11
Augustus no tardó en encontrar la manada de caballos en un valle al sur del viejo campamento fronterizo. Un par de caballos relincharon al ver a los jinetes, pero no parecieron especialmente inquietos.
—Probablemente todos son caballos tejanos —comentó Augustus—. Probablemente están hartos de México.
—Yo ya estoy harto y acabo de llegar —dijo Jake encendiendo un cigarrillo—. Nunca me gustó el trato con los comedores de chiles.
—Pues deberías quedarte y establecer tu hogar aquí —dijo Augustus—. El sheriff no puede seguirte hasta aquí; piensa además en las mujeres.
—Ya tengo una. La de Lonesome Dove me servirá para un tiempo.
—Te servirá bien —replicó Augustus—. La muchacha tiene más coraje que tú.
—¿Y tú cómo puedes saberlo, Gus? Supongo que un hombre de tu edad no habrá estado con ella.
—Cuanto más viejo más pellejo. Tú nunca has sabido gran cosa de mujeres.
Jake no contestó. Se le había olvidado lo mucho que a Augustus le gustaba discutir.
—Supongo que piensas que todas las mujeres quieren casarse contigo, que les construyas una casa y criar cinco o seis mocosos. Pero en mi opinión pocas mujeres son imbéciles y solo una imbécil te elegiría a ti para ese trabajo, Jake. Quedas muy bien para un baile en un granero o para una polka o quizás un picnic, pero levantar casas y criar niños no es tu estilo.
Jake guardó silencio. Sabía que el silencio era la mejor defensa cuando Augustus se enrollaba. Podía tardar cierto tiempo en terminar el argumento si se le dejaba solo, pero cualquier respuesta solo servía para darle ánimos.
—Aquí no hay cien caballos —dijo al cabo de un rato—. A lo mejor nos hemos equivocado de manada.
—No, está bien —dijo Augustus—. Pedro ha aprendido a no dejar toda su remuda en un mismo lugar. Aquí hay casi cuarenta caballos. No satisfará a Woodrow, claro, pero prácticamente nada le satisface.
Apenas había acabado de hablar cuando se oyeron tres caballos que venían del Norte.
—Si no son ellos, es que nos atacan —observó Jake.
—Son ellos. Un explorador como tú, que ha viajado hasta Montana, debería reconocer a su gente.
—Gus, eres capaz de exasperar a un predicador. Yo no sé qué ruido hacen tus malditos caballos.
Ese era uno de sus viejos trucos, hacerle sentir incompetente, como si un hombre fuera incompetente porque no supiera ver en la oscuridad o identificar a un caballo local por su trote.
—Ah, cómo te cabreas, Jake —dijo Augustus cuando llegaba Call.
—¿Es esto todo lo que hay, o habéis asustado a los demás? —preguntó.
—¿Acaso te parecen nerviosos? —replicó Augustus.
—¡Maldita sea! —exclamó Call—. La última vez que vinimos había dos o trescientos caballos.
—A lo mejor Pedro se ha arruinado. Los mejicanos también se arruinan como en Texas. ¿Qué habéis hecho con los vaqueros?
—No encontramos ninguno. Solamente hemos encontrado a dos irlandeses.
—¿Irlandeses? —repitió Augustus.
—Se habían perdido —explicó Deets.
—Bueno, no puedo creer que estuvieran perdidos —comentó Jake.
—Iban camino de Galveston —añadió Newt, pensando que esto ayudaría a aclarar la situación.
Augustus se echó a reír.
—Me figuro que no es difícil perder Galveston si vienes de Irlanda. De todos modos hace falta habilidad para perderse por los Estados Unidos y terminar en el rancho de Pedro Flores. Me gustaría conocer a hombres capaces de semejante cosa.
—Tendrás oportunidad —concedió Call—. No tienen montura a menos que consideres como tal un mulo y un burro. Me figuro que es mejor que les ayudemos a salir del apuro.
—Me sorprende que además no vayan desnudos. Han tenido suerte de que un bandido no les haya dejado sin ropas.
