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Estado de la Galería de Arte y Cafetería, Crescent Harbor

Nueva Exford

Cordón de Defensa de Arc-Royal

27 de noviembre de 3060

La expresión severa del rostro de Francesca contrastaba con la sonrisa falsa que lucía el señor Archie. El hombrecillo de cabellos negros engominados y fino bigote había abierto de par en par los brazos para saludarla, pero se detuvo en seco con los labios curvados, en posición de dar un beso al aire. Se quedó con los ojos castaños muy abiertos a medida que ella se iba acercando y hasta un par de clientes percibieron su sorpresa.

Francesca no les prestó atención.

—A tu despacho, Arch. —Su tono arisco hizo que el hombre abriera todavía más los ojos y repartió sonrisas disimuladas entre el personal de servicio y los clientes habituales. El señor Archie, que se consideraba a sí mismo juez de todo lo que era artístico y lo que no lo era en Nueva Exford, gobernaba con autoritarismo su galería y no toleraba familiaridades a nadie salvo a Reg Starling. Francesca estaba forzando peligrosamente su conexión con Starling.

El señor Archie sorbió por la nariz y entrecerró los ojos.

—Me temo que tengo trabajo aquí fuera.

—No es una petición. —Con la bolsa de nailon al hombro, Francesca pasó a toda prisa por delante de sus narices y empezó a subir la escalera roja de caracol que conducía al despacho.

El hombrecillo la agarró del brazo.

—No puedes…

Francesca dejó que su mirada destilara una cólera intensa.

—Ahora, Arch.

El eco de sus pisadas resonó en solitario por la escalera hasta que, tras haber llegado casi al piso superior, empezó a oír que el señor Archie la seguía. Llegó al despacho antes que él y se sentó ante su escritorio antes de que el hombre alcanzara la puerta. La única iluminación de la desordenada habitación procedía de una lámpara de escritorio. Todas las superficies planas estaban cubiertas de trozos y pedazos de esculturas y muchas de esas superficies estaban formadas por lienzos apoyados contra las paredes.

—Fiona Jensen, no sé qué crees que estás haciendo…

Francesca desconectó el teclado del ordenador que había sobre el escritorio y se lo lanzó al señor Archie. El hombre lo pilló al vuelo y se quedó con él abrazado al cuerpo como si fuera una virgen intentando cubrir su desnudez con una sábana. Francesca conectó su propio teclado a la máquina y pulsó el botón de encendido.

Mientras la máquina empezaba el proceso de inicialización, echó un vistazo por encima de la pantalla al rostro enrojecido del propietario de la galería.

—Coge uno de esos formularios que firmas y que te autoriza a vender obras de arte de alguno de los artistas cuyos cuadros están expuestos aquí.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Te vas a convertir en agente de Starling para toda la vida.

El hombre parpadeó.

—¿Qué? ¿Cómo es posible?

—Voy a falsificar su firma, tú firmarás el contrato y yo actuaré de testigo.

—Pero eso es un fraude…

La mujer pulsó la tecla de borrado y reinició el ordenador.

—Allá tú. Reg está muerto.

El teclado cayó con estrépito al suelo y las teclas se soltaron y quedaron desparramadas.

—¿Muerto? ¿Cómo? —El señor Archie abrió mucho los ojos—. Lo has asesinado…

—No, pero sé quién lo hizo y puedo demostrarte que no fui yo.

El rostro del propietario adquirió una expresión de suficiencia.

—Oh, y ¿cómo vas a hacer eso?

—Te dirán que Reg Starling se suicidó.

—Él hablaba a menudo del suicidio.

—Sí, lo sé, pero recuerda lo que decía. Recuerda cómo decía que quería morir…

El señor Archie esbozó lentamente una sonrisa.

—Adoraba el espectáculo. Reg decía que se plantaría delante de un aerocamión, uno de esos que van por las calles vendiendo helados a los niños.

—Exacto. Quería que se viese la sangre y que los niños tuviesen algo para recordar. —Francesca titubeó al pensar en la escena del baño—. Reg se cortó las venas, garabateó un mensaje en el espejo del baño y se tumbó en una bañera repleta de agua caliente para morir.

El señor Archie se estremeció.

