Capítulo 16

La pareja que caminaba por delante lo hacía a un paso tan lento que no la dejaban avanzar hacia la sección de perfumería. Cada dos por tres, se detenían en medio del pasillo para prodigarse alguna clase de arrumaco, por lo que en más de una ocasión Amy estuvo a punto de arrollarles con su carro de la compra.

Las constantes muestras de afecto entre aquellos dos la estaban poniendo enferma, y su paciencia se vio seriamente amenazada cuando en una de esas paradas, el chico agarró a la joven morena por la nuca para darle un beso descarado, que incluso atrajo las miradas de una familia que circulaba por el pasillo perpendicular.

Amy se aclaró la garganta ruidosamente y, entre risitas, el par de tortolitos reanudó la marcha a un paso tan parsimonioso que los tomates que llevaba en el carro madurarían antes de tener la ocasión de comérselos. Cuando consiguió librarse de ellos, murmuró por lo bajo mientras recorría a toda prisa los estrechos pasillos del supermercado hacia la sección de perfumería. Reconocía que cada vez se parecía más a la anciana señora Thompson, que además de fisgona, era una vieja cascarrabias a la que todo le molestaba. Últimamente, se ponía de mal humor cuando se topaba con alguna pareja de enamorados, y aunque no le apetecía desgranar la razón de semejante animadversión, no hacía falta indagar mucho en su subconsciente para entender lo que le sucedía. Todavía estaba afectada por lo que había sucedido entre ella, Zack y la enfermera Ryan.

—Tú no quieres estar en el pellejo de esa mujer, Amy Dawson —rezongó, a la vez que sus ojos buscaban su marca de desodorante favorita en una de las estanterías.

Se repetía aquella frase de vez en cuando, para que se le metiera bien en la sesera hasta que terminara creyéndosela. A veces, era la voz de Terry la que se inmiscuía en sus pensamientos para darle su opinión sobre el motivo por el que se sentía tan irascible:

«Tus hormonas están despertando tras un largo periodo de inactividad sexual y es lógico que te apetezca echar un polvo con Zack. Deberías dejarte llevar y quitarte de la frente el cartel de que eres una chica seria que nunca se acuesta con un hombre por pura diversión».

Amy torció el gesto. Cogió el desodorante, el champú y la mascarilla para el pelo. Los hipotéticos consejos que le brindaría Eloisa también solían resonarle en la cabeza, siendo todavía más aterradores que los de su amiga.

«Cariño, tu matrimonio con Jerry ya pertenece a un pasado lejano y no debería atormentarte el hecho de que puedas volver a enamorarte».

Soltó una exclamación ahogada al tiempo que sacudía los hombros. Luego puso la mente en blanco mientras terminaba de hacer sus compras.

Cuando se aproximaba a la caja, descubrió al objeto de sus reflexiones a unos metros al fondo. Estaba de espaldas a ella, detenido frente a una estantería repleta de botellas de vino que contemplaba con interés. Habían pasado unos días desde el accidentado encuentro frente a la puerta de su casa y no había vuelto a verlo, pero era inevitable que, tarde o temprano, se encontraran de nuevo en el edificio o en sus inmediaciones.

Amy aceleró tanto el paso que las ruedas del carro se bloquearon cuando intentaba ponerse a la cola. Un señor que esperaba en la caja de al lado tuvo que ayudarla a enderezarlo para que no atropellara a la gente que aguardaba en la fila. Le dio las gracias y luego apretó las manos sobre la barra de empuje hasta que los nudillos perdieron el color. Zack estaba fuera de su campo de visión periférica, así que Amy lanzó una mirada fugaz por encima de su hombro para cerciorarse de que no había sido vista. En aquel momento, él se decidía por una botella de vino rosado que extrajo del expositor. Luego se dio la vuelta y Amy retiró la mirada con rapidez, con la sensación de que Zack se había percatado de su presencia.

Al cabo de un minuto, le sintió muy cerca de la espalda, ya que notó el familiar cosquilleo en el estómago.

—Pensaba que te habías mudado de casa. Hace varios días que no te veo y la persiana de tu salón siempre está bajada.

