CAPITULO 23

CLAUDIA golpeó la misiva contra la palma de la mano, picada por la curiosidad de conocer el mensaje que ésta contenía. Le había asegurado al mensajero que la entregaría a su padre tan pronto como él regresara, pero incluso entonces, dudaba que pudiera leer el contenido. En ocasiones, su padre se volvía muy reservado y rehusaba informarle de sus asuntos últimamente, había oído fragmentos de conversaciones con Allan Parker, y le había intrigado la frecuente mención del nombre de Christopher.

Con aire pensativo, tocó el sello que aseguraba el pergamino y caminó hacia la chimenea para acercar la carta al calor del fuego. La cera se ablandó y, rápidamente, la joven llevó la misiva al escritorio de Talbot, donde, con suma cautela, retiró el sello de la parte inferior del papel.

Con ansiedad, desplegó el pergamino y, a medida que sus ojos leían las palabras, sus labios comenzaron a articularlas, para pronunciarlas entre rechinantes dientes.

—«.. me informó que su hija, lady Saxton, está embarazada con un hijo de Seton. He capturado a la joven como anzuelo para atraer al yanqui. La mantendré prisionera hasta su llegada a las ruinas del castillo del extremo oeste de la ensenada. Allan Parker.

El rostro de Claudia se contrajo con una mueca salvaje. Arrojó violentamente el pergamino y salió furiosa del estudio de Talbot, sin importarle cuál sería la reacción de su padre al advertir semejante intromisión. Necesitaba descargar su ira contra esa perra Saxton, y nada lograría detenerla en esa causa.

Media hora más tarde, Claudia estaba lista para salir, pero cuando el mayordomo abrió la puerta, apareció en ella la figura de un hombre a quien todos temían; lord Saxton.

—He venido a ver a lord Tal...

Lord Saxton interrumpió su anuncio al percatarse de la enrojecida figura femenina en la escalera. En repentino pánico, Claudia miró en derredor, buscando algún lugar donde escapar, pero se paralizó cuando el lisiado, pasando frente al azorado mayordomo, caminó con su andar vacilante hasta detenerse al pie de la escalera y observar a la joven.

—Señorita Talbot —la voz áspera de lord Saxton pareció revelar una nota despectiva—, esperaba que su padre hubiera regresado, pero usted misma puede proporcionarme la información que necesito.

—¡No sé adónde la llevaron! —mintió ella con tono chillón. —Ahh. —Lord Saxton se apoyó sobre el bastón e inclinó la cabeza enmascarada con actitud pensativa—. Entonces, usted sabe por qué vine.

Claudia se mordió el tembloroso labio y, sin atreverse a responder, se quitó nerviosamente los antes.

—Señorita Talbot, acérquese le ordenó lord Saxton con tono severo y terminante.

Ella obedeció y bajó cautelosamente la escalera, pero no logró apartarse del último peldaño. No hubo necesidad. Él mismo se le acercó, impulsándola a encogerse para escapar de esa terrorífica presencia.

—¿Sabe usted adónde el alguacil ha llevado a mi esposa?

Las palabras, aunque aterradoramente tranquilas, vibraron en el interior de la joven. Captó en ese tono áspero varias secuencias que la forzaron a interesarse por su propio bienestar.

—Charles... —gimió, presa del pánico.

Lord Saxton se volvió, al tiempo que el sirviente avanzó con unos pocos pasos vacilantes.

—Quédese donde está si le interesa conservar la salud. No toleraré interferencias.

Charles retrocedió el mismo número de pasos y, necesitando hacer algo, cerró la puerta nerviosamente. Claudia palideció cuando la cabeza enmascarada volvió a girar, y percibió el severo brillo detrás de las aberturas de los ojos.

—¿Y bien? —bramó él—. ¿Lo sabe?

—Alían envió una nota a mi padre —se apresuró a explicar la joven—.— No tenía idea de lo que ese hombre había hecho hasta que la leí. La tiene en una vieja cabaña abandonada en algún lugar al sur de York, según creo. Justo en este momento, iba a ocuparme del bienestar de Erienne. ¿Hay algún mensaje...?-Se detuvo cuando los ojos detrás del cuero se endurecieron, y supo que él había captado su mentira.

—Si no tiene inconvenientes, señora Talbot, iré con usted. Mi carruaje puede seguirnos.

—Pero... —Claudia buscó alguna excusa para negarse, pero percibió la mirada fulminante del hombre en esa inalterable sonrisa de cuero, y se sintió firmemente atrapada—. ¿Sabe usted que su esposa ha sido embarazada... por ese traidor de Christopher Seton?

El airado brillo de los ojos no se inmutó. —¿Me oyó usted?

—Sí, la oí. —La cabeza encapuchada asintió lentamente—, Tengo mucho que hablar con mi esposa.

Claudia enarcó las cejas cuando una repentina idea le atravesó la mente. Tal vez, lograría satisfacer, en cierta medida, su sed de venganza guiando a esta bestia de hombre hasta la otra mujer. El podría enfurecerse con Erienne, y ella tendría oportunidad de presenciar la paliza que la mujerzuela merecía. Una sonrisa se dibujó en los labios de la joven al pensar en tan justo castigo. Una vez que lord Saxton hubiese terminado con su esposa, Christopher Seton no desearía volver a verla y, desde luego, ella, Claudia, se apresuraría a ofrecerle sus condolencias ante la pérdida de una amante.

La joven agitó una mano casi alegremente para indicar al lisiado que la siguiera.

—Venga conmigo, entonces. El viaje será largo, y debemos partir ahora, si deseamos llegar al castillo antes del mediodía.

CAPITULO 24

El terreno se hacía árido y rocoso a medida que el carruaje que llevaba a Claudia y lord Saxton se acercaba hacia la costa occidental, con vista a la ensenada Solwav. Apartadas del borde y tras el resguardo del risco, se extendían las ruinas de un antiguo castillo, agazapadas como una liebre herida sobre la árida ladera de roca.

Hacia esa desmoronada estructura se dirigieron. El coche de Saxton se detuvo a unos cien metros de distancia, más allá del alcance de un mosquete normal. Tanner giró en semicírculo, volviéndose hacia el lado opuesto del edificio, listo para escapar cuando la necesidad así lo requiriera. El carruaje de los Talbot, en cambio, continuó la marcha, ascendiendo dificultosamente la cuesta, hasta atravesar el puente de madera que cruzaba el foso del castillo. Un potente grito anunció su llega da, al tiempo que el vehículo entró en un gigantesco patio repleto con los escombros de los alguna vez orgullosos muros. A la derecha, un pórtico de madera servía de entrada a las barracas. A la izquierda, sólo el primero y segundo rival de la atalaya permanecían intactos, mientras que los pisos superiores se habían desmoronado. Frente a ellos, yacía en desorden la torre central. Allí, se había dispuesto un lugar para albergar los caballos y, junto a éste, otro espacio para aparcar los carruajes.

Allan Parker salió de las barracas con aire despreocupado y observó la entrada del conocido coche, hasta que éste se detuvo. Lord Talbot había corrido a buena velocidad para finalizar sus asuntos en York y llegar antes del mediodía, pensó Allan, mientras se dirigía a saludar a su jefe.

El lacayo se apresuró a desplegar la escalerilla y, enseguida, abrió la portezuela. Entonces, apareció una falda color carmesí y un inmenso sombrero de plumas del mismo tono. Allan gruñó mentalmente y apretó los dientes al reconocer a la última persona a quien deseaba ver en ese momento. Pronto recuperó su aplomo y procedió a comportarse según dictaban las reglas de educación, fingiendo una sonrisa complacida y extendiendo una mano para ayudar a Claudia en su descenso. Su buenaventura se perdió en el aire, ya que, si acaso la presencia de la mujer no era suficiente para ofuscarle, una segunda figura ocupó rápidamente la abertura de la puerta. Parker observó con evidente confusión a lord Saxton, que dejó caer su pesado pie deforme a la tierra.

—Usted me sorprende, lord Saxton —declaró el alguacil, expresando directamente sus pensamientos—. Es usted la última persona que hubiera esperado ver aquí.

Una risa áspera provino de la máscara.

—La señorita Talbot me informó sus intenciones de visitar a mi esposa y, dado que nuestros propósitos eran idénticos, consideré prudente que ambos viajáramos juntos a través de estas hostiles tierras. Traje mi propio carruaje, como podrá ver si se digna a mirar, y varios hombres como protección. Oh-alzó una mano para subrayar el comentario—, mis hombres están muy bien armados, alguacil, y tal vez, algo más que ligeramente inquietos. Usted conoce las historias que andan corriendo por ahí. —Agitó sus dedos enguantados con indiferencia—. Si alguno de sus hombres llegara a... eh... acercarse demasiado, no puedo responder por las consecuencias.

Esta vez, le tocó reír a Parker. En cierta forma, admiraba la audacia del lisiado.

—En boca de la mayoría de los hombres, señor, consideraría eso una advertencia, incluso una amenaza.

