40

A medida que pasaban los días, Lorena descubrió que cada vez le gustaba más viajar. Las noches no eran fáciles; casi cada noche había relámpagos y truenos. Mientras ella y Jake dormían, con frecuencia les caía la lluvia sobre el rostro y les obligaba a buscar la lona. Muy pronto, las mantas parecieron eternamente húmedas; Jake refunfuñaba y se quejaba. Pero la lona era tiesa y caliente y a él no se le ocurría tenerla a mano. Ella tenía que tantear hasta encontrarla y colocarla a oscuras, mientras Jake maldecía el tiempo.

Pero por incómodas que fueran las noches, el cielo solía despejarse por las mañanas. Le gustaba sentarse sobre las mantas y sentir cómo el sol iba calentando. Contemplaba cómo sus brazos se iban poniendo morenos y pensaba que su destino era una vida viajera. Su yegua también se había acostumbrado a viajar y ya no miraba hacia atrás, hacia Lonesome Dove.

A Lorena puede que le encantara viajar, pero a Jake no, desde luego. Cada vez estaba de peor humor. El hecho de que ella se hubiera negado a ir a San Antonio le dolía como la espina que había tenido clavada en el dedo. Cada día volvía a intentarlo, pero ella ya le había dicho lo que pensaba de la cuestión y se limitaba a mover la cabeza. Era frecuente que viajara todo un día en silencio, pensando en sus cosas y pasando por alto las quejas de Jake.

—¡Maldita sea! ¿Por qué no dices algo? —estalló una noche mientras ella encendía la hoguera. Deets, que pasaba por donde acampaban casi todos los días para asegurarse de que estaban bien, le había enseñado a encenderla. También le había enseñado cómo se carga un mulo y muchas otras cosas que Jake no hacía.

—Puedo hablar —dijo Lorena.

—Pero no lo haces. Nunca he conocido a una mujer tan silenciosa.

Se le veía irritado. Lo cierto es que había estado irritado la mayor parte del viaje. Estaba montando algún tipo de pelea, pero a Lorena no le interesaba pelear. No tenía nada contra Jake, pero pensaba que no tenía por qué acudir cada vez que él silbaba, y esto era lo que parecía esperar de ella. Jake era muy exigente sobre el modo en que freía el tocino o preparaba las mantas. No le hacía caso. Si no le gustaba como hacía las cosas, era libre de hacerlas a su manera. Pero nunca lo hacía; se limitaba a molestarla.

—Esta noche podríamos dormir en un buen hotel —le dijo—. San Antonio solo está a una hora de caballo.

—Vete tú al hotel si quieres. Yo me quedaré en el campamento.

—Supongo que eso es lo que estás deseando, que me vaya. Así podrías acostarte con el primer vaquero que se te acercara.

Aquella estupidez no merecía respuesta. Desde el día en que le conoció se reservó para él, exceptuando a Gus. Se bebió el café.

—Eso es lo que pretendes, ¿verdad? —Saltó Jake con los ojos rabiosos.

—No.

—Pues entonces eres una cochina embustera. No puedes dejar de ser una puta. La próxima vez te amarraré con una cuerda.

Después de comerse el tocino ensilló y se alejó sin añadir más palabras. Lorena supuso que se iba a jugar. Lejos de tener miedo, sintió alivio. Los enfados de Jake eran ligeros comparados a algunos que había conocido, pero no era agradable tenerle cerca cuando estaba tan rabioso. Probablemente pensó que se asustaría, yéndose tan deprisa y dejándola en el campamento, pero no sentía el menor miedo. El rebaño y todos los hombres estaban solo a un kilómetro de distancia. Nadie se atrevería a molestarla con el campamento de los vaqueros tan cerca.

Se sentó sobre las mantas disfrutando de la noche. Había una oscuridad profunda, y los murciélagos zumbaban por los alrededores, podía verlos fugazmente como sombras contra el cielo. Ella y Jake habían acampado en un pequeño claro. Mientras bebía más café, una zarigüeya se le acercó a diez pasos, paró un momento para mirarla estúpidamente y siguió andando. Después oyó cantos lejanos; era el irlandés que cantaba al rebaño de reses. Deets le había contado la muerte terrible de su hermano.

Antes de que se quedara dormida llegó un caballo galopando al campamento. Era Jake que llegaba con ánimos de asustarla. Resultaba irritante porque levantó una polvareda que se posó en las mantas. Había cabalgado hasta la ciudad y comprado whisky. Luego volvió pensando que la encontraría con Gus o alguno de los vaqueros. Estaba celoso de la mañana a la noche.

Quitó la silla al caballo y le pasó la botella de whisky, que estaba ya medio vacía.

—No me apetece beber.

—Supongo que no estás dispuesta a hacer nada que te pida. Ojalá apareciera el maldito Gus. Por lo menos podríamos jugar una partida.

