26
July Johnson había sido educado para no quejarse, así que no se quejaba, pero la verdad es que había sido el año más duro de su vida: un año en el que habían ido mal tantas cosas que era difícil saber a cuál en concreto había que prestar atención en un momento dado.
Su ayudante, Roscoe Brown —cuarenta y ocho años frente a los veinticuatro de July— le aseguraba alegremente que sería mejor que se acostumbrara al aumento de preocupaciones.
—Ahora que has cumplido veinticuatro años no puedes esperar que te compadezcan —dijo Roscoe.
—No espero compasión —protestó July—. Lo único que quisiera es que las cosas malas vinieran de una en una. Así creo que podría desenvolverme bien.
—Entonces no debiste haberte casado —observó Roscoe.
A July le pareció un comentario extraño. Él y Roscoe estaban sentados delante de lo que servía de cárcel en Fort Smith. Tenía solo una celda, y la cerradura de la puerta no funcionaba. Cuando era necesario encarcelar a alguien, había que poner una cadena a los barrotes.
—No veo qué tiene que ver. En todo caso, no creo que tú lo supieras. Nunca has estado casado.
—No, pero tengo ojos. Puedo ver lo que ocurre a mi alrededor. Tú te casaste e inmediatamente te pusiste amarillo. Me alegro de seguir soltero. Y tú sigues estando amarillo —insistió.
—La ictericia no ha sido culpa de Elmira —dijo July—. La cogí en Missouri, en aquel maldito juicio.
Era cierto que seguía estando amarillo y bastante débil. A Elmira se le acababa la paciencia.
—Ojalá te pusieras blanco otra vez —le había dicho aquella misma mañana, aunque se le veía menos amarillento que en las dos últimas semanas.
Elmira era baja, delgada y morenilla, y tenía poca paciencia. Llevaban solo cuatro meses de casados y una de las sorpresas, desde el punto de vista de July, era su impaciencia. Quería que las cosas se hicieran al instante, mientras que él había obrado siempre de forma metódica. La primera vez que le increpó por su lentitud fue dos días después de la boda. Ahora parecía haber perdido el poco respeto que pudiera haber tenido por él. A menudo pensaba que ella nunca le había tenido el menor respeto, pero de ser así, ¿por qué se había casado con él?
—Huy, aquí viene Peach —anunció Roscoe—. Ben debía estar loco para casarse con esa mujer.
—Según tú, todos los Johnson son unos locos —dijo July un poco molesto. Roscoe no tenía por qué criticar a su hermano muerto, aunque, efectivamente, era cierto que Peach no era su cuñada favorita. Nunca había entendido por qué Ben la llamó Peach, melocotón, porque era gorda y pendenciera y no se parecía en nada a un melocotón.
Peach venía por la calle principal de Fort Smith, que estaba menos embarrada que de costumbre porque últimamente había dejado de llover. Por alguna razón desconocida llevaba un gallo rojo en las manos. Era la mujer más alta del pueblo, casi un metro ochenta, mientras que Ben había sido el renacuajo de la familia Johnson. También Peach hablaba por los codos mientras que Ben apenas soltaba tres palabras por semana, aunque había sido el alcalde del pueblo. Ahora Peach seguía hablando por los codos, y Ben había muerto.
Este hecho, conocido en todo Fort Smith desde hacía seis semanas, era sin duda lo que Peach venía a discutir de nuevo con él.
—Hola, July —saludó. El gallo aleteó un par de veces, pero ella le sacudió y se quedó tranquilo.
Tanto July como Roscoe se tocaron el sombrero.
—¿De dónde has sacado este gallo? —preguntó Roscoe.
—Es mío, pero no quiere quedarse en casa. Lo he encontrado junto a la tienda. Las mofetas se lo comerán si no tiene cuidado.
—Bueno, si no tiene cuidado se lo tendrá bien merecido —dijo Roscoe.