—¿Has contado los caballos o habéis estado aquí charlando? —preguntó Call bruscamente. La noche se estaba volviendo más complicada y menos provechosa de lo que había esperado.
—Le dije a Dish Boggett que se ocupara de hacerlo —respondió Augustus—. Hay unos cuarenta.
—No bastan. Coge dos y vuelve a buscar a los irlandeses.
Cogió la cuerda que llevaba en el arzón y se la dio al muchacho:
—Vete a buscar dos. Será mejor que hagas cabezadas.
Newt se sorprendió tanto por el encargo que casi dejó caer la cuerda. Nunca había enlazado un caballo a oscuras, pero tendría que intentarlo. Salió al trote hacia la manada, pensando que saldrían de estampida al verle. Pero tuvo suerte. Seis u ocho caballos trotaron hacia él para olfatear su montura y cogió a uno con facilidad. Cuando preparaba el segundo lazo y trataba de llevar al primer caballo junto a Pea, Dish Boggett se acercó trotando sin que se le llamara y enlazó a otro.
—¿Qué vamos a hacer con ellos, marcarlos? —preguntó Dish.
Newt estaba irritado, porque le hubiera gustado hacer el trabajo solo, pero como se trataba de Dish, no dijo nada.
—Prestárselos a unos hombres que hemos encontrado —explicó—. Irlandeses.
—Me molesta prestar mi cuerda a unos irlandeses. A lo mejor me quedo sin una buena cuerda.
Newt lo solucionó poniendo su propia cuerda al segundo caballo, y los condujo hasta donde estaba el capitán. El señor Gus se echó a reír, y Newt se quedó preocupado por si había hecho algo incorrectamente, aunque no podía imaginar qué.
Luego vio que estaban mirando la marca de los caballos… HIC en la cadera izquierda.
—Esto demuestra que incluso los pecadores pueden llevar a cabo una obra cristiana. Aquí estamos, dispuestos a robar a un hombre, y ahora estamos en situación de devolver una propiedad valiosa a un hombre que ha sido robado. Es una curiosa justicia, ¿no te parece?
—Es una noche perdida, esto es lo que es —dijo Call.
—Yo en tu lugar le haría pagar una recompensa por los caballos —sugirió Jake—. Jamás hubiera vuelto a verlos de no haber sido por nosotros.
Call guardó silencio. Por supuesto, no iban a cobrar a un hombre sus propios caballos.
—No te preocupes, Call —observó Augustus—. Nos resarciremos con los irlandeses. A lo mejor tienen tíos ricos…, directores de Bancos, magnates del ferrocarril, o algo por el estilo. Estarán tan contentos de ver a esos muchachos con vida que probablemente nos harán socios suyos.
Call pasó por alto sus palabras, tratando de pensar en algo que les salvara el viaje. Aunque siempre había sido un buen planificador, la vida en la frontera le había convencido de la fragilidad de los planes. Lo cierto es que los planes fracasaban, por una razón u otra. Había sobrevivido como ranger porque era rápido en reaccionar ante lo que se encontraba, no porque sus planes fueran infalibles.
En el caso presente había encontrado dos viajeros sin recursos y una manada de caballos robados. Pero aún faltaban cuatro horas para la salida del sol y no estaba dispuesto a abandonar su propósito inicial de regresar con cien caballos mejicanos. Todavía era posible, si actuaba con decisión.
—Está bien —decidió, eligiendo mentalmente quién debía ser asignado para cierta tarea—. Estos son, sobre todo, caballos de Wilbarger. La razón de que sean tan mansos es porque se les ha agotado, y además, porque están acostumbrados a los tejanos.
—Enlazaría uno y me lo llevaría a casa si conociera el paso de andadura —dijo Jake—. Estoy molido después de saltar sobre este viejo trotón que me habéis endosado.
—Jake está acostumbrado a las almohadas de pluma y a las putas de Arkansas —comentó Augustus—. Es una lástima que tenga que asociarse con unos viejos rudos como nosotros.
