71

—Estoy impaciente por llegar a Dodge —dijo Jake—. Me gustaría tomar un baño y encontrar una puta. Y un buen barbero para que me afeite. Hay un barbero allí, llamado Sandy, que me gusta mucho…, si alguien no se lo ha cargado.

—Bueno, mañana lo sabrás —le respondió Dan Suggs—. A mí nunca me han gustado los barberos.

—A Dan ni siquiera le gustan las putas —comentó Roy Suggs—. Dan es difícil de satisfacer.

A Jake le animaba la idea de que Dodge estuviera tan cerca. Estaba harto de la pradera desierta y de los silenciosos Suggs, y ansiaba encontrar compañía divertida y unas buenas partidas de cartas. Tenía la intención de deshacerse de los Suggs en Dodge. El juego sería su excusa. Quizá ganara mucho dinero y entonces les diría que ya estaba harto de la vida nómada. Después de todo no les pertenecía.

El día era soleado y Jake cabalgaba feliz. A veces tenía una sensación de buena suerte, de que su destino era la riqueza y las mujeres hermosas y de que nada podría detenerle. La sensación de buena suerte la tuvo mientras cabalgaba, y lo más importante de ella era que estaba a punto de librarse de los hermanos Suggs. Eran malvados y había hecho una mala elección cuando decidió unirse a ellos, pero no había ocurrido nada demasiado terrible y casi estaban en Dodge. Le pareció que había entrado en la mala suerte el día en que mató accidentalmente al dentista en Arkansas, y ahora estaba a punto de salir de ella en Kansas y podría reanudar el tipo de vida divertida que se merecía. Frog Lip cabalgaba exactamente delante de él y pensó en lo agradable que sería no tener la menor asociación con semejante hombre. Frog Lip cabalgaba en silencio, como había hecho durante todo el viaje, pero su silencio era amenazador, y Jake prefería otro tipo de compañía, principalmente una puta. Seguro que habría muchas en Dodge.

Pero por la tarde, Dan Suggs, el hombre que era difícil de complacer, vio algo que le gustó: un rebaño de unos veinticinco caballos que iba hacia el Sur conducido por tres hombres. Cabalgó hasta una loma y examinó los caballos con los prismáticos. Cuando volvió parecía satisfecho. Jake perdió inmediatamente su sensación de buena suerte.

—Es el viejo Wilbarger —explicó Dan—. Va solo con dos hombres.

—He oído hablar de él —dijo Jake—. Le recuperamos algunos de sus caballos en México. Los tenía Pedro Flores. Pero a él no le conozco.

—Yo sí que conozco a ese hijo de puta —exclamó Dan—. Trabajé para él una vez.

—¿Adónde irá con los caballos? ¿De regreso a Texas? —preguntó Roy.

—Probablemente ha vendido su rebaño principal en Dodge y tiene alguno más camino de Denver. Lleva monturas frescas para sus muchachos.

No tardaron en perder de vista a Wilbarger y sus caballos, pero Dan Suggs no reemprendió la marcha hacia Dodge.

—Creo que Dan se siente sanguinario —comentó Roy mirando a su hermano.

—Pensé que Wilbarger era muy duro —dijo el pequeño Eddie.

—Y lo es, pero yo también —afirmó Dan Suggs—. Nunca me ha gustado. No veo ninguna razón por la que no podamos quedarnos con sus caballos.

A Roy Suggs no le gustaba demasiado el comportamiento de su hermano.

—¿Quedárnoslos para qué? No podremos venderlos en Dodge si Wilbarger acaba de estar allí.

—Dodge no es la única ciudad de Kansas —observó Dan—. Podemos venderlos en Abilene.

Y sin más discusión emprendió la marcha hacia el Sudoeste, a trote lento. Sus hermanos le siguieron, Jake esperó un momento, perdida su sensación de suerte y remplazada por una de miedo. Pensó que quizá los Suggs se olvidarían de él y podría seguir su camino hasta Dodge, pero entonces vio que Frog Lip le miraba. El negro estaba impasible.

—¿Vienes? —preguntó. Era la primera vez en todo el viaje que hablaba directamente a Jake. Había tal insolencia en su voz que Jake se encolerizó, involuntariamente.

—Supongo que si me mira lo descubrirá —respondió Jake, dolido de que el hombre le hablara en aquel tono.

