Capítulo 19

Cuando despertó todo estaba oscuro. La luz de la mesita ya no estaba encendida y las rendijas de la persiana mostraban que todavía era noche cerrada. No debía de haber dormido durante mucho tiempo porque todavía sentía en la boca el sabor de la de Zack. Aún le ardía cada centímetro de la piel que él había besado y acariciado.

Le sintió tumbado a su lado y sonrió.

Hasta esa misma noche, no tenía ni idea de que pudiera desinhibirse tanto en el sexo. No es que antes de acostarse con Zack fuera una remilgada, pero lo que habían hecho superaba con creces los límites de todas sus fantasías sexuales. Se le encendieron las mejillas al recordarlo.

De manera perezosa, giró bajo las sábanas para buscar el calor de su cuerpo. La puerta del dormitorio seguía abierta y como la luz proveniente del salón aclaraba las sombras, le permitió ver que Zack tenía los ojos entornados. Lo observó a través de las penumbras, mientras se aventuraba a colocar una mano sobre el torso desnudo. Pronto llegó a la conclusión de que él estaba ausente, a kilómetros de allí. Ni siquiera las caricias que los dedos delinearon en el pecho le hicieron regresar a la realidad.

Por encima de su hombro, Amy vio los números fluorescentes del reloj de la mesilla de noche. Solo eran las tres y media de la madrugada.

—Estás despierto.

Amy besó su hombro y sonrió lánguidamente cuando Zack volvió la cabeza para mirarla. Pero él no le devolvió la sonrisa ni la besó, lo que la llevó a pensar que la razón de ese repentino distanciamiento era ella. Detuvo los movimientos circulares de los dedos, tragó saliva y también se puso seria.

—¿Quieres que me marche a mi casa?

—¿Por qué me preguntas eso? —susurró él.

Se lo preguntaba porque él le había dejado muy claro que estaba cerrado emocionalmente, y a las personas que tenían ese problema no les gustaba compartir su cama con nadie a menos que fuera para practicar sexo. Soltarle eso les habría violentado a ambos, así que fue mucho más cuidadosa.

—Porque no quiero ser el motivo de que estés incómodo. Prefiero que...

—No quiero que te vayas a ningún sitio. Quiero que te quedes aquí y que pases la noche conmigo —la acalló con una mirada tan categórica como sus palabras.

—Vale —musitó ella, complacida.

Zack internó los dedos entre los largos cabellos para atraerla y besarla en los labios. Amy se arrellanó contra su cuerpo, buscando la consistencia de sus músculos, y siguió mirándolo fijamente a la vez que recorría con el dedo índice la marcada línea de su mandíbula.

—¿En qué estabas pensando?

—En un desafortunado incidente que se ha producido esta tarde en el quirófano. A veces puedo ser un auténtico hijo de puta.

—¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?

—Le he gritado a una residente. La he puesto en ridículo delante de todo el mundo y la he expulsado del quirófano porque cometió un error mientras me ayudaba en la operación. La pobre chica debe de estar destrozada.

—Creo que no eres la clase de persona que pierde los estribos con los internos. ¿Qué lo ha provocado?

—No lo sé —mintió—. Supongo que la sobrecarga de trabajo me ha pasado factura.

A la mente de Zack acudió el rostro de una mujer rubia de ojos color avellana tan parecidos a los de otra mujer que él conocía, y a la que hacía muchos años que no veía. No reparó en el evidente parecido físico hasta que Arlene Sanders le mostró la fotografía que hizo que se levantara de un salto de la silla. Lo que sucedió a continuación fue un tanto desagradable para ambos, ya que Zack no quiso escuchar ningún tipo de explicación, limitándose a pedirle a la acongojada joven que abandonara su despacho y que no se le ocurriera volver a ponerse en contacto con él.

Amy se quedó con la sensación de que Zack no estaba siendo del todo sincero, pero no se atrevió a continuar indagando porque ya le iba conociendo de un modo más íntimo y sabía que no iba a contárselo. Al menos, en ese momento.

—¿Y qué piensas hacer? —inquirió Amy.

—Hablar con ella para tratar de convencerla de que puede convertirse en una cirujana brillante. La autoestima de los residentes es muy frágil y mi forma de actuar seguro que ha acabado con ella. Vi muchos casos así a mi alrededor cuando hice la residencia en el Medical Center.

