CAPÍTULO 15

EN la tarde del gran evento, Erienne se hallaba sentada frente al tocador, mientras Tessie recogía cuidadosamente su cabello en un elegante peinado. El corsé del ama ya había sido asegurado a la enagua: el busto quedaba alzado hasta oprimir con sus curvas la delicada tela. La transparencia del encaje bordado apenas cubría los suaves capullos rosados de los pechos. De hecho, la prenda parecía especialmente diseñada para revelar cada detalle del cuerpo de la dama.

El vestido se encontraba extendido sobre la cama, esperando ser utilizado, y el collar yacía preparado sobre la mesa. Todo estaba dispuesto, y la tensión y el entusiasmo crecían por partes iguales en el pecho de Erienne, a medida que transcurrían las horas. La joven no confiaba en que Claudia Talbot tratara a su esposo con cortesía, y empezó a imaginar penosas escenas de enfrentamiento. No dudaba de la habilidad de lord Saxton para manejar las ridículas situaciones a que, con seguridad, se vería sometido. Era, más bien, su propia reacción la que la preocupaba.

Con una pregunta, Tessie hizo girar su atención hacia un tema más pertinente en ese momento. Las dos mujeres se hallaban concentradas discutiendo los últimos detalles del peinado y, una vez más, les pasó inadvertida la llegada de lord Saxton en la recámara.

—¿Estás lista? —preguntó la voz áspera, sobresaltando a ambas damas y haciéndoles dirigir su atención hacia el hombre que se encontraba de pie, junto al cortinaje.

Tessie se apresuró a ajustar el último bucle, y luego realizó una leve reverencia.

—Sí, milord.

La mano enguantada indicó a la doncella que se retirara, y, de inmediato, la niña desapareció de la habitación. Con la ayuda del bastón, entró dificultosamente en el baño y se detuvo a espaldas de su esposa. La inexpresiva máscara contempló la imagen reflejada en el espejo y, aunque no podía ver los ojos, Erienne sintió la caricia de esa mirada sobre su pecho apenas oculto.

Lord Saxton extendió una mano y, muy lentamente, le pasó

un dedo enguantado a lo largo de la columna, descendiendo desde la nuca hasta el bordee la enagua, para luego volver a ascender, hasta que la mano de cuero se detuvo sobre los hombros de la joven.

—Si algún anciano te viera en este momento, sufriría, sin duda, un ataque cardíaco.

Los labios de Erienne se curvaron en una dulce sonrisa. —Se burla usted de mí, Stuart. No soy más que una sencilla mujer.

Una carcajada grave retumbó en el interior de la capucha de cuero.

—Sí, tan sencilla, que cuando esa querida niña engreída, Claudia, la vea, sufrirá tal ataque de celos, que todas las ranas del pantano gemirán de envidia.

La joven rió y se llevó el brazo al hombro para estrechar la mano de su esposo como señal de gratitud.

—Milord, o usted es demasiado benevolente, o la carga de sus dolencias le ha debilitado la mente. Si alguien llegara a admirarme esta noche, sería sólo por el lujoso atuendo que llevo.

Erienne se puso en pie, y él la siguió hasta la chimenea, donde ella se sentó y se levantó el ruedo de la enagua por encima de las rodillas. Desde la intimidad de la máscara, Stuart admiró las largas y esbeltas piernas de su esposa, mientras ella se ponía las medias. Cuando la joven se inclinó hacia sus pies, él contuvo la respiración, ya que le estaba ofreciendo una cautivadora visión de sus pechos.

—He decidido, querida, que no mereces pasar desapercibida en esta fiesta, sino que debes presentarte como una flor única, perfecta, que avergüence a todos. Por esa razón he venido a hablar contigo.

Ante el susurrante tono de su esposo, Erienne se detuvo y lo miró atentamente.

—He pensado que, pese a que éste debería ser un acontecimiento feliz, podrías recibir muchas injurias debido a mi persona ya lo que los demás ven en mí. —Aunque con firmeza, las palabras fueron pronunciadas lentamente, como si él las estuviera eligiendo con cuidado—. En consecuencia, he decidido actuar de manera tal que los dientes de víbora sean arrancados, y desbaratar las macabras intenciones de la señorita Talbot y su comitiva. He dispuesto una escolta para ti, un hombre de tan temible reputación, que en su compañía nadie se atreverá a molestarte. —Alzó una mano para acallar las protestas de la joven—. Soy muy firme en este asunto y, como tu esposo, te ordeno que entiendas mi causa. No toleraré discusión. El hombre no tardará en llegar; aunque puedes abrigar temores, y ciertamente comprendo que los tengas, él me ha asegurado que te escoltará con la misma atención que yo podría brindarte.

