CAPÍTULO 12

CUANDO el carruaje giró por el camino que conducía a la inmensa propiedad de los Leicester, Erienne se percato de que su esposo contaba con amigos influyentes. Allí las tierras estaban bien cuidadas, a diferencia de los terrenos áridos, escarpados, que rodeaban Saxton Hall. La mansión reinaba con majestuoso esplendor y, al verla, Erienne agradeció que Tessie la hubiera aconsejado utilizar un exquisito vestido de pana color rojo intenso.

Lord Saxton habló sin preámbulo cuando se acercaron a la casa.

—Puede que tú me detestes y repudies mi aspecto, pero te aseguro que los Leicester son personas excepcionales. Son viejos amigos de la familia, y yo de veras aprecio esa amistad. Hay varias cosas que debo rectificar, y ellos me han brindado inestimables consejos para ayudarme a lograrlo.

Un mayordomo, majestuosamente vestido con una peluca blanca, una chaqueta colorada y unos calzones blancos, les salió al encuentro para recoger el equipaje. Pronto fueron escoltados hasta la sala, donde el marqués y su mujer aguardaban para recibirlos.

Erienne quedó algo impresionada por el lujoso decorado, pero cuando el marqués atravesó la habitación para estrechar con entusiasmo la mano de lord Saxton, la atención de la joven se volvió hacia él y hacia la pequeña, bonita mujer que, vacilante, no se atrevía a avanzar hacia el enmascarado.

De cabello blanco, apariencia delgada y algo encorvado, el marqués daba la impresión de ser un hombre de edad. Sin embargo, sus mejillas rosadas, sus vivaces ojos azules y su constante sonrisa eran la viva imagen de la eterna juventud.

—Es muy amable de tu parte venir tras apenas unos días de tu boda, Stuart —dijo con tono afable—. Deseaba conocer a tu joven esposa y, ahora que la veo, comprendo el motivo de tu exaltación en los últimos tiempos.

Lord Saxton deslizó su mano enguantada debajo del brazo de su esposa.

—La exaltación debe de ser contagiosa. Hemos tenido que lidiar con un ardoroso enamorado en la ruta.

Los ojos del marqués brillaron cuando cortésmente besó la mano de Erienne.

—Supongo que Stuart no se ha preocupado de contarle nada acerca de nosotros.

—¿Stuart? —La joven miró a su esposo con incertidumbre—. Por lo visto, son muchas cosas las que ha olvidado contarme. —Debe usted disculparlo, pequeña —suplicó el marqués con tono risueño—. Esa fascinación que siente por usted parece haber afectado sus modales. Estoy seguro de que su madre está tan horrorizada como usted.

El asombro de Erienne se tornó aún más intenso. Era ésa la Primera referencia que tenía acerca de otro miembro vivo de la familia Saxton, y se volvió hacia su esposo con expresión interrogante.

—¿Su madre

Lord Saxton le apretó el brazo suavemente.

—Ya tendrás oportunidad de conocerla, mi amor.

—El padre de Stuart y yo fuimos como hermanos —intercaló el marqués—. Su muerte fue horripilante, sencillamente horripilante. Y, desde luego, el incendio de la mansión... ¡perverso! No descansaré hasta encontrar a los responsables. —Sacudió la cabeza y, por un instante, pareció algo afectado. Luego, se animó súbitamente y palmeó la mano de Erienne— Es usted encantadora. Tan encantadora como mi Anne.

Extendió una mano hacia su esposa y ella rió. Luego, se le acercó y le apoyó una larga, delgada mano sobre el brazo. —Oh, Phillip, tus ojos te delatan. Jamás he sido tan hermosa como esta pequeña. —Se volvió para tomar la mano de Erienne—. Espero que seamos buenas amigas, querida.

En todo momento, Anne trataba de mantener los ojos apartados de lord Saxton y, cada vez que se atrevía a mirarlo, fruncía el entrecejo.

—¿Has comenzado a odiarme en mi ausencia, Anne? —le preguntó él.

Irritada, la dama sacudió una mano en dirección a la máscara y declaró con bastante brusquedad:

—¡Odio esa cosa!

Erienne quedó confundida ante la reacción de la mujer, pero tuvo poco tiempo de meditar sobre la respuesta, dado que lord Saxton la cogió inmediatamente del brazo. La joven intentó apartarlo, pero él lo sujetó con firmeza y le palmeó la mano con dulzura.

—Créeme, Anne, si te digo que mi propia esposa odia lo que se oculta abajo mucho más de lo que tú detestas la máscara. —Se volvió e hizo una reverencia sobre la mano que había atrapado —Regresaremos con ustedes, tan pronto como terminemos con nuestros asuntos. Hasta entonces, mi amor, te dejo en la tierna compañía de nuestra amable anfitriona.

Lord Saxton se enderezó y con su vacilante paso siguió a Phillip fuera de la habitación. Anne pareció rechinar los dientes y dar un respingo cada vez que la pesada bota golpeaba contra el suelo. Cuando la puerta se cerró detrás de los hombres, ella la observó durante un largo rato. Erienne no estaba segura, pero creyó haber oído que la mujer mascullaba entre dientes:

—¡Muchacho obstinado!

—¿Señora? ¿Ha dicho usted? —preguntó la joven, sorprendida.

Anne se volvió hacia ella con ojos inocentes y una brillante sonrisa en los labios.

—No ha sido nada, querida. Nada en absoluto. Estaba murmurando sola. Viene con la edad, ¿sabes? ...eso de hablar sola. —Apoyó dulcemente un brazo alrededor de la joven—. Querida, debes de estar famélica después de un viaje tan largo, y esos hombres nos han abandonado por el bien de sus espantosos negocios. Comeremos algo juntas y luego daremos un paseo en carruaje por la ciudad. El día es magnífico y sería una lástima desperdiciarlo aquí, aguardando a nuestros maridos. Bueno, si lo planeamos bien, podríamos ausentarnos toda la tarde.

Eso hicieron, y Erienne se sorprendió por la forma en que pudo disfrutar del paseo en compañía de una extraña. Anne Leicester era tan alegre y amable, como tierna y ocurrente. Su festivo encanto era contagioso, y Erienne sentía que su tensión se desvanecía con la risa.

La velada transcurrió en medio de una atmósfera agradable y pacífica. En presencia de la otra pareja, lord Saxton no parecía tan aterrador. Mientras cenaban, Erienne logró incluso consentir la calma bajo la implacable mirada de su esposo. Tal como era su costumbre, él se abstuvo de comer o beber y eligió, en cambio, concentrar toda su atención en su esposa e ingerir sus alimentos a otra hora.