—Olvídelo, señor-lo tranquilizó lord Saxton—. Deséchelo de la mente. No fue mi intención insinuar nada semejante. Sólo sé que mis sirvientes han estado muy inquietos últimamente. Usted sabe, los bandidos, este jinete nocturno, y todos estos asesinatos. Son estos tiempos muy difíciles, tenebrosos y atemorizadores.

Lord Saxton advirtió la presencia de una media docena de hombres de aspecto brutal y atuendo desaliñado, que habían abandonado las barracas para acercarse al lugar detrás del alguacil. Todos observaban al enmascarado con desmesurada curiosidad, y varios señalaban a Claudia, acercando las cabezas para murmurar comentarios con sonrisas lascivas. La niña estaba habituada a un estilo de gente más distinguido y pronto se puso algo inquieta bajo las libidinosas miradas de esos hombres.

—Vine a ver a la hija del alcalde, y eso es lo que pretendo hacer ahora —declaró la joven, y luego preguntó malhumorada—: ¿Dónde está?

El alguacil la ignoró por el momento.

—¿Y usted, lord Saxton? ¿También ha venido bien armado? Me parece que la última vez que nos encontramos... —Se detuvo antes de finalizar el comentario.

Lord Saxton se apoyó torpemente sobre su pie deforme. —No traigo nada, excepto esto. —Entregó el bastón al hombre y luego, se abrió la capa y la chaqueta—. Puede registrarme si lo desea. No tengo otra arma, a menos que usted vea algo que yo no he notado.

Allan sostuvo el bastón en la mano.

—Realmente temible como arma. —Giró en vano el mango de plata—. Pero se lo devolveré. Tal vez, la tentación —habló con voz fuerte y por encima del hombro— lo impulse a utilizarlo con insensatez.

Arrojó el bastón a su dueño y rió, mientras sus hombres festejaban la broma con estruendosas carcajadas y acariciaban las culatas de sus propias pistolas con esperanzado regocijo.

—Bueno, entonces —prosiguió lord Saxton con un suspiro Impaciente—, tal como sugirió la señorita Talbot, vayamos a ver de inmediato a lady Saxton.

—Como quiera. —Parker ofreció un brazo a Claudia y le habló al otro por encima del hombro—. Haga el favor de seguirme, señor. —Los condujo sin pausa, y fue sólo el melindroso paso de Claudia lo que permitió a lord Saxton mantenerse a la par. Con todo, trastabilló varias veces cuando su bastón se atascó en las piedras flojas, y cada tropezón fue seguido de una risotada burlona proveniente del porche de las barracas.

El alguacil se adelantó por los mugrientos peldaños que conducían a la antigua torre para abrir la puerta de la habitación que se encontraba en el interior.

Una vez allí caminó hacia los primeros peldaños que ascendían en espiral a lo largo del muro.

—Por aquí, por favor, pero tengan cuidado —les advirtió— Como pueden ver, no hay barandilla. —Los condujo por la escalera hasta llegar a una pesada puerta que bloqueaba el camino. Los peldaños continuaban al otro lado de esa puerta, pero culminaban con el cielo azul enmarcando la desmoronada piedra. Parker introdujo la llave en un cerrojo que sujetaba una gruesa barra, colocada a través de la entrada. El dispositivo, al igual que la ventanilla enrejada, se encontraba en la parte superior de la puerta y tenía el aspecto de haber sido agregado recientemente. El alguacil se inclinó hacia la abertura y le habló a la prisionera. —Milady, he regresado. Y le he traído compañía.

El alguacil alzó a Erienne al tiempo que aparecía Claudia en el vano.

—¡No necesito la compañía de la señorita Talbot más que la...! —Se detuvo abruptamente cuando lord Saxton apareció por la puerta, inclinando la cabeza al pasar bajo la escasa altura del marco—. ¡Nooo! ¡Oooh, nooo! —gimió ella—. ¿Por qué has venido?-

—¡Eh! ¿Es esa la forma de saludar a un esposo? —La regañó Parker. Se volvió hacia el otro hombre con una fingida mirada compasiva—. Ella no parece demasiado feliz de verlo, milord. Tal vez, hubiera preferido que el yanqui viniera en su lugar.

—Bájela —le ordenó lord Saxton con tono severo. —Seguro, milord. —Parker obedeció con gran amabilidad y conservó su sonrisa, mientras observaba a la pareja.

Erienne se hubiera arrojado a los brazos de su esposo, pero el bastón del hombre se alzó bruscamente y la detuvo. —Quédese donde está, señora. No me dejaré conmover por los lloriqueos de una adúltera. —Su terminante tono no permitió desobediencia, y Claudia sonrió complacida, al tiempo que el lord prosiguió—. He venido a oírlo de sus propios labios. ¿En verdad se acostó con el yanqui y albergó la simiente de ese traidor en sus entrañas?

Erienne asintió con vacilación, consciente de que debía representar la farsa frente a los otros dos. Retorció ansiosa las manos y echó una mirada hacia Claudia, quien malinterpretó la causa de su inquietud. La mujer le lanzó una sonrisa presumida mientras se quitaba los guantes, y Erienne se volvió, una vez más, hacia su esposo para responderle tímidamente.

—Él fue muy persuasivo, milord. No pude resistirme. Insistió tanto, que por fin me convenció.

—¿Y usted lo ama? —preguntó la voz áspera.

Los ojos azul violáceos se enternecieron al toparse con el brillo oscuro oculto tras las aberturas de la máscara.

—¿Desearía que le mintiera, milord, y dijera que no? Con agrado pasaría el resto de mi vida en esta prisión si supiera que así él está seguro. Si se encontrara aquí conmigo ahora, lo instaría a escapar antes de que estos hombres lo atraparan.

—¡Qué generosa eres! —se mofó Claudia—. Luego, arrojó los guantes sobre la mesa y caminó con arrogancia hasta detenerse junto a la pareja. Apoyó sus cuidadas manos sobre su comprimida cintura y habló con una sonrisa presuntuosa en los labios—. ¿Serías tan generosa si supieras que tu adorado amante ha tenido relaciones con otras mujeres de los alrededores?

Lord Saxton renqueó por la habitación hasta enfrentar a la mujer. Claudia sintió un escalofrío en su interior, pero hizo a un lado su aversión por el hombre y volvió a dirigirse a la prisionera.

—Molly misma afirmó haber visto una mujer en la cama de Christopher Seton en la posada y, según las propias palabras del yanqui, él parece muy enamorado de la ramera.

Según los rumores, usted también ha disfrutado de la compañía del hombre, señorita Talbot —declaró lord Saxton con sequedad—, ¿Acaso usted también cayó en la trampa del yanqui y lo entretuvo mientras su padre se encontraba de viaje?

—¡Claro que no! —exclamó Claudia—. ¡Allan puede responder por las noches en que mi padre estaba fuera! Él ..., —Se detuvo cuando el alguacil se aclaró la garganta violentamente, y entonces se percató de lo que acababa de revelar—. Quiero decir... él vino a ver si me encontraba bien...

Allan frunció los labios en una mueca divertida y expresó sus disculpas.

—Debo cumplir con mis obligaciones. Los dejaré permanecer unos instantes. —Caminó hacia la puerta y allí se giró, para lanzar una mirada en dirección a Claudia—. Como habrán notado, hay guardias abajo. Si necesitan algo, o deciden partir, ellos estarán ansiosos por ayudarlos.

La puerta se cerró y la sólida barra cayó en su lugar. Claudia caminó con paso firme por la habitación, mirando en derredor con desdén. Se detuvo junto a la delgada ventana de un rincón y esbozó una sonrisa despectiva al contemplar los harapos que cubrían la abertura.

—Realmente has caído en desgracia con el mundo desde la última vez que te vi, Erienne. Tú misma provocaste los chismes aquella noche en mi fiesta, cuando no hiciste más que arrojarte a los brazos de Christopher. —Se volvió para enfrentar a la otra mujer, enarcando una ceja con expresión burlona—. ¿Dónde está tu amante ahora? No lo veo correr en tu ayuda.

Lord Saxton pareció ignorar a la mujer mientras que, dulcemente, alzaba el mentón de su esposa con un dedo enguantado para inspeccionar la oscura magulladura en la mandíbula de la joven. Erienne se inclinó hacia él, deseosa de acariciarlo, pero temerosa de revelar sus emociones. Sus ojos azul violáceos, sin embargo, expresaron su amor.

Claudia se fastidió ante la indiferencia de la pareja y esbozó una sonrisa sarcástica.

—Por lo visto, han tratado a su esposa con rudeza, pero no es más de lo que ella merece por lo que le hizo a usted. Dejarse embarazar por ese traidor de Seton. Muy mal. Y no hablemos de todos los otros hombres con los que habrá estado, o si incluso sabrá si ese niño es en verdad del yanqui o no. Aunque supongo que eso, en realidad, no importa. Ella reconoce haberse acostado con el yanqui y haberle engañado a usted.