Zack alzó un brazo para apoyar la cabeza sobre la palma de la mano y siguió abstraído en sus cavilaciones. Amy respetó su silencio pero no dejó de tocarlo mientras un sentimiento agridulce se le aposentaba en el pecho. Dulce por estar entre los brazos del hombre por el que empezaba a tener sentimientos muy intensos. Agrio porque no creía que fueran recíprocos. Quizás no lo fueran jamás. Amy posó la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos. No quería pensar. Solo quería perderse en el olor de su piel, en el tacto de su cuerpo desnudo y en el sonido de su respiración.

Al cabo de unos minutos, él la besó en la cabeza y Amy levantó el rostro para recibir un nuevo beso, mucho más largo y entregado que el anterior. Rodeándola por la cintura, Zack se puso de lado, le despejó el rostro de los tirabuzones que se lo cubrían y le acarició la mejilla con el pulgar.

—Vente conmigo a Shepters.

Amy agrandó los ojos.

—¿A Shepters? ¿A tu casa del lago? —Zack asintió y se le formó una tenue sonrisa—. ¿Cuándo?

—Este fin de semana. Podemos salir el viernes por la tarde y regresar el domingo por la noche. —Delineó la curva sensual de sus labios, hechizado por el apetito insaciable que a cada momento sentía por besarlos—. El meteorólogo ha pronosticado que no lloverá hasta el martes.

—Espero que no fuera el mismo que dijo que no nevaría la tarde en que nos conocimos.

—Si se equivoca podemos quedarnos encerrados en la casa, seguro que se nos ocurren mil formas de matar el tiempo. ¿Qué me dices?

El sabor agrio se esfumó de golpe y el dulce la invadió como si un torrente de azúcar le circulara por las venas. Bueno, el sabor era dulzón pero estaba sazonado con un montón de picante. No le hizo falta contestar, la respuesta se leía en su cara fácilmente, así que Zack la hizo rodar hasta situarla sobre su cuerpo y luego todo volvió a comenzar.

Arlene mataba el tiempo de espera enfrascada en la lectura de los capítulos finales de Arrastrados por la corriente. Se hallaba en el interior de su coche, con la parte delantera apuntando hacia la entrada principal del Johns Hopkins, a la espera de que Zack abandonara las instalaciones en algún momento del día. Podría haberle esperado cómodamente en la planta de Neurocirugía, incluso en el vestíbulo de la planta baja para ampliar las probabilidades de verlo, pero teniendo en cuenta la reacción que tuvo cuando le mostró la fotografía de Margot, se habría tomado su presencia como una invasión en toda regla.

A ella no le interesaba levantar más ampollas, lo único que buscaba era la oportunidad de tener una conversación entre adultos para aquietar las aguas revueltas, y la única manera de conseguirlo era no usurpando su territorio.

Había dejado que transcurrieran unos días desde que se produjo el fatal encuentro con la esperanza de que el temperamento de Zack se hubiera templado, pero ya no podía esperar ni un minuto más para reanudar los temas que para ella seguían pendientes. Por mucho que él le hubiera dejado bien claro que no deseaba volver a verla, Arlene no estaba dispuesta a rendirse.

Los minutos y las horas fueron pasando con una lentitud exasperante. La lectura era buena y adictiva, como todas las novelas de la escritora, pero el desasosiego que la atenazaba no le permitía concentrarse.

Cerca del mediodía, Zack Parker abandonó el hospital en compañía de dos hombres que debían de ser compañeros de trabajo. Arlene dejó el libro a un lado y colocó la mano en el tirador de la puerta, pero él no se despegó de sus acompañantes hasta que se metió en su coche. Después enfiló la salida del aparcamiento para incorporarse a la circulación, y Arlene le siguió guardando una distancia prudencial a través de las calles de Dunbar Broadway, Washington Hill, Perkins Home y Fells Point. Desconocía dónde residía, pero lo descubrió cuando aminoró la marcha al llegar a un alto edificio situado en una calle paralela al puerto, en el distrito de Fells Point. Aparcó frente a un florido jardín y luego lo cruzó a paso rápido hacia la entrada, mientras se deshacía del nudo de la corbata.