Lorena se recostó en sus mantas sin decir palabra. Cualquier cosa que dijera empeoraría la situación.

Viéndola echada allí, tranquila y silenciosa, Jake se sintió impotente y bebió otro buen trago de la botella. Se tenía por un hombre listo y sin embargo se había colocado en una posición que hubiera avergonzado a un tonto. No tenía por qué viajar hacia el Norte con una mujer como Lorie, que tenía ideas propias y se negaba a obedecer la orden más elemental a menos que le gustara. Cuanto más bebía, más se compadecía de sí. Ojalá le hubiera dicho no y que se las compusiera en Lonesome Dove. Por lo menos hubiera podido estar en el campamento con los hombres, donde podría jugar a las cartas y además sentirse protegido. Pese a todo no podía dejar de pensar en July Johnson.

Entonces se acordó de Elmira, con la que se había acostado unas cuantas veces en Kansas. El pobre July se había casado con una puta sin saberlo.

Volvió a ofrecer la botella a Lorena, pero esta ni se movió.

—¿Por qué no quieres beber? —le preguntó—. ¿Eres demasiado buena para emborracharte?

—No quiero beber. Tú ya te emborracharás por los dos.

—A ver si descubro algo que todavía quieras hacer —protestó Jake, desabrochándose los pantalones y saltando encima.

Lorena le dejó, pensando que tal vez se pusiera de mejor humor. Contempló las estrellas. Pero cuando Jake hubo terminado y volvió a coger la botella, no parecía más feliz. Ella le quitó la botella y bebió un sorbo; tenía la garganta seca. Jake ya no estaba enfadado, pero parecía triste.

—Échate y duerme —le dijo Lorena—. No descansas lo suficiente.

Jake estaba pensando que Austin estaba a solo dos días de distancia. A lo mejor podía llevarse a Lorena a Austin, y una vez allí escabullirse y dejarla. En cuanto se hubiera reunido con los muchachos, ella ya no podría hacer gran cosa. Después de todo estaría más segura allí que en camino. Hermosa como era, en Austin ganaría dinero.

Desde luego era increíblemente hermosa. Ese había sido siempre su problema…, le gustaban las bellezas. Esto le daba a ella una fuerza que él no sabía apreciar, de lo contrario nunca le habría embarcado a un viaje que para él era absurdo. Retrasaba la marcha del rebaño de Call y le amarraba a una mujer que atraía a cuantos hombres veía. Pese a todo ello, aún no sabía si la dejaría. De todos modos, la deseaba y no podía tolerar la idea de que se entendiera con Gus o con cualquier otro. Sabía que se quedaría con él si las cosas fueran mal. Pero no le atraía la idea de quedarse solo y recibir órdenes de Call.

—¿Has visto alguna vez ahorcar a alguien? —preguntó de pronto.

—No —contestó Lorena. La pregunta la sorprendió.

Jake le ofreció de nuevo la botella y ella bebió otro trago.

—Me temo que algún día me ahorcarán. Una echadora de cartas me dijo que esta iba a ser mi suerte.

—Quizás ella no lo sabía.

—He visto ahorcar a mucha gente. Cuando fuimos rangers ahorcamos a muchos mejicanos. Call nunca perdía el tiempo cuando se trataba de ahorcar.

—Supongo que no —asintió Lorena.

Jake soltó una risita.

—¿Fue alguna vez a verte mientras estuviste allí?

—No.

—Bueno, pues tuvo una puta —explicó Jake—. Trató de disimular, pero Gus y yo lo descubrimos. Los dos íbamos con ella de vez en cuando, así que estábamos enterados. Supongo que debió pensar que nadie se enteraría.

Lorena conocía este tipo de hombres. Muchos llegaban a ella pensando que nadie se enteraría.

—Se llamaba Maggie —continuó Jake—. Fue la madre del pequeño Newt. Yo no estaba cuando murió. Gus me dijo que había querido casarse con Call y cambiar de vida, pero no sé si es verdad. Gus es capaz de decir cualquier cosa.

—Entonces, ¿de quién es el chico? —preguntó Lorena. Había visto con frecuencia al muchacho mirando a su ventana. Era lo bastante mayor para ir a buscarla, pero probablemente no tenía dinero o bien era demasiado tímido.

—¿Newt? ¿Quién sabe? Maggie era una puta.

Después suspiró y se echó a su lado pasándole la mano por el cuerpo.

—Lorie, tú y yo estamos hechos para las camas de pluma. No estamos hechos para estas mantas polvorientas. Si pudiéramos encontrar un buen hotel te enseñaría a divertirte.

Lorena no contestó. Prefería seguir viajando. Cuando Jake estuvo saciado, se quedó dormido.

Paloma solitaria
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