Aquello no era del todo cierto, porque sí que había atisbado movimiento la noche anterior, cuando la observó bailar con Mr. Pillow a través de la ventana del salón que ella solo había cubierto parcialmente con el estor. Zack acababa de llegar a casa y, aunque la función terminó apenas dos minutos después, tuvo tiempo de comprobar que sus movimientos eran mucho más elegantes y coordinados que la primera vez que la vio bailar.

Amy lo miró un momento. Después, empujó el carro para adelantar medio metro, pues la señora que tenía delante ya estaba a punto de pagar a la cajera.

—Estoy escribiendo mucho. Salgo de casa para bajar la basura o para hacer la compra. ¿Solo llevas eso? —señaló con la barbilla las manos de Zack, en las que cargaba muy pocos artículos.

—Sí, vivo muy al día.

—Entonces te cedo mi turno. Yo voy a tardar un poco más.

Amy prefería tenerlo delante, con el carro de por medio, que tan pegado a su espalda.

—Gracias.

Ella se apretujó contra el carro para dejarle pasar, pero el espacio entre ambas cajas era tan estrecho que los dos se rozaron en puntos que no se podían ignorar. Amy se puso tensa y el cuerpo de Zack reaccionó de un modo un tanto desconcertante, pues vibró como si hiciera siglos que no tocaba a una mujer. Se fijó en que ella había sacado del armario un vestido blanco de punto que se amoldaba con sensualidad a las esbeltas curvas. Como complemento, llevaba una cazadora vaquera que le daba un toque muy juvenil.

Estaba preciosa. Y no iba a gustarle la noticia que tenía que darle.

Zack fue dejando los artículos sobre la cinta transportadora y luego sacó la cartera del bolsillo posterior de los vaqueros. Ella estaba más seria de lo habitual, pero al menos no le había retirado la palabra. Aunque él le había hablado con el tono caldeado, no consiguió fundir el hielo verde de sus ojos. Unos ojos cuyas pupilas se movieron con disimulo sobre sus artículos de compra.

Y es que Amy no pudo evitar curiosear.

La caja de preservativos de tamaño XL —por supuesto, no podía ser de otra forma— llamaba demasiado la atención. También había una botella de vino, un estuche de maquinillas de afeitar y un bote de desodorante. Al sentirse observada por él, apartó la mirada y acercó su carro un poco más a la caja.

Resultaba un tanto bochornoso que él estuviera a su lado mientras iba colocando los artículos sobre la cinta transportadora, pues era como abrirle las puertas de su casa de par en par para invitarle a que echara una miradita entre sus cosas.

En primer lugar, fue colocando la fruta, la leche, el agua y diversos productos de consumo. Detrás, camufló los artículos más íntimos, incluida la caja de cartón que contenía el tubito de crema, y que estuvo a punto de esconder en algún sitio para que Zack no pudiera verlo.

Él acababa de pagar y le hizo una señal para indicarle que la esperaba junto a la puerta.

—Tengo que hablar un momento contigo —le dijo antes de retirarse.

Ella asintió, aunque sin mucho ánimo de hacer el camino de vuelta a casa junto a él.

La simpática cajera la ayudó a ir colocando la compra en un par de bolsas de papel cartón, que Amy rodeó con ambos brazos para sujetarlas a cada lado de su cuerpo. Junto a la puerta se reunió con Zack, que se mostró solícito al insistir en que le dejara ayudarla con una de las bolsas. Ella le entregó aquella en la que sobresalían los tomates y las zanahorias.

Ya en la calle, y al ritmo que marcaron los pasos un pelín apresurados de Amy, emprendieron el camino hacia el edificio que estaba a un par de manzanas del supermercado.

—Iba a llamarte esta tarde para comentarte que hace un par de días apareció un comprador que está muy interesado en adquirir el local. Esta mañana se ha vuelto a poner en contacto conmigo. —Instantáneamente, ella se puso un poco más seria de lo que ya estaba—. Quiere comprarlo, así que hemos quedado mañana a las doce en el despacho de Freeman. Tú también debes venir para firmar los papeles. —Amy comenzó a asentir, reprimiendo la desilusión todo cuanto pudo—. La verdad es que me asombra que todo haya ido tan rápido, no me lo esperaba. Por lo visto, quiere abrir un restaurante de comida española. Siento que no hayas tenido la oportunidad de adelantarte.

