Capítulo 17
Por la ubicación que presentaba y por el tamaño que tenía, Zack estaba de acuerdo con el resto de profesionales a los que la joven Sanders había consultado en que el tumor de la paciente Margot Sanders era muy difícil de operar. Pero que fuera difícil no significaba que fuera imposible.
Estaba dedicando sus ratos libres a estudiar el material que la rubia del viejo Chevy había traído consigo, considerando y a la vez descartando los posibles métodos con los que podía llegar hasta él sin que la operación resultara excesivamente invasiva. Dependiendo de por dónde lo atajara, podía encontrarse con unas dificultades o con otras, y todas suponían un riesgo importante no solo para su vida, sino también para sus funciones básicas. Podría afectarle al habla, a la movilidad e incluso a la vista. En el peor de los casos, podía entrar en un estado comatoso del que, con toda probabilidad, no despertaría jamás.
Retiró la TC del negatoscopio y la devolvió al interior del expediente, del que extrajo otro distinto que volvió a situar en el soporte de la pantalla.
Colocó las manos en las caderas y examinó la imagen con total atención. Todavía no sabía si debía llamar a la señorita Sanders para decirle que no se comprometía a operar o si, por el contrario, debía decirle que se personara en el hospital con su madre para realizarle sus propias pruebas médicas que, por otra parte, serían mucho más concluyentes en su decisión final.
No olvidaba que ya habían pasado cinco días de su visita, así que debía tomar una decisión antes de que llegara la noche. Se lo había prometido y él jamás faltaba a una promesa, sobre todo las que atañían al ámbito profesional.
Kevin entró en la sala médica apurando el contenido de un envase de café que dejó caer en el interior de una papelera.
—Te buscaba. ¿Vienes a comer?
Zack echó un rápido vistazo a su reloj de pulsera.
—Sí, pensaba que no era tan tarde.
Kevin se colocó a su lado y observó la TC que examinaba su amigo de manera concentrada.
—¿Qué tienes?
—Un tumor en el lóbulo parietal muy complicado de extirpar —le contó a grandes rasgos los encuentros que había tenido con Arlene Sanders—. Es una mujer un tanto peculiar. Me da la impresión de que si le doy una respuesta negativa, será capaz de recorrerse el planeta entero hasta encontrar el cirujano que esté dispuesto a operar a su madre.
—¿Y cómo piensas actuar?
—Todavía no lo sé.
Zack guardó la TC con el resto del historial médico.
—Te lo diré yo. Nunca le dices que no a un reto.
—Este reto podría costarle la vida a una persona —indicó a Kevin que salieran al corredor y luego caminaron hacia los ascensores.
Bajo la luz más potente de las luminarias del techo, Kevin se percató de que Zack no había descansado mucho por la noche.
—Menudo aspecto tienes. —Pulsó el botón de llamada del ascensor—. Llevas en Baltimore menos de dos semanas, te pasas casi todo el día en el hospital y, sin embargo, ya has encontrado tiempo para tener una vida sexual. ¿Cómo diablos lo haces?
—Tiene guasa que lo preguntes tú. El tío que, mientras hacía la residencia trabajando catorce horas diarias, se lio con tantas mujeres que no habrían cabido en el M amp;T Bank2.
—De eso hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo.
Zack se limitó a asentir sin demostrar mucha emoción. Se frotó la nuca, tenía el cuello rígido y le picaban los ojos. Luego metió las manos en los bolsillos de la bata. Prefería dejarle creer que su cansancio obedecía a algo tan prosaico como disfrutar del sexo cuando, en realidad, no había sido así. Contarle la razón por la que se había pasado la noche en vela habría supuesto adentrarse en un terreno espinoso que le daba dolor de cabeza y que le ponía de un humor insoportable. Así que lo dejó correr, con la esperanza de que no insistiera en el tema.
El ascensor quedó vacío al ser abandonado por dos mujeres que vendrían a visitar a algún enfermo. Kevin apretó el botón de la planta baja, donde estaba el restaurante del personal del hospital, se cruzó de brazos y reflexionó en silencio. Hacía siglos que a él no se le formaban ojeras por haber pasado la noche disfrutando del sexo, y no supo cuánto lo echaba de menos hasta que las vio en la cara de Zack.
