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Espaciopuerto conmemorativo Takashi Kurita
Ciudad Imperial, Luthien
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
15 de marzo de 3061
Aunque sabía que la ocasión era muy solemne, Victor Davion no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en sus labios. Esperaba junto a Kai Allard-Liao, Hohiro Kurita, el Capiscol Marcial y el general Andrew Redburn el vehículo móvil que iba a trasladarlos a la salida del hangar donde había aterrizado la Nave de Descenso Tengu. La cubierta, que por lo general era opaca, había sido suprimida para dejar la superficie abierta y, a medida que se aproximaban, vio a Theodore Kurita allí de pie, junto a varios oficiales y a su hija Omi.
Aunque la visión de la mujer lo llenaba de felicidad, era sólo la guinda del pastel que suponía regresar del mundo de los Clanes y aterrizar de verdad en el mundo de la Esfera Interior. Su expedición había partido en dirección a la Región Estelar Kerensky procedente del espacio del Condominio, y había reentrado en la Esfera Interior por el mismo sitio. Primero se habían detenido en Richmond y allí les habían informado de que debían encaminarse a toda velocidad y diligencia a Luthien. También les pidieron que lo hicieran con todas las comunicaciones silenciadas.
La solicitud había estado a punto de causar un motín entre las tropas de Lira, de la Liga y de Capela, pero Victor se apresuró a acallar las quejas al señalar que mientras ellos habían estado luchando contra los restos de Jaguares de Humo, y encontrado a varios grupos durante el viaje de regreso, los Osos Fantasmales o los Lobos o cualquier otro clan podría haber estado haciendo movimientos en la Esfera Interior. Si eso era cierto, mantener su regreso en secreto iba a convertirse en un arma de gran poder. Victor confesó que él mismo había reprimido el deseo de enviar mensajes a casa y, como ninguno más que él tenía motivos para contactar con su lugar de origen, esperaba que eso los mantuviera callados.
A medida que viajaban hacia Luthien, el temor a que algo horrible hubiese sucedido en su ausencia aumentaba en su interior y le quitaba el apetito. Pero, posteriormente, cuando la flota se detuvo en la estación de abastecimiento de Nadir, recibieron un mensaje del propio Theodore Kurita en el que les aseguraba que nada malo había sucedido. El mensaje decía además que la gente del Condominio quería rendir homenaje a los héroes que regresaban triunfantes y que la petición de mantener el silencio en las comunicaciones había sido por su propio interés. Les rogó que conservaran ese silencio hasta que aterrizaran en Luthien. Después de la recepción, tendrían todas las instalaciones del gobierno del Condominio a su disposición.
Victor sacudió la cabeza. Por regla general, la petición de mantener durante más tiempo el silencio habría levantado quejas, pero la promesa de que los recibirían con festejos pareció acallar las protestas. La mayoría de los integrantes de la expedición lo único que deseaba era pisar tierra firme, y casi un noventa por ciento de ellos no sabía que esa tierra iba a ser Luthien, así que podía contarse con ellos. Durante los ocho días que duró el trayecto desde el punto de abastecimiento, el Control Aeroespacial de Luthien fue dictando puntos de aterrizaje, normas y horarios y la impaciencia creció entre los miembros de la flota.
La Nave de Descenso Tengu, de la clase Leopard, fue la primera en obtener autorización para aterrizar, y su pasaje fue elegido con suma cautela. Victor observó todo el ceremonial que rodeaba la llegada de la flota y no le sorprendió que fueran ellos cinco los primeros guerreros de la expedición que pusieran los pies en Luthien. Por lo que conocía sobre los planes para el aterrizaje del resto de la tropa, comprendió que la afición de Kurita por los simbolismos y las ceremonias había sido elevada al máximo para preparar su regreso.
La escotilla se abrió con un siseo y el vehículo de acceso se acercó dando sacudidas hasta el costado de la nave. Hohiro fue el primero en salir, resplandeciente con la túnica negra de su uniforme de Primer Genyosha cuya manga derecha estaba salpicada de estrellas de oro bordado. Iba ataviado con dos espadas, al estilo de un guerrero kurita. Se detuvo en un extremo de la plataforma para hacer una profunda reverencia a su padre y Theodore, vestido con un simple traje negro, devolvió la reverencia con sumo respeto.
Ambos hombres se irguieron a la vez y, acto seguido, los labios de Theodore se curvaron en un asomo de sonrisa mientras daba a su hijo un fuerte abrazo y sonaban aplausos a lo lejos. Hohiro se abrió entonces paso por la línea de dignatarios, haciendo reverencias y estrechando manos a diestro y siniestro.