La inexpresiva máscara observó a la joven con una severidad que no permitía negativas. Erienne se sintió arrastrada por esa mirada, y sólo pudo murmurar en voz baja:

—No es mi deseo contrariarlo, milord.

Lord Saxton se dirigió al tocador para tomar el valioso collar de esmeraldas y diamantes. Cuando él la llamó con un gesto, Erienne se le acercó y le ofreció la espalda. Un instante después, los cálidos dedos desnudos de su esposo le acomodaban la gargantilla alrededor del cuello. Finalizada la tarea, las manos masculinas acariciaron la suave curva de los hombros y descendieron hasta detenerse en su delgada cintura. Tras aclararse la garganta, el lord se apartó y habló con brusquedad.

—Le ordeno que se divierta, señora. Ya no te volveré a ver antes de que te marches. —Caminó con dificultad hacia la puerta y se detuvo para echar una última mirada—. Te enviaré a Tessie ara que puedas completar tu aderezo. Aggie te informará de la legada del caballero. Buenas noches, mi amor.

Los preparativos finalizaron, y cuando Aggie anunció la visita, Tessie siguió a su ama, sosteniendo con cuidado la pesada capa de pana para que no se arrastrara por el suelo. A Erienne

le embargaban temores en cuanto a la identidad de su escolta, y descendió las escaleras de la manera más silenciosa oíble, alentando ala doncella a imitarla. Tras considerar las imitadas opciones de su esposo, la joven sólo pudo imaginar a ayunos de los amigos de T albor ofreciéndole sus servicios, a la salud de su anfitrión, desde luego. La advertencia de Christopher la había afectado, pese a la arrogante indiferencia que había demostrado en su momento.

Antes de entrar en la gran sala, Erienne se detuvo y se llevó una mano al corazón que, súbitamente, comenzó a latirle con violencia, cuando vio quién la estaba aguardando. Le pareció difícil de creer que su esposo pudiera ser tan tonto como para confiarle al yanqui la protección y preservación de la castidad de su esposa.

El se encontraba de pie, frente a la chimenea, observando el movimiento de las llamas. Alto, de caderas delgadas y anchos hombros, el físico de Christopher Seton era tan agraciado corno su rostro. Vestido con su chaqueta de seda gris pata, su camisa blanca y su corbatín, parecía un miembro de la aristocracia provinciana. La tibia luz del fuego apenas iluminaba su definido perfil. La creciente opresión en el pecho de Erienne confirmaba la día del hombre.

En un intento por recobrar la calma, la joven exhaló un lento, prolongado suspiro y. entró en la habitación, haciendo girar a Christopher con el ruido de sus tacones sobre el piso de piedra. El fue a su encuentro con una sonrisa en los labios, mientras sus ojos verdes se sumergían en las profundidades de la belleza de la niña. Al detenerse frente a ella, el hombre realizó una profunda, majestuosa reverencia.

—Lady Saxton, me honra usted con su presencia.

—Christopher Seton. —Ella se esforzó por revelar una marcada nota de sarcasmo a fin de ocultar el temblor de su voz—. Ni siquiera es usted digno de desprecio.

—¿Señora? —Él se incorporó con expresión azorada.

—De algún modo, ha logrado usted convencer a mi esposo de que el zorro debería vigilar el gallinero.

Una lenta sonrisa asomó con la respuesta.

—Lady Saxton, la habilidad de su esposo con las armas es ampliamente conocida, y no dudo que él sería capaz de retar a duelo a cualquiera que osara abusar de su dama. Tiene usted mi palabra de que, mientras nos encontremos en público, me comportaré con tal corrección y dignidad, que no tendrá razones de temer por la integridad de su reputación.

Erienne le observó con una mirada escéptica.

—¿Y lord Talbot? ¿Cree que le permitirá a usted la entrada a su casa?

No tema, señora. Yo no estaría aquí si no tuviera la certeza de que así será.

—He prometido a mi esposo que complaceré todos sus de

~ en este asunto —declaró ella—. Por lo tanto, le propongo un trato. Sólo por esta noche, usted me respetará como a una dama y yo trataré de considerarlo como un caballero, tal como hicimos en nuestro último encuentro.