Frog Lip solo le miró, sin sonreír ni torcer el gesto. La insolencia de la mirada era tal que por un instante Jake pensó en desenfundar. Quería borrar de un disparo aquella mirada del rostro del negro. Pero sin embargo, espoleó ligeramente su caballo y siguió a los hermanos Suggs a través de la pradera. Estaba furioso. El barbero y la puta se habían ido al traste. No tardó en oír el caballo del negro a sus espaldas.

Dan Suggs viajaba sin precipitarse. Aquel día no volvieron a ver ni a Wilbarger ni a sus caballos. Cuando se encontraron con una fuente junto a la que crecían unos árboles, Dan paró para dormir.

—No vamos a robar caballos en pleno día —observó al despertar—. Va mejor de noche. Así, si hay suerte, puede achacarse a los indios.

—Entonces mejor será que arranquemos las herraduras de estos caballos —sugirió Roy Suggs—. Los indios no suelen utilizar herraduras.

—Me parece que eres muy meticuloso —exclamó Dan—. ¿Quién nos va a descubrir?

Descansaba a la sombra con el sombrero echado sobre los ojos.

—Wilbarger, si es tan duro como dices —dijo el pequeño Eddie.

Dan Suggs se limitó a reír.

—Bueno, yo pensaba que habíamos venido para robar Bancos y regular colonos —comentó Jake—. No recuerdo haber oído hablar de robar caballos. Creo recordar que robar caballos es un crimen castigado con la horca.

—Nunca me había encontrado con semejante ramillete de jovencitas —se burló Dan—. Todo en Kansas es un crimen castigado con la horca. No se entretienen cambiando las leyes.

—Puede ser. El trabajo de cuatrero no es de mi especialidad —objetó Jake.

—Eres joven, puedes aprender un nuevo tipo de trabajo —observó Dan alzándose sobre un codo—. Y si prefieres no aprender, podemos dejarte aquí muerto. No toleraré que nadie se raje. —Después de hablar se volvió a bajar el sombrero sobre el rostro y se durmió.

Jake se dio cuenta de que estaba atrapado. No podía luchar contra cuatro hombres. Todos los hermanos Suggs durmieron un rato, pero Frog Lip estuvo toda la tarde sentado junto a la fuente, limpiando sus armas.

Al anochecer Dan Suggs se levantó y fue a orinar al lado de la fuente. Después se echó al suelo, tendido boca abajo, y bebió. Cuando se levantó, montó a caballo y se alejó sin hablar con nadie. Sus hermanos montaron rápidamente y le siguieron y a Jake no le quedó otra alternativa que seguirles. Frog Lip cerraba la marcha, como de costumbre.

—Dan se siente realmente sanguinario —masculló el pequeño Eddie.

—Bueno, suele ponerse así —respondió Roy—. Supongo que no esperarás que le eche un sermón.

—No le interesan los caballos —porfió el pequeño Eddie—. Lo que quiere es matar a ese hombre.

—Dudo de que deje sueltos los caballos, cuando los tenga —dijo Roy.

Jake estaba furioso de que el día se hubiera complicado de aquel modo. Una vez más su mala suerte…, no había forma de superarla. Si Wilbarger hubiera estado viajando solo dos kilómetros más al Oeste, no le hubieran visto ni a él ni a sus caballos y ya estarían en Dodge disfrutando de las comodidades de la ciudad. Descubrir a tres hombres y unos caballos sobre la inmensa llanura era una pura casualidad, una cuestión de suerte como la bala que mató a Benny Johnson. Pero ambas cosas habían sucedido. Para que un hombre se sintiera pesimista era suficiente que tales cosas fueran ocurriendo con regularidad.

No tardaron en encontrar el rastro de Wilbarger y en seguirlo hacia el Oeste a través de la puesta del sol y el largo anochecer. El rastro les conducía hacia el Arkansas, y era fácil de seguir incluso a media luz. Dan Suggs no cambió de marcha. Llegaron al río y lo cruzaron a la luz de la luna. Jake no podía soportar cabalgar mojado, pero no pudo hacer otra cosa porque Dan no se detuvo. Nadie dijo palabra cuando llegaron al río; nadie dijo nada después. La luna estaba ya en alto al Oeste cuando Dan Suggs acortó el paso.

—Ve a localizarlos, Frog —ordenó Dan—. No creo que estén lejos.

—¿Disparo o no? —preguntó el negro.

—¡No, no dispares, maldita sea! —exclamó Dan—. ¿Crees que he hecho todo este camino hasta aquí y vadeado un río, para perderme la diversión? Vuelve en cuanto los encuentres.

