76
A Big Zwey le preocupaba que la mujer hubiera dejado el niño. Cuando fue hacia la carreta no lo llevaba.
—Engancha las bestias y vámonos —fue lo único que le dijo.
Y él obedeció, pero se sentía confuso.
—¿No vas a llevarte al niño? —le preguntó tímidamente, antes de marcharse.
Elmira no contestó. No le quedaba aliento para contestar, de tan agotada como estaba. La poca energía que le quedaba la gastó en llegar a la carreta. Zwey tuvo que subirla y la sentó apoyada a las pieles de búfalo, demasiado cansada incluso para darse cuenta del hedor. Estaba tan cansada que sentía como si no estuviera allí. Ni siquiera le quedaban fuerzas para decir a Zwey que se pusiera en marcha. Tuvo que hacerlo Luke.
—Vámonos, Zwey —dijo este—. No quiere el niño.
Zwey puso la carreta en marcha y no tardaron en perder de vista la casa, pero seguía preocupado. Miraba continuamente a Ellie, apoyada en las pieles de búfalo, con los ojos muy abiertos. ¿Por qué no querría al niño? Era algo que le desconcertaba. Nunca había comprendido del todo aquel asunto, pero sabía que las madres se ocupan de los niños lo mismo que los maridos se ocupan de las mujeres. En su opinión él estaba casado con Ellie y se proponía cuidar bien de ella. Sentía que era su marido. Habían hecho todo el viaje juntos en la carreta. Luke también había intentado casarse con ella, pero Zwey pronto puso fin a eso y desde entonces Luke se había comportado mejor.
Luke había amarrado su caballo junto a la carreta y viajaba en el pescante junto a Zwey, que no dejaba de mirar hacia atrás para asegurarse de que Ellie estuviera dormida. Estaba inmóvil, pero seguía con los ojos abiertos.
—¿Qué estás mirando? —preguntó Luke.
—Me hubiera gustado que se trajera al niño. Siempre quise tener uno.
Luke encontró peculiar la forma en que Zwey lo dijo. Era algo así como si Zwey creyera que el niño era suyo.
—¿Y qué más te da? No es tuyo —dijo Luke. Aunque Zwey hubiera tenido valor para acercarse a Ellie, cosa que dudaba, no llevaban suficientes meses de viaje para haberle podido hacer un niño.
—Estamos casados —contestó Zwey—. Así que es nuestro.
Luke tuvo una curiosa sospecha, la sospecha de que Zwey no entendía nada de hombres y mujeres. Habían pasado muchos días entre manadas de búfalos, cuando los machos y las hembras se apareaban, y por lo visto Zwey no había relacionado nunca estos comportamientos con los humanos. Luke recordó que Zwey no iba nunca con putas. Cuando los otros cazadores se iban a la ciudad, él se quedaba a vigilar las carretas. Zwey siempre había sido considerado como el más tonto de los tontos, pero Luke estaba convencido de que ningún cazador había sospechado lo tontísimo que era. Resultaba difícil comprender semejante grado de estupidez. Luke quería asegurarse de que no lo había entendido mal.
—Espera un poco, Zwey. ¿Por qué crees que el niño es tuyo?
Zwey guardó silencio un buen rato. Luke sonreía, como hacía siempre que quería burlarse de él. A Zwey no le preocupaba demasiado que Luke se burlara de él, pero no quería que se riera del niño. Ni siquiera quería que Luke hablara de él. Ya era bastante triste que ella lo hubiera abandonado al marcharse. Decidió no contestar.
—¿Pero qué te pasa, Zwey? Tú y Ellie no estáis realmente casados. No estás casado con una persona solo porque hace un viaje contigo.
Zwey empezó a sentirse triste; a lo mejor lo que decía Luke era verdad. Pero él quería pensar que estaba casado con Ellie.
—Pues, lo estamos —dijo por fin.
Luke se echó a reír. Se volvió a Ellie que seguía sentada con la espalda apoyada en las pieles.
