Capítulo 18
Solo había transcurrido una semana desde que Amy Dawson comenzó a merodear por los pasillos del Hopkins en compañía de Lance Scott, aunque el buen rollo que existía entre los dos era tal que parecía como si se conocieran de toda la vida. Zack volvió a verlos en el restaurante del hospital a la hora de comer, también se los cruzó en los pasillos de la planta de Neurocirugía cuando realizaba su ronda de visitas, y hasta se los encontró sentados en uno de los bancos de los jardines exteriores tomando un café y charlando animadamente cuando el tiempo inclemente lo permitía. Aunque el sentido del humor era una faceta que Zack todavía desconocía de Lance Scott, debía de ser un tío muy gracioso porque vio a Amy reír a carcajadas en un par de ocasiones.
Solo se detuvo a hablar con ella la segunda vez que la encontró en el hospital, cuando Amy salía del ascensor y Zack abandonaba su despacho, y se encontraron de súbito en el vestíbulo que había en medio. El cruce de palabras fue breve y artificial. Ella le contó lo que ya sabía por Kevin y él se limitó a asentir, sin que en ningún momento se le pasara por la cabeza reprocharle una actitud que a él le parecía infantil. También le preguntó si había hecho progresos en la escuela de baile, y ella le contestó que ya había contactado con todos los profesionales que localizó en los archivos de Ava, mostrándose la mayoría encantados con participar en el nuevo proyecto.
Luego Zack tomó su camino y ella se quedó esperando a Lance Scott junto al sofá verde.
El resto de ocasiones en que volvió a cruzarse con ella se limitaron a saludarse. Como ahora se había convertido en una mujer muy ocupada que se pasaba el día en el local de Little Italy o en el hospital, tampoco la vio por el edificio, salvo alguna noche cuando Zack regresaba a casa y vislumbraba su silueta a través del estor de la ventana, escribiendo en su ordenador de manera compulsiva.
Ese día, cuando ya hacía una semana que Amy acudía al hospital para encontrarse con el enfermero, Zack presenció el beso. Era por la tarde, acababa de realizar una operación complicada y salió al exterior para relajarse. La tierra emitía un penetrante olor que inspiró profundamente para henchirse los pulmones. Estaba a punto de ponerse a llover. El viento arrastraba hacia la ciudad una oscurísima masa de nubes negras que iba tragándose la luz vespertina, y que muy pronto descargaría sobre las calles de Baltimore.
De pie junto a la salida trasera, con las manos metidas en los bolsillos de la bata blanca, recorrió con la mirada los cuidados jardines del Hopkins hasta que su vista se topó con el banco en el que estaban sentados, a unos veinte metros de distancia. Charlaban animadamente, ella reía como ya la había visto hacer en otras ocasiones y, de repente, Scott acercó los labios a los suyos y la besó. El contacto fue fugaz, pero eso no lo hizo menos impactante para Zack, que apretó los puños mientras un estallido de rabia prendía en su interior.
Los observó durante un par de minutos más, con la esperanza de que el beso no volviera a repetirse, con el miedo de que ahora fuera ella la que se acercara a Scott en busca de más. Pero solo charlaron.
No pudo quedarse más tiempo allí parado porque volvía a operar en veinte minutos, así que empujó la puerta como si quisiera derribar una pared de hormigón y regresó al interior. Recorrió pasillos y subió escaleras hacia la planta de quirófanos. Necesitaba regresar allí cuanto antes, pues hacer su trabajo era lo único que conseguía vaciarle el cerebro de problemas durante al menos unas horas. Estaba siendo un día de mierda, lo mismo que el anterior, y el anterior. Desde que Arlene Sanders se había personado en su despacho, Zack convivía con una furia perenne que le había agriado el carácter, hasta el extremo de que algunos compañeros de trabajo lo evitaban y los residentes cuchicheaban en cuanto se daba la vuelta.
Kevin le había preguntado que qué diablos le ocurría, pero Zack no estaba preparado para hablar de aquello con nadie y prefirió tragarse su veneno hasta que dejara de corroerlo. Ahora, tras ver que otro hombre besaba a Amy, se sintió como si acabaran de inyectarle en la vena una nueva y mortífera dosis.
Esa tarde pagó su mal humor con quien menos lo merecía. La joven Rachel Walker, una residente de segundo año que le ayudaba en la tercera operación del día, rasgó por error el saco dural de la paciente y los nervios saltaron como espagueti. Zack le ordenó que se apartara de la mesa de operaciones y, mientras él se afanaba en reparar el desastre, le echó una bronca de tal magnitud que la joven abandonó el quirófano ahogada en un mar de lágrimas.
