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Crescent Harhor, Nueva Exford
Cordón de Defensa de Arc-Royal
27 de noviembre de 3060
Francesca Jenkins habría querido reírse de la paranoia de Reg Starling, pero gracias a su paranoia salvó la vida. Una vez clausurada la exposición, tras haber vendido con éxito todas las piezas excepto dos de las obras más antiguas de Starling y el Sin Secretos X, llegó el momento en que tuvo que tomar posesión del regalo que le había hecho. Aunque Reg ya había estado en su apartamento, y había pasado más de una noche allí, lo inspeccionó todo con ojos nuevos cuando se dio cuenta de que albergaría una pieza de sus obras de arte. Insistió en que se pusiera un sistema de alarma y se ofreció a pagarlo a medias con ella y a que ella costeara su mitad con el dinero ganado por la venta de los grabados.
Lo que más gracia le había hecho era que ella estaba más al día de sistemas de seguridad que la ecléctica pandilla que había encontrado Reg para que le instalara el sistema. Colocaron cerraduras magnéticas en las ventanas aunque bien sabía ella que el sistema no servía para nada si se utilizaba un simple electroimán que mantuviese el circuito cerrado mientras se abrían las ventanas. La nueva cerradura que pusieron en la puerta exigía el uso de una llave especial que llevaba incorporado un chip, pero ese tipo de cerraduras eran presa fácil de llaves generadoras de códigos al azar que eran relativamente sofisticadas pero que podían conseguirse con facilidad, o, en caso de apuro, con una maza de cinco kilos. Lo conectaron todo a la línea de teléfono, pero con un simple tijeretazo a dos cables situados en la caja de empalmes del sótano se podía eliminar cualquier llamada de alarma a la comisaría local.
Y resultó que el artilugio más complejo que había financiado Reg fue el que le salvó la vida. Como estaba preocupado por el hecho de que pudieran robarle el Sin Secretos X, Reg ordenó instalar un dispositivo de alarma que los operarios llamaban «la horca del demonio». El gancho que debía sostener el cuadro tenía dos puntas, bien separadas y fijadas en la pared mediante un taco de plástico. Por la parte trasera del taco estaba instalado un conjunto de cables conectados al sistema de alarma. El mismo cuadro completaba el circuito, de tal forma que mientras se mantenía colgado en su lugar, la alarma estaba desconectada. Si se movía el cuadro, la alarma de la comisaría local se disparaba.
Sin embargo, esto le pareció insuficiente a Reg, así que añadió al sistema una unidad auxiliar que emitía una onda de radio de baja frecuencia y de alcance corto que disparaba un sensor de vibración colocado en un hermoso reloj de pulsera de oro y platino que le dio a Francesca. Insistió en que lo llevara a todas horas, de forma que si los ladrones entraban mientras ella dormía, la vibración la despertaría y le permitiría ver a los ladrones para poder identificarlos más tarde.
Francesca estaba segura de que sería más sencillo coger una pistola y disparar contra los ladrones, pero nunca se lo mencionó a Reg, como si aborreciera las armas y la violencia, lo cual concordaba con la historia que le servía de tapadera. A menudo se preguntaba cuál sería la reacción de él si algún día descubría quién era ella en realidad, pero en el fondo no tenía dudas. El hecho de que yo sea agente de la Secretaría de Inteligencia no haría más que confirmar su paranoia.
Su reacción sería violenta y, quizás, autodestructiva, por eso ella nunca le daba pistas sobre su verdadero objetivo en Nueva Exford. Se había introducido en el mundo de Reg evitando hacer declaraciones a favor del microcosmos que formaba la sociedad de Nueva Exford. La encontraba más falsa que la de la Esfera Interior, pero un poco más cómica, en especial por Reg y sus bufones. Consideraba a Reg como el mismo caos e incluso admiraba su habilidad para manipular a aquellos que pretendían controlarlo.
