13
Lorena ya no esperaba sorpresas, y menos por parte de un hombre, pero entonces Jake Spoon pasó la puerta y la sorprendió. La sorpresa empezó incluso antes de que hablara con ella. En parte porque parecía conocerla en cuanto la vio.
Había estado sentada ante una mesa esperando que volviera Dish Boggett con otros dos dólares que hubiera pedido prestados a alguien. El asunto no le causaba el menor placer, porque sin duda Dish contaba con algo completamente distinto de lo que podían proporcionarle los dos dólares. Esta era la razón por la que en general prefería los viejos a los jóvenes. Los viejos solían conformarse con aquello por lo que pagaban; los jóvenes casi siempre se enamoraban de ella y deseaban que aquello estableciera una diferencia. Por ello nunca decía una palabra a los jóvenes, pensando que cuanto menos les dijera menos esperarían de ella. Ellos seguían esperando, por supuesto, pero al menos ella se ahorró el tener que hablarles. Tenía el convencimiento de que Dish Boggett la iba a acosar tanto como pudiera, y cuando oyó el taconeo de las botas y tintineo de las espuelas en el porche supuso que sería él en busca de una segunda vuelta.
Pero el que entró fue Jake. Lippy lanzó un grito de alegría y Xavier salió de detrás del mostrador y le estrechó la mano. Jake se mostró correcto y encantado de verles y se tomó la molestia de interesarse por su salud y de gastar algunas bromas, pero antes incluso de que hubiera bebido la copa gratis que le ofreció Xavier, ella empezó a notar una diferencia en sus sentimientos. Tenía grandes ojos color café y un cuidado bigote que le caía por las comisuras, aunque naturalmente ya había visto bigotes y ojos grandes. Lo que le hacía diferente era que se encontraba como en casa y relajado mucho antes de verla allí sentada. La mayoría de los hombres se ponían nerviosos al verla, conscientes de que a sus esposas no les gustaría verles en la misma habitación que ella, o bien nerviosos al pensar en lo que querían de ella, cosa que no podían conseguir sin unas torpes formalidades que pocos de ellos sabían manejar.
Pero Jake no estaba nada nervioso. Mucho antes de dirigirle la palabra le sonrió varias veces, tranquilo y relajado, sin fanfarronería, como cuando Tinkersley le sonreía. La sonrisa de Tinkersley indicaba claramente que él consideraba que ella debía sentirse agradecida por la oportunidad de hacer lo que él quería que ella hiciese. Naturalmente le agradecía que la alejara de Mosby y de sus botes de humo, pero una vez lejos y pasado un tiempo, llegó a odiar la sonrisa de Tinkersley.
Por un momento se sintió desconcertada. Nunca pasó de los hombres que cruzaban el umbral del «Dry Bean». No convenía hacerlo. La mayoría eran inofensivos. Capaces de irritarla, peores que pulgas pero a su parecer no tan malos como chinches. No obstante, algunos eran ruines y se la tenían jurada a las mujeres, y lo mejor y más prudente era descubrirles y tomar precauciones. Pero no tenía por qué confiar en la mayoría de los hombres, pues había dejado de confiar en ellos. No tenía inconveniente en sentarse alguna vez para jugar una partida de cartas; incluso disfrutaba con ello, porque ganar dinero con las cartas era considerablemente más fácil y más divertido que del otro modo. Pero una buena partida de vez en cuando era a lo máximo que llegaban sus aspiraciones.
Jake Spoon empezó inmediatamente a cambiar su forma de pensar. Mucho antes incluso de que él llevara su botella a la mesa para estar con ella empezó a desear que lo hiciera. Si hubiera cogido la botella y se hubiera ido a sentarse solo, se habría sentido decepcionada, pero él no lo hizo, por supuesto. Se sentó, le preguntó si deseaba algún refresco y le miró de frente, sosegado y amistoso.
—¡Dios mío! —exclamó—. Nunca hubiera imaginado encontrarme con alguien como usted en este lugar. Cuando vivíamos por aquí nunca vimos grandes bellezas. Si esto fuera San Francisco, no me sorprendería, claro. Creo que aquel es su sitio.
