98
El viejo Hugh Auld pronto remplazó a Augustus como el máximo hablador del equipo de Hat Creek. Alcanzó al rebaño con su carga de abrigos y provisiones, cerca del Missouri, que vadearon no lejos de Fort Benton. Los soldados del pequeño puesto se sorprendieron tanto al ver a los vaqueros como si fueran hombres de otro planeta. El comandante, un desgarbado mayor llamado Court, apenas podía dar crédito a sus ojos al ver el rebaño desparramado por el llano. Cuando se enteró de que la mayor parte de las reses procedían del otro lado de la frontera de México se quedó asombrado, pero no tanto como para dejar de comprar doscientas cabezas. Los búfalos escaseaban y el fuerte no estaba bien aprovisionado.
Call se mostró seco con el mayor Court. Se había mostrado seco con todos desde la muerte de Gus. Todos se preguntaban cuándo dejaría de caminar hacia el Norte, pero ninguno se atrevía a preguntárselo. Habían tenido unas nevadas ligeras cuando cruzaron el Missouri. Hacía tanto frío que los hombres encendieron una enorme hoguera en la orilla norte para calentarse. Jasper Fant estuvo a punto de que se cumpliera su eterno temor de morir ahogado; su caballo se espantó al ver un castor y le derribó al agua helada. Afortunadamente Ben Rainey le agarró y lo llevó a la orilla. Jasper estaba morado de frío; incluso después de cubrirle de mantas y de arrimarle al fuego, tardó bastante en convencerse de que estaba vivo.
—Pero hombre, si podías haber vadeado… —observó el viejo Hugh extrañado de que todo un hombre se asustara por un insignificante remojón—. Si ahora encuentras el agua fría, pon unas trampas de castor en febrero —añadió pensando que el hombre necesita cierta perspectiva.
Jasper tardó una hora en poder hablar. La mayoría de los hombres estaban aburridos con su miedo a ahogarse y le habían dejado que se secara la ropa como mejor pudiera. Aquella noche, cuando estuvo lo bastante caliente como para mostrarse amargado, Jasper juró que pasaría el resto de su vida al norte del Missouri antes que volver a cruzar semejante río. También, adoptó un resentimiento inmediato contra los castores y enfureció al viejo Hugh varias veces durante el viaje hacia el Norte disparándoles sin ton ni son con su pistola cuando veía alguno en algún charco.
—Son castores —no dejaba de decirle el viejo Hugh—. A los castores se les pone trampas, no se les dispara. Una bala puede estropear su piel, y la piel es lo que cuenta.
—¡Pues yo detesto a esos hijos de perra dentudos! —gritó Jasper—. A la mierda con las pieles.
Call continuó cabalgando al Noroeste hasta que el viejo Hugh empezó a preocuparse. Al Oeste se veía con claridad la gran línea de las Rocosas. Aunque el viejo Hugh era el explorador, Call iba en cabeza. De tanto en tanto el viejo le señalaba algún accidente del terreno, pero le intimidaba ofrecer consejos. Call daba a entender que no quería consejos.
Aunque acostumbrados a su silencio, ninguno de los hombres le recordaba tan silencioso. Durante varios días no dijo una palabra. Solo venía, recogía su comida y volvía a marcharse. Algunos hombres estaban convencidos de que no pensaba pararse, que les conduciría al Norte, a las nieves, y que todos morirían congelados.
Old Dog desapareció el día después de que cruzaran el Marais. De semental en cabeza había pasado a la cola y solía arrastrarse dos o tres kilómetros detrás del rebaño. Pero siempre estaba allí por la mañana, excepto una mañana. Newt y los Rainey, que se ocupaban aún de la rémora, fueron en su busca y vieron dos osos pardos repartiéndose al viejo buey. Al ver los osos, los caballos se asustaron y galoparon hasta el rebaño. Su pánico se comunicó al resto de los animales y tanto el rebaño como la remuda iniciaron una estampida. Varios vaqueros fueron derribados, incluyendo a Newt, pero nadie sufrió daños aunque les llevó una tarde entera reunir el ganado desperdigado.
Unos días después llegaron finalmente al río Milk. Era un fresco día de otoño y la mayoría de los hombres llevaban sus abrigos nuevos. Al Oeste, las laderas de las montañas estaban cubiertas de nieve.