Andrew Redburn fue el siguiente en bajar y se limitó a hacer una seca reverencia. Redburn había sostenido durante el viaje de regreso que el infierno se quedaría congelado en el momento en que él pusiese los pies en Luthien, pero su llegada se sucedió sin que ocurriera ningún toque de trompetas sobrenatural. Intercambió reverencias con Theodore y luego se estrecharon las manos. El Coordinador del Condominio susurró algo al oído de Andrew que hizo sonreír al oficial antes de que también él iniciara el recorrido por la hilera de dignatarios.
Kai fue el siguiente, ataviado también con dos espadas que habían sido un regalo del Coordinador la primera vez que Kai había llegado a Luthien. Theodore saludó a Kai con efusividad y también le susurró un mensaje al oído. Kai se retiró un paso atrás e hizo una reverencia al Coordinador antes de apartarse y permitir que el Capiscol Marcial se introdujera en la plataforma. Una vez más Focht iba vestido con una túnica simple de maestro de ComStar, pero su prestancia de guerrero se traducía en su porte y en la precisión de su reverencia.
Victor tragó saliva para mitigar el ardor que sentía en el estómago y comprobó que llevaba las espadas bien afianzadas en el fajín. Recompuso el gesto con solemnidad y siguió al Capiscol Marcial de camino a la plataforma. Hizo una pausa en el mismo lugar en que se había detenido Hohiro y se inclinó ante Theodore. Al erguirse, se quedó inmóvil mientras Theodore le devolvía la cortesía con una profunda reverencia, y luego se acercaron ambos para estrecharse la mano.
—Has estado mucho tiempo fuera —le dijo Theodore con una sonrisa, en inglés—. No te imaginas la felicidad que me causa tu regreso.
Victor sonrió antes de contestarle en japonés.
—Todos nos sentimos felices por estar aquí. Gracias por darnos hospitalidad en nuestro regreso.
El Coordinador abrió los ojos de par en par.
—Has estado practicando durante el viaje.
—Su hijo ha sido un maestro estupendo.
—La habilidad de un sensei se mide por los progresos de sus alumnos. —Theodore pasó la mano derecha por la espalda y el hombro izquierdo de Victor—. Querrás encontrarte pronto con tus amigos de aquí, así que ponte en la fila. Te he puesto allí, junto a mi hija.
—Domo arigato.
—Yo también fui soldado una vez, Victor.
El Príncipe hizo el trayecto por la línea de oficiales haciendo reverencias, estrechando manos e intercambiando bromas hasta que llegó a la altura de Omi. Se inclinó en una reverencia profunda ante ella y aceptó también su saludo. Luego, sin decir palabra —aunque sin perder detalle de todo lo que comunicaba su mirada—, ocupó su lugar junto a ella.
El vehículo se alejó de la Nave de Descenso y empezó el recorrido lentamente hacia el edificio de la terminal. Mientras se apartaban de la sombra que proyectaba la Nave de Descenso, Victor tuvo ocasión de ver, por primera vez, la muchedumbre concentrada en el espaciopuerto. La gente se apiñaba en las ventanas y las terrazas y multitud de policías antidisturbios y vallas los mantenían bajo control. El vehículo se acercó hasta una plataforma elevada en la que esperaba una flota de limusinas descapotables. Varias plataformas de tamaño más reducido sostenían cámaras de holovídeo de la Agencia de Información del Condominio, y Victor supuso que su regreso estaba siendo retransmitido a todos los rincones del Condominio. Para iluminar la plataforma se habían erigido torres de luz que se encendieron con gran resplandor cuando el vehículo se detuvo al pie de ella.
Theodore fue el primero en descender y, mientras lo hacía, rugió la multitud. Los demás dignatarios lo siguieron en fila y se instalaron en un extremo de la plataforma. Hohiro dispuso a los demás en hilera detrás de su padre, sin quitar a Omi de la derecha de Victor. A medida que cada uno de ellos descendía del vehículo, se sucedían las aclamaciones bajo la oscuridad del crepúsculo.
El Coordinador se situó frente a un micrófono y extendió los brazos.
—Regocijaos, amigos míos, porque el día que habíamos esperado ha llegado. Hace un año y medio que se inició la liberación de nuestros mundos de manos de los Clanes. Estos hombres que hay aquí, y las valientes tropas que dirigen, barrieron a los Jaguares de Humo de nuestra nación. Luego, los persiguieron hasta su guarida, adonde se había aventurado ya una primera expedición. Juntos diezmaron a los Jaguares y derrotaron las fuerzas combinadas de los Clanes. Gracias a su esfuerzo, nunca más tendremos que temer vernos sometidos al yugo de los Clanes.