—Podéis seguir comadreando mañana —les espetó Call—. Los caballos de Pedro deben de estar por alguna parte. Me gustaría echar un vistazo antes de marchar. Esto significa que debemos hacer tres grupos.
—A mí déjame el grupo que vuelva antes a casa —reclamó Jake, que nunca se avergonzaba de quejarse—. Tengo el trasero más que harto de México.
—Muy bien. Tú, Deets y Dish, llevaos estos caballos a casa.
Le habría gustado tener a Deets con él, pero Deets era el único del que estaba seguro que llevaría los caballos de Wilbarger directamente a Lonesome Dove. Aunque se decía que Dish Boggett era un gran elemento, estaba por demostrar, y Jake probablemente se perdería.
—Gus, a ti te quedan los irlandeses. Si saben cabalgar, deberías alcanzar esos caballos cerca de esta orilla del río. Pero no te entretengas jugando al póquer con ellos.
Gus consideró el ofrecimiento:
—Así que esta es tu estrategia, ¿eh? Tú, Newt y Pea a divertiros, y para los demás el trabajo pesado…
—Solo trataba de que te resultara más fácil, Gus. Después de todo eres el más viejo y el más decrépito.
—Entonces nos veremos a la hora del desayuno —respondió Augustus cogiendo las cuerdas de los caballos de manos de Newt—. Solo deseo que los irlandeses no esperen una calesa.
Y dicho esto se alejó al galope. Los demás trotaron hasta donde estaban sentados Pea y Dish, esperando.
—Pea, ven conmigo. Y tú también —dijo mirando al muchacho. Aunque exponía a Newt a un nuevo peligro, decidió que quería al muchacho con él. Por lo menos no adquiriría malas costumbres, como habría ocurrido de haberle enviado con Gus.
—Lo que tenéis que hacer vosotros tres es llevar estos caballos al pueblo cuando amanezca. —Y añadió—: Y si no hemos vuelto, entregadle a Wilbarger los suyos.
—¿Qué te propones hacer? —preguntó Jake—. ¿Quedarte aquí y casarte?
—Todavía no he hecho planes. No te preocupes por nosotros. Pon los caballos en marcha.
Al decir esto miró a Deets. Oficialmente, no podía poner a Deets de jefe de dos blancos, pero quería que supiera que le encargaba la responsabilidad de que llegaran los caballos. Deets no dijo nada, pero cuando se alejó al trote para poner en marcha a los caballos, tomó la cabecera como si fuera su puesto natural. Dish Boggett se situó a un lado, dejando a Jake que cerrara la retaguardia.
Jake parecía totalmente desinteresado por la operación, pero este era su modo de ser.
—¡Menudo amigo, Call! —protestó—. No llevo ni una semana en casa y ya me tienes robando caballos.
Pero galopó tras la manada y no tardó en perderse de vista. Pea Eye bostezó, contemplando cómo se alejaba.
—¡Hay que ver! —comentó— Jake sigue siendo el mismo de siempre.
Una hora más tarde encontraron la manada principal en un estrecho valle, varios kilómetros al Norte. Call calculó que habría más de un centenar. La situación tenía sus dificultades, la principal de ellas era que los caballos estaban a más de un kilómetro del cuartel general de Flores y además del lado malo. Iba a ser necesario llevarlos rodeando la hacienda o dirigirlos hacia el Norte en dirección al río, pero era un camino mucho más largo. Si Pedro Flores y sus hombres decidían perseguirles, tendrían una buena oportunidad de alcanzarlos a cielo abierto, a plena luz del día y a varios kilómetros de toda ayuda. Él, Pea y el muchacho tendrían que enfrentarse a un pequeño ejército de vaqueros.
Pero no quería dejar aquellos caballos ahora que los había encontrado. Estaba tentado de trasladarlos rodeando la hacienda confiando en que todos se hubieran acostado borrachos.
—Bueno, aquí estamos —dijo—. Vamos a llevárnoslos.
—Son muchos —dijo Pea—. No tendremos que volver en mucho tiempo.
—No volveremos nunca más. Venderemos algunos y nos llevaremos los demás a Montana.