Ya era tarde cuando se retiraron, y Erienne se deslizó lentamente hacia su habitación, acalorada por el vino que había bebido durante la cena. Sabía que su esposo la seguía con su horripilante paso, pero parte de su temor había comenzado a disiparse tras su llegada a la casa de los Leicester, y el sonido ya no le provocaba los acostumbrados estremecimientos.

Lord Saxton era quien se sentía inquieto al observar el suave contoneo de las caderas y la increíble estrechez de la cintura de su esposa. Su capacidad de control estaba siendo probada más allá de los límites imaginables y, consciente de que ya no le sería posible dominarse, se refugió en la recámara contigua a la de la joven.

Mientras se acurrucaba en la cama, Erienne meditó sobre la proximidad de su aterrador esposo, ya que el renqueante caminar no cesaba, hasta que sus ojos se cerraron por el cansancio. Sus sueños comenzaron a volar, como las nubes que perseguían la luna más allá de las puertas del balcón.

Por momentos, su mente despertaba somnolienta, o volvía a sumergirse en el reino de Morfeo, sin estar nunca segura de cuál de los dos caminos transitaba. Las sombras revoloteaban alrededor de su cama cuando unos rayos de plata penetraban por los cristales, formando imágenes que se entrelazaban con las figuras de sus sueños.

De pronto, una forma masculina tomó consistencia en la espesa bruma de su mente, y luchó por pormenorizarlo en medio de la intensa oscuridad. El hombre se encontraba a los pies de su cama, en silencio, con su imponente torso desnudo, y un pulgar apoyado en la cintura de sus calzones. Tenía el cabello oscuro, corto, despeinado; su mandíbula era delgada y firme; y Erienne imaginó unos ojos de color verde grisáceo brillando entre las sombras. La figura permaneció inmóvil, sin tocarla, sin cesar de observarla. Ella dejó escapar un suspiro y giró la cabeza sobre la almohada. Entonces, entre sueños, vio que él se le acercaba. Unos dedos poderosos le desprendieron el camisón, y Erienne se sintió invadida por las llamas del deseo cuando una boca tibia acarició los suaves capullos de sus pechos. Los violentos latidos de su corazón comenzaron a expandirse por sus venas. El rostro se inclinó sobre ella y, entonces, al reconocer súbitamente al hombre que había imaginado en sus sueños, lanzó una exclamación.

—¡Christopher!

Erienne miró a su alrededor, observando, entre las sombras, los rincones más oscuros de su cuarto. Todos estaban vacíos. Nada se movía en la quietud de la noche y, con un tembloroso suspiro, volvió a recostarse sobre la almohada, perpleja y... ¿desilusionada?

Los rayos del sol penetraron por la ventana, bañando la habitación con abundante luz. Erienne se desperezó en la suntuosa cama y luego frunció el entrecejo, turbada, al recordar el camino que había recorrido su mente mientras dormía. Ni siquiera en sueños podía liberarse del yanqui.

Aturdida por el traicionero juego de su inconsciente, se puso una bata de terciopelo y unas zapatillas, y caminó hacia el balcón. El fresco aroma de la helada mañana flotaba en una suave brisa que revoloteaba alrededor de los árboles y arbustos. Ella aspiró profundamente la fragancia y, al exhalar, la nube blanca de su aliento se desvaneció en el aire congelado. El frío penetró su ropa, pero se sintió complacida con tanta frescura, que le despejaba la mente, acosada por el recuerdo de su perturbador sueño.

De pronto, una suave ráfaga de viento llevó hasta sus oídos el sonido distante de unas voces. Al mirar entre los árboles, Erienne reconoció la figura negra de su esposo, que caminaba por el cuidado parque. A su lado, había una mujer vestida con una larga capa con capucha. Ella era más alta que Anne y se movía con el donaire de alguien que estaba muy seguro de su lugar en la vida. Erienne no pudo oír lo que decían, pero la mujer parecía estar implorando algo al lord Saxton mientras caminaban. Una y otra vez, ella extendía un brazo en actitud suplicante, y él respondía sacudiendo apenas la cabeza. Luego de un tiempo, la mujer se detuvo y se dirigió a la negra figura, apoyándole una mano sobre el brazo mientras le hablaba. El enmascarado se giró ligeramente, como si se negara a escucharla, y aguardó en silencio hasta que ella terminó. El explicó algo y, una vez más, la mujer volvió a elevar su súplica. El lord sacudió nuevamente la cabeza y, tras una breve reverencia de despedida, giró su pesado pie y se marchó. La mujer hizo un movimiento para detenerlo, pero luego de un momento se volvió y, con la cabeza inclinada, caminó lentamente hacia la casa.

Confundida por lo que acababa de ver, Erienne regresó a la recámara. Por supuesto, no le concernía lo que su marido pudiera discutir con cualquiera. No tenía derecho de interrogarlo, ni tampoco el valor. Aun así, la escena que había presenciado despertó su curiosidad. Era obvio que la mujer no había sentido miedo de lord Saxton, puesto que lo había tocado con toda libertad, cosa que la propia esposa no podía hacer.

Poco tiempo después, Erienne se reunió con los Leicester en el desayuno, y su perplejidad se acrecentó cuando le informaron que lord Saxton se había marchado. Dado que ocupaban habitaciones contiguas, le pareció extraño que su esposo no hubiera pasado a visitarla en la recámara para dejar el mensaje en persona. —¿Ha dicho cuándo regresaría? —preguntó la joven.

—No, querida —respondió Anne con tono amable—. Pero puedo asegurarte que no tendrás tiempo de echarle en falta. Iremos a una reunión esta noche, y estarás tan ocupada divirtiéndote, que ni siquiera te acordarás de pensar en tu esposo.

Erienne dudó de la afirmación de la dama. Stuart Saxton no era una figura que se pudiera olvidar fácilmente. Su terrible aspecto oprimía la mente de la joven, como una pesada carga, durante cada minuto del día.

Esa tarde, cuando la muchacha se estaba arreglando para la reunión, una sirvienta, cuidadosamente vestida, fue hasta su recámara para entregarle un pequeño estuche de seda, anunciándole que se trataba de un regalo de lord Saxton. Una nota firmada con la inicial .S» pedía a la muchacha que honrara a la familia Saxton luciendo el presente en la fiesta. Erienne se sintió algo aturdida ante la manera reservada en que su esposo le estaba entregando mensajes y regalos. No creyó posible que él se hubiera vuelto tímido súbitamente temió que esta ausencia se debiera a un creciente sentimiento de ira dirigido hacia ella.