—Cree que el niño es suyo —le explicó—. Cree de verdad que es suyo. Seguramente piensa que lo único que tuvo que hacer para que ocurriera fue mirarte.
Luke se rio durante un buen rato. Zwey siguió entristecido, pero no dijo nada más. Luke siempre encontraba algo para reírse de él.
Elmira se puso a temblar de frío; trató de alcanzar el montón de mantas que había en la carreta, pero estaba demasiado débil para tirar de una manta.
—Ayudadme, chicos —les pidió—. Tengo mucho frío.
Zwey entregó inmediatamente las riendas a Luke y pasó dentro para ayudarla a cubrirse. Era una noche tibia, pero Ellie seguía temblando. La envolvió en las mantas, pero no dejaba de temblar. Sobre el pescante, Luke se reía de vez en cuando al pensar en el niño de Zwey. Antes de haber recorrido ocho kilómetros, Elmira estaba delirando. Se enroscó en las mantas, hablando sola, hablando sobre todo de un hombre llamado Dee Boot. Tenía la mirada tan perdida que Zwey se asustó. Una vez la rozó casualmente y su piel estaba tan caliente como si la estuviera quemando el sol.
—Luke, tiene mucha fiebre —dijo Zwey.
—Yo no soy médico —respondió Luke—. No debimos irnos de aquella casa.
Zwey le bañó el rostro, pero era como poner agua sobre una estufa. Zwey no sabía qué hacer. Una persona que tuviera semejante ardor podía morir. Había visto muchas muertes y con frecuencia se presentaban con fiebre. No comprendía por qué había tenido que tener el niño, si iba a ponerse tan enferma. Mientras le bañaba la cara, ella se incorporó con los ojos desorbitados.
—Dee, ¿eres tú? ¿Dónde has estado? —preguntó, y a continuación cayó sobre las pieles.
Luke conducía tan deprisa como podía, pero el camino era muy largo. El cielo ya estaba iluminado por el Este cuando por fin encontraron las huellas de una carreta y llegaron a Ogallala.
La ciudad era pequeña: solo una interminable calle con saloons y tiendas y algún que otro cobertizo en la orilla norte del Platte. Uno de los saloons aún estaba abierto. Tres vaqueros estaban fuera, dispuestos a montar y regresar al trabajo. Los dos más sobrios se reían del tercero porque estaba tan borracho que trataba de montar su caballo al revés.
—Eh, Joe intenta montar de espaldas —dijo uno. No estaban interesados por la carreta que acababa de parar. El vaquero borracho resbaló y cayó a la calle. Los otros dos lo encontraron divertidísimo y se reían con tal fuerza que uno tuvo que acercarse al saloon y vomitar.
—¿Dónde vive el médico? —preguntó Luke al más sobrio—. Llevamos una mujer enferma.
Al oírle, los vaqueros se pararon a mirar. Lo único que pudieron ver fue el cabello de Ellie. El resto de su persona estaba cubierto por mantas.
—¿De dónde viene? —preguntó uno.
—De Arkansas —respondió Luke—. ¿Dónde está el médico?
Ellie estaba sumida en un sopor febril. Abrió los ojos y vio las casas. Pensó que debía de ser la ciudad donde vivía Dee. Empezó a apartar las mantas.
—¿Conoce a Dee Boot? —preguntó a uno de los vaqueros—. He venido a reunirme con Dee Boot.
Los vaqueros la miraron como si no la hubieran oído. Vestía camisón y llevaba el cabello largo y enmarañado. Había un enorme cazador de búfalos sentado a su lado.
—Señora, Dee Boot está en la cárcel —explicó modosamente uno de los vaqueros—. Es aquel edificio de allí.
La luz empezaba a filtrarse por entre las casas ensombrecidas.
—¿Dónde está el médico? —volvió a preguntar Luke.
—No sé si lo hay —dijo el vaquero—. Llegamos anoche. Sé lo de Boot porque lo oí comentar en el saloon.
Ellie intentó saltar de la carreta.
