LA BÚSQUEDA DEL SECRETO

15

El breve descanso terminó muy pronto. Chastar estaba ansioso por alcanzar la cima de la pared del cráter antes del anochecer. Estaban todos muy cansados, pues había sido un largo día y ya habían recorrido cerca de veintiocho kilómetros. Pero Chastar no quería saber de descansos ni demoras.

Siguieron ascendiendo. El trayecto no era tan difícil como antes, ya que en esta parte la ladera estaba constituida sólo por roca desnuda, sin polvo ni guijarros sueltos que hiciesen el paso inseguro o peligroso. Pero era una cuesta sin interrupción, y cada vez se tornaba más abrupta.

En la transparente claridad del aire, desde esa altura, se podía ver la Meseta Meridiani y se divisaban confusamente las planicies polvorientas que los circundaban por tres costados. Ésa debía de ser una de las mayores alturas del planeta, pensó M’Cord. Estaba traspirando nuevamente; cualquiera que fuese el secreto de Ophar, estaban a punto de darle el primer vistazo.

Thaklar los guio por un sendero casi invisible, de un punto a otro, advirtiéndoles que apoyaran los pies y las manos con mucho cuidado y exactamente en los lugares que les señalaba, ya que las capas de roca estaban sueltas en algunas partes y un error podía ser fatal. El camino de descenso, en caso de caer, era bastante largo.

No tenía sentido hacer subir a los trifos una ladera tan empinada y además ya no los necesitaban. Chastar blasfemó y se encolerizó, pero no quedaba otra alternativa que descargar las bestias y soltarlas para que bajasen solas a la base del cráter a reunirse con las bestias de carga. El ascenso había comenzado en una forma tan gradual e imperceptible que no había imaginado que el terreno cambiaría de modo tan abrupto y peligroso. De haberlo sabido, hubiese dejado abajo a todas las bestias junto a sus alimentos para que esperasen su regreso. Pero Thaklar no se había sentido inclinado a advertírselo; así es que los trifos fueron dejados en libertad para que bajaran ruidosamente la ladera hacia donde se encontraban sus semejantes.

Esto implicaba que, a no ser que las bestias permanecieran por las cercanías, tendrían que caminar de vuelta a Ygnarh cuando llegase el momento de regresar. No había nada que se pudiese hacer al respecto, pero esto enfureció a Chastar. El príncipe Halcón no hizo ni siquiera un ademán en respuesta a la tormenta de injurias e imprecaciones; simplemente esperó.

El ascenso continuó. Ahora el camino subía por una pared de piedra casi vertical.

Lo hicieron con calma, con frecuentes paradas para recobrar el aliento. Era aun más difícil de lo que había parecido desde abajo. Les llevó más de tres horas llegar hasta la cima.

Allí encontraron un espacio abierto, ancho como una carretera, pero sembrado de enormes rocas tan grandes como naves espaciales. Los estratos rocosos se veían aquí claramente, como líneas como de miel solidificada. Esta roca había sido lava derretida un billón de años atrás; y el empuje de la tremenda fuerza que la había moldeado era aún visible en este mundo desierto donde no había nada que erosionase la piedra o que borrase o suavizase las formas que había adoptado la roca derretida al enfriarse.

Se abrieron camino a través de las rocas diseminadas. La superficie de la pared era plana y suave como la de algunas murallas de ciclópeas fortalezas construidas por gigantes prehistóricos.

Chastar y Zerild iban a la cabeza. Iban avanzando de costado entre dos enormes rocas que se encontraban muy juntas dejando un angosto pasaje entre ambas. Al llegar al extremo del paso se detuvieron súbitamente, como paralizados de terror.

Zerild retrocedió, asustada.

Chastar tragó aire agitadamente, silbando entre los dientes apretados. Se encontraban en el borde mismo de un precipicio. Sólo unos centímetros más allá de sus pies la pared se cortaba en una caída de cientos de metros hasta el fondo del angosto valle que se encontraba debajo de ellos.

Los otros se les unieron; codo con codo se inclinaron por sobre el borde del abismo para mirar hacia Ophar.

—¿Qué truco endemoniado es éste? —preguntó Chastar roncamente. Pero nadie le respondió.

M’Cord fue el último en unírseles a causa del intenso dolor de su pierna. Miró hacia abajo… y le costó creer lo que veían sus ojos.

El fondo del valle se hallaba a unos trescientos metros debajo de ellos. Era mucho menos profundo de lo que había imaginado.

La base del valle se encontraba semioculta por oscuras sombras púrpuras a esa hora de la tarde. Y el suelo mismo no se veía claramente, pero se extendía hasta el lado opuesto de la pared del cráter, unos treinta kilómetros, calculó. Así es que después de todo tenía tan sólo la mitad de la superficie del Nix Olimpica.

En el centro del cráter, a unos quince kilómetros del lugar en que se encontraban, un pico cónico se elevaba desde el fondo. Como lo había imaginado, este cráter era producto del impacto de un meteorito gigantesco. Sólo ellos exhibían ese piramidal pico central.

Todo esto lo percibió sólo de pasada. Fue el suelo del valle lo que le llamó la atención, al igual que a Zerild, Phuun, Chastar y a su hermano. Porque allí no había nada más que un amplio y uniforme terreno de piedra sembrado de grandes rocas partidas y horadadas por innumerables y pequeños cráteres.

Era sólo roca muerta, seca, estéril, sin vida… ¡Exactamente igual a la de la superficie de la meseta que habían recorrido todos estos días!