Aquella actitud beligerante le hizo sentir como el peor mentor del mundo y, antes de que la joven atravesara las puertas en estampida, ya se estaba arrepintiendo de haberle hablado así. A su alrededor todo el mundo guardó un silencio sepulcral, tenso y de censura, pero Zack continuó con su labor, como si nada hubiera sucedido, tras secarse el sudor que le perlaba la frente.
Un par de horas más tarde, cuando ya había oscurecido y se disponía a marcharse a casa, coincidieron por casualidad en el vestíbulo de la planta baja.
Amy salía del ascensor contiguo rodeada de una marabunta de gente que se dispersó a su alrededor conforme se acercaba a la puerta principal. Iba metiendo los brazos en las mangas de su abrigo negro cuando Zack la alcanzó.
—¿Te marchas a casa?
Alzó la cabeza para comprobar quién le hablaba, pues con los murmullos y el soniquete de los pasos que inundaban el vestíbulo no había reconocido el timbre de su voz. Amy sentía que había hecho lo correcto al alejarse de Zack, pero su corazón se alegró tanto al verlo que descubrió con desaliento que el distanciamiento no le había servido de mucho.
—Sí, por hoy ya he entretenido bastante a Lance. El pobre dedica todos sus ratos de descanso a contestar a mis preguntas.
Y a lo que no eran sus preguntas, pensó Zack con desagrado.
El sensor de movimiento hizo que las puertas automáticas se abrieran y los dos salieron a la calle. La noche de Baltimore se presentó lluviosa, con viento y un poco más fría de lo que era habitual en abril. Amy se detuvo bajo la marquesina, abrió el bolso que llevaba colgado del hombro y sacó el paraguas azul cielo.
—¿Has llamado a un taxi?
—No, he venido en bicicleta.
—¿Montas en bicicleta con falda? ¿Lloviendo?
—Tengo años de experiencia. Puedo montar con falda, con tacones y hasta con una sola mano mientras con la otra sostengo el paraguas. —Quitó la cinta que lo mantenía plegado y lo agitó delante de los ojos—. No llovía cuando vine a primera hora de la tarde, aunque debí imaginar que lo haría a lo largo del día.
—¿Dónde está?
—¿La bicicleta? —Zack asintió—. Justo ahí. —Señaló hacia el conjunto de farolas del sector derecho que se encargaban de iluminar el aparcamiento privado del hospital.
—La meteremos en el maletero de mi coche y te llevaré a tu casa. No puedes regresar a Fells Point con este tiempo de perros.
—No quiero entorpecer tus planes.
—No los entorpeces. Yo también voy a casa. —Se mostraba reacia a dejarse ayudar aunque, por otro lado, transmitía la sensación de querer ser socorrida por él—. Vamos.
Amy observó la caída de la lluvia torrencial que aporreaba con gran estrépito la estructura metálica de la marquesina, así como las carrocerías de los coches. Llegaría a casa hecha una sopa si se empeñaba en regresar pedaleando, por lo tanto, siguió sus instrucciones y colocó el paraguas sobre sus cabezas. Al echar a andar, Zack la tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo para que la tela impermeable les cubriera mejor.
A pesar de que se protegieron mutuamente mientras Amy recogía la bicicleta y luego Zack la introducía en el amplio maletero, terminaron empapados de cintura para abajo. Ya en el interior, él encendió el motor y orientó el potente chorro de aire caliente de la calefacción hacia las piernas de Amy para que se le secaran las medias. Luego salió del estacionamiento y puso rumbo a Fells Point.
—¿De qué va tu nueva novela? —preguntó, como por casualidad.
—¿Quieres que te cuente el argumento? —Zack se encogió de hombros, como diciéndole: «¿por qué no?»—. A excepción de Terry, nunca hablo de mis novelas con nadie hasta que no están terminadas. Soy un poco supersticiosa en ese sentido y creo que podría traerme mala suerte.
—Te entiendo, yo también tengo unas cuantas manías profesionales.
—¿Como cuáles? —se interesó ella.
—Mientras me lavo las manos antes de entrar en el quirófano, tarareo Have you ever seen the rain, de la Creedence —dijo, sin apartar la vista de la carretera encharcada.
—¿Por qué esa canción?
—No tengo ni la más remota idea.
La risa dulce de Amy le indicó que ya se estaba relajando, aunque la sintió removerse con inquietud en su asiento cuando le lanzó la siguiente pregunta.
—¿Qué tal con Scott? ¿Te está facilitando toda la información que necesitas?
—Es muy amable y conoce su trabajo a la perfección. Fue todo un acierto que Kevin me pusiera en contacto con él.
—Eso depende de lo rigurosa que sea tu labor de investigación.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que si no eres una escritora demasiado exhaustiva a la hora de documentarte, es posible que Scott tenga los conocimientos suficientes para orientarte en la parte médica de tu novela.
—Soy rigurosa y Lance es un buen profesional —replicó con la misma insolencia con la que había hablado él.