—Ayúdame, Zwey. Quiero ver a Dee. —Pasó una pierna por un lado de la carreta y de pronto volvió a sentirse desfallecer. Se agarró a la madera temblorosa.
—Ayúdame, Zwey —volvió a decir.
Zwey la sacó de la carreta como si fuera una muñeca. Elmira dio dos pasos y se detuvo. Sabía que si daba un paso más se iba a caer…, pero Dee Boot estaba al otro lado de la calle. Sabía que se pondría bien, cuando le hubiera visto.
Zwey se mantenía a su lado, grande como uno de los caballos que montaban los vaqueros.
—Llévame —le pidió.
Zwey estaba asustado. Nunca había llevado a una mujer y menos a Ellie. Creía que podía romperla si no tenía cuidado. Pero ella le miraba y pensó que debía intentarlo. La levantó en sus brazos y volvió a notar que era ligera como una muñeca. También olía diferente a todo lo que él había tenido que llevar. Había llevado sobre todo pieles o reses muertas.
Mientras la llevaba en brazos salió un hombre de la cárcel y dio la vuelta a la esquina del edificio. Era un ayudante del sheriff, llamado Leon, que salía a orinar. Se sobresaltó al ver una mujer menuda, en camisón, entre los brazos de un hombre enorme. En todo el tiempo que llevaba como ayudante, nunca le había ocurrido nada parecido. Se paró en seco.
—Quiero ver a Dee Boot —dijo la mujer, con la voz como un susurro.
—¿Dee Boot? —repitió Leon sorprendido—. Sí, claro, lo tenemos pero no creo que esté levantado.
—Soy su mujer —dijo Elmira.
—No sabía que estuviera casado —dijo Leon sorprendido.
Leon contemplaba al enorme cazador de búfalos. Por un momento pensó que a lo mejor la pareja había venido para intentar sacar a Dee Boot de la cárcel.
—Soy su mujer y quiero ver a Dee —repitió la mujer—. Zwey no tiene por qué entrar.
—Dee está en su celda y probablemente podrá oírla —explicó Leon señalando un ventanuco con rejas, a un lado de la cárcel.
—Acércame, Zwey —ordenó Elmira, y Zwey obedeció.
La ventana era muy pequeña y la celda muy oscura, pero Elmira pudo distinguir a un hombre echado sobre un camastro. Tenía el brazo echado delante de los ojos y al principio dudó de que fuera él. En todo caso había engordado, y esto no concordaba con Dee, que presumía de ser esbelto y ágil.
—Dee —llamó—. Dee, soy yo.
Su voz era un puro suspiro, y el hombre no despertó. Ellie se sintió frustrada. Había venido de muy lejos y le había encontrado, pero no conseguía que él la oyera.
—Dile algo tú, Zwey —murmuró—. Tú tienes más voz.
Zwey se sentía perdido. No conocía a Dee Boot y no tenía idea de qué podía decirle. Le resultaba embarazoso.
—No sé qué decirle.
Afortunadamente no hizo falta. El ayudante volvió a entrar y él mismo despertó a Dee Boot.
—Despierta, Boot. Tienes visita.
El dormido saltó inmediatamente con expresión asustada. Ellie vio que era él, aunque casi no se parecía al hombre presumido que recordaba. Miró asustado hacia la ventana, y luego se puso en pie y siguió mirando.
—¿Quién es? —preguntó.
—Es tu mujer —respondió Leon.
Dee se acercó a la ventana. Fueron solo dos pasos. Ellie vio que llevaba barba de varios días; otra sorpresa. Dee era puntilloso respecto al afeitado y siempre había conseguido que el mejor barbero de la ciudad fuera a afeitarle todas las mañanas. Los ojos que había recordado casi cada día del largo viaje, los ojos alegres de Dee, ahora parecían asustados y tristes.
—Soy yo, Dee —repitió.
Dee se la quedó mirando, así como al gigantón que la llevaba en brazos. Ellie comprendió que podía interpretar mal la actitud de Zwey, aunque nunca había sido un tipo celoso.
—Es Zwey —murmuró—. Él y Luke me han traído en la carreta.