Por fin empezaba la vida, pensó Newt. Aquí estaba, más abajo de la frontera, a punto de llevarse una gran manada de caballos, y dentro de pocos días o de pocas semanas emprenderían el camino con el ganado hacia un lugar del que apenas había oído hablar. La mayor parte de los mozos que iban hacia el Norte desde Lonesome Dove se dirigían a Kansas y lo encontraba lejos, pero Montana debía estar dos veces más lejos. No podía imaginarse cómo sería aquel lugar. Jake había dicho que era un país de búfalos y montañas, dos cosas que nunca había visto, y nieve, más difícil aún de imaginar. Había visto lomas y colinas, y tenía por tanto una noción sobre montañas, y había visto dibujos de búfalos en los periódicos que los cocheros de la diligencia dejaban a veces al señor Gus.
Pero la nieve era algo totalmente misterioso. Una o dos veces en su vida habían caído heladas en Lonesome Dove. Había visto una fina capa de hielo en el cubo del agua que se quedaba en el porche. Pero el hielo no era nieve, que al parecer se amontonaba en el suelo hasta tal altura que la gente tenía que vadearla. Había visto dibujos de gentes deslizándose por encima de ella, pero aún no podía imaginar lo que se sentiría estando en la nieve.
—Vamos a ir a casa —dijo Call de pronto—. Si se despiertan que se despierten. Tú colócate a la izquierda —ordenó al muchacho—. Pea irá a la derecha y yo detrás. Si hay problemas, me acercaré desde atrás, y me enteraré primero. Si vienen tras de nosotros en son de guerra les podemos soltar treinta o cuarenta caballos, a ver si se dan por satisfechos.
Rodearon la manada y tranquilamente empezaron a trasladarla al Noroeste, agitando una cuerda de vez en cuando para poner en marcha a los caballos pero hablando lo menos posible. Newt no podía dejar de sentirse un poco raro con todo aquello, porque en cierto modo había imaginado que habían venido a México a comprar caballos, no a robarlos. Era desconcertante que un río tan pequeño y sucio como el Río Grande representara tal diferencia entre lo que era lícito y lo que no lo era. En Texas, robar caballos era un crimen por el que a uno podían ahorcarle, y muchos de los ahorcados eran vaqueros mejicanos que cruzaban el río para hacer lo que ellos estaban haciendo. El capitán era conocido por su severidad en lo referente a los ladrones de caballos, y no obstante aquí estaban, llevándose una manada entera. Naturalmente, si se cruzaba el río para hacerlo dejaba de ser un crimen y se convertía en un juego.
Newt no creía realmente que lo que estaba haciendo estuviese mal. De haber sido así, el capitán no lo haría. Pero de pronto pensó que según la ley mejicana lo que hacían podía merecer la horca. Daba un nuevo cariz al juego. Cuando imaginaba lo que sería ir a México, siempre había supuesto que el peligro principal serían las balas, pero ya no estaba tan seguro. Durante el viaje de ida no se había preocupado, porque todo un equipo le rodeaba.
Pero una vez emprendieron la vuelta, en lugar de estar rodeado por todo un equipo, no tenía a nadie. Pea estaba lejos, al otro lado del valle, y el capitán casi un kilómetro detrás. Si aparecía un grupo de vaqueros hostiles, ni siquiera sabría encontrar a los otros dos hombres. Incluso si no le capturaban inmediatamente, podía perderse fácilmente. Lonesome Dove sería difícil de localizar, sobre todo si le perseguían.
En el caso de que le capturaran, sabía que no podría esperar clemencia. La única cosa a su favor era que no se veían árboles alrededor donde colgarle. El señor Gus había contado una historia sobre un ladrón de caballos que tuvo que ser colgado de la viga de un granero porque no había árboles, pero por lo que Newt había oído decir, en México tampoco había graneros. Lo único que sabía con certeza era que estaba asustado. Cabalgó durante unos kilómetros lleno de inquietud. No le abandonaba una idea nueva, la de que podía ser colgado. En un momento determinado fue tan fuerte que se apretó el cuello con la mano para tener una vaga noción de cómo se sentía sin poder respirar. No parecía una sensación demasiado mala si se apretaba solo con la mano, pero sabía que una cuerda sería muchísimo peor.