—Yo no he dicho que no lo sea. De hecho, es uno de los mejores enfermeros de la planta de Neurocirugía.
Zack giró para tomar la calle Wolfe, donde la incidencia de las luces de las farolas volvía la lluvia plateada.
—Es posible que no domine todas las cuestiones técnicas que manejáis los médicos o los cirujanos, pero cuando desconoce algo se informa y al día siguiente es como una enciclopedia andante. Además, fíjate si se está tomando en serio su labor conmigo, que incluso me ha prometido que hará todo lo posible para que me permitan presenciar una operación real desde la galería del quirófano.
A él solo le faltó echarse a reír. Su escepticismo fue tan tangible que resultó ofensivo.
—¿En serio te ha prometido eso?
—¿Qué tiene de gracioso?
Zack movió la cabeza con una sonrisa fría bailándole en los labios.
—Scott no tiene ninguna autoridad para tomar ese tipo de decisiones. Tendría que pedírselo a un jefe de planta y dudo mucho que alguno te concediera el capricho.
Amy se quedó mirándolo mientras trataba de entender por qué razón se estaba comportando como un cretino. En lugar de morderse la lengua, ella le dijo lo que pensaba.
—Por lo visto las limitaciones en mi trabajo te hacen disfrutar, ¿no es así? Supongo que tendrás una buena razón para tomarte este asunto con tanta guasa.
La sonrisa se evaporó del rostro de Zack, formándosele una expresión mucho menos amistosa. Las luces del salpicadero mostraban unas manos que se apretaban alrededor del volante como si quisiera pulverizarlo. Al detenerse ante un semáforo en rojo, enfocó en ella una mirada tan severa que Amy pegó la espalda a su asiento de manera instintiva.
—Vamos a dejarnos de gilipolleces, Amy: ¿por qué recurriste a Kevin cuando podrías habérmelo pedido a mí? ¿Por qué te conformaste con Lance Scott cuando podrías haber contado con mi ayuda? ¿No habría sido lo más lógico?
—Ya te dije en una ocasión el lugar que ocupabas en mi vida. Solo eres un conocido que reside en el piso de mi abuela. —Amy se retiró el cabello de la cara y despejó las facciones para sonar más convincente—. Por supuesto, te estoy muy agradecida por haber hecho posible que conserve el local, pero eso no significa que te hayas convertido en el centro de mi universo.
—Ve a contarle ese rollo a algún imbécil que se lo crea. Para mentir hay que tener mucho aplomo y a ti te tiembla demasiado la barbilla.
El semáforo se puso en verde y Zack metió la primera marcha para reanudar la circulación.
—No sé qué te sucede para estar así de tenso, pero creo que deberías relajarte en lugar de pagarlo conmigo.
—¿Dices que estoy tenso? Bueno, a lo mejor es porque me desvivo en mi trabajo y me lo tomo muy en serio. No tengo tiempo para relajarme como hacéis otros.
—¿De qué estás hablando? —Amy frunció el ceño, estaba empezando a sulfurarse.
—Las instalaciones de un hospital no son el lugar indicado para reírse a carcajadas por los pasillos o para darse besos a escondidas con el personal que trabaja en él. —Zack hizo un adelantamiento brusco a un camión que no cesaba de arrojarles la lluvia sucia del suelo sobre la luna delantera—. Esperaba de ti una actitud mucho más apropiada y profesional.
—No puedo creer lo que estoy escuchando. ¿Quién te crees que eres para dar clases de moralidad? —replicó indignada a su perfil insondable—. Esto es el colmo. No pienso permitir que pongas en tela de juicio mi profesionalidad.
Zack se detuvo en una intersección para cederle el paso a una hilera de coches que circulaba por la calle transversal. La tardanza en su respuesta la irritó hasta el extremo de tener que reprimir el fuerte deseo de darle un manotazo.
—¿Te gustaron sus besos? —preguntó, regresando al tono burlón e hiriente.
—Sí, me gustaron mucho —contestó despiadada—. Lo suficiente como para querer repetirlos.
Zack apretó tanto la mandíbula que se le marcó una vena palpitante en la sien. Era como un volcán a punto de entrar en erupción. Hacía rato que el aire del interior del coche se había enrarecido, y a Amy le costaba respirarlo. La alarmó el hecho de que él diera un imprevisto volantazo con el que abandonó la calzada para detenerse un poco antes de llegar al cruce con la calle Aliceanna.
Al apagar el motor, el repiqueteo de la lluvia sobre el techo fue ensordecedor.
—Baja del coche —le ordenó Zack.
—¿Cómo?
—¿Qué parte no has entendido?
—¿Pero qué diablos te pasa? ¿Todo esto es porque he herido tu orgullo masculino?
—¡He dicho que bajes del maldito coche, Amy!