Aunque parte de su interior quedaba oculto tras la identidad de Fiona Jensen, había llegado a apreciar a Reg Starling. Francesca encontraba curioso que hubiese llegado a apreciar la identidad que Newmark había asumido, al igual que él parecía adorar la que ella había adoptado, y ello a pesar de que las verdaderas identidades eran enemigas mortales. Y, sin embargo, le parecía que Sven Newmark había quedado completamente anulado por Reg Starling y que Reg creía que Newmark era sólo otro pasado ficticio que se había forjado.
El sol se estaba ocultando por el horizonte y pintaba el cielo de azul brillante, con pinceladas de color rosa sobre las nubes. Alzó la vista mientras se alejaba del lugar donde había aparcado su aerocoche. En su opinión, el cielo se veía hermoso pero sabía que Reg hubiese criticado un uso tan tópico de los colores.
—La naturaleza es, al fin y al cabo, la justificación que tienen los talentos mediocres para no presionarse a sí mismos. Intentan captar la realidad, mientras que yo pretendo crearla —le había explicado en una ocasión, y cuando ella replicó que jugaba a ser Dios, añadió—: Como creador, Dios está sobrestimado. Trabajó durante seis días pero desde entonces ha hecho poca cosa. Atribuirle todo este mundo sería como dar crédito al hombre que confunde mis cuadros con mi genio.
Sacudió la cabeza y sonrió, pero en ese preciso instante empezó a vibrarle el reloj de pulsera. La sonrisa se congeló en sus labios, pero ella continuó cruzando la calle hasta detenerse delante del portal de su edificio. Pulsó el código de seguridad que le permitía el acceso y luego dejó que la puerta se cerrara a su espalda. Como no vio nada detrás de la rejilla poco decorada que cubría su buzón, subió escalera arriba. Podría haber cogido el ascensor hasta la tercera planta pero era fácil que alguien pudiera conectar algo al dispositivo de control que hiciera detener el aparato antes de llegar al piso.
Introdujo la mano derecha en el bolso para sacar el manojo de llaves y pasárselo a la mano izquierda, y así introducir de nuevo la derecha en el bolso y coger un diminuto disparador de color negro…, una pistola que disparaba dardos de plástico. No servía de nada si se disparaba a través de una puerta o un muro, pero si alcanzaba a una persona la dejaba hecha pedazos.
Tras alcanzar el rellano del tercer piso, echó un rápido vistazo a través de la ventanilla de cristal. Vio la puerta de su apartamento, pero estaba cerrada y no parecía que hubiera nada fuera de lo normal. Giró el pomo y abrió la puerta una rendija, lo justo para ver si había algún hilo o cable que pudiese estar conectado a una alarma o un dispositivo explosivo, pero no localizó ninguno. Empujó un poco más la puerta, volvió a revisar el entorno y, al final, abrió el hueco lo suficiente para entrar.
Cerró la puerta a su espalda. Sabía que estaba actuando con cierta exageración porque, a lo mejor, los ladrones habían entrado para robar el Sin Secretos X. El hecho de que el reloj vibrara demostraba que el cuadro había sido movido. En Nueva Exford ella no era una persona conocida…, su única fama podía proceder de su conexión con Reg Starling. El tipo de ladrones que podían andar tras ese cuadro no serían tan sofisticados como para manipular la puerta del hueco de la escalera.
Y, sin embargo, han desconectado la alarma sin alertar a comisaría, lo cual significaba que antes han cortado la línea de teléfono. No son tan principiantes. Y también significaba que lo más probable era que estuviesen ya lejos de allí, pero aunque esa conclusión hubiese debido tranquilizarla, a medida que se acercaba a la puerta de su apartamento sentía que se le erizaba el vello de la nuca.
Pasó por delante de su puerta y luego se apoyó contra la pared. En la pared opuesta a la puerta había un armario bajo y grueso de roble que podía ofrecerle un poco de protección contra cualquiera que disparara a través de la pared. Barrió con el haz de su linterna el suelo en busca de restos de polvo, pero sólo detectó sus propias huellas, aunque se veían un poco borrosas, como si alguien hubiese pasado por encima de ellas, y la falta de más huellas significaba que o bien el ladrón seguía allí o bien había salido por la ventana.