A Peach siempre le había parecido que Roscoe era un tipo irritante y no todo lo respetuoso que debiera. A sus ojos no era mucho mejor que un criminal y estaba absolutamente en contra de que fuera el ayudante del sheriff aunque era cierto que en Fort Smith había poco donde elegir.
—¿Cuándo piensas ir detrás del asesino? —preguntó a July.
—Pronto —contestó, aunque se sentía cansado solo de pensar en que tenía que perseguir a alguien.
—Pues llegará hasta México o a cualquier otra parte si continúas sentado aquí —le espetó Peach.
—Espero encontrármelo en San Antonio. Creo que tiene amigos allí.
Roscoe soltó un bufido ante el comentario.
—Dos de los más famosos rangers tejanos que ha habido en el mundo son sus amigos. July tendrá suerte si no le ahorcan a él. Si quieren conocer mi opinión les diré que Jake Spoon no merece la pena, no vale nada.
—Me tiene sin cuidado lo que valga. Ben sí que valía —afirmó Peach—. Era mi marido, el hermano de July y el alcalde de este pueblo. Y el que se preocupó de que te pagaran el sueldo.
—El sueldo que gano no requiere demasiada preocupación. Un condenado rapaz podía ocuparse de él. —Con treinta dólares al mes se consideraba vergonzosamente mal pagado.
—Ya, pero si por lo menos te los ganaras, el hombre no se habría escapado —siguió diciendo Peach—. Podías haberle tumbado de un disparo, que era lo mínimo que se merecía.
Roscoe tenía el desagradable convencimiento de que en ciertos círculos se le consideraba culpable de la huida de Jake. Lo cierto es que aquella muerte le confundió porque había sentido más simpatía por Jake que por Ben. También resultó impresionante encontrar a Ben tirado en la calle con un enorme agujero. Todo el mundo se quedó también impresionado, y Peach se desmayó. La mitad de los clientes del saloon pensaban que el mulatero había disparado a Ben, y cuando Roscoe tuvo todas las versiones, Jake ya estaba lejos. Había sido un accidente, por supuesto, pero Peach no lo veía así. Quería ver ahorcado a Jake, y probablemente lo hubiera visto si no hubiera tenido la sensatez de huir.
July lo había oído contar veinte o treinta veces en versiones distintas. Se sintió culpable por no haber hecho un mayor esfuerzo por echar a Jake del pueblo antes de marcharse al juicio de Missouri. Naturalmente, Roscoe hubiera debido detenerle inmediatamente, pero Roscoe nunca arrestaba a nadie salvo al viejo Darton, el único borracho del Condado con el que Roscoe se atrevía.
July tenía la seguridad de que encontraría a Jake Spoon y lo traería para ser juzgado. Los jugadores acababan por aparecer en alguna ciudad y se les encontraba siempre. De no haber sido por el ataque de ictericia podía haber salido inmediatamente tras él, pero ya habían pasado seis semanas y esto significaba un viaje mucho más largo.
El problema era que Elmira no quería que se fuera. Incluso consideraba un insulto el que se lo planteara. El hecho de que a Peach no le gustara y de que la hubiera chasqueado repetidas veces tampoco ayudaba demasiado. Elmira le hizo notar que la muerte había sido un accidente y dejó bien claro que no debía dejarse manejar por Peach Johnson, que quería obligarle a emprender un largo viaje.
Mientras July esperaba a que Peach se marchara, el gallo, molesto por sentirse sujeto con tanta fuerza, dio un par de fuertes picotazos a Peach. Sin pensarlo dos veces, Peach le agarró por el cuello, le dio unas vueltas y le arrancó la cabeza. Su cuerpo salió disparado a pocos pasos, donde cayó estremeciéndose. Peach tiró la cabeza entre unas hierbas, junto a la entrada de la cárcel. La sangre escapaba a borbotones del cuerpo descabezado del gallo, sobre el polvo de la calle.