Frog Lip regresó a los pocos minutos.

—Por poco nos echamos encima. Están ahí mismo.

Dan Suggs apagó el cigarro y echó pie a tierra.

—Tú guarda los caballos —dijo al pequeño Eddie—. Ven en cuanto oigas los tiros.

—Yo sé disparar tan bien como Roy —protestó Eddie.

—Roy no podría disparar contra su pie aunque lo tuviera amarrado a un árbol. De todos modos vamos a dejar que Jake los mate. Él es el hombre que tiene reputación.

Cogió el rifle y se alejó. Jake y los otros le siguieron. No había señales de hoguera ni de nada, solo llanos y oscuridad. Aunque Frog Lip había dicho que los hombres estaban cerca, a Jake le pareció que anduvieron mucho rato. No vio a los caballos hasta que casi tropezó con uno. Por un momento pensó en agarrar el caballo y escapar montando a pelo. La conmoción pondría en guardia a Wilbarger y quizá caerían uno o dos de los hermanos Suggs. Pero el caballo se apartó bruscamente de él y pasó la oportunidad. Desenfundó su pistola sin saber qué otra cosa hacer. Habían encontrado los caballos, pero no veía dónde estaba el campamento. Frog Lip estaba a su lado, vigilando, supuso Jake.

Cuando sonó el primer disparo ignoraba quién lo había hecho, aunque creyó ver el fogonazo de un rifle. Le pareció tan distante que casi pensó que se trataba de otra escaramuza. Los fogonazos brillaban delante de él, excesivos para ser obra de tres hombres, se dijo. Tantos disparos le asustaron durante unos instantes y disparó por dos veces hacia la oscuridad, sin saber contra qué disparaba. Oyó tiros detrás de él; era Frog Lip. Empezó a entrever figuras que corrían, aunque no podía distinguir de quién se trataba. Luego hubo cinco o seis disparos juntos, parecidos a un trueno, y el ruido de un caballo que huía. Jake apenas podía ver nada. De vez en cuando creía distinguir un hombre, pero no estaba seguro.

—Frog, ¿le has dado? —Oyó que preguntaba Dan.

—No, él me ha dado a mí, maldita sea —respondió el negro.

—Yo juraría que le metí tres, aunque se escapó con ese caballo —comentó Dan—. Roy, ¿estás vivo?

—Estoy vivo —respondió Roy Suggs, desde cerca del rebaño de caballos.

—Bueno, ¿y qué haces ahí? —Quiso saber Dan—. La cochina pelea estaba aquí.

—Pero queremos los caballos, ¿no? —preguntó Roy enojado.

—Yo al que quería era al maldito Wilbarger. Y tú, Spoon, ¿qué tal?

—No me han tocado.

—Tú y Roy podíais haberos quedado en Dodge, por lo que hacéis a oscuras…

Jake no contestó. Estaba satisfecho de no haber tenido que disparar a nadie. Parecía ridículo atacar a la gente a oscuras. Incluso los indios esperaban a que saliera el sol. Le esperanzaba el hecho de que Frog Lip decía haber sido tocado, aunque el que alguien supiera adónde disparaba le resultaba un misterio.

—¿Dónde estará el condenado chico? —preguntó Dan—. Le dije que trajera los caballos. El viejo Wilbarger se escapa. ¿Dónde te han herido, Frog?

Frog Lip no contestó.

—¡Maldito sea el viejo hijo de puta! —exclamó Dan—. No me extrañaría que hubiera matado a Frog. Roy, vete a buscar a Eddie.

—Si le has dicho que viniera, vendrá —contestó Roy.

—Será mejor que vayas a buscarle, a menos que estés hecho a prueba de balas —dijo Dan con voz amenazadora.

—No pienso ir si Wilbarger anda suelto. Tampoco vas a dispararme…, soy tu hermano.

Se oyeron otros dos tiros tan cerca que Jake pegó un salto.

—¿Te he dado? —preguntó Dan.

—No, y no vuelvas a disparar —exclamó Roy sorprendido—. ¿Por qué ibas a disparar contra mí?

—No tengo a nadie más a quien disparar excepto a Jake, y ya conoces su reputación —concluyó Dan sarcástico.

Oyeron caballos que se acercaban.

—¿Chicos? —gritó Eddie.

—No, esta noche más bien chicas —respondió Dan—. ¿Esperas el día de las elecciones, o qué? Trae a los malditos caballos.