Arlene estacionó en el primer hueco que encontró, detrás de un furgón de reparto con el logotipo de una floristería. Luego apagó el motor y buscó el móvil en el interior de su bolso para llamar a su madre. No habían regresado a Nueva York después de la tarde en que se reunió con Zack; en contra de la voluntad de Margot, Arlene decidió que se quedarían en Baltimore el tiempo que hiciera falta, hasta que consiguiera cumplir con todos sus propósitos. No le contó que lo estaba siguiendo por la ciudad; se limitó a preguntarle si había pasado bien la mañana. El hotel estaba cerca de una zona ajardinada y Margot le dijo que había salido a dar un paseo, pero que había llegado tan cansada que volvió a meterse en la cama. Le preguntó si había comprado algo de comer, su madre le respondió que sí y, tras prometerle que llegaría al hotel antes de que se hiciera de noche, tuvo que cortar la llamada porque Zack reapareció en el jardín.

Se había cambiado de ropa, ahora llevaba vaqueros, botas de montaña y una sudadera informal de color negro. Cargaba con un par de bolsas de viaje, una negra y la otra de color azul, esta última estampada con alegres florecillas blancas, que debía de pertenecer a la joven que salió por la puerta detrás de él.

La chica hizo ademán de cargar con la bolsa azul, a lo que él se negó en redondo. Luego se puso de puntillas para alcanzar su boca y se besaron brevemente en los labios a la vez que caminaban a través de los setos recién podados. El beso indicaba que debían de tener una relación sentimental, y el equipaje ligero que se marchaban de viaje. El humor de Arlene enfiló una cuesta abajo tan pronunciada que se quedó a ras del suelo. La imprevista aparición de la mujer suponía un obstáculo en su intención de abordar a Zack, pero como no soportaba la idea de volver al hotel con las manos vacías y a la espera de que él regresara de un viaje que no tenía ni idea de cuánto tiempo duraría, no le quedaba más remedio que saltarlo.

Colocó la mano en el tirador de la puerta al tiempo que ellos se detenían junto a la calzada para dejar pasar una larga hilera de coches. Antes de abandonar el suyo, la cercanía de ambos le permitió fijarse en que los rasgos de la joven morena le resultaban extremadamente familiares. Arlene entornó los ojos con curiosidad, esforzándose por recordar de qué podía conocerla. La sensación que se le instaló en el cerebro era persistente, como cuando una palabra se queda atascada en la punta de la lengua y no hay modo de pronunciarla. Entonces sintió como si se le encendiera una bombillita, y la mano derecha se movió por impulso para atrapar el libro que descansaba sobre el asiento del copiloto. Lo abrió por la solapa, en el lugar donde aparecía la fotografía de la escritora Amy Dawson, y su cara se transformó por la sorpresa.

A continuación, intercaló rápidas miradas que viajaron del libro a la acompañante de Zack.

—No puedo creerlo... —musitó, tras cerciorarse de que eran la misma persona.

Tras reponerse del impacto inicial, dejó el libro a un lado y, sin más preámbulos, salió del coche con los nervios atenazándole el estómago. Mientras caminaba por la acera para forzar el encuentro junto al coche de Zack, les vio cruzar la calzada entre risas, aunque la de él se esfumó de golpe en cuanto sus ojos contactaron con los de ella. A él se le crispó la expresión pero, en deferencia a la escritora, que Arlene intuyó que no estaba al tanto de la situación, guardó la compostura y actuó como si nada pasara. Dejó las bolsas de deporte en el suelo, bajo el maletero, y luego le susurró algo a su compañera. La joven asintió y se quedó al lado del equipaje mientras él rodeaba el coche con una mirada poco amistosa que se clavó en los ojos de Arlene.

—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró, tratando de controlar la rabia.

—No sabía de qué otro modo acercarme a ti.

—De ninguno —atajó cortante—. Creí haberte dejado claro que no quería volver a saber nada más ni de ti ni de ella.

—Esta situación tampoco es sencilla para mí —comentó con desconsuelo.

—Eso ya me lo dijiste el otro día.

Arlene suspiró y se llevó una mano a la frente.

—Yo tampoco lo sabía, ella me lo contó hace unas semanas, cuando el doctor Henry Preston nos derivó a ti. Te aseguro que estoy tan impactada, enfadada y dolida como puedas estarlo tú —insistió—. Pero no puedo obviarlo.

—Por el contrario, yo sí que puedo hacerlo. Por eso quiero que te largues por donde has venido —le espetó entre susurros, para que Amy no pudiera escucharlo.

La impotencia que sentía Arlene le apretó tanto la garganta que los ojos se le humedecieron.