—Así aprenderá a no picotearme —saltó Peach—. Por lo menos me lo comeré yo en lugar de proporcionar este placer a una mofeta.
Se agachó, levantó al gallo por las patas y le sostuvo lejos de su cuerpo hasta que dejó de estremecerse.
—Bueno, July —prosiguió—. Espero que no tardes demasiado en ponerte en camino. Solo porque estás un poco amarillo no quiere decir que no puedas montar a caballo.
—Los Johnson os casáis con mujeres de lo más peculiar —observó Roscoe cuando Peach estuvo fuera del alcance de sus palabras.
—¿Qué quieres decir? —preguntó July, mirando severamente a Roscoe. No toleraría que su ayudante criticara a su mujer.
Roscoe lamentó haber dicho aquellas palabras. July era muy susceptible cuando se trataba de su esposa. Probablemente porque tenía varios años más que él y había estado casada antes. En Fort Smith la opinión general era que ella lo había engañado, aunque como procedía de Kansas nadie sabía gran cosa de su pasado.
—Bueno, yo estaba hablando de Ben y de Sylvester —aclaró Roscoe—. Como eres el sheriff, se me olvidó que también eres un Johnson.
La observación no tenía pies ni cabeza. Las observaciones de Roscoe solían carecer de sentido, pero July tenía demasiado en que pensar para tenerla en cuenta. Le parecía que cada día se enfrentaba con decisiones que resultaban difíciles de tomar. A veces, sentado ante su mesa, le resultaba difícil decidir si hablar con Elmira o callar. Aunque no era difícil darse cuenta de si Elmira estaba disgustada. Apretaba los labios y le atravesaba con la mirada sin dar muestras de que le veía. El problema era tratar de adivinar lo que la había disgustado. Varias veces había intentado preguntarle qué le ocurría y había recibido respuestas amargas y vehementes sobre sus fallos. Estas respuestas resultaban molestas porque se las daba delante del hijo de Elmira, ahora su hijastro, un muchacho de doce años llamado Joe Boot. Elmira había estado casada en Missouri con un tal Dee Boot, del que hablaba poco. Solo que había muerto de viruela.
Elmira también sermoneaba frecuentemente a Joe con la misma desenvoltura que a July. Esto dio lugar a que él y Joe se hicieron amigos; ambos pasaban gran parte del tiempo tratando de esquivar la cólera de Elmira. El pequeño Joe estaba tanto tiempo cerca de la cárcel que era como un segundo ayudante. Lo mismo que Elmira, era flaco, con ojos enormes, algo saltones, en su carita delgada.
Roscoe también se había encariñado con el niño. Con frecuencia él y Joe se iban al río a pescar barbos. A veces, cuando la pesca había sido buena, July invitaba a Roscoe a cenar en casa, pero estas ocasiones no solían ser demasiado afortunadas. Elmira no tenía una gran opinión de Roscoe Brown, y aunque Roscoe se mostraba tan amable como podía con ella, las cenas de pescado resultaban silenciosas y tensas.
—Bueno, July, creo que te encuentras entre la espada y la pared. O te marchas y peleas con los rangers tejanos, o te quedas y peleas con Peach.
—Debería mandarte a buscarlo —comentó July—. Al fin y al cabo tú fuiste el que le dejó escapar.
Por supuesto, solo se trataba de una broma. Roscoe apenas podía manejar al viejo Darton, que casi tenía ochenta años. No tendría demasiadas oportunidades ante Jake Spoon y sus amigos.
Roscoe casi se cayó de la silla del susto. La idea de que podía ser enviado para realizar semejante trabajo le parecía ridícula… Vivir con Elmira debía haber vuelto loco a July.
—Peach no nos dejará en paz —comentó July, tanto para sí como para Roscoe.
—Sí, tu deber es coger al hombre —insistió Roscoe, impaciente por alejarse lo más posible del anzuelo—. Benny era tu hermano, aunque fuera dentista.