—Este ha sido el último. Si seguimos mucho más hacia el norte del río estaremos en Canadá —advirtió el viejo Hugh.
Call dejó al ganado que pastara y cabalgó a solas hacia el Este. El lugar era precioso, con mucha hierba y árboles abundantes en las hondonadas, para levantar una casa y corrales. Tropezó con algunos búfalos, incluyendo un gran rebaño. Vio muchas señales de indios, pero a ningún indio. Hacía frío pero brillaba el sol. Le pareció que la parte alta de Montana estaba desierta, a excepción de los búfalos, los indios y los hombres de Hat Creek. Se dio cuenta de que había llegado el momento de parar y de construir rápidamente una casa antes de que les cayera una nevada. Sabía que esto podía ocurrir en cualquier momento. Personalmente el tiempo le tenía sin cuidado y no le importaba, pero tenía hombres en los que pensar. Para muchos de ellos era demasiado tarde para regresar a Texas aquel otoño. Les gustara o no, pasarían el invierno en Montana.
Aquella noche, acampado solo, soñó con Gus. Frecuentemente solía despertarse oyendo la voz de Gus, tan real que miraba a su alrededor esperando verle. A veces soñaba con Gus, apenas se dormía, e incluso empezaba a ocurrirle durante el día si cabalgaba solo y no prestaba demasiada atención al entorno. Gus muerto invadía sus pensamientos tan fácilmente como cuando vivía. Solía aparecer para burlarse y, molestarle, como había hecho en vida. «No tienes que pararte porque hayas llegado a la cima del país —le dijo en uno de los sueños—. Tuerce al Este y sigue andando hasta que llegues a Chicago».
Call no quería torcer al Este, pero tampoco tenía demasiados deseos de pararse. La muerte de Gus, como las que le habían precedido, le habían hecho perder su resolución hasta tal extremo que apenas le importaba lo que estaba haciendo. Siguió hacia el Norte porque había adquirido el hábito. Pero cuando llegaron al río Milk el invierno se avecinaba y tuvo que romper el hábito para no perder a la mayoría de los hombres y tal vez al ganado.
Encontró un lugar con muchos árboles protectores y pensó que serviría para instalar el cuartel general, pero no sentía el menor entusiasmo para la tarea que tenía delante. El trabajo, lo único que siempre había sido lo suyo, ya no parecía importarle. Lo hacía porque no tenía otra cosa que hacer, no porque lo necesitara. Algunos días sentía tan poco interés por el rebaño y por los hombres, que le entraban ganas de alejarse cabalgando, dejándoles que hicieran lo que se les ocurriera. El viejo sentido de saberse responsable de su bienestar le había abandonado de tal modo que se maravillaba de que lo hubiera experimentado antes con tanta fuerza. La forma en que le miraban por las mañanas, mientras esperaban órdenes, le irritaba cada vez más. ¿Por qué unos hombres hechos y derechos tenían que esperar órdenes todos los días, después de haber recorrido cinco mil kilómetros?
Frecuentemente no les ordenaba nada; se limitaba a desayunar y a alejarse a caballo, dejándoles con expresión de estupor en sus rostros. Una hora después, al mirar hacia atrás, veía que le estaban siguiendo y esto también le irritaba. A veces pensaba que preferiría mirar hacia atrás y ver los llanos vacíos, sin hombres ni ganado.
Pero nada de esto ocurrió; y cuando hubo elegido su cuartel general, dijo a los hombres que llevaran el ganado al Este por un día y que le dejaran pastar. La marcha había terminado.
El rancho se alzaría entre el Milk y el Missouri. Registraría la tierra en primavera.
—¿Y qué hay con los que queramos volver a Texas? —preguntó Dish Boggett.
Call se sorprendió. Hasta entonces nadie había sugerido volver a Texas.
—Es muy tarde —respondió Call—. Lo prudente es esperar y marcharse en primavera.
—Yo no me contraté para el invierno en Montana —insistió Dish tozudo—. Si me da la paga me arriesgaré.
—Te necesitamos para la casa —dijo Call, que no quería perderle. Dish parecía estar dispuesto a cabalgar hacia el Sur en aquel momento—. Cuando esté construida se irá el que quiera.
