Capítulo 24

Tanto Terry como Eloisa no cesaban de repetirle que no tenía ningún motivo para estar nerviosa, ya que la escuela de baile se estaba llenando de gente. Aun así, Amy no podía desprenderse de la intranquilidad propia del día de la inauguración. Le preocupaba que todo estuviera en orden: que el menú que serviría la empresa de catering fuera apetitoso, que la música que había escogido para amenizar la velada gustara, que la decoración pensada en tonos plata y negro resultara acogedora e íntima... y cien mil detalles más a los que, seguramente, nadie prestaría atención.

Estaba muy contenta con el resultado final y esperaba que, desde el cielo, Ava también se sintiera orgullosa de ella.

Los gestos de aprobación que iban esgrimiendo los invitados conforme accedían al salón principal fueron la recompensa al arduo trabajo que había realizado en las últimas semanas. Un trabajo al que se dedicó en cuerpo y alma, y que supuso su tabla de salvación para no dejarse arrastrar por la honda tristeza que la embargaba desde que él había salido de su vida. Mantener la cabeza ocupada era el mejor remedio contra el mal de amores; aunque, cada noche, cuando regresaba a casa y se dejaba caer en la cama, todavía lloraba, sintiendo el corazón desgarrado.

Fue precisamente una de esas noches de intensa agonía cuando se le ocurrió el nombre con el que bautizaría a la escuela de baile:

«El baile de las olas.»

Tenía un montón de nombres apuntados en una hoja de papel pero ninguno la convencía hasta que llegó este. Le gustó tanto que a la mañana siguiente corrió a registrarlo y luego fue a encargar el letrero luminoso de la entrada. Se identificaba con él. Amy se sentía como una ola a la deriva que danzaba en un mar embravecido y que nunca llegaba a tierra firme.

Cuando el goteo de visitantes fue intermitente y el salón ya estaba casi al máximo de su capacidad, los camareros comenzaron a pasear las bandejas repletas de copas de champagne y de canapés. A todo el mundo se le veía muy animado y con ganas de pasar un buen rato. Las mujeres habían sacado del armario sus mejores galas y formaban un remolino de colores de lo más variopinto. Los hombres vestían muy elegantes, la mayoría de etiqueta, aunque Amy no la había exigido en el anuncio de la inauguración que puso a la entrada.

Cuando el salón estuvo lleno y todo el mundo comentaba lo deliciosos que estaban los canapés, ella comenzó a relajarse. Entonces se apoderó del micrófono que los técnicos habían instalado junto al equipo de música, se aclaró la garganta para atraer la atención de los invitados y dio un breve mensaje de bienvenida y agradecimiento.

Tras el aplauso que recibió por parte de todo el mundo, en especial de Eloisa, que casi se rompió las manos mientras lágrimas de orgullo le anegaban los ojos, pasó a acercarse a los grupos de asistentes para agradecerles su presencia. Al cabo de un rato, Kevin y Terry se aproximaron por la derecha. Él llevaba un traje azul marino con camisa blanca y corbata a juego, y ella un vestido de tirantes color turquesa. Kevin le entregó una copa de champagne a Amy.

—Por la anfitriona.

—Gracias.

Alzaron las copas e hicieron un brindis por que El baile de las olas fuera un negocio próspero y plagado de éxito.

Daba gusto verlos. Parecía que acabaran de conocerse justo después de que Cupido les hubiera lanzado una flecha. Desde que habían solucionado sus diferencias parecían dos personas diferentes. Antes, las sonrisas de Terry siempre eran forzadas, y a Kevin ni siquiera recordaba haberle visto sonreír. Ahora, la desdicha de ambos había sido reemplazada por un estado de felicidad total. Kevin ya no se quedaba en el hospital haciendo horas extras o recluido en su despacho, y Terry se llevaba trabajo a casa con tal de estar juntos el máximo tiempo posible. Además, ya habían puesto en funcionamiento la maquinaria legal de la adopción.