¿Lo sentía? Una breve y tentativa mirada reveló a Amy que era sincero.

—No pasa nada. Era de esperar que tarde o temprano apareciera un comprador. Little Italy es ideal para montar un restaurante, y la cocina española me encanta. —Intentó sonreír—. Mañana estaré en la reunión.

Le envió una disculpa silenciosa a Ava Parker porque había fracasado en la promesa que le hizo en su lecho de muerte. De todos modos, y aunque el local se le hubiera escapado de las manos a menos que ocurriera un milagro, siempre podía comprar uno distinto para perpetuar su legado.

Cruzaron el jardín mientras Zack le facilitaba la dirección del abogado en el centro de Mount Vernon, aunque ella se había quedado un tanto abstraída en sus propias reflexiones. Sí, buscar otro lugar incluso en la propia Little Italy era una posibilidad a tener en cuenta, posibilidad que se pondría a madurar tranquilamente ahora que ya no estaba sujeta a ningún plazo de tiempo.

Amy siempre utilizaba las escaleras para subir a casa, pero como iba cargada con la compra llamó al ascensor. Le dijo que ya podía ocuparse ella sola, pero Zack quiso acompañarla.

Intimar con ella había sido un grave error que ahora pretendía subsanar de la manera que fuera. No se conocía todos los días a una mujer que le cayera bien y con la que, además, se pudiera conversar sobre cualquier tema. No le gustaba que hiciera tantos esfuerzos por ser cordial con él.

Entraron en el ascensor. Amy dejó la bolsa en el suelo, Zack pulsó el botón de la segunda planta y luego apoyó la espalda en la pared de enfrente. La observó detenidamente. Ella tenía la vista desenfocada sobre el panel de mandos y no parecía dispuesta a llevar su cordialidad más allá del simple saludo cortés.

—Las galletas estaban muy buenas.

—Era una receta sencilla. Las preparé para llevarlas a Keswick y repartirlas entre los ancianos, pero hice tantas que se me ocurrió reservar una ración para ti.

Reaccionó como si estuviera esperando a que él dijera algo para poder rebatirlo. Lejos de molestarle que justificara la razón por la que se las había regalado, Zack se lo tomó con sorna. Ella frunció levemente el ceño al toparse con su sonrisa sucinta, que de todos modos no desapareció de sus labios, así que Amy lo miró con más insistencia, como si el peso de su mirada fuera a hacerle confesar la razón por la que su comentario le había hecho gracia. Zack bajó la vista hacia el suelo, donde topó con algo que hizo que se le acrecentara el humor.

Amy siguió el recorrido de sus ojos y, al descubrir el objeto que había captado su interés, quiso que la tierra se la tragara.

Descentrada por la presencia de Zack en el supermercado, no estuvo atenta al orden que siguió la cajera para colocar los artículos en una de las bolsas, así que el tubito de lubricante vaginal que contenía la cajita blanca con las indiscretas letras rojas sobresalía entre las compresas y el jabón íntimo. Ahora, toda la sangre del cuerpo se le agolpó en las mejillas, teniendo la sensación de que ardería por combustión espontánea.

Él había comprado una caja de preservativos de la talla XL para utilizarlos con la enfermera Ryan, y ella un tubo de lubricante vaginal. ¡Joder, no era justo!

—No es lo que parece.

—Yo no he dicho nada —comentó con gesto parsimonioso.

—Desde que voy a la piscina, el cloro me ha agrietado un poco la planta de los pies y Terry me dijo que la vaselina era buenísima para suavizar la piel.

—Eso que llevas ahí no es vaselina —señaló con la cabeza.

—Porque estaba agotada. Le pregunté a un reponedor y me dijo que probara el lubricante, que tiene propiedades similares.

—No es nada vergonzoso admitir que lo necesitas en tus relaciones sexuales. Cada vez son más mujeres las que lo utilizan.

—Pero yo no. Jamás he tenido problemas de ese tipo —matizó cada palabra, dejándose llevar por la absurda necesidad de que la creyera—. Además, en estos momentos...

Amy se frenó a tiempo de ponerse un poquito más en evidencia, pero Zack la cazó al vuelo.

—También está indicado para actividades en solitario.