Pero los kilómetros iban pasando y los vaqueros no aparecían. Los caballos avanzaban a la luz de la luna en una larga fila, trotando con tranquilidad. Habían dejado ya la hacienda muy atrás y la noche parecía tan llena de paz que Newt empezó a relajarse un poco. Después de todo, el capitán, y Pea y los otros habían hecho lo mismo infinidad de veces. Era solo un trabajo nocturno que pronto terminaría.
Newt no estaba cansado y a medida que fue perdiendo el miedo empezó a imaginarse lo agradable que resultaría entrar en Lonesome Dove con tan gran manada de caballos. Todos los que les vieran llegar se darían cuenta de que ya era un hombre. Incluso Lorena podría verle si se asomaba a la ventana en el momento oportuno. Él, el capitán y Pea, estaban haciendo algo excepcional. Deets estaría orgulloso de él e incluso Bolívar se enteraría.
Todo fue sucediendo tranquilamente bajo la luna nueva que brillaba vivamente al Oeste. A Newt le pareció que aquella era una de las noches más largas del año. Siguió mirando hacia el Este esperando ver un poco de arrebol en el horizonte, pero el horizonte seguía negro.
Iba pensando en la mañana y en lo agradable que sería haber cruzado el río y conducir a los caballos a través del pueblo, cuando la placidez de la noche estalló de pronto como un bombazo. Sucedió cuando se encontraban en la larga llanura de chaparral, no lejos del río por el Sur, y cuando estaban acompañando a los caballos alrededor de una densa espesura de chaparral, cactos y mezquite bajo. Newt se había separado un poco para dejar espacio suficiente a los caballos para sortear la maleza, cuando oyó disparos a su espalda. Antes de que tuviera tiempo de mirar a su alrededor, o de tocar su pistola, la manada se desbocó y empezó a dispersarse. Vio lo que le pareció la mitad de la manada cargando contra él desde atrás; alguno de los caballos más cercanos a él viraron y se lanzaron al chaparral. Entonces oyó el disparo del arma de Pea del otro lado de la maleza y a partir de aquel momento perdió toda capacidad de entender lo que ocurría. Cuando empezó la desbandada, la mayor parte de la manada estaba detrás de él y los caballos que tenía delante iban por lo menos en su misma dirección. Pero a los pocos segundos, cuando toda la masa de animales corría despavorida sobre el incierto terreno, descubrió de pronto un alud de animales que venían directamente hacia él por la derecha. El nuevo grupo había cortado sencillamente por la espesura de chaparral desde el Norte, chocando con la primera manada. Antes de que a Newt le diera tiempo de pensar en lo que estaba ocurriendo, se vio inmerso en una masa de animales algunos de los cuales cayeron al chocar las dos manadas. Y entonces, por encima del confuso relinchar de lo que parecían cientos de caballos, empezó a oír gritos y maldiciones… maldiciones mejicanas. Vio sobresaltado a un jinete inmerso en la masa, como él, y el jinete no era ni el capitán ni Pea Eye. Se dio cuenta de que dos manadas habían tropezado, la suya dirigida hacia Texas y la otra procedente de Texas, ambas tratando de sortear el mismo soto, aunque desde direcciones opuestas.
El descubrimiento no le sirvió para nada, porque los caballos que venían por detrás le habían alcanzado y luchaban todos en busca de espacio para correr. Por un segundo pensó que debía tratar de abrirse paso hacia fuera, pero entonces vio no uno sino dos jinetes luchando por dar vuelta a la manada. No conseguían nada, pero tampoco eran de los suyos y pensó que encontrarse en medio de la manada le ofrecía cierta seguridad, de momento por lo menos.