Lo miró asustada, sin entender por qué razón perdía los estribos. A continuación, sujetó el bolso contra el costado, abrió la portezuela y escapó de su presencia asfixiante. Amy dio un portazo y rodeó el vehículo hacia el maletero. La torrencial caída de la lluvia la empapó antes de que tuviera la oportunidad de sacar el paraguas para abrirlo sobre su cabeza. El viento bufaba con fuerza, alborotando las ramas de los árboles y arrancando las hojas que se arremolinaban en las aceras anegadas. Uno de esos golpes de viento invirtió el paraguas, dejándola nuevamente al descubierto.
Enfadada y blasfemando por lo bajo, intentó devolverlo a su posición original cuando escuchó a Zack salir a la intemperie. Como ya estaba empapada renunció a continuar peleándose con las varillas metálicas, así que se quedó inmóvil en la acera, esperando a que él terminara de acercarse. Creyó que abandonaba el interior del vehículo para ayudarla a sacar la bicicleta del maletero, pero Zack detuvo sus pasos delante de ella, tan cerca que su cuerpo grande hizo de mampara que la protegió del viento.
Amy se retiró el agua que le cegaba los ojos y se metió el cabello detrás de las orejas. El juego de luces y sombras, así como las gotas de lluvia que en su caída iban cincelando los rasgos adustos de Zack, le daban un aspecto fiero mientras le recorría el rostro con la mirada.
—No lo soporto. —Acercó la cara a la suya asustadiza y le espetó las palabras—. ¡No soporto que otro hombre te mire como yo te miro, te toque como yo deseo tocarte, y mucho menos que te bese como yo necesito besarte! Así que mírame a los ojos y repíteme lo que has dicho antes.
El eco de sus palabras amartilló de pleno en su corazón, dejándola tan impactada que tardó varios segundos en contestar. Cuando por fin lo hizo, le salió un hilillo de voz.
—¿Qué cosa, Zack?
—¿Te gusta Lance Scott?
Ella negó.
—No de la manera en que te he hecho creer. Es un buen tipo pero... él me besó y yo le dije que no estaba interesada.
—¿Por qué?
—¿Que por qué? —Amy parpadeó para enfocar la vista que la lluvia le nublaba. La mirada persistente de Zack ansiaba una respuesta que brotó directamente de su alma, a través de sus labios temblorosos—. Porque tengo a otro hombre metido dentro de la cabeza, a pesar de que él me ha dicho que no me conviene.
Las endurecidas líneas de la expresión de Zack se distendieron, al tiempo que colocaba las manos a ambos lados de su cabeza para acariciarle los cabellos mojados.
—A veces ese hombre no dice más que tonterías.
Él se inclinó para besar con ímpetu sus labios, deteniéndose en ellos el tiempo suficiente para memorizar su textura. Los mordisqueó, los lamió y los apresó con tanta pasión como dulzura, mientras ella respondía con el mismo fervor. Luego pasó a su boca, donde las lenguas emprendieron una danza loca y atropellada. Bajó las manos hacia su cintura y la estrechó contra su cuerpo mientras ella le pasaba los brazos alrededor de los hombros. Él la alzó y ella dejó de tocar el suelo con los pies. La lluvia les fustigó en una nueva oleada de viento, pero la necesidad del contacto de las bocas y de los cuerpos era tan primaria que el entorno dejó de existir.
El insistente roce de las lenguas, así como la deliciosa presión que la pelvis de Zack ejercía contra la unión de sus muslos, hizo que les hirviera la sangre y que las entrañas se fueran caldeando a fuego rápido. Los latidos se aceleraron, desatando ahogados gemidos, obligando a que Amy buscara aire con el que llenar los pulmones. Zack enterró el rostro en su cuello y besó la piel húmeda que encontró debajo de su oreja. Lamió el lugar donde los labios se toparon con las pulsaciones y ella emitió un placentero suspiro.
De repente, la desconcentró un pensamiento turbador que se filtró con fuerza en su mente. Amy volvió la cara hacia él y lo miró con ojos temerosos.
—¿Qué sucede con Tessa? Tú y ella estabais...
—No he vuelto a verla desde hace varios días. —Zack le acarició con ternura las mejillas empapadas—. ¿Y sabes por qué? —Amy negó cautelosa, aunque no pudo disimular que se le formara un mohín de esperanza que acarició la superficie helada del corazón de Zack—. Porque siempre que estaba con ella era a ti a quien veía.
Los labios femeninos compusieron una sonrisa emocionante. Luego se puso de puntillas para alcanzar los de Zack.
Algunos minutos después, de mutuo acuerdo y sin necesidad de que mediaran las palabras, él la tomó de la mano al salir del ascensor para conducirla a su apartamento. Aunque Amy estaba nerviosa como un flan, le habría seguido hasta el infierno. La casa de Zack estaba caldeada, o al menos es lo que parecía al dejar atrás la fría lluvia que les había calado hasta los huesos. Él encendió una lamparilla de mesa que despejó el salón de las sombras, se quitó la chaqueta del traje y se deshizo de la corbata y de los zapatos sin apartar los ojos de ella. Amy lo observó expectante desde su posición al lado de la puerta.