Dish Boggett estaba furioso. Tampoco se había apuntado como carpintero. Su primer trabajo para Hat Creek había sido cavar un pozo, y por lo visto el último sería manejar un hacha. Ninguno de los dos trabajos eran apropiados para un vaquero y estuvo a punto de reclamar el dinero y mantener sus derechos de hombre libre. Pero la mirada del capitán le disuadió, y a la mañana siguiente, cuando llevaron el ganado al Este, junto al Milk, fue en cabeza por última vez. Después de que muriera Old Dog, el toro tejano se colocaba frecuentemente delante de la marcha. Era feísimo porque su herida había sido mal cosida, y el hecho de no tener más que un ojo y un cuerno le hacía aún más irascible. Solía volverse y atacar a todo el que se le acercaba por el lado ciego. Varios hombres habían escapado del desastre por los pelos, y solo porque el toro parecía gozar del favor del capitán, había evitado que le pegaran un tiro.
Dish decidió que tan pronto como terminara la construcción de la casa saldría como un cohete en dirección a Nebraska. La idea de que pudiera llegar un forastero y conquistar a Lorie antes que él regresara era un constante suplicio; pero esto le hacía uno de los miembros más activos del equipo cuando iniciaron la construcción de la casa. La mayoría de los demás componentes del equipo, especialmente Jasper y Needle, eran menos activos e irritaban a Dish con sus frecuentes descansos, dejándole solo para partir la madera. Se sentaban por allí, fumando, vigilando atentamente por si se acercaba algún oso pardo, mientras que Dish seguía trabajando y el eco de los hachazos llegaba hasta más allá del valle del río Milk.
Antes de que el trabajo hubiera adelantado una semana, ocurrió algo que cambió dramáticamente la actitud de los hombres. El acontecimiento fue una ventisca que arreció desde el Norte durante tres días. El equipo se salvó gracias a que Call se había ocupado de que se cortara leña en abundancia. Los hombres nunca habían conocido ni imaginado semejante frío. Formaron dos grandes hogueras y se arrebujaron entre las dos, echando continuamente leña y helándose por la parte más alejada del fuego. El primer día no hubo la menor visibilidad. Los hombres ni siquiera podían ir a los caballos sin correr el riesgo de perderse entre los remolinos de nieve.
—Es peor que una tempestad de arena —observó Needle.
—Sí, y mucho más fría —asintió Jasper—. Tengo los pies prácticamente dentro del fuego y mis malditos dedos siguen congelados.
Dish descubrió fastidiado que su propio aliento le helaba el bigote, algo que jamás hubiera podido imaginar. Los hombres llevaban puesta toda la ropa que tenían pero seguían teniendo un frío terrible. Cuando acabó la ventisca y reapareció el sol, el frío siguió persistiendo. En realidad hizo más frío y formó una costra tan dura en la nieve que los hombres resbalaban y se caían con solo recorrer los pocos pasos que les separaban de la carreta.
Solo Po Campo parecía medrar en aquel tiempo. Todavía confiaba implícitamente en su sarape, más una vieja bufanda que había encontrado en alguna parte, e incordiaba a los hombres retándoles a que fueran a matar un oso. Su teoría era que la carne del oso les ayudaría a acostumbrarse al frío. O por lo menos su piel siempre resultaría útil.
—Sí, claro, y los malditos osos también pensarán probablemente que la carne de un hombrecito les resultaría muy útil —observó Soupy.
Pea Eye, el más alto del grupo, había descubierto un nuevo terror: que le tragara un ventisquero. Siempre le habían obsesionado las arenas movedizas y ahora se encontraba en un lugar donde lo único que podía ver, en kilómetros a la redonda, era una versión en frío de las arenas movedizas.
—Si te quedaras cubierto por la nieve supongo que te helarías —repetía machacón hasta que los hombres se hartaron de oírle. La mayoría de ellos estaban hartos de oírse decir cualquier cosa; las quejas características de cada uno habían conseguido aburrirles del todo.