Ella apretó los dientes y Zack reprimió la risa. Menudo método el suyo para que limaran asperezas, pero es que ella reaccionaba de manera incendiaria a cada pequeña cosa que sucedía a su alrededor, y él no podía evitar pincharla.

—Me da exactamente igual lo que pienses. Es para la planta de los pies.

Zack asintió como dándose por enterado, pero persistía ese gesto socarrón en su cara con el que daba por sentado que no la tomaba en serio.

¿Por qué le estás dando tantas explicaciones?

Amy agarró la bolsa del suelo unos segundos antes de que se abrieran las puertas del ascensor. La señora Thompson se disponía a subir con su minúscula chihuahua aposentada sobre uno de sus gordos brazos. En una ocasión, Amy la acarició entre las orejas y la perrita estuvo a punto de arrancarle un dedo, así que esta vez se abstuvo, limitándose a darle los buenos días a la mujer y a echarle un piropo al diminuto animal.

La anciana les observó con gesto curioso, sobre todo a Zack, que era el nuevo vecino. La indiscreción de su mirada oscura no impidió que le devolviera el saludo amable, al tiempo que él se atrevía a acariciar la cabeza de la perrita. Esta agachó las orejas dejándose hacer, quedando constancia de que Zack tenía cierto poder sobre las hembras, fueran de la especie que fueran.

Ya en el corredor, con la señora Thompson fuera de la vista, Amy aniquiló la intención de Zack de acompañarla con la bolsa de la compra hasta la puerta de su casa.

—Ya puedo yo sola, gracias. —La tomó de sus manos y volvió a colocarse una a cada lado del cuerpo—. Nos vemos mañana.

Amy echó a andar pero el mensaje que Zack le envió por la espalda frenó sus pasos.

—¿Podemos hablar un momento?

—¿Sobre qué? —Giró con lentitud.

—Sobre ti y sobre mí. Quiero saber si va a ser así a partir de ahora.

—No sé a qué te refieres.

—Lo sabes perfectamente. Dijiste que lo que ocurrió entre nosotros fue anecdótico.

—Y sigo pensándolo.

—Pues tu actitud conmigo demuestra justo lo contrario.

—Acabas de darme una mala noticia, no puedo tener otra actitud.

—No te escudes en eso. Ya estabas rara antes de que te contara lo de mañana.

Conforme se acercaba a ella, Zack percibía cómo iban emergiendo algunas de las inseguridades que Amy se había afanado en mantener ocultas. Su nerviosismo se acrecentó y cedió a la presión, poniéndose a la defensiva.

—No te considero mi amigo y, desde luego, tampoco eres mi pareja, así que siento si no me echo a tus brazos para darte un par de besos cada vez que te vea.

—Salimos a cenar juntos, tuvimos una charla agradable y estuvimos muy a gusto en la compañía del otro. Pero no hubo promesas de ningún tipo, ni por tu parte ni por la mía.

Zack acababa de poner las cartas sobre la mesa, por lo tanto, Amy prefirió ser honesta consigo misma a continuar simulando que aquel asunto no la afectaba. Además, no le pegaba nada ese papel de mujer despreocupada que interpretaba con tan poca credibilidad, así que se sinceró:

—Pensé que había sido especial para los dos, no solo para mí.

—Y fue especial —aseguró Zack.

—¿Más o menos que con Tessa Ryan? Porque me da la impresión de que eso se lo dices a todas. —Amy esbozó una sonrisa vacía—. Tengo algo de prisa.

Retomó los pasos porque no le apetecía continuar profundizando en aquello, pero Zack colocó la mano sobre la suya, que se apretaba contra la bolsa de papel cartón, para exigir su atención.

—No quiero hacerte daño.

—¿Hacerme daño? —Parpadeó perpleja—. Entiendo que quieras estar con la enfermera Ryan porque es una mujer espectacular, así que no es necesario que seas tan políticamente correcto conmigo, y menos todavía que eches mano de un argumento tan cobarde como ese.

—Estás muy equivocada. Te aseguro que no necesitaría valerme de excusas para deshacerme de una mujer en la que no estuviera interesado.

—Pues entonces no sé a dónde quieres llegar.