Lo deseaba y, a la vez, lo temía.
Temía no estar a la altura. Temía no acordarse de qué debía hacer para darle placer a un hombre, o de cómo debía recibir el que él pretendía brindarle. Pero por encima de todo, lo que más la asustaba era enamorarse de Zack, aunque suponía que ya era demasiado tarde para defenderse de un sentimiento que había burlado todas las medidas de seguridad. Desde que se levantaba por las mañanas hasta que se acostaba por las noches, no ansiaba otra cosa más que volver a verlo.
—¿Quieres tomar algo?
—Un poco de agua estaría bien.
—No te muevas de aquí.
Amy aprovechó su ausencia para respirar profundamente, al tiempo que se deshacía de su chaqueta mojada y de las botas. Zack regresó con un vaso de agua, que ella se bebió hasta la mitad.
—¿Tú no tomas nada?
—Yo tengo delante de mí todo lo que necesito.
Zack le quitó el vaso para dejarlo en la mesa auxiliar, junto a la lámpara cuya luz delineaba el contorno de los pezones erguidos contra la fina tela de la blusa blanca. Le colocó las manos en los costados y se sumergió en las candentes aguas de sus ojos verdes. Cuando estaba al lado de Amy, sentía una inexplicable paz interior que aquietaba ese estado de permanente alerta en el que vivía. Contemplar su cara de ángel era como un bálsamo que le curaba las heridas del alma, pero que también le inflamaba de deseo por entrar físicamente en ella.
—Te deseo de una manera desesperada.
Ella sintió que las piernas se le aflojaban.
—Yo también a ti —musitó.
Volvieron a enredarse en el sabor subyugante de los besos. Zack la impulsó por los costados para subirla a su cuerpo y Amy le rodeó la cintura con las piernas.
—Vamos a la cama.
—¿Por qué no nos quedamos aquí? —inquirió con reticencia.
—Porque tengo una cama enorme que es mucho más cómoda que el sofá —contestó, mordisqueándole la barbilla—. A no ser que te guste hacerlo en lugares menos comunes, como en la mesa de la cocina o en el fregadero. Yo no tengo ningún problema.
—¿El fregadero?
—¿Nunca lo has probado?
Amy agitó la cabeza y él sonrió.
—En la cama te has acostado con ella, con Tessa —Amy expuso la razón de sus recelos—. No voy a sentirme cómoda sabiendo que el colchón todavía está... caliente —silabeó la última palabra con gesto agrio.
—Nunca sucedió aquí —negó.
Una vez la hubo convencido, con los labios unidos a los suyos, Zack tanteó el terreno que conducía al dormitorio principal un poco a ciegas, pues todavía no era familiar para él. Una vez allí, devolvió a Amy al suelo, encendió la lamparilla de noche y comenzó a desabrocharle los botones de la blusa. Mientras los dedos masculinos descendían y ella iba sintiendo el roce cálido sobre su piel helada, volvió a verse asaltada por uno de esos pensamientos tan inoportunos que arruinaron el delicioso momento. Aunque más que inoportunos, la salvaron de la mayor humillación de su vida.
¿Qué ropa interior llevaba puesta?
Todas las alarmas se dispararon a su alrededor, aullando como las sirenas de las ambulancias cuando transportaban a algún enfermo. Desde que descubrió a Zack con Tessa Ryan en su apartamento, Amy dejó de ponerse intencionadamente la horripilante ropa interior que compró en H amp;M, pero tampoco se deshizo de ella. Continuó en el cajón mezclada con el resto de su lencería, y como su vida sexual había terminado antes de comenzar, solía meter la mano en él para colocarse lo primero que encontraba.
Si la memoria no le fallaba, ese día se había puesto las bragas blancas de cuello vuelto a juego con el sujetador color carne de los tirantes anchos y las copas de tela similar al raso, pero de inferior calidad. No, la memoria no le estaba fallando, Zack estaba a punto de verle el sujetador matadeseos y, en cuanto eso sucediera, la soberbia erección que ya había sentido pujar contra su propio vientre se vendría abajo. Un sudor frío le cubrió la espalda. Por fortuna, ya hacía horas que había comido porque, de lo contrario, se le habría cortado la digestión.
Qué estupidez de plan cuando lo elaboró. Amy quería acostarse con Zack.
¡Lo deseaba tanto que hasta le dolían las entrañas!
Cuando él ya estaba a punto de desabrochar el botón que descubriría el sujetador, Amy se llevó una mano a los pechos para impedir que siguiera descendiendo.
