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Centro de Mando de la Fuerza Expedicionaria de la Liga Estelar
Enclave de Lootera, Huntress
Región estelar Kerensky, Espacio de los Clanes
18 de julio de 3060
Victor paseaba por las calles de Lootera en compañía de Sir Paul Masters, de los Caballeros de la Esfera Interior, con Tiaret Newersan de guardaespaldas unos metros por detrás. El otoño había comenzado en Huntress, y las hojas de los pocos árboles de hoja caduca empezaban a teñirse de tonos dorados y rojizos. Salvo por las hojas que salpicaban el suelo, las calles de la ciudad se veían limpias y sorprendentemente vacías bajo un cielo grisáceo.
Victor desvió la vista hacia el hombre de mayor estatura que caminaba a su lado.
—Ha hecho un buen trabajo, sir Paul.
—Me congratulo de haber tenido la oportunidad de reconstruir algo de lo que fue destruido. —El hombre rubio, de ojos azules, frunció ligeramente el entrecejo—. Comprendo por qué ha dejado parte de las ruinas como recordatorio, pero eso supone un despilfarro. Podríamos haber hecho mucho más aquí.
El Príncipe se quedó mirando el hueco en el paisaje que había quedado en el lugar donde antaño se alzaba el centro de mando de los Jaguares de Humo. Frente a él se veían varios edificios que habían quedado medio derruidos cuando el edificio central de mando cayó y sus cascotes se desparramaron por la plaza de armas.
—Estoy de acuerdo con usted. Podría hacer muchas más cosas aquí, pero la verdad es que no quiero que las haga. Como bien sabe, los seres humanos son capaces de borrar de su mente sus peores temores y sus recuerdos. Incluso el hecho de mirar una cosa así puede convertirse en algo trivial. Quiero que las cosas se queden igual para que la gente de aquí, y la gente que venga a este enclave, tenga siempre recuerdos. Aunque eso suponga el inconveniente de tener que bordear una calle sin salida o tener que sentarse en un restaurante y ver todas esas ruinas. No quiero que olviden.
—Después de todo lo que hemos hecho aquí, ¿creéis que podrán olvidar? —La voz de Master estaba teñida de desdeñosa incredulidad—. Su modo de vida ha quedado alterado radicalmente. Antes de que viniésemos aquí, las castas inferiores vivían para servir y proporcionar suministros a los guerreros. Aunque disponían de todo tipo de comodidades modernas, eran esclavos de los guerreros. Ahora han quedado libres de esa prisión y, si les damos la oportunidad, reconstruirán su sociedad para que refleje esa nueva libertad.
—Quizá sí. —Una mueca de cólera torció un instante el gesto de Victor—. Pero entonces es posible que se sientan libres para repetir los errores de sus anteriores dueños.
Masters sacudió la cabeza.
—No conoce a esa gente, Príncipe Victor.
Victor alzó la cabeza.
—Tal vez no, pero sí que conozco a la gente.
—¿Qué quiere decir?
—Supongamos que su afirmación es correcta. —Victor desvió la vista hacia la calle en la que jugaban unos niños en la escalera que llevaba a un edificio de ladrillo—. Si esos críos crecen y aprenden la lección que hemos dado a sus padres, renunciarán a la guerra y nunca serán un problema para nosotros.
Masters asintió y bajó el bordillo de la acera para cruzar la calle.
—Estamos poniendo en marcha programas para educar a la juventud en lo que se refiere a la Esfera Interior, para que se sientan de nuevo implicados en la historia que sus antepasados abandonaron. Al final, se sentirán parte de nosotros. Les estamos enseñando que la misión original de Kerensky, el restablecimiento de la Liga Estelar, ha sido cumplida y que ha sido responsabilidad suya.
—Eso es bueno, y estoy seguro de que es un plan que nos proporcionará frutos a largo plazo. —Victor se encogió de hombros—. Sin embargo, observemos a sus padres, a los adultos que hay aquí. Han conocido un único estilo de vida y nosotros se lo hemos cambiado radicalmente. Ahora, en vez de llevar a cabo un trabajo que, en última instancia, servía para mantener una sociedad militar, van a ver cómo su entorno cambia hacia una economía más abierta. Algunos no se van a adaptar, no podrán hacerlo, serán el núcleo de un elemento reaccionario que añorará los días y las costumbres de antaño. Lo sé, lo he visto. Es el mismo sentimiento que permitió que mi hermana Katherine separara a la Alianza Lirana de la Mancomunidad Federada.
