25
El Valle ya no parecía bello y sereno. Ahora sabían que en él había fuerzas ocultas y poderosas. Fuerzas que podían transformar a un viejo en un recién nacido llorón, o llevar a una muchacha al borde de la locura, o matar a un hombre repentinamente.
De vuelta, Zerild cayó de rodillas y se descompuso. Un acceso que la dejó temblorosa y vacía. Fue como si hubiese vomitado todo el veneno y rencor que se había acumulado en ella durante años de traición y engaño. Pero Thaklar la cuidó con dulzura, como si fuese a un recién nacido. Le limpió el vómito del rostro con un trozo de género, secó sus lágrimas, y como se sentía demasiado débil para levantarse, la alzó en sus brazos y la cargó de vuelta al campamento, la cabeza apoyada pesadamente sobre su pecho. En las márgenes de la laguna la tendió y le dio agua fría de beber.
Luego se agachó junto a ella, observando las tinieblas que inundaban el jardín.
No se veía a los Ushongti por ningún lado. Los lagartos habían abandonado el jardín, seguramente hacia el lugar en que se cobijaban. Tampoco era posible encontrar a ninguno de los niños desnudos del bosque.
Sólo quedaban ellos tres.
—Debí haberlo previsto —murmuró Thaklar, lentamente—. La oscuridad. Es la Noche-de-los-Dioses, la khiah-i-hualha susurrada en los más antiguos mitos. La Hora-de-las-Tinieblas. Sobreviene cuando las dormidas fuerzas del Valle se agitan y despiertan para proteger a La Sagrada de aquellos que la hollan y violan su paz.
—¿Crees que podremos salir vivos? —preguntó M’Cord roncamente.
—Si nos vamos ahora, quizá. Pero debemos irnos de inmediato y sin demora, M’Cord comenzó a prepararse, pero se detuvo.
—¿E Inga? Y Nordgren. ¡No podemos simplemente abandonarlos aquí!
Thaklar estaba traspirando; el sudor brillaba en su frente y en el puente de su nariz. Sacudió la cabeza.
—Escúchame, Gort, hermano mío. Este Valle es como una inmensa maquinaria construida con un propósito. Con muchos propósitos. Los dioses no se encuentran aquí: duermen en Yhoom, dondequiera que esté y sea lo que fuere, cosa que yo ignoro. Pero no es una maquinaria de partes metálicas como las que trajo tu gente. La maquinaria del Valle está compuesta de fuerzas, fuerzas enormes y poderosas que se encuentran más allá de nuestra comprensión. Se equilibran unas a otras y están unidas rítmicamente. Hemos alterado aquel delicado equilibrio solamente por el mero hecho de venir aquí; lo alteramos, aun ahora, sólo al permanecer aquí. Al igual que una gran maquinaria el Valle tiene sus medios, inherentes a su propia naturaleza, para librarse de impurezas. Una vez que esas fuerzas se han despertado totalmente, son rapidísimas para matar, como fue muerto el lobo rojo cuando trató de violar a la niña. La acción recíproca de aquellas fuerzas no permite que nada que produzca una alteración sobreviva aquí por mucho tiempo. Si nos vamos ahora, sin llevarnos nada que pertenezca al Valle, aún podremos escapar con vida y sin sufrir cambio alguno, salvo lo que el Valle ya nos ha cambiado. Pero permanecer una vez que el Tiempo-de-las-Tinieblas ha llegado, es una locura, una insensatez. Debemos irnos ahora o quedarnos para siempre y sufrir la mutación… Transformados en inocentes criaturas infantiles sin recuerdo alguno, como la muchacha f’yagha, o padecer una locura brutal, como sospecho que debe de sufrir el do-k-tor.
Fue un discurso apasionado, un despliegue de elocuencia inusual en Thaklar, que era un hombre de pocas palabras. Pero M’Cord rehusó dejarse llevar por ellas.
—No me voy sin la muchacha —dijo testarudamente—, y basta. Quizá tengas razón y deberíamos salir de aquí antes que nos maten esos árboles errantes… pero no sé, Thaklar, no aprecio tanto mi vida como para irme dejando a Inga librada a su suerte…
—Se ha olvidado de ti, se ha olvidado incluso de sí misma —replicó Thaklar seriamente—. El Valle, creo, ya la ha tomado a su cuidado. ¿Cuál es la palabra que usan ustedes los terrestres? Asimilado; el Valle la ha asimilado. Ella es parte de él.
—Quizá. Quizá, no. Recuerda que solamente fue tocada por una burbuja. En todo caso, si ha perdido la memoria permanentemente, o no, merece una oportunidad. Mi gente tiene medios para curar una mente que ha sido dañada o que ha enfermado; le debo dar eso al menos. Que traten de curarla. Sea que me recuerde o no.
Thaklar lo miró con una expresión asombrada y divertida en su rostro. Y cuando rio, fue con una risa desprovista de amargura o burla.
—El Valle te ha cambiado a ti también, hermano mío: lo sepas ya o no.
—¿Eh?
—Creo que has aprendido a amar a una mujer nuevamente —le dijo Thaklar pausadamente—. Cuando llegaste aquí, tenías una herida muy dentro de ti… Utilizado por una mujer… como lo había sido yo. Había algo duro, una costra de amargura en tu corazón. Y ahora el Valle ha usado su magia contigo, sanando aquella herida del mismo modo que el Anciano curó tu pierna. ¿Acaso no amas a la mujer, hermano mío?
—Yo… —comenzó a decir M’Cord: luego se contuvo y dudó. ¿Qué había pasado entre ellos después de todo, excepto unas pocas palabras sin importancia y un beso?
—Creo que tienes razón, la amo; ¡Dios me ayude! —dijo al fin con voz ahogada. Thaklar sonrió.
—Dios te ayudará, creo. El Valle comprende el amor, hermano mío. Es gemelo de la felicidad y hermano de la paz. El amor es una de las fuerzas que componen el todo de la maquinaria. Muy bien, entonces; la buscaremos juntos, tú y yo. Tal vez los guardianes del Valle sepan y comprendan… ¡porque ya no duermen desde que los despertarnos con nuestra insensatez y locura!
M’Cord se sintió aliviado. Se lo dijo, rudamente, como era su modo de ser. Thaklar asintió.
—Pero hay algo que debemos hacer, Gort, hermano. Abandonaremos este lugar y levantaremos un nuevo campamento al borde del Valle, donde se encuentran los escalones tallados en el precipicio. Desde aquel lugar podremos recorrer el bosque en busca de tu mujer… será la señal para las fuerzas que aún en este momento nos observan, de que nuestra intención es abandonar el lugar lo antes posible.
Se puso de pie con ese propósito. Pero no alcanzó a llegar muy lejos.