—Oh, no, no… Reg no. Eso es muy…, muy del estilo Elvis, morirse en el baño. El que lo haya hecho podía haber dispuesto también unos cuantos donuts y copias del Semanario del Mercenario Moderno. No es en absoluto propio de Reg.

El hombrecillo entornó los ojos.

—Y tú, tú deberías haber preparado la escena para que pudiese montar un gran espectáculo. No es que te culpe por desear su muerte. Todos lo deseábamos.

—Sí, pero no tan pronto. —Echó un vistazo a la pantalla del ordenador y luego volvió a observar al señor Archie—. Firma ese contrato, ¿de acuerdo?

El hombre arrugó la frente.

—Nadie se creerá que lo firmó.

—Eso no es cierto, porque la firma será idéntica a la mitad de los certificados de autenticidad y a las firmas que aparecen en los cuadros que vendes. —Francesca sonrió a su pesar—. Reg consideraba divertido que él supiera firmar en mi nombre y yo en el suyo. Estuvimos practicando hasta que las los firmas se parecieron como calcos. Si alguien se molesta en contrastarlo, hasta un experto se daría por satisfecho.

La codicia provocaba destellos en los ojos del señor Archie.

—Y ¿qué porcentaje querrás tú de lo que obtenga?

—El mismo que he obtenido en los demás tratos que hemos hecho. Antes, es posible que necesite un pequeño anticipo pero el dinero será todo para ti. De hecho, dudo de que vuelvas a verme en cuanto salga de aquí.

—Oh, lo lamento. —El tono burlón de la voz del señor Archie no pasó desapercibido para Francesca.

—Una cosa más… Necesito todo lo que Reg te dio para que conservaras en caso de que muriese.

El señor Archie volvió a parpadear y luego levantó la mano derecha para cubrirse la boca.

—Con la impresión lo había olvidado. Sí, un momento. —Se acercó con cautela a una esquina de la habitación y se arrodilló frente a una anticuada caja de caudales—. Lo guardé aquí.

Mientras el propietario de la galería manipulaba la caja, Francesca se dedicó a cifrar un breve mensaje para Curaitis. Como ya no tenía acceso a los libros almacenados en el disco duro, el proceso de cifrado utilizaba los archivos de ayuda del programa instalado en el ordenador. Tecleó varias de las direcciones de tapadera que tenía Curaitis y envió el mensaje. Si lo recibe pronto, perfecto. Y si no, ya lo veré mañana.

Cerró el ordenador y desconectó el teclado mientras el señor Archie se acercaba de nuevo a ella con un sobre de plasticina en la mano. Lo rasgó para abrirlo y extrajo la llave de una caja de seguridad y una hoja de papel. La llave tenía impresa en la tarjeta el nombre del banco y supuso que se trataba de la cuenta que ella y Reg habían abierto para manejar los fondos obtenidos con la venta de los grabados.

La nota estaba cubierta con la apretada escritura de Reg.

Fiona, amor mío:

Sin lágrimas y sin secretos. Tienes la llave que da acceso a mi último secreto y, como sólo tú sabes qué es, tú serás la encargada de hacer pagar a la gente que te ha permitido descubrirlo. Eres mi amiga y, ahora también, mi última creación Provoca un gran espectáculo, cariño.

Besos,

Reg

Francesca suspiró.

—No me has decepcionado, Reg.

—¿Buenas noticias? —El señor Archie titubeó y bajó la vista—. Me refiero… dadas las circunstancias…

—Las mejores que cabía esperar. —Francesca sostuvo en alto la llave—. Ahora sólo tengo que esperar a que el banco abra mañana. Pero no puedo regresar a casa.

La mirada del señor Archie se tornó súbitamente severa y el aire de presunción que había tenido todo el rato se esfumó.

—Ahora bajaremos, comeremos algo y te buscaré un sitio donde pasar la noche…

—Gracias, pero todo lo relacionado con Reg puede resultar peligroso.

El hombrecillo acalló sus protestas con un ademán.

—Mi querida Fiona, suministro obras de arte a la elite de este mundo. Más de la mitad de los ejecutivos de más alto rango tienen escondites que utilizan para encuentros clandestinos y yo los conozco todos. Haré un par de llamadas y encontraremos un lugar donde puedas dormir. Es lo menos que puedo hacer.

Francesca sonrió.

—Gracias. Estoy segura de que Reg también te estaría agradecido.