Los aplausos irrumpieron de forma espontánea y parecieron flotar por encima de ellos. Victor se sintió enrojecer. Se sentía orgulloso de lo que él y su gente habían conseguido, pero por lo general trasladaba todos los elogios a los soldados y los oficiales que habían luchado a sus órdenes. La aclamación sincera que expresaba en aquel momento la gente del Condominio lo abrumaba. Sé que hicimos esto por ellos, pero era tan fácil olvidar ese propósito cuando se luchaba… La mente humana no es capaz de valorar el impacto que nuestra victoria tendrá sobre miles de millones de personas y no me siento capaz de abarcar todo su agradecimiento.
El Coordinador levantó los brazos de nuevo y los aplausos se fueron apagando lentamente.
—Gente de Luthien, quiero que todos miréis al cielo. Encima de vosotros veréis una constelación de estrellas que se mueve por los cielos y aumenta en brillantez. Esas estrellas son las Naves de Descenso que nos traen los guerreros victoriosos que han salvado nuestro reino y nuestros hogares. Hubo una época en que un movimiento similar de estrellas en el firmamento anunciaba alguna catástrofe, una invasión de la que no nos podríamos recuperar. Ahora jalonan el retorno de nuestros amigos, que son héroes. Los confío a vuestros cuidados. Confío en que les deis la bienvenida y les demostréis vuestro agradecimiento por los sacrificios que han hecho en nuestro nombre.
Como todos los demás, Victor alzó la vista y vio la bóveda del cielo salpicada de luces brillantes. Docenas de Naves de Descenso iniciaban el aterrizaje sobre Luthien. Varias de cada nación se dirigirían hacia la Ciudad Imperial pero la mayoría quedaría distribuida por las ciudades de mayor tamaño del reino. Las tropas del Condominio aterrizarían en las zonas más rurales porque se suponía que los barrios más metropolitanos encontrarían más fácil el trato con gente de otras naciones.
Theodore hizo un gesto de solemne asentimiento hacia la multitud y las cámaras de holovisión.
—Luthien, este día es tan importante como aquel en que fueron derrotados aquí los Jaguares de Humo y los Gatos Nova. Regocijaos con todo vuestro corazón. Habéis cumplido con vuestro deber, así como estos guerreros cumplieron el suyo. Esta victoria la compartimos todos, y debemos celebrarla juntos.
Otra salva de aplausos resonó en el pecho de Victor mientras el Coordinador se apartaba del micrófono. Hizo señas a todos para que se dirigieran a la escalera del fondo y allí fueron distribuidos en aerocoches. Hohiro y Theodore cogieron el primero, y el Capiscol Marcial, Kai y Andrew Redburn el segundo. Omi y Victor se montaron en el tercero y, en cuanto se hubieron sentado, el motor del vehículo se puso en marcha y el conductor salió en pos de los dos primeros aerocoches.
Victor esbozó una sonrisa a Omi mientras le acariciaba el dorso de la mano con un dedo.
—Te he echado tanto de menos…
Ella bajó la vista unos instantes y luego le atrapó el dedo con dos de los suyos.
—Mi jardín ha florecido, regado por miles de lágrimas. Has estado fuera una eternidad, y estoy segura de que para ti habrá sido todavía más largo porque yo sólo tenía que esperar.
—Los dos hemos esperado, salvo que yo tenía cosas diferentes para ocupar mi mente.
Ella escrutó su rostro con sus ojos azules.
—Eres muy amable por comparar lo que yo he pasado con lo que tú estabas haciendo. Tu tarea era mucho más importante que la mía. Me encantaría poder compartir contigo mucho de lo que he sufrido, pero no puedo hacerlo ni lo haré.
Victor frunció levemente el entrecejo.
—¿Por qué?
—Porque creerás que soy débil. No quiero verme disminuida ante tus ojos.
Victor entrelazó sus dedos con los de ella.
—Nunca pensaré mal de ti, Omiko. Sin saber que tú me esperabas, no habría podido nunca acabar lo que salí a hacer.
—No sabes la alegría que me proporcionan tus palabras. —Le dedicó una sonrisa fugaz—. Luego podremos hablar más de eso, y te mostraré cuán profunda es la felicidad que siento por tu regreso.
El Príncipe asintió.
—Yo también deseo tener la oportunidad de mostrarte lo feliz que me siento de estar aquí contigo otra vez.
—Sin embargo, ahora debemos cumplir con nuestra obligación.
Omi apartó la mirada de él mientras la limusina enfilaba las puertas del espaciopuerto y alzó una mano para saludar.
Victor desvió la vista afuera y se quedó petrificado. Las calles de la Ciudad Imperial estaban repletas de gente. En las ventanas y las callejuelas colgaban banderillas, la mayoría con rótulos en japonés, aunque también había muchas con saludos en inglés y alemán. No sabía leer demasiado bien los signos y encontró que las traducciones eran sinceras aunque incompletas, pero aun así el sentimiento que había inspirado su creación quedaba patente en ellas.