Cuando abrió la tapa del estuche y vio el collar de tres sartas de perlas que yacía sobre la almohadilla de seda azul marino, todos sus miedos cesaron de existir. Le parecía imposible que su esposo le entregara tan costosa joya si estuviera realmente encolerizado.

Unos pequeños diamantes y un enorme zafiro adornaban el broche, y otras gemas de la misma clase embellecían el par de aretes de perlas que completaban el conjunto. El regalo era más de lo que ella merecía, pensó la joven, al tiempo que los sueños de la noche regresaban a acusarla. Sería más beneficioso para su matrimonio si dirigía sus fantasías por el sendero de una esposa.

Resuelta a satisfacer los deseos de lord Saxton, Erienne eligió un vestido de satén azul claro que combinaba con las alhajas. Se cubrió los hombros con una delicada pañoleta blanca de encaje bordado con diminutas perlas. Tessie le recogió el cabello en un cuidado ramillete de ensortijados bucles, que caía desde la coronilla hasta el final de la nuca. La doncella le colocó el collar y los aretes, y la imagen de Erienne confirmó el hecho de que, al menos, el nombre Saxton no sería deshonrado en su persona.

La joven sólo había oído historias de su madre acerca de las reuniones sociales de la nobleza, y la inquietaba pensar en el resultado de su primera experiencia. Cuando llegaron, Anne la presentó a diferentes lores y sus damas como la nueva señora de Saxton Hall, explicando alegremente que la mansión se encontraba tan al norte de Inglaterra como Londres al sur. La mujer se preocupo por mantener conversaciones frívolas y dedicó poco tiempo a las preguntas más comprometidas y, si alguien se volvía demasiado curioso, ella abandonaba entre risas a su invitado para dirigirse al siguiente grupo.

Al parecer, los Leicester conocían a todos los presentes, y que el círculo alrededor de ellos no cesaba de aumentar. Varias damas, ansiosas por hablar con Anne, se abrieron paso delante de Erienne, separando a la joven de la anciana acompañante. La muchacha aprovechó ese instante de soledad para inspeccionar el lugar. Los salones, aunque elegantes, eran algo pomposos y sofocantes y, sintiendo necesidad de respirar aire fresco, caminó hacia los ventanales que conducían a un estrecho balcón. Casi había alcanzado su meta, cuando un caballero la tomó del brazo. Sorprendida, la joven se volvió, para encontrarse frente a la sonrisa afectada de lord Talbot.

—¡Pero si es Erienne! ¡Dulce, pequeña Erienne!-El hombre estaba asombrado de su buena fortuna y apenas hizo algún esfuerzo para controlar el brillo lascivo de sus ojos mientras inspeccionaba minuciosamente a la muchacha—. Mi querida, estás sencillamente cautivadora. Es sorprendente lo que puede lograr una vestimenta adecuada.

Erienne trató de liberar su brazo diplomáticamente, pero él no pareció notarlo y miró a su alrededor, enarcando las cejas. —¿Has venido ...sola?

—Oh, no, milord —se apresuró ella a responder—. Estoy aquí con los Leicester. Nos ...eh ...hemos separado... —¿Quieres decir que tu esposo no ...? —Dejó que la pregunta incompleta terminara con una evidente insinuación. —N-no —tartamudeó Erienne, sintiendo la pesada carga del abandono implícito—. Él ...tenía unos asuntos urgentes que atender.

—Mm, mm. —Lord Talbot se retorció el extremo del bigote y frunció los labios en un gesto despectivo—. ¡Qué idea! Dejar desamparada a una mujer tan encantadora. Bueno, por lo que sé de él, comprendo su renuncia a aparecer en público y por qué lleva puesta esa horripilante máscara. ¡Pobre diablo!

Erienne se puso tensa, y le sorprendió la acalorada indignación que experimentó al oír que difamaban a su marido. Al fin y al cabo, todas esas afirmaciones habían atravesado más de una vez sus propios pensamientos.

—No he tenido ninguna evidencia que me indicara que lord Saxton no sea otra cosa que un hombre, milord.

Nigel Talbot apoyó una mano en su cadera, flexionó una rodilla y se inclinó hacia la joven, con el propósito de admirarte la redondeada curva de los pechos debajo de la pañoleta.

—Dime, mi querida —le susurró—, ¿cómo es él realmente detrás de esa máscara? ¿Es su rostro tan deforme como todo el mundo imagina?

Erienne se puso rígida, molesta ante la afrenta.

—Si él deseara que la gente lo supiera, milord, estoy segura de que dejaría de usar esa máscara.

—Es posible —lord Talbot se enderezó y lanzó una breve mirada hacia ambos lados, para luego llevarse un pañuelo perfumado a los labios, como si quisiera sofocar una incontenible risita— que ni siquiera tú conozcas su verdadero rostro.

—Lo he visto en la oscuridad —afirmó ella, irritada ante la arrogancia del hombre. Por primera vez, deseó que lord Saxton apareciese. Tenía la certeza de que la mera presencia de su esposo podría sofocar esa risita irónica e, incluso, empalidecer las sonrojadas mejillas de Talbot.

—¿En la oscuridad, dices? —preguntó él con un brillo intencionado en los ojos.

Ella alzó la nariz con gesto altivo y rehusó responderle. No estaba dispuesta a satisfacer las inclinaciones morbosas del hombre explicándole que el momento al cual ella se refería no tenía nada que ver con las intimidades de un matrimonio.

Lord Talbot permaneció impávido. Con su mirada lenta y descarada, estudió el suave, exquisito resplandor de la joven. —Hay algo en todo matrimonio que siempre intensifica la belleza de una mujer, Debo halagar el excelente gusto de tu marido, al menos, para elegir una esposa. Sin embargo, me permito reprenderlo por abandonar a tan bella criatura. —Se volvió ligeramente para observar el concurrido salón—. He venido aquí con varios amigos, todos caballeros de importancia, por supuesto. —Hinchó el pecho, como si tal asociación acrecentara su propio valor—. Cuando los vi por última vez, ya todos habían conseguido compañía para la noche y se preparaban para partir. Pero yo no puedo ignorar mis deberes para con Avery y abandonara su hija desamparada en medio de tantos extraños. No hay otra solución, querida. Tendrás que venir conmigo.

—Le aseguro, milord, que estoy muy bien acompañada-insistió Erienne. No necesito que me cuiden.

—Tonterías, pequeña. —El desechó la afirmación de la joven agitando su pañuelo de encaje—. Si alguien te estuviera cuidando, no te encontrarías aquí, sola. Algún deshonroso patán podría apoderarse de ti, y. nadie lo notaría.