—¿Y arruinar así su imagen? —El señor Archie sacudió la cabeza mientras le indicaba la dirección de la puerta con un gesto—. Es un poco pronto para convertir a Reg Starling en un santo, Fiona. Ya llegará, y nosotros lo veremos, pero no creo que tan pronto.

Durante la cena, que hicieron en un reservado de la parte de atrás que les proporcionaba cierta intimidad en cuanto a lo que hablaban pero que permitía que todo el mundo los viese juntos, retornó parte del carácter malicioso del señor Archie. Reg había tenido libertad total para rechazar a cualquiera mientras el señor Archie se quedaba para hacer las ventas. El propio Archie se dejaba agasajar por la clientela y por aquellos que deseaban ser los primeros en sus listas de ventas especiales e inauguraciones. Estaba bastante al corriente de los trajines locales y compartía con Reg la pasión por comentar los defectos y las manías de los ricos.

Cumplió su promesa de encontrar un sitio donde Francesca pudiera pasar la noche. Era un apartamento de empresa aceptable. Francesca se levantó temprano, tras pasar una noche tranquila, y se acercó a una sucursal del Primer Banco de Nueva Exford donde enseñó la llave de la caja de seguridad a un empleado que la condujo hasta una cámara y la hizo firmar en el libro de registro. No la sorprendió comprobar que el banco tenía una copia digitalizada de su firma introducida en los archivos y al verla comprendió que Reg la había falsificado.

El empleado la dejó entrar en la cámara y entre los dos abrieron la caja de seguridad. Francesca extrajo la larga caja de metal del hueco y la llevó a una sala privada para examinar su contenido. La abrió con sumo cuidado y alzó una ceja al ver el contenido.

—Oh, Reg, ¿de verdad has guardado aquí todos tus secretos?

Una parte de la caja estaba llena con 100.000 kroner apilados en diez montones de billetes de cien. No era una cantidad despreciable y habría bastado para escapar de Nueva Exford hacia algún otro mundo si Reg hubiese tenido que huir. Además del dinero, había tres juegos de documentos oficiales. Dos iban a nombre de Sven Newmark…, uno redactado por la República Libre de Rasalhague y el otro por la Mancomunidad Federada. El tercero iba a nombre de Stefan Kresescu y había sido emitido por la Liga de Mundos Libres. Aunque no podía distinguirse a simple vista, estaba casi convencida de que los documentos de la Liga eran falsificaciones. Muy buenas, por cierto.

Reg había ocultado allí copias de discorrevistas que habían hecho una crítica favorable a su obra y una navaja diminuta con sus iniciales grabadas. Al coger la navaja de plata esbozó una sonrisa. Había sido un regalo que le había hecho ella y después, le dijo que la había perdido. No quería que yo supiese cuán sentimental era. Era una imagen que no quería dar.

Lo último que encontró en la caja era una llave que llevaba colgada una tarjeta con una dirección escrita. No había nota ninguna pero eso no la sorprendió. La nota que la había traído hasta allí decía todo lo que Reg había querido decirle. Aunque la estaba utilizando a ella como instrumento de venganza, no quería ponérselo demasiado fácil. Incluso ahora quiere que demuestre que soy digna de su confianza.

Se metió en el bolsillo la llave y la navaja, y luego guardó el dinero en el bolso. Cerró la caja y la devolvió al empleado. La dirección de la tarjeta estaba a sólo unas manzanas, en dirección al muelle de Crescent Harbor, así que salió disparada calle abajo, esquivó un par de aerocoches y siguió caminando.

El edificio adonde la condujeron sus pasos era conocido en Crescent Harbor con el nombre de El Plinto. Parecía un relámpago de contorno irregular que se hubiese quedado petrificado en granito gris y emergiera del centro de la tierra. La piedra había sido pulida hasta conseguir que brillara como un espejo y tenía ventanas distribuidas de forma irregular. Por la noche, las ventanas iluminadas parecía dibujar una escalera en el cielo… «un código morse de socorro procedente del sol», le había comentado Reg una vez que lo vieron cuando ya era de noche.

Entró en el vestíbulo y se detuvo en el panel que servía de guía. Tecleó varios parámetros de búsqueda y realizó tres intentos antes de encontrar el que buscaba. La compañía Mark Newson y Asociados, Ltd., tenía las oficinas en la vigésima quinta planta. Se aproximó a la zona donde estaban los ascensores, eligió uno que se detuviese en los pisos de la zona media, y empezó a subir.

