la pregunta que no cesaba de hacerse desde que había contestado al teléfono. Sin embargo, él desvió la atención hacia asuntos más triviales.
—¿Qué deporte practicas? —señaló con la cabeza su vestimenta.
—Estoy haciendo un poco de natación.
La contestación arrancó un brillo irónico en la mirada de Zack.
—¿En serio? ¿Estás aprendiendo a nadar?
—Bueno, esa fase ya está superada. Ahora estoy trabajando la resistencia física.
Zack asintió despacio, incomodando a Amy con el repaso que le hizo su mirada penetrante, que parecía esconder cosas hasta entonces nunca dichas.
—Me alegra saber que sacaste algo bueno de la experiencia en el lago Roland. —Estaba convencido de que ese sería el motivo por el que había aprendido a flotar en el agua. A continuación, el brillo humorístico desapareció por completo, y tanto la expresión como la voz adquirieron una inquietante gravedad—. Esta mañana he tenido una reunión con Alan Freeman, el abogado de mi abuela.
Amy parpadeó mientras esperaba a que desarrollara la explicación, pero él la observaba como si ella supiera de qué iba el asunto.
El camarero escogió ese momento para aparecer con el café y la infusión, pero ninguno hizo caso a las bebidas.
—¿Y bien? —inquirió la joven.
—Me ha facilitado una copia del testamento —agregó él, intensificando la mirada inquisitoria.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —Rodeó con las manos su taza de porcelana.
—Los dos sabemos perfectamente a qué me estoy refiriendo, así que, ¿qué te parece si nos saltamos esa parte en la que juegas a hacerte la despistada y vamos al grano?
La sonrisa insidiosa que esbozaron sus labios la descolocó por completo.
—Te aseguro que no tengo ni la más remota idea de lo que me estás hablando. Pero adelante, ponme al corriente de la situación.
Zack aceptó de buena gana la invitación, y echó mano de la carpeta que yacía sobre la mesa.
—A lo mejor esto te refresca la memoria.
Extrajo la copia del testamento de Ava y se la plantó delante de las narices. Ella sostuvo el papel con los dedos, al tiempo que su mirada confusa viajaba de los ojos acusadores del hombre a las letras mecanografiadas en el papel amarillento.
Zack observó con atención el movimiento de las pupilas en el sentido de la lectura, pendiente de las reacciones que se iban produciendo en ella a medida que se adentraba en la escueta redacción. Tenía los labios apretados, el ceño ligeramente fruncido y parecía que descubría por primera vez cuáles eran las últimas voluntades de Ava. Si fingía, lo hacía de maravilla, como la mejor de las actrices, y además tenía la suerte de poseer unos rasgos angelicales que la ayudaban a transmitir ingenuidad. Había que mantenerse firme para no dejarse convencer a las primeras de cambio por la inocente naturalidad de sus encantos.
—¿Ava me ha dejado la mitad de su escuela de baile? —Alzó los ojos hacia él, desmesuradamente abiertos por la sorpresa.
—No me hagas perder el tiempo haciéndote la tonta —la acusó sin apenas alterarse, aunque a Amy le daban más miedo las reacciones que reprimía que las que dejaba escapar. Le arrancó el papel de las manos para devolverlo a su lugar—. No es por una cuestión monetaria por lo que estoy tan indignado. Lo que me repugna es que te hayas aprovechado de la enfermedad de una anciana desvalida, a la que sabías que le quedaba poco tiempo de vida, para intentar sacarle el dinero.
—¿Qué?
—Cuéntame cómo te la camelaste. Me tragué tu rollo de que acudías a su lado por compasión cuando solo te movía el interés. Seguro que con esa carita de no haber roto un plato en tu vida, te resultó muy fácil hacerte amiga suya para que cambiara el testamento y te nombrara beneficiaria del local, ¿me equivoco?
A Amy se le aceleró la respiración. Las manos le temblaron en torno a la taza cuyos dedos todavía apretaban.
—Por supuesto que te equivocas. ¿Cómo puedes acusarme de hacer algo tan demencial?
—Porque es lo que creo —contestó sin cortapisas.
—¡Pero no tengo nada que ver en eso! Estoy... tan aturdida como tú.
—Yo no estoy aturdido, sino cabreado y muy decepcionado.