July no dijo nada, pero el hecho de que Benny hubiera sido su hermano poco tenía que ver con su decisión de ir tras Jake Spoon. Benny había sido el mayor, y él el más joven de los diez muchachos Johnson. Todos, salvo ellos dos, se habían marchado cuando fueron mayores, y al parecer Benny también creía que July debía de haberse ido. Cuando el puesto quedó vacante, dudó en dar el cargo de sheriff a July, aunque no había más candidato que Roscoe. July consiguió el nombramiento, pero Benny seguía resentido con él y se negó incluso a proporcionar una nueva cerradura para la única celda de la cárcel. La verdad es que no recordaba que Benny hubiera hecho alguna vez algo por él. Una vez que tuvo que arrancarle un diente, le hizo pagar sin descontarle nada.
El sentido de responsabilidad de July tenía que ver con el pueblo, no con el hombre que había muerto. Desde que le habían prendido la placa de sheriff, dos años atrás, había ido en aumento su sentido de responsabilidad para con el pueblo. Le parecía que como sheriff tenía más que hacer por la seguridad y bienestar de los ciudadanos que Benny como alcalde. Los fluviales eran el mayor problema, siempre bebiendo, peleando y matándose unos a otros. Varias veces había tenido que amontonar a cinco o seis en la pequeña celda.
Últimamente eran cada vez más los vaqueros que cruzaban el pueblo. Una vez habían pasado los salvajes de Shanghai Pierce destruyendo casi dos saloons. No eran mala gente, pero eran bravucones y se desmadraban cuando entraban en un pueblo. Tendían a asustar el ganado de la gente y a echar el lazo a sus animales domésticos, y se mostraban intolerantes ante cualquier intento de frenar su diversión. No eran pistoleros, pero andaban a puñetazos. July se había visto obligado a sacudir a un par de ellos en la mandíbula y encerrarles una noche en la cárcel.
El pequeño Joe adoraba a los vaqueros. July pensaba que cualquier día se iría con alguno de los equipos, si tenía oportunidad de hacerlo. Cuando no tenía trabajos que hacer, pasaba horas practicando con una cuerda vieja que había encontrado, enlazando tocones, o a veces el ternero del corral.
July estaba dispuesto a aceptar cierta bravuconería de los vaqueros de paso, pero no toleraba a los hombres como Jake Spoon. Los jugadores le repugnaban, y había echado a varios del pueblo.
A Roscoe le encantaba cortar madera con una navaja. Si estaba sentado, como era generalmente el caso, pocas veces se le veía sin un pedazo de madera en las manos. Nunca les daba una forma determinada, solo iba cortando, y esta costumbre había terminado por irritar a July.
—Supongo que cuando me vaya cortarás la madera de todo el pueblo antes de que vuelva —le dijo July.
Roscoe no abrió la boca. Sabía cuándo July estaba de mal humor…, y nadie podía censurarle, con una esposa como Elmira y una cuñada como Peach. Disfrutaba cortando madera, pero naturalmente que no iba a cortar la madera de las casas. Cuando estaba furioso, July solía exagerar.
July se levantó. No era muy alto, pero era fuerte. Roscoe le había visto una vez levantar un yunque en casa del herrero, y a la sazón solo era un muchacho.
—Me voy a mi casa —dijo July.
—Bueno, mándame al pequeño Joe si no está ocupado —le dijo Roscoe—. Jugaremos al dominó.
—Es hora de ordeñar —le recordó July—. Y él tiene que ordeñar. A Ellie no le gusta que juegue al dominó contigo. Cree que se volverá holgazán.
—Pues yo no soy holgazán y he jugado al dominó toda mi vida.
July sabía que el comentario era absurdo. Roscoe era solo un ayudante porque era holgazán. Pero no estaba dispuesto a entablar una discusión sobre si Roscoe era o no un vago, así que le saludó con la mano y se alejó.