Capítulo 10

La noche de chicas fue resucitada por Terry porque decidió que ya era hora de que Amy dejara de lamerse las heridas. Para convencerla, esgrimía argumentos tales como que guardar un año de luto encerrada entre las cuatro paredes de su casa, cuando las únicas salidas que hacía consistían en ir a la piscina, a su despacho o a la residencia de su abuela, era más que suficiente. Ningún tío merecía tanto sacrificio y menos todavía un cretino como Jerry.

En un principio Amy se mostró reticente, y no porque Jerry todavía tuviera el poder de incapacitarla para realizar las tareas que habían sido cotidianas en su vida, sino porque no le apetecía hacer el esfuerzo que suponía salir a divertirse por la noche: ropa más atrevida, maquillaje y una actitud mucho más abierta. La agobiaba pensar en tener conversación con los desconocidos que pudieran acercárseles. No obstante, se dejó arrastrar hacia la noche de los sábados porque sabía que, en el fondo, le iría bien volver a realizar las actividades de siempre.

Solían quedar para cenar, normalmente en algún restaurante del Downtown, y luego iban a alguno de los bares de copas más frecuentados de Inner Harbor. El preferido de ambas se llamaba Orpheus, en la calle East Pratt. Era un local con una ambientación sencilla, que recordaba a los viejos bares del Oeste. Había mesas rústicas de madera, reservados para los que quisieran intimidad, una diana colgada de la pared, una mesa de billar en la zona del fondo, una antigua jukebox que siempre emitía música rock, y hasta un pequeño escenario sobre el que solían tocar bandas locales.

Enormes jarras de cerveza eran la bebida por excelencia. Además, como la luz ocre iluminaba lo suficiente como para discernir los rasgos de la gente, y el sonido no era tan estridente como para tener que hablar a gritos, no se daba pie a que ningún tío se te pegara como una tirita y te hablara en el oído para hacerse escuchar.

El Orpheus no era un bar muy sofisticado, una vez incluso fueron testigos de una pelea entre dos tipos que discutían sobre fútbol, pero era ideal cuando, sencillamente, solo buscabas charlar con una amiga.

Como todos los sábados por la noche, el bar estaba muy concurrido aunque la masa de gente no llegaba a agobiar. Los grupos de solteros y solteras, así como las parejas de enamorados, solían ser la clientela más habitual, pero también estaban los típicos solitarios que bebían en la barra como si estuvieran ahogando las penas en alcohol.

Cogieron las jarras de cerveza que el camarero dejó sobre la barra, junto con el plato de patatas fritas cortesía de la casa, y fueron a tomar asiento a uno de los reservados.

Desde que Terry había ido a recogerla a su casa, Amy la sintió dubitativa, como si quisiera contarle algo y no encontrara el momento oportuno de hacerlo. Podía tratarse de cualquier cosa, pero tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos entre ella y Kevin, temía preguntarle por si se topaba con alguna sorpresa desagradable.

No tuvo que hacerlo; en cuanto estuvieron cómodas, Terry se lo soltó a bocajarro.

—Me ha dado su número de teléfono.

—¿Quién?

—El chico de la piscina. —Amy resopló pero Terry continuó, ignorando la discrepancia—. Ayer nos cruzamos en la puerta de los vestuarios. Él me preguntó si me sobraba un poco de gel de ducha, ya que había olvidado meter el suyo en su mochila, y yo le dije que si no le importaba oler a fresas estaba encantada de prestárselo. Una cosa llevó a la otra, charlamos unos minutos y me dio su número de teléfono. —Había tanta chispa en su voz que Amy estuvo a punto de poner los ojos en blanco—. Se llama Mark no sé qué, no recuerdo bien el apellido, tiene veinticinco años y estudia arquitectura en la universidad. Ligar con un chico de esa edad no se considera delito, ¿verdad? —bromeó, adelantándose a los comentarios que su amiga haría al respecto.

—¿Y tienes pensado hacerlo? —inquirió seria.

—Es posible.

—¿Es posible?

Amy la observó detenidamente. Terry era una mujer muy guapa que gustaba tanto a los jóvenes como a los maduros, y el tal Mark no sé qué habría quedado obnubilado por los suaves rizos rubios de su cabello, por los chispeantes ojos azules, por la sonrisa seductora y por un cuerpo muy femenino y deseable.

