21

Jake despertó poco después del alba y se encontró con que Lorena ya estaba levantada. Estaba sentada a los pies de la cama, contemplando la luz roja del amanecer que se extendía sobre los mezquites. Él hubiera querido seguir durmiendo, esconderse en el sueño durante varios días, no tomar decisiones, no trabajar con el ganado, solo dormitar. Pero ni siquiera podía controlar el sueño. La idea de que tenía que levantarse y abandonar el pueblo, con Lorie, le quitaba el sueño. Durante un par de minutos se sumió al placer de estar durmiendo sobre un colchón. Podía ser un colchón miserable, hecho de hojas secas de maíz, pero sin duda mejor que lo que tendría en los meses siguientes. Durante meses dormiría en el suelo, con cualquier tiempo que se encontraran.

Contempló a Lorie durante unos instantes y pensó que tal vez si la asustaba con historias de indios cambiaría de idea.

Pero cuando se incorporó sobre un codo y la miró a la nueva luz fresca del día, la idea de desanimarla se esfumó. Era una debilidad, pero no podía soportar decepcionar a las mujeres, aunque al fin y al cabo fuera por su bien. Por lo menos no podía hacerlo cara a cara. Abandonarlas era su única salida, y sabía que no estaba dispuesto a dejar a Lorie. Su belleza disipó el sueño que le quedaba, y lo único que ella hacía era mirar por la ventana, con su larga cabellera dorada cayéndole sobre los hombros. Vestía una vieja camisa de algodón que hubiera debido tirar hacía tiempo. No tenía ni un vestido decente ni nada que realzara su belleza. Sin embargo, la mayor parte de los hombres de la frontera eran capaces de recorrer cincuenta kilómetros a caballo solo para sentarse en el saloon y mirarla. Tenía cierta calidad, como de no haber empezado a vivir aún. Su rostro era de una frescura inusitada en una mujer que llevaba tiempo haciendo de prostituta. De pronto tuvo la idea de que los dos podían abrirse camino en San Francisco si conseguían llegar. Había hombres ricos allí, y la belleza de Lorie no tardaría en atraerles.

—No parece que hayas cambiado de idea —le dijo—. Supongo que será mejor que me levante y vaya a comprarte un caballo.

—Toma mi dinero. Procura que no sea demasiado alto.

Y le entregó los cincuenta dólares de Gus.

—Deja, no necesito tanto. No hay un solo caballo en este pueblo que valga cincuenta dólares, a menos que sea esa yegua de Call, y la yegua no está en venta.

Pero aceptó el dinero pensando en la broma que suponía comprar una montura para que Lorie pudiera llegar a Montana o adonde fuera con el dinero del polvo de Gus. Sabía perfectamente que Gus intentaría algo así porque Gus nunca le dejó tener una mujer para sí. Según Jake, lo que gustaba a Gus sobre todo era rivalizar. En cuanto a que Lorie le aceptara…, bueno, le relevaba de cierta responsabilidad para con ella. Si iba a mantenerse tan independiente, lo mismo haría él.

Lorena seguía mirando por la ventana. Era como si mentalmente ya hubiera abandonado Lonesome Dove y emprendido el camino. Jake se incorporó y la rodeó con los brazos. Le gustaba cómo olía por las mañanas; le gustaba olfatear sus hombros y su garganta. Lo repitió. No solía rechazar estas pequeñas atenciones matinales, pero tampoco las provocaba. Esperaba pacientemente que la dejara y se fuera a comprar el caballo, revisando mentalmente todo lo que podía llevar consigo.

No había gran cosa. Su objeto preferido era una peineta de nácar que Tinkersley le había comprado a poco de llegar a San Antonio. Tenía un delgado anillo de oro que había sido de su madre y una o dos fruslerías más. Nunca le había gustado comprarse cosas; en Lonesome Dove no importaba, porque no había gran cosa que comprar.

Jake permaneció sentado, rascándose un buen rato, oliendo a Lorie y esperando que ella le diera ánimos, pero como no lo hizo terminó por vestirse y salió en busca de caballos y de equipo.

Antes de que transcurrieran diez minutos de la marcha de Jake, Lorena tuvo una sorpresa. Llamaron tímidamente a su puerta. La entreabrió y allí estaba Xavier, de pie en la escalera, y llorando. Permanecía allí como si fuera el fin del mundo, con las lágrimas bajando por sus mejillas y cayendo sobre su camisa. Lorie no supo qué pensar, pero como no estaba vestida no quiso dejarle entrar.

—¿Es verdad lo que dice Jake? —le preguntó—. ¿Te marchas hoy?

Lorena asintió.

—Nos vamos a San Francisco.

—Quiero casarme contigo —dijo Xavier—. No te vayas. Si te vas no quiero vivir. Quemaré el local. De todos modos, es asqueroso. Lo quemaré mañana.

