Capítulo 11

Terry y Kevin no se estaban divirtiendo mucho mientras esperaban el regreso de Zack y Amy a la mesa. Las discusiones entre los dos se originaban de la manera más absurda, aunque muchas veces era preferible discutir que sumergirse en alguno de esos prolongados silencios que ponían de manifiesto que ya no había nada en común entre los dos.

Esa noche Kevin descubrió que Terry se había deshecho de su alianza de matrimonio y que, en su lugar, lucía un sencillo anillo de plata con una flor azul engarzada. Ese detalle, junto a la ropa sexy que vestía —un top rojo sin mangas, unos pantalones negros de cuero y unos altísimos tacones—, indicaba que no deseaba que ningún hombre supiera que estaba casada. Kevin estuvo a punto de decirle algo pero luego se lo pensó mejor y lo pasó por alto, convencido de que no merecía la pena provocar un enfrentamiento.

Terry percibió que su esposo se había dado cuenta de aquel detalle pero, tan impasible se había vuelto con ella, que el muy necio lo dejó correr sin hacer ninguna mención al respecto. Su comportamiento indiferente la enardeció tanto que no reprimió las ganas de atacarlo por donde más podía dolerle.

—A propósito de la cena de mañana en casa de tus padres... siento decirte que no voy a poder ir.

Los ojos azules de Kevin, que no la habían mirado en toda la noche salvo cuando intercambiaron algún comentario banal, se encontraron con los suyos, devolviéndole una mirada bastante agria.

—¿Y me lo dices ahora?

—Acabo de recordarlo —contestó con tranquilidad.

—Es el cumpleaños de mi madre, toda mi familia va a estar allí. ¿Qué diablos tienes que hacer un domingo por la noche que sea tan importante?

—Trabajar, claro. Tengo muchas lecturas acumuladas que deben estar listas para el lunes. Pensaba adelantar el trabajo esta noche, pero entonces hablé con Amy y decidimos salir. —Kevin detestó que las comisuras de sus labios se elevaran con tanta despreocupación—. Llamaré a tu madre y se lo explicaré. Estoy segura de que lo entenderá.

—Fingirá que lo entiende porque es mucho más educada que tú, pero no esperes que le siente bien. Al menos podrías inventarte una excusa un poco más sólida.

—¿Como las que te inventas tú cuando llegas tarde a casa todas las noches?

Decidida a no acalorarse, Terry mantuvo el tono neutro. Sin embargo, su atractivo esposo, en lugar de entrar al trapo como hacía la mayoría de las veces en las que ella le buscaba las cosquillas, se pasó una mano por el cabello rubio y soltó una risa cansina.

—Haz lo que te dé la gana. No pienso discutir contigo. He salido con mi amigo para pasarlo bien, no para que me bombardees el cerebro con tus neuras.

Sus palabras le sentaron como una patada en la boca del estómago, y Terry perdió el aplomo.

—¿Mis neuras? —repuso ofendida—. Vaya, pues perdona si te incomoda que me tome la molestia de intentar dialogar contigo.

—Tú no dialogas, Terry. Lo único que haces es inventar cosas y buscar enfrentamientos absurdos como este.

—Pues ya hago mucho más de lo que haces tú, que te limitas a encerrarte en tu despacho hasta que te vuelves a marchar al hospital o a donde quiera que vayas. ¿Es cómodo el sofá cama que instalaste allí? —preguntó burlona—. No te preocupes más por mis neuras, es muy probable que pronto dejes de escucharlas.

Kevin entornó los ojos mientras ella cruzaba las piernas por debajo de la mesa y reclinaba la espalda sobre el asiento.

—¿Qué has querido decir con eso?

Satisfecha de haber capturado por fin su interés, Terry se aprovechó de ello y se mostró evasiva, deseando que sus palabras quedaran rondando en el cerebro de su esposo.

—Amy y Zack ya vienen hacia aquí —anunció con serenidad.

Cuando les explicaron a Kevin y a Terry —que por la tensión que les rodeaba parecían haber tenido una discusión acalorada— la conversación que ambos acababan de mantener, el acuerdo al que habían llegado, así como la manera en que se proponían materializarlo, se produjeron reacciones adversas. Kevin miró a Zack como si fuera un auténtico sinvergüenza, y Terry agrandó mucho los ojos mientras se fijaba en Amy, prendiéndose en ellos una chispa divertida.