Francesca se quitó los zapatos porque, aunque eran de tacón bajo, le habría resultado difícil correr con ellos y, además, las técnicas marciales que había aprendido no incluían mantener el equilibrio sobre tacones mientras se dan puntapiés a diestro y siniestro. Las puntas de sus dedos se agarraron a la lana de la alfombrilla mientras ella alargaba una mano e introducía una llave tintineante en la cerradura. Luego, abrió el cerrojo, giró el pomo y le dio un fuerte empujón.
Todavía agazapada, cruzó el umbral y apoyó la espalda contra el armario. La puerta rebotó en la pared y se cerró a su espalda, desvaneciendo la luz procedente del corredor. Esperó, aguantando la respiración y aguzando el oído por si percibía la presencia de un intruso. Como no oyó nada, volvió a pasar la luz ultravioleta por la alfombra y vio la hilera de huellas que se introducía en el interior. Por el tipo de zapatos y el tamaño, supuso que habían sido dos hombres los que se habían colado en el apartamento.
Apagó la luz de la linterna y la dejó sobre la alfombra, junto con las llaves. Luego palpó por encima del armario, por encima del borde derecho, donde ella solía dejar un billete de veinte kroner, consciente de que cualquier ladrón lo robaría. En caso de que la alarma no sonase, la ausencia del billete le indicaría desde el umbral de la puerta que alguien había entrado en el apartamento.
Si el billete todavía estaba allí le quedaría claro que los ladrones habían entrado para registrar el apartamento. No habrían cogido el dinero pero sí que habrían desactivado una alarma cuya existencia desconocían. Por supuesto, si querían registrar el lugar y hacer que pareciese un simple robo…
Francesca empezó a avanzar por el estrecho corredor, con la pistola de dardos apuntando hacia el interior. La sala de estar se abría a mano derecha y ocupaba todo el lateral mientras que, junto a la puerta, se situaba una cocina minúscula y, más allá, la puerta que daba a su dormitorio. Mientras avanzaba por el apartamento, encontró uno de los cojines del sofá roto y su contenido desparramado por el suelo. Lo apartó de en medio y encontró unas cuantas discorrevistas esparcidas por detrás.
Se irguió con lentitud y dio la vuelta para encender la luz de la cocina, gracias a cuya luz amarillenta pudo comprobar que el apartamento había sido registrado al completo. Todo estaba desparramado y el ordenador destrozado en el hueco de la chimenea, encima de la cual colgaba el Sin Secretos X en una posición inestable. Acabó de echar un rápido vistazo y comprobó que estaba sola.
Volvió a revisar la cerradura de la puerta, recuperó el manojo de llaves y cerró con llave antes de iniciar un registro más completo del apartamento. Le habían robado multitud de discos del ordenador, y también joyas. Al revisar los restos del ordenador vio que habían arrancado de cuajo el disco duro. Examinó el teclado y vio que, aunque estaba roto, el chip especial que le permitía cifrar y descifrar mensajes seguía intacto. Sin él, era imposible que nadie pudiese leer los mensajes que allí había.
Aparte de un puñado de objetos de valor que podían ocultarse con facilidad, los ladrones no habían cogido nada. Se sorprendió al ver que no habían añadido el Sin Secretos X a su botín y consideró el hecho de que lo hubiesen dejado allí una muestra de desprecio. Comprendió en un instante que las personas que se habían introducido en su apartamento no eran ladrones sino agentes al servicio de alguien. Cualquiera de Nueva Exford habría exigido a sus agentes que cogieran el cuadro de Starling, lo cual significaba que los tipos procedían de fuera.
Francesca empezó a temblar. Inteligencia lirana, probablemente Loki. No saben quién soy pero en vista de las cosas que se han llevado de mi ordenador pueden creer que poseo información que ellos desean, y toda la información que yo podría tener tiene relación con Reg. Sintió un gusto amargo en la boca. Se volvió de inmediato para comprobar el teléfono, pero la línea seguía muda.
