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17.
Estado de la Galería de Arte y Café, Crescent Harbor, Nueva Exford
Cordón de Defensa de Arc-Royal
15 de agosto de 3060
Francesca Jenkins sintió que se le detenía el corazón al entrar en la galería y ver a Reginald Starling. El hombre alto y flaco se había teñido el pelo y las cejas de color escarlata brillante, y se había puesto uñas postizas pintadas de un espantoso tono carmesí. Mientras se acercaba, vio que se había puesto implantes dentales para alargar los caninos y que llevaba lentes de contacto de color rojo sangre. Su ropa negra, de corte clásico y severo, realzaba la esbeltez de su figura y lo catalogaba definitivamente como criatura de la noche.
Había oído decir que se había adaptado a ese disfraz y admiró su habilidad para explotar la moda de la Alianza Lirana. La aplastante victoria de las Fuerzas de Defensa de la Liga Estelar contra los Jaguares en el Condominio había sorprendido a todos y alentado su ánimo. Pensaban que iba a ser una guerra prolongada y había sido un paseo, lo cual fue recibido con gran jolgorio.
Después, las FDLE se trasladaron a la Periferia para ocuparse de la resistencia de los Jaguares de Humo y los informes sobre los progresos empezaron a escasear, lo cual hizo que la gente se planteara si su optimismo anterior no había sido apresurado. Los Halcones de Jade permanecieron en la frontera de la Alianza Lirana y, aunque no traspasaron la zona del Cordón de Defensa de Arc-Royal, cada día temían que pudiera llegar el anuncio de un ataque. La gente empezó a pensar que los Clanes no estaban tan acabados como la Liga Estelar gustaba de decir y temieron que los miembros de los Clanes se levantaran de la tumba y provocaran estragos una vez más.
Starling alzó la vista por encima de la cabellera azul de un cliente diminuto y se llevó las manos al pecho al ver a Francesca. Su enorme sonrisa se ensanchó, lo que le permitió a ella contemplar en su totalidad la dentadura. De inmediato se apartó de la mujer con la que estaba conversando y se acercó a grandes zancadas hasta ella.
—Ah, Fiona, estás fantástica.
—Eres demasiado amable, Reg. —Francesca sonrió con cautela. Había elegido un vestido rojo, de lentejuelas, sin mangas y con dobladillo que caía hasta medio muslo. Era de cuello vuelto, ceñido, pero por delante lucía una abertura en forma de diamante que iba desde la garganta al ombligo, insinuando las suaves curvas de sus pechos y dejando al descubierto la cicatriz de herida de bala que tenía por debajo del esternón. Esa cicatriz había fascinado siempre a Starling y ella era consciente de que el hecho de mostrarla de forma tan provocativa lo excitaría.
—Me alegro de que hayas venido.
Francesca deslizó un brazo entre los suyos.
—¿Eres Reg? Me sorprendió que me enviaras una invitación a esta inauguración. No presté atención a las demás porque pensé que querías jactarte.
—Y por eso no acudiste a las demás, porque me habría jactado. —Starling la hizo cruzar la galería, pasar por delante de la cafetería y entrar en una habitación más pequeña—. En un principio tu ausencia me enfadó pero al meditar sobre ello llegó a ser una fuente de inspiración.
—¿De veras? ¿Cómo?
Reg le soltó el brazo y abrió las palmas de las manos.
—Eres mi inspiración, bonita. Todo este trabajo está inspirado en ti.
Francesca miró a su alrededor y tuvo que esforzarse por sosegar los latidos de su corazón, que parecía desbocado. Las pinturas de la habitación variaban en tamaño pero compartían un mismo estilo y un mismo tono. Starling había utilizado un estilo impresionista bastante primitivo para pintarlos, y había combinado en la paleta el color negro y el verde con rojo para acentuar el tono. Reconocía partes de su propio cuerpo en las imágenes, incluso la cicatriz del pecho y la que tenía en la cadera. El rostro, cuando aparecía, quedaba fragmentado y como más grande que el resto de partes, como si fuera una especie de divinidad superior que vigilara constantemente lo que los demás fragmentos hacían.