A Lorie le parecía asombroso que un hombre que acababa de llegar pudiera decidir tan rápidamente. En el último año había empezado a dudar de su capacidad para llegar a San Francisco, e incluso dudaba de que fuera fresco y agradable como había imaginado. Pese a todo se negaba a abandonar la idea, porque no tenía otra de repuesto. Podía ser una tontería el mero hecho de pensarlo, pero no tenía nada mejor.
Entonces apareció Jake y al instante mencionó el lugar exacto. Antes de que terminara la tarde, había dejado a un lado su prudencia y su silencio y le había contado a Jake más sobre ella que a ningún otro hombre. Lippy y Xavier, a distancia, escuchaban en silencio, asombrados. Jake hablaba poco, aunque de vez en cuando le acariciaba la mano y le llenaba el vaso cuando lo tenía vacío. A veces, exclamaba: «¡Maldita sea!» o «Canalla, debería ir en su busca y matarle», pero sobre todo se mostraba amistoso y confiado, sentado allí con ella y con el sombrero echado hacia atrás.
Cuando Lorena terminó su historia él le contó que había matado a un dentista en Fort Smith, en Arkansas, y que le buscaban, pero que confiaba en eludir la ley y que si lo conseguía haría los posibles para que ella pudiera ir a San Francisco, que era donde debía estar. La forma de decirlo causó gran impresión en Lorie. De tanto en tanto su voz tenía un tono de tristeza, como si le doliera pensar que la muerte le pudiera impedir hacerle aquel favor. Parecía como si esperara morir, y probablemente pronto. Pero era un lamento, solo una nota más baja en su voz y una mirada triste en los ojos; ni por un momento interrumpió su capacidad de disfrutar de los placeres inmediatos de la vida.
Cuando Jake hablaba de aquel modo, Lorie se estremecía y la hacía sentir el deseo de mantenerle vivo. Estaba acostumbrada a que los hombres pensaran que la necesitaban desesperadamente solo porque querían meterle la zanahoria, o querían que fuera su amiga por unos días o unas semanas. Pero Jake no le pedía nada de eso. Solo dejaba que se diera cuenta de que se sentía algo perecedero y que quizá no pudiera llevar a cabo todo lo que se proponía. Lorena quería ayudarle. Estaba asombrada, pero el sentimiento era demasiado fuerte para ignorarlo. No lo entendía pero lo sentía. Sabía que en su interior había una fuerza, pero hasta entonces la había guardado solo para ella. Los hombres confiaban siempre en que les concediera una parte de la misma, pero nunca lo había hecho. Entonces, sin vacilar, se la ofreció a Jake. Es un caso distinto. No pedía ayuda, pero sabía cómo recibirla.
Ella fue la que sugirió subir, principalmente porque estaba harta de que Lippy y Xavier escucharan todo lo que decían. Mientras subían se dio cuenta de que Jake tenía un pie algo torpe. Años atrás se le cayó encima un caballo y le rompió el tobillo. El tobillo solía hinchársele si montaba durante mucho tiempo y el viaje había sido largo. Le ayudó a sacarse la bota y le proporcionó agua caliente y sales «Epsom». Después de tener un rato el pie en remojo, pareció contento, como si se le acabara de ocurrir algo agradable.
—Si hubiera por aquí una tina me bañaría y me arreglaría el bigote —le dijo.
Había una tina en el porche trasero. Lorena la subía cuando necesitaba bañarse, y seis o siete cubos de agua para llenarla. Xavier la utilizaba con más frecuencia que ella. Podía tolerar la suciedad en sus clientes, pero no en sí mismo. Lippy, por lo que se sabía, no pensaba en baños.
Lorena se ofreció a ir a buscar la tina, puesto que Jake no llevaba la bota puesta, pero no quiso aceptar. Se quitó la otra bota y bajó cojeando en busca de la tina. Luego sobornó a Lippy para que le calentara agua. Tardó un poco porque había que calentar el agua en la cocina de leña.
—Pero Jake, podrías darte un baño por diez centavos en la barbería del mejicano —le indicó Lippy.
—Es posible, pero prefiero la compañía de este establecimiento.
Lorena pensó que a lo mejor querría que saliera de la habitación mientras se bañaba, puesto que hasta entonces la había tratado con recato, pero a él no se le pasó por la cabeza. Pasó el pestillo de la puerta para que Lippy no pudiera echar un vistazo a lo que no tenía derecho a mirar.