—¿Nos acompañáis? —les invitó Amy.

Mientras los cuatro caminaban hacia el fondo del local, Terry agarró a Amy por el brazo y apoyó los labios en su oreja.

—No puedo creer que haya roto el papel. ¿También se ha disculpado?

—Sí, lo ha hecho.

Terry lo suponía, pues desde que Amy había regresado a la mesa, la actitud amargada que arrastraba durante los últimos días se había disipado.

—¿Le has dicho que fuiste campeona del equipo femenino en la universidad?

—Casualmente, él también lo fue, así que no me ha quedado más remedio que confesárselo.

—¡Qué tramposa! —Se echó a reír—. Cuéntame de qué habéis hablado.

—Después, cuando nos quedemos solas.

De la misma forma en que las dos cuchichearon mientras se dirigían a la mesa de billar, Amy se dio cuenta de que Kevin y Zack, que iban por delante, hacían lo mismo. Tanto el sonido de la música como la voz de Terry en su oído impidieron que entendiera ni una sola palabra de lo que decían. Sin embargo, por los gestos mordaces de ambos, dedujo que la subestimaban por ser mujer, ya que el billar era un juego característicamente masculino.

Se iban a quedar de piedra en cuanto les demostrara su dominio magistral con el taco. No tenía ni idea de si él había seguido practicando, pero ella nunca había dejado de hacerlo.

Zack cogió los dos tacos que había sobre la mesa y le tendió uno a su rival.

—¿Preparada?

—Totalmente.

—¿Bola ocho? —Ella asintió con confianza—. ¿Quieres que haga los honores?

—Por favor —le invitó.

De manera reglamentaria, Zack fue colocando las bolas dentro del triángulo, con la base en paralelo a la banda más corta y el vértice en el punto de pie. Cuando estuvieron todas debidamente dispuestas, apartó el triángulo y volvió a coger su taco.

—¿Te apetece romper? —le preguntó a Amy que, en ese momento, charlaba por lo bajo con Terry.

—Prefiero que lo hagas tú, nunca me ha traído buena suerte sacar la primera.

—Jamás he considerado que la suerte y el billar vayan ligados, pero si tú piensas que sí, a mí no me importa complacerte —dijo con galantería.

A Kevin se le escapó una risa ahogada mientras Zack agarraba la tiza azul y frotaba con ella la suela del taco para conseguir el agarre suficiente con la bola. Luego colocó la bola blanca en la parte derecha de la zona de cabaña y adoptó la postura de saque.

—Parece muy seguro de sí mismo —comentó Terry.

Amy no tuvo más remedio que mostrarse de acuerdo en cuanto el taco de Zack impactó secamente contra la bola blanca, que a su vez rompió el triángulo de una violenta sacudida. Tres de las bolas tocaron las bandas y dos de las lisas se colaron en las dos troneras de la parte superior. Kevin silbó, Terry se llevó los dedos a la boca para contener una palabrota y Amy evitó arrugar la nariz para que su gesto de fastidio no hiciera que ganase confianza. Los ojos de Zack se detuvieron en los suyos con aire triunfal mientras se acercaba al lateral de la mesa en el que se había detenido la blanca.

—Es muy bueno. ¿Crees que vas a poder superar eso? —inquirió Terry.

—Claro que sí —contestó, sin apartar la mirada de su contrincante.

Ahora que sonaba una canción más lenta que permitía que la gente se entendiera sin necesidad de gritar, la conversación entre ambas hizo gracia a Zack. Kevin se acercó a las chicas para tener mejor visibilidad de la mesa, ya que su amigo había cambiado el ángulo de tiro. Zack analizaba el orden de las bolas para decidir su próxima jugada.

—Imagino que si no controlaras bien el juego, no te habrías apostado nada con él —comentó Kevin.

—No solo lo controla sino que va a ganar la partida —su esposa entró al trapo.

—Claro. —Kevin rio entre dientes y Amy estuvo a punto de atizarle con el taco.

—¿Podéis callaros un momento? Estoy intentando concentrarme. —Después de reprenderlos, Zack anunció su siguiente tiro—. Bola dos, tronera tres.