Encontraron una mesa libre al lado de la que ocupaba el grupo de internos que estaban a cargo de Kevin. Las risas con las que amenizaban la comida se esfumaron de golpe y se pusieron muy serios, preocupados por dar la mejor imagen posible a la pareja de cirujanos. Kevin hizo comentarios por lo bajo sobre los que poseían más aptitudes, así como de la torpeza que demostraban otros, y Zack también intercambió impresiones respecto a aquellos que habían pasado por su quirófano.
Mientras mezclaba las judías verdes con una salsa de tomate y Kevin hacía alusión a los tiempos en los que también ellos habían sido residentes, Zack desvió el tema para hacerle una pregunta directa. Kevin ya había insinuado alguna que otra vez que su matrimonio no pasaba por su mejor momento pero, al parecer, le faltaban arrestos para llegar al meollo de la cuestión, y eso que Zack ya le había hecho partícipe de los detalles de su matrimonio fracasado.
—¿Cómo están las cosas entre Terry y tú?
No contestó al instante, aunque algo le dijo que estaba necesitando sacarse de encima el peso que acarreaba. Kevin le dio vueltas a su crema de verduras, abstrayéndose en los círculos que la cuchara dibujaba en la superficie espesa al tiempo que las finas arrugas que tenía en torno a los ojos azules y a los labios se acentuaban hasta formársele en la cara una expresión un tanto amarga.
—Creo que Terry se está viendo con otro hombre. De un tiempo a esta parte, suele quitarse el anillo cuando sale de casa. Lo deja en su joyero y no se lo vuelve a poner hasta que regresa. También se ha comprado un montón de ropa últimamente, mucho más moderna y atrevida que la que se pone cuando se marcha a trabajar. Por no hablar de la ropa interior. Se piensa que no me entero de nada. —Sopló la crema, la probó y le echó un poco más de sal—. La noche del Orpheus insinuó que sopesaba la idea de separarnos.
—¿Le has hablado de tus sospechas?
—No, me temo que no serviría de mucho. Hemos perdido la capacidad de comunicarnos y, cuando lo intentamos, siempre terminamos discutiendo por alguna gilipollez.
—Me resulta familiar. —Zack probó las judías, que estaban insípidas a pesar de la salsa de tomate—. ¿Qué es lo que ha generado esa situación entre vosotros?
—Un incidente que trato de olvidar todos los días de mi vida.
Zack conocía muy bien a Kevin. Era un tipo hermético, casi tanto como él mismo, por eso congeniaron bien cuando se conocieron. A ninguno le gustaba hablar de sus cosas con nadie, pero como todo el mundo necesitaba una válvula de escape, Zack siempre había sido la de Kevin y Kevin la de Zack.
Dejó que se tomara su tiempo para que terminara hablando por sí mismo pero, como al parecer había perdido la costumbre de sacar los fantasmas al exterior, se vio obligado a animarle.
—Suéltalo. Supongo que te lo has guardado demasiado tiempo para ti, así que te vendrá bien echarlo afuera.
—¿Pretendes que me ponga sentimental delante de ellos? —ironizó, señalando con la cabeza al grupo de internos.
—Desde que ha bajado Wilson están pendientes de él.
Zack se refería al jefe del hospital, que acababa de sentarse a la mesa junto a un grupo de cirujanos.
Kevin cabeceó, retirando un momento la mirada hacia las ventanas de cristales translúcidos que daban a los jardines posteriores del hospital. No era un buen momento para hablar de aquello. En realidad, ninguno lo era. Por eso transigió y procedió a contarle el desgraciado incidente que le había separado irremediablemente de su esposa.
—Hace un par de años hicimos un viaje en coche a Nueva York para pasar un fin de semana en la casa de una prima de Terry. Tuvimos un accidente en una comarcal, cuando regresábamos a Baltimore. Estaba muy oscuro, llovía con fuerza, y aunque circulaba a escasa velocidad, el ciervo salió de repente. Di un volantazo para esquivarlo, el coche se salió de la carretera, cayó por un terraplén y colisionó contra el tronco de un árbol. Terry estaba embarazada de cinco meses. —Pese a los esfuerzos que hizo para que los recuerdos no le afectaran, la voz le tembló y los ojos se le cubrieron de dolor—. Terry perdió el bebé, así como la posibilidad de volver a concebir. —Emitió un suspiro largo, impregnado de un hondo pesar, y luego miró a Zack—. Ella me culpa a mí de lo sucedido, piensa que si hubiera reaccionado de otra manera no habríamos tenido el accidente. Yo también me culpo, supongo.