»Si estoy en lo cierto y limpiamos y eliminamos los brutales restos de la guerra, pueden llevarse a engaño y pensar que todo fue una aberración. —Victor señaló en dirección norte—. Tenemos ese depósito completo que contiene el material genético de sus guerreros y que está ahí esperando a ser utilizado.
—Podemos destruirlo.
—Sé que no podemos destruirlo sin que los Clanes monten en cólera, y eso les proporcionará una excusa para declararnos la guerra. Lo dejaremos ahí y, para varios de ellos, será un santo grial con el que podrán aliviarse el dolor de las heridas.
Paul Masters hizo un gesto a modo de saludo a una mujer que los observaba desde una ventana.
—No creo que vuestra valoración de esta gente sea correcta, Príncipe Victor. Mientras vos ayudabais a nuestras fuerzas a reconstruir las cosas y mantener a los heridos estables para transportarlos a casa, yo he estado trabajando estrechamente con la gente corriente de Huntress. Las castas de científicos y mercaderes son personas cultas y se han adaptado con relativa facilidad a la ausencia de guerreros —explicó Paul Masters.
—Las personas cultas nunca alimentan las filas de la revolución, sir Paul. Un intelectual puede ser su líder, pero es el deseo de los hombres vulgares lo que espolea las cosas.
—Si me permitís una observación, Alteza, me da la impresión de que veis a los ciudadanos como rivales para el poder.
Victor soltó una carcajada.
—Difícilmente. Son la fuerza que me impulsa, pero usted sabe tan bien como yo que el gran juego político que determina el curso de la Esfera Interior les afecta en realidad muy poco. Cuando un planeta cambia de manos, a menudo la única diferencia que perciben los ciudadanos es un cambio en la forma de los impuestos o un nuevo rostro acuñado en las monedas. Adoro a mi gente, y por eso estoy aquí, para asegurarme de que quedarán a salvo de la amenaza de los Clanes.
Masters cerró a medias los ojos.
—Pero no es ése el único motivo de que estéis aquí.
—¿No? —Victor se detuvo a recoger una pelota con la que jugaban unos críos y se la devolvió con un certero tiro en parábola—. Ahora me toca a mí. ¿Qué quiere decir con eso?
—Vos sois un guerrero y vivís para la guerra.
—¡Uff! —El Príncipe arrugó la frente—. Confiaba en que la experiencia de Coventry le hubiera convencido de lo contrario.
—El hecho de que tolerara las tácticas utilizadas por la Expedición Serpiente influyó en mi pensamiento.
—Ya veo. —Victor entornó los ojos de color azul salpicado de gris—. Sir Paul, los Caballeros de la Esfera Interior se formaron alrededor de usted. Usted y sus guerreros ven el arte militar a través de una lente que llaman caballerosidad, intentan actuar de forma lo más honrada posible, dan cuartel cuando se lo solicitan e intentan que la guerra afecte lo menos posible a quienes no son guerreros.
—En efecto.
—Quieren que el arte militar se mantenga limpio pero la verdad es que la guerra es cualquier cosa menos limpia. Es muy bonito pensar que un enemigo que ha sido derrotado comprenderá su situación y se rendirá para que no tenga que matarlo. —Victor sacudió la cabeza—. Es una bonita fantasía pero pocos seres humanos, por no decir ninguno, se toman tiempo en el fragor de la batalla para pensar lo que es lógico y apropiado. Si alguno de ellos lo hiciera, lo más probable es que no se hubiese embarcado en una guerra.
Masters acercó su rostro al de su interlocutor.
—¿Estáis sugiriendo que estamos locos?
—En absoluto. Lo que sugiero es que tienden a imponer a otros que no son tan rigurosos un conjunto de pautas que se imponen a sí mismos. —Victor abrió los brazos—. Me siento todo lo orgulloso que puedo sentirme por haber detenido la invasión, pero no estoy por completo orgulloso de las cosas que hemos tenido que hacer para detenerla.
Paul Masters soltó una carcajada.
—Oír esto en boca del hombre que desmontó de su ’Mech para decapitar al ilKhan con una espada…
Esas palabras dejaron petrificado a Victor.
—Usted no estaba allí, no sabe lo que sucedió.
