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Alguien se encontraba junto a él, aferrando su hombro con fuertes dedos, como para evitar que siguiese tras los dos.

Se volvió con un gruñido para golpear; pero era Thaklar.

—¿Qué ha sucedido aquí, hermano mío? —preguntó ásperamente el príncipe.

—La muchacha terrestre, tocada por una burbuja de la Fuente, se adentró corriendo desnuda en el bosque.

—¿Y su hermano?

—Nordgren fue tras ella para traerla.

Thaklar asintió, sombríamente, con ojos pensativos.

—Ha comenzado el fin —dijo con desaliento. M’Cord se movió como para apartarse pero los dedos de acero se endurecieron, reteniéndolo.

—No vayas tras ellos, hermano mío. Mantente fuera del asunto.

—Pero… ¡Inga! —protestó M’Cord.

—La has elegido para que sea tu mujer, ¿no es así? Bueno, no temas. Si ha sido tocada sólo levemente… sólo una burbuja dijiste, ¿no?… entonces podrá recobrar la memoria pronto y estará más segura en el bosque que aquí donde las emanaciones de la Fuente son más numerosas y frecuentes.

—Pero no podemos dejarla ir sola, así como así, ¡maldita sea! —Thaklar negó suavemente con la cabeza.

—Entre los niños del bosque estará segura. No hay nada allí que pueda hacerle daño. Recuerda que ni siquiera las bestias matan para alimentarse.

Al hacer memoria, repentinamente, que la criatura que se asemejaba a un gato se alimentaba de fruta, M’Cord comprendió que, después de todo, había algo de verdad en las palabras de Thaklar. El príncipe Halcón pertenecía a una dinastía que desde los inicios del tiempo había conservado algunos de los secretos de Ophar; tal vez sabía más acerca del Valle encantado y de sus misterios que lo que había contado.

—¿Qué pasará con Nordgren? Corrió tras ella para buscarla y traerla.

—No volverá jamás. La mutación lo afectó también, según presumo. Es así como el Valle se defiende. ¿Te has herido, hermano mío? Tu mano…

M’Cord bajó la vista para darse cuenta por vez primera de que sus nudillos estaban magullados y sangrando.

Se encogió de hombros.

—Lo golpeé… los separé —gruñó.

En pocas palabras le describió la escena que había interrumpido, y lo que había sucedido entre Inga y Nordgren antes que él se interpusiera entre ellos.

Una expresión de desagrado brilló en los amarillos ojos de Thaklar. Pero también había una sombra de lástima.

—Es una enfermedad, una extraña enfermedad entre hermano y hermana. He oído hablar de ella antes, pero no es común encontrarla entre mi gente.

—¡Gracias a Dios que es bastante escasa entre la mía también! —dijo M’Cord sonriendo levemente—. ¿Pero les estará sucediendo algo a los demás? —preguntó a Thaklar, y el guerrero replicó que no lo sabía. M’Cord se rascó la barba—. Deje a Phuun de ese lado, absolutamente bebido —dijo.

Los ojos de Thaklar se iluminaron.

—¿Le contaste acerca de la Fuente? —le preguntó el príncipe con una extraña urgencia en su voz, que M’Cord no comprendió.

Azoradamente, M’Cord asintió y comenzó a relatar la confesión que le había hecho el ebrio fraile, pero Thaklar lo interrumpió con un gesto brusco.

—¡Ven, rápido! No importa lo que hayan planeado: el Valle está despierto ahora. Nuestros propios hechos han puesto en movimiento fuerzas que podrían destruirnos a todos. Ven… ¿de qué lado está la Fuente?

M’Cord le explicó lo mejor que pudo. Thaklar se lanzó en esa dirección a la carrera. Sin entender nada, M’Cord comenzó a correr también para no quedarse atrás.

El jardín se encontraba oscuro y curiosamente desierto. Súbitamente, M’Cord se dio cuenta qué era lo que tenía de diferente. Los Ushongti habían desaparecido. Normalmente, había tres o cuatro, aquí o allá, cerca de la laguna o de los macizos de flores a cualquier hora del día o de la noche.

¡Ahora no se veía ni uno solo!

Era extraño; ¿dónde podrán haber ido? ¿Dónde podrán haberse escondido todos, y por qué?

Encontraron a Phuun donde esperaban encontrarlo. Estaba de rodillas junto al borde mismo de la Fuente. Y en sus manos se encontraba la botella de cerámica de la que había estado bebiendo vino cuando M’Cord le había visto por última vez.

Ahora la botella estaba vacía; pronto estaría llena nuevamente… ¡pero no con vino!

—¡Debemos detenerlo! —dijo M’Cord. tratando de adelantarse a Thaklar, pero éste lo retuvo.