Amy sentía una especie de envidia sana cada vez que estaba con ellos aunque, en la actualidad, lo último que deseaba era la presencia de un hombre en su vida.

Estuvieron charlando un rato sobre temas triviales hasta que Kevin recuperó uno que había quedado inconcluso la noche del jueves, cuando invitaron a Amy a cenar a casa. Terry no quería que se encerrara tal y como hizo tras su divorcio, así que estaba muy pendiente de ella. Siempre que no estaba en el local, ultimando los detalles para la inauguración, Terry la invitaba a comer o a cenar con frecuencia. A veces la obligaba a dejar lo que estuviera haciendo —normalmente sudokus o cosas aburridas— para salir de compras, para ir a la piscina o para realizar cualquier actividad que mantuviera su mente distraída. En ocasiones, Amy se excusaba aduciendo que estaba terminando de escribir la novela, pero Terry sabía que no era cierto. Magia en el aire estaba aparcada a falta de un par de capítulos finales, aunque ya se encargaría ella de apretarle las tuercas a su debido momento. Había leído gran parte del argumento y le parecía una novela estupenda, quizás la mejor que había escrito nunca, así que dejaría que pasara un poco más de tiempo —un par de semanas a lo sumo, ahora que el negocio ya estaba en funcionamiento— y luego sería totalmente inflexible.

Continuando con la conversación, a Kevin se le escapó el nombre de Zack por accidente, lo cual derivó en un incómodo silencio que se encargó de romper rápidamente, dándole un giro distinto al tema. Nunca se hablaba de Zack Parker. Amy se lo había prohibido porque era la única manera posible de olvidarlo.

Olvidarlo.

Qué lejos estaba todavía de conseguir que sus rasgos se desdibujaran, que su voz se apagara o que el recuerdo de su mirada no le sacudiera el corazón.

Amy dio un sorbo a su copa de champagne y buscó con la vista a Eloisa, aprovechando que sus amigos tenían un momento «romántico» en el que las miradas amorosas quedaron conectadas durante largos segundos. No solían besarse delante de ella porque Terry consideraba que no estaba bien restregarle su felicidad a una persona que se sentía desgraciada, aunque Amy asegurara que no le importaba.

Eloisa estaba un poco más al fondo, en compañía de Arthur Locke, el octogenario de porte distinguido que le había robado el corazón. Qué diferente era su opinión actual respecto a aquellos dos. Reconocía que cuando su abuela se lo contó, a ella no le hizo ni pizca de gracia que anduviera coqueteando con un señor como si fuera una quinceañera.

Eloisa se lo presentó una tarde en que fue a visitarla. Los tres charlaron un buen rato en el banco que había frente al estanque, y a Amy le pareció un hombre muy interesante, culto y con gran sentido del humor. Entonces comprendió que sus pensamientos no podían ser más egoístas y que la abuela, su abuela, también tenía derecho a vivir un amor en la tercera edad.

Y ahora, viéndola feliz en compañía de Arthur, se sentía muy dichosa por ella.

La intrusión de una silueta alargada e imponente, que Amy percibió por el rabillo del ojo, le hizo volver la cabeza hacia la puerta del salón. La vaga sonrisa que se le había formado mientras observaba a Eloisa se le congeló en los labios, y entonces parpadeó como si quisiera espantar una alucinación. Pero Zack seguía allí, en carne y hueso, escudriñando el salón de izquierda a derecha en busca de alguien.

¿En busca de ella?

Se puso tan nerviosa que la copa le tembló en la mano, captando la atención de sus amigos.

—¿Qué te sucede? —inquirió Terry.

Kevin fue el primero en darse cuenta de que Zack estaba allí, así que le hizo un gesto a su mujer para que entendiera la razón por la que Amy se había quedado conmocionada.

—¿Te dijo que vendría? —Terry miró a su esposo.

—No, no tenía ni idea.