Lord Saxton apoyó el bastón contra la pierna e inclinó la cabeza encapuchada, para observar a Claudia con aire pensativo.

—¿Engañado? Por favor, dígame, señorita Talbot, ¿cómo puede un hombre engañarse a sí mismo?

Los ojos de Claudia se dilataron cuando él se llevó una mano enguantada a la garganta y comenzó a desatar las cintas. La joven soltó una exclamación cuando la otra mano se unió a la primera para retirar la máscara de cuero de la cabeza. Ella hizo un movimiento para escapar, pero el lord dio un paso adelante, impidiéndole la huida. Claudia lo observó, petrificada por el horror, mientras él terminaba de sacarse el yelmo del cuero. Entonces, la mente de la joven giró con repentina confusión cuando el apuesto rostro de Christopher Seton se descubrió ante sus ojos.

—¿Señorita Talbot? —la saludó él con tono reprobador.

La mirada aturdida de Claudia se volvió hacia Erienne, cuya inquietud no se había disipado.

—Pero, ¿dónde está... —su reacción no fue diferente de la de Erienne al descubrir la identidad de su esposo— ...lord Saxton? Christopher sacudió la mano para señalarse a sí mismo y realizó una pequeña reverencia.

—Para servirla.

—¿Lord Saxton? —repitió Claudia con creciente estupefacción—. ¿Usted...? Pero él sus ojos se posaron sobre la pesada bota— es lisiado.

—Un mero truco, Claudia. Como usted ya habrá notado, yo no tengo tal defecto.

Los ojos de la mujer se entornaron cuando la situación se aclaró.

—Si cree que podrá escapar de aquí con su amante, ¡está muy equivocado!

—Amante no —corrigió Christopher, y esbozó una sonrisa ante la mirada inquisidora de la dama—. Erienne es mi esposa y legítima lady de Saxton Hall. Ella lleva a mi hijo en el vientre, y no ha estado con ningún otro. De eso, no tengo ninguna duda.

—¡Esposa de un traidor que pronto será asesinado! —replicó Claudia y abrió la boca, pero antes de que pudiera tomar suficiente aire para gritar, Christopher levantó el bastón y, tras el giro de una pequeña lengüeta, un delgado espadín se deslizó fuera de la vaina de madera. Súbitamente, Claudia se encontró frente al afilado extremo de la espada y, al levantar la mirada mientras cerraba con lentitud la boca, los ojos verde grisáceos la perforaron.

—Nunca he matado a una mujer-declaró él con suavidad. Pero, por otra parte, jamás me he sentido tan tentado. Le sugiero que permanezca lo más callada posible.

La voz de Claudia tembló al preguntar: —¿Qué piensa hacer?

Una lenta sonrisa curvó los labios de Christopher.

—He venido a rescatar a mi esposa y usted, señorita Talbot, va a ayudarme.

—¿Yo? —Los ojos oscuros de la joven se dilataron—. ¿Qué puedo hacer yo?

—Se dice que la sagacidad acude cuando se la llama. —La sonrisa de Christopher se intensificó—. Señorita Talbot, ¿sería tan amable de quitarse el sombrero?

Sumamente confundida, Claudia obedeció.

—Y ahora, señorita Talbot, si no le importa, sáquese también el vestido. —Christopher ignoró la indignada exclamación de la joven y se volvió hacia su esposa—. Erienne, debemos aprovechar tu parecido con nuestra compañera. Sé que son algo llamativas, pero, ¿te repugnaría usar las ropas de otra? —La respuesta llegó en la forma de una sonrisa y una rápida sacudida de cabeza; entonces, él volvió a mirar a la otra mujer, revelando su ira con el entrecejo fruncido—. Mi querida Claudia, no tiene por qué temer. Yo no me veré tentado ante nada que pudiera usted exhibir. Pero le insisto: el vestido, por favor.

La joven lo observó con furia y entreabrió los labios como si estuviera a punto de gritar. El extremo de la espada dibujó un ocho en el aire, atrayendo su completa atención con su afilada punta. Una nota de temor reemplazó a la ira en la expresión de Claudia, y sus manos comenzaron a moverse para desprender los broches y cintas del traje. Esta clase de captura no era precisamente la que ella había imaginado.

Christopher extendió una mano hacia Erienne y, sin una sola palabra, ella le entregó la misma cuerda que había sujetado sus muñecas dos días atrás. No bien el vestido cayó al suelo, él entrelazó los brazos de Claudia y se los ató contra el pecho, haciendo el nudo final bajo los codos para que ella no pudiera desatarlo con los dientes.

—En cuanto abandonen esta habitación —siseó Claudia con furia—, ¡ellos los descubrirán y los matarán a los dos! —Prefiero correr el riesgo de escaparme, antes que aguardar aquí a que nos maten —respondió Christopher con tono jovial y volvió a extender la mano hacia Erienne. Esta vez, ella le entregó la misma mordaza que la había silenciado y, en un instante, la tela servía la misma función con Claudia.

Christopher lanzó una mirada hacia la puerta y se sintió satisfecho al ver que la ancha espalda de Haggard cubría la abertura. Luego, cubrió los hombros de Claudia con su capa y le colocó la capucha de cuero sobre la cabeza. Las quejas de la joven fueron amortiguadas por la mordaza y la máscara, y él la condujo forcejeando hacia la destartalada mesa. Giró el respaldo de una de las sillas en dirección a la puerta y allí acomodó a su prisionera. Entonces, Erienne arrancó los tirantes de su enagua ara usarlos como ligaduras. Con éstos, Christopher ató las caras y piernas de Claudia a la silla y luego cerró la capa para ocultar as cuerdas. Cuando retrocedió, él agitó la espada frente a la máscara, donde estaba seguro de que la prisionera podía verla.

—Ahora, silencio —susurró—. Un solo ruido, y su padre vivirá más que usted, al menos, por algunas horas.

Los ojos tras la máscara lo siguieron cuando él caminó hacia la cama. Allí, extendió los brazos para recibir a su esposa, que se le entregó ansiosamente. Los labios de ambos se unieron en un beso que, al parecer de Claudia, reveló más pasión de la que permitían las circunstancias.

—Oh, mi amor —murmuró Erienne, al tiempo que Christopher le besaba la frente—, temía que vinieras y, sin embargo, deseaba que lo hicieras.

El dejó caer una lluvia de besos sobre las mejillas de su esposa, saboreando la cercanía de su amada mientras podía. —Hubiera venido antes de haber sabido dónde te ocultaban. No esperaba esto de tu padre, pero él tendrá que explicarse. Te lo juro.

Erienne sacudió la cabeza y respondió con el mismo tono susurrante.

—El no es mi verdadero padre.

Christopher la apartó para observarla sorprendido. —¿Qué quieres decir?

—Mi madre se casó con un rebelde irlandés y quedó embarazada antes de que a él lo colgaran. Avery, luego, se desposó con ella, sabiendo la verdad, pero nunca le contó a mamá que había sido él quien había dado la orden final para que colgaran a mi verdadero padre.

Christopher le apartó los bucles de la mejilla con infinita dulzura.

—Yo sabía que eras demasiado hermosa para ser hija de ese hombre.

Erienne se acurrucó contra el pecho de su esposo y le rodeó la cintura con los brazos.

−0h, Christopher, eres todo para mí. Te amo, querido.

El alzó el mentón de la joven y sus ojos absorbieron la rebosante devoción que vio en las profundidades color amatista. —Y yo te amo a ti, milady. Tal vez, incluso más de lo que creía hasta que te apartaron de mí. —Le besó dulcemente la magulladura de la mandíbula—. Me encargaré de que estos bandidos paguen por esto.

—No importa, Christopher. Siempre y cuando te tenga a ti y a nuestro bebé, todo lo demás no importa.

—Ahora la fuga debe ser nuestra mayor preocupación. Tenemos que prepararnos. —Se apartó de su esposa y, tras sacarse la chaqueta y el chaleco, tiró del pesado trozo de madera que confería a su bota derecha un aspecto deforme.

Erienne había logrado liberar apenas algunos de los diminutos botones que prendían su corpiño, cuando una forzada voz grave proveniente de Haggard anunció con tonos estridentes:

—¡El excelentísimo señor alguacil se acerca!

Erienne arrojó las prendas de su esposo y el vestido color carmesí en el retrete. Luego, se apresuró a abrochar el adorno de su traje, al tiempo que Christopher agitaba el extremo de la espada frente a los ojos de Claudia para recordarle su presencia. —Recuerde, bastará con un pequeño tajo en la garganta.

Enseguida, contradijo su amenaza al atravesar la habitación y estrecharse contra el muro junto a la puerta. Erienne abandonó sus esfuerzos por abrochar, una vez más, los botones del vestido y se sentó frente a Claudia, al otro lado de la mesa, para servir rápidamente el té y colocar una taza delante de la otra mujer.

—No bebas con demasiada prisa, mi querida. Podrías atragantarte.

El alguacil subió lentamente los últimos peldaños y lanzó una pregunta a Haggard.