Los cuadros tenían títulos del tipo Honestidad I, Confianza II y Sin Secretos VIII, y calculó mentalmente que, si Starling no mentía con el número de las series, habría pintado casi dos docenas en los tres meses que habían transcurrido tras su ruptura, ritmo que, en su caso, excedía todas las expectativas.
Se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos.
—No sé qué decir.
—No tienes que decir nada, cariño. —Starling se quedó mirando a un cliente que hizo ademán de entrar en la sala pero que se apresuró a salir—. Nunca me has oído decir esto, pero lo siento y te estoy agradecido.
—Reg, ¿te encuentras bien?
El hombre echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos?
—¿En el balneario? Sí, me llevaste a una inauguración como ésta aquella noche.
—Sí, durante esa primera cita me dijiste algo importante…, que para ti una condición indispensable de la amistad era no tener secretos con tus amigos. Me sugeriste que, si podía seguir esa regla, tal vez podíamos ser amigos. En aquel momento pensé que podía y nos comprometimos.
Ella alargó una mano y le acarició la mejilla.
—Nos convertimos en amantes.
—Sí. Compartí contigo una intimidad que no creo que haya compartido con nadie hasta ahora y ese hecho me asustó. Por eso tuve aquella aventura con la modelo que estaba pintando. Cuando lo descubriste, tu reacción fue en parte como yo esperaba que fuese y hasta deseaba.
—Querías que fuera yo quien rompiese. —Fiona dejó que una breve sonrisa arqueara sus labios—. E hice lo que querías.
—Sí, bonita, pero no por el motivo que yo esperaba. Pensé que me echarías de tu lado porque no te había sido fiel. Tú me dijiste que la cuestión no era la infidelidad sino el hecho de que te hubiese mentido. —Reg sacudió la cabeza—. Después de que me abandonaras, me senté a meditar durante largo rato. Quería que vinieras a esas inauguraciones para que pudiera humillarte pero luego comprendí que estaba en un error. Tú habías actuado con honestidad y habías establecido unas normas básicas para nuestra amistad. Yo infringí esas reglas y pagué las consecuencias.
Esbozó una mueca de burla y señaló hacia la puerta donde estaban los clientes vestidos con trajes alegres.
—No eres como ellos, Fiona. Ellos acuden aquí para hacerse dueños de un pedazo de mí, como si el simple dinero pudiese comprar mi espíritu y comprometer mi lealtad. Si salgo ahí fuera y los insulto, se lo tragarán sin rechistar. Es una señal de prestigio que yo me digne insultarlos. Si me niego a venderles una pieza porque digo que su casa no se la merece, encontrarán un agente que la compre para poder decirme luego que se han burlado de mí, sin saber que el agente la habrá comprado a un precio mucho más alto.
—¿Qué quieres decirme, Reg? —Francesca observó a su alrededor—. ¿Vas a vender pedazos de mí a esta gente?
—Bueno, sí, por supuesto —Reg esbozó una sonrisa traviesa mientras se acercaba a una diminuta pintura que mostraba un corazón humano de color verde, rodeado de negro, con finas líneas rojas—, pero ésta representa mi corazón, muerto de envidia por la paz que tú conoces. Esta pintura, Sin Secretos X, es para ti. Es un pedazo de mí que no tiene precio, aunque confío en poder recuperar nuestra amistad gracias a él.
Francesca se quedó mirando con más detenimiento la pintura y luego se giró y se puso de puntillas para darle un beso en los labios.
—Considéralo como un pago en especie, ¿vale?
Reg sonrió.
—No esperaba un trato tan bueno.
—Oh, lo pagarás, Reg, lo pagarás caro. —Le dedicó una sonrisa—. Pero creo que ya va siendo hora de que se lo hagas pagar caro a tus clientes.
—Por supuesto, bonita. —Reg se inclinó a besarla—. Quizá venda las piezas de esta habitación por una fortuna y un secreto para cada comprador. Sería divertido.
—¿Y compartirás los secretos conmigo?
—Será un placer, Fiona Jensen, un gran placer.