—¡Cuánta verdad! —exclamó ella con tono sarcástico.

De pronto, Talbot saludó con la mano a alguien que se encontraba al otro lado del salón, y Erienne se volvió para ver a tres hombres suntuosamente vestidos, cada uno del brazo de una dama exageradamente engalanada. Uno de ellos devolvió el saludo a Nigel y miró hacia la entrada con una sonrisa lasciva en los labios; luego, las tres parejas caminaron en esa dirección.

—Vamos, querida —ordenó Talbot, dando por sentado el consentimiento de Erienne. Ella abrió la boca para protestar, pero la oscilación de un dedo frente a su nariz la hizo callar—. En verdad debo ocuparme de la hija de Avery. No permitiré que te quedes sola en este lugar.

—¡Lord Talbot, no estoy sola! —gritó ella con desesperación.

—Claro que no, puesto que estoy contigo, mi querida. —Aprisionó con firmeza la mano de la joven con el ángulo de su codo y la arrastró por entre la multitud—. Te aseguro que me sentí muy disgustado cuando tu padre decidió venderte en la subasta sin consultarme. Yo podría haber llegado a un arreglo justo.

Erienne trató de oponer la mayor resistencia posible sin provocar un escándalo.

—No creo que mi padre supiera que usted buscaba una esposa.

—¡Dios no lo permita! —exclamó lord Talbot entre risas—. La idea del matrimonio jamás me cruzó por la mente.

—Era la condición para la venta —acotó Erienne con voz entrecortada, mientras él continuaba arrastrándola con rudeza. —¡Tonterías! —afirmó Talbot con desdén—. Unos cuantos cientos de libras hubieran acallado a tu padre en ese punto. Ya se encontraban en el vestíbulo y, al pasar junto a una delgada columna, Erienne la rodeó con un brazo. Liberó su otro brazo tirando con tal violencia, que enseguida temió haber dejado atrás un pedazo de piel.

Talbot se volvió hacia ella con las cejas enarcadas por la sorpresa y, al ver la mirada fulminante de la joven, se apresuró a explicar con tono conciliador:

—Mi querida pequeña, sólo quise decir que podrías haber ocupado un... eh... lugar especial en mi familia. Estoy seguro de que eso te hubiera agradado más que tu situación actual. Avery nunca debería haberte forzado a desposarte con esa bestia deforme.

Un intenso tono rosado comenzaba a colorear las mejillas de Erienne.

—Puede que mi esposo sea deforme, señor, pero no es una bestia.

—Mi querida niña. —Entornó los párpados, mientras saboreaba la belleza que el enfado confería a la joven—. Sólo deseo

asegurarte que, si el horror de tu enlace se torna intolerable, aún puedes refugiarte en mi familia. Yo, a diferencia de muchos, no considero que el matrimonio sea una mancha. —Chasqueó los dedos para atraer la atención del mayordomo, quien se encontraba atendiendo a varios invitados que acababan de entrar—. Mi capa y mi sombrero —le ordenó con arrogancia—, y traiga también el abrigo de lady Saxton.

—¡Lord Talbot, por favor! —protestó Erienne con vehemencia—. ¡No puedo ir con usted! He venido aquí con los Leicester, y se preocuparán si no me encuentran.

—Calma tus miedos, pequeña —la tranquilizó lord Talbot—. Les dejaré un mensaje informándoles que te has marchado conmigo y —esbozó una sonrisa confiada— que recibirás el mejor de los cuidados. Ahora, vamos, querida. Mis amigos nos están aguardando en el carruaje.

Tomó a la joven del brazo e ignoró los intentos de ella por liberarse.

—¡Por favor! —susurró Erienne con desesperación. Temía despertar la ira de un hombre tan poderoso, pero aun así, luchó por soltarse, resuelta a permanecer donde estaba—. ¡Me está lastimando!

Uno de los recién llegados se apartó de su grupo y se acercó al mayordomo, que estaba a punto de alcanzarle las capas, el bastón y el sombrero a lord Talbot. Cuando el hombre caminó hacia Nigel, su propia capa se deslizó de su brazo y cayó a los pies de su señoría. El desconocido se agachó para recoger la prenda y, al incorporarse, su cabeza golpeó el antebrazo de Talbot con suficiente fuerza para liberar a Erienne. Ella, rápidamente, aprovechó la oportunidad para levantarse las faldas y escapar, sin mirar atrás. Entretanto, el hombre continuó enderezándose y, con el hombro, golpeó a Talbot en las costillas, al tiempo que su puño chocó pesadamente contra el mentón de su señoría. El lord se tambaleó hacia atrás, hasta estrellarse contra un muro. El se llevó una mano a la boca lastimada y se balanceó hacia adelante, tratando de recuperar el equilibrio, hasta que el otro hombre lo cogió de la muñeca con una fuerza desmesurada.

Así, lord Talbot quedó colgando con un pie en el aire y el brazo estirado hacia arriba.

—Mis disculpas, señor-le rogó su agresor con tono amable. Lord Talbot se miró con horror la mano ensangrentada. —¡Me he mordido la lengua, reverendo tonto!

El hombre lo soltó y su señoría casi cae al suelo, pero fue nuevamente sujetado, esta vez, con más dulzura.

—De veras lo siento, lord Talbot. Espero que no se haya lastimado demasiado.

Talbot levantó la cabeza y sus ojos se agrandaron cuando reconoció la alta figura.

—¡Seton! ¡Pensé que se trataba de algún papanatas campesino! —Una fugaz imagen del brazo inválido de Farrell Fleming le cruzó por la mente, y enseguida desechó la posibilidad de un abierto desafío.

Christopher se volvió hacia el mayordomo y depositó su capa sobre la de Erienne, que el hombre aún llevaba en el brazo, y con un gesto le indicó que regresara ambas prendas al guardarropas. Luego, esbozó una sonrisa de pesar al dirigirse de nuevo a su señoría.

—Una vez más, le ruego me disculpe, lord Talbot. Debo admitir que mis ojos estaban concentrados en la dama que lo acompañaba.

—Era la hija del alcalde —dijo Talbot con tono brusco. Luego de recorrer el salón con la mirada y no encontrar señales de la joven, soltó un gruñido sarcástico—. O, tal vez, debería llamarla «lady Saxton».

—La niña es realmente encantadora, pero supongo que lord Saxton lo sabe mejor que ninguno.

j-Por lo visto, la fortuna le sienta bien a la mujerzuela. —No notó el ligero parpadeo de los ojos verdes grisáceos y, con un breve suspiro, se resignó a aceptar una derrota pasajera—. Si el hombre ni siquiera puede montar un caballo, ¿cómo puede hacer justicia a una mocosa tan bella?