Amy aguantó la respiración mientras la bola trazaba sobre el tapiz una perfecta línea recta y entraba en la tronera mencionada. Volvió a respirar con normalidad cuando Zack falló su siguiente tiro. Era un jugador exigente. Se cabreó consigo mismo al errar en el golpe y aunque lo dijo por lo bajo, Amy creyó leer en sus labios la palabra «joder».

—Tu turno.

A pesar del fallo, él le cedió la mesa con amabilidad, proyectando seguridad por todos los poros de su piel. Ella esperaba borrar de un solo plumazo esos aires de superioridad.

Amy capturó la bola blanca y la situó con decisión en una zona muy cercana a la línea central. A continuación, frotó la suela del taco con la tiza y se inclinó sobre la mesa desde diversos ángulos, estudiando la manera más conveniente de realizar su saque. Su contrincante estaba de brazos cruzados, junto a sus amigos, repasando las distintas alternativas que ofrecía el tapiz con la misma intensidad que ella. Tanta atención la ponía un poco nerviosa, pero lamentablemente no podía decirle que se diera la vuelta.

Cuando lo tuvo claro, lo hizo público.

—Bola catorce, tronera uno.

Se agachó, deslizó el taco entre los dedos y se concentró. El golpe fue preciso, la bola verde entronó en el sitio indicado y, a su vez, esta golpeó otra bola rayada que quedó muy cerca de la tronera dos.

—Bola once, tronera dos.

También embolsó, y la misma suerte corrió la bola diez en la tronera cuatro.

Dada la dificultad del último golpe, Terry se deshizo en vítores y Kevin arqueó las cejas con sorpresa, reconociendo la pericia de la amiga de su mujer. Zack siguió de brazos cruzados, al tiempo que se dejaba deslumbrar por la escritora. Pensaba que había lanzado su propuesta a la desesperada, como último recurso para conservar el local, pero lo que tenía delante era una experta jugadora de billar que le ponía los cinco sentidos al juego. Además, conforme la partida avanzaba y entronaba, iba ganando mucha confianza en sí misma, que exteriorizaba dejando escapar alegres murmullos de júbilo.

Tenía una risa envolvente, de las que acariciaban los tímpanos como lo haría una suave melodía.

¿Una suave melodía? Le extrañó tener pensamientos tan poéticos, así que cambió el chip y se fijó en que, al estar inclinada sobre la mesa, el escote de su blusa blanca dejaba entrever el nacimiento de sus pequeños pechos, que estaban retenidos por un sujetador de encaje de color blanco. La tenía justo enfrente, calibrando su cuarto golpe. El largo cabello oscuro rozaba el tapiz y ella asía firmemente el taco con los brazos, muy concentrada en el juego. Estaba muy sexy esa noche, llevaba unos vaqueros tan ceñidos que Zack no entendía cómo podía moverse con ellos. Había un tío sentado en la barra más próxima que no dejaba de mirarle las nalgas cada vez pasaba por su lado. Tenía un bonito trasero.

El maquillaje, la ropa, el lugar en el que se encontraba... Todo parecía indicar que Amy Dawson estaba de nuevo en el mercado. Aunque hubiera dicho que había perdido el romanticismo, eso no estaba reñido con que le apeteciera echar un polvo de vez en cuando.

—Es bastante diestra —murmuró Kevin a su lado—. Terry dice que fue campeona durante tres años consecutivos.

Zack asintió.

—Por eso mismo, derrotarla será mucho más placentero.

A Amy la distraían los murmullos que provenían de delante, por no mencionar que la pelvis de Zack, acomodada en esos vaqueros sexys que tan estupendamente marcaban su virilidad, era la imagen que tenía de fondo cada vez que los ojos enfocaban la bola blanca. La vista se le iba hacia allí sin poder evitarlo, como si él tuviera un imán entre las piernas y sus ojos fueran de metal. El hecho de que la anatomía de un hombre volviera a resultarle interesante fue un descubrimiento grato, pero había escogido un mal momento para reaparecer. Amy alzó la mirada para pedirles silencio, y entonces se percató de que ella no era la única que se fijaba en el cuerpo del otro.