—¿Por qué? —preguntó—. Ha encontrado al fin aquello por lo que viajó de tan lejos. Sería insensato interponerse entre él y lo que vino a buscar. Deja que encuentre su propia perdición, como todos aquellos que han venido aquí con la maldad en su corazón. Y, además, hermano mío: ¿estamos totalmente libres de culpa tú y yo en esto? Si no hubiese sido por mi ayuda, ellos jamás hubiesen podido atravesar la Tierra de los Abismos. Y tú… ¿qué has hecho tú?

M’Cord comprendió en ese momento que de alguna forma debió haber revelado al fraile borracho el lugar donde podía encontrar la Fuente. No recordaba habérselo dicho claramente pero tal vez con una mirada o un ademán inconsciente debió de haberle indicado la dirección.

Se mordió los labios y permaneció en silencio. Codo con codo, se quedaron observando al sacrílego.

Phuun estaba muy bebido ahora. Tan bebido que ya no podía mantenerse en pie. Debía de haberse arrastrado gateando para subir los tres escalones de cristal y los pilares tallados en espiral para llegar al borde de la Fuente. Se hallaba bajo el domo que como un inmenso lente de cristal irradiaba rayos desconocidos desde las profundidades del vacío para caer eternamente sobre la espuma del Agua de la Vida.

Estaba en cuclillas riéndose entre dientes como para consigo mismo, acariciando con manos agarrotadas la botella vacía.

Sus ojos no veían más que la Fuente y su contenido. Su luminosidad lo deslumbraba; miraba fijamente las radiaciones casi enceguecido y con una sonrisa beatífica entre sus arrugas.

Luego, murmurando y cantando para sí mismo palabras en voz demasiado baja como para que pudieran escucharlas, ¡se inclinó y sumergió ambas manos en la luminosa espuma!

Se incorporó con la botella de luz líquida que brillaba como una lámpara hecha de un ágata hueca. Con las manos mojadas y temblorosas, que refulgían débilmente por los rastros de luminosidad, llevó la botella a sus labios…

Pero no bebió de ella.

Porque las burbujas se le adelantaron.

Cuando sumergió sus manos allí había removido y enturbiado el agua de la Fuente. Ahora, la espuma burbujeaba, molesta por el contacto. Y de la frágil espuma se levantó un tembloroso racimo de esferas opalescentes que flotaron alrededor de él, cono una lluvia de burbujas de jabón.

Lo tocaron por todas partes, sobre las cejas, los ojos, el rostro, las manos. Su túnica las absorbió por centenares. Y cada vez que lo tocaban, se desvanecían… era como si su cuerpo seco y sediento se las bebiese. Lo que siguió fue pavoroso.

Súbitamente, el viejo fraile desapareció.

Sus vestimentas cayeron sobre sí mismas.

La botella de cerámica cayó sobre el piso de cristal y se rompió en mil fragmentos.

Un desordenado montón de vestiduras yacía allí. Pero el delgado cuerpo simiesco de Phuun ¡había desaparecido!

Tambaleante, a través del crepúsculo, apareció un cómico lagarto escarlata de abultado vientre. Bajo su trilobulada cresta dorada, sus ojos relucían plenos de humor y filosofía.

Era el Ushongti a quien ellos llamaban el Anciano.

Subió los peldaños balanceándose bajo el domo de cristal inclinándose de la manera habitual, el Anciano cruzó los brazos sobre su abdomen y observó solemnemente el montón de trapos abandonados. Luego se inclinó para hurgar entre ellos.

Extrajo de allí un recién nacido.

Era pequeño y de un color rosa-dorado, y pataleaba con sus gordas piernas somnolientamente entre arrullos y gorjeos. Como la ridícula caricatura de una enfermera, el gordo y sabio lagarto acunó a la pequeña cosa desnuda contra su abdomen y la meció suavemente con sus brazos escamosos. ¡Con la punta de una dorada zarpa cosquilleó a la criatura y la hizo reír!

Luego, ante la vista asombrada e incrédula de M’Cord, el Anciano se volvió y se marchó con la criatura acunada tiernamente contra su pecho. Se desvaneció entre las tinieblas que habían caído sobre el jardín.

—¿Qué?… —murmuró M’Cord entre sus labios contraídos.

—Los misterios de Ophar van más allá de nuestro conocimiento y de nuestra capacidad de comprensión —le dijo Thaklar.

—Pero ¿qué sucederá con… con…? —El príncipe se encogió de hombros.

—Los Ushongti cuidarán de la criatura, como lo han hecho antes, hasta que llegue el momento en que pueda reunirse con los niños del bosque —dijo—. Vamos… Salgamos de aquí. No hay nada que podamos hacer ahora; el lugar no será profanado. Se volvió y se encaminó hacia el campamento.

M’Cord le dio una última mirada a la Fuente, y luego lo siguió.

En cuanto a Phuun, el Valle había sido generoso. Le había dado lo que había venido a buscar: más juventud que la que había deseado, pero habitualmente eso sucede a quienes buscan milagros. Suele suceder que éstos son mayores que lo deseado y más irrevocables.

Phuun había encontrado la paz. Incluso había sido juzgado, de alguna forma.