—Lippy debe mirar a las chicas —comentó Jake, cosa que no sorprendió a Lorena—. Ojalá la tina fuera mayor. Podríamos bañarnos juntos.
Lorena jamás había oído semejante cosa. Le sorprendió la naturalidad con que Jake se desnudó para bañarse. Al igual que todos los hombres que no eran jugadores profesionales, tenía el rostro, las manos y el cuello tostados, y el resto del cuerpo blanco como un pescado. La mayoría de sus clientes estaban tostados hasta el cuello, y lo demás blanco. La gran mayoría eran reacios a mostrar sus cuerpos, aunque eran los cuerpos lo que habían venido a satisfacer. Algunos ni siquiera se aflojaban el cinturón. Lorena solía hacerles esperar mientras se desnudaba. Si no lo hacía, se le arrugaba lo que llevaba puesto. También le gustaba desnudarse delante de los hombres porque les asustaba. Algunos se asustaban tanto que se echaban atrás, aunque siempre la pagaban escrupulosamente y se excusaban y pedían perdón. Entraban pensando que iban a intentar persuadirla para que se quitara la ropa, pero cuando ella lo hacía con la mayor indiferencia, solían perder el valor.
Naturalmente, Gus era una excepción. Le gustaba verla desnuda y le gustaba vestida. Un cuerpo le recordaba otros cuerpos y se sentaba en la cama, y se rascaba, y hablaba sobre diversos aspectos de las mujeres que solamente él era capaz de comentar; la diversidad de pechos, por ejemplo.
Jake Spoon no era tan hablador como Gus, pero al igual que él, no era vergonzoso. Se estuvo sentado, feliz, en la tina hasta que el agua se enfrió. Incluso le preguntó si no le gustaría cortarle el pelo. A ella no le importó intentarlo, pero rápidamente comprendió que lo estaba haciendo mal y solo le recortó unos pocos rizos negros.
Una vez se hubo secado, se la llevó a la cama. Antes de llegar se detuvo de pronto y pareció como si fuera a ofrecerle dinero. Lorena se había preguntado si lo haría, y cuando él se detuvo, ella se dio rápidamente la vuelta para que le desabrochara la larga hilera de botones de la espalda. Sentía impaciencia, no para hacer el acto sino para que Jake empezara y asumiera su responsabilidad para con ella. Nunca había supuesto que desearía tal cosa de un hombre, pero tampoco la preocupaba el hecho de que hubiera cambiado de idea en el curso de una hora, o que estuviera un poco bebida cuando cambió de manera de pensar. Confiaba en que Jake Spoon la sacaría de Lonesome Dove, y no quería que entre ellos mediara el dinero ni nada que le hiciera marcharse sin ella.
Jake se dispuso inmediatamente a desabrocharle los botones. Sin duda no era la primera mujer que había desnudado, porque incluso sabía manejar los corchetes del cuello, algo que la mayoría de sus clientes desconocía por completo.
—Hace tiempo que lo tienes, ¿verdad? —le dijo mirando críticamente el vestido que acababa de sacarle.
También esto la sorprendió porque ningún hombre había hecho comentarios favorables ni desfavorables de sus ropas, ni siquiera Tinkersley que le había dado dinero para comprarse precisamente el vestido que sostenía Jake en las manos, un vestido de algodón, barato, que empezaba a gastarse por el cuello. En diferentes ocasiones se había propuesto confeccionarse uno o dos vestidos nuevos. En Lonesome Dove era la única forma de conseguirlos, pero no tenía habilidad con la aguja y aguantaba con la ropa que había comprado en San Antonio.
En los meses que llevaba allí había tenido diversos ofrecimientos para ir a San Antonio con hombres que probablemente le habrían comprado vestidos, pero siempre había rehusado. San Antonio estaba en la dirección opuesta, no le había gustado ninguno de los hombres y de todos modos no necesitaba ningún vestido nuevo, porque estaba más ocupada de lo que quería llevando su ropa vieja.