—¿Montar un caballo? —repitió Christopher, sorprendido. —¡Sí! Se rumorea que es demasiado torpe incluso para cabalgar. —Talbot se tocó una costilla, temiendo habérsela fracturado—. Si me disculpa, Seton, debo reparar mi aspecto.

—Desde luego, milord. —Christopher hizo un ademán para llamar al mayordomo, que le ofreció una capa de satén—. Si piensa marcharse, sin duda, necesitará esto.

Talbot agitó la mano con arrogancia para despedir al sirviente.

—He cambiado de opinión. Me quedaré un rato más. —Esbozó una sonrisa vanidosa—. La mocosa tiene bríos. Puede resultar muy divertido perseguirla.

Los labios de Christopher se curvaron en una sonrisa ladeada.

—He oído decir que lord Saxton es bastante hábil con las armas. Tenga cuidado en no involucrarse.

—¡Bah! —Lord Talbot se llevó el pañuelo a los labios—. El hombre es tan torpe para caminar, que podría oírle llegar a más de un kilómetro de distancia.

Erienne buscó ansiosamente, hasta que encontró a Anne sentada con una pareja en una de las pequeñas mesas dispuestas para el juego de naipes. El rostro de la anciana se iluminó cuando vio a la joven, y palmeó la silla contigua, invitándola a sentarse.

—Siéntate aquí, querida. Te has ido durante tanto tiempo, que ya comenzaba a preocuparme y envié a Phillip a buscarte. Ahora que estás aquí, puedes sumarte al juego.

A Erienne no le agradaba el recordatorio de lo que había arruinado a su padre, pero tras su reciente experiencia con lord Talbot, se apresuró a aceptar la seguridad que le brindaba la cercanía de la dama.

—Me temo que no sé nada de naipes.

—El Triunfo es bastante sencillo, querida —le aseguró Anne con tono alegre—. Te llevará apenas uno o dos minutos aprenderlo y luego no querrás detenerte jamás.

La afirmación no logró acallar las dudas de Erienne acerca de la perversidad de los naipes, pero, considerándolos un mal menor que lo que lord Talbot tenía planeado para ella, aceptó jugar. Comenzaron la partida y la joven intentó concentrarse en aprender las reglas, pero se distrajo inspeccionando a aquellos que se detenían a mirar, hasta que estuvo segura de que ninguno de los espectadores llevaba puesta la chaqueta de satén plateado que inmediatamente identificaba a su arrogante señoría. Luego de unas pocas manos, ella se sorprendió al descubrir que, en realidad, disfrutaba del juego. Tuvo un momento de inquietud, sin embargo, cuando Phillip regresó a la mesa y pidió hablar en privado con su mujer. Anne se disculpó, prometiendo volver tan pronto como le fuera posible, y Erienne se obligó a mantener la calma. Otra mujer ocupó el asiento libre, y se comenzó a distribuir una nueva mano de naipes.

La recién llegada se disculpó con una risita. —La verdad es que no soy muy buena en esto. Erienne sonrió a la elegante dama.

—Si lo fuera, yo me encontraría en un problema.

Los otros dos contrincantes intercambiaron miradas confiadas. Esta prometía ser una partida fácil para ellos.

—Yo soy la condesa Ashford, querida —murmuró la mujer con una amable sonrisa—. Y usted es...

—Erienne, milady. Erienne Saxton.

—Es usted muy joven —comentó la condesa, observando el rostro terso de la niña—. Y muy hermosa.

—¿Me permite corresponderle con el mismo cumplido? —respondió Erienne con franqueza. Aun cuando aparentaba tener más de cincuenta años, la condesa poseía una serena belleza que los años venideros no lograrían apagar.

—¿Podemos comenzar? —sugirió el hombre del grupo. —Por supuesto —se apresuró a responder la condesa, al tiempo que recogía sus naipes.

El primer descarte correspondía a Erienne, y la joven se dispuso a estudiar sus naipes con cuidado, hasta que advirtió a alguien a sus espaldas. Aguardó un instante con cautela, pero entonces, por el rabillo del ojo, vio una delgada pierna oscura y un zapato negro. Su ansiedad se calmó. Siempre que no se tratara de lord Talbot, podría concentrarse libremente en el juego. No muy segura con los naipes, meditó concienzudamente antes de escoger la sota de diamantes.

—Le convendría tomar el rey, milady —le aconsejó el hombre que tenía atrás.

Erienne se paralizó por un instante, ya que la conocida voz turbó sus pensamientos. El corazón comenzó a latirle con violencia, y sus mejillas se sonrojaron. No necesitaba ver el rostro del intruso para saber quién se encontraba a sus espaldas. Entonces, percibió la presencia del hombre en cada fibra de su ser y, a pesar de su sorpresa, se sintió embargada por una reconfortante ola de calor que derritió sus helados temores. Enseguida, atribuyó la sensación a la seguridad que le brindaba el hecho de tenerlo cerca, aunque la idea no concordaba con sus anteriores experiencias con el mundano Christopher Seton.

La joven levantó la mirada para ver si alguno de sus compañeros había advertido su turbación. Los dulces ojos sonrientes de la condesa se posaron sobre ella y, con una voz muy suave, la mujer le recordó:

—Juega usted, querida.

Erienne dirigió la mirada hacia los naipes. Su familia podía atestiguar que Christopher era un experto en el juego, y su consejo no debía ser desechado. Con repentina decisión, la joven regresó la sota a su lugar y jugó, en cambio, el rey. Cayó entonces una reina, y cuando todos los naipes estuvieron echados. Erienne había ganado la mano y las apuestas.

La condesa Ashford soltó una breve risita.

—Creo que estaría acertada, señor, si le permitiera jugar a usted en mi lugar. Siempre he preferido observar a la gente competir con sus ingenios, antes que poner a prueba el mío.

—Gracias, señora. —Christopher esbozó una encantadora sonrisa en dirección a la dama y se acercó una silla junto a Erienne—. Espero poder probar que soy digno de su confianza.

—No tengo dudas de que así será, señor.

Erienne le lanzó una fría mirada cuando él se sentó a su lado. El recuerdo de su sueño no se debilitó cuando vio al apuesto caballero vestido con su chaqueta azul marino y su impecable camisa blanca.

Christopher le devolvió la mirada con un brillo en los ojos e inclinó levemente la cabeza para saludarla.