Terry agarró la jarra por el asa y bebió un trago largo. Su mirada se perdió en algún punto del bar, para volver a enfocarse en la de Amy una vez soltó la bebida sobre la mesa.

—Sí. Estoy pensando hacerlo. —Amy enterró la mitad de la cara entre las palmas de las manos—. Hace tanto tiempo que Kevin dejó de estar pendiente de mí y de mis necesidades que no se dará ni cuenta de que su mujer pasa más tiempo fuera de casa. Es más, ni aunque lo intuyera me preguntaría al respecto. Le soy indiferente. Su único interés en esta vida es pasar todo el tiempo posible en el hospital —apuntó con firmeza, a pesar de que Amy negaba en silencio—. Bueno, en el hospital o donde sea. Está claro que Kevin siempre fue un mujeriego y que donde hubo, siempre queda.

Amy apoyó los brazos sobre la mesa, se inclinó un poco hacia delante y le habló con la intención de que sus palabras se le quedaran bien grabadas en el cerebro.

—Todo eso que dices es una verdad a medias. Kevin tiene la culpa de muchas cosas, estoy de acuerdo, pero tú también eres culpable de otras. Ninguno habéis sabido apoyaros mutuamente después de que supierais que... —Se contuvo, estaba prohibido sacar ese tema—. Debisteis encontrar la manera de vencer esto juntos en lugar de ir cada uno por vuestro lado, buscando salidas que no os hacen felices a ninguno de los dos. Él te quiere y tú también le quieres a él.

—A veces, quererse no es suficiente —repuso con tozudez.

—Te conozco muy bien, Terry, y sé que no eres capaz de ser infiel sin que después te torturen los remordimientos.

—En eso estoy de acuerdo contigo, por eso he estado pensando en... —Vaciló, no era nada fácil pronunciar aquella palabra, aunque Amy la captó al vuelo.

—Ese es el último recurso, cuando ya se han agotado todas las vías.

—¿Y qué te hace pensar que no están todas agotadas? Últimamente le he estado dando vueltas y creo que sería la mejor solución para los dos. —Con la uña del pulgar raspó nerviosamente la superficie rugosa de la mesa—. A menos que ocurra un milagro, creo que nuestro matrimonio es insalvable.

Era la primera vez que Terry se planteaba esa opción, al menos en voz alta, rompiendo así la creencia de Amy de que las cosas terminarían resolviéndose entre los dos. Aunque quiso rebatirla con palabras esperanzadoras, no pudo evitar contagiarse de la tristeza mal disimulada de su amiga, y no encontró nada apropiado que decirle. Terry habló por ella:

—Cambiemos de tema, hemos salido para divertirnos y para charlar sobre cosas que nos hagan reír. —Recuperó el tono desenfadado y, para conservarlo, se ayudó de un nuevo trago de cerveza.

—Pues vamos a tener que echarle mucha imaginación.

—No seas exagerada. Fíjate en tu abuela, está internada en una residencia, se pasa el día rodeada de abuelos octogenarios y, sin embargo, siempre tiene que contar un montón de chismes de lo más graciosos.

—Eloisa siempre ha gozado de un gran sentido del humor. —A continuación, decidió compartir con Terry un tema que le rondaba por la cabeza—. Hace un par de días estuve en Little Italy.

—¿Y qué se te ha perdido por allí?

—La escuela de baile de Ava Parker. Fui a echarle un vistazo.

—¿Y eso?

Amy se encogió de hombros.

—Sentí curiosidad.

—¿Solo curiosidad?

—En los últimos días he estado dándole vueltas al modo en que podría hacer realidad las últimas palabras que me dijo. —Pasó el dedo sobre el cristal empañado de la jarra de cerveza—. Puesto que voy a renunciar a mi parte de los bienes, la posibilidad de adquirir el local se complica un poco más porque necesitaría el doble del dinero para comprarlo, pero quizás se me ocurra alguna manera de reunirlo.

—Estamos hablando de mucho dinero, Amy, tendrías que atracar un banco para conseguir la pasta. Además, ¿qué es eso de que vas a renunciar a tu herencia? Espero que no estés pensando hacerlo solo porque Parker te acusó de cosas terribles en medio de una discusión acalorada.