Zack la miró con una intensidad tan abrasadora que hizo que el corazón le palpitara. Su cuerpo grande se cargó de tensión, que intentó sacar al exterior expeliendo el aire con pesadez, aunque no dio resultado. De repente, pareció estar a punto de decirle algo porque los ojos se le cubrieron de una extremada impaciencia, a la vez que los labios se entreabrían. Luego volvió a cerrarlos, apretándolos, para echarse atrás en el último momento.

—Da igual —dijo con aire brusco.

Zack dio por zanjada la conversación, dejándola plantada en medio del corredor. El malestar de Amy creció como la espuma mientras le observaba alejarse en el sentido contrario, así que reaccionó y le siguió hasta su casa. Mientras él buscaba las llaves en el bolsillo de sus pantalones, ella dejó las bolsas en el suelo y pegó la espalda a la puerta.

—A mí no me da igual. ¿Qué has querido decir?

—Es mejor que olvidemos este asunto. ¿Vas a apartarte?

Amy se cruzó de brazos y negó.

—¿A qué te refieres con eso de que no quieres hacerme daño?

Zack apoyó las manos en las caderas y la miró como si quisiera desintegrarla. Amy alzó la barbilla y respondió al duelo de miradas sin dejarse amilanar.

—En las manos de un tío como yo, serías muy desdichada.

Ella arrugó la frente.

—¿Lo dices en serio? —Zack se mantuvo firme y Amy cabeceó—. Tenías razón, no debí preguntar.

Despegó la espalda de la puerta con la idea de largarse, pero Zack se lo impidió apoyando la mano contra la pared y dando un paso al frente, dejándola enjaulada entre el sólido muro que formaba su cuerpo y el tabique del final del corredor. Entonces inclinó la cabeza y le habló con crudeza, para que entendiera la trascendencia de eso a lo que ella había denominado «argumento cobarde».

—Las mujeres que han pasado por mi vida solo han sido instrumentos para obtener placer. Nunca he sentido nada especial por ninguna, el sexo ha sido lo único que me ha interesado de ellas. Entonces conocí a Elizabeth, que me pareció diferente a las demás. Al margen de su belleza, también era inteligente, tenía sentido del humor y se podía conversar con ella. Conforme fui conociéndola empezó a calarme más hondo que el resto y por eso llegué a pensar que, después de todo, sí que tenía capacidad para amar, que podía comprometerme emocionalmente. —La expresión se le vació—. Me casé con ella, pero pronto comprendí que mi matrimonio fue un grave error. Jamás llegué a sentir por Beth otra cosa que no fuera un profundo cariño. La desatendí por completo, no me involucré y la hice infeliz, así que ella decidió llamar mi atención del modo que más daño podía hacerme. ¿Y sabes por qué no la amé? —El arco que formaban las cejas de Amy expresaba aturdimiento. Hacía rato que no parpadeaba y ni siquiera la sentía respirar. Zack experimentó una extraña satisfacción al contarle todo aquello—. Porque mi corazón es un jodido bloque de hielo.

Amy tragó saliva. El contenido de la confesión no le había impactado tanto como el peso amargo del que estaban teñidas sus palabras. Durante unos segundos, le sostuvo la mirada en silencio, horadando la miel de sus ojos para que le dejara ver si su interior era tan frío como le decía. Llegó a la conclusión de que había mucho dolor retenido en él y que no tenía que ver, al menos directamente, con aquello que acababa de contarle.

—¿Quién te ha hecho tanto daño? —se atrevió a preguntar.

—No voy a dejar que sigas por ese camino, así que no te molestes. No vas a psicoanalizarme, Amy. —Zack tomó con los dedos un largo rizo que le colocó detrás del hombro. Ella se estremeció al sentir el tacto de su mano sobre la piel—. Tú te mereces algo mejor —finalizó.

—Detesto que digas eso. No me conoces lo suficiente como para hablar de lo que merezco. Solo porque una vez me viste destrozada, no significa que sea una muñequita de cristal a la que haya que tratar entre algodones, ¿sabes? Yo también tengo mi rodaje en la vida. He pasado por circunstancias que me han hecho más fuerte, y sé diferenciar lo que me conviene de lo que no. Por lo tanto, no creas estar en posición de hacerme daño —argumentó sulfurada, al tiempo que a él se le relajaba la expresión—. Además, para tu información, yo no soy tan diferente a Tessa Ryan como crees.