Aun sin los signos, la felicidad que destilaban los rostros no podía ser falsa. Personas, cientos de miles de personas, jóvenes y viejos, ricos y pobres, nobles y campesinos, se apiñaban en las calles y los aclamaban. Muchos llevaban amplias vendas en la cabeza con letras estampadas en tinta, otros lucían uniformes antiguos que recordaban a los que habían llevado antaño la Décima Guardia Lirana o los ComGuardias u otro grupo de la expedición. Los niños estaban en primera fila sobre la acera y saludaban, o agitaban los brazos desde los hombros de sus padres.
La multitud hacía reverencias y saludaba al paso de los vehículos. Muchos llevaban delgados cirios encendidos y otros antorchas enteras, y todas esas luces acompañaban la procesión. Fuegos artificiales subían en espiral hacia el cielo y explotaban en colores brillantes, y los resplandores de las cámaras de holovídeo brillaban como estrellas entre la multitud.
Una vez más, Victor se quedó atónito ante la respuesta popular. Más veces de las que alcanzaba a recordar había participado en desfiles. De pequeño los odiaba porque se le cansaban los brazos de tanto saludar. De joven, comprendió la necesidad de ser visto y de sonreír y saludar a los demás, pero siempre le había parecido un juego. Sin embargo, ahora aquella adoración auténtica y el agradecimiento que dimanaba de la multitud le proporcionaban energía y lo hacían sonreír y saludar como el que más, con la esperanza de que cada persona interpretase que la estaba saludando especialmente a ella.
Victor perdió la noción del tiempo en el trayecto del espaciopuerto al Palacio de la Unidad. El viaje había parecido eterno, pero a la vez había pasado rápido. Podía asegurar, por el dolor que sentía en los hombros, que había estado saludando durante mucho rato, pero no se sentía cansado. Bajó la mano mientras la aerolimusina pasaba por las puertas y, cuando se detuvo, descendió y ofreció a Omi la mano para ayudarla a salir.
Casi de inmediato la mujer le soltó la mano y bajó la vista. Al volverse, Victor vio que el Coordinador se aproximaba.
—Una buena recepción, Theodore-sama.
—Me alegro de que te impresionase. —La expresión de Theodore se ensombreció un poco—. Tenemos que discutir una serie de cosas…, no, no sobre mi hija y tú…, pero antes hay gente aquí que deberías ver. Omiko, acompaña a Victor.
—Como deseéis, Padre.
Victor ofreció un brazo a Omi y la mujer deslizó su mano izquierda por el pliegue que formaba su codo derecho.
—¿Qué está insinuando tu padre?
—Confía en mí, Victor, y confía en mi padre. —Se detuvo en la sombras cerca de la entrada y lo atrajo hacia sí—. ¿Recuerdas las aclamaciones de la multitud?
—¿Cómo podría olvidarlas?
—Bueno, no las olvides jamás. —Sonrió y le dio un beso en la nariz—. Y ¿recuerdas la última vez que estuvimos juntos en mi refugio?
Victor sonrió.
—Por supuesto, amor mío.
—Bien. —Echó a andar hacia la entrada del Palacio de la Unidad.
—¿Me pierdo algún detalle, Omiko?
—Nada, Victor. Confía en mí.
Omi lo acompañó para cruzar el umbral y, una vez dentro, el corazón de Victor dio un vuelco. Allí, de pie, en un vestíbulo que enfatizaba su altura, vio que su hermana Yvonne le dirigía una débil sonrisa. Llevaba un kimono bastante más rojo que sus cabellos bordado con tigres del mismo tono gris que sus ojos. Hizo ademán de echar a andar hacia él, pero vaciló.
Victor sonrió a Omi y le apartó el brazo para acercarse a besar a su hermana.
—Yvonne, estás aquí. ¡Qué alegría!
—Me alegro de verte, Victor. He pasado tanto miedo…
—¿Qué? —La voz tenía un atisbo de temblor que lo sorprendió. Se echó un poco atrás y alzó la vista para observar su rostro. Ojos enrojecidos…, ha estado llorando—. ¿Qué ocurre, Yvonne? ¿Por qué no viniste al espaciopuerto?
Su hermana sorbió por la nariz y dio un paso atrás para separarse de su abrazo. Luego, cruzó los brazos sobre el vientre y evitó su mirada.
—No quería estropearte el recibimiento.
—¡Uff! —Arrugó la frente—. ¿Por qué ibas a hacerlo?
—¿No lo ves, Victor? —Las lágrimas empapaban sus mejillas—. He perdido tu reino.