Amy no los escuchaba, su cerebro solo funcionaba en una dirección. Repentinamente, los murmullos se apagaron, la música descendió, las personas se emborronaron y todo dejó de existir excepto el potente latir de su corazón y Zack, que todavía la buscaba entre la gente. Las miradas se unieron, la de él impaciente y la de ella cautelosa, pero no desprovistas de ese componente mágico tan conocido que, a pesar de los últimos acontecimientos, seguía estando allí.

—Creo que deberíamos dejarlos solos —comentó Kevin, que tomó el brazo de su esposa y dio un pequeño tironcito para alejarla de allí.

—Estaremos cerca, vigilándole, por si viene con otras intenciones —aseguró Terry.

—¿Con qué intenciones va a venir? —replicó él—. ¿Es que no ves que también se ha vestido de etiqueta?

Cuando se quedó sola volvió a mirar a Zack, que ya se abría paso entre los grupos que formaban los invitados con la mirada fija en ella.

Kevin tenía razón. Con el impacto de su presencia, Amy no se había dado cuenta de que vestía un esmoquin negro, aunque había prescindido de la pajarita. Su atractivo la cegó como si mirara al sol directamente, pero mantuvo todas las emociones a raya, cerradas bajo llave, a la espera de que él tomara la palabra.

Nada más llegar a la escuela de baile, Zack quedó gratamente impresionado por el extraordinario trabajo que Amy había desempeñado en las instalaciones, así como por el gran número de personas que había conseguido congregar el día de la inauguración. Él había dudado de sus capacidades muchas veces, así que lo primero que pensaba hacer en cuanto la tuviera enfrente sería felicitarla. Sin embargo, cuando llegó ese momento, cuando recortó todas las distancias que los separaban y llegó a su lado, quedó tan deslumbrado por su belleza y tan fascinado por las emociones que despertaba en él que se olvidó de hablar.

Amy se había puesto un vestido de color burdeos muy elegante, a la par que transgresor. El escote en forma de «V» que se anudaba en la nuca le realzaba el busto, y la espalda quedaba al descubierto hasta un poco más arriba del final de la columna vertebral. La falda se ceñía en las caderas y luego caía libre hasta los tobillos. Llevaba el cabello recogido en un moño informal que hacía destacar la exquisita línea de su cuello y que mitigaba el aire inocente que le aportaban sus rizos.

Estaba preciosa.

Por espacio de unos segundos, Zack se limitó a absorberla con la intensidad de su mirada, apreciando que elevaba barreras para distanciarse mentalmente de él, aunque supo que solo era un método para ponerse a salvo.

—Lo has logrado —comentó él.

—Te dije que lo haría.

Él asintió, sintiéndose orgulloso por ella. Luego fue a decir algo pero aprovechó que un camarero pasaba cerca para coger una copa de champagne, que casi se bebió de un solo trago. Por primera vez desde que lo conocía, el hombre que siempre se había mostrado tan seguro de sí mismo dudaba. Parecía que tenía muchas cosas que decir, pero no terminaba de decidirse por ninguna, lo cual favoreció que Amy se sintiera mucho más fuerte en su postura.

—¿Cómo te van las cosas?

Amy miró a su alrededor.

—Bastante bien. —Hasta consiguió sonreír—. Espero que muchos se animen y se apunten a las clases, al menos es lo que me han dicho cuando me he acercado a saludarlos.

—Seguro que lo harán. —Se hizo un nuevo silencio, en el que Amy agitó el contenido del champagne en la copa mientras él se pasaba la mano por la cara y se frotaba la mejilla recién afeitada—. Voy a operar a Margot. —Amy agrandó los ojos—. Ayer ingresó en el hospital, le hice todas las pruebas y pasado mañana entrará en el quirófano.

—¿Qué ha hecho que cambies de opinión?

—Supongo que las cartas que dejaste en el apartamento ayudaron a que viera las cosas desde una perspectiva distinta.

—¿Así que las leíste?