—Sabes bien que fue algo más que una discusión acalorada. No puedo soportar que pusiera en tela de juicio mi honradez. Mi dignidad está por encima del local y de cualquier otra cosa. —Todavía le dolía, hasta el extremo de que se le formaba un nudo en la garganta cuando sacaba el tema—. He buscado por internet y he descargado un modelo de renuncia que he rellenado con mis datos. Zack Parker dijo que volvería a ponerse en contacto conmigo, así que lo llevo guardado en el bolso para entregárselo en cuanto tenga la ocasión.

Terry cabeceó pero no se manifestó al respecto.

—Di algo.

—¿Que diga algo? Rompe el papel y pasa de él. ¿Por qué te afecta tanto lo que piense de ti? Tú sabes que es mentira, con eso debería bastarte.

Amy no tenía respuesta para esa pregunta. Al fin y al cabo, Zack Parker no entraba en el círculo de las personas que realmente le importaban, como eran su familia o sus amigos.

—Mi conciencia me pide que lo haga. Eso es todo.

—¿Y para qué quieres el local? ¿Es que sigues dándole vueltas a lo de montar la escuela de baile?

Amy no llegó a contestarle porque Terry se quedó mirando hacia el fondo del bar como si acabara de ver un fantasma.

—¿Qué ocurre?

—No me lo puedo creer.

Terry hizo una señal con la cabeza y Amy se dio la vuelta. Kevin Dayne y Zack Parker acababan de entrar en Orpheus. El primero avanzaba directamente hacia la barra mientras el segundo echaba una rápida mirada en torno al local. Antes de que pudiera verla, Amy volvió a su posición original y hundió los hombros, como si tratara de hacerse pequeña.

—¿Qué hacen ellos aquí? —masculló por lo bajo, con deje acusador.

—¿Y yo qué sé? Estoy tan sorprendida como tú. —Las pupilas de Terry siguieron el movimiento de los dos hombres a través del local, luego las fijó en las de Amy—. Por lo visto, Zack ya se ha instalado en Baltimore. Esta tarde escuché a Kevin hablar con él por teléfono y dijeron algo de salir por la noche. Kevin sabe que solemos venir a Orpheus, aunque te aseguro que si ahora están aquí, no ha sido por iniciativa suya. —A Amy se le descolgaron las comisuras de los labios y el gesto se le crispó—. Tranquila, no creo que haya venido para montarte otro numerito. No es el momento ni el lugar.

—Pues yo no estaría tan segura. ¿Por qué está aquí, si no? Vale, no importa. Será la ocasión perfecta para terminar con esto de una vez por todas. —Señaló su bolso, donde guardaba el documento que había preparado.

—¿Y si intentamos escabullirnos hacia la puerta y nos largamos de aquí? Si nos ven pasar podemos hacernos las despistadas.

—¿Y que piense que huyo de él? No.

—Acaban de vernos, vienen hacia aquí.

Cuando ambos hombres llegaron a la mesa, Terry se irguió en su asiento y forzó una sonrisa, pues aunque no le apetecía ver a Kevin, sí que tenía curiosidad por conocer a Zack Parker. Amy, por el contrario, continuó con los hombros caídos, limitándose a alzar la mano como haría un indio americano para saludar al esposo de su amiga mientras con la otra se dedicaba a rascar una muesca que encontró sobre la superficie de la mesa. A Zack ni siquiera lo miró. Le importaba un pimiento que la considerara una maleducada.

Terry se levantó para responder a las oportunas presentaciones que hizo Kevin.

—Es un placer conocerte, Terry. Kevin me ha hablado mucho de ti. —Zack le estrechó la mano.

—Seguro que es mentira, pero te lo agradezco —sonrió ella.

Entonces Terry comprendió, con claridad meridiana, los motivos adicionales por los que Amy estaba tan afectada con el tema de las acusaciones. Zack era mucho más que un tipo atractivo. Era una fuente de magnetismo. Acababa de llegar y había pronunciado solo una frase, pero su presencia se dejó notar como si llevara toda la noche charlando de un tema de interés vital para todos.

Era obvio que a Amy le gustaba Zack de ese modo en que te revolotean mariposas en el estómago.

—Creo que vosotros dos ya os conocéis —apuntó Kevin, moviendo un dedo que osciló de Zack a Amy.

—Sí, así es, aunque siempre es grato volver a verte, Amy Dawson.

Zack alargó el brazo por encima de la mesa y Amy respondió al saludo, aunque no le devolvió el amago de sonrisa que a él se le formó en los labios. Enseguida esquivó la mirada y apartó la mano.

—Bueno, ¿y qué os trae por aquí? —preguntó Terry.