No era nada parecido a lo que había imaginado.

Eso lo hizo detenerse a reflexionar. ¿Cómo se había imaginado Ophar, exactamente? Quizás como un valle paradisíaco o tal vez como un hermoso jardín. Pero eso no tenía sentido; no había jardines en Marte, ya que el planeta estaba viejo, muerto y estéril.

¿Por qué, entonces se la había imaginado así? Quizás por el paralelo entre Ophar y el Edén; un jardín es un jardín, después de todo. Debería haberlo pensado mejor.

Todos deberían haberlo hecho. Porque era obvio que los demás habían soñado lo mismo que M’Cord. Zerild miraba fijamente el seco valle sembrado de rocas con una expresión de gran sorpresa y desilusión. Chastar estaba como enloquecido, movía la boca sin emitir sonido alguno y su cuerpo se estremecía de furia. Aun Phuun salió de su acostumbrada apatía: el fraile renegado se había quedado con la boca abierta, producto de una sorpresa tan profunda que más bien podía definirse como horror.

—¡Engañado! ¡He sido engañado! —chilló el forajido. Se volvió a Zerild y le dio un golpe brutal con la mano abierta, tomándola por sorpresa. La bofetada le dejó visibles marcas rojas en el rostro.

—¡Perra del demonio! ¡Tú y tu charlatanería acerca de mapas y de tesoros escondidos!

¡Tú me hiciste esto, tú!

Thaklar carraspeó. Chastar se volvió; el príncipe Halcón estaba indicando la superficie interna del precipicio. Todos miraron… todos, incluso Zerild, mientras se acariciaba la cara con una extraña expresión reflejada en la profundidad de sus ojos verdes.

Había una escalera tallada en el despeñadero de piedra.

—Ése es el camino para bajar, Chastar —le dijo tranquilamente Thaklar. De todos ellos, sólo el príncipe no estaba alterado ni desilusionado al descubrir que el Valle de los Eternos no era más que un lugar vacío y sin vida, sólo cubierto por rocas estériles.

—¡Bajar! ¿Por qué querría bajar? —gruñó el forajido—. Hay suficientes piedras y polvo en el lugar de donde venimos; ¿debo acaso bajar un cráter por más?

—Si el Valle es en verdad un lugar muerto, ¿para qué entonces esta escalera? —preguntó pensativamente Zerild.

Les impactó la imprevista escalera.

Con enorme técnica y trabajo, alguien había tallado una escalera zigzagueante en la roca del abrupto precipicio. Gradas de piedra que llevaban a… ¿la nada?

Era imposible creer semejante cosa.

Como si no confiasen en sus propios ojos, se volvieron simultáneamente para escrutar el valle una vez más. Pero aún seguía siendo lo mismo: una extensión arenosa, sembrada de enormes rocas desgastadas, plagadas de cratercillos como picaduras de viruela de diferentes tamaños. No se veía el más mínimo vestigio de vegetación entre las rocas o en las laderas del lado opuesto. Ni un viso de humedad, señales de ruinas o evidencia de que el hombre hubiese pisado jamás ese terreno sembrado de cascotes. Sólo había un desolado y lóbrego valle lleno de nada.

Luego ¿por qué habían tallado la escalera?

Chastar escupió una maldición, pero lo abandonó la furia. En su reemplazo había una mirada fría, cargada de decisión.

—Vamos, carguen sus bultos, todos —ordenó—. ¡Vamos a bajar!

—¿A… allí? —preguntó débilmente Nordgren, la luz de la tarde reflejándose en sus lentes—. ¡Pero no hay nada allí!

—Debe de haber algo allí, o no habrían tallado los escalones para que los hombres pudiesen bajar —respondió Chastar, torvamente—. He viajado demasiado y me he sacrificado mucho como para volver sin ver por mí mismo lo que realmente es Ophar. Sólo cuando haya recorrido el valle de lado a lado sin encontrar nada, sólo entonces me daré por vencido y volveré. ¡Carguen sus bultos, f’yagha, y comiencen a bajar! ¡Tú nos guiarás, pelo amarillo; tú y tu parienta!

Nerviosamente, Nordgren miró el primer escalón de la escalera. Estaba sólo a pocos centímetros bajo el borde en que él se encontraba. La roca de la superficie del precipicio había sido tallada, y cada escalón se proyectaba cerca de sesenta centímetros de la pared. La escala era en verdad angosta, pero bajando lentamente y pisando con cuidado era suficientemente segura. Encogiéndose de hombros, el sueco ayudó a bajar a su hermana, le previno acerca del cuidado que debía tener y que no mirase al abismo si no quería sentir vértigo.

Luego pisó el primer escalón, probó si era seguro, lo encontró lo suficientemente fuerte para soportar su peso y comenzó a bajar detrás de su hermana.

Lo siguieron uno a uno.

No era tan difícil como se hubiese podido creer. No había vientos que los empujasen, ni musgo o liquen que los hiciera resbalar, y ninguno sintió vértigo por la altura. Y la escalera era agradablemente suave, muy bien desarrollada, con escalones bajos.

Así, comenzaron a bajar al Valle.

Al Valle Donde el Tiempo se Detuvo. Al Valle Donde Nació la Vida.

Y se preguntaron por qué ese lugar vacío y desolado podía haberse considerado alguna vez sagrado y por qué había estado vedado a los hombres durante todos esos siglos…