El nombre de la compañía señalaba a Sven Newmark pero no con la suficiente claridad para que cualquiera pudiese establecer una conexión. Mientras subía, rogó para que Reg hubiese sido suficientemente inteligente a la hora de pagar el alquiler u obtener el contrato de arrendamiento, porque cualquiera que tuviera un ordenador podía establecer un vínculo entre Reg Starling y la compañía; y era evidente que los agentes de Loki que lo habían matado habían revisado todas sus conexiones y gracias a ello habían ido a registrar su apartamento.

El ascensor se detuvo sin hacer ruido en la vigésima quinta planta. Las oficinas de Newson daban a la cara oeste del edificio, lo que significaba que disfrutaban de una vista magnífica de la bahía. Una oficina en un edificio que él odiaba, y que le proporciona una vista de algo que él consideraba sólo apropiado como tema para la escuela de arte que «fabrica artistas hambrientos». Qué contraste.

Abrió la puerta y enseguida percibió que el ambiente parecía cargado. Había una fina capa de polvo encima de la mesa que quedaba más cerca de la puerta. Francesca cerró la puerta a su espalda y se dirigió de inmediato al despacho medio abierto que tenía el nombre de Mark Newson grabado en la puerta. Se introdujo en el interior y se detuvo porque el panorama de la bahía era realmente sobrecogedor.

La enorme mesa de caoba estaba dispuesta de forma que todo aquel que se sentase en la butaca de piel quedaría de espaldas a la panorámica. Eso era muy típico de Reg, pero permitió que Francesca concentrara la vista en el cuadro que había en la pared opuesta. Reconoció el estilo de la serie Honestidad, en tonos rojos y negros, con toques de verde. El resto de cuadros que cubrían las paredes, salvo uno, procedían de los fondos de jubilación de Reg y desentonaban con la decoración. Casi parecían un ataque contra la habitación.

La única pintura que cuadraba a la perfección con el despacho había sido realizada en colores brillantes, utilizando un estilo impresionista característico en el que todo tomaba forma a partir de puntos de color estratégicamente colocados. Mostraba una vista de Crescent Harbor que podía haberse obtenido fácilmente mirando a través del ventanal.

La pintura de la bahía le dio la pista. Antes de llegar incluso a dos metros de distancia supo que no era una obra de Reg, y al aproximarse para darle unos golpecitos con una uña, oyó un sonido metálico. La obra había sido pintada sobre un cartón de fibra comprimida, material que Reg sólo utilizaba para envolver algunos de sus lienzos. El marco, aunque encajaba a la perfección en el cuadro, era del tipo que hacía a Reg apretar los dientes cada vez que veía que un cliente colocaba uno sobre una de sus piezas.

Y por encima de todo, la simple vista de la bahía era algo que habría provocado un comentario sarcástico de Reg. Otra contradicción, Reg. Tras dejar el bolso encima del escritorio, Francesca descolgó el cuadro de la pared y examinó el dorso. El marco tenía una pequeña etiqueta con el nombre de una tienda que Reg aborrecía, pero la pintura en sí no tenía nada por detrás, lo cual la sorprendió, ya que en una ocasión en que Reg había accedido a pasarse por una «exhibición y venta de artistas hambrientos» —pues había oído que algunas de las obras que se exponían tenían reminiscencias de su estilo— montó un auténtico espectáculo al descolgar varios cuadros para darles la vuelta y señalar el precio que había garabateado descaradamente por la parte de atrás, junto con un número. Tal como explicó, las empresas tenían multitud de artistas que sacaban al mercado la misma pieza una y otra vez, permitiendo que todo el mundo tuviera una copia original de una obra de arte que solía encontrarse en moteles baratos.

Apoyó un extremo del marco en la mesa y dio un tirón para que se soltara. Echó un vistazo al borde de la pintura y vio que en realidad consistía en una lámina de doble grueso de fibra de cartón. Tras arrancar el resto del marco, sacó la navaja de Reg y empezó a rasgar el adhesivo que mantenía unidas las dos capas. Clavó la hoja en la costura, introdujo el cuchillo en toda su longitud e hizo palanca.