La información era tan impactante que la capacidad de reacción de Amy se vio seriamente mermada. No sabía qué la afectaba más, si enterarse de que Ava la había incluido entre sus herederos, o que Zack la estuviera culpando de algo tan horrible. Bajó las manos al regazo y las apretó con fuerza para que dejaran de temblarle, hasta que aunó fuerzas para contestarle.
—No tengo ni idea de la clase de persona que eres tú, pero te diré una cosa respecto a mí. —Los nervios la acaloraron tanto que la empujaron a hablar con vehemencia—: soy una mujer honrada, así que no voy a permitirte que me cites en una cafetería para tirarme esos papeles a la cara e inventar todo tipo de calumnias con no sé qué propósito.
Amy se levantó de golpe, faltó muy poco para que volcara la taza de té sobre la mesa. Esta tintineó y derramó en el plato un poco del líquido que ni siquiera había probado. Las mujeres que había a su izquierda se quedaron mirándola. Ante su clara intención de huir, Zack la detuvo a su lado agarrándola por la muñeca. Sus miradas chocaron en el aire, las dos fulminantes.
—Esta conversación no va a terminar hasta que este asunto quede aclarado, hasta que me convenzas de que eres tan honrada como dices ser.
—Yo no tengo que convencerte de nada. —Dio un pequeño tirón pero Zack no la dejó ir—. Si no me sueltas ahora mismo llamaré a seguridad.
—No creo que seas capaz —la provocó con una fría tranquilidad.
—Ponme a prueba.
Zack abrió despacio los dedos para ver qué ocurría a continuación; pero, en lugar de sentarse como él le había pedido que hiciera, se cargó la mochila al hombro y salió en estampida de la cafetería como alma que lleva el diablo.
Ya en la calle, Amy echó a andar hacia el polideportivo con la respiración tan alterada que, a pesar de que corría el viento, le faltaba el oxígeno. Que dudara de su integridad fue lo mismo que recibir una puñalada traicionera por la espalda. Las palabras que le había dedicado eran tan hirientes que parecía que fueran a explotarle en el interior de la cabeza.
Al cabo de unos segundos, escuchó pasos rápidos por detrás, así como una voz áspera que le exigía que se detuviera de forma inmediata. Amy no hizo el menor caso, sino que apretó el paso. Zack la obligó a obedecer cuando se situó a su lado y la agarró con firmeza por encima del codo para hacerla girar.
—¡Suéltame! —Forcejeó.
Una mujer y un hombre que caminaban por la acera cogidos de la mano se quedaron mirando a Zack como si fuera el sospechoso del atraco a un banco, así que no tuvo más remedio que soltarla. Amy aprovechó para continuar su camino hacia el edificio del polideportivo, dando rápidas zancadas con las que no logró deshacerse de él. Zack se puso a su altura y observó su perfil a través de las sombras de la noche. Genuina o no, una mueca amarga deformaba sus rasgos hasta el extremo de que parecía a punto de echarse a llorar o, lo que era más interesante, a saltar sobre él para golpearlo con sus pequeños puños. Le interesaba saber por dónde podía explotar si seguía presionándola. Él estaba decidido a llegar hasta el final.
—¿Por qué huyes? ¿Es que te faltan agallas para enfrentarte a mí, para enfrentarte a la verdad? Si no has hecho nada deberías estar tranquila, en lugar de salir corriendo despavorida como si tuvieras algo que ocultar. Tu actitud no hace otra cosa más que reafirmar mis sospechas.
—Déjame en paz —masculló, en un susurro furioso.
Amy era una mujer apasionada y visceral que estaba a punto de ceder a sus presiones, por lo tanto, aprovechando un momento en que Lake Wood quedó desierta, Zack se colocó frente a ella para obstaculizar cualquier nuevo intento de huida.
—¿Qué diablos esperabas que ocurriera cuando se hiciera público el testamento? ¿Que aceptaría el repentino cambio de planes de Ava sin cuestionarlo siquiera? —inquirió airado.
—Escúchame con atención ya que no pienso repetírtelo dos veces: jamás hablé con Ava sobre testamentos y jamás indagué en los bienes que poseía porque no me interesaban lo más mínimo. Ava era mi amiga, ¿entiendes? —Sus ojos llamearon en un intenso color verde—. Me da la impresión de que no la conocías tanto como afirmas porque, de lo contrario, no estarías tan sorprendido de las decisiones que tomó antes de morir.
—Pero tú te encargaste de conocerla bien, ¿verdad? De descubrir cuáles eran sus puntos flacos porque sabías que llegar a ellos era la única forma de engañarla.