—Quiero que sepas que entiendo tu actitud respecto a Margot. Me pongo en tu piel y sé que es duro encajar que haya aparecido de repente y en estas circunstancias, pero en lo que a mí concierne... —Arlene se mordió los labios para contener las lágrimas—. Daría lo que fuera por que me dieras la oportunidad de sentarme a charlar contigo. Solo te pido eso, y si después continúas sin querer saber nada más de mí, te prometo que aceptaré tu decisión.

Zack apretó la mandíbula y retuvo el aire. Cada vez que ese tema acudía a su mente —y desde que Arlene Sanders había aparecido en su vida convivía con él a diario—, la única emoción que sentía era la de un odio cegador. Sin embargo, y por mucho que también quisiera detestar a la joven que tenía enfrente, no encontraba motivos para hacerlo. Bajó un poco la guardia y le habló con algo más de mesura.

—Estoy a punto de marcharme de viaje, así que te agradecería que te retiraras para dejarnos ir. No va a existir ninguna conversación entre nosotros dos porque el pasado del que quieres hablarme está muerto para mí.

Las lágrimas le desbordaron los ojos y Arlene corrió a secárselas con la yema de los dedos.

—¿Puedo... puedo preguntarte cuándo regresas?

Zack soltó el aire que había estado reteniendo. No iba a contestar a su pregunta ya que, de todos modos, estaba convencido de que haría lo que estuviera a su alcance para averiguarlo.

—No, no puedes. Y ahora márchate, por favor.

Arlene no tensó más la cuerda por miedo a que esta se rompiera del todo. No obstante, todavía no iba a darse por vencida pues, al margen de la operación de Margot, Zack Parker era su hermano y acercarse a él se había convertido en un asunto personal.

—¿Puedo saludarla? —Zack frunció el ceño y ella se apresuró a aclarárselo—. La he reconocido por la fotografía que hay en sus novelas. Me encanta cómo escribe, la sigo desde hace tiempo.

Aunque le hubiera gustado hacerlo, Zack no pudo oponerse a su franqueza.

—Puedes, pero ni se te ocurra decirle ni una palabra de todo esto —la advirtió—. Date prisa.

La mujer asintió agradecida y, antes de que él pudiera arrepentirse, lo rodeó para acercarse a Amy. Ella seguía esperando junto al equipaje con las manos metidas en los bolsillos de su cazadora vaquera, con una expresión dudosa y contrariada que hubo de reemplazar por otra más animada cuando Arlene le dijo que había leído todas sus obras y que la admiraba mucho como escritora.

Algunos minutos más tarde, mientras se dirigían a la casa de los Dayne en Federal Hill, Zack le habló de lo mucho que iba a gustarle Shepters en primavera, sobre todo para eludir el incidente que acababa de ocurrir. No obstante, Amy aprovechó un breve silencio que se produjo ante un semáforo en rojo para preguntarle sobre Arlene y despejar así la incógnita que tan pensativa la había dejado.

—¿Quién era la misteriosa mujer que te ha asaltado en medio de la calle?

—Arlene Sanders —contestó con naturalidad—. Su madre tiene un tumor cerebral muy invasivo y casi imposible de operar. La hija no se ha tomado a bien mi decisión de no intervenirla.

Zack la miró para comprobar si su explicación, que por otra parte era bastante fiel a la realidad, la había convencido. La vio asentir despacio, aceptando su respuesta, aunque su mirada recelosa persistió. Probablemente, Amy no entendía que hubieran estado hablando en susurros delante de ella, como si tuvieran algo que ocultar, si lo que Zack acababa de contarle era cierto.

Zack dejó escapar su enojo contenido a través de la fuerza con la que apretó el volante. No le hacía ninguna gracia que desconfiara de él, pero no podía contarle toda la verdad.

Se adentraron en el distrito de Federal Hill, donde la arquitectura victoriana del xix estaba presente tanto en las viviendas unifamiliares como en los edificios públicos. La mayoría habían sido restauradas en el siglo xx, en la década de los setenta, pero todas conservaban los elementos originales de las fachadas. La asimetría en las formas, los techos inclinados, las buhardillas en las plantas superiores, las ventanas altas en forma de lanceta, las chimeneas poligonales... A Zack le encantaría fijar en Federal Hill su residencia permanente. Kevin y Terry vivían en una de esas casas, muy cerca del Cross street Market, el mercado histórico construido en el siglo xix y que era el principal centro comercial y social del distrito. Siguiendo las indicaciones de Amy, lo rodeó para internarse en una calle arbolada.