Momentáneamente, al sentir la penetrante mirada masculina en su escote, Amy se quedó en blanco. Él no disimuló, pero ella se sintió tan avergonzada que estuvo a punto de golpear de cualquier manera con tal de retirarse para cederle el turno. Fue el carraspeo de Terry, al notar que se había evadido, el que la devolvió a la realidad.

Pensó en decirle a Zack que se apartara de allí para que no interfiriera en su campo de visión, pero eso habría sido muy poco profesional y él se habría jactado. No le quedó más remedio que intentar centrarse en la jugada e ignorar «elementos» ajenos que la distraían.

Lo tenía muy complicado. Dada la imposible distribución de las bolas rayadas, su mejor opción era golpear la bola nueve, que se hallaba peligrosamente cerca de la negra y de una lisa. Había que ser muy hábil para embolsar, pero no era la primera vez que se topaba con una jugada tan embrollada como aquella. Movió los hombros en círculos, luego el cuello y, por último, aplicó un poco de tiza a la suela del taco antes de volver a posicionarse sobre la mesa.

Dio un golpe suave.

A su alrededor se hizo un silencio sepulcral mientras todos observaban, sin respirar, el ligero ángulo que trazó la blanca al intentar golpear y entronar la número nueve. Pero solo la rozó, y fue la bola lisa de Zack la que terminó colándose en la respectiva tronera.

—¡Mierda! —exclamó con gran disgusto.

—Era casi imposible, Amy. No te desanimes —la alentó Terry.

—No era imposible, me he... despistado. —Se apartó de la mesa de mala gana para pasarle el juego a Zack, quien ya se había hecho un perfecto esquema de cómo había quedado la partida—. Y encima le he despejado el camino.

—No exageres, guapa, las bolas siguen exactamente igual a como estaban, aunque te agradezco tu generosidad al entronar la siete, estaba demasiado cerca de la negra. —Zack adoptó su posición y, sin abandonar el tono burlesco, le preguntó—: ¿Sabes cocinar el salmón con eneldo y jarabe de arce que aparece en el menú del Hilton?

—Sí, sé cocinarlo. Aunque tendrás que seguir yendo al Hilton para comerlo.

Le vio sonreír de perfil mientras se despojaba de la americana informal y se quedaba en mangas de camisa. Se remangó los puños hasta los codos, mostrando lo fuertes que eran sus antebrazos y lo moreno que era el suave vello que los cubría. Zack dio un golpe certero y dos de sus bolas lisas entraron en las troneras sin siquiera rozar los vértices, y una tercera se quedó a punto, lo cual solventó con su siguiente saque.

A Amy comenzó a latirle el corazón mucho más rápido cuando asimiló que ya no quedaban bolas lisas sobre el tapiz. Por fortuna, la negra, que era la última que Zack debía entronar para alzarse ganador de la partida, ocupaba un lugar complicado al estar atrapada entre dos rayadas. Era casi imposible golpearla sin colar una de las suyas.

Kevin volvió a silbar y luego se puso a aplaudir la jugada. Amy le lanzó una mirada cargada de reproche, pero Terry se solidarizó con ella dándole unos golpecitos en la espalda que no le gustaron ni un pelo, pues parecía que ya proclamaba su derrota.

—Aún no está todo dicho —recalcó, para que dejaran de comportarse como si la partida fuera de Zack.

Él ensayó varios enfoques antes de decantarse por el mismo que Amy habría escogido: sacar desde la zona de cabaña en dirección a la tronera número dos.

Se le había quedado la boca completamente seca. Si acertaba el tiro, por difícil que lo tuviera, adiós a la escuela de baile. El tema de cocinar para él no la preocupaba mucho, excepto por el molesto detalle de tener que verlo casi a diario.

Los latidos de su corazón se ralentizaron en cuanto Zack embolsó una de las rayadas y la negra continuó sobre el tapiz. Amy dejó escapar un ruidoso suspiro de alivio y volvió a verse invadida por una nueva oleada de esperanza.

—Admito que eres un buen contrincante, de los mejores jugadores a los que me he enfrentado —le dijo Zack cerca del oído, al cruzarse con ella en la banda de saque.

—Gracias. Tú tampoco lo haces nada mal.

Zack rodeó su brazo con la mano y lo apretó suavemente, sin dejar de mirarla.