Zack percibió que Amy se estaba rompiendo por dentro, pero ¿sufría porque estaba siendo sincera o porque la había descubierto? Necesitaba saberlo y esperaba que ella pudiera convencerle de algún modo, ya que no estaba dispuesto a tolerar que ninguna mujer volviera a tomarle el pelo en lo que le quedaba de vida.
—¿Sabes lo que te digo? Que puedes meterte el local por donde te quepa. Y ahora apártate de mi camino, por favor.
Amy tenía la punta de las zapatillas pegadas a sus zapatos. Su cuerpo sólido y descaradamente masculino, que a tan escasa distancia resultaba intimidante, parecía una pared de hormigón imposible de franquear. Las nubes de vapor de sus respiraciones aceleradas se entremezclaban en el minúsculo espacio que les separaba, al igual que las chispas que saltaban tanto de sus ojos como de los de él. En ese preciso instante, Amy le detestaba profundamente, con todas sus fuerzas, aunque muy a su pesar persistía ese «algo» que le hacía cosquillas en el vientre cada vez que estaba a su lado.
Zack siguió sin apartarse.
—Quiero entenderlo y quiero que te esfuerces en explicármelo. ¿Sabes por qué? Porque si Ava hubiera tenido que dejarle sus bienes a alguien, no habría sido a una completa desconocida que tiene una vida más o menos cómoda, sino a alguna de las múltiples ONG con las que colaboraba. A no ser, claro está, que esa persona se hubiera valido de su enfermedad para manipularla.
La tensión estaba originándole un descomunal dolor de cabeza. Amy dio un paso hacia atrás, con la esperanza de que el aire fresco volviera a correr entre los dos para que se le despejaran un poco las ideas. Entendió que montar en cólera no iba a solucionar nada, sino que provocaba el efecto contrario. Cuanto más elevaba el tono y expresaba su rabia, más despiadado e inflexible se mostraba él. Con toda probabilidad, adoptar una actitud más calmada tampoco iba a resolver los conflictos pero, al menos, se le templarían algo los nervios.
Amy ordenó sus atropellados pensamientos y comenzó por el principio.
—¿Qué piensas hacer con el local?
—Ponerlo en venta, ¿qué si no?
—Eso no es lo que Ava quería que hicieras. Ella deseaba que la escuela de baile volviera a abrir sus puertas algún día.
—Y yo quiero encontrar la cura para la enfermedad de Alzheimer pero me temo que, de momento, ambas cosas son imposibles.
Amy ignoró su ácido sarcasmo porque estaba centrada en buscar el sentido a todo aquel asunto.
—Ava creyó encontrar una alternativa.
—¿Ah, sí? —ella asintió—. ¿Cuál?
Era consciente de que su respuesta provocaría una reacción desmesurada en Zack. No obstante, fue fiel a la verdad.
—Yo.
—¿Tú? —Elevó las comisuras de los labios—. ¿Me tomas por un imbécil?
—No se me ocurriría.
Él se concedió unos segundos para digerir lo que estaba escuchando y, finalmente, prorrumpió en roncas carcajadas. Amy aguantó con estoicidad hasta que aquellas perdieron intensidad. La risa se esfumó y Zack recuperó el tono cortante.
—Ava era realista y sabía a la perfección que los días de su negocio terminaron en cuanto se vio obligada a cerrarlo. No sé qué clase de conversaciones habrás tenido con ella ni qué cosas te habrá contado, pero si eso que dices es cierto, si como consecuencia de su enfermedad Ava pensaba que tú la sucederías y dejaste que lo creyera, entonces me estás dando la razón. ¿A eso no se le llama manipulación?
Amy negó con énfasis mientras le escuchaba.
—Nunca fui consciente de que esas fueran sus intenciones porque jamás hablamos abiertamente del tema. Es algo que decidió por sí misma, sin contar conmigo —insistió, aunque sin perder la serenidad—. Ava tenía momentos muy lúcidos en los que sabía lo que hacía. Su abogado no le habría dejado cambiar el testamento de no ser así.
—Su realidad estaba deformada —recalcó.
—¿Me dejas que te cuente cómo fueron sucediendo las cosas? —preguntó con impaciencia.
—Es lo que estoy esperando que hagas desde el principio.