Newt descubrió que no le interesaba hablar ni escuchar, pero sí estar caliente, y pasaba tanto tiempo como decentemente podía junto al fuego. Las únicas partes de su cuerpo de las que aún tenía consciencia eran las manos, los pies y las orejas, todas las cuales estaban terriblemente frías. Cuando cedió la ventisca y cabalgaron para comprobar el estado del ganado, se ató una vieja camisa de franela sobre las orejas, que siguieron congeladas.
El ganado había soportado bastante bien la tormenta aunque alguna res se había alejado hacia el Sur y hubo que empujarla hacia el Milk.
Pese a ello, en los diez días siguientes a la ventisca habían construido una gran casa de madera, con su hogar y chimenea, ambas cosas obra de Po Campo. Aprovechó los pocos días de deshielo para hacer cierta cantidad de ladrillos de barro, que se endurecieron en la siguiente helada. El tejado apenas llevaba un día terminado cuando atacó la siguiente ventisca. Pero esta vez los hombres estaban relativamente calientes.
Ante su asombro, el capitán Call se negó a vivir en la casa. Montó la vieja tienda de Wilbarger en un lugar resguardado de la hondonada y pasó las noches en ella, levantando a veces una hoguera delante.
Cada mañana los hombres esperaban salir y encontrárselo congelado; pero en cambio él llegaba todas las mañanas y los encontraba acostados, reacios a abandonar sus mantas por miedo al frío.
Pero aún había corrales que construir y un ahumadero, y faltaba hacer mejoras en la casa. Call se ocupó de que los hombres trabajaran mientras él se dedicaba a controlar el ganado, llevándose a veces a Newt en sus rondas. Mató varios búfalos y enseñó a Newt cómo descuartizarlos.
El viejo Hugh Auld iba y venía a su aire sobre su caballo pinto. Aunque hablaba incesantemente mientras estaba con los hombres, experimentaba a veces lo que él llamaba sensación de soledad y desaparecía a veces durante diez días. Una vez, durante un prolongado período de tiempo tibio, apareció excitado al galope e informó al capitán que había una manada de caballos salvajes pastando a solo treinta kilómetros al Sur.
Dado que la remuda de Hat Creek no estaba en buena forma, Call decidió ir a echar un vistazo a los caballos. Tuvieron una suerte increíble y los pudieron coger atrapados en un cañón, a unos veinticuatro kilómetros de su cuartel general. Los caballos eran pequeños, pero estaban bien alimentados por los pastos de verano. Bert Borum, el mejor del equipo con el lazo, enlazó dieciocho caballos que fueron llevados amarrados, a la remuda.
Fiel a su palabra, Dish Boggett cobró su paga y se marchó al día siguiente de traer a los caballos salvajes. Call había supuesto que las ventiscas harían ver al joven la locura del viaje, y le molestó cuando Dish le reclamó el dinero.
—No es tiempo de viajar por un país que no conoces —le dijo.
—He ido a la cabeza de este rebaño hasta aquí —repitió Dish obcecado—. Me figuro que sabré encontrar el camino de vuelta. Además, tengo un abrigo.
Call tenía poco dinero en efectivo, pero había conseguido un crédito en el pequeño Banco de Miles City y extendió un cheque a Dish por su paga, sirviéndose del fondo de una sartén para apoyar el papel. Acababan de desayunar y parte de los hombres le observaban. Había habido una pequeña nevada la noche anterior y los llanos estaban blancos hasta donde alcanzaba la vista.
—Podríamos celebrar el funeral ahora mismo —comentó Soupy—. No llegará ni al Yellowstone, y menos aún a Nebraska.
—Es por esa puta —observó Jasper—. Tiene prisa por llegar antes de que alguien más se le adelante.
Dish se volvió rojo de ira hacia Jasper.
—¡No es una puta! Trágate eso o te arrancaré la lengua.
Jasper se quedó estupefacto ante la amenaza. Tenía los pies helados y sabía que no quedaría demasiado bien si peleaba con Dish. También tenía las manos frías. Siempre solía tenerlas así, y la idea de tener que golpear con ellas a alguien de cabeza dura, no le resultaba demasiado atractiva.
—Bueno, quise decir que lo era en su juventud. No sé qué hace ahora para ganarse la vida.