El pequeño Eddie los trajo. Apenas empezaba a amanecer. Pronto fue posible ver el resultado de la batalla. Los dos hombres de Wilbarger estaban muertos, inmóviles en sus mantas. Uno era Chick, la comadreja que Jake recordaba haber visto la mañana en que trajeron los caballos de México. Una bala de rifle le había dado en el cuello y prácticamente le había separado la cabeza del cuerpo. El cadáver le recordó a Jake un conejo muerto, quizá porque Chick tenía dientes de conejo, descubiertos ahora en una mueca.

El otro muerto era un muchacho, probablemente un aprendiz de vaquero.

Del viejo Wilbarger, ni rastro.

—Sé que le metí tres tiros —insistió Dan Suggs—. Debía dormir con las riendas en la mano o nunca habría llegado hasta su caballo.

Frog Lip yacía en el suelo, agarrado aún a su rifle. Tenía los ojos abiertos y respiraba con la misma dificultad que un caballo después de una larga carrera. Su herida estaba en la ingle. Tenía los pantalones empapados de sangre. El sol naciente brillaba sobre su rostro cubierto de sudor.

—¿Quién ha matado a Frog? —preguntó el pequeño Eddie sorprendido.

—¿Quién ha podido ser sino el maldito Wilbarger?

Dan había echado una mirada a Frog. Recorría la llanura con sus prismáticos, esperando ver al ganadero. Pero los llanos estaban vacíos.

—Nunca pensé que nadie pudiera matar a Frog —exclamó el pequeño Eddie derrumbado por lo que estaba viendo.

Dan Suggs rugía de frustración. Echó una mirada feroz a sus hermanos como si ellos fueran los únicos responsables de que Wilbarger escapara.

—Vosotros deberíais volver a casa y enseñar en la escuela. Es para lo único que valéis.

—¿Y qué querías que hiciera? —preguntó Roy—. No veo a oscuras.

Dan se acercó a mirar a Frog Lip. Ignoró a sus hermanos. Se arrodilló y tiró de la camisa ensangrentada fuera de los pantalones, dejando la herida al descubierto. Un segundo después se puso en pie.

—Frog, este ha sido tu día de mala suerte —dijo—. Creo que será mejor que te rematemos.

Frog Lip no contestó. Ni siquiera movió los ojos ni parpadeó.

—Disparadle y vámonos —dijo Dan mirando al pequeño Eddie.

—¿Que mate a Frog? —exclamó el pequeño Eddie, como si no hubiera oído bien.

—Sí, Frog tiene una bala en el vientre. Necesita que se le ayude a morir. Dispárale y vámonos.

—No quiero matar a Frog —gimoteó el pequeño Eddie.

—Entonces tendremos que dejárselo a los buitres, si eres tan remilgado.

Desprendió el rifle de la mano de Frog y se pasó su gran pistolón por el cinto.

—¿No le vas a dejar que conserve sus armas? —preguntó Roy.

—No. Él no las necesita, y nosotros a lo mejor sí.

Dicho esto montó a caballo y se acercó a ver el rebaño de caballos capturados.

—Mátale, Roy —suplicó el pequeño Eddie—. Yo no puedo.

—No, Dan ya está furioso conmigo. Si hiciera algo que te ha encomendado a ti, yo sería el muerto.

Roy también montó su caballo y se alejó. Jake se acercó a su caballo andador, pensando en que el día que conoció a los Suggs había sido un día negro, un día maldito.

—¿No querrías matarlo tú, Jake? —le suplicó—. Yo le conozco de toda mi vida.

—No me gustaría hacerlo —respondió Jake. Recordaba lo insolente que Frog Lip había estado con él el día anterior, y cómo entonces había deseado matarle. Pero el cambio había sido muy rápido. Ahora el hombre yacía en el suelo, muriendo de una herida cruel y ninguno de los hombres con los que había cabalgado quería aliviar su sufrimiento.

—¡Maldita sea, nadie quiere ayudarme! —se lamentó el pequeño Eddie.

Se encogió de hombros, sacó la pistola y sin decir nada más se acercó y disparó contra Frog Lip, a la cabeza. El cuerpo se estremeció y se quedó inmóvil.

—Sácale el dinero —gritó Dan Suggs—. A mí se me olvidó.

El pequeño Eddie rebuscó los bolsillos ensangrentados del muerto, antes de montar.