—¿Todo bien?

—¡Sí, señor! —bramó el otro con demasiada potencia.

Allan Parker dio un respingo y caminó alrededor del hombre, observándole como si se tratara de un extraño gato blanco y púrpura. Luego, miró a través de la ventanilla enrejada, pero no hizo ningún intento de abrir la puerta.

—¿Dónde está Claudia?

Erienne se incorporó y caminó hacia la entrada, advirtiendo cómo los ojos del alguacil se clavaban en su corpiño entreabierto. También percibió la mirada de Christopher, pero se abstuvo de mirar en esa dirección por temor a delatarlo. La joven hizo un gesto para señalar el excusado y fingió un tono avergonzado.

—Claudia no se siente muy bien. El largo viaje... en el carruaje, supongo. —Señaló la figura encapuchada junto a la mesa, que se inclinó hacia adelante y emitió un gruñido apagado—. Lord Saxton también está algo indispuesto.

—Puedo comprender por qué —respondió Parker significativamente. Luego, sus ojos devoraron a Erienne con descaro—, ¿Ha reconsiderado mi propuesta? Lord Talbot llegará en más o menos una hora, y usted tendrá que haber tomado una decisión para entonces.

—¡Shhh! —Ella lanzó una mirada hacia la figura enmascarada—. Lo oirá.

—Ya no importa —le aseguró él.

Erienne lo miró con expresión interrogante. —¿Qué quiere decir?

Parker se encogió de hombros.

—Su esposo me ha despertado la curiosidad de saber qué se oculta tras la máscara. Créame, antes de que él abandone este recinto, veré qué se esconde detrás de ese yelmo de cuero.

Erienne se retorció las manos de una manera inquieta, ansiosa.

—Estoy segura de que no quedará muy complacido con lo que allí encuentre.

—Aun así, estoy dispuesto a satisfacer mi curiosidad —prometió él. Luego, se volvió hacia Haggard y le ordenó con rudeza—: Llámame cuando la señorita Talbot esté lista para partir.

Tras esa orden, dio media vuelta y bajó apresuradamente por las escaleras. Haggard avanzó hacia la puerta y, una vez más, su ancha espalda cubrió la abertura. Erienne dejó escapar un largo suspiro y miró a su esposo para aceptar el vestido carmesí que él le ofrecía.

—¡Rápido ahora! —le susurró Christopher con tono apremiante—. ¡Vístete!

Claudia forcejeaba contra las ligaduras y él se le acercó, enfrentando la furibunda mirada de su prisionera con una sonrisa. —Lo siento, señorita Talbot, pero me temo que deberá tolerar la máscara un rato más.

—¡Mmmmm! —Ella sacudió la cabeza frenéticamente. Christopher volvió a guardar la espada en el bastón y se acomodó tranquilamente en la silla opuesta a Claudia, al tiempo que aguardaba a su esposa, deleitándose con el espectáculo que brindaba Erienne mientras se vestía en la esquina próxima a la puerta. Aun cuando el vestido le quedaba flojo en la cintura, se ajustaba firmemente en el busto. Desde luego, no había tiempo que perder en un arreglo adecuado. Con increíble prisa, la joven se recogió el cabello, y luego de sujetarlo con algunos ganchillos, se colocó el sombrero.

—¿Cómo me veo? —preguntó, preocupada, mientras caminaba ara detenerse frente a su esposo. No pudo evitar preguntarse asta dónde lograrían continuar con el engaño.

—El color te sienta bien, querida. —Extendió una mano para tomar el pliegue vacío de la cintura y miró a la joven con una sonrisa—. Quizás, incluso llegues a llenarlo en unos pocos meses.

Un resoplido irónico retumbó dentro de la máscara y la figura encapotada se retorció cuando Claudia volvió a forcejear bajo las ligaduras. Christopher, impávido, tomó a Erienne y la sentó sobre sus rodillas. Deslizó un brazo alrededor de la cintura de la joven y dejó caer el otro sobre su regazo. Entonces, una vez más, ambos saborearon un largo, dichoso beso, mientras la ira de la otra mujer crecía a pasos agigantados.

El estentóreo anuncio de Haggard interrumpió el feliz momento.

—¡Ya viene la comida!

Se oyeron unas pisadas en las escaleras, y Erienne se incorporó para caminar hacia la ventana del rincón, al tiempo que Christopher tomaba el bastón y se escabullía hacia el retrete. La llave giró en el cerrojo y la puerta se abrió para dar paso a dos hombres desaliñados. Uno de ellos entró, cargando una bandeja con varios tazones del acostumbrado guiso, mientras que el otro se quedó vigilando en la puerta junto con Bentworth.

—Pon la comida sobre la mesa —ordenó Haggard innecesariamente, y luego dio un codazo a su compañero en las costillas—. Será mejor que mantengas vigilado a su señoría —le advirtió, torciendo la boca—. Un hombre que usa una máscara, siempre está tratando de ocultar algo detrás.

El otro no captó la lógica de tal afirmación por admirar la figura femenina vestida en color carmesí. Luego de ajustarse los calzones, caminó dándose aires hacia Erienne. De cerca, la hija de Talbot se veía más bonita de lo que él creía, y se aclaró la garganta para expresar la idea.

—Mi nombre es Irving... su señoría, y quiero que sepa que, en mi opinión, es usted una mujer hermosa.

Erienne miró en derredor nerviosamente, al ver que tanto el hombre como Haggard se le acercaban. El que cargaba la bandeja depositó su carga y estaba a punto de colocar los tazones sobre la mesa, cuando advirtió que el enmascarado meneaba rápidamente las rodillas. La capa se abrió, descubriendo una buena porción de una enagua. La cabeza encapuchada se agitó enérgicamente y, con curiosidad, él se acercó para retirar la máscara. No oyó a quien lo atacó por detrás. Un sólido golpe del bastón de Christopher en la nuca le oscureció el mundo y, antes de que se desmoronara por completo, fue arrastrado hacia el retrete.

Erienne miró alternativamente a Haggard y al libidinoso guardián, tratando de esbozar una alentadora sonrisa que mantuviera el interés de los hombres, pero Irving echó una mirada por encima del hombro ante el sonido casi imperceptible de algo que se arrastraba. Entonces, vio las botas de su compañero desaparecer tras la puerta del excusado.

—¡Eh! ¿Qué está pasando? —preguntó, llevándose una mano a la pistola del cinturón mientras caminaba hacia el retrete. Haggard siguió a su compañero, mientras Erienne se apresuró a tomar la pata rota de una silla. La joven no supo a cuál de los dos hombres golpear, pero dado que Bentworth se hallaba más cerca, lo escogió como víctima.

Alzó el palo para lanzarlo con fuerza sobre el cráneo del hombre, pero, ante su asombro, él mismo levantó su propia arma y la dejó caer sobre la cabeza de Irving. Luego de volverse con una sonrisa hacia Erienne, que aún no se había recuperado de su estupefacción, Haggard tomó con rapidez la pistola de la mano de su víctima y se la arrojó a Christopher, que acababa de salir del baño.

—¿Cuántos? —preguntó Seton, mientras revisaba la carga de su arma.

—Hay tres abajo. Probablemente, Parker esté con el resto en las barracas.

Erienne cerró la boca cuando su esposo se le acercó para borrar su perplejidad con una presentación.

—Por si aún no te lo han presentado, mi querida, él es Haggard Bentworth. Aunque nadie lo conocía como tal, él fue el sirviente de mi hermano. Un hombre muy leal, te lo aseguro.

—Es un placer —dijo Erienne, luchando por controlar una repentina humedad de sus ojos, y extendió una mano hacia el hombre, que la tomó e inclinó la cabeza.

—El pacer es mío, señora, y siento no haber podido decírselo antes. —Se volvió hacia Christopher y se encogió de hombros—. Tampoco pude escaparme para informarle a usted dónde se la habían llevado, milord —le explicó—. Ellos no confiaban en mí.

—Tal vez, tu corazón no es lo suficientemente malvado para estos bandidos. —Christopher sonrió y luego señaló la puerta—. Será mejor que hagamos subir a otro para nivelar la lucha.

Haggard le quitó el chaleco al hombre inconsciente y se lo entregó a Christopher, quien se lo colocó rápidamente. Juntos cargaron a Irving hacia el retrete y lo depositaron al lado del compañero. Luego de repetir a Claudia la advertencia, Christopher tomó su lugar junto a la puerta, mientras que Erienne

caminó hacia la ventana y Haggard se dirigió hacia para gritar hacia abajo.

—Eh, muchachos, la señorita Talbot quiere algo de vino con la comida. Tráiganle aquella botella que apartamos para su señoría.

Bentworth entró en la habitación y se detuvo junto a la mesa. Al cabo de un instante, unas pisadas pausadas subieron por la escalera. Un bellaco corpulento se detuvo en la entrada y extendió la botella, sin realizar el intento de penetrar en la recámara. Haggard inclinó la cabeza hacia la figura vestida de carmesí.

