27
No mucho después de emerger del borde del bosque comprobaron que el sentido de orientación de Thaklar era infalible. Estaban cerca de la pared Este del inmenso cráter y el pie de la escalera de piedra se encontraba ante ellos.
Acamparon allí, en el espacio abierto entre la base del muro y las márgenes del bosque. Tendieron las bolsas de dormir y devoraron una comida rápida y mal preparada. Estaban demasiado hambrientos, tensos y fatigados para hacer otra cosa que tragar la comida fría, humedecer sus gargantas con la escasa provisión de agua y volver a sus frazadas. Había sido un día interminable, plagado de extraños descubrimientos y de horribles acontecimientos, y sus mentes estaban agotadas. Se hundieron en un pesado sueño, sin sueños, en el momento mismo en que se estiraron y se acomodaron para descansar.
Y llegó el amanecer, y palideció el cielo o la superficie inferior del lago. Despertaron relajados y frescos. Y comprendieron que la Noche-de-los-Dioses había terminado. Ya no tenían que soportar la mirada de ojos invisibles, no había ya malignidad ni propósitos nefastos en el movimiento de los árboles.
Pero habían sido expulsados del Edén y lo sabían. No podrían quedarse mucho más, ni siquiera allí, en el borde del Valle, impunemente.
M’Cord se levantó antes que los demás. Preparó su café y lo bebió, tragándolo con enormes sorbos, un café caliente, negro y amargo. Apartó las tinieblas del sueño de su mente y se afirmó en su propósito de recorrer el bosque en busca de algún indicio de Inga antes de comenzar el largo camino de regreso a Ygnarh.
Thaklar se ofreció para ayudarle, y Zerild hubiese ido también si el príncipe Halcón no le hubiese ordenado perentoriamente que se quedase para cuidar el campamento.
¡Parecería que cuando Zerild se entregaba a un hombre lo hacía en forma absoluta! ¡Al fin la bailarina había encontrado al hombre que podía dominarla! Sonrió a Thaklar sin palabras y el príncipe le devolvió la sonrisa siguiendo los pensamientos de M’Cord.
Entraron al bosque y comenzaron a buscar a la muchacha. Aun ahora, en el nacarado crepúsculo del amanecer, el bosque se encontraba desierto. No sólo desierto, era como si cualquier vestigio de vida lo hubiese abandonado. Las pequeñas criaturas reptantes que vivían en el bosque habían escapado, o así lo parecía, a las profundidades del bosque, como para evitar corromperse con su presencia. Nada se deslizaba bajo las hojas caídas, nada se movía entre los arbustos ni se escabullía entre los gigantescos árboles de nudosa madera negra. Tampoco sentían la presencia de ojos que los observasen mientras buscaban.
Hacia el mediodía encontraron un claro en medio del bosque, donde burbujeaba una fuente bajo el cielo jade.
¡Y la muchacha se encontraba allí!
Yacía desnuda, en posición fetal sobre la alfombra de musgo zafiro, con su dorado cabello esparcido alrededor de ella. Dormía como una criatura, profundamente. Y si soñaba, sus sueños eran serenos y agradables ya que sonreía levemente.
M’Cord se inclinó sobre ella y la llamó por su nombre. Se agitó en medio del sueño y le miró parpadeando. Luego abrió sus ojos azules y dulces. La culpa y la sombra de vergüenza habían desaparecido de ellos.
Levantó la vista sonriéndole soñolientamente, luego bostezó, se estiró lánguidamente y se sentó.
—¡Oh, M’Cord! Tuve un sueño extrañísimo —le dijo.
—Tú… ¿me recuerdas? —le preguntó bruscamente.
Sus pestañas cayeron modestamente, ocultando el candor de sus ojos.
—Por supuesto que te recuerdo —le respondió—. ¡Cómo podría olvidarte… a ti!
—¡Gracias a Dios! —dijo con una voz que la estremeció y la hizo ponerse de pie. Se lanzó a sus brazos buscando abrigo, como si perteneciera a ellos. La apretó contra sí, tiernamente, y sus labios se encontraron. Ella le devolvió la caricia con un beso que era a la vez virginal y apasionado.
Luego, por sobre su hombro, vio a Thaklar que se encontraba observándolos con una leve sonrisa que suavizaba las duras facciones de su rostro.
—¡Oh! —murmuró, librándose del abrazo. Y entonces por primera vez, al tomar conciencia de su desnudez, enrojeció confundida. Trató de cubrirse con sus manos y cabellos.
Pero él había previsto la posibilidad de encontrarla y había traído las ropas de su equipaje. Mientras M’Cord y el príncipe Halcón se retiraban del claro se vistió y se reunió con ellos un momento después, ruborizada y sin aliento.
Se encaminaron de vuelta al campamento. Parecía no sufrir las huellas de sus experiencias anteriores, y cuando M’Cord le preguntó cautamente sobre los acontecimientos del día anterior le fue casi imposible recordar algo.
—No sé —murmuró dubitativamente—. Parece que todo hubiese ocurrido hace tanto tiempo… recuerdo a los amistosos Ushongti cuidando los macizos de flores cerca de la laguna… ¡y cuando tú y yo descubrimos la Fuente de la Vida y… y… ambos! —Bajó la vista avergonzada, pero no pudo evitar que sus labios sonrieran ante la imagen—. Pero… después de aquello… me parece que no puedo recordar nada más. Hubo una pelea o una discusión, no recuerdo…
—¿Y luego? ¿Qué sucedió entonces? —la urgió, ansioso de saber hasta dónde llegaba su amnesia, si es que podía llamársele así.
Sacudió la cabeza, aturdida. Luego sonrió con una dulce y serena sonrisa de creciente felicidad que parecía un amanecer.
—Y luego me fui a jugar con los niños en los bosques —dijo—. ¡Jugamos tan felices! Y luego sentí sueño y… me quedé dormida. Y después me encontraste —concluyó.
M’Cord no trató de despertar en ella recuerdos anteriores, temiendo remover experiencias que ella preferiría olvidar. Recordaba a su hermano, pero parecía extrañamente despreocupada por lo que hubiese sido de él. Y aceptó sin sorpresa alguna el hecho de que Phuun y Chastar ya no los molestarían más. Incluso no parecía extrañada ante el cambio de Zerild y cuando regresaron a su campamento temporal al pie del acantilado intercambió saludos con la bailarina, evidentemente indiferente ante lo que había producido una transformación tan milagrosa en la marciana.
Era como si el olvido de sus recuerdos le hubiese causado un impacto mental tan violento y dramático como para levantar un muro entre el ayer y el hoy. Un muro a través del cual sólo podían pasar los recuerdos alegres, un muro que hacía que todo cuanto le había acontecido en su vida anterior fuera algo vago, remoto y sin importancia.
Parecía que lo que más le costaba recordar era lo referente a su hermano Karl. Pero tampoco le preocupaba que ya no se encontrase más con ellos. Era como si él perteneciera al pasado y se encontrara entre las cosas que habían quedado atrás.
M’Cord imaginó que cada uno de los recuerdos que ella tenía de Karl Nordgren estaba tan intrínsecamente unido al dolor, a la culpa y al temor, que cuando la burbuja de la Fuente la había limpiado de esas manchas, había borrado casi la totalidad de los recuerdos que tenía de él.