Francesca fue presentada al señor Archie, el propietario de la galería, un hombre que ponía gran empeño en parecer más joven de lo que era y que la aduló en gran medida, y luego presenció la ceremonia del cambio de la etiqueta del Sin Secretos X para poner otra en la que habían añadido: «De la colección privada de Fiona Jensen». Acto seguido, el propietario de la galería insistió en bautizar una absurda bebida de café con su nombre, honor que resistió porque de hecho no sabía tan mal a pesar de llevar sólo un veinte por ciento de café. Escuchó la breve conferencia de Starling sobre las series de pinturas llamadas «Plena Revelación», cuya producción se debía a que el gobierno había querido explicar a todos lo que estaba sucediendo en la guerra de los Clanes. En menos de cinco minutos, gracias a Starling, el hecho de poseer una de sus obras de arte pasó de considerarse una inversión a juzgarse una protesta política, cosa que disparó los precios y animó las ventas.
Francesca se excusó por no acompañar a Reg y al señor Archie a una cena tardía, pero prometió que pasaría otro día para discutir la posibilidad de firmar litografías de la serie «Plena Revelación» junto con Reg, consciente de que era un intento por parte de éste de proporcionarle dinero y aproximarla un poco más a él.
Eso ya le convenía. Su misión desde un principio había sido acercarse lo más posible a él y desvelar sus secretos. Como lo conocía muy bien, y sus secretos los sabía desde antes de conocerlo, le faltaba un baremo para medir su progreso y, hasta la fecha, ese progreso no había sido demasiado grande.
Reginald Starling era en realidad Sven Newmark, antiguo ayudante de Ryan Steiner. Ryan Steiner y Katherine Steiner, actual gobernadora de la Alianza Lirana, habían conspirado para asesinar a Melissa Steiner-Davion, madre de Katherine y antigua gobernadora de la Mancomunidad Federada. Katherine había apañado las cosas para que pareciese que su hermano Victor había sido el autor del asesinato y luego había utilizado el consiguiente malestar de la población para dividir la Mancomunidad Federada en dos.
Sven Newmark había desaparecido del mapa poco después del asesinato de Ryan. Todos y cada uno de los expertos se habían ceñido al hecho de que Newmark había estado a solas con Ryan en el momento de su muerte. Como el hombre mayor había muerto de un disparo que le había atravesado la cabeza, los expertos sugirieron que Newmark había sido el autor de la muerte, y que no había muerto de resultas del disparo de un francotirador situado a medio kilómetro de distancia, tal como afirmaba la versión oficial. La desaparición de Newmark corroboró esa teoría, dado que Ryan había sido muy apreciado en varios barrios, y sólo gracias a un arduo trabajo de investigación había conseguido encontrarle la pista en Nueva Exford.
Por lo que ella sabía, Newmark era el único hombre que podía relacionar a Katherine con el complot para asesinar a Melissa Steiner-Davion. Ni siquiera el asesino que había llevado a cabo el trabajo podía estar al corriente de la conexión entre madre e hija. Si Newmark podía implicar a Katherine en la muerte de su madre, sería conocida como la mujer que había sido capaz de asesinar a una persona que no sólo era su madre sino que además era una de las figuras más apreciadas de la Esfera Interior. Y si esa noticia salía alguna vez a la luz, probablemente se habrían acabado los días de Katherine en el poder.
Francesca volvió al apartamento y empezó a buscar indicios de que alguien hubiese intentado entrar. Se sacó un llavero del bolso y utilizó la diminuta linterna incorporada para elegir la llave adecuada. Luego, mientras se disponía a meter la llave en la cerradura, pulsó un segundo botón en la linterna que proyectó un haz de luz ultravioleta para hacer un barrido por la puerta principal.
Durante un segundo brillaron las huellas de los zapatos de tacón alto que llevaba con un tono púrpura, pero en cuanto apagó la luz volvieron a la invisibilidad. La alfombra del interior de su puerta había sido espolvoreada a conciencia con unos polvos que se adherían a la suela de los zapatos y emitían luz fosforescente cuando se proyectaba sobre ellos luz ultravioleta. Todo aquel que hubiese entrado y salido del apartamento habría dejado huellas, o las habría borrado todas, incluso las suyas.
Abrió la puerta y cruzó el umbral antes de cerrarla a sus espaldas. Tras encender una luz, hizo un rápido inventario visual de la habitación, comprobó que el montón de discorrevistas estuviera todavía correctamente alineado con el extremo de la mesita de café, o si las patas de la silla del final de la mesa coincidían con los huecos que había marcados en la alfombra, o si por el contrario quedaban descolocadas por dos centímetros, que era como la había dejado ella al salir.