Echó un último vistazo al apartamento, recogió el teclado y el Sin Secretos X y los colocó junto con un poco de ropa en una bolsa de nailon que dejó junto a la puerta. Luego se acercó a la ventana de su habitación, abrió la parte izquierda y tiró de las cuerdas del estor para que quedara un poco enrollado en la parte de abajo. Esta disposición extraña servía para que Curaitis supiera que había abandonado su apartamento y su tapadera. Se encontrarían pero hasta la tarde siguiente no tenían lugar ni hora para la próxima cita de emergencia.
Dejó el apartamento con la bolsa y bajó la escalera. Salió por el portal del edificio, echó un vistazo alrededor y cruzó con rapidez para montarse en su aerocoche. Tras echar la bolsa al asiento de atrás, soltó el freno.
Empezó a conducir siguiendo un itinerario elegido aparentemente al azar y sin dejar de mirar el retrovisor en busca de señales de que alguien la siguiera. Como no vio rastro alguno de que estuvieran persiguiéndola, dio media vuelta y se encaminó al estudio de Reg Starling, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.
Cuando vio la puerta abierta, comprendió que sí lo era.
Desenfundó la pistola antes de introducirse en el estudio. Reg había elegido un taller de reparación de aerodeslizadores para convertir la trastienda en un apartamento. Los tabiques de separación se habían dejado desnudos y luego habían sido cubiertos con pintura pulverizada y salpicada. En la base de las paredes se extendían hileras e hileras de lienzos, la mayoría pintados. Se acordaba de haberlos estado observando una mañana temprano, antes de que Reg se levantase. Cuando la encontró examinándolos, se refirió a ellos como su «fondo de jubilación». Dijo que algún día los vendería por una fortuna y que, con el dinero obtenido, se dedicaría a vagabundear por algún rincón del trópico.
Ahora eso no va a suceder. Francesca cruzó a toda prisa el estudio en dirección al apartamento. El piso inferior, que albergaba una diminuta cocina, el baño y un dormitorio auxiliar, estaba vacío, pero se notaba que había sido registrado. Subió escaleras arriba, en dirección a los aposentos privados, pero al llegar allí oyó ruido de tuberías. Pasó por el dormitorio de camino al baño principal y se quedó petrificada en el umbral.
Reg había insistido en hacerse un baño de mármol blanco, y lo había mantenido siempre impoluto. Solía decir que allí se olvidaba de las pinturas y el color. Era un poco ostentoso, con doble lavabo, un amplio espejo, un plato de ducha y una enorme bañera ideal para darse baños de sales y relajarse. Reg adoraba pasarse horas en la bañera y ahora acabaría pasando el resto de su vida allí.
Sin embargo, la habitación no estaba ahora exenta de color.
Reg Starling estaba totalmente vestido, sentado en una bañera repleta de agua rosada. Le habían cortado las venas de las muñecas y todo el baño estaba salpicado de sangre. En mitad del espejo, con su propia sangre, alguien había escrito: «Lo siento, lo hice yo. Yo maté a Ryan. Ahora debo morir».
Francesca se derrumbó contra la jamba de la puerta.
—Oh, Reg, te ha pillado. Y yo estaba tan cerca… Ese último secreto, lo que tú sabías sobre la muerte de Melissa… Sé que lo habría conseguido de ti muy pronto. Y ahora…
Estuvo a punto de decir que ya no lo sabría nunca pero algo en su expresión la detuvo. Había muerto con un asomo de sonrisa en los labios. Se habrá concentrado tanto para poder hacerlo… Pero supongo que no fue tan difícil. Estaban aquí para silenciar a Sven Newmark, pero en realidad mataban a Reg Starling, y Reg Starling no era alguien que dejase que lo controlaran.
Cruzó el baño y se agachó para darle un beso en la frente.
—Te aseguraste de que fuera quien fuera quien estaba detrás de ti, no ganara. Era un secreto y ahora yo lo sé. Y yo te digo, Reg Starling, que no voy a permitir que ella se salga con la suya.