33

Al amanecer, la lluvia había cesado por completo y el cielo estaba sin nubes. El primer rayo de sol brilló sobre la maleza mojada y los centenares de charcos repartidos entre las matas, y la piel brillante de las reses y de los caballos.

A la cabeza del primer grupo de ganado, Call supervisaba la situación sin demasiada inquietud. A menos que hubiera alguna víctima del rayo por alguna parte, habían soportado bien la tormenta El ganado había avanzado por su cuenta y estaba tranquilo. Deets había ido a explorar, y Soupy, Jasper y Needle guardaban el resto a tres kilómetros al Este. La carreta estaba embarrancada en un arroyo, pero consiguieron cuerdas suficientes para sacarla. Bol se negó a bajar del pescante de la carreta mientras tuvo lugar el salvamento. Lippy había bajado para ayudar a empujar y estaba cubierto de barro hasta casi el labio.

Newt se quedó extremadamente sorprendido cuando se hizo de día y se dio cuenta de que se encontraba en el puesto que tenía asignado con respecto al ganado: detrás. Estaba tan cansado que ni siquiera sintió alivio. Lo único que deseaba era echarse a dormir. Varias veces dio cabezadas, sentado sobre la silla. Mouse también estaba cansado y andaba despacio.

Deets vino a informar que todos los hombres estaban bien y en sus puestos, a excepción del señor Gus. Había estado un rato con el rebaño principal, pero ahora no se le veía por ninguna parte.

—Probablemente ha ido a desayunar al café —comentó Dish Boggett—. O quizá se fue a San Antonio a que le afeiten.

—Tal vez ha ido a visitar al señor Jake —dijo Deets—. ¿Quiere que vaya a ver?

—Sí, echa un vistazo —asintió Call—. Quiero cruzar el río tan pronto como sea posible y sería conveniente tener a Gus aquí.

—No es un gran río —observó Dish—. Podría saltar al otro lado si tuviera un caballo de patas largas.

Cuando se le preguntó cuánto ganado pensaba que se había perdido, Dish calculó que unas veinticinco cabezas, tal vez menos.

—Bueno, a mí casi me perdisteis —explicó Jasper Fant cuando estaban todos junto a la carreta.

Bol tenía leña seca que había guardado debajo de una lona, pero la preparación de la comida iba a ser demasiado lenta según opinaron algunos hombres.

—Estoy tan cansado que no serviré para nada en una semana —se quejó Jasper.

—¿Cuándo has servido para algo? —preguntó Dish. Él estaba de buen talante. Siempre mejoraba su humor que reconocieran su habilidad, y todos los hombres la reconocían. Había conseguido apartar la mayor parte del rebaño de lo peor de la maleza y lo había mantenido unido. Incluso el capitán Call parecía impresionado.

Él único vaquero que no había estado a la altura en las circunstancias había sido Sean O’Brien, que iba a pie para cazar a su caballo de noche cuando estalló la tormenta. Era tan malo con el lazo que Newt solía enlazarle los caballos, si estaba cerca. Esta vez, naturalmente, no lo estaba. Los Spettle, responsables de la remuda, temieron que el lanzamiento torpe de Sean pudiera provocar la dispersión de todo el rebaño; Bill Spettle le enlazó un caballo, pero era uno que no podía montar. Sean no tardó en ser derribado y cuando la remuda se dispersó, el caballo de Sean también se fue. Sean se vio obligado a viajar en la carreta durante toda la noche, más preocupado por su vida que por su reputación. Bolívar había dejado bien claro que no le gustaban los pasajeros.

Mientras se preparaba el desayuno, la mayoría de los vaqueros se quitaron las camisas y las pusieron a secar sobre las matas. Los que llevaban calzoncillos largos también se quitaron los pantalones. Dish Boggett era uno de los pocos que había envuelto cuidadosamente su ropa de recambio en un hule, y pronto se puso pantalones y camisa secos, lo cual aumentó en cierto modo su sentido de superioridad sobre el resto del equipo.

—Muchachos, parecéis un puñado de gallinas mojadas —les dijo.

Era cierto que el grupo tenía un curioso aspecto, aunque a Newt no se le hubiera ocurrido compararles a gallinas mojadas. La mayoría tenía la cara tostada, al igual que el cuello y las manos, pero el resto del cuerpo, que el sol nunca veía, lo tenían de un blanco deslumbrante. Bert Borum era el que resultaba más raro sin camisa porque tenía la barriga redonda cubierta de pelo negro y rizado que le llegaba hasta dentro de los pantalones.

Pea Eye circulaba metido en un par de calzoncillos largos y anchos que había llevado continuamente en los últimos años. Llevaba su cuchillo y la correa de la pistola sobre su ropa interior, por si se producía un asalto súbito.

—No veo la necesidad de secarnos demasiado —indicó—. Dentro de poco vamos a cruzar el río.

—Preferiría rodearlo —observó Needle—. Lo he cruzado muchas veces pero he tenido suerte.

—Yo estoy deseando cruzarlo; me servirá de baño —comentó Lippy—. No puedo hacer gran cosa bajo esta capa de barro.

—Pero si esto no es un río, es un arroyo… —dijo Dish—. La última vez que lo crucé ni me di cuenta.

—Supongo que te darás cuenta si cinco o seis terneras se te suben encima —dijo Jasper.

—Es solo el primero de una serie —anunció Bert—. ¿Cuántos ríos hay desde aquí hasta el Yellowstone?

La pregunta hizo que todo el mundo se pusiera a contar y a discutir, porque tan pronto como llegaban a un número exacto, alguien recordaba otro arroyo y volvía a empezar la discusión sobre si debía contarse como río.

Los hermanos Rainey dormían debajo de la carreta. Ambos se habían quedado como troncos en cuanto descabalgaron; estaban demasiado agotados como para acordarse de la ropa mojada y de la comida. A los Rainey les gustaba dormir, mientras que los Spettle podían prescindir de ello. Parecía como si aquella terrible noche no les hubiera afectado; estaban sentados aparte, silenciosos.

—Ojalá hablaran; así sabríamos lo que piensan —comentó Sean. Los Spettle le ponían nervioso.

Call estaba molesto con Gus, que no había vuelto aún. Pea, dijo haberle visto poco después del alba, cabalgando hacia el Este y en perfecto estado de salud. Call se fijó en que el toro tejano estaba a unos cincuenta metros de distancia. Observaba a los dos cerdos que estaban hozando alrededor de una mata de chaparral. Probablemente perseguían a una ardilla de tierra o quizás a una serpiente de cascabel. El toro dio unos pasos hacia ellos, pero los cerdos no le hicieron caso.

A Needle Nelson le asustaba el toro. En cuanto se fijó en él fue a sacar su rifle de la funda de la silla.

—Si viene hacia mí voy a dispararle. Como no me deje en paz, no va a poder cruzar el Yellowstone.

A Lippy tampoco le gustaba el toro y se encaramó a la carreta cuando se dio cuenta de lo cerca que estaba el animal.

—No atacará el campamento —aseguró Call, aunque en realidad no estaba tan seguro de que el toro no lo hiciera.

—Pero a Needle le atacó —afirmó Jasper—. Needle tuvo que escapar tan deprisa que por poco pierde la colita.

El comentario de Jasper fue coreado por una carcajada general. Needle Nelson se mantuvo serio, con el rifle apoyado contra una rueda de la carreta mientras comía.

El toro siguió vigilando a los cerdos.

Paloma solitaria
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