Todo parecía en orden, así que se introdujo en el dormitorio, se quitó los zapatos y, tras despojarse del vestido, lo colgó y se vistió con un cálido albornoz para sentarse ante su ordenador. Lo puso en marcha, reinició el disco duro y luego interrumpió el proceso normal de puesta en marcha para activar un programa llamado Puzzle que, si se cargaba después de una inicialización normal, mostraba en pantalla un rompecabezas infantil.
Tal como lo había activado ella le permitía cifrar y descifrar mensajes. Tecleó un breve mensaje: «Contacto establecido. El objetivo parece receptivo. Misión de nuevo en buen camino». Lo releyó un instante y luego activó el mecanismo de cifrado.
El proceso de cifrado funcionaba de dos maneras. Lo primero que hacía era extraer de la memoria el contenido de un libro y localizar cada una de las palabras del mensaje en ese libro. Esas palabras quedaban luego reducidas a un código de tres dígitos que indicaba la página, el párrafo y el número de palabra. El contacto, por ejemplo, se encontraba en la página sesenta y siete, el párrafo segundo, quinta palabra, lo cual resultaba 77-2-5 en el mensaje cifrado.
La segunda parte del proceso de cifrado funcionaba de forma similar, pero había sido diseñada de forma que se adecuaba a la ocupación que Francesca usaba como tapadera. Había dicho a Newmark que era una investigadora que recopilaba bibliografía para estudiantes. El programa Puzzle se sumergía en el índice de incontables volúmenes en busca de citas que tuvieran un tema similar y que pudieran expresarse en términos de edición, volumen y número de página. Cada palabra codificada del mensaje se convertía en una cita de libro e incluso si muchas de ellas eran detectadas y leídas, cobraban sentido. Los índices buscados eran sumamente técnicos y, de ese modo, si los descifradores de códigos miraban las citas, no podrían encontrar ninguna pista de lo que significaban.
Las citas se agrupaban luego en un simple correo electrónico dirigido a una de la docena de identidades encubiertas de que disponía Curaitis, el agente que supervisaba a Francesca. La identidad falsa se elegía para que concordara con la naturaleza de las citas. De forma similar, los mensajes que recibía Francesca contenían citas, precios de billetes de transporte, o cualquier otro dato expresado en números, y el programa hacía una criba para presentarle a ella el mensaje. Todos eran breves para dificultar su descifrado y los libros de los cuales se elegían las palabras se cambiaban según una programación regular.
Después de enviar el mensaje, Francesca se recostó en la silla y sonrió. La primera vez que había venido a Nueva Exford, no le había resultado difícil trabar amistad y luego seducir a Newmark, pero ganarse su confianza había sido más arduo y justo cuando pensaba que lo había logrado, él la había traicionado. En aquel momento se había sentido tentada de darle otra oportunidad pero en el último momento pensó que rechazarlo le sería más útil. Puesto que todo el mundo lo adoraba en la superficie y lo despreciaba a sus espaldas, y él lo sabía, el hecho de tener a alguien que se preocupaba por él en el fondo y que fingía odiarlo en la superficie era algo diferente, y Reginald Starling adoraba ser diferente.
Como operario encubierto de la Secretaría de Inteligencia de la Mancomunidad Federada, Francesca Jenkins era consciente de la importancia de su misión y de que convenía actuar con rapidez. La primera fase de la operación había sido dejar que Katherine supiera que su hermano estaba al corriente de su complicidad en la muerte de Melissa. Era un movimiento cuyo objetivo no era otro que incomodar a Katherine y habían dado en el blanco, pero también implicaba que Katherine intentaría atar todos los cabos sueltos que pudiesen implicarla directamente. Sven Newmark era un cabo suelto y, aunque Francesca había utilizado un virus de ordenador para destruir toda la información que la había conducido hasta Reginald Starling, sabía que sus contrincantes de la Inteligencia Lirana le seguirían la pista.
Estiró los músculos, apagó el ordenador, dejó el albornoz a los pies de la cama y se acurrucó bajo las sábanas.
—No importa lo cerca que estén de mí, yo estoy todavía más cerca de mi objetivo y pronto, muy pronto, conseguiré la información que vine a buscar.