—Vamos, Príncipe Victor, tenéis multitud de defensores. He visto el holovídeo del incidente. Osis está allí de rodillas y usted se da la vuelta. Luego, él se levanta y vos dais media vuelta y lo decapitáis. El golpe fue impecable. —Masters se detuvo y se volvió para observar a Victor—. ¿Negáis que fue eso lo que sucedió?
—Ha visto el holovídeo, ¿cómo voy a negarlo? —Victor se estremeció. Uno de los Jackals había grabado su pelea con Osis en holovídeo, pero sin sonido, y la distancia era demasiado grande para que ninguna persona experta en lectura de labios pudiese leer la conversación que había habido entre ellos. Era fácil que cualquiera que observase la cinta interpretase las cosas tal como había hecho Masters.
—Si por alguna razón está usted dispuesto a creer lo peor de mí, no me servirá de nada lo que voy a contarle —respondió Victor en voz baja y fría—. Lincoln Osis se dio cuenta cuando estaba allí, de rodillas, de que la invasión había sido un error. Me suplicó que lo matara porque no quería seguir viviendo si no podía ser como guerrero. Le dije que matarlo sería un asesinato y me di la vuelta. Se levantó para atacarme, creía que el papel de un guerrero era morir como tal. No lamento haberme defendido pero sí que me apena que tuviera que morir.
Masters escuchó sus explicaciones sin inmutarse.
—Supongo que esa historia será adecuada en el relato de sus memorias de la Invasión de los Clanes. Parece casi como de novela y estoy seguro de que si hacen un holovídeo, será la escena culminante.
Victor se obligó a sí mismo a no cerrar los puños.
—Si elijo escribir mis memorias, probablemente tendrá razón. Me da la impresión de que está usted sugiriendo que hice todo esto para fomentar mi ego.
—No, creo que vuestros motivos eran válidos en un principio, o al menos lo más válidos posibles. —El hombre de mayor estatura se encogió de hombros—. Aun así, vos sois un animal político, Príncipe Victor. Tenéis que ver la ventaja de regresar a casa como conquistador de los Clanes.
Victor volvió a echar a andar.
—Por supuesto que lo veo, pero eso no quiere decir que quiera sacar partido de ella.
—¿De veras? ¿No vais a utilizar vuestro nuevo poder y prestigio para reunificar vuestro reino?
El Príncipe suspiró.
—¿Cómo? No puedo hacerlo sin una guerra y, la verdad, estoy cansado de guerrear. Lo que de verdad quiero ahora es irme a casa, ver a mis amigos y no hacer nada.
Masters sacudió la cabeza.
—Eso no sucederá.
—¿No?
—No. Tenéis que solucionar el tema de la muerte de Morgan Hasek-Davion, ¿recordáis?
—Su asesinato, querrá decir.
—Sí, su asesinato —Masters miró de soslayo a Victor—. ¿A quién pensáis echarle la culpa?
Doblaron una esquina y bajaron unos escalones que desembocaban en un campo de césped de dos manzanas de largo por una de ancho. Hileras regulares de simples lápidas blancas se erguían como soldados en un desfile. El blanco reluciente en contraste con el fondo verde hizo detenerse a Victor. El cementerio parecía tranquilo, y el hecho de que estuviera a un nivel más bajo que la calle parecía invitar a la contemplación.
—La culpa caerá sobre el culpable. —Victor sacudió la cabeza—. La verdad es que todavía no he pensado en eso.
—Pero vuestro viaje de regreso a casa será largo.
—Sin duda. —Victor alzó la vista hacia él—. ¿Debo suponer por el modo en que lo dice que ha considerado a fondo mi oferta?
—¿Vuestra oferta? —Una oleada de irritación cruzó por el rostro de Masters—. ¿Cómo puedo rechazar el honor de ser designado Gobernador del Enclave de la Liga Estelar y primer embajador de los Clanes?
—Le elijo a usted, sir Paul, porque creo que su filosofía como guerrero le proporciona una perspectiva sobre los Clanes que le permitirá ser muy efectivo, en especial ahora, durante este periodo inicial tan dificultoso.
—¿No será para evitar que regrese a la Esfera Interior y cuente a todos mis impresiones de todo este asunto?
Victor lo observó con mirada penetrante.
—Transmitiremos con gusto cualquier mensaje que quiera darnos.
—Pero no me permitís tener un contacto directo con la Esfera Interior hasta que vos enviéis un mensaje que anuncie vuestro regreso, ¿verdad?
Victor suspiró.