—Sí, lo hice.

Sin necesidad de que se lo pidiera, él le hizo un breve resumen del contenido de las mismas, así como de su visita a la casa de Arlene en Brooklyn. Amy escuchó con especial atención cómo se había desarrollado el encuentro con Margot, y aunque Zack dejó claro que nunca habría una relación entre los dos, a ella le agradó saber que había hecho las paces con su pasado.

—No sabes cuánto lamento el modo en que te hablé y te traté. Tú solo querías apoyarme.

—Tenías que descubrirlo por ti mismo, nadie podía ayudarte excepto tú.

—No te infravalores. Tú eres la razón por la que ahora me siento un hombre libre.

Amy se mordió los labios y no dijo nada. Después bebió para relajarse, aunque habría necesitado algo más fuerte que el champagne para poder hacerlo.

—Amy. —Le alzó la barbilla con el dedo para que lo mirara a los ojos—. Admito que he sido un completo egoísta y que te menosprecié cuando eres la última persona que merecía ser el blanco de mi rencor, pero necesito escucharte decir que nada ha cambiado, que continuas sintiendo lo mismo por mí. —Zack ladeó la cabeza, obligándola a contestar con una mirada cuya intensidad se había triplicado—. ¿Me sigues amando?

—¿De verdad piensas que puedo cambiar mis sentimientos de la noche a la mañana? —le dijo entre ofendida y desconcertada—. Te quise con toda mi alma.

—¿Entonces por qué utilizas un verbo en pasado?

—Porque no es justo que, de repente, aparezcas aquí y... ¿Qué quieres de mí, Zack? Estoy intentando superarlo.

—Quiero lo que teníamos antes de que te echara de mi lado. Quiero poder ver tu sonrisa todos los días porque le da luz a mi patética vida. Quiero estar contigo porque tú haces de mí una mejor persona.

Aunque las palabras eran apasionadas y creíbles, Amy negó despacio cada una de ellas porque le resultaron insuficientes.

—Todo está demasiado reciente y todavía tienes las emociones a flor de piel, pero en cuanto pasen unos días te darás cuenta de que no me necesitas.

—Nunca he estado tan seguro de nada —la contradijo.

Amy se puso un poco más nerviosa de lo que ya estaba al percatarse de que Eloisa la observaba con preocupación desde su posición al fondo del salón. Hizo un gesto para enviarle un mensaje tranquilizador, aunque estaba perdiendo el control. Las emociones la embestían con el propósito de hacerla zozobrar en las aguas turbulentas de Zack, pero siguió aferrándose a la razón.

—No funcionaría.

—¿Por qué no?

—Porque yo... necesito algo que tú nunca podrás darme, Zack. —Le miró implorante para que dejara de presionarla—. Tú mismo lo has reconocido en más de una ocasión.

Zack le quitó de las manos la copa ya vacía y la dejó junto a la suya sobre la superficie de un altavoz que encontró a su alcance. Después se las cogió, enlazó los dedos y dio un leve tironcito para acercarla un poco más a su cuerpo. A pesar de los altos tacones, Amy tuvo que alzar la cabeza para mirarlo.

—Eso fue antes de que lo derritieras.

—¿Qué es lo que he derretido?