Jake había supuesto que a lo mejor irían tras de Wilbarger, ya que estaba herido, pero Dan Suggs dirigió el rebaño de caballos hacia el Norte.

—¿Es que no vamos a perseguir al hombre? —preguntó Roy.

—No sabría rastrear un elefante, ni vosotros tampoco. Frog era nuestro rastreador. Disparé tres veces contra Wilbarger, espero que se muera.

—Yo pensaba que íbamos hacia Abilene —dijo el pequeño Eddie—. Abilene no está en esta dirección.

Dan se mofó de su hermano:

—Ojalá Wilbarger te hubiera disparado a ti en lugar de a Frog. Frog era nuestro mejor hombre.

Jake creyó que había asistido al final de las matanzas. Pensó que pudo haber sido peor. El tiroteo había tenido lugar en noche cerrada. Wilbarger no le había visto. No podrían relacionarlo con el ataque. En cierto modo era una suerte. Si consiguiera desembarazarse de los Suggs no estaría en una situación tan desesperada.

Mientras cabalgaba detrás de veinticinco caballos, pensó que lo mejor que podía hacer era olvidarse del Oeste. Podía viajar hasta San Luis y coger un barco hasta Nueva Orleans, o incluso ir en dirección este hacia Nueva York. Eran dos ciudades estupendas para los jugadores, por lo menos eso había oído decir. En una o en otra estaría a salvo y podría llevar la vida que le gustaba. Mirando atrás, se dijo que había sido extraordinariamente afortunado al sobrevivir en semejantes lugares, donde las matanzas eran el pan de cada día. La suerte de un hombre no duraba siempre y el hecho de que hubiera tropezado con los Suggs indicaba que esta se estaba acabando.

Decidió aguzar el ingenio para encontrar el modo de escapar mientras la escapada fuera posible. La muerte de Frog Lip le había facilitado la tarea porque, como decía Dan, Frog Lip era el único rastreador del grupo. Si podía de un modo u otro pegar un buen salto, a lo mejor escapaba. Y si lo conseguía no pararía hasta encontrar el Mississippi.

Una vez tomada esta decisión, se sintió más animado. Escapar de la muerte siempre animaba a un hombre. Era un día soleado y precioso y vivía para verlo. Con un poco de suerte, habría llegado al término de sus problemas.

Este magnífico estado de ánimo le duró dos horas, y entonces ocurrió algo que se lo amargó. Parecía que el mundo estaba desierto, a excepción de ellos y los caballos, y de pronto, con gran sorpresa, vio una tienda. Estaba plantada debajo de un único árbol, directamente delante de ellos. Cerca de la tienda dos hombres araban con cuatro mulos. Dan Suggs cabalgaba a la cabeza del rebaño de caballos y Jake le vio galopar hacia los colonos. No le dio demasiada importancia…, vigilaba la tienda por si había alguna mujer por allí. Luego oyó el sonido apagado de un disparo y al mirar vio que caía uno de los colonos. El otro estaba de pie, sin armas en la mano. Estaba como paralizado, e inmediatamente Dan Suggs también le disparó. Entonces trotó hasta la tienda, saltó del caballo y se metió dentro.

Jake no sabía qué pensar. Había visto matar a dos hombres en un espacio de segundos. No tenía idea de por qué. Cuando estuvo cerca de la tienda, Dan Suggs sacó un pequeño baúl fuera y se puso a registrarlo. Iba tirando la ropa que estaba dentro sobre la hierba. Sus hermanos se le acercaron para participar de la diversión y pronto recogieron varias piezas para ver si les servían. Jake también se acercó, nervioso. Dan Suggs estaba en vena de matar. Ambos granjeros yacían muertos sobre la hierba cerca de sus mulos, que pastaban tranquilamente. Ambos tenían un agujero de bala en la frente. Dan les había disparado a bocajarro.

—Bah, no tenían más que un reloj —exclamó Dan alzando un bonito reloj de bolsillo, de plata—. Creo que me voy a quedar con el reloj.

Sus hermanos no encontraron nada de valor, aunque revolvieron toda la tienda. Mientras registraban, Dan encendió un fuego con un carbón que encontró y preparó algo de café.

—Vamos a ahorcarlos —dijo acercándose a mirar a los dos muertos. Los dos tendrían unos cuarenta años y llevaban barbas despeinadas.

Roy Suggs parecía desconcertado.

—¿Y por qué quieres ahorcarlos? Ya están muertos.