—Su señoría quiere hablar contigo.

El hombre se apartó el sombrero de la frente y observó el interior de la habitación con suspicacia.

—¿Dónde están Irving y Bates?

Haggard agitó una mano hacia donde Christopher se hallaba agazapado contra el muro próximo a la puerta.

—Allí está tu hombre.

Ante la imposibilidad de ver a nadie, el corpulento sujeto entró en el cuarto. Su cabeza se inclinó hacia atrás cuando un firme puñetazo le golpeó el rostro y, enseguida, la culata de una pistola cayó violentamente sobre su nuca. Christopher cogió el exánime cuerpo y lo arrastró hasta el retrete para sumarlo a su colección de víctimas. Luego, cogió el sombrero del hombre y se lo hundió hasta las cejas.

—¿Quedan des, has dicho? —preguntó a Haggard, mientras se colocaba la pistola en el cinturón. El otro asintió—. Entonces, ¡vámonos ya!

juntos abandonaron la habitación. Christopher permaneció en la retaguardia, mientras que Haggard se adelantó tambaleándose por las escaleras. Erienne aguardó nerviosa, oyendo las risotadas de ambos, a medida que se acercaban al nivel inferior.

Sólo uno de los hombres alzó la mirada de la manta cuando Haggard apareció.

—Vamos, Haggie —le invitó con una breve risita—. Necesitamos tu dinero para que esto sea un buen juego.

El segundo hombre se giró y apenas logró emitir un breve chillido advertencia, antes de que el puño de Christopher le hiciera girar la cabeza. El bandido cayó al suelo y, al mismo tiempo, Haggard avanzó para bajar violentamente la pistola sobre el cráneo del primero. La otra víctima rodó y se arrastró para buscar su arma, pero Christopher le aprisionó el brazo bajo su bota y le volvió a bajar la cabeza de un puñetazo. Tras caer en un tranquilo e imperturbable sueño, el hombre abandonó la lucha.

Christopher recogió todas las armas y se las colocó en el cinturón, para luego regresar con Haggard al piso superior. El alivio de Erienne fue evidente en la expresión de su rostro. Su esposo la cogió de la mano y se inclinó hacía la mesa donde Claudia pudiera verlo.

—Ha llegado el momento de dejar su agradable compañía, señorita Talbot. Puede quedarse con la capa y la máscara, desde luego, como compensación por su vestido o, si usted lo prefiere, como recuerdo de nuestra eterna gratitud. Muéstreselos a su padre cuando llegue y dígale que lord Christopher Stuart Saxton ha venido a estas tierras para vengar la muerte de su hermano y de su padre. La ambición de poder y fortuna ha sido la ruina de lord Talbot.

El gruñido de la joven fue ensordecido por la mordaza, y sus pies giraron como si quisiera patear a su apresor. Miró al hombre a través de las aberturas del cuero de tal forma, que si las miradas pudieran matar, él hubiera caído en un millón de diminutos pedazos.

Christopher se tocó apenas la frente con los dedos en un gesto de despedía.

—Buenos días, señorita Talbot.

En las barracas, uno de los bandidos se apoyó contra el marco de la puerta y observó a los dos hombres y a la dama que abandonaban la torre.

—¡Eh, mirad eso! —dijo con una risotada—. Ese Haggard no puede ni caminar sin tambalearse. Casi se estrella con el trasero de esa perra Talbot.

—No es más de lo que ella merece —murmuró Parker, al tiempo que se apartaba el sombrero de los ojos. Había estado dormitando frente al fuego con los pies apoyados en un pequeño banco, mientras aguardaba los avisos de Haggard.

Transcurrió un largo momento de silencio y luego el hombre volvió a reír.

—Allí está otra vez. Les juro que se matará antes de atravesar el portalón de la entrada.

—¿El portalón? —Alían apoyó los pies en el suelo cuando súbitamente se incorporó en su asiento—. El coche de los Talbot está junto al establo, no en el portalón. —Caminó hacia la puerta ara ver él mismo la escena y, entonces, sus ojos se dilataron con furia—. ¡Estúpido! —bramó—. ¡Esa es lady Saxton, no Claudia! ¡Y Seton! ¿Cómo diablos hizo ese...? ¡A las armas, idiotas! ¡A las armas, os digo! ¡Están huyendo!

Los hombres se dispersaron por todas partes en tremenda confusión, estrellándose unos con otros mientras buscaban las pistolas. Las violentas órdenes y el alboroto sirvieron de advertencia para los otros tres. Ya casi llegaban a la entrada y corrieron hacia el portalón. Erienne se alzó las faldas hasta la altura de las rodillas, mientras Christopher la arrastraba consigo. El sombrero rojo de plumas voló para marcar la salida de la carrera.

No bien atravesaron la entrada, Christopher soltó un penetrante silbido que pareció taladrar la quietud de todo el condado.

—¡Corran! —gritó a sus compañeros—. ¡El carruaje se acercará! Yo veré sí puedo desanimar a los bandidos.

—¡Oh, por favor, Christopher! —gimió Erienne con temor—. ¡Ven con nosotros!

—¡Haggard, ocúpate de ella! —ordenó él.

El hombre tomó a la joven del brazo y la aparto del lado de su esposo, obligándola a correr por la ladera. Christopher se detuvo a una corta distancia del portalón y apuntó con una de las pistolas. La bala atravesó la entrada y apenas rozó a Parker, que dirigía el ataque. Otro disparo penetró una ventana entablillada y retumbó violentamente en el interior de la habitación. El estampido impulsó a los hombres a tirarse a tierra para buscar refugio. Eso fue suficiente por el momento para mantenerlos ocupados y temerosos de levantar las cabezas.

—¡Arriba, cobardes! —gritó Allan cuando ningún otro tiro fue disparado—. ¡A los caballos! ¡Seguirlos! —Sus ojos se llenaron de ira al ver que los hombres dudaban y, sin previo aviso, alzó la pistola y de s aró contra el techo de madera, ganando la completa atención sus secuaces—. ¡Tras ellos, malditos, o el siguiente tiro será para uno de vosotros!

Hubo un frenético alboroto hacia la puerta cuando los hombres la atravesaron en masa, todos ansiosos por obedecer las órdenes de inmediato. Una vez que dejaron atrás la entrada de las barracas, se tropezaron unos con otros en su desesperación por abalanzarse hacia los caballos.

Los zapatos de Erienne no estaban hechos para correr sobre las irregulares piedras, pero aun así, la joven sorprendió a Haggard con su velocidad, al ver que Christopher les seguía. Él los alcanzó rápidamente cuando el carruaje emergió de entre los árboles. Tanner había animado a los caballos con varios azotes de su látigo, y los animales avanzaban a toda marcha. El corazón de Erienne dio un vuelco cuando Christopher volvió a detenerse a unos cuantos metros del foso del castillo. La bala de un mosquete cayó junto a él y otra voló por encima de su cabeza, al tiempo que tres hombres atravesaban la entrada con sus caballos.

Christopher no pareció tener prisa para apuntar, pero cuando lo hizo, su movimiento fue rápido y seguro. El arma rugió y se desplazó, lanzando una nube de humo, y el primer jinete cayó de su corcel. Los compañeros del bandido se detuvieron cuando Christopher dirigió la mira de otra pistola hacia ellos. Ambos se arrojaron desde sus caballos hacia una hondonada, sin preocuparse por el lecho rocoso ni el dolor que eso les produjo.

El carruaje continuó avanzando, y el estampido del veloz galope rasgó el aire cuando Tanner chasqueó el látigo encima de las cabezas de los corceles. Casi instantáneamente, el cochero tiró de las riendas para detener a los animales junto a los dos que corrían hacia ellos.

—¿Dónde está lord Saxton? —preguntó Tanner a gritos. —¡Ese es lord Saxton! —respondió Bundy, señalando a Christopher, que velozmente se acercaba a los otros dos con sus larguísimas zancadas—. ¡Ese es él sin la máscara!

—¡Pero ése es el señor Se...!

—¡Saxton! —bramó Bundy, al tiempo que tomaba un par de rifles yanquis que tenía a su lado para arrojárselos a Christopher, quien acababa de llegar junto al carruaje.

Mientras algunos hombres aún continuaban persiguiendo caballos sueltos en el patio del castillo, otros ya habían montado y atravesaban el puente que cruzaba el foso. Christopher se arrodilló junto al coche, al tiempo que Haggard ayudaba a subir a Erienne. El lord humedeció el cañón de su rifle y luego se lo colocó rápidamente contra el hombro. El arma rugió y, aunque la nube de humo fue pequeña, uno de los hombres aulló cayó de la montura. Él tomó el otro rifle, y un segundo bando se tambaleó hasta caer.

Haggard había trepado al interior del carruaje, y un mosquete rugió, siguiendo el segundo disparo de Christopher.

—¡Les dimos! —gritó el sirviente con entusiasmo, a la vez que su amo subía al vehículo. No bien los pies del lord abandonaron la tierra, Tanner agitó las riendas y puso en marcha los caballos.