`` Christopher inclinó apenas la cabeza.

` —Hasta que finalice la fiesta entonces, milady.

Acordado.

Hubo algo sutil en la forma en que el yanqui alteró su sonrisa que inquietó a Erienne. En Londres, sin embargo, él había logrado controlarse satisfactoriamente, y con Tanner de cochero y acompañándolos como protección adicional contra los ladrones ella sólo tendría que gritar socorro para recibir inmediatamente ayuda. Ya más segura, la joven se dirigió a Tessie.

—No necesitas esperarme despierta. Podríamos regresar bastante tarde.

La doncella efectuó una rápida reverencia. —Sí, señora.

Erienne se le acercó para recibir la capa, pero Christopher le tomó de manos de la criada.

—Permítame, milady —le ofreció.

Casi sin aliento, la joven aguardó a que las delgadas y poderosas manos le colocaran la prenda sobre los hombros, luego, con suma cortesía, él la acompañó hasta el carruaje. Una vez en el interior, Erienne se acurrucó bajo la piel que había sobre el asiento trasero y acercó los pies al calentador. Unas cortinas de ana cubrían las pequeñas ventanillas, brindando más intimida de la que ella hubiera deseado. Cuando Christopher subió, la muchacha le lanzó una mirada aprensiva, pero, para su alivio, él se acomodó en el asiento opuesto. Al ver la expresión de la joven, el hombre sonrió.

—Temo que su cercanía destruya por completo mis buenas intenciones, milady. Es más seguro que me siente aquí. Erienne se relajó sobre el respaldo. La velada había tenido un buen comienzo. Sólo esperaba que el control de ese hombre continuara y que su propia resistencia no fuera puesta a prueba. El mero recuerdo de aquel beso en el establo lograba debilitar sus piernas y hacer vibrar su pecho frente al deseo de otra caricia. Unos pequeños faroles de interior emitían una luz tenue que iluminaba apenas el apuesto rostro del caballero. Erienne advirtió la constante mirada de los ojos verdes, pero pronto sus inquietudes fueron aplacadas por la cálida, masculina voz de su compañero. Christopher supo entretenerla con sus vívidas historias, que ella escuchó con sumo interés, riendo de tanto en tanto, ante el toque de humor que él solía adjuntar a sus cuentos. Los dos jóvenes, felices de gozar de la compañía del otro, apenas reaccionaron cuando, en menos de una hora, el carruaje enfiló el sendero de acceso a la mansión Talbot. Cuando el coche se detuvo frente a la casa, Erienne hizo el gesto de levantarse, instantáneamente tensa y nerviosa. Christopher advirtió la mirada ansiosa de la joven y le cogió la mano, estrechándola con dulzura para inspirarle confianza.

—Los cautivará usted a todos, Erienne —susurró.

Ella esbozó una trémula sonrisa y observó a su compañero que se llevó los delicados dedos femeninos a sus labios para besarlos lentamente. La ternura de ese gesto desgarró el corazón de la joven y plantó en su interior la semilla de un amargo y, a la vez, dulce deseo.

Entonces, él levantó la cabeza y acarició el hermoso rostro de la muchacha con la mirada.

—Creo que será mejor bajar, antes de que olvide mi promesa le haga el amor aquí y ahora.

Erienne aguardó, mientras Christopher se apeó del carruaje, y luego se volvió para ofrecerle una mano. Aun cuando el solo tocarlo le aceleraba el pulso, ella aceptó la ayuda del poderoso brazo hasta la puerta e la mansión. Una vez en el interior del cargado vestíbulo, él le quitó el abrigo de los hombros con una breve aunque suave caricia. Una doncella recibió las capas, y ambos fueron conducidos hasta la entrada del gran salón. Allí, el mayordomo dio un paso adelante y anunció solemnemente:

—Lady Saxton...

Un repentino silencio reinó en la sala cuando todos los presentes se volvieron para satisfacer su curiosidad acerca de esta dama y su esposo, la presunta bestia de Saxton Hall. Lo que vieron los confundió, porque la pesadilla que esperaban no era sino una verdadera hada blanca del brazo de un alto, apuesto caballero.

—...Y señor Seton.