—Tengo que ir un momento al baño. —Intentó sonreír para que no se le notaran los nervios.
—Tienes dos minutos —la advirtió.
Amy se encerró en el baño del dormitorio principal y se dio toda la prisa que pudo. Miró en el interior del escote, ahogando una exclamación de pánico. Con movimientos rápidos se desabrochó los corchetes, se sacó los tirantes por debajo de la blusa y tiró del sujetador, que dejó sobre el lavabo. A continuación, se levantó la falda y se deshizo de las medias para poder quitarse las bragas. No le sorprendió que estuvieran húmedas porque hacía rato que sentía fluir lava de su interior, aunque más que húmedas estaban empapadas. Cogió las tres prendas y miró a su alrededor en busca de un escondite, al tiempo que Zack pronunciaba su nombre de manera ronca y sugerente al otro lado de la puerta.
—Salgo ahora mismo.
Se agachó junto al lavabo e introdujo la ropa interior en el hueco que se formaba en la parte posterior de la base del pie. Ya regresaría después a por ella. Amy se echó una rápida mirada al espejo mientras devolvía la falda a su posición original y se arreglaba la blusa. Hacía tiempo que no se veía a sí misma con un aspecto tan radiante: labios hinchados, mejillas sonrosadas, ojos vidriosos... Aunque los síntomas internos eran mucho más notorios. Estaba tan caliente que hasta le costaba respirar. Él dio unos golpecitos en la puerta y ella salió a su encuentro.
En su ausencia, Zack se había desabrochado la camisa, que ahora pendía por fuera de los pantalones. Amy ya lo había visto antes prácticamente desnudo, pero las circunstancias entonces eran tan diferentes que fue como si lo viera por primera vez. Ahora, al amparo de la tenue luz que derramaba la lamparilla de noche, pudo apreciar con deleite que el vello oscuro de su pecho acentuaba su masculinidad y descendía hacia unos abdominales bien definidos. Amy sintió la lacerante necesidad de tocarlo, así que elevó las manos para deslizar las palmas por las líneas musculosas. Su piel estaba caliente y quedó fascinada al sentir el rotundo latido de su corazón cuando le acarició los pectorales. Sus ojos color avellana eran dos brasas encendidas mientras reanudaba la tarea de desabrocharle la blusa.
Lo que Zack encontró bajo la tela blanca le dejó sin aliento.
—No llevas sujetador —murmuró con sorpresa, a la vez que observaba embelesado los tersos senos que ya lucían desnudos.
Amy tragó saliva.
—Normalmente sí que lo uso.
Zack retiró la prenda de los hombros para dejarla caer al suelo. Después de contemplarla como si fuera una bellísima escultura, le ahuecó los pechos con las manos, acariciándolos con las yemas de los dedos mientras sentía cómo los pezones se endurecían contra las palmas. Él le sonrió de una manera irresistible al notar que sus caricias le habían aligerado la respiración.
No quería quedarse atrás, así que Amy hizo lo propio con la camisa de Zack. Como los pequeños pezones estaban casi a la altura de su boca, acercó los labios y lamió el izquierdo con la punta de la lengua, trazando dibujos traviesos que desencadenaron un ronco gemido que vibró en su garganta. Él introdujo los dedos entre los bucles esponjosos del cabello que ya empezaba a secarse y la atrajo a su boca para besarla con pasión. Después palpó la cinturilla de su falda hasta topar con la cremallera en la parte de atrás. Comenzó a bajar la tela por las caderas y la falda cayó al suelo por su propio peso. Zack le agarró las nalgas desnudas y la estrechó contra su pelvis para hacerla partícipe de lo excitado y duro que estaba. Entonces se dio cuenta de que algo extraño sucedía.
—Amy, ¿tampoco llevas bragas?
Ella negó con timidez.
—Es mejor que no preguntes.
—Entonces no lo haré. —Zack paseó la mano por el vientre liso, cuyos músculos se estremecieron como si acabaran de recibir una descarga eléctrica. Después internó los dedos entre el vello recortado del pubis, apartando los labios vaginales para adentrarlos en la sedosa carne de su sexo húmedo. Ella cerró los ojos, exhaló un suspiro y abrió ligeramente las piernas para facilitarle las caricias—. Acabo de darme cuenta de una cosa. —Rozó el clítoris, arrancándole un nuevo gemido.
—¿De qué? —murmuró con la voz quebradiza.
—De que tenías razón, cariño. No necesitas lubricante vaginal.
—Ya te dije que era para la planta de los pies.
Zack sonrió y, a continuación, volvió a alzarla para llevársela a la cama.