—Hiciste lo que cualquier otra persona habría hecho en tu misma situación. No tenías otra alternativa —le contradijo, pues la palabra «culpa» no tenía lugar en el terrible episodio que acababa de narrarle.
—Ahora ya no hablamos del tema, pero a lo largo del año siguiente al accidente, Terry insistía en que debí atropellar al animal antes que salirme a la cuneta.
—Si hubiera sido ella quien condujera, estoy seguro de que también habría dado un volantazo para evitar el obstáculo. Es una reacción instintiva. —Zack no podía ni imaginar lo duro que debía de estar siendo para Kevin asumir toda la responsabilidad—. También entiendo que todos tenemos la necesidad de buscar a un culpable sobre el que descargar nuestra ira. ¿No habéis consultado a un profesional para que os ayude?
—Hace tiempo se lo propuse a Terry, pero se negó en redondo porque decía que nadie iba a devolverle a su hijo. Ahora está mucho mejor anímicamente, pero yo ya no entro en ninguno de sus planes. —Se encogió de hombros con resignación—. Nos limitamos a vivir bajo el mismo techo pero no hacemos vida en común. Supongo que la situación seguirá así hasta que ella dé el paso de pedir la separación.
—¿Por qué ha de darlo ella?
—Porque yo la sigo amando —contestó con sencillez.
En la mirada emocionada de sus ojos, Zack descifró lo profundo que todavía era su amor por Terry. En cierta forma sintió envidia. Él nunca había amado a nadie con esa intensidad.
—Lo siento de veras.
—Lo sé.
Tocar aquel tema había removido las heridas todavía sin cicatrizar de Kevin, que pareció envejecer cinco años de golpe durante el transcurso de la conversación. Zack le cedió el espacio que necesitaba y empezaron a comer en silencio, hasta que pasados unos minutos, Amy Dawson entró en el restaurante del hospital en compañía de Lance Scott, uno de los enfermeros de quirófano que le habían asignado a Zack en sus operaciones.
Asombrado, siguió los movimientos de ambos a través del comedor hasta que se detuvieron en el área del bufet libre, de donde cogieron un par de bandejas en las que fueron depositando los platos de comida.
—¿Qué está haciendo Amy aquí?
—¿Amy? —Kevin alzó la mirada de su plato para seguir la señal que hizo Zack con la cabeza—. Ah, sí. Está recopilando documentación para su nueva novela y la he puesto en contacto con Lance para que la ayude. Por lo visto está escribiendo algo que transcurre en un hospital.
—¿Y por qué has recurrido a Lance?
—Porque este año estoy hasta arriba de trabajo y no habría podido dedicarle tiempo. Pensé que a él no le importaría enseñarle el hospital y responder a sus preguntas. Es un tío agradable.
Zack no despegó la mirada de los dos, aprovechando que estaban de espaldas y no podían verlo. Todavía no conocía muy bien a Lance, pero ya había escuchado comentarios de varias enfermeras describiéndolo como el hombre que toda mujer querría tener a su lado. Decían que físicamente no era de los que hacen girar la cabeza, pero que ese detalle dejaba de ser relevante porque en cuanto se le conocía un poco, lo contrarrestaba con su amabilidad, su sensibilidad con las mujeres, su inteligencia y un montón de virtudes más que ya no recordaba porque le importaban un carajo.
Cierto que era un tío normalito: estatura media, complexión delgada, cabello rubio, ojos castaños que se veían un pelín más pequeños tras sus gafas de miope... Ella, por el contrario, estaba muy atractiva. Llevaba un vestido de punto de color azul muy favorecedor y unas botas altas de tacón. Los rizos naturales de su cabello estaban más marcados y, aunque siempre sutil, se apreciaba que iba maquillada. En ese momento, ella sonrió a su acompañante mientras él señalaba las bandejas de comida. Zack tuvo el inoportuno presentimiento de que Lance era justo el tipo de hombre que podría gustar a una mujer sensible y comprometida como Amy.