—Creo recordar, sir Paul, que fue usted quien sugirió que podía haber grupúsculos de resistencia de Jaguares de Humo en mundos situados en el trayecto entre donde estamos y la Esfera Interior. Gracias a esa sugerencia decidimos regresar despacio y manteniendo un silencio absoluto por radio. Registraremos los planetas con que nos vayamos encontrando y solucionaremos los problemas que puedan surgir. Y para sortear cualquier dificultad, llevamos Naves de Descenso y de Salto de sobra para repatriar a Huntress a cualquier superviviente que pueda quedar.
»No soy un asesino a sangre fría, sir Paul. Tal vez no le guste las cosas que estoy haciendo o que he hecho, pero sólo he llevado a cabo lo que me parecía necesario.
—Perdonadme, Príncipe Victor, pero creo que sentís veneración por la muerte.
—¿Cómo dice?
—Si no, ¿por qué lleváis el cadáver de un hombre de regreso a la Esfera Interior? —Masters abarcó con un ademán el cementerio—. Morgan Hasek-Davion debería descansar aquí con su gente.
Victor arrugó la frente.
—Con lo poco que apreciaba usted a Morgan, me cuesta creer que desee tenerlo en este lugar.
Masters abrió la boca para replicar, pero Victor lo interrumpió.
—Además, sir Paul, lo devuelvo a casa para que su familia tenga ocasión de llorar su pérdida. Usted ha enterrado a los suyos aquí, y muchos otros también lo han hecho.
—Incluso el Primero de los Ulanos de Kathil, los compañeros de Morgan.
—Cierto, pero Morgan era diferente.
—Fue asesinado pero, sin un cadáver, probarlo sería políticamente bastante difícil, ¿no?
Victor cruzó los brazos sobre el pecho.
—Una vez más me supone motivos que no tengo. Amaba a mi primo y amo a su familia. Lo llevo a casa para que le den el entierro de un héroe, lo que no disminuye los sacrificios de los demás, desde la general Winston hasta el último guerrero que perdió la vida.
»Pero, mire, si desea regresar a la Esfera Interior y contar a todos lo horrible que fue esta guerra, lo invito a que regrese con nosotros esta noche. Si no desea supervisar el trabajo que ha empezado aquí, encontraré a alguien que lo haga. Tal vez usted no confíe en mí, sir Paul, pero yo sí confío en usted. Confío en que hará todo lo posible por normalizar nuestras relaciones con los Clanes y que pondrá los cimientos para que progrese una relación amistosa entre nosotros. No creo que disponga aquí de nadie que pueda hacer este trabajo mejor que usted, y por eso se lo he pedido.
Masters alzó una ceja.
—¿Ni siquiera vos?
Victor lo miró directamente a los ojos.
—Lo más probable es que no.
—¿De veras? —Masters parpadeó.
—De veras. —Victor observaba el rostro de su interlocutor con detenimiento—. Conozco mis limitaciones. Tal vez usted crea que pongo a mi persona por encima del resto de la humanidad, que me considero la ley, pero eso no es cierto.
Soy como cualquier otra persona…, un hombre al que asignaron una misión, y ahora ha llegado el momento de partir.
Tengo responsabilidades en otro lugar que requieren que regrese lo antes posible, pero me aseguraré de haber hecho bien el trabajo, lo cual significa que debo dejar al mando de Huntress al hombre más responsable, inteligente y competente que tengo. Es decir, a usted.
Masters frunció el entrecejo.
—Justo cuando creo que empiezo a comprenderlo, hacéis algo que fuerza un cambio.
—Será porque yo estoy cambiando. Esta expedición ha provocado cambios en todos nosotros. —Victor se encogió de hombros—. E, igual que usted, espero que estos cambios sean para bien.
—Ya veo. —Masters asintió lentamente—. Entonces, sí. Me quedaré aquí y gobernaré Huntress en su nombre. Decidles que envíen un embajador para reemplazarme…, la diplomacia es una ocupación muy poco caballerosa.
Victor sonrió.
—Un anciano sabio de Tierra definió una vez la diplomacia como el arte de decir «buen chico» mientras buscas con la otra mano una piedra enorme. Espero que no lo encuentre usted tan difícil.
—Estoy seguro de que sí. —Masters sonrió y alargó una mano para estrechar la de Victor—. Feliz viaje de regreso a casa. Aseguraos de que la persona que envíen aquí tenga la voz dulce y un buen arsenal de piedras.