Dish se alejó consumido por una furia silenciosa. Se había sentido herido por los comentarios que sobre Lorie habían hecho muchos hombres a lo largo del viaje y no veía ninguna razón para despedirse efusivamente. Po Campo le cargó con tantas provisiones que casi no pudo montar. Dish las consideró innecesarias y le recordó a Po:
—Tengo un rifle y hay mucha caza.
—No querrás cazar en las ventiscas —dijo Po Campo.
Antes de que Dish se fuera, Call le dijo que se llevara un caballo de repuesto. Dish había montado casi siempre a Sugar en la larga marcha hacia el Norte y se proponía seguir con él para el regreso, pero Call insistió que se llevara a uno de los caballitos para mayor seguridad.
—Cualquier caballo puede cojear —observó.
Todos los hombres estaban allí, turbados por la marcha de Dish. Las despedidas y las muertes se parecían mucho. Newt estaba a punto de echarse a llorar.
También Dish en el último momento sintió un gran dolor en su interior ante la idea de dejar al grupo. Aunque muchos de los hombres eran toscos e incompetentes, seguían siendo sus compañeros. Le gustaba el joven Newt y disfrutaba molestando a Jasper. Incluso sentía un oculto afecto por Lippy, que se había autonombrado ayudante de cocinero y raras veces se apartaba de la gran chimenea.
Pero Dish había ido demasiado lejos. No tenía el menor miedo a los peligros. Tenía que ver a Lorena, y nada más. Montó a caballo, y cogió la cuerda del caballito.
Pea Eye, que había ido cerca de los corrales para tratar de aflojar sus tripas —el principal efecto de Montana era que le había producido estreñimiento— se perdió los preparativos de la marcha. Se había quedado tristón desde que se enteró de lo de Gus, y el ver a Dish listo para partir, le dejó muy afectado.
—¡Maldita sea! —exclamó. Se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo decir más. Algunos hombres se turbaron al verle temiendo comportarse del mismo modo. Dish les estrechó rápidamente la mano.
—Adiós, muchachos. Si alguna vez volvéis a casa buscadme por el sur del Brazos. —Clavó las espuelas a Sugar y pronto no fue más que una mancha negra en la nieve.
A Call le pareció oportuno darle las cartas que Gus había escrito a las mujeres pero luego lo pensó mejor. Si Dish se perdía, y probablemente eso es lo que ocurriría, también se perderían las cartas, que representaban las últimas palabras de Gus. Sería mejor guardarlas y entregárselas personalmente, aunque la idea no le hacía ninguna gracia.
Sentado en su tienda, aquella noche reflexionó sobre el cambio en su modo de ser. Dejó que el joven pasara por alto su advertencia y que se fuera. Pudo haberle ordenado que se quedara y que se esforzara algo más como él había hecho a veces cuando los hombres se desmandaban. Dish parecía decidido, pero no lo bastante como para saltarse una orden en firme. Como capitán había dado esas órdenes muchas veces y nadie había dejado de obedecerlas nunca.
Pero en esta ocasión le faltó interés. Cuando llegó el momento de mostrar firmeza, no lo hizo. Admiraba a Dish Boggett, que había llevado bien la cabecera a lo largo de cinco mil kilómetros; también había demostrado ser el mejor hombre para parar una estampida. Pero Call le había dejado que se fuera, y realmente no le importaba. Sabía que ni siquiera le importaría que se fueran todos, excepto Pea y el muchacho. Carecía del empuje para conducir a los hombres ni un paso más.
Como seguía haciendo buen tiempo, al día siguiente decidió ir a Fort Benton personalmente. El mayor Court le había indicado que el Ejército necesitaría carne con frecuencia si el invierno se endurecía, y las tribus eran pobres. Después de todo había venido a Montana con la esperanza de vender ganado. Cuando llegara a Texas la noticia de que él había realizado la marcha, no tardarían en seguirle otros, probablemente el próximo otoño, y era necesario establecer buenas relaciones con el Ejército, el único comprador del territorio que quería ternera.