El alguacil Parker agitó un brazo hacia el coche.

—¡Tras ellos! ¡No los perdáis de vista! ¡Sé hacia dónde se dirigen, pero quiero pisarles los talones durante todo el camino! —Mientras algunos otros hombres montaban en sus corceles para emprender la persecución, él se dirigió hacia uno con un violento grito—. ¡Ve a buscar más ayuda! ¡Nos reuniremos en Saxton Hall! ¡Yo partiré hacia allá después de ocuparme de la mocosa Talbot!

Parker hizo rechinar los dientes mientras atravesaba el patio hacia la torre. Hacía más de cinco años que servía a lord Talbot, aunque sólo durante tres había ejercido como alguacil. El disfraz los había hecho reír a ambos, pero al menos había ayudado a alejar las sospechas de él. Había sido idea suya incendiar el ala este de la mansión, después de que Edmund Saxton se había topado accidentalmente con su campamento para reconocerlo entre los salteadores. Talbot había aceptado el plan, desde luego, puesto que, desde el principio, había odiado a la familia Saxton y codiciado sus propiedades y fortuna. Unos cuantos años atrás, su señoría había dirigido su propio asalto a Saxton Hall para asesinar al antiguo lord, una vez que su cargo de traición contra Broderick Saxton había sido desechado en Londres por carecer de pruebas. Si bien Talbot tenía amigos en la corte que aún continuaban defendiendo su causa para echar a los Saxton de sus tierras, la familia también parecía contar con contactos igualmente poderosos que luchaban por restablecer el honor de la casa Saxton.

Pese a los tremendos esfuerzos de Talbot, sin embargo, todo parecía ahora desbaratarse. Christopher Seton era, en gran parte, culpable. Al parecer, el hombre sólo había puesto los pies sobre las tierras del norte para atormentarlos. Había asustado de muerte a Sears, y Timmy, tan fuerte como era, había ido a balbucearle al alguacil todo lo confesado al jinete nocturno. El pobre no había llegado a revelar los nombres de los líderes y, por lo tanto, había tenido que ser asesinado, antes de que desembuchara semejante información. Ben Mose también había sabido más de lo debido y, por esa razón, fue liquidado. Y ahora, con Seton libre para infligir venganza por el secuestro de su mujer, los infortunios seguramente se multiplicarían. Claudia sería el primer obstáculo que vencer.

Parker caminó por entre los cuerpos inertes de sus secuaces en la torre y subió las escaleras de tres en tres. Entró en la celda con cautela y frunció el entrecejo ante el espectáculo que se brindó frente a sus ojos, especialmente ante la figura negra que se encontraba junto a la mesa. Con el sable en la mano, se le acercó por detrás sigilosamente y, con un rápido movimiento, le arrebató la capucha de cuero. El elaborado peinado de Claudia Talbot lo recibió, antes de que la joven volviera la cabeza y le lanzara una mirada fulminante. Los ojos oscuros de la niña parecieron chisporrotear con ira. Allan le aflojó la mordaza, pero se percató de su error cuando ella lo atacó con una venenosa perorata.

—¡Estúpidos! ¿Acaso no se dieron cuenta de que Christopher los estaba embaucando? ¡El es lord Saxton!

La sorpresa del alguacil se desvaneció enseguida cuando empezó a comprender la verdad. ¡Por supuesto! ¿Cómo no se le había ocurrido? Timmy Sears había jurado que el jinete nocturno era el lord de Saxton Hall que había regresado de la tumba para atormentarlo.

Instantes más tarde, ambos atravesaban el patio hacia el carruaje de Talbot.

—No será un lugar adecuado para una mujer —sostuvo él. —¡Insisto! Quiero ver el rostro de Erienne cuando usted termine con su esposo.

Parker suspiró, resignado. Ya sabía que ninguno de los Talbot era precisamente clemente, sin más bien sanguinario, cuando se proponían infligir venganza.

—Usted tiene su coche y yo no puedo detenerla, pero su padre se enfurecerá conmigo si algo malo llega a sucederle. Claudia alzó ligeramente la cabeza para mirar más allá del alguacil y, entonces, esbozó una sonrisa arrogante.

—La culpa de esto, al menos, no recaerá sobre usted. Allí viene mi pare. El me llevará consigo.

Allan soltó mentalmente un suspiro de alivio y fue a recibir el carruaje que ya se acercaba desde el portalón. Aun antes de que el vehículo se detuviera, lord Saxton se asomó a la ventanilla.

—¿Es el coche de Saxton con el que me he cruzado en el camino? —preguntó.

—¡Sí! —respondió Parker—. Y debemos seguirlo. Lord Saxton no es otro que Christopher Seton.

El carruaje atravesó el puente de madera y enseguida gano velocidad.

El veloz grupo de caballos no dejaba de avanzar, conduciendo el carruaje de lord Saxton a través de los valles y colinas, siempre perseguidos por la barabunda de jinetes que corrían tras ellos.

De esa forma, el cortejo llegó a las tierras de Saxton. Los arrendatarios permanecieron inmóviles en sus lugares, observando la escena boquiabiertos. Fue el estampido de un rifle yanqui proveniente del familiar carruaje de Saxton, y la consecuente caída de uno de los maleantes, lo que reveló la seriedad de la situación. La ira ardió en los corazones de los campesinos al advertir que otro lord Saxton estaba siendo amenazado. Todos se prepararon para el ataque, asiendo horquillas, hachas, guadañas, palos, viejos mosquetes y una heterogénea colección de todo aquello que pudiera servir como arma.

El carruaje Saxton se abalanzó hacia la torre de la entrada y se detuvo bruscamente cuando Tanner puso los frenos y tiró con fuerza de las riendas. Mientras Haggard y Bundy impedían el avance de los perseguidores, Christopher abrió la portezuela con violencia y se apresuró a bajar. Luego se volvió para ayudar a Erienne a descender y recogió los rifes, para seguir a su esposa a través de la puerta principal. Bundy y Haggard avanzaron por detrás, al tiempo que Tanner apartaba el vehículo de la línea de fuego.

El grupo fue recibido en la gran sala por Paine, quien pareció algo confundido ante la presencia de Christopher Seton, en lugar del amo de la mansión. Tras él, Aggie se lanzó a llorar, tomando el delantal con ambas manos para llevárselo a la boca. Tessie se encontraba en el fondo, feliz de ver a la joven señora, pero aturdida ante la actitud del ama de llaves. Hacía apenas unos instantes, antes de oír el sonido de las ruedas, la anciana la había tranquilizado, asegurándole que todo terminaría bien. Tal vez, ante la ausencia de lord Saxton, pensó Tessie, el ama de llaves presentía que alguna desgracia había acontecido a su amo y ya comenzaba a llorar la pérdida.

—Bueno, bueno, Aggie —la tranquilizó la doncella, palmeando el hombro de la mujer—. Sin duda, el amo pronto llegará. No se apene así.

Aggie lanzó su lacrimosa mirada y observó a la niña como si hubiera recuperado el aplomo de repente.

—¿De qué estas hablando? El amo ya está aquí. Lord Christopher Saxton, él es.

—Oh. —Los inmensos ojos de Tessie se volvieron hacia quien se encontraba impartiendo órdenes a Bundy y Haggard para que ocuparan lugares cerca de las ventanas. Una ruptura de vidrio evidenció la presteza de los hombres por defender la mansión cuando destrozaron los cristales para introducir los cañones de los largos rifles yanquis.

Christopher observó los rostros de los que le rodeaban, mientras estrechaba a su esposa bajo la protección de su brazo. Incluso el cocinero se encontraba allí, sonriendo de oreja a oreja.

—Todos aquellos que lo deseen, son libres de partir. Erienne puede enseñares el camino para escapar.

—¡No! —La negativa provino de varios labios a la vez y, entonces, él se percató de que Erienne también había hablado. Miró a la joven, y ella se aferró a él con una tenacidad que reveló sus intenciones tan intensamente como su palabra.

—No me apartaré de tu lado. No permitiré que mi bebé crezca sin un padre.

Aggie se explayó en el tema.

—Cuando mataron al antiguo lord, la servidumbre fue enviada a un refugio seguro. El se enfrentó sólo a sus asesinos. Nos quedaremos, milord. Quizá, yo no pueda disparar uno de sus estrafalarios mosquetes, pero bien puedo agitar una endiablada escoba.

—Deben saber que yo soy el jinete nocturno —explicó Christopher para todos aquellos que aún no lograban salir de su confusión—. Yo soy el hombre que el alguacil ha estado buscando. Pero mi causa ha sido justa; mi intención era descubrir a los maleantes que Allan Parker y lord Talbot dirigían. Ellos mataron a mi padre, y ellos incendiaron el ala este de la mansión para asesinar a mi hermano. Muchos han sido víctimas de los bandidos, y yo sólo buscaba poner fin a ese reino de terror.