—Si tú ganas, lo cual es posible porque solo cuatro golpes más o menos sencillos te separan de la victoria, espero que haya un premio de consolación para mí.

Amy se dejó influenciar por el seductor timbre de su voz, por la mirada penetrante y por una sonrisa que había perdido la inocencia que deseaba transmitir hacía mucho, muchísimo tiempo. Debía reconocer que, cuando a Zack le daba la gana, sabía ser un tipo bastante encantador que rompía con la imagen del hombre huraño que conoció hacía poco más de un año. Las personalidades intensas como la suya, producían en Amy tanta fascinación como rechazo. No las quería en su perfecta vida equilibrada aunque, los hombres como Zack eran el prototipo masculino que llenaban páginas y más páginas en sus novelas.

El tacto de su mano parecía haberle fundido la tela de la camisa para tocarle directamente la piel. Quemaba.

Amy tragó saliva y, una vez más, le siguió el juego.

—Claro, te regalaré una cajita de rollos de canela.

—Mmm, mis preferidos. —Zack le soltó el brazo y señaló la mesa con la cabeza—. Mucha suerte.

—Gracias.

En cuanto él fue a reunirse con el dúo de espectadores, la atmósfera volvió a enfriarse. Ese detalle la confundió, pues no se había dado cuenta de que se había calentado hasta que él se alejó.

Amy cogió aire hasta llenar los pulmones, y luego lo fue dejando escapar poco a poco. Se secó las palmas de las manos sudadas en los vaqueros, se metió el cabello por detrás de las orejas y cogió su taco.

—Ánimo Amy, ya es tuya —la animó Terry.

Ella no lo tenía tan claro. Tal y como había apuntado Zack, la ubicación de las tres bolas rayadas que todavía quedaban sobre la mesa no presentaba mayores problemas, pero notaba la presión de jugar contra un contrincante al que solo le quedaba por entronar la negra. La ventaja que le llevaba era inmensa, y sentía que la templanza se le resquebrajaba.

Amy comenzó por el golpe más sencillo, con el que entronó sin complicaciones. Al segundo le faltó un poco de fuerza, así que mientras la bola rodaba a medio gas sobre el tapiz, dando la sensación de que no conseguiría llegar a su tronera, Amy apretó tan fuerte las manos que se clavó las uñas en las palmas hasta erosionarse la piel. Finalmente, la bola entró y el nudo que tenía en el pecho se deshizo para dejarla respirar con libertad.

Sintió que la victoria estaba cerca. La número quince no podía estar mejor situada. Con un golpe sencillo fue engullida por la tronera cinco. Terry dio palmas sin poder contener su alegría, pero Amy la miró pidiéndole silencio.

Tras la última tirada, la blanca había retrocedido hasta la banda corta de fondo. La negra, por el contrario, se hallaba en la de saque, justo en la parte opuesta de la mesa. Si la golpeaba de perfil, podía enviarla hacia la tronera uno y colarla, si se producía un milagro, pues era una jugada harto complicada.

Miró a Zack, le interesaba conocer lo que pudieran estar expresando sus ojos, pero no le gustó lo que vio. Estaba tranquilo y confiado, como si Amy no tuviera ninguna oportunidad de lograrlo.

Por mucho que estudió las diferentes alternativas, no veía la manera de que ese golpe le hiciera ganar la partida. Lo único que conseguiría sería acercar la bola blanca y regalársela a él. Por lo tanto, hizo lo que nadie esperaba que hiciera: la golpeó fuerte, tocó la banda de saque y regresó a su lugar, de tal manera que el tapiz volvió a quedar como estaba.

—Muy astuta —reconoció Zack.

—Era imposible —lo justificó ella.

—No lo era. Y ahora te lo demostraré. ¿Me permites?

Amy se retiró para cederle su lugar y fue junto a Terry. Tenía un sabor amargo en la boca causado por la tensión. ¿Se estaría marcando un farol? Como jugadora más o menos avezada, a esa distancia y con ese ángulo, solo un golpe entre cien conseguiría entronar la negra, pero él parecía muy seguro de que podía hacerlo.

—Ni de coña, no te preocupes —le comentó Terry al percibir su desaliento.

—Yo no lo afirmaría con tanta rotundidad —intervino Kevin.