—El hielo que me envolvía el corazón. —La adoró con la mirada, repasando cada milimétrico detalle de los rasgos dulces que tanto había echado de menos. Ella lo observaba con los ojos muy abiertos, aguardando con anhelo a que él continuase—. Te quiero. Te quiero desde el principio aunque mi testarudez me impidiera darme cuenta. Me intrigaste el día en que te rescaté del lago, y me encantaste en el funeral de Ava, cuando tuvimos aquella charla en los jardines de la residencia. Me calaste hondo cuando nos enzarzamos en la estúpida discusión sobre la herencia, y unos días después me fascinaste jugando al billar. —Zack sonrió un poco al sentir que los dedos de Amy se relajaban entre los suyos—. La tarde en que te enseñé a bailar, en que te tuve entre mis brazos por primera vez, quedé enganchado a ti. Y un poco más tarde te colaste directamente en mi corazón durante el paseo por el muelle. Te deseé desesperadamente tras el primer beso y me volví loco de celos al verte con Lance. Te amé como un loco la primera vez que hicimos el amor y, a partir de ese instante, seguí amándote. —Le soltó las manos para poder atraparle la cara con delicadeza. Ella estaba tan embelesada en el contenido de sus palabras que no parpadeaba ni respiraba, pero su mirada apagada comenzó a llenarse de luz—. Estoy convencido de que cada paso que he dado en mi vida estaba destinado a conducirme a ti, así que no voy a permitir que te alejes ahora que te he encontrado. No voy a darte ninguna otra opción, tendrás que confiar en que soy capaz de amarte como te mereces, Amy.

A ella se le expandió tanto el corazón que tuvo la sensación de que se le saldría del pecho. Se mordió los labios con fuerza mientras la puntiaguda emoción que la atravesaba enviaba lágrimas de felicidad a sus ojos. Zack le acarició las mejillas al tiempo que le recorría el rostro con miradas alternas de los ojos a los labios.

—¿Qué me dices?

Sin dejar de observarlo, Amy introdujo las manos bajo la chaqueta abierta de Zack y las apoyó en los costados. Muy lentamente, fue deslizando las palmas a su alrededor hasta que se encontraron en la espalda.

—Te digo que sí, Zack —sonrió emocionada, asintiendo con la cabeza para dar mayor énfasis a su respuesta—. Te amo como jamás he amado a nadie en toda mi vida.

Él descendió la cabeza y la besó con los sentimientos desatados, sin importarle que a su alrededor se alzaran los murmullos o que las miradas de los presentes formaran un cerco a su alrededor. Se saborearon la boca con apremio y dedicación, para sacarse de dentro el ansia generada por el distanciamiento. Pero mientras los labios se aplastaban y las lenguas se enlazaban afanosas, otro tipo de ansiedad mucho más placentera impelió a que Zack la rodeara por la cintura y la estrechara a él para soldarla a su cuerpo. Amy le pasó los brazos alrededor de los hombros y él la alzó hasta que ella solo se sostuvo con la punta de los zapatos.

El beso era tan apasionado, tan propio de dos personas que se reencontraban tras un largo periodo de separación, que llamó la atención de todo el mundo.

Kevin sintió irrefrenables deseos de aplaudirles. Era testigo de que Zack lo había pasado bastante mal en las últimas semanas, y ahora tenía todo el aspecto de ser un hombre renovado. Lo había visto con muchas mujeres en el pasado, pero nunca enamorado. Hasta ahora. No podía negarlo, se le escapaba por todos los poros de la piel. Más tarde haría alguna broma al respecto, al igual que él las había hecho cuando Kevin le habló de lo enamorado que estaba de su esposa.

Terry creía que tenía la exclusividad en cuanto a los besos más largos después de una reconciliación, hasta que presenció el desaforado beso entre Amy y Zack. Daba la sensación de que aquellos dos preferían morir asfixiados antes que separarse. Se le formó una sonrisa radiante y se agarró, feliz, al brazo de Kevin.

Eloisa se sentía como si estuviera ante una encrucijada. Por un lado, al ver a Amy tan dichosa después de largas semanas de declive emocional, las atrofiadas piernas le pedían a gritos que se levantara de la silla de ruedas para dar saltos de júbilo; pero por otro, tenía miedo de que el cirujano volviera a hacerle daño.

A su debido momento, cuando las necesidades más urgentes quedaron satisfechas, terminaron el beso para dar inicio a un intenso abrazo. Entonces Amy se dio cuenta de lo que sucedía a su alrededor.

—Nos está mirando todo el mundo —murmuró contra su oído.

—Que miren todo lo que quieran.

—Eloisa también.