«Bueno, es tuyo —pensó ella—. Quémalo si se te antoja». Pero no lo dijo. Xavier siempre había sido bueno con ella. Le había dado trabajo cuando no tenía un céntimo, y había pagado al momento los servicios que había requerido. Ahora se encontraba en la escalera, tan acongojado que casi no podía ver.

—Me voy.

Xavier sacudió la cabeza con desesperación.

—Pero Jake no es de fiar. Lo conozco. Te abandonará en algún sitio. Nunca llegarás a San Francisco.

—Llegaré. Si Jake se marcha, iré con algún otro.

—Morirás por ahí —insistió Xavier moviendo la cabeza—. Te llevará por mal camino. Podríamos casarnos. Venderé este local. Podemos ir a Galveston y coger un barco hasta California. Allí podríamos abrir un restaurante. Tengo el dinero de Thérèse. Podemos tener un restaurante limpio, con manteles. No tendrás que volver a aguantar a los hombres.

«Salvo que tendría que aguantarte a ti», pensó.

—Déjame entrar —suplicó—. Te daré lo que quieras…, más que Gus.

—Jake te mataría. Será mejor que te marches.

—No puedo —insistió sin dejar de llorar—. Me muero por ti. Si me mata estaré mejor. Te daré cualquier cosa.

De nuevo movió negativamente la cabeza sin saber qué pensar. Había visto a Xavier incontrolado en otras ocasiones, pero generalmente eran ataques de ira. Este era diferente. Jadeaba y las lágrimas no cesaban.

—Deberías casarte conmigo. Seré bueno contigo. No soy como estos hombres. Soy educado. Tengo modales. Verías lo bueno que sería. Jamás te abandonaría. Podrías tener una vida cómoda.

Lorena siguió moviendo negativamente la cabeza. Lo más interesante que le dijo fue lo del barco. Era bastante ignorante, pero sabía que Galveston estaba cerca de Denver. ¿Por qué motivos se empeñaba Jake en ir a caballo hasta Denver cuando podía coger un barco?

—Será mejor que te marches. No quisiera que Jake te encontrara aquí. Podría pegarte un tiro.

—¡Se lo pegaré yo a él! Tengo un rifle. Le dispararé cuando vuelva, si no me dejas entrar.

Lorena no sabía qué pensar. Se portaba como un loco. Xavier no parecía dispuesto a salir de la escalera. Y efectivamente tenía un rifle. No era fácil que Jake dejara que alguien tan lamentable como Xavier le disparara, pero si él mataba a Xavier, el resultado también sería malo. Ya había tenido problemas en Arkansas por haber matado a alguien. Si había un tiroteo quizá no podrían marcharse, y Xavier tenía el aspecto desesperado del que es capaz de cualquier cosa.

En aquel momento Xavier empezó a sacarse dinero del bolsillo. Era difícil decir cuánto le tendía, pero era mucho más de cincuenta dólares. Tal vez fueran cien. Al verlos se sintió cansada. Por más planes que hiciera o cómo tratara de vivir, siempre habría algún hombre mirándola y alargándole dinero. Sin proponérselo, Mosby había iniciado algo que nadie podía parar. Creía que Jake lo había parado, pero no era así. Sus amenazas de matar hombres eran meras palabras. Si tanto le hubiera importado, habría matado a Gus, amigo o no. Aún era más difícil de imaginar que disparara contra Xavier; probablemente le pegaría otro cachete y lo dejaría correr.

—Por favor —suplicó Xavier—. Por favor. Te necesito.

Por lo menos se marchará, pensó abriéndole la puerta. Además era rápido como un conejo.

—No voy a manchar la cama —le dijo Lorena—. Es mi última sábana.

A Xavier le tenía sin cuidado. Dejó el dinero sobre la pequeña cómoda y se volvió hacia ella. Lorie cerró la puerta, se apoyó en ella y se levantó la camisa. Con una mirada de agradecimiento, Xavier dejó caer sus pantalones. Pronto sus piernas temblaban de tal modo que ella temió que se derrumbara antes de terminar. Pero no fue así. Cuando terminó, apoyó la cabeza contra su pecho, mojándole los senos con sus lágrimas mientras su humedad se le escurría por el muslo.

Al momento dio un paso atrás y se subió los pantalones.

—Adiós —le dijo.

—Bueno, aún no me he marchado. No nos iremos hasta por la tarde.

Xavier la miró una vez más y salió. Su mirada la sobresaltó. La expresión de sus ojos era como la de su padre, cuando murió en «Baton Rouge». Le observó mientras bajaba la escalera. Bajaba despacio, como si tanteara por cada peldaño. Apenas había estado dos minutos en su habitación, pero su camisa estaba mojada de lágrimas. Qué raros eran los hombres, aunque Xavier aún era más raro que muchos.

Cuando llegó al pie de la escalera, ella se volvió y escondió el dinero. Era un secreto más que tenía con Jake.

Paloma solitaria
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