—¿Por qué no me has dicho nada?
—Amy no quería que contara contigo.
Los rasgos de Zack se endurecieron.
—¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
—Parece ser que no le ha hecho mucha gracia que te liaras con la enfermera con la que sales, después de que la besaras a ella.
Kevin no disimuló que reprobaba sus acciones.
—¿Te lo ha contado Amy? —Los dedos se apretaron en torno al tenedor.
—Fue Terry. Me lo dijo cuando me pidió el favor de que le buscara un contacto en el hospital.
—Ya suponía que no fue tan anecdótico como ella se empeñó en hacerme creer. Tuvimos una conversación y el asunto quedó aclarado —habló con el tono adusto, como si Kevin fuera el responsable de que Amy hubiera prescindido de su ayuda—. Ayer mismo estuvimos reunidos en el despacho del abogado de Ava para legalizar la venta del local. Renuncié para cedérselo a ella, y te aseguro que estaba muy agradecida. Sin resquemores.
—Las mujeres se empeñan en decir «blanco» cuando quieren decir «negro».
Zack volvió a observarla. Ya se habían servido la comida y ahora se dirigían a una mesa libre que encontraron a unos diez metros de distancia. Al dejar la bandeja sobre la mesa y retirar la silla para sentarse, hubo un contacto de miradas. Ella elevó las comisuras de los labios a modo de saludo y Zack le respondió con el mismo gesto. La cordialidad que aparentaron, no obstante, estuvo cargada de frialdad, así como de una palpable tirantez.
Kevin no se perdía detalle de las notorias reacciones de su amigo, aunque no llegaba a comprender la razón por la que ese asunto le estaba causando tanto malestar.
—¿Estás molesto porque ha herido tu amor propio o porque estás celoso?
—¿Celoso de Lance Scott? No fastidies.
Para no estarlo, se defendía con demasiado ímpetu, así que Kevin se vio en la obligación de aclararle unas cuantas cosas.
—Sabes que te tengo un gran aprecio, pero espero que no se te esté pasando por la cabeza volver a acercarte a Amy de la manera en que ya lo hiciste. —Zack afiló la mirada sobre él—. Ella es una buena chica y no me gustaría que alguien como tú le hiciera daño. Ha sufrido mucho por amor.
—¿Alguien como yo?
—Pensaba que el matrimonio te había cambiado y que te había servido para sentar la cabeza. Pero eres el mismo mujeriego de siempre.
Zack soltó una risa marchita y luego se puso muy serio.
—Comprendo que te hayas erigido en el protector de Amy porque es íntima amiga de tu mujer, pero ¿no crees que ya es mayorcita para diferenciar por sí misma lo que le conviene de lo que no? —Hizo una pausa para servirse un vaso de agua. El chorro de la botella cayó con tanto brío en el cristal que arrojó salpicaduras a la mesa—. Y en cuanto a mí, las mujeres que quieren estar conmigo saben perfectamente quién soy, qué es lo que busco y qué es lo que puedo ofrecerles. Nunca he engañado a ninguna.
—Tú le gustas.
Y ella le gustaba a él. Joder, por su culpa no había pegado ojo en toda la noche, preguntándose por qué diablos el rostro en éxtasis de Tessa tenía que transformarse hasta que solo podía ver los adorables rasgos de Amy Dawson.
—Puede que sea un mujeriego pero no soy ningún capullo insensible. Sé perfectamente lo que Amy ha sufrido por amor, fui yo el que le enjugó las lágrimas cuando se enteró de que su marido se estaba tirando a mi esposa. —Bebió un sorbo de agua para enfriarse los ánimos caldeados—. Terry y tú podéis quedaros tranquilos porque no va a pasar nada entre nosotros dos.
Kevin se quedó mirando a Amy y a Lance durante algunos segundos.
—Creo que se están compenetrando muy bien. Hace un rato me la he encontrado en el vestíbulo, cuando entraba al hospital. Le he preguntado qué tal Lance y está encantada.
A Zack le hubiera gustado poder decirle que se alegraba por ella, pero como no era así, prefirió callar antes que mentir.
Después de la comida, Zack regresó a su despacho para marcar el número de teléfono de Arlene Sanders. Sentía tanto la obligación profesional como el deber moral de ayudarlas, así que lo decidió mientras se tomaba el café.