—Tu abuela es otra cosa. —Enterró los labios en su cuello y le dio un suave mordisco que la hizo estremecer.

—Ha llegado el momento de que te la presente formalmente.

—¿Qué opinión tiene de mí? —Cedió el abrazo para que Amy volviera a tocar el suelo—. ¿Crees que intentará atizarme con lo primero que pille a mano? —inquirió con ironía.

—Sus ladridos son más peligrosos que sus mordeduras pero, de todos modos, ahora lo sabrás —bromeó ella.

Los invitados esbozaban sonrisas indiscretas que trataron de disimular cuando Amy cogió la mano de Zack y cruzó el salón hacia el lugar donde se encontraba Eloisa. Arthur Locke estaba a su lado y tenía una expresión grata en la cara, como si acabara de ver una película muy emotiva con un final feliz. La abuela estaba más contenida, aunque Amy la conocía tan bien que sabía que en el fondo tenía ganas de ponerse a cantar. A esas alturas, y después de todo lo que le había contado sobre la actitud de Zack en el amor y sobre sus problemas familiares, Eloisa sabía muy bien que no se habría echado a sus brazos ni se habría fusionado en un beso interminable si no acabara de obtener una declaración de amor.

Amy hizo las oportunas presentaciones. Zack apretó calurosamente la mano de Arthur y se agachó para besar la de Eloisa pero, cuando iba a alzarse, la mujer le hizo un gesto para que se acercara más a ella. Él siguió sus instrucciones y pegó el oído a los labios de la mujer.

—Pórtate bien con mi niña o te arrancaré los huevos.

Zack soltó una espontánea carcajada porque, a pesar de la cruenta advertencia, no apreció acritud por parte de Eloisa, ni en el fondo ni en la forma.

Él acercó los labios a su oído.

—Le prometo, señora Dawson, que yo mismo se los serviré en bandeja ante la mínima queja por parte de Amy. La quiero con toda mi alma y voy a dedicar mi vida a hacerla feliz.

Eloisa le tomó el rostro entre las manos y sondeó sus ojos, en los que solo encontró franqueza. Era un buen hombre, esta vez Amy había escogido bien. A continuación, le dio un cariñoso beso en la frente, como si le ofreciera su bendición, y entonces, sonrió ampliamente.

Terry y Kevin también se unieron al grupo, en el que pronto surgió una conversación animada.

Un rato después, cuando los hermosos acordes de la antiquísima canción Moonligth serenade de Glenn Miller, versionada por la templada voz de Carly Simon, invadieron el ambiente, todo el mundo se animó a convertir el salón en una pista de baile. Terry y Kevin fueron los primeros en hacerlo.

Zack atrapó la mano de Amy para llevársela hacia el centro del salón.

—Ha llegado el momento de que me demuestres lo que has aprendido con tu singular compañero de baile.

—Te sorprenderán mis progresos —aseguró divertida—. Por cierto, ¿qué te ha dicho Eloisa cuando te has echado a reír?

—Algo que me ha dolido físicamente.

Amy rio. Conociendo a Eloisa, se podía imaginar por dónde habían ido los tiros.

Era un baile lento y sencillo, tan solo había que dejarse llevar por el cautivador sonido de los instrumentos de cuerda y viento. Unieron los cuerpos y se miraron en silencio mientras giraban al compás de la envolvente melodía y de las románticas palabras que brotaban de los altavoces. Amy se sentía como si acabara de alcanzar el cénit de la felicidad máxima, y los ojos de Zack, en los que ahora podía leer sin problemas, le decían exactamente lo mismo. Alzó la barbilla para pedirle un nuevo beso, tierno y pausado, luego apoyó la mejilla en su hombro y cerró los ojos.

Zack se dedicó a acariciarle la espalda, imaginando el momento en que le quitaría el vestido y el resto de la ropa. Estaba hambriento de ella. Deslizó la punta de los dedos bajo la prenda, justo en el nacimiento de las nalgas, y los movió lentamente siguiendo el curso de la tela. Ella se estremeció de placer y buscó un contacto más estrecho. También estaba hambrienta de él.