Kevin se volvió hacia Zack para que fuera él quién respondiera, ya que había sido idea suya aparecer por Orpheus.

—Me apetecía conocer a la esposa de mi viejo amigo y, de paso, quería hablar con Amy en privado.

Amy sintió su mirada penetrante horadándole el cuerpo, así que salió a su encuentro y se la sostuvo sin pestañear. No encontró nada amenazante en ella, aunque sí que estaba cargada de cuestiones no resueltas a las que seguro pretendía darles solución esa misma noche. Ella también estaba interesada en zanjar el tema de la herencia tan pronto como fuera posible, pero en aquel momento le apetecía hacerlo tanto como zambullirse de cabeza en las aguas de Inner Harbor.

—Hablaremos si quieres aunque, francamente, podrías haber escogido otro momento para discutir sobre asuntos tan desagradables. —Se puso en pie y cogió su bolso.

—Aún no sabes qué asuntos son los que quiero discutir contigo. —Zack se retiró para dejarla salir —Coge tu jarra de cerveza. Es posible que tardemos un rato en volver.

Los bonitos ojos verdes le lanzaron una mirada rebelde.

Zack se tomó la libertad de asirla por encima del codo para conducirla entre la muchedumbre hacia un hueco que había frente a la barra. Tomaron asiento en los altos taburetes, demasiado próximos para el gusto de Amy, pues era imposible que las rodillas no se rozaran accidentalmente en aquel espacio tan angosto. Estudió la manera de ganar distancias, pero estaban amurallados entre un hombre obeso de pelo largo que llevaba una gorra de béisbol calada hasta las cejas, y un tipo vestido con traje de chaqueta que se bebía un cóctel raro en compañía de una chica mucho más joven. Amy probó a cruzarse de piernas y a meter el trasero todo lo atrás que pudo sobre el asiento, y los cuerpos dejaron de tocarse. El camarero trajo una jarra de cerveza para Zack y, a continuación, le indicó que sirviera otra en la mesa donde estaban sentados Terry y Kevin. Por último, pagó las cuatro.

—¿Sigues cabreada?

—¿Tú que crees? A una no la acusan todos los días de estafar a ancianitas enfermas.

—Hice lo que tenía que hacer. No tenía otra alternativa para descubrir si mentías.

Su respuesta arrogante la malhumoró tanto que recuperó el bolso que había dejado sobre la barra para sacar un papel doblado en dos, que procedió a entregarle.

—¿Qué es esto? —Zack desdobló el papel.

—La razón por la que esta reunión termina aquí y ahora.

Hizo ademán de bajarse del asiento pero él la retuvo rodeándole suavemente la muñeca.

—Espera un momento, no hemos terminado de hablar.

Zack neutralizó la urgencia por largarse con una mirada exigente con la que a la vez le pidió un poco de paciencia. Cuando estuvo seguro de que no iba a irse la soltó, desvió la atención hacia el papel y leyó para sí. Al finalizar, y ante la estupefacta mirada de Amy, comenzó a romperlo en varios trozos.

—¿Qué estás haciendo?

—Anular tu renuncia. —Cuando estuvo reducida a docenas de pedacitos, los dejó caer al suelo como confeti. Entonces comenzó a explicarse, despojado de toda la soberbia de la que había hecho gala unas cuantas noches atrás—. Ava siempre tuvo muy buen ojo para juzgar a las personas, todo lo contrario que yo. Ahora mismo debe de estar revolviéndose en su tumba por la manera en que he tratado este asunto contigo. —Recogió el cambio que le entregó el camarero casi sin prestarle atención, pues la tenía focalizada en la joven dolida que tenía enfrente—. No puedo permitir que renuncies a algo que te has ganado solo porque tienes buen corazón. Sería totalmente injusto.

—¿Y cuándo has llegado a esa conclusión? ¿Antes o después de leer el papel?

—El papel no ha tenido nada que ver. Puedes preguntarle a Kevin la razón por la que he insistido en venir a verte esta noche.

Sus palabras destilaban tanta honestidad que a Amy no le quedó más remedio que creerlas. Entonces sintió que su enojo cedía, al tiempo que una emoción muy grata le inundaba el pecho.

Zack prosiguió.