El cúmulo de acontecimientos la estaba superando de tal manera que necesitó apoyarse en la carrocería de un coche estacionado junto a la acera. Amy se esforzó denodadamente en recuperar aquellos retazos de conversaciones en los que se mencionara cualquier cosa relativa a la escuela de baile; comentarios a los que nunca otorgó demasiada atención, pero que ahora jugaban un papel relevante en su defensa.
—Hace un par de meses Ava me preguntó si me gustaban los bailes de salón. Le dije que era una asignatura pendiente porque siempre había querido aprender a bailar. También me preguntó si mi profesión acaparaba todo mi tiempo y le contesté que estaba atravesando un periodo de sequía literaria. —Hizo una breve pausa y luego suspiró profundamente—. Eso fue todo cuanto hablamos, comentarios triviales que para mí no tenían ninguna importancia, aunque ahora me doy cuenta de que fueron más que suficientes para que ella trazara su propio plan. Recuerdo que justo después de aquella charla, Ava pidió a la enfermera Ryan que llamara a su abogado, aunque nunca hasta ahora se me ocurrió relacionar ambas cosas. Luego se la llevaron al interior de la residencia, así que supongo que mantuvo una conversación privada con él en su habitación.
—Y se supone que el plan era que tú, una escritora de novela romántica que no sabe bailar y que no tiene ni idea de cómo dirigir un negocio, se ocupara de levantar el suyo. —La incredulidad persistía en él.
—Es evidente que sí.
—Todo esto no tiene ningún sentido.
—A lo mejor tiene más sentido de lo que piensas. —Amy estaba psicológicamente exhausta y solo quería marcharse a casa. Sin embargo, aún le quedaban fuerzas para hablarle con toda la claridad y la transparencia del que no tenía nada que ocultar—. El otro día me impresionó que acudiera tanta gente al funeral de Ava, así que no pude evitar preguntarme dónde estaban todos esos presuntos amigos que tan compungidos se mostraban ante su ataúd, cuando realmente ella los necesitaba. Nunca les vi acudir a visitarla a la residencia para preocuparse por su estado de salud. Siempre estaba sola en un rincón, apartada como un mueble viejo en el que ya nadie repara. Deberías haber visto cómo agradecía tener a alguien al lado con quien poder charlar durante esos cinco efímeros minutos en los que volvía a ser ella misma. De alguna manera, yo le devolví la esperanza. —Tragó saliva para que el nudo emotivo que acababa de formársele en la garganta la dejara continuar—. Pocos días antes de morir, la visité en su habitación y me hizo prometer que te impediría vender el local. Fíjate si era importante para ella. Yo pensaba que deliraba, así que lo hice para conformarla. Evidentemente, se equivocó de persona porque, como bien dices, solo soy una simple escritora que ignora cómo dirigir un negocio—. Una sonrisa muy triste distendió sus labios, al tiempo que señalaba con la cabeza la carpeta—. Los papeles que guardas ahí me son indiferentes, lo único que me importa y con lo que me quedo es que Ava y yo nos teníamos un enorme cariño. —Más allá de la expresión férrea de Zack, ella no vio indicios de que la creyera. Con actitud de derrota, se irguió para abandonar el apoyo del coche y luego empezó a rodearlo—. Habla con tu abogado y que prepare los documentos que sean necesarios para que firme la renuncia.
Amy zanjó el tema y reanudó la marcha. A su espalda, la contundencia de sus palabras hizo que el cirujano callara y que, por lo visto, abandonara la idea de continuar siguiéndola, ya que no volvió a escuchar sus pasos. Fue un pequeño consuelo que, sin embargo, no consiguió aligerar el tremendo disgusto que agitaba su corazón como una hoja al viento.
Apostado en medio de la calle, Zack intentó asimilar la explicación de ella.
Por la tarde, cuando se enteró de cuáles eran las últimas voluntades de Ava, no le resultó sencillo llegar a la conclusión de que Amy Dawson, la joven dulce y angelical a la que había acogido en su cabaña de Shepters, podía ser una harpía sin escrúpulos. Se sintió tan estafado que en ningún momento pensó en mantener con ella una charla controlada, por aquello de la presunción de inocencia. No, en cuanto abandonó el despacho del abogado con los papeles en la mano, él solo quería encontrarla, aplastarla con sus acusaciones y obligarla a que cantara la verdad.
La mayoría de las dudas con las que Zack había acudido a la cita se habían evaporado al escucharla defenderse con tanta credibilidad; y respecto a las que todavía le hacían desconfiar... Bueno, necesitaba más tiempo para reflexionar sobre todo lo que ella le había dicho.