—Callaos los dos —les pidió ella con sequedad.

Amy hizo girar el anillo en su dedo corazón mientras observaba a Zack con tanta atención que ni siquiera se atrevió a pestañear. Él ya estaba preparado. Su cuerpo grande formaba el ángulo perfecto en consonancia con la mesa. Sus músculos estaban estirados y en tensión, la mandíbula fuertemente apretada. Durante unos segundos eternos, deslizó el taco con suavidad entre los dedos de la mano izquierda, hacia delante y hacia atrás, calibrando el ángulo. Cuando parecía que se decidía a sacar, se interrumpió y se alzó para aplicar más tiza a la suela.

Los halógenos del techo iluminaron las gotas de sudor que se le formaban en el nacimiento del cabello. El semblante era pétreo, todo resquicio humorístico anterior había desaparecido por completo. Seguía proyectando una incuestionable confianza en sí mismo pero, mientras volvía a estudiar con detenimiento el tapiz, Amy percibió que perdía concentración y que la mirada se le ausentaba. Cuestiones al margen del juego parecían interferir en sus pensamientos, haciéndole dudar, como si se enfrentara a un dilema.

Lo más probable es que estuviera actuando con el único propósito de torturarla.

Cuando por fin se decidió a realizar el saque, sus labios formaban una línea de resignación.

Zack se irguió en toda su estatura para contemplar la jugada y Amy se mordió la uña del dedo pulgar hasta destrozársela. Sus compañeros aguantaban la respiración a su lado, e incluso el sonido de la música pareció disminuir a su alrededor. La bola blanca recorrió el tapiz con resolución, dejando adivinar en su imparable trayectoria que estaba dispuesta a no errar en su objetivo. Aunque el momento solo se alargó durante escasos cuatro segundos, fue tan agónico que pareció transcurrir a cámara lenta.

Finalmente, aquella golpeó con maestría el lateral de la bola negra, y esta se deslizó hacia la tronera número uno en una perfecta línea recta. La bola entró, y el espectador solitario que había observado la partida desde la barra fue el primero en reaccionar, prorrumpiendo en enfáticos aplausos. Terry soltó una palabrota, Kevin una exclamación de felicitación y Amy, que hasta hacía un instante estaba cargada de energía, se sintió como si la desenchufaran de la corriente eléctrica.

—Lo has hecho lo mejor que has podido, Amy —Terry le apretó el hombro—, pero ese tío es muy bueno. Siéntete orgullosa de haber llegado casi hasta el final.

—Ha faltado poco, ¿verdad? —Ella intentó sonreír.

El ganador recibió las felicitaciones de Kevin, chocando las manos en lo alto, pero Zack no se mostró tan eufórico como debiera, dadas las circunstancias.

—¿Por qué diablos has dudado tanto? —le preguntó Kevin por lo bajo—. Nos has tenido a todos con el alma en vilo.

—No he dudado, era una jugada difícil.

—Te he visto hacer cosas mucho más impresionantes sin que se te despeinase ni un solo pelo. —Aunque hacía unos cuantos años que no se veían, Kevin recordaba perfectamente lo pulcro y preciso que era su método de juego—. Hubo un momento en que pensé que querías regalarle la partida.

—¿Qué dices? —se jactó—. Eso iría contra mis principios.

Zack devolvió el taco a la mesa al mismo tiempo que lo hacía ella. Los ojos verdes le miraron con deportividad, aunque la desilusión también se reflejaba en ellos. Kevin se hizo a un lado y Amy se acercó a Zack.

—Enhorabuena. Eres un jugador excelente —admitió, muy a su pesar.

—Gracias. Tú has sido una rival extraordinaria.

—¿Seguro que no eres un profesional? Me consolaría saber que lo eres.

—Hemos llegado a la final en idénticas condiciones —apuntó él.

—Ya, pero ese golpe final... Nunca había visto a nadie hacer algo así.

Zack apoyó la cadera contra la mesa y negó.

—Competí a nivel nacional contra los equipos de otras universidades durante los años de estudiante, pero después lo dejé y solo he vuelto a jugar por diversión. Ya te dije que era bueno.