Las dos capas se abrieron con un crujido sordo. La de atrás se separó para dejar al descubierto dos cavidades circulares en las que habían enganchado dos CD-ROM protegidos por una membrana de plástico. Aunque no tenían etiqueta ninguna, supo que contenían información que podía implicar a Katherine Steiner en el asesinato de su madre.

—Nos quedaremos con eso —dijo el primero de los dos agentes de Loki que entró. Ambos llevaban trajes de ejecutivo de color negro pero se habían puesto pasamontañas para ocultarse la cara. El primero alargó una mano enguantada en dirección a ella. Su compañero, que giró a la izquierda para situarse frente a la ventana, la apuntó con una pistola de aspecto amenazador.

Francesca se quedó con la boca abierta.

—Mire, pueden quedarse lo que quieran. Yo sólo quiero los cuadros. Reg dijo que eran para mí.

—Denos sólo los discos.

Se volvió hacia su bolso.

—Miren, tengo dinero.

—Los discos. —La voz del hombre era ahora más apremiante—. No complique más las cosas de lo necesario, señorita Jensen.

—¿Cómo saben mi nombre? ¿Cómo me han encontrado?

El cabecilla puso los ojos en blanco y le hizo un gesto de asentimiento a su compañero. El segundo hurgó en su bolsillo y extrajo un cilindro que empezó a enroscar en el extremo de la pistola.

Ahora o nunca. Francesca lanzó la lámina de fibra de cartón contra el agente de Loki antes de abalanzarse por encima de la mesa y coger al vuelo su bolso. Oyó una exclamación ahogada y sintió que las astillas que sobresalían de la mesa se le clavaban en las piernas, antes de caer al suelo. Se dio un fuerte golpetazo, pero enseguida se puso de espaldas y sacó su pistola de dardos del bolso.

No se molestó siquiera en asomar la cara por encima de la mesa, sino que disparó al cabecilla en los pies, por debajo. Lo oyó soltar un grito y luego lo vio caer de bruces al suelo. Con dos disparos más le hizo pedazos la máscara y la pechera, pero su cuerpo le impedía ver al segundo hombre, así que permaneció allí agazapada, en espera de que el otro apareciera, pero lo único que oyó fue un lánguido suspiro.

De repente, detectó olor a carne chamuscada. Olfateó el aire una vez más antes de decir:

—Despejado.

—Ya voy.

Francesca se puso de pie con una sonrisa en los labios y vio cómo Curaitis entraba en la habitación con una pistola láser en la mano derecha. El espía, alto y musculoso, con cabellos negros como el carbón y ojos de un frío tono azul, le echó un vistazo antes de ponerse de rodillas y sujetar con la mano el cuello del hombre que ella había abatido para ver si tenía pulso. El segundo agente yacía tumbado en el suelo, con la chaqueta todavía humeante por el disparo que le había despedazado el corazón y los pulmones.

—Están muertos.

—Gracias por la ayuda. ¿Dónde me localizaron?

—En el banco. Tras examinar los datos de Starling es probable que descubrieran que tenía una caja de seguridad en ese banco, pero tú te adelantaste y la abriste antes de que ellos llegaran. Te vieron salir y te siguieron. Yo pude seguirles la pista. Dame la pistola.

Le lanzó la pistola de dardos y él la colocó en las manos del hombre al cual había disparado con la pistola láser después de haberle quitado la máscara y los guantes. La pistola láser acabó en las manos del agente que había matado ella, a quien también quitaron la máscara y los guantes. La impresión que intentaban conseguir era que se había producido un robo y que había sido interrumpido. Francesca era consciente de que con los restos de balas en la mesa y los restos de sangre suya de las heridas que las astillas le habían provocado en la pierna, el engaño no podría resultar convincente si se examinaba de cerca, pero los miembros de la comisaría local no iban a hacer un examen demasiado escrupuloso.

Curaitis cogió la lámina de fibra de cartón que contenía los discos.

—¿Crees que es esto?

Ella asintió.

—Reg sabía que este día iba a llegar y planeó dar un último golpe a aquellos que habían causado su muerte. Estoy segura de que este material será explosivo.

Curaitis esbozó una breve sonrisa, cosa que nunca antes le había visto hacer.

—Bien. En vista de las últimas payasadas de Katherine, cuanto más grande sea la explosión, mejor.