—Todavía no puedo creer que estos dos se hayan apuntado. —Zack aparcó frente a la puerta de la casa mientras Amy hacía una llamada perdida a su amiga para avisarles de que ya habían llegado—. Espero que no nos arruinen el fin de semana.

—Estarán ocupados con sus cosas. Kevin te dijo que tenía previsto acampar en el bosque y Terry seguro que se pasa el día leyendo manuscritos —sonrió.

Él apoyó el brazo en el respaldo del asiento de Amy y le retiró un mechón rebelde de la cara para colocárselo detrás de la oreja. Luego le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, justo en el lugar donde se le formaba un ligero hoyuelo cada vez que sonreía. La mirada penetrante de Zack la embebía y la intimidaba como si fuera una adolescente. Solo habían transcurrido dos días desde que pasaron la noche juntos, así que todo era nuevo y excitante para ella.

—No me canso de mirarte. —Zack la tomó por la barbilla y la acercó a él, al tiempo que él también se acercaba a ella. Las bocas se encontraron a medio camino—. Ni de besarte.

Amy apoyó la palma de la mano en la musculosa pierna de Zack y se perdió en las sensaciones sublimes de un beso lento y sabroso que pronto despertó la necesidad por ahondarlo. Las lenguas se rozaban apenas cuando unos insidiosos golpecitos en la ventanilla de Zack hicieron que Amy retrocediera a su asiento de un salto. Kevin sonrió al otro lado del cristal mientras Zack les indicaba que metieran su equipaje en el maletero.

—¿Estás segura de que se dedicarán a sus cosas? Como cualquiera de los dos vuelva a hacer algo parecido, les echo de la casa y atranco la puerta.

A su lado, Amy se aclaró la garganta, se lamió los labios y se echó a reír.

El hecho de que Kevin y Terry se hubieran agregado a pasar el fin de semana en Shepters fue un accidente que surgió de manera casual. Cuando Amy le contó a su amiga que se había acostado con Zack y que la había invitado a ir con él a su cabaña del lago, Terry imploró ir con ellos para alejarse de la ciudad y poner un poco de equilibrio en su mente. Le contó que su pequeña aventurilla con el chico de la piscina no se desarrollaba tal y como ella había idealizado en su cabeza, y que estaba pasando unos días muy apáticos.

—Ni notaréis que estoy allí. Me llevaré todo el trabajo retrasado y seré como un mueble. Te lo prometo —le había dicho Terry.

Amy no podía tomar una decisión sin contar con la opinión de Zack, así que lo llamó para consultárselo. La sorpresa que se llevaron fue tremenda cuando él le dijo que Kevin también le había pedido un favor parecido.

—Me ha dicho que le apetece irse de acampada aprovechando que hará buen tiempo y que nosotros vamos hacia allí. No se me ha ocurrido una razón para negarme.

Así que allí estaban los cuatro, algunos de mejor humor que otros, y es que ni Kevin ni Terry sabían que harían ese viaje juntos hasta hacía unas pocas horas. Según le había contado su amiga la noche anterior, su amigo le dijo al llegar a casa que pasaría el fin de semana en Shepters junto a Zack y Amy. Ella estuvo a punto de desbaratar sus planes para librarse de pasar esos dos días a su lado, pero siguió adelante con ellos al verlo preparar su tienda de campaña.

No hubo mucha conversación durante el viaje, pues la tensión que existía entre el matrimonio se extendió como la pólvora por todo el habitáculo del coche. Zack mató el silencio poniendo un poco de música. Menos mal que el trayecto era corto, no llegaba a una hora de camino, porque la incomodidad de aquellos dos era contagiosa.

Cuando dejaron atrás la interestatal para adentrarse en Ruxton, a Amy la abordaron los recuerdos del día en que su vida se precipitó a las profundidades de un oscuro abismo, pero no sintió nostalgia mientras admiraba el asombroso paisaje primaveral. Luego el coche ascendió por la pronunciada pendiente que se internaba en los terrenos boscosos de Shepters. El lago Roland, cuyas aguas de azul turquesa aparecían rasgadas por franjas anaranjadas del sol del atardecer, surgió a la izquierda tras la frondosa cortina de pinos, y lo que su visión le provocó fue una evocadora sonrisa.

Zack la miró un par de veces para cerciorarse de que todo estaba bien, y ella le devolvió una mirada cómplice para confirmárselo. Él era consciente de que regresar allí podía abrir las heridas de un pasado aún reciente, pero Amy no manifestó sentirse mínimamente afectada.