Se alejaba deprisa, con las manos cerradas en puños rígidos y los hombros ligeramente hundidos. Cruzó la siguiente calle casi a la carrera, avanzó unos metros a lo largo de la fachada del edificio de oficinas y se detuvo frente a una farola en la que, atada a su base con una recia cadena plastificada, había una bicicleta de paseo de color rojo. Zack la observó rebuscar en la mochila hasta que sacó unas llaves con las que se dispuso a abrir el candado.
Amy enrollaba la cadena alrededor del tubo metálico que había bajo el asiento cuando Zack Parker reapareció a su espalda, asustándola al hablarle por detrás con esa voz tan grave y profunda.
—¿Regresas a casa en bicicleta?
—Así es —contestó cortante.
—¿Dónde está tu coche?
Deseó decirle que a él no le importaba una mierda dónde tuviera el coche, pero se mordió la lengua porque Eloisa siempre le había inculcado que jamás debía perder la educación con nadie, ni siquiera con los que pudieran ofenderla gravemente.
—Ya no tengo coche. El todoterreno era de Jerry, él se lo quedó.
Amy se cargó la mochila a la espalda, pasando las correas por ambos brazos. Luego se recogió la melena, sacó una goma de color verde del interior de su bolsillo y se la sujetó en lo alto de la cabeza.
—He aparcado allí mismo y mi coche tiene un buen maletero. Cargaremos la bicicleta y te llevaré a tu casa.
Ella le miró con las cejas enarcadas. No daba crédito a lo que acababa de escuchar: primero la injuriaba hasta reducirla a añicos, ¿y ahora se preocupaba por su seguridad?
—Preferiría irme andando antes que montar contigo en tu coche.
Amy agarró ambos puños del manillar y se dispuso a acceder a la calzada utilizando un vado. De repente, las ruedas de su vehículo dejaron de girar porque Zack plantó la mano sobre el sillín, reteniéndola una vez más.
—Son más de las diez de la noche, hace frío, está a punto de ponerse a llover y Canton no es precisamente el distrito más seguro de Baltimore. Te has retrasado por mi culpa y si te sucede algo, no quiero que recaiga sobre mi conciencia.
—Soy una estafadora, ¿recuerdas? Por lo tanto, a tu conciencia no debería preocuparle lo más mínimo mi seguridad.
Amy dio un tirón del manillar para arrancar la bicicleta de sus manos, pero Zack la sujetaba con tanta fuerza que las ruedas no se movieron ni un milímetro.
—¡Déjame ir! —le exigió.
Tal era la rabia con que lo miraba, que Zack la creyó capaz de ponerse a gritar en medio de la calle para que apartara las manos de su vehículo. Descartó la idea de llevársela por la fuerza, así que desistió y la liberó.
—Como quieras.
Amy se puso en marcha y bajó la bicicleta a la calzada. Miró a ambos lados de la calle mientras se subía al vehículo, luego pedaleó con fuerza hacia el carril de la derecha y se movió como un ciclón. Estaba tan cabreada y tan frustrada que casi podían verse las chispas que centelleaban a su alrededor. A Zack, por el contrario, se le habían tranquilizado los ánimos, e incluso se atrevió a esbozar una sonrisa satisfecha al tiempo que cruzaba la calzada desierta hacia su coche.
No se preocupó en guardar las distancias y la custodió de cerca durante todo el trayecto por Canton. Ella le descubrió de inmediato a través del espejo retrovisor que llevaba instalado en el manillar pero, aunque pedaleó con mucho ahínco a través de las calles mojadas y poco transitadas, no logró quitárselo de encima. Luego se adentraron en las más tranquilas de Fells Point, hasta que llegaron a la entrada de un alto edificio en forma de «U», flanqueado por un bonito jardín en el que ya florecían algunos rosales. Aminoró la marcha en cuanto ella se detuvo para subir la bicicleta a la acera e hizo descender el elevalunas eléctrico de la derecha. La joven le observó con el ceño fruncido, con las manos fuertemente apretadas en torno a los puños del manillar, y Zack se inclinó hacia ese lado para decirle:
—Volveré a ponerme en contacto contigo.
No le dio opción a replicar, aunque creyó escucharla decir algo ininteligible y malsonante mientras subía el cristal de la ventanilla y pisaba el acelerador.