La joven se puso nerviosísima cuando le dijo que quería verlas a las dos en su consulta para realizar a su madre las pruebas pertinentes. Su agenda era tan apretada que no pudo citarlas antes de cinco días, pero a Sanders le pareció bien. Le contestó que llevaba esperado tanto tiempo que cinco días más no suponían ningún problema. Durante toda la conversación se mostró sobreexcitada, aunque a Zack no le llamó especialmente la atención. Muchos pacientes desesperanzados o relegados a largas listas de espera, así como sus familiares más cercanos, mostraban una mezcla de alegría y de pánico cuando un profesional, por fin, les ofrecía una solución a su enfermedad o les decía que ya había llegado el momento que estaban esperando.
La enfermedad de Margot seguía su curso, y en las últimas semanas se había producido un leve empeoramiento tanto en su fortaleza física como en su estado de ánimo. Sin embargo, Arlene sabía que el viaje en coche hasta Baltimore estaba siendo anormalmente silencioso por parte de ambas, como consecuencia de la conversación que tenían pendiente con Zack Parker.
Le sudaban las manos sobre el cuero barato del volante y no había podido cenar la noche anterior. Los nervios le impedían que le entrara algo sólido en el estómago. Quería acabar con aquello de una vez por todas y sacar al exterior la bomba de relojería que le había hecho adelgazar varios kilos en las últimas semanas. La actitud de Margot, por el contrario, era diferente a la suya. Estaba ausente y apática porque no quería pasar por aquello a lo que Arlene la empujaba. Ni quería operarse ni deseaba encontrarse con Zack. Repetía una y otra vez que en cuanto supiera la verdad, se negaría en redondo a intervenirla y que, por lo tanto, no entendía por qué se empeñaba en hacerla pasar por aquello.
Estaba aterrada.
—Si se niega le convenceré, aunque sea lo último que haga en esta vida —le decía Arlene con convicción, provocando lágrimas silenciosas en Margot—. Es justo que lo sepa, madre. No solo por él, sino también por mí.
Arlene ya no tenía miedo. Estaba impaciente por llegar a Baltimore, dejar las cosas en la habitación del hotel que habían reservado en Dunbar Broadway y llegar a la cita con Zack. Para bien o para mal, cuando llegara la noche toda la incertidumbre habría acabado y, quizás, podría volver a conciliar el sueño.
Todavía no habían llegado a un acuerdo sobre si irían las dos juntas a la reunión o si solo acudiría Arlene. Ella defendía la primera opción pero Margot no estaba dispuesta a transigir en aquel punto. Decía que su presencia allí sería demasiado impactante para Zack y que era mejor que Arlene allanara previamente el camino.
Tras dejar atrás el puente Memorial sobre el río Delaware, cuando todavía faltaba una hora de camino hacia Baltimore, Margot abandonó momentáneamente su ostracismo para recuperar ese tema, que parecía ser el que más la angustiaba de todos.
—Voy a quedarme esperándote en la habitación del hotel. Da igual que me llames cobarde, tengo asumido que lo soy porque, de lo contrario, jamás habría hecho lo que hice. —Arlene la miró de soslayo, tenía la vista desenfocada en las verdes llanuras que se extendían a la derecha—. Quiero evitar que se produzca una situación muy violenta que podría terminar con las dos de patitas en la calle.
—No lo conozco lo suficiente pero me parece un hombre bastante racional. No creo que reaccionara así.
—Acabas de decirlo, no lo conoces lo suficiente. Y lo más triste de todo es que estaría en su derecho a hacerlo. —Margot recolocó el reposacabezas y miró al frente—. No solo lo hago por mí, también lo hago por él. No es justo que irrumpa en su vida sin previo aviso. A ti te escuchará y te tratará bien, Lene, porque tú estás al margen de todo. No podría soportar que me echara a la calle.
—Mamá, él no va a echarte a la calle. Nadie tendría tan poca compasión con una persona enferma que necesita de su ayuda.
—No olvides que soy cosas mucho peores que una mujer enferma.
—Lo hecho, hecho está. No te tortures más con eso. —Bastante tenía Arlene con batallar contra su propio dolor como para tener que cargar con el de su madre—. Todo va a salir bien.
O tal vez no.