—Ava solía mencionarte cada vez que iba a visitarla y siempre hablaba maravillas de ti. Por mi parte, yo también guardaba un buen recuerdo tuyo a pesar de que las horas que compartimos en mi cabaña fueron un tanto accidentadas. —Sonrió por lo bajo y luego volvió a ponerse serio—. Pensar que nos la habías jugado me obcecó hasta el extremo de que ni siquiera te concedí el beneficio de la duda. Por eso mi reacción fue un tanto desmedida. —En ese punto, la barbilla de Amy tembló ligeramente—. Quiero que sepas que te creo, y que siento haberte juzgado erróneamente.

Unido al ligero temblor, apareció un brillo de emoción en sus ojos, que ella escondió agachando la cabeza. Una cortina de rizos oscuros cayó sobre sus mejillas y Zack se inclinó para buscarle una mirada que ella no le ofreció.

—¿Estás bien? Preferiría que me dijeras que soy un cabrón sin sentimientos antes que hacerte llorar.

—Se me pasa enseguida, es que... después de todo lo que nos dijimos no esperaba que terminaras creyéndome. —Se secó los párpados con la yema de los dedos y luego esbozó una sonrisa de desahogo—. Gracias, Zack.

—No las merezco. Soy yo quien debe mostrarse agradecido contigo por haber hecho más felices los últimos meses de la vida de Ava.

A continuación, en un gesto impulsivo, Zack colocó la mano en una de las mejillas de Amy y se la acarició, dejándole un trazo tan electrizante sobre la piel que a ella se le erizó el vello de la nuca. La caricia erradicó los restos de sus lágrimas, devolviéndole la luz a la mirada; una clase de luz tan acogedora, tan cálida y tan envolvente que Zack quedó enganchado en ella.

Se retiró de Amy al cabo de unos segundos, cuando el gesto que solo pretendió ser amistoso perdió su identidad. Zack asió la jarra de cerveza, de la que bebió hasta que todo volvió a recuperar una apariencia de normalidad. Apoyó las palmas de las manos en las perneras de los vaqueros desgastados y reanudó la conversación sobre el tema del testamento, empleando un tono de voz mucho más distante que hizo suponer a Amy que había sido la única en sentir el chispazo cuando la acarició.

—Alan Freeman va a ponerse en contacto con un tasador para que haga una valoración del terreno y así concretar un precio de venta. El lunes me reuniré con ellos para visitar el local, así que lo propio sería que tú también vinieras para estar al tanto de la situación.

—Ya, lo que sucede es que yo... no quiero vender mi parte. Precisamente antes de que aparecierais por la puerta le comentaba a Terry que tenía la intención de comprártelo.

—¿Y eso por qué?

—Porque no es lo que ella hubiera querido.

Amy se preparó para que se desencadenara en Zack una reacción adversa, aunque lo cierto es que parecía otro hombre aquella noche. Su actitud era mucho más cercana a aquel que la consoló y le enjugó las lágrimas hacía algo más de un año que a ese otro hombre que la increpó duramente en medio de la calle.

Zack la miró ceñudo. Daba la sensación de que Amy había meditado mucho sobre el tema y que estaba dispuesta a cumplir con lo que su abuela le hizo prometer pocos días antes de morir. Tenía la impresión de que no serviría de nada volver a repetirle que Ava estaba enferma, y que no debió tomarse tan en serio sus palabras.

—Ya sabes lo que opino sobre eso aunque, por supuesto, no es asunto mío —le dijo—. Supongo que dispones del dinero para comprar mi parte.

Amy se mordió el interior de la mejilla y, a continuación, movió lentamente la cabeza.

—Todavía no, pero lo reuniré.

Su respuesta no fue muy esperanzadora para Zack.

—Estamos hablando de mucho dinero. No sé exactamente cuál es el valor de local, pero teniendo en cuenta que el terreno en Baltimore es caro, no creo que lo tasen por debajo de los cien mil dólares —la informó.

—Está dentro de los cálculos que me había hecho. Lo único que necesito es que me des algo de tiempo.

—¿Cuánto tiempo necesitas? —preguntó con cautela, como si hubiera captado que estaba sin blanca.

—Pues... supongo que un año sería suficiente.

Poco a poco, las comisuras de los labios de Zack se fueron elevando hasta mostrarle una amplia sonrisa que derivó en una carcajada tan ronca que habría podido acabar con la autoestima de cualquiera.

—¿Un año? ¿Al ritmo que se devalúa el precio del suelo? —Cabeceó—. Te estás quedando conmigo.