—¿No hay nadie más? —preguntó Dee, acercándose a los barrotes y esforzándose por ver.
Ellie no comprendía nada. Él podía ver que era ella y apenas la miraba. Parecía asustado y en su pelo había pequeñas motas de algodón desprendido del colchón sobre el que dormía. La enmarañada barba le hacía parecer mucho más viejo de lo que le recordaba.
—Solo yo —repitió Elmira. También ella empezaba a sentir miedo. Estaba tan débil que apenas podía mantener los ojos abiertos, y sobre todo deseaba poder hablar con Dee. No quería desmayarse antes de que hubieran hablado, y sin embargo temía que le ocurriera.
—Dejé a July —le explicó—. No podía seguir adelante. Me pasaba el tiempo pensando en ti. Hubiera debido marcharme contigo y no solo intentarlo. Fui en un barco de whisky y después Zwey y Luke me trajeron en la carreta. He tenido un niño pero lo he dejado. He vuelto junto a ti tan pronto como he podido, Dee.
Dee seguía esforzándose por ver, como si estuviera seguro de que había más gente que la que podía distinguir. Por fin dejó de esforzarse y la miró. Ella anhelaba ver la vieja sonrisa, pero Dee no estaba para sonrisas.
—Van a ahorcarme, Ellie. Por eso pegué aquel salto. Pensaba que venían a lincharme.
Elmira no podía creerlo. Dee nunca había hecho nada malo, al menos no lo bastante malo como para que quisieran ahorcarle. Jugaba y flirteaba, pero eso no eran crímenes merecedores de la horca.
—¿Por qué, Dee? —preguntó.
Dee se encogió de hombros.
—Maté a un chico. Solo me proponía asustarle, pero saltó del lado malo.
Ellie estaba confusa. Nunca había oído hablar de Dee Boot manejando armas. Llevaba una, como todos los hombres, pero ni siquiera practicaba con ella. ¿Por qué iba a asustar a un chico?
—¿Te molestaba, o qué?
Dee volvió a encogerse de hombros.
—Era un hijo de colonos. Unos vaqueros me contrataron para que echara a los colonos. La mayoría sale corriendo si disparas por encima de sus cabezas un par de veces. Pero este se movió por el lado malo.
—Te sacaremos —le aseguró Elmira—. Zwey y Luke me ayudarán.
Dee miró al gigantón que sostenía a Ellie. Parecía tan fuerte como para romper la cárcel, pero naturalmente no podría hacerlo mientras sostuviera a una enferma.
—Van a ahorcarme el próximo viernes, pero quizá vengan a lincharme primero —dijo Dee.
Zwey notó humedad en los brazos. Ellie pesaba tan poco que no le importaba sostenerla. El sol ya había salido y se veía mejor el interior de la celda. Zwey no sabía por qué estaba tan mojado. Cambió a Ellie de postura y descubrió asustado que la humedad era sangre.
—Está sangrando —dijo.
Dee vio cómo la sangre caía del camisón de Ellie.
—Llévala al médico —dijo—. Leon sabe dónde vive.
Dee llamó al ayudante y Leon no tardó en llegar corriendo por el lateral de la cárcel. Elmira no quería marcharse. Quería quedarse y hablar con Dee y asegurarle que todo se arreglaría, que le sacarían. Nunca les dejaría que ahorcaran a Dee Boot. Miró hacia dentro, pero ya no podía hablar. No podía decirle las cosas que quería decir. Lo intentó, pero no le salió ni una palabra. Los ojos se empeñaban en cerrársele, y por mucho que se esforzara por mantenerlos abiertos y mirar a Dee, se le cerraban. Intentó volver a mirarle pero Zwey ya se la llevaba, y el rostro de Dee se había perdido en una mancha de sol. Este brillaba con fuerza sobre el muro de la cárcel y el rostro de Dee se había hundido en la luz. Luego, en contra de su voluntad, su cabeza se desplomó sobre el brazo de Zwey y lo único que pudo ver fue el cielo.