Los dedos toparon con la goma de las bragas, haciendo que Zack recordara algo que descubrió dos días atrás y que le había dejado muy intrigado.

—Amy... —Ella alzó la mirada hacia el susurro seductor—, ¿qué hacía la ropa interior de tu abuela en mi baño?

Amy arqueó las cejas, pero esa fue su única reacción mientras lo miraba fijamente sin despegar los labios, a la espera de que se le ocurriera una respuesta rápida que sonara creíble. Se negaba a confesarle la verdad, ¡era denigrante!, y no quería que pudiera llegar a imaginarla vistiendo aquello.

—No tengo ni idea de lo que me hablas. A lo mejor estaba allí escondida desde antes de que te mudaras.

—Es posible —aceptó su explicación con reservas, y Amy curvó los labios—. Aunque hay algo que no me cuadra. Tu abuela tiene los pechos muy grandes y las copas del sujetador eran más bien pequeñas. Además, yo no he dicho que estuviera escondida en ningún sitio, solo he mencionado que la encontré en el baño. ¿Me estás ocultando algo? —Entornó los ojos con picardía.

—Zack, ¿por qué no te olvidas del tema y lo dejas estar? —No pudo evitar enervarse.

—¿Te cuento mi teoría?

—No me interesa.

Él lo hizo de todos modos.

—Creo que la lencería es tuya. La llevabas puesta la noche en que hicimos el amor por primera vez. Cuando fui a quitarte la ropa te encerraste en el baño y la escondiste para que no pudiera verla. Por eso aquella noche no llevabas ni sujetador ni bragas. —El arco que formaban las cejas se había transformado en dos líneas rectas que casi se tocaban en el centro—. Eres una chica muy decente, de las que no tienen sexo en las primeras citas, así que te compraste esa cosa tan horrible para mantener a raya tu deseo salvaje por acostarte conmigo. Pero te faltó voluntad —sonrió, disfrutando al verla arrinconada contra las cuerdas—. ¿Me he equivocado en algo?

No tenía ningún sentido negarlo porque habría quedado como una idiota, y eso era peor que asumir la verdad. Sin embargo, a Amy le fastidió enormemente que fuera tan perceptivo y que hubiera acertado de lleno en su teoría.

—Eres muy listo —le dijo con retintín.

—No lo soy. —Zack la ciñó entre los brazos y la besó justo debajo de la oreja—. Durante mi encierro en Shepters leí una novela en la que la protagonista femenina hacía exactamente lo mismo que tú.

El desabrido mohín de Amy se fue transformando hasta formar una expresión espléndida.

—¿Has leído Arrastrados por la corriente?

—La he leído y te felicito por ella. Me pareció una novela emotiva, divertida y brillante, y fue una buena compañera en mis horas más bajas. —Lo último que quería era ponerse melodramático, así que recuperó el tono desenfadado—. Por cierto, sobre el capítulo quince hay una escena bastante tórrida en la que la protagonista le hace al tío... —Amy selló sus labios con el dedo, ya sabía por dónde iba y no quería que nadie pudiera escucharlo.

—Te lo haré esta noche.

Zack esbozó una sonrisa tan lujuriosa que Amy deseó que la fiesta terminara cuanto antes.

—Y hablando de cosas que tienes que hacer por mí: ¿recuerdas nuestro trato? ¿El que hicimos antes de la partida de billar?

—Cocinaré para ti con una condición.

—Creía que era un trato sin condiciones.

—Pues ahora las tiene. —A Zack le encantaba cuando se ponía mandona, así que aguardó expectante a que se pronunciara—. Me enseñarás a bailar. Todo lo que sepas.

—Qué dura eres negociando, cariño.

Zack buscó sus labios y los besó hasta que la canción agonizó.