—La mayoría de los negocios no empiezan a generar beneficios hasta que transcurre ese periodo de tiempo.

—¿Y si no los genera?

—Confío en que saldrá adelante.

—No soy un experto economista, pero a menos que fuera un bombazo y que toda la población de esta ciudad acudiera a que les enseñaras a bailar el tango, seguirías sin contar con el dinero. Si de verdad quieres el local, pide un préstamo al banco.

—Lo haría pero... este año no he publicado ninguna novela y, sin un ingreso que me respalde, mucho me temo que ningún banco me concederá un crédito. —No podía desinflarse ahora, tenía que demostrar que estaba convencida de lo que decía—. Te lo pagaría con intereses, tú fijarías la cantidad.

—Me da la impresión de que te has creído que soy el banco central de Baltimore o el jodido Santa Claus. Pero no soy ni una cosa ni la otra. Ni presto dinero a la gente así como así, ni tampoco me encargo de que sus sueños se vean cumplidos.

Amy estaba convencida de que la fuente de ingresos de un neurocirujano que trabajaba en el Hopkins debía de ser bastante sustanciosa. Vamos, que se apostaba el cuello a que no tenía problemas monetarios que le urgieran a vender. Sin embargo, entendía a la perfección su postura. Prácticamente eran unos desconocidos que no se debían favores.

Lo cual no era óbice para que no lo siguiera intentando.

Amy suspiró, tamborileó las uñas sobre la superficie de la barra y se quedó mirando un momento hacia el fondo del local, donde estaba la mesa de billar.

—¿Me darás al menos unos cuantos días para que piense en otras alternativas?

Él contestó con otra pregunta.

—¿Cuál es el verdadero motivo por el que te quieres involucrar en algo tan complejo?

—Ya te lo he contado.

—Me apetece escuchar la explicación completa. Debe de haber algo más, aparte de una promesa sin fundamento.

Zack tenía parte de razón aunque, por supuesto, Amy no estaba de acuerdo con que continuara calificando de ilógicas las ideas de su abuela. Acceder a adentrarse en ese tema implicaba hablarle de un asunto demasiado personal aunque, de todos modos, y teniendo en cuenta que en el pasado se había abierto en canal a él, poco importaba si ahora le confesaba algunos problemillas profesionales.

—Necesito una nueva meta en mi vida. Es posible que con su generosa forma de proceder, Ava me haya ayudado a encontrarla.

—¿Qué ha pasado con tus novelas románticas?

—Continúo estancada y no tengo ni idea de si esta situación se va a prolongar durante mucho más tiempo. A veces pienso que Jerry se cargó todo mi romanticismo, pero no puedo seguir sentada a la espera de recuperarlo.

—El coche, el romanticismo... No debiste permitir que ese capullo te quitara tantas cosas.

Amy rio por lo bajo. Era la primera vez que lo hacía con respecto a algo relacionado con su exmarido. Por encima del hombro de Zack, volvió a observar la mesa de billar, que estaba siendo abandonada por un grupo de jugadores. Entonces se le ocurrió una idea.

—¿Alguna vez te has apostado algo a un juego de azar?

—¿Algo como qué?

—La mitad de un local en Little Italy, por ejemplo.

Zack la observó con atención, tratando de adivinar qué estaría maquinando aquella morena cabecita.

—Todo dependería de cuál fuera el trato.

Amy no esperaba que le siguiera la corriente, más que nada porque conforme hablaba su idea le parecía más disparatada. Aun así, como no tenía nada que perder, fue un poco más allá para ver qué ocurría.

—Si tú ganaras la apuesta, yo accedería a vender mi parte y olvidaríamos este asunto. Si, por el contrario, ganara yo, tendrías que someterte a la proposición que te he hecho hace un momento.

—Buen intento pero, ¿qué saco yo con eso? —Negó despacio—. No necesito vencerte en ninguna apuesta para vender, porque eso es lo que voy a hacer. A menos que me ofrezcas algo más sustancioso.

—No entiendo mucho de leyes pero, hasta donde yo sé, creo que si me negara a firmar tú no podrías vender.

—En ese caso, no habría más remedio que llevar el asunto a los juzgados.

Amy torció el gesto. Si lo que pretendía era llegar con él a un punto intermedio, desde luego aquel no era el camino. Rectificó antes de que Zack tuviera tiempo de encapricharse de esa solución.