—Ya lo sé, pero es una pena no utilizar este árbol. Es el único que hay por aquí. ¿Para qué sirve un árbol sino para ahorcar a alguien?

La idea hizo reír al pequeño Eddie, que lanzó una risita nerviosa.

—Dan, eres único —exclamó—. Nunca había oído ahorcar a muertos.

Pero Dan lo decía en serio. Pasó cuerdas por los cuellos de ambos muertos e hizo que sus hermanos los llevaran hasta el árbol y los colgaran de él. No era un árbol muy grande y los pies de los hombres quedaban a pocas pulgadas del suelo. A Jake no se le pidió que ayudara ni él se ofreció.

Cuando estuvieron colgados, retorciéndose al extremo de sus cuerdas, Dan Suggs dio unos pasos atrás para ver el efecto, y al parecer no le gustó. Sus hermanos le observaban nerviosos. Su cara indicaba que aún seguía malhumorado.

—¡Malditos destripaterrones!

—Bueno, ya está bien, Dan. Ya están suficientemente muertos.

—No, no lo están. Un maldito destripaterrones no estará nunca lo bastante muerto para mí.

Después de eso fue a buscar la lata de petróleo que le había servido para encender el fuego y empezó a rociar las ropas de los ahorcados.

—¿Para qué haces esto? —preguntó el pequeño Eddie—. Ya les has disparado y ahorcado.

—Sí, y ahora voy a quemarlos. ¿Alguna objeción por parte de los maestros de escuela?

Contempló a los tres, con ojos retadores. Nadie abrió la boca. Jake estaba mareado por lo que estaba ocurriendo, pero no trató de evitarlo. Dan Suggs estaba loco, no cabía la menor duda, pero su locura no afectaba su puntería. La única forma de pararle era matándole, una decisión arriesgada a plena luz del día.

El pequeño Eddie dejó oír otra vez su risita nerviosa mientras miraba cómo su hermano prendía fuego a los hombres. Incluso con el petróleo no resultaba fácil… Dan tuvo que rociarlos varias veces antes de que ardieran. Pero por fin lo consiguió y las ropas se encendieron. Era un espectáculo terrible. Jake pensó que no iba a mirar, pero lo hizo a pesar suyo. Las ropas sudadas de los hombres se desprendieron y sus barbas despeinadas se quemaron. Algunos restos de ropas cayeron bajo sus pies. Los pantalones de los hombres también ardieron dejando solo los cinturones y algún jirón de ropa en las cinturas.

—Dan, eres único —iba repitiendo el pequeño Eddie mientras se reía nervioso. Roy Suggs destrozó metódicamente la tienda y revolvió de nuevo las posesiones de los hombres esperando encontrar algo de valor.

—No tenían nada —dijo—. No sé por qué te has molestado en matarles.

—Fue su día malo, lo mismo que el de Frog. Echaremos en falta a Frog, disparaba muy bien. Ojalá tuviera al maldito Wilbarger aquí; lo asaría bien asado.

Después de beber más café, Dan Suggs volvió a montar. Los dos granjeros, con el tronco de sus cuerpos ennegrecido, seguían colgando del árbol.

—¿No piensas enterrarlos? —preguntó Jake—. Alguien los va a encontrar, y a lo mejor es la ley.

Dan Suggs se limitó a reír:

—Me gustaría ver qué ley me coge a mí. Ningún hombre de Kansas pudo conseguirlo, y en todo caso yo pienso llegar a Nebraska.

Se volvió a sus hermanos, que buscaban aún entre las ropas de los colonos con la esperanza de encontrar algo que mereciera la pena.

—Recoged los mulos. Sería una tontería dejar unos buenos mulos.

Después espoleó el caballo y se alejó.

—Hoy está sanguinario —repitió Roy mientras iba a buscar a los mulos.

—Si encontramos más destripaterrones, mala suerte para ellos.

A Jake le había desaparecido el buen humor, aunque el día seguía siendo precioso. Resultaba evidente para él que su única esperanza era huir de los Suggs tan pronto como pudiera. Dan Suggs podía despertar cualquier día sintiéndose sanguinario, y si no había granjeros para absorber su furia las cosas se pondrían realmente negras. Se mantuvo al trote todo el día, alejado del rebaño de caballos, esforzándose por olvidar los dos cuerpos ennegrecidos, cuyos zapatos todavía ardían cuando se alejaron.

Paloma solitaria
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