—Buenas noches, milady. Ella le correspondió. —Señor.

Christopher se presentó a los otros y cogió la baraja para comenzar a mezclar los naipes. Sus dedos largos y bronceados se movieron con destreza, y Erienne pensó que su padre tendría que haber sido ciego o tonto para no reconocer la habilidad del hombre. Pero, tal vez, Avery había estado demasiado concentrado en sus trampas como para notarlo.

—¿Qué está haciendo usted en Londres? —preguntó ella, tratando de que su tono pudiera resultar amable—. Creí que se encontraría en Mawbry, o Wirkinton... o en alguno de esos lugares.

Christopher comenzó a distribuir los naipes, sin apartar su atención de la joven. Ella estaba radiante, y los ojos de él se deleitaban con tan encantadora belleza.

—No vi razón para quedarme si usted no estaba allí.

Los ojos de Erienne recorrieron la mesa disimuladamente, y encontraron que los otros dos jugadores se hallaban concentrados en sus naipes. La condesa bebía con calma una copa de jerez y por el momento, parecía distraída, lo cual brindó a la joven la oportunidad de lanzar a Christopher una mirada de advertencia.

El le correspondió con una brillante sonrisa, y señaló los naipes de Erienne.

—Creo que es su turno, milady.

Ella intentó concentrarse en el juego, pero sus esfuerzos resultaron vanos. Decidió que sería mejor no fugar, antes que ponerse en ridículo.

—Paso.

—¿Está usted segura? —preguntó Christopher con interés. —Muy segura. —La joven ignoró deliberadamente el brillo burlón en los ojos verdes.

—Nunca va a ganar de esa forma —la reprendió él—. Además, esperaba un mayor desafío de su parte.

—¿Por qué no dice usted? —replicó ella, enarcando sus encantadoras cejas.

—Eso haré —respondió Christopher, y se dirigió hacia la otra pareja—. Tres.

—Cuatro —declaró el hombre con una sonrisa traviesa.

La mujer sacudió la cabeza y la atención volvió a centrarse en Christopher.

—No lo hace usted muy fácil para mí, señor —afirmó él con una breve risa—. ¡Qué sean cinco!

—Es usted muy intrépido en sus apuestas —le hizo notar Erienne.

—Cuando me lo permiten —asintió él, lanzándole una mirada ligeramente irónica—. No es fácil persuadirme y, en general, suelo tomar la iniciativa si creo que puedo ganar.

—Así parece con los naipes.

Los ojos verdes brillaron y una sonrisa se dibujó en los labios de Christopher.

—Con todo, milady.

Erienne no osó contradecirlo. Si hubiesen estado solos, ella le habría recordado que, luego de proponerle matrimonio, él había aceptado el resultado de la subasta sin elevar ninguna protesta.

El hombre se había comportado como un pasivo ratón de iglesia, que había perdido una codiciada porción de queso frente a un roedor más resuelto y luego, imperturbable, había continuado su camino, satisfecho con haber recuperado el dinero de su deuda.

Resuelta a debilitar la ambiciosa declaración del yanqui, Erienne estudió sus naipes con cuidado. Christopher echó un as de espadas y aguardó a que los otros bajaran su juego. El otro hombre soltó un rey y gruñó con fingida frustración.

—Tiene suerte d e que yo no tenga más espadas.

En la siguiente partida, Christopher venció la sota de Erienne con su reina. Ella guardó su as de diamantes para el final, esperando haber encontrado una falla en la estrategia del yanqui. El echó su último naipe y esbozó una sonrisa a la joven.

—Un as de corazones, milady. ¿Tiene usted algo mejor? Ella rehusó a responder, y arrojó un solitario diamante con un leve deje de irritación. Christopher se veía muy alegre mientras recogía los naipes. Aceptó las fichas de la otra pareja y, cuando los dos se volvieron para hablar con la condesa, el se dirigió a Erienne con una sonrisa ligeramente perversa.

—Creo que me debe usted una ficha, milady. ¿O desea que le extienda un crédito?

—¿Qué, y permitir que usted luego venga a reclamarme alguna otra recompensa? —dijo ella con una risita despectiva, al tiempo que le arrojaba una ficha de madera—. ¡Decididamente no!

Christopher dejó escapar un exagerado suspiro de desilusión. —Es una lástima. Estaba ansioso por recoger más adelante. —Usted siempre está ansioso —murmuró Erienne, mientras él se inclinaba para recoger la ficha.

—No puede culparme por eso —susurró Christopher, y sus ojos acariciaron a la joven con ternura—. Usted no hace más que poner a prueba mi capacidad de control, milady.

—¿Control? —Erienne enarcó las cejas con expresión incrédula—. Jamás ha dado muestras de tenerlo.

—Señora, si usted de veras supiera, me creería un bribón. —Ya lo creo.

—Supongo que su esposo no la habrá dejado venir sin escolta. —Él aguardó ansioso la respuesta.

—Tranquilícese, señor. Esta vez, he venido con los Leicester. —Estaba esperando un golpe de suerte, pero supongo que tendré que aceptar la realidad. —Se puso de pie, extendió una mano hacia la joven—. Me agradaría invitar a estos acaudalados señores a saborear una verdadera belleza. Los Leicester no se opondrán a que usted se divierta, y la música es realmente fascinante. ¿Me haría usted el honor de concederme esta pieza, milady?

Erienne estaba a punto de articular una punzante negativa, pero la encantadora melodía que llegaba desde el salón le despertó el deseo de bailar. Por un breve instante, se imaginó siguiendo los pasos de la contradanza en los brazos de Christopher. La enseñanza que había recibido en la escuela y de su madre había abarcado varias horas de danza. Hasta el momento, no había tenido oportunidad de poner en práctica sus conocimientos. Una corriente electrizante le recorrió el cuerpo, sus mejillas se sonrojaron, y no pudo sino aceptar el brazo que le ofrecía su constante perseguidor.

Se puso en, pie y apoyó apenas una mano sobre la manga de Christopher. El le sonrió con los ojos y, luego de disculparse ante los otros, se despidió de la condesa con una leve inclinación de cabeza. Luego deslizó una mano bajo el brazo desnudo de Erienne y la guió hasta el salón donde se estaban congregando los invitados. No bien se incorporaron a la contradanza, Christopher extendió una pierna y, al enderezarse, la cálida, brillante luz de sus ojos verdes aceleró el pulso de la joven. Ella realizó una profunda reverencia, sintiéndose positivamente malvada. Acababa de desposarse, y se encontraba con un hombre que debía ser el libertino más envidiado de todo Londres. Experimentó un pasajero remordimiento cuando el oscuro rostro enmascarado de Lord Saxton se dibujó en su mente, y se preguntó qué diría él de una esposa que se contoneaba como una insensata doncella en la pista de baile con un hombre como Christopher Seton.