Amy asintió cabizbaja. Aunque trataba de aparentar entereza, saltaba a la vista que estaba afectada. Zack lamentaba que se hubiera hecho tantas ilusiones con un proyecto que no le pertenecía por entero, pero no podía permitir que su desesperanza le hiciera sentir culpable. El local debía venderse, no había otra alternativa. Si ella era capaz de reunir su parte del dinero antes de que apareciera un comprador interesado, que continuara con la labor de Ava o que hiciera lo que le diera la gana.

Sin embargo, ser tajante con aquel asunto no estaba reñido con la simpatía que le tenía. Amy Dawson le caía bien, y ese sentimiento entrañable fue el que lo llevó a dudar durante una milésima de segundo, justo al final de la partida. Afortunadamente, la indecisión se esfumó con la misma rapidez con la que apareció, pues comprendió a tiempo que no debía confundir la simpatía con la piedad.

Además, le apetecía muchísimo cenar en condiciones durante una temporada.

Como un grupo de personas se acercó a la mesa con la intención de echar una partida, los cuatro abandonaron la zona de juego.

Orpheus ya estaba casi al máximo de su capacidad, pero la mesa que Terry y Amy ocuparon cuando llegaron seguía libre. Kevin expresó en voz alta su deseo de continuar la fiesta con Zack en otro sitio, y a Terry le pareció una idea genial que se largaran. Ya había satisfecho su curiosidad por conocer a Zack, y lo último que le apetecía era pasar el resto de la noche al lado de su esposo, con el que estaba furiosa.

Amy no compartía los deseos de Terry. La invadió un sentimiento de vacío en cuanto vio que Zack volvía a ponerse su americana para abandonar el bar, pero lo atribuyó a que se encontraba baja de moral después de lo que acababa de suceder.

—Te llamaré para informarte sobre el asunto del tasador y para concretar el tema de las cenas —Zack disfrutó aludiendo a esto último.

—No voy a acudir a la reunión, tienes plena libertad para manejar la venta del local como desees —dijo, sin ninguna acritud.

Como la venta sesgaba un proyecto con el que se había vinculado emocionalmente, ya no quería verse involucrada en él.

—¿Estás segura?

—Sí.

—Por cierto, se me olvidaba —intervino Kevin en la conversación de despedida—. ¿Todavía no has alquilado el apartamento de tu abuela?

—Han venido a verlo pero todavía no hay nada apalabrado. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque a Zack podría interesarle, ¿no es así? —se dirigió a su amigo.

Zack se estaba hospedando en el Hilton desde que había llegado a la ciudad pero, puesto que iba a quedarse en Baltimore de forma indefinida, le urgía encontrar una vivienda. En principio, de alquiler. Entre que se estaba adaptando a su nuevo cargo en el Hopkins y se ocupaba de los asuntos legales de Ava, todavía no había tenido tiempo físico de buscar apartamento, así que se mostró bastante interesado.

—¿Dónde está? —le preguntó a ella.

A Amy se le formaron una serie de imágenes en la cabeza que la hicieron enmudecer: Zack compartiendo el mismo ascensor; Zack asomado en la ventana de enfrente; Zack comprando en el supermercado que había al cruzar la calle y topándose con ella en la sección de los congelados...

... ¡Amy llamando a su puerta todas las noches para entregarle la cena!

Terry le dio un codazo por lo bajo.

—En Fells Point —contestó al fin—. El edificio ya lo conoces, me seguiste hasta él hace unas cuantas noches.

—¿El apartamento que alquilas está en el mismo edificio en el que vives?

—Es la casa de Eloisa —asintió—. Está en el ala izquierda, al otro lado del jardín. Las ventanas de los salones están justo una enfrente de la otra —comentó, con el ánimo de que ese último detalle, cuya mención había sido totalmente innecesaria, le hiciera creer que le robaría intimidad. Sin embargo, él no pareció retener aquella información.

—Es un edificio tranquilo y el apartamento es ideal para un hombre soltero. Y además está cerca de Dunbar Broadway, a quince minutos en coche del hospital —intervino Terry con demasiada efusividad, como si ella sacara alguna ventaja de aquello.

—Ve a verlo, seguro que te gusta —le animó Kevin.

—¿Tiene plaza de garaje? —inquirió Zack a la dueña.

—La tiene.

A Amy se le desencajó el estómago cuando le vio asentir.