—¿De verdad es usted lord Saxton? —preguntó Tessie tímidamente.

Erienne rió y rodeó con los brazos la delgada cintura de su esposo para estrecharlo con fuerza.

—Sé que es difícil de creer, pero este hombre es el mismo que casi nos vuelve locas de miedo.

Un disparo proveniente del exterior atrajo la atención de todos hacia un asunto más serio. Cada uno corrió a escoger sus armas, algunas tan peculiares como las que habían reunido los campesinos. Mientras cargaba una pistola para tirar, Erienne se topó con los ojos de su marido que la observaban fijamente.

—Mi querida esposa-murmuró Christopher con dulzura—, es probable que, en pocos instantes, seamos ferozmente atacados. La puerta frontal, aunque sólida, no puede ser defendida como es debido, y en breves momentos, ellos vendrán a derribarla. Me complacería mucho si tú...

La cabeza de Erienne ya había comenzado a moverse antes de que él hubiera terminado. Extrañamente, ella no experimentaba ningún temor, ningún pánico. Ése era su hogar, y una inflexible terminación se afirmó bajo su serena apariencia.

—Permaneceré a tu lado. —Golpeó ligeramente la pistola con un dedo y le informó a su esposo con tono firme—: El hombre que se atreva a lastimarte no vivirá para ver el fin del día. Yo me encargaré de eso.

Hubo una fría severidad en la mirada de la joven que hizo que Christopher agradeciera el tenerla como esposa y no como enemiga.

Una especie de escudo se formó rápidamente para proteger a la brigada atacante, y la puerta sufrió la incesante embestida de un tronco de roble. Aun así, todo hombre que se apartaba apenas de la defensa caía al lado del camino, derribado por una bala procedente de la mansión. Talbot permanecía tras el amparo de unos árboles cerca de la casa, fuera de la línea de fuego, pero no demasiado alejado, para poder luego atribuirse la victoria que parecía tan próxima. Su señoría observaba el curso de los acontecimientos con una sonrisa presuntuosa, mientras que Claudia contemplaba el espectáculo desde el carruaje.

—¡Derriben rápidamente esta maldita puerta! —aulló Allan. El tronco volvió a golpear el panel de madera y la puerta se partió.

La precipitada ola de ansiosos enemigos fue recibida en la mansión por fuego de pistolas disparadas a corta distancia. Los primeros bandidos cayeron, pero los otros avanzaron sobre los cuerpos de los compañeros muertos, al tiempo que Christopher, Haggard y Bundy se replegaron hacia la gran sala. Allí, los maleantes se enfrentaron a una nueva forma de ataque. Los oídos de todos retumbaron con las notas casi musicales de pesadas ollas de hierro asestadas contra sus cráneos. Aggie y Paine se encontraban en el medio del combate, mientras que el cocinero aguardaba nervioso algún blanco adecuado para su largo, terrorífico cuchillo. Los hombres tuvieron que resistir los violentos ataques del sable de lord Saxton, y los embistes algo más torpes de las espadas de Bundy y Haggard. Parker se abrió paso entre este revoltijo de guerreros experimentados y novatos, y se apartó de un salto. Su meta era lady Erienne, cuya captura le aseguraría la victoria, pero un solo paso en dirección a la joven lo enfrentó cara a cara con el dueño de la mansión y su larga y ensangrentada espada.

—Ha llegado la hora, lord Saxton —lo amenazó el alguacil, al mismo tiempo que extraía su daga, preparándose para el ataque.

—¡Sí! —respondió Christopher con una lenta sonrisa—. Durante demasiado tiempo ha devastado usted esta tierra, y ha conseguido escaparle al destino. Secuestró a mi esposa y la mantuvo prisionera con el solo propósito de provocarme a mí. Pues lo ha logrado. ¡Sí! ¡Ha llegado la hora!

Erienne se llevó una mano a la boca y el corazón comenzó a latirle con violencia en repentino pánico. El temor creció en el interior de la joven y no pudo sofocarlo al observar a su esposo incitar al enemigo con la ensangrentada espada. El arma dibujó un lento arco frente a los ojos de Parker.

—Muerte, milord alguacil —prometió Christopher—. ¡Muerte!

El alguacil se lanzó al ataque con toda su considerable destreza. El sable embistió, blandió, atacó, mientas la daga se mantenía lista para hundirse en la carne del otro. El largo clamor escocés de Christopher, tan pesado como el sable pero con un doble filo, resistió las embestidas del enemigo, enfrentando y avanzando con una amenaza propia.

Toda la sala vibró con el fragor de las espadas entrelazadas que fue imitado por el conflicto cercano a la entrada. Talbot, sin saber hacia dónde dirigirse, se topó con la amenazadora mirada del cocinero. El cuchillo intimidó a su señoría y, bastante enemigo de los derramamientos de sangre cuando ésta le pertenecía, alzó su bastón y lo dejó caer sobre la cabeza del hombre, que se desplomó sobre las rodillas. Talbot se volvió, dispuesto a cambiar la dirección, al advertir que la mejor salida para la supervivencia se encontraba afuera, donde los campesinos estaban siendo derrotados. Empero, no bien giró para salir, se quedó paralizado; por la colina, dispuestos a ayudar a los arrendatarios, avanzaba otro ejército de salvajes comandados por Farrell y un hombre con chaqueta azul marino. Los nuevos atacantes tenían el aspecto de marineros y pronto se hizo evidente que se trataba de combatientes expertos. Talbot se volvió, una vez más, hacia el vestíbulo y le arrebató el cuchillo al cocinero. Bundy, Haggard y el resto de los sirvientes se hallaban demasiado ocupados luchando con los maleantes, como para notar que él comenzaba a escabullirse hacia la sala. Sus ojos se posaron casi con regocijo sobre la espalda de Christopher Saxton, que, valerosamente, luchaba por su vida. Talbot alzó el cuchillo y se lanzó al ataque, prefiriendo sorprender al hombre por detrás.

De pronto, la sala retumbó con un estruendoso sonido cuando Erienne decidió cumplir con su amenaza. Talbot se desplomó hacia atrás con la fuerza del proyectil que la joven disparó de la pistola, y Christopher se volvió sorprendido para ver al hombre caer con las piernas extendidas de una manera grotesca y• la mano levantada, aún sujetando el cuchillo. El alguacil aprovechó la ventaja y se abalanzó para asestar la estocada fatal, pero el sable fue derribado por el claymor cuando Christopher volvió a concentrar su atención.

Los ojos de lord Saxton destellaron con renovada intensidad, y el claymor se sumergió en el ataque. El arma cruzó como un relámpago bajo la defensa de Parker y luego se hundió. Un agudo dolor penetró el brazo izquierdo del alguacil, y la daga cayó al suelo. Resistió la siguiente embestida de su oponente, retrocediendo unos pasos. Otro ataque fue lanzado, y Allan lo esquivó, pero no hubo respiro, no hubo tiempo para el contraataque. Una nueva estocada llegó, y luego otra, y otra, hasta que los labios

de Allan Parker se fruncieron en un gruñido furioso ante la impotencia de su propia defensa. No sintió la embestida que le penetró las costillas y el corazón, apenas un ligero tirón en el chaleco cuando la espada se retiró. Toda la fuerza de sus brazos se disipó, y observó a Christopher con temblorosa sorpresa. De pronto, la sala se volvió oscura y su sable chocó contra el suelo, pero Allan Parker nunca supo que él también se desplomó junto al arma.

Hubo un silencio en Saxton Hall cuando Christopher miró en derredor. Aquellos pocos ladrones que habían logrado entrar y sobrevivir estaban siendo arrojados fuera de la mansión por la amedrentadora espada de Haggard Bentworth y, por el salvaje brillo en los ojos del hombre, todos sabían que sus amenazas eran serias. Christopher arrojó el claymor al suelo y extendió los brazos para recibir a Erienne, que se acurrucó en el imponente pecho para expresar su alivio entre suaves sollozos.

—Debo agradecer a milady por defender mi espalda —susurró él junto al fragante cabello de su esposa—. Nuestro bebé aún podrá crecer con un padre.

El llanto de la joven se hizo más intenso cuando desahogó todas las tensiones del día y apaciguó sus temores. Erienne se abrazó fuertemente a su esposo, empapándole la camisa con sus lágrimas, y sintió las suaves caricias de esas manos viriles y el beso de esos tiernos labios contra su cabello.

Por fin, ella se calmó y, sin dejar de abrazarla, Christopher caminó hacia el exterior para detenerse frente a la mansión y permitir que el sol primaveral los calentara. Observaron a la multitud que había acudido en su ayuda y los ojos de Christopher se humedecieron cuando advirtió que los arrendatarios habían arriesgado la vida por él. Los campesinos se convencieron de que todo iría bien con la familia Saxton; habían encontrado a un lord en quien podían confiar. Al cabo de unos instantes, todos comenzaron a trabajar para retirar a los muertos. Les pareció que, al menos, entre sus propias fuerzas, sólo unos pocos habían sufrido heridas graves.