La dejó tumbada sobre las sábanas de color vino mientras él se disponía a quitarse el resto de la ropa de manera apresurada. No obstante, ella se irguió sobre las rodillas para mirarlo con la misma fijeza con la que él admiraba la sensualidad de sus curvas. Amy confirmó que el tamaño XL de los preservativos que compró en el supermercado no fue una fanfarronada. En cuanto tiró de su ropa interior hacia abajo, demostró a Amy que estaba muy bien dotado. Ella no pudo apartar los ojos de su esplendoroso miembro cuya cabeza ya apuntaba al techo. Lo primero que pensó fue si su vagina desentrenada sería tan elástica para albergarlo en su interior, luego solo tuvo deseos irrefrenables de comprobarlo lo antes posible.
Zack advirtió que su mirada se había vuelto más ardiente al topar con su miembro desnudo, lo que enfatizó la necesidad por poseerla en el acto.
Se subió a la cama, le tomó la cara entre las manos y la besó de forma pausada, uniéndose y separándose de los labios que ya se apreciaban henchidos, tentándola con la lengua para después retroceder y dejarla con ganas de más. Amy pegó el vientre a su erección y le acarició los costados con las uñas, hacia arriba y hacia abajo, hasta que una mano decidida se internó entre sus cuerpos para tocar y rodear el pene. Encontró una gota de líquido preseminal en la punta del glande, y la extendió con la yema del pulgar. Después se apoderó del tronco para acariciarlo en toda su extensión, maravillándose con lo duro que era al tacto, así como con la anchura de su grosor. Un ronco jadeo agitó las cuerdas vocales de Zack que, al separarse para mirarla, descubrió que en sus ojos verdes estallaba la misma excitación e impaciencia que lo consumía a él.
—Quiero que me hagas el amor ahora mismo —susurró ella con el tono anhelante.
—No tenemos prisa. Antes pienso darme un festín aquí abajo.
Zack metió una mano entre las nalgas para tantear la tierna hendidura del sexo. Rozó la entrada a la vagina, haciendo círculos alrededor. Con especial cuidado, introdujo un par de dedos en el foco de calor, que se impregnaron de la copiosa humedad que fluía de ella. Amy sacó las nalgas y apoyó la frente contra su pecho. Frotó el pene con más vigor al tiempo que él la penetraba suavemente con los dedos. El placer que le proporcionaba la obligó a morderse los labios, pero pronto fue insuficiente. Alzó la cabeza y lo miró con los ojos sedientos.
—Yo sí tengo prisa, Zack. Hace demasiado tiempo que un hombre no me mira, ni me toca ni me besa como lo haces tú. Así que te quiero ahora mismo. —Imprimió un apretón en la base del pene para darle mayor contundencia a sus palabras—. Ya habrá tiempo después para hacer otras cosas.
A él le pareció adorable que tras pronunciar la última frase se le arrebolaran un poco más las mejillas. Esos aires de chica recatada le volvían loco de deseo.
—Me parece bien que pienses así porque no voy a dejarte salir de mi casa hasta que me sacie de ti. Y eso me mantendrá ocupado unas cuantas horas.
Acató el mensaje como si fuera una orden. Sujetándola por la cintura, se fue inclinando sobre ella hasta que quedó tumbada en la cama. Él procedió a separarle las piernas para colocarse entre ellas pero, antes de acomodarse sobre su cuerpo, admiró la gloriosa visión del pubis brillante y descubierto, al que más tarde le haría el amor con la boca.
Zack se apoyó sobre un antebrazo, tomó un seno con la mano libre y dedicó un tiempo a lamer el pezón. Descubrió que los gemidos arreciaban cuando lo succionaba entre los labios y agitaba la lengua con rapidez, así que repitió la misma operación con el otro.
Sin embargo, los placenteros lametones no desviaron la atención de Amy del objetivo principal; así que, estirándose bajo el cuerpo de Zack, arqueó las caderas en busca del contacto de los órganos sexuales. En la nueva postura, el tronco rígido del pene rozó el pubis y punteó la entrada de la vagina, despertando otro ramalazo de placer que le recorrió el vientre como si se lo lamieran lenguas de fuego.
—Zack.
Él atendió al desesperado hilillo de voz levantando la cabeza de sus senos, para toparse con una mirada empañada que le urgía a darse prisa. Alargó el brazo para abrir el cajón de la mesilla de noche y hacerse con la caja de preservativos. Mientras rasgaba el envoltorio con los dientes y extraía uno, Amy se irguió sobre la cama y le pidió que le dejara colocárselo.
Gustosamente, Zack se lo tendió para que hiciera los honores, aunque antes de situarlo sobre la punta, ella acercó la boca para rodear el glande con los labios. Zack apretó los dientes al sentir la lengua recorriendo y explorando la piel sensible, que después succionó con glotonería. Habría sido sencillo abandonarse a las excitantes caricias de aquella boca que le estaba estimulando todos los nervios del cuerpo con una rapidez sorprendente pero, antes de que se le fuera la cabeza, la tomó del cabello con cuidado y la separó de él.