Zack entornó los ojos.

¿Estaba insinuando que también a ella le gustaba el sexo sin complicaciones?

Pues ya podría argumentárselo de mil maneras distintas que no conseguiría que la creyera. Zack esbozó una sonrisa obscena que hizo que ella achicara los ojos. Le gustaba lo que Amy provocaba en él. Le hacía sentir bien consigo mismo.

—¿Estás segura de lo que dices?

—Por supuesto que lo estoy. A lo mejor te has pensado que voy a la caza y captura de un nuevo marido, pero estás muy equivocado. Yo también sé divertirme.

Se le hizo un nudo en el estómago al aseverar con tanta determinación una realidad que no era del todo cierta. Se estaba metiendo ella sola en un terreno fangoso del que luego no tenía ni idea de cómo iba a salir. Zack había cambiado radicalmente de actitud, y ahora parecía estar haciéndole el amor con la mirada.

—¿Quieres pasar conmigo al interior para demostrarte a ti misma que eres capaz de disfrutar del sexo sin ataduras, tal y como pareces insinuar? Porque yo estaría encantado —la retó, poniéndola contra las cuerdas.

—Tuviste la ocasión. Ahora ya no estoy interesada.

—Suponía que sería eso lo que contestarías.

—Pues si lo sabías no haberlo preguntado.

Zack rio por lo bajo y dejó caer el brazo, momento que ella aprovechó para abandonar la oprimente guarida.

—¿Me permites que te dé un consejo? —prosiguió él—. Bueno, qué diablos, te lo daré de todas formas. En lugar de quedarte sentada esperando que llegue ese príncipe azul que no existe, deberías divertirte cuanto puedas y meterte en la cama de todos los tíos a los que no te has podido follar mientras estabas casada.

—Dale ese consejo a quien lo necesite. Afortunadamente, no soy tan cínica como tú. Yo sí creo en el amor y creeré en él mientras viva. —Se agachó frente a las bolsas de la compra y sacó la cajita que contenía el lubricante vaginal—. También tengo algo para ti, aunque no es un consejo sino un regalo. Por el tamaño que te gastas, lo más probable es que a Tessa Ryan le haga más falta que a mí.

Amy abrió la solapa de su chaqueta de cuero para dejarlo caer en el interior del bolsillo. Luego recuperó las bolsas y se alejó a paso rápido del sonido de una risa mesurada, que se le ciñó al pecho hasta robarle el aliento.

A las doce menos cinco del mediodía, Amy detuvo su bicicleta muy cerca del monumento a Washington, frente a uno de esos emblemáticos y bien conservados edificios de ladrillo del siglo xix. Mount Vernon era uno de los distritos más antiguos de la ciudad y, en un principio, también había sido el hogar de las familias más ricas. El aire majestuoso de tiempos pasados todavía se respiraba en la hermosa arquitectura de sus calles y avenidas, aunque ese día Amy no estaba con muchos ánimos de recrearse la vista en tales menesteres.

Encadenó el vehículo a una farola y traspasó las puertas del edificio donde tenía su despacho Alan Freeman, el abogado de Ava Parker.

Siguió las indicaciones que le había dado Zack hasta que encontró la placa atornillada a la pared, al lado de una pesada puerta de roble que se hallaba al fondo de un lúgubre pasillo que olía a una mezcla de cera para el suelo y eucalipto.

Amy se atusó el pelo, se planchó la chaqueta de vestir con las manos y eliminó las arrugas que se le habían formado en los pantalones. Luego tocó con los nudillos en la puerta, a la espera de que alguien la invitara a pasar. La voz grave de un hombre le indicó que lo hiciera, así que la empujó y entró en un despacho cuyo mobiliario, vetusto y recargado, la transportó dos siglos atrás en el tiempo.

Había tres hombres en el interior. Alan Freeman, un sexagenario de porte distinguido con las facciones huesudas y el cabello muy blanco, que presidía la pesada mesa ovalada que había a la derecha; sentado a su lado había un hombre de mediana edad con rasgos hispanos, y de pie, justo enfrente del comprador, estaba Zack con las manos metidas en los bolsillos de su elegante traje negro. Él le dedicó una mirada amistosa mientras Amy saludaba a los presentes, cerraba la puerta y se dirigía a la mesa en la que ya estaban preparados los documentos.