Bundy y Tanner cargaron a lord Talbot hacia el exterior, y un dúo de exclamaciones provino del carruaje cuando tanto Claudia, como Avery, que había estado todo ese tiempo oculto en la maleza, identificaron a la figura inerte y ensangrentada. Los marineros del Cristina ya habían pasado junto a Claudia, tras mirar brevemente en el interior del vehículo y asegurarse de que éste no significaba una amenaza. Por lo tanto, ninguno de ellos hizo el intento de detener el coche cuando la joven le ordenó a gritos al cochero que emprendiera la marcha.

La sensación de derrota llegó como un violento golpe para el hombre y la mujer. Avery no podía vislumbrar ninguna esperanza para su vida; estaba condenado a vagar con un eterno terror, siempre temeroso de aquel momento en que volviera a enfrentarse a Christopher Seton. ¿O era Saxton? Se encogió de hombros mentalmente. Uno era tan peligroso como el otro.

El porvenir de Claudia no era mucho más prometedor. En esos últimos días, la joven había descubierto lo suficiente como para confirmar la sospecha de que su padre había sido un ladrón y, tal vez, un asesino. Las propiedades del lord, sin duda, serían confiscadas por la corona, y ella no podría tolerar la humillación de lo que luego acontecería. Sin nadie que la cuidara y consintiera con las riquezas de la vida, la joven no estaba muy segura de poder sobrevivir. Tal vez, lo mejor sería reunir toda la fortuna que pudiera encontrar en la mansión Talbot y luego viajar a cualquier parte.

Christopher observó la partida del carruaje y luego volvió la mirada hacia el par de hombres que se les acercaban. Eran Farrell y el capitán Daniels; y mientras este último esbozó una amplia sonrisa, el primero frunció el entrecejo con expresión reprobadora al ver a la pareja. Christopher extendió una mano para saludar a su capitán y luego se dirigió al hermano de su esposa.

—Farrell, creo que no hemos sido presentados debidamente. —Christopher sonrió y le tendió la mano al muchacho—. Yo soy lord Saxton.

Los ojos del joven se dilataron y se dirigieron hacia el rostro sonriente de su hermana, al tiempo que el aceptaba mecánicamente la mano ofrecida.

—¿Lord Saxton? ¿El lord Saxton?

—Sí, yo soy el que usaba la máscara y caminaba renqueando —confesó Christopher—. Lo hice, en parte, para engañar a los maleantes, haciéndoles creer que el hombre que habían asesinado aún seguía vivo; pero, por otro lado, también deseaba desposar a tu hermana y no encontré otra forma de lograrlo. Espero que continúes apreciando la amistad que comenzó entre nosotros cuando me conocías como lisiado.

Farrell trató de unir todas las piezas y colocarlas en sus respectivos lugares.

—Usted está realmente casado con mi hermana, y es el padre de su...

Erienne se sonrojó al lanzar una mirada vacilante hacia el capitán, quien parecía estar disfrutando de toda la conversación. La sonrisa del hombre se intensificó cuando su esposo pronunció una respuesta.

—No necesitas agudizar tu destreza con las armas para vengar el honor de tu hermana —le aseguró Christopher al muchacho, y el brillo burlón de sus ojos se tornó más intenso—. Todo fue hecho correctamente, te lo juro.

La charla se interrumpió con la llegada de un coche seguido de un grupo de jinetes. Erienne reconoció a la comitiva de inmediato. Se trataba del mismo carruaje que los había pasado en su regreso de Londres hacía algunas semanas, y la joven se sintió algo confundida ante la presencia del vehículo en la mansión. El coche avanzó por el sendero de acceso y se detuvo frente a la casa. Un lacayo corrió a abrir la portezuela y colocó la escalerilla para permitir el descenso del marqués de Leicester.

—¿Llegamos demasiado tarde? —preguntó el hombre con una sonrisa divertida en los labios. Enseguida, miró en derredor para contemplar la escena de los marineros que cargaban los cuerpos de los muertos para apilarlos en carros—. Según veo, no necesitaron mi ayuda en absoluto. Parece qué has logrado vencer a estos maleantes de una vez por todas. —Se volvió para dirigirse a los ocupantes del carruaje—. Señoras, éste es un espectáculo de lo más horripilante. ¿Están seguras de que quieren presenciarlo? —Deseo ver a mi hijo —afirmó una dulce voz femenina.

Christopher tomó a Erienne del brazo y la guió hasta el coche, al tiempo que el marqués extendía una mano para brindar ayuda a su esposa, que se encontraba sentada junto a la portezuela. No bien apoyó los pies sobre la tierra, Anne extendió los brazos hacia Erienne.

—Mi querida, ¡qué experiencia tan terrible debe de haber sido para ti! Nosotros no estábamos en casa cuando llegó la carta de Christopher y, cuando la encontramos aguardándonos, vinimos a toda prisa desde York, donde hemos estado viviendo desde que partimos de Londres. Por fortuna, mi hermana acababa de viajar desde Carlisle para quedarse con nosotros.

—¿Su hermana? —Erienne miró hacia el interior del carruaje y su rostro evidenció su sorpresa cuando la marquesa se apartó y la condesa de Ashford apareció en la portezuela. La mujer descendió y alzó la mejilla con actitud expectante para recibir un beso de Christopher. Luego, él guió a su madre hacia Erienne, que observó a la dama con total desconcierto. Los ojos verde grisáceos centellearon cuando lord Saxton se dirigió a su esposa. —Erienne, cariño, quiero que conozcas a mi madre.

—Pero usted es la condesa de Ashford. —La mente de la joven comenzó a girar con creciente confusión—. Recuerdo que estuvo en la fiesta. Jugó a los naipes conmigo.

La condesa sonrió con dulzura.

—Yo deseaba conocerte y, dado que mi hijo estaba resuelto a ocultarte su verdadera identidad, no pude revelarte que era su madre, aun cuando lo anhelaba profundamente. ¿Podrás perdonarme por el engaño?

Unas lágrimas asomaron a los ojos de Erienne, pero eran lágrimas de felicidad, y de repente, las dos mujeres se echaron a llorar juntas, abrazadas. La condesa se apartó, y con un pañuelo de encaje, comenzó a secar las gotitas que surcaban las mejillas de la niña, ignorando las que brotaban de sus propios ojos.

—Vine a vivir a Carlisle para estar cerca de mi hijo —explicó la dama entre sollozos—. He vuelto a enviudar, y me sentía muy sola en Londres sin él. Además de mi hermana, Anne, Christopher es la única familia que me queda, y tenía mucho miedo de que algo malo pudiera sucederle. Ordené a Haggard que lo vigilara todo lo posible.

—¿Usted regresó a Inglaterra para quedarse a vivir después de su boda? —inquirió Erienne.

—Para entonces, mis hijos ya estaban crecidos, y el conde era un viejo amigo de la familia. Me pareció correcto casarme con él, aunque el único verdadero amor de mi vida fue Broderick.

Christopher colocó un brazo alrededor de los hombros de su esposa y esbozó una sonrisa en dirección a Mary.

—No he tenido oportunidad de contártelo, madre, pero vas a convertirte en abuela este año.

La dama contuvo la respiración, y su rostro se iluminó con repentina felicidad.

—Creo que un muchacho sería bonito. Pero, por otro lado, yo nunca tuve una niña. ¡Estaba tan ansiosa por que Christopher se desosara y echara raíces! Aggie y yo temíamos que eso nunca sucediera. Oh, Erienne, Erienne... —Las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos—. Tú serás una excelente esposa para mi hijo. Sé que así será.

Esa misma noche, el silencio de la recámara del lord fue interrumpido por las susurrantes voces que murmuraban en la cama. Erienne Saxton se encontraba acurrucada en las firmes curvas del cuerpo de su esposo y, juntos, observaban las chisporroteantes llamas del fuego. De tanto en tanto, él deslizaba los labios para besarle la zona debajo de la oreja donde el pulso de la joven latía suavemente.

—Creo que me agradaría ir a América algún día —murmuró ella en la oscuridad—. Tu madre habló tanto de ese lugar durante la cena, que imagino que debe de ser un gran país. ¿Piensas que me será posible conocerlo?

—Todo lo que milady desee —susurró Christopher, hundiendo el rostro en el fragante cabello de su esposa—. Mi mundo siempre estará donde tú estés, y te seguiré por el sendero que tú me señales.

Erienne soltó una suave risa cuando él le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

—No, señor. Jamás te señalaré el sendero, porque mi mano siempre estará firmemente sujeta a la tuya. Somos uno solo de verdad, y con placer caminaré eternamente a tu lado, si tú así lo deseas.

—¿Sí lo deseo? —La sorpresa fue evidente en el tono de Christopher cuando repitió las palabras—. ¿Acaso crees que he luchado durante estos meses sólo para colocarte detrás de mí, donde no pueda admirar tu belleza? No, milady, a mi lado es donde deseo tenerte, siempre junto á mi corazón.