—Ponme el preservativo —le exigió.
Ocasionarle tanto deseo hizo que Amy se sintiera muy halagada y femenina. Con movimientos ansiosos, enfundó el miembro y volvió a tenderse sobre la cama.
Zack se acercó a su boca para besarla de un modo salvaje mientras se posicionaba para entrar en ella. Asiéndola por la cara interna de las rodillas, le colocó las piernas en alto, instándola a que le rodeara la cintura con ellas. Luego dirigió el pene hacia el sexo y lo frotó contra la sedosa hendidura, haciendo presión en el clítoris así como en la entrada de la vagina, pero sin llegar a penetrarla. Repitió la operación unas cuantas veces más, al tiempo que se devoraban la boca.
Después entró en ella hasta la mitad.
Aunque estaba muy excitada, Zack sintió que la repentina intromisión la tensaba, provocando que los músculos vaginales se ciñeran alrededor del pene. La resistencia incrementó el placer de Zack, ya que fue como meter la polla en el interior de un puño apretado y resbaladizo. Entonces comenzó a bombearla suavemente para ir abriéndola a él. Amy arqueó el cuello y cerró los ojos.
—Relájate —le susurró Zack en el oído.
Se había dado cuenta de que las primeras penetraciones le habían molestado un poco, así que fue muy cuidadoso y mantuvo un ritmo lento aunque constante. Poco a poco, las líneas gestuales de Amy se fueron dulcificando y él aprovechó para hundirse un poco más, centímetro a centímetro, hasta que los testículos chocaron contra las nalgas. Ella abrió los ojos como si despertara de una ensoñación y se lamió los labios. Sus dedos tocaron el rostro de Zack, arañándose las yemas con la áspera barba al tiempo que le dedicaba una mirada deseosa pero tierna, que se movió por el rostro masculino como si quisiera memorizar cada pequeño detalle para grabárselo en el alma.
—¿Mejor? —Él le enmarcó el rostro con las manos y le pasó el pulgar por los labios.
—Estoy en el cielo —musitó ella.
Zack sonrió antes de descender la cabeza para besarla en la boca. Empezó a moverse con calma, alternando penetraciones ligeras que arrancaban sutiles suspiros a Amy, con otras más recias que la dejaban sin aliento. En todo momento, él estuvo pendiente de sus reacciones físicas para familiarizarse con las necesidades de su cuerpo. Así, tras largos minutos de prolegómenos en los que los cuerpos se caldearon hasta que una fina pátina de sudor les cubrió la piel, ella comenzó a erguir las caderas para demandar otra clase de ritmo.
Con las facciones desfiguradas por una avidez desmedida, Zack colocó una pierna femenina sobre su hombro, buscando una postura en la que ella quedara más expuesta, más abierta a él. A continuación, emprendió una serie de profundas y rápidas embestidas que los condujo hacia la espiral de placer que aceleraba la sangre y desbocaba los corazones. Los jadeos que de manera progresiva se volvieron más fuertes fueron indicativos de que los dos estaban a punto de correrse, pero para asegurarse de que ella llegara primero, él detuvo los frenéticos embates, se dejó caer sobre ella y volvió al sosegado ritmo inicial.
Zack internó los labios en la suave curva de su garganta, lamió la piel cremosa, masajeó un seno hasta que volvió a sentir el pezón erecto y luego deslizó la mano hacia su sexo para estimular el clítoris, preparándola para el combate final. Volvió a alzarle las piernas, esta vez colocando ambas sobre sus hombros, y se dispuso a embestirla con toda su pasión.
Amy aprisionó los férreos glúteos masculinos con ambas manos y le suplicó con la voz deformada que no volviera a detenerse. Él no lo hizo, pues ya no era dueño de sus actos, así que emprendió una vertiginosa carrera hacia el éxtasis. No mucho tiempo después, envueltos en los sugerentes sonidos que precedían al clímax, la vagina de Amy se contrajo en múltiples espasmos de placer que la hicieron jadear alto y fuerte. Se arqueó sobre el colchón, hincó los talones en la espalda masculina y soltó sus glúteos para aferrar las sábanas en puñados.
La magnitud de su orgasmo le oprimió rítmicamente el pene, desencadenando el propio estallido de placer en Zack, que se corrió justo después.
Cayó exhausto sobre el cuerpo tembloroso de Amy y ahogó los jadeos en el hueco que formaba su cuello. Ella aflojó las manos que todavía asían las sábanas para pasarle los brazos sobre los hombros, con el afán de sentirlo más cerca. Su corazón latía con tanto vigor como el suyo. Le acarició el cabello, unió la mejilla a la de él y, al cabo de unos minutos, pegó los labios a su oreja.
—Creo que yo también voy a necesitar algo más de una noche para saciarme de ti —susurró Amy.