Pronto estuvo claro que su manada era mayor que la otra y que obligaba a la nueva a seguirles. Todos los caballos corrían en dirección Nordeste, con Newt en medio de ellos. En una ocasión, un despavorido caballo capado casi derribó a Mouse, pero entonces Newt oyó disparos a su izquierda y se agachó creyendo que le disparaban. En el momento de agacharse, Mouse saltó por encima de un enorme grupo de chaparral. Con la vista dirigida hacia los tiros, Newt no estaba preparado para el salto y perdió un estribo y una rienda, pero pudo agarrarse al pomo de la silla y se mantuvo sentado. A partir de aquel momento se concentró en cabalgar, aunque de vez en cuando seguía oyendo tiros. Se mantuvo agachado, una precaución innecesaria porque la manada levantaba tanto polvo que no hubiera podido ver a diez pasos por delante de él, aunque hubiera sido de día. Estaba agradecido al polvo. Le ahogaba pero también le protegía de ser tiroteado, algo realmente fundamental.
Después de unos kilómetros, los caballos ya no estaban tan apretujados. Newt pensó que debería salirse de la manada y dejarse llevar como una vaca al río, pero no tenía idea de lo que podría significar el cambio. ¿Debería disparar a los vaqueros si seguían por allí? Casi le daba miedo sacar la pistola de su funda por temor a que Mouse saltara otra mata y le derribara.
Mientras iba corriendo con ellos, esforzándose por no caerse y confiando en que los caballos no fueran a saltar de pronto una cortadura o no se amontonaran en una barrancada, oyó un ruido profundamente tranquilizador: el ruido del rifle del capitán, el enorme «Henry». Newt le oyó disparar dos veces. Tenía que ser el capitán porque era el único hombre de la frontera que llevara un «Henry». Todos los demás se habían pasado a los más ligeros «Winchester».
Los disparos significaban que el capitán estaba bien. Venían de la vanguardia, lo que era extraño porque el capitán estaba detrás, pero, claro, también los vaqueros habían ido delante. De alguna manera, el capitán había conseguido pasar delante y enfrentarse con ellos.
Newt miró por encima del hombro y vio el Este enrojecido. No era sino una línea roja, como si alguien la hubiera trazado con un lápiz de color por encima de la gruesa línea negra de la tierra, pero significaba que la noche tocaba a su fin. No sabía dónde se encontraba, pero seguían teniendo muchos caballos. Pese al rojo del Este, la tierra parecía más oscura de lo que había estado durante la noche; no veía nada y se limitaba a mantenerse en su sitio, confiando que fueran en la buena dirección. Le parecía curioso estar vivo y sin daño después de aquella espantada, y Newt siguió mirando hacia el Este, deseando que la luz se apresurara para poder ver lo que tenía en derredor y saber si podía relajarse. Por lo que él podía decir, a cien metros detrás de él podría haber mejicanos con «Winchester».
Deseaba que el capitán volviera a disparar; nunca se había encontrado en una situación en la que se sintiera tan inseguro. Por más que forzara la vista no veía otra cosa que tierra oscura y polvo blanco. Por supuesto que el sol pronto solucionaría el problema, pero ¿qué vería cuando pudiera ver algo? El capitán y Pea podían encontrarse a diez millas de distancia, y él quizás estuviera yendo hacia México con los vaqueros de Pedro Flores.
Al salvar un pequeño desnivel vio que algo le dio ánimos: una estrecha cinta de plata al Noroeste; solo podía ser el río. La luna, descolorida, estaba encima de él. Al otro lado se veía Texas, no menos oscura que México, pero allí estaba. El enorme alivio que sintió al verlo disipó casi todo su miedo. Incluso reconoció la curva del río, el viejo cruce comanche a solo una milla de Lonesome Dove. Quienquiera que fuera, le había traído a casa.
Al ver aquel lugar seguro, familiar, le entraron ganas de llorar. Le parecía que la noche había durado muchos días, días en los que siempre estuvo preocupado por si hacía algo mal, por si cometía un error que supusiera no volver nunca más a Lonesome Dove, o volver cubierto de ignominia. Ahora todo había terminado y casi estaba de vuelta; el alivio corría por él como agua tibia, que en parte le caía de los ojos. Le alegraba que todavía fuera de noche… ¡Qué pensarían los hombres si le veían! Tenía tanto polvo en la cara que cuando rápidamente se secó las lágrimas de alivio, sus dedos borraron manchas húmedas de suciedad.