El comentario de Jake había sido hecho sin intención, pero la desazonó. Se daba cuenta de que era un hombre meticuloso y tendría que cuidarse. Un hombre que descubría un cuello rozado en una mujer semidesnuda, de pie ante él, era un tipo de hombre nuevo para Lorena, un hombre que no tardaría en notar otras cosas, algunas quizá más graves que un cuello desgastado. Se sintió desalentada. El momento había perdido parte de su encanto. Probablemente él había estado en San Francisco y visto a mejores mujeres. Quizá cuando llegara el momento de irse no querría cargar con una mujer tan mal vestida. Quizá la sorpresa que había irrumpido en su vida desaparecería simplemente de ella, sin más.
Pero su desánimo fue solo momentáneo. Jake dejó el vestido a un lado, la contempló mientras se quitaba la camisa por la cabeza y se sentó a su lado cuando se echó. Estaba totalmente tranquilo.
—Bueno, Lorie, tú ganas —le dijo—. No pensé que fuera a ser tan afortunado cuando llegué aquí. Eres tan bella como las flores.
Cuando empezó a acariciarla notó que sus manos eran como las de una mujer. Tenía los dedos pequeños y las uñas limpias. Tinkersley también tenía las uñas limpias, pero Jake no era arrogante como Tinkersley y daba la impresión de que le sobraba el tiempo. Muchos hombres se le echaban encima al instante, pero Jake se sentó en la cama, sonriéndole. Cuando él le sonreía, renacía su confianza. La mayoría de los hombres había un momento en que apartaban los ojos. Pero Jake no dejó de mirarla a los ojos. La miró tanto tiempo que empezó a sentir vergüenza. Nunca se había sentido tan desnuda y cuando él se inclinó para besarla, retrocedió. No le gustaba besar, pero Jake se limitó a sonreír cuando ella se echó atrás, como si su timidez le divirtiera. Su aliento era tan limpio como sus manos. Mucho aliento agrio le había revuelto el cabello y ofendido el olfato, pero el de Jake no era ni pútrido ni agrio. Tenía un limpio sabor a cedro.
Cuando hubo terminado, Jake se durmió. En lugar de levantarse y vestirse, Lorie se quedó echada junto a él, pensando. Con solo pensar en San Francisco se creía capaz de todo. Ni siquiera se sintió dispuesta a moverse para limpiar las sábanas. Qué más daba. Pronto se marcharía y Xavier podía quemarlas si quería.
Cuando Jake despertó, la miró sonriendo y su mano, caliente ahora, volvió a acariciarla.
—Si no tengo cuidado voy a correrme otra vez —observó.
Lorena quería preguntarle por qué su aliento olía a cedro, pero no sabía si hacerlo, ya que era un recién llegado al pueblo. Al final se lo preguntó, se sintió un poco avergonzada al hacerle la pregunta.
—Pues pasé por un bosquecillo de cedros y me corté unos palillos —explicó Jake—. Nada deja tan buen aliento como un palillo de cedro, salvo la menta, y la menta no crece por aquí.
Luego volvió a besarla, como si le hiciera el regalo de su fresco aliento. Entre besos volvió a hablarle de San Francisco y de cuál podía ser la mejor ruta hasta allí. Siguió hablándole después de deslizarse de nuevo entre sus piernas y hacer crujir el viejo somier y el pobre colchón de paja.
Cuando al fin se levantó, sugirió que bajaran. Hacía muchos años que Lorena no se sentía tan feliz. Xavier y Lippy, acostumbrados a sus largos enfurruñamientos, apenas sabían qué pensar. Ni tampoco Dish Boggett, que entraba en aquel momento. Dish se sentó y se bebió una botella de whisky antes de que nadie se diera cuenta. Después empezó a cantar y todos se rieron de él. Lorena se reía tan fuerte como Lippy, cuyo labio se agitaba como una bandera cuando se divertía.
Solo más tarde, cuando Jake se marchó para cabalgar hacia el Sur con el capitán Call, Lorena se puso impaciente. Quería que Jake regresara. El rato que había pasado con él había sido tan relajado que casi parecía un sueño. Deseaba volver a soñar de nuevo.
Aquella noche, cuando un vaquero flaco llamado Jasper Fant llegó del río y se le acercó, Lorie se limitó a mirarle en silencio hasta que él, embarazado, desistió, sin haber podido decir ni una sola palabra. Lo único que hacía era mirar fijamente. Jasper consultó con Lippy y Xavier, y al final de la semana todos los vaqueros a lo largo del río sabían que la única prostituta de Lonesome Dove había dejado bruscamente de serlo.