Tomó asiento al lado de Zack. A continuación, sin más demora, Alan Freeman se colocó sobre la punta de la nariz unas gruesas gafas de lectura para comenzar a leer los términos del contrato de compraventa que había elaborado. Las cláusulas eran claras y concisas, por lo tanto, al no haber objeciones por la parte compradora ni por la vendedora, Freeman entregó las tres copias al hombre de rasgos hispanos nada más concluyó la lectura.

El abogado se interesó por el restaurante que el señor Torres tenía pensado inaugurar, así que los dos se enfrascaron en una conversación que giró en torno a la gastronomía española —de la que Freeman se declaró admirador— mientras Amy recogía las copias de manos del comprador. Zack observó su perfil, que estaba parcialmente oculto tras la sedosa cortina de rizos negros. El gesto de desánimo con el que se presentó a la reunión se había acentuado ahora que había llegado el momento de estampar su firma. Lo hizo de forma apresurada, pues quería terminar con aquello cuanto antes. Luego deslizó los papeles sobre la mesa, evitando en todo momento mirarlo a la cara.

El abogado y el empresario continuaban conversando cuando llegó su turno. Zack observó el recuadro que había bajo su nombre con aire crítico, a la vez que era asaltado por una oleada de dudas que le llevaron a vacilar durante algunos segundos. Eran las mismas dudas que le rondaban cada vez que miraba hacia la ventana de enfrente y la veía bailar con la estúpida almohada de la amplia sonrisa y los pelos naranjas.

Al llegar al despacho de Freeman hacía media hora, Zack estaba decidido a seguir con el proceso, pero ahora ya no lo tenía tan claro. Volvió a mirar a Amy al percatarse de que lo observaba de soslayo, pero ella le esquivó porque no quería que su estado de ánimo le condicionara. No obstante, no fue el desánimo de Amy lo que le impulsó a soltar el bolígrafo sobre la mesa y a retirar los papeles, sino la ilusión que veía en ella cada vez que hablaba del local y de los proyectos que tenía para él.

—Lo siento —se excusó Zack con ambos hombres—. He cambiado de opinión. Quiero conservarlo.

—¿Cómo dice? —El señor Torres abrió tanto los ojos que dio la sensación de que se le saldrían de las órbitas—. No puede hacer eso —protestó.

—Lamento mucho haberles hecho perder el tiempo pero... esto no es lo que Ava Parker hubiera querido —se adueñó de las palabras que había escuchado de los labios de Amy en unas cuantas ocasiones.

—Su abuela ha fallecido, ¿qué importa lo que deseara o lo que no? —gruñó Torres, cuyas redondeadas facciones se estaban coloreando de rojo—. Esto me parece muy poco serio. —Desvió la mirada hacia Freeman en busca de apoyo.

—Puede que usted no lo considere importante, pero para mí sí que lo es —replicó Zack con el tono cortante.

—Señor Parker —intervino Freeman con voz conciliadora—. ¿Hay alguna cláusula del contrato que no sea de su agrado? Porque de ser ese el problema, podemos negociar nuevamente los términos.

—No, las cláusulas están bien, lo que sucede es que ya no quiero vender. De nuevo les pido disculpas, sobre todo a usted, señor Torres. Estoy seguro de que encontrará otro lugar en el que establecer su negocio. —Zack echó un vistazo a su reloj de pulsera. A continuación, deslizó la silla hacia atrás y se puso en pie—. Tengo una operación dentro de cuarenta minutos. Si me disculpan, he de abandonar la reunión.

—Zack.

Miró a Amy, que movió suavemente la cabeza para indicarle que no hiciera aquello, pero él la ignoró por completo.

Mientras abandonaba el despacho, le llegaron los comentarios de protesta del señor Torres, así como las palabras apaciguadoras de Freeman. Sin embargo, estaba plenamente satisfecho con la decisión que acababa de tomar y no sintió ni una pizca de remordimiento.

Ya en el corredor, los tacones de Amy repicaron apresurados a su espalda. Ella lo alcanzó cuando se disponía a subir al ascensor.

—¿Por qué lo has hecho?