Unos minutos más tarde, cuando la manada estaba casi junto al río, la oscuridad empezó a volverse gris. El rojo del horizonte oriental ya no era una línea sino que se extendía hacia arriba como un abanico abierto. Newt pudo ver enseguida los caballos a través de la escasa luz gris… Muchos caballos. Entonces, cuando pensaba que ya había podido controlar su desconcierto interior, la oscuridad soltó de nuevo su presa y la primera luz del sol bañó la llanura filtrándose por la nube de polvo para tocar la piel de los cansados caballos, que avanzaban ahora a un trote ligero. Delante, en el ribazo, esperaba el capitán Call con el gran «Henry» en su brazo doblado. La Mala Bestia estaba cubierta de sudor, pero su cabeza permanecía erguida y la movía inquieta al ver acercarse la manada; incluso apuntó un momento sus ágiles orejas hacia Mouse. Ni el capitán ni la yegua torda parecían afectados lo más mínimo por la larga noche y la dura cabalgada, pero a Newt le conmovió verles plantados allí y tuvo que volver a secarse otra lágrima, manchándose algo más las polvorientas mejillas.
Río abajo pudo ver a Pea sentado en su flaco caballo bayo que llamaba Sardine. De los vaqueros enemigos que encontraron no había ni rastro. Eran tantas las incógnitas que Newt quería aclarar sobre lo que habían hecho y dónde había estado, que no sabía por dónde empezar; pero cuando llegó junto al capitán, manteniendo a Mouse a prudencial distancia de la Mala Bestia para que no intentara morderle, no le hizo ninguna pregunta. Hubiera hecho un chorro de preguntas si se hubiera tratado del señor Gus, Deets o de Pea, pero como se trataba del capitán, las preguntas se quedaron dentro. Lo único que dijo después de la noche más excitante de su vida, fue simplemente buenos días.
—Es magnífica, ¿no? —dijo Call, al contemplar la enorme manada de caballos, más de cien, que llegaba a la orilla y se dispersaba por el río para beber. Pea se había metido con Sardine en el río, con agua hasta los estribos, para evitar que la manada se extendiera demasiado hacia el Sur.
Call pensaba que había sido una gran suerte encontrarse con los cuatro ladrones de caballos mejicanos y quedarse con la mayoría de los caballos que acababan de sacar de Texas. Los mejicanos creyeron que habían tropezado con un ejército, porque solo un ejército podía tener tantos caballos, y no se detuvieron a entablar combate, aunque tuvo que asustar a un vaquero que se empeñaba en dar la vuelta a la manada.
En cuanto al muchacho, estaba bien que hubiera adquirido un poco de experiencia y que saliera de aquella historia simplemente con la cara sucia.
Permanecieron en silencio mientras la mitad superior del sol lanzaba largos haces de luz a través del oscuro río y de los caballos sedientos, algunos de los cuales se metieron en el agua y se revolcaron en el barro refrescante. Cuando la manada empezó a moverse en grupos de dos o tres, ribazo arriba, Call tocó a su yegua y él y el muchacho entraron en el agua. Call aflojó las bridas y dejó que la yegua bebiera. Estaba tan satisfecho de ella como del botín. Caminaba tan segura como un gato y no se la veía agotada, mientras que el caballo del muchacho estaba tan derrengado que tardaría una semana en reponerse. El gran caballo bayo de Pea no estaba mucho mejor. Call dejó que la yegua bebiera cuanto quisiera antes de recoger las riendas. La mayoría de los caballos pasaron a la orilla norte, y el sol terminó por desprenderse del horizonte.
—Vamos a casa —dijo al muchacho—. Espero que Wilbarger venga con los bolsillos llenos de dinero. Tenemos caballos que vender.