Al llegar a la cabaña, Zack y Amy dejaron sus cosas en el dormitorio principal, Terry tomó posesión del sofá y Kevin se cargó la mochila al hombro con la intención de marcharse al bosque para buscar un buen sitio en el que acampar antes de que cayera la noche. Como todavía quedaban un par de horas de luz, Zack y Amy fueron a dar una vuelta por las inmediaciones mientras Terry se tomaba a rajatabla su promesa de no molestarlos. Se quedó en el porche de la casa, con los brazos cruzados y la mirada melancólica posada en los radiantes colores del crepúsculo.

Con el sol a la espalda, se alejaron de la casa en dirección opuesta al lago, tomando un sendero que les condujo a una llanura cercana que se asemejaba a un mar de color verde. El aire olía a flores silvestres, a encinas y pinos, y el único sonido que se escuchaba era el de la brisa acariciando la superficie de la alfombrada hierba sobre la que Zack indicó que se sentaran.

Con las piernas recogidas alrededor de los brazos y los hombros pegados, hablaron durante un rato sobre la difícil situación que atravesaba el matrimonio de Kevin y Terry. Compartieron puntos de vista e impresiones, la mayoría comunes, y llegaron a la triste conclusión de que no iban a ser capaces de solucionar sus diferencias.

Mientras el este se iba tiñendo de un intenso azul oscuro que ensombreció los campos que se extendían ante sus ojos, hablaron de los progresos que Amy había hecho con la escuela de baile. Su mirada se cubrió de luz, como si absorbiera la que ya se desvanecía, y le contó que esa misma mañana había llegado a un acuerdo con dos antiguos profesores de baile que trabajaron para Ava, y que se mostraron dispuestos a colaborar con ella en el nuevo proyecto.

—Todavía hay que limpiar, pintar y acondicionar el local. Queda mucho trabajo por delante y ahora tengo menos tiempo libre, pero he hecho cálculos y creo que podría inaugurarse para dentro de un mes o mes y medio —dijo con convencimiento—. De todos modos, mi mayor prioridad ahora mismo es terminar la novela, así que no importa si tengo que retrasar la inauguración unas semanas más. —Frunció los labios y cambió de opinión—. Bueno, no pueden ser muchas porque tengo que devolverte el dinero.

Si se lo decía porque esperaba que se le ablandara el corazón y fuera más flexible con los términos que habían acordado, ahora que su relación había cambiado, Zack se divirtió haciéndole ver todo lo contrario.

—Hasta el último céntimo y en el plazo que fijamos. —Le dedicó una sonrisa maliciosa antes de recostarse sobre la hierba. Apoyándose en un antebrazo, estiró las piernas y cruzó los tobillos—. Deduzco que seguiré viéndote por el hospital —comentó, con un perceptible deje de ironía en la voz.

—Todavía no he terminado con el trabajo de documentación —asintió—. Lance está consultando algunos temas pendientes y además me han surgido otras dudas mientras finalizaba el capítulo de ayer.

—¿Y qué vas a decirle al bueno de Scott cuando te invite a salir con él?

—No creo que vaya a hacerlo.

—Bueno, por lo poco que lo conozco salta a la vista que es un tipo tradicional, de esos que regalan flores y bombones en el día de San Valentín.

Amy sonrió un poco al tiempo que movía la cabeza. Luego se tumbó de espaldas sobre la hierba para encontrarse con su mirada taimada. Zack estaba irresistible, parecía un elemento más de la naturaleza, como si se hubiera mimetizado con ella. En la actualidad, muchos hombres cuidaban tanto su aspecto físico que competían con las mujeres en la compra de los mejores productos para la piel o en los que eran más efectivos para no dejar ni un solo vello corporal. Zack no era de esos. Por supuesto, también cultivaba el cuerpo, pero estaba muy en contacto con sus raíces más viriles.

Amy estaba deseando que llegara la noche para volver a perderse en él.

Elevó una mano con la que le rodeó el cuello para acariciarle la cálida piel de la nuca. Decidió sacar sus armas femeninas para provocar en él la reacción que deseaba, así que le habló con sensualidad al tiempo que le recorría el rostro con una mirada hambrienta.

—En ese caso tendré que decirle que ya hay otro hombre que me calienta las sábanas de la cama.

Las comisuras de sus labios se arquearon mientras enterraba una mano en el cabello femenino para colocarle la cabeza en la posición que deseaba. Luego bajó la suya y le devoró la boca hasta que los campos empezaron a cubrirse por las sombras.