—En cuanto a lo de ofrecerte algo sustancioso... —Amy apoyó el codo sobre la barra y se frotó la frente—. No se me ocurre nada que pueda ser de tu interés.

—Te ayudaré a pensar.

Ella mostró un resignado asentimiento. Zack se estaba divirtiendo con aquel asunto, aunque Amy esperaba que se le retirara la mueca humorística de la cara en cuanto le dijera a qué quería apostar. Era extraño que todavía no hubiera preguntado al respecto, parecía tan seguro de sí mismo que ni siquiera necesitaba hacerlo. Probablemente, se echaría atrás en cuanto ella le lanzara el reto.

Con aire distraído, Zack se pasó una mano por la mejilla sin afeitar. La impaciencia de Amy mientras le observaba meditar tan solo duró unos segundos, pues él parecía tener bastante claro lo que deseaba de ella.

—Me encanta cómo cocinas. Daría lo que fuera por volver a probar aquel asado tan apetitoso que preparaste en la cabaña.

—¿Quieres que cocine para ti?

—Si no hay ningún inconveniente de tu parte.

—Pues... no. No lo hay —negó efusiva con la cabeza para no darle tiempo a que cambiara de opinión y se le ocurriera una idea mucho más retorcida—. Haré el asado.

—A lo mejor no me he explicado bien, no me refería al asado exactamente. La comida del hospital es una porquería y mis cenas son todo lo contrario a lo que un experto en nutrición consideraría una dieta equilibrada. —Amy pensó que con ese cuerpo grande, fuerte y fibroso, nadie lo hubiese imaginado—. Supongo que sabrás preparar platos muy variados e igual de sabrosos, así que quiero que cocines para mí al menos durante una semana. No quiero abusar.

Amy había sido una ingenua al presuponer que se conformaría con algo tan anecdótico como una simple cena.

—¿Y cómo lo haríamos? Yo vivo en Fells Point y tú... no tengo ni idea de dónde resides tú. Además, ya sabes que no tengo coche, y que la cesta de mi bicicleta es minúscula como para transportar...

—Ya discutiríamos después los detalles superfluos —la acalló con la solidez de su timbre ronco—. Todavía no me has dicho lo más importante. ¿En qué juego de azar quieres medir tus fuerzas conmigo?

Amy señaló con la cabeza hacia el fondo del local, y Zack se giró para comprobar por sí mismo cuál era el objeto de su interés.

—¿A una partida de billar? —Ella asintió con resolución—. ¿Sabes jugar?

—Me defiendo bien. ¿Por qué si no te lo iba a proponer?

—Por desesperación, porque no tienes nada que perder, porque estás un poco mal de la azotea... Se me ocurren un montón de razones.

—No te preocupes por mí, ya te he dicho que sé jugar. La pregunta es si sabes hacerlo tú.

—Creo que sería un completo canalla si te ocultara que, en mis años de universidad, pertenecí al equipo de billar masculino, y fuimos campeones durante varias temporadas.

Aquello empañó las esperanzas que Amy tenía puestas en ese último as que le quedaba en la manga, pero siguió adelante. Ahora no podía echarse atrás o él la tacharía de cobarde.

—Me parece estupendo —mintió—. Yo también fui campeona en el equipo femenino de la Universidad de Baltimore. Si accedes, jugaríamos en igualdad de condiciones y así sería todo mucho más justo.

Ella nunca dejaba de sorprenderlo. No sabía nadar pero, aun así, se adentraba en un lago congelado para recuperar un estúpido gorro de lana. No tenía un vehículo a motor con el que desplazarse por la ciudad pero, en lugar de utilizar el transporte público, prefería recorrerse Baltimore en una bicicleta. No sabía bailar, ni siquiera era empresaria, pero insistía en montar un negocio que desconocía por completo solo porque quería cumplir el deseo de una anciana moribunda. Y por si todo aquello fuera poco, decía que sabía jugar al billar y le lanzaba un reto a la desesperada. No entendía muy bien qué fue lo que el visitador médico necesitó encontrar fuera de su casa y de los brazos de Amy Dawson. A él le parecía pura diversión, y aunque a simple vista aparentaba serenidad, estaba convencido de que también era divertida en la cama.

—¿De verdad estás segura de que quieres hacerlo? Te advierto que soy bastante bueno.

—Yo también soy muy buena.

—Entonces acepto el desafío.

Amy le tendió la mano para sellar el acuerdo, y él la apresó gustosamente entre la suya.