—Usted baila divinamente, milady —comentó él al pasar junto a la joven—. ¿Me permite preguntarle quién fue su instructor? ¿Algún apuesto pretendiente, quizá?

Erienne entornó los ojos y le lanzó una mirada de soslayo. Cómo le gustaba a este hombre fastidiarla con la infortunada colección de candidatos que habían solicitado su mano. —Principalmente, mi madre, señor.

—Una gran dama, sin duda. ¿Heredó usted de ella su belleza? —En realidad, soy un caso raro en la familia. —Aguardó a que él volviera a acercársele antes de continuar—. Mi madre era muy bella.

Christopher frunció los labios en una mueca picara.

—No hay duda de que usted no se parece en absoluto a su padre.

La risa de Erienne emergió a la superficie como la cristalina agua de una fuente, fresca y burbujeante, clara y vivaz. El sonido penetró suave y dulcemente en la mente de Christopher; sin embargo, su efecto corrosivo fue devastador, ya que arrasó todos sus pensamientos, excepto uno. Su deseo por la joven se estaba tornando una realidad asfixiante, y no encontraba forma de aplacarlo.

Al culminar la contradanza, lord Talbot apareció junto a ellos como por arte de magia y adoptó una pose solemne frente a la muchacha, mientras le ofrecía una disculpa, ignorando deliberadamente a Christopher.

—Si te ofendí, de veras lo siento mucho. Tu belleza me vuelve descuidado y me temo que algo grosero también. ¿Podrás perdonarme?

Erienne sintió un apremiante deseo de rechazar tan pomposa disculpa, pero debía considerar las consecuencias que sus palabras podrían tener en las familias Fleming y Saxton. Con demasiada frecuencia, el hombre había hecho sentir su poderío en el condado del norte, y ése era un hecho que ella no podía ignorar. Rígidamente, la joven asintió con la cabeza para expresar su consentimiento.

—Entonces, me darás el placer de concederme la siguiente pieza. —Extendió el brazo con actitud expectante.

Aun cuando Christopher permaneció impávido, Erienne pudo percibir su creciente indignación por el hombre, ya que sus ojos verdes se posaron despiadadamente sobre el lord. La ¡oven

sabía que lord Talbot insistiría si ella rehusaba, y también era consciente de que Christopher no se vería afectado por el poder del hombre. Resuelta a evitar un furioso enfrentamiento, ella aceptó el brazo ofrecido.

Tras haber ganado a la niña, lord Talbot alzó una mano e indicó a los músicos que interpretaran un vals, una danza escandalosa que se había iniciado aproximadamente un siglo antes en la corte austríaca, pero que aún continuaba provocando miradas reprobadoras en Inglaterra. Erienne se sintió algo aturdida cuando los dedos del hombre le tomaron la cintura con firmeza. En los primeros círculos, la joven se comportó de manera tensa, mecánica, hasta que el vivaz ritmo de la música alivió parte de su tensión.

—Eres una dama graciosa y encantadora —comentó Talbot. Sus ojos se toparon con Christopher, quien, de pie junto a la sta, los observaba con los brazos cruzados sobre el pecho. El lord tuvo la impresión de que el yanqui no perdería de vista a la muchacha, ni siquiera por un instante—. ¿Conoces mucho al señor Seton?

Erienne no podía confiar en lord Talbot, ni aun cuando el tema tratara de alguien por quien ella, a menudo, manifestaba su odio.

—¿Por qué me lo pregunta?

—Me preguntaba cómo ha podido llegar este hombre hasta aquí. ¿Acaso posee él algún título?

—No, que yo sepa —respondió ella con cierta inquietud al percibir que la mano del lord ascendía por su costado.

—Por lo general, estas reuniones son sólo para caballeros de la nobleza y lores con propiedades —declaró Talbot con arrogancia—. Debe de haber sido invitado por alguna alma descarriada.

La joven, deliberadamente, volvió a colocar la mano de su señoría sobre su cintura antes de responder.

—Los Leicester me dijeron que estas reuniones se están tornando más informales, que cualquier caballero con modales y medios aceptables puede asistir con la pertinente invitación.

—Sí, así es, y me asombra que tengamos que permitir la entrada a los plebeyos. Es gente que no sabe comportarse en sociedad. Por la forma en que ese sujeto me ha atropellado al entrar, estaré dolorido durante una semana.

—¿Christopher?

—¡Sí! Ese torpe bufón —asintió Talbot con desdén.

Erienne miró a uno y otro hombre con asombro y recordó el cabello castaño oscuro y los anchos hombros que había llegado a divisar antes de escaparse de las garras de lord Talbot. Una divertida risita amenazó con delatarla cuando descubrió la identidad de su protector.

—El hombre debería estar agradecido de que yo no haya decidido retarlo a duelo.

Ella se abstuvo de hacer algún comentario. Sin duda, el lord había actuado con sensatez por el bien de su propia salud. —Míralo —le sugirió Talbot con tono burlón—. Parece un potrillo luchando con la brida. —Deliberadamente, el lord revoleó a la joven frente al yanqui, antes de volver a apartarla. Le producía cierto placer balancear la exquisita confitura frente a los ojos del otro, tal vez, por la misma razón por la que se suele fastidiar a un niño agitándole su preciado juguete fuera del alcance de su mano.

La descripción de lord Talbot era bastante acertada, pensó Erienne. Con el ceño fruncido, Christopher observaba los giros de la pareja sobre la pista, como sí tuviera algún derecho de estar celoso porque ella bailaba con otro hombre. Antes de que la última nota de la melodía se desvaneciera en el aire, el yanqui se encontraba junto a ellos.

—Reclamo la siguiente pieza. —Su tono fue severo; sus palabras, terminantes.

Esta vez, fue lord Talbot quien frunció el entrecejo cuando el joven se apartó con Erienne. Tal como lo había hecho antes su señoría, Christopher indicó a los músicos que interpretaran otro vals. Luego, tomó a la joven de la cintura y la miró con un significativo brillo en los ojos, mientras la hacía girar en amplios, garbosos círculos. Al igual que su personalidad, los movimientos del hombre eran vigorosos y seguros, sin los melindrosos pasos que habían caracterizado la danza de su señoría. Conforme la pareja se deslizaba graciosamente por la pista, otros se detenían a observarlos con admiración. La belleza de ambos era extraordinaria, y un torrente de murmullos comenzó a esparcirse por entre los espectadores, que se intercambiaban preguntas y suposiciones. Sin embargo, entre los dos jóvenes, el silencio era profundo, incómodo. Erienne no se atrevía a afrontar la mirada de su compañero y rehusaba acercarse más de lo debido, demasiado consciente del increíble magnetismo de la poderosa figura de ese hombre.