Amy pegó la espalda al espejo que había en la pared frontal. Estaba tan asombrada que todavía no había tenido ocasión de asimilar el alcance del acto de Zack, aunque en su interior ya comenzaba a despuntar un agudo sentimiento de esperanza.

—Por varias razones, Amy. —Él apretó el botón de la planta baja—. Porque en los últimos meses de vida de Ava, nadie estuvo tan cerca de ella ni la conoció tan bien como la conociste tú; porque estoy convencido de que ese dichoso local no estará en mejores manos que en las tuyas, y porque tengo un trabajo que, por fortuna, me permite vivir desahogadamente —le explicó clara y llanamente.

—Yo... —Amy se lamió los labios y tragó saliva—. Te lo agradezco muchísimo —aseveró, con la cara cubierta de luz y los ojos humedecidos.

—No es necesario que me lo agradezcas. Sé que hago lo correcto.

Ella recordó las palabras que le había dicho el día anterior, cuando le explicó los motivos por los que su matrimonio había sido un fracaso. Entonces parpadeó y respiró hondo para controlarse, al tiempo que llegaba a la conclusión de que un hombre con el corazón de hielo jamás habría tenido un gesto tan altruista.

Su generosidad la envolvió como un manto cálido, traspasándole la piel, la carne y los huesos hasta llegarle al alma. Estaba a punto de echarse a llorar, de alegría por supuesto, y además tenía ganas de abrazarlo, de dar saltos de júbilo. No pudo reprimir las lágrimas, aunque las interceptó con la yema de los dedos antes de que le recorrieran las mejillas. Y tampoco pudo evitar expresarle su gratitud de la misma manera que lo habría hecho de tratarse de cualquier otra persona, a pesar de sus mutuas diferencias. Se acercó a él, se puso de puntillas y le dio un efímero e impulsivo beso en la mejilla que no debió acarrear consecuencias. Salvo por el remolino de emociones que danzó en torno a su corazón y que emborronó de alguna forma aquel momento de felicidad, para sumirla nuevamente en un estado de densa confusión.

Al retirarse, Amy se topó con la incomprensión que también azotaba al propio Zack, y que volvió su mirada más íntima y cercana. Durante algunos segundos, los dos quedaron suspendidos en una especie de burbuja aislante, que solo se rompió cuando se abrieron las puertas del ascensor. Él se aclaró la garganta y ella volvió a atusarse el pelo mientras recorrían el vestíbulo hacia la puerta principal.

—Me alegra que estés tan contenta, pero no creas que es un regalo —le advirtió—. ¿Recuerdas lo que hablamos antes de la partida de billar?

—Lo recuerdo: préstamo a devolver en el plazo de un año junto con los oportunos intereses —sonrió.

A Amy le daba igual que Zack acabara de recuperar esos aires de tipo emocionalmente intocable. Solo era una fachada. Ella ya sabía que su interior era mucho más cálido de lo que él pretendía aparentar.

Una vez en la calle, le indicó que tenía su bicicleta encadenada a la farola más próxima a la entrada al edificio, así que se detuvieron en la puerta porque Zack había aparcado su coche un par de calles más abajo, en la dirección opuesta.

—Tendremos que hacerlo por escrito —comentó ella.

—Hablaré con Freeman cuando las aguas estén algo más calmadas y le pediré que prepare los papeles. —Zack se llevó una mano al bolsillo y extrajo el juego de llaves que iba a entregarle a Torres. Las dejó caer sobre la palma extendida de Amy—. Necesitarás esto. El interior del local está tal y como Ava lo dejó. Incluso la sala de archivo. Allí encontrarás toda la información que necesites.

Amy estaba tan radiante como el cielo despejado de principios de abril. Zack recordó cuando le dijo que ni era el banco central ni el jodido Santa Claus, aludiendo al trato que ella deseaba hacer y que, en aquel momento, él rechazó de lleno. Ahora, su mirada angelical estaba tan repleta de gratitud que le hizo sentir como si fuera ambas cosas a la vez.

Zack retiró con el pulgar el rastro húmedo que una lágrima había dejado bajo la comisura de su ojo, y que el lánguido sol matinal hizo brillar en su piel.

—Disfrútalo. Si necesitas cualquier cosa ya sabes dónde puedes encontrarme.