Durante la ausencia del capitán, Newt se descubrió aptitudes para domar caballos. A Ben Rainey, un jinete excelente, se le había asignado la tarea de domar mustangs, pero el primer día de trabajo, un caballo fuerte y negro le lanzó contra un árbol y le rompió el brazo. Po Campo le arregló el hueso, pero Ben dijo que ya estaba harto de dejarse sacudir por los broncos. Se disponía a solicitar otra ocupación cuando llegara el capitán. Newt había estado trabajando en el bosque, arrastrando madera muerta de la hondonada y ayudando a Pea Eye y a Pete Spettle a partirla. Confió a Ben Rainey que iba a probar con el caballo negro y cabalgó hasta conseguir detenerlo ante la sorpresa de todos, incluso la suya.
Naturalmente, no ignoraba que montar un caballo mientras este intentaba sacárselo de encima era solo una pequeña parte de la educación del caballo. Había que suavizarles para poderlos ensillar sin necesidad de amarrarlos. Tenían que acostumbrarse a las riendas y, si era posible, hacer que se interesaran por el ganado.
Cuando una semana después regresó el capitán con un encargo de trescientas cabezas para entregar en Fort Benton por Navidad, Newt se encontraba en el pequeño corral que habían cercado, trabajando con un bayo testarudo. Miró nerviosamente al capitán, pensando que le iba a reñir por haber cambiado de tarea, pero Call se limitó a seguir observando, sentado sobre la Mala Bestia. Newt hizo un esfuerzo por olvidar que el capitán estaba allí. No quería ponerse nervioso y turbar al bayo. Había descubierto que si hablaba mucho a los caballos les tranquilizaba con lo que les decía, esto tenía un efecto muy positivo sobre el caballo. Por eso iba murmurando palabras al bayo mientras el capitán observaba. Finalmente Call desmontó y desensilló. Le había gustado ver la forma tranquila con que trabajaba el muchacho. Nunca había sido hablador mientras había trabajo que hacer. Esa era su enorme diferencia con Gus, que no podía hacer nada sin hablar. Le gustó que el muchacho se le pareciera. Cuando llevaron las reses a Fort Benton, se llevó a Newt y a otros dos hombres con él.
Aquel invierno se hicieron varios viajes como aquel, no solo a Fort Benton sino también a Fort Bufort. Una vez, cuando llegaron a Fort Benton, el Ejército acababa de conducir una manada de caballos medio salvajes desde el Sur. Cuando traían las terneras, el fuerte solía estar lleno de indios y había mucho regateo sobre cómo iban a repartirse las reses entre el mayor y un viejo jefe blackfoot al que los soldados llamaban Saw (sierra) por lo cortante de sus facciones. En aquella ocasión también había muchos indios blood, y Call se enfureció; sabía que estaba viendo algunos de los que habían dado muerte a Gus. Cuando los guerreros se marcharon estuvo tentado de seguirles y de vengar a su amigo, aunque ignoraba quiénes lo habían hecho. Se contuvo, pero le incomodó dejar un ataque sin respuesta.
El mayor descubrió que Newt era bueno domando caballos y pidió a Call si no le importaría dejar al chico unas semanas en el fuerte para terminar de domar la nueva manada. Call no quería, pero el mayor había hecho un trato justo con él y no le parecía correcto rechazar su petición, teniendo en cuenta sobre todo que no había gran cosa que hacer en el rancho. Pasaban el tiempo introduciendo mejoras en la casa, empezaron a construir un granero y revisaban el ganado después de las frecuentes tormentas. La mayor parte de los hombres pasaban su tiempo libre cazando y ya tenían más carne de búfalo y de reno de la que podían comer en el invierno.
Así que Call aceptó y Newt se quedó un mes en el fuerte, domando caballos. El tiempo mejoró. Hacía frío pero los días solían ser buenos y soleados. El único susto que tuvo Newt fue cuando sacó a un alazán capado fuera del fuerte. Era la primera salida del caballo, que se desbocó y llegó hasta el helado Missouri. El animal resbaló en el hielo y aunque abrió un boquete, afortunadamente estaban en agua poco profunda y Newt pudo salir y sacar también al caballo. Unos soldados que venían con una carga de leña le ayudaron a secarse. Newt comprendió que la historia habría sido distinta si el caballo hubiera llegado al centro del río antes de que se le abriera el hielo.
Después de aquello, cuando sacaba novatos a pasear los apartaba del río en cuanto salían del fuerte.