—¿Está milady irritada por algo? —preguntó finalmente él, frunciendo los labios en una leve mueca.

Erienne meditó la respuesta durante uno o dos giros. Por consideración a su orgullo, no podía confesarle lo mucho que él turbaba sus pensamientos, ni que la serenidad que ella demos

traba ocultaba, en realidad, turbulentas emociones provocadas por su proximidad. Resuelta a protegerse contra cualquier sarcasmo, a joven decidió atacar, antes que revelar su debilidad.

—Usted trató a lord Talbot con increíble rudeza. —¿Rudeza? —Christopher soltó una carcajada irónica—. El hombre estaba dispuesto a llevársela de aquí, y le aseguro, milady, que sus intenciones no eran precisamente honorables. Ella se inclinó hacia atrás y alzó la barbilla, descubriendo su largo y, encantador cuello adornado con la exquisita alhaja. —El se disculpó y, en general, se comportó como un caballero mientras danzábamos.

—Es evidente que necesita usted unos cuantos consejos en cuanto a la definición de un caballero, señora. Lord Talbot es un verdadero libertino, y le prevengo que tenga mucho cuidado con las atenciones de ese hombre.

Irritada, Erienne volvió el rostro hacia un lado y respondió con arrogancia.

—No creo que sea peor que otros que conozco.

—¿Le explicaría lo mismo a lord Saxton si él estuviera aquí para advertirle acerca del hombre?

Erienne miró a Christopher a los ojos, sintiéndose algo herida por el sarcasmo.

—Siempre he sido sincera y honesta con mi marido.

—Y, por supuesto —él esbozó una leve sonrisa—, le ha contado usted todo acerca de nosotros.

La joven se detuvo, abrumada por la ira. Ya era irritante el hecho de que ese hombre se apoderara de sus pensamientos y de sus sueños, pero permitir que la ridiculizara... ¡era intolerable!

—¿Nosotros? Le ruego me diga, señor, qué hay que decir acerca de nosotros.

El se inclinó hacia adelante y le habló en voz baja.

—Como recordará, señora, su actitud no fue precisamente fría frente a mis besos.

—¡Oh! —Esa breve exclamación fue lo único que pudo escalar de los labios de Erienne. La joven se volvió abruptamente e hizo un movimiento para salir de la pista, pero Christopher la cogió con fuerza de la muñeca y la guió a través de las puertas que conducían a una oscura galería repleta de plantas. Una vez fuera de la vista de los otros bailarines, Erienne liberó su muñeca y se frotó el miembro afectado, al tiempo que lanzaba un gruñido de furia—. ¡Hombres!

Christopher se le acercó, pero ella le dio la espalda y, aunque no pudo ignorar la tensión que le provocaba la proximidad del hombre, logró mantener una fría actitud de desdén. La irritación de Christopher se aplacó cuando sus ojos se deleitaron con la belleza de los largos, brillantes bucles y la suave y delicada palidez de los hombros de la joven. La fragancia del perfume de Erienne alertó sus sentidos, renovando su arrollador anhelo. Sintió un intenso deseo de abrazarla, que ardió en su interior y se apoderó de su mente. Le deslizó un brazo alrededor de la delgada cintura y la atrajo hacia sí, para murmurarle al oído:

—Erienne, mi amor...

—¡No me toque! —exclamó ella y se apartó violentamente, porque ese susurro había penetrado hasta el fondo de su ser, perforando la delgada máscara de su compostura. Luego, se volvió, temblorosa, y alzó ambas muñecas en un gesto acusador—. ¿Ve usted? Me ha lastimado. No es mejor que el lord. Durante la mayor parte de la noche, he sido arrastrada de aquí para allá por hombres que afirman que su único deseo es protegerme.

Christopher advirtió la furia de la joven y realizó una breve, irónica reverencia.

—Discúlpeme, milady. Sólo intentaba advertirle acerca de un hombre cuyas intenciones son bastante menos que honorables. —¿Y qué puede decirme de sus intenciones, señor? —preguntó ella con sarcasmo—. Si nos encontráramos al abrigo de un apartado establo, entonces, ¿podría usted abstenerse? ¿O se apoderaría de mi virtud?

Él se le acercó, pero evitó el contacto, aunque sus ojos devoraron a la joven con increíble deseo.

—Ha acertado usted, señora. —Su voz era tierna y áspera—. Mi más íntimo anhelo es tomarla entre mis brazos y terminar con esa condenada virginidad. Si su esposo no puede hacerlo, entonces, por piedad, permítame usted el honor, pero no desperdicie sus encantos con ese pavo arrogante de Talbot. Él la usaría hasta aburrirse, para luego entregarla despiadadamente a sus amigos para quién sabe qué fines.

Erienne lo miró fijamente y le habló casi con espanto. —¿Y qué me dice de usted, Christopher? ¿Acaso podría usted respetarme si yo me le entregara?

—¿Respetarla? —repitió él con voz susurrante—. Mi dulce Erienne, ¿cómo podría no hacerlo? Usted está siempre presente en mis pensamientos, acosándome y obsesionándome asta en los más recónditos confines de mi mente. Todo mi cuerpo tiembla cada vez que usted se acerca, y agonizo al imaginar la suave caricia de sus manos. El deseo que siento por usted me consume por dentro, y si por un solo instante, no creyera que usted me odiaría para siempre, satisfaría mis anhelos esta misma noche, con su consentimiento o sin él. Pero prefiero que sus delicados labios pronuncien mi nombre con palabras de amor, en lugar de irlo con exclamaciones de odio. Eso es lo único que la protege mí, Erienne. Lo único.

Ella permaneció mirándole, sus labios se entreabrieron cuando un estallido de emociones le atravesó el pecho. En su interior, ardió el recuerdo de una noche en un establo abandonado, cuando los besos de ese hombre vencieron su resistencia y la dejaron temblorosa ante la revelación de su propia pasión.

Las sensaciones emergieron de nuevo, y la joven sintió un devastador y profundo temor, al advertir que, si permanecía allí sólo un instante más, podía deshonrar su propio nombre, el de su esposo y el de su familia. Erienne dio media vuelta y escapó, temiendo por su propia respuesta si él llegaba a exigírsela.