Arlene reflexionó en silencio las atribuladas palabras de Margot mientras se mantenía en el carril de la derecha para tomar la interestatal 95. Hasta aquel momento, siempre se había hecho lo que ella había estimado conveniente ya que Margot no quería continuar visitando a más médicos, pero en lo que concernía a ese asunto en concreto... Bueno, empezaba a albergar serias dudas de que su punto de vista fuera el más aconsejable. Margot tenía razón en una cosa: ella no conocía a Zack salvo por un par de conversaciones que se habían ceñido al ámbito profesional. En lo personal, a lo mejor no era tan frío y flemático como le había parecido.
Llegaron a Baltimore antes de la hora de comer, atravesando las calles lluviosas de un día que parecía invernal, excepto por el alegre detalle de que los árboles de hoja caduca que sitiaban la avenida Orleans se habían cubierto de hojas. Los setos de la mediana refulgían repletos de flores, anunciando que ya había llegado la primavera, aunque Arlene sentía que en su interior todavía era invierno. Un invierno largo, frío y crudo, carente de color.
—Creo que tienes razón —comentó Arlene, con la vista atenta a las intersecciones de Dunbar Broadway que iban dejando atrás, pues ya estaban muy cerca del hotel—. Es más prudente que te quedes descansando en la habitación mientras yo voy al hospital —claudicó.
Unas horas más tarde, Arlene recorría los suelos de mármol del vestíbulo principal del Johns Hopkins en dirección a la torre Sheikh Zayed. Hacía calor allí dentro; en cualquier otro momento lo habría agradecido porque en la calle hacía frío y solo llevaba una chaqueta de lana, pero los nervios la hacían sudar como si estuviera metida en una sauna. Abandonó el ascensor en la planta décimo segunda y se detuvo un momento en el solitario vestíbulo. Manteniendo los ojos cerrados, respiró hondo un par de veces y luego se secó las palmas de las manos en los vaqueros blancos. La puerta del despacho de Zack Parker se hallaba a unos diez metros a la derecha, junto a la máquina expendedora de refrescos.
Arlene se dirigió hacia ella.
Cuando escuchó los golpecitos en la puerta, Zack detuvo la grabadora digital que sostenía frente a los labios. Se encontraba registrando unas observaciones mientras visualizaba unos escáneres en el negatoscopio, ajeno a la hora que podía ser. Al consultar el reloj de pulsera dedujo que se trataría de Arlene y Margot Sanders. Dejó la grabadora a un lado y, a la indicación de que podían entrar, el pomo giró. Sin embargo, Arlene Sanders apareció sola en el umbral.
—Doctor Parker, ¿puedo entrar?
—Por favor —le indicó que tomara asiento, fijándose en lo inquieto que era su lenguaje corporal mientras cruzaba el despacho hacia una de las sillas que había frente a la mesa. ¿Le habría sucedido algo a su madre?—. ¿Viene sola?
—Sí. —Arlene se sentó y depositó sobre sus piernas la carpeta de tamaño folio que traía consigo. Luego se quitó la chaqueta de lana, que dejó doblada sobre el reposabrazos de la silla—. Hay algo importante que debo contarle antes de presentarle a mi madre.
—¿Quiere un poco de agua? —Se la veía acalorada, aunque la temperatura ambiente era agradable.
—Sí, se lo agradecería.
Zack le ofreció un vaso de agua del dispensador que había en un rincón, y que ella se bebió casi de un solo trago. Después, también él tomó asiento.
—Adelante. ¿Qué es lo que debo saber?
El corazón se le aceleró mientras buscaba en el interior de la carpeta una fotografía tamaño folio de Margot. Los dedos le temblaron cuando la dejó sobre la mesa y la deslizó por la pulida superficie para ponerla a su alcance. Como tampoco había comido mucho al mediodía, sintió que la vista se le nublaba a la vez que la tez de Zack perdía el color al mirar la imagen. El semblante del hombre se volvió granítico y, aunque sus labios eran generosos, los apretó tanto que al alzar la cabeza hacia ella formaban una gélida línea.
—¿Qué es esto? —le preguntó con brusquedad, sondeándola con una mirada muy poco amistosa.
—Es Margot Sanders, mi madre. Tú la conoces por su anterior apellido de casada.