De inmediato, el silencio se rompió, y un confuso murmullo de preguntas inundó la habitación. Aquellos que se encontraban cerca de Claudia la oyeron exclamar y la observaron anonadados, cuando ella corrió apresurada hacia la pareja. Al acercárseles, clavó primero los ojos en Christopher, para luego lanzar una mirada reprobadora a Erienne. Sus palabras no fueron exactamente las que había intentado pronunciar, pero no podía pensar con cordura en medio de un arrebato de ira.

—¿Qué hace usted aquí?

Christopher se adelantó de manera protectora, cubriendo el cuerpo de Erienne con su gigantesco tamaño.

—Usted me ha invitado, ¿recuerda? Aquí tengo la invitación. —Se metió una mano en el bolsillo de la chaqueta—. Escrita con su propio puño, según creo.

—¡Ya sé que le he invitado! —replicó ella con impaciencia—. ¡Pero se suponía que debía venir solo!

El esbozó una amable sonrisa.

—Mis disculpas, Claudia. Lord Saxton se encontraba ocupado y deseó que yo escoltara a su dama.

Claudia apretó los labios, y una mirada helada congeló sus ojos oscuros. No era esto lo que ella había planeado, en absoluto. Lamentó no poder enviar a lady Saxton de regreso a casa con su bestial esposo. Era ése el castigo que esa mujerzuela merecía por atreverse a presentarse sin él.

Estás increíblemente divina, Erienne. —No realizó el menor esfuerzo por disimular su fatua sonrisa—. Estoy en verdad sorprendida. ¿Quién hubiera creído que la hija del alcalde podría verse tan bien engalanada con joyas y demás? Dime, querida, ¿son reales esas chucherías?

Christopher soltó una breve risita y respondió él mismo al sarcasmo.

—Según tengo entendido, han pertenecido a la familia Saxton durante bastante tiempo, y sospecho que son reales. Desde luego, cualquier conocedor de piedras preciosas reconocería su valor de inmediato, ¿no cree?

Claudia le echó una mirada de soslayo.

—Dígame, Christopher, ¿por qué desearía lord Saxton confiarle a usted el cuidado de su dama? Es de esperar que el hombre sienta temor de usted.

El brillo divertido asomó a los ojos verdes grisáceos al hacer un claro ademán en dirección al salón.

—¿Acaso no estamos bien vigilados, Claudia? Además, aún quedan Bundy y el cochero, Tanner. Ambos correrían apresuradamente en ayuda de su señora ante el menor indicio de indecoro. Sin duda, habrá oído usted hablar de la facilidad con la que lord Saxton es capaz de ahuyentar a los maleantes. Estoy seguro de que el caballero no dudaría en castigar a cualquiera que intentara arrebatarle a su dama.

Claudia esbozó una sonrisa insulsa.

—Entonces, espero que sea usted cauteloso, Christopher. Detestaría ver a un hombre tan apuesto y encantador tendido en una tumba, sólo porque se ha enamorado de su protegida.

—Gracias, Claudia. Su interés es conmovedor. Juntó con fuerza los talones y efectuó una breve reverencia—. Seré precavido.

La mujer quedó totalmente desarmada ante la suave defensa del hombre y, tras lanzar una última mirada fulminante a Erienne, Claudia se retiró. Allan Parker se encontraba conversando con otros dos hombres en un rincón de la sala, y ella caminó decididamente hacia él.

El alguacil se veía casi tan resplandeciente como el entorno. Su chaqueta azul oscuro estaba lujosamente adornada con hilos de plata, lo cual le confería una apariencia militar, aunque la ausencia de honores o tango era bastante evidente. Los hombros de la prenda parecían pedir a gritos charreteras, y el pecho vacío, medallas de valor e insignias de campaña.

Claudia le cogió del brazo, y Allan se volvió hacia ella con expresión bastante escéptica. Parecía algo confundido por el atento gesto de la joven, hasta que dirigió la mirada hacia la entrada y vio a Christopher con Erienne. La imagen de la pareja puso fin a su confusión y arrancó una sonrisa divertida a sus labios Pero cuando sus ojos se posaron sobre Erienne, sus costillas recibieron un rápido y agudo codazo. Claudia no estaba dispuesta a permitir que otro hombre distrajera su atención en apreciar a belleza de su rival.

—Milady —susurró Christopher al oído de Erienne—, me trino que usted ha dejado a todos anonadados con su hermosura. Están decepcionados porque no vino Stuart —murmuró ella Pero si pensaban convertirlo en el hazmerreír de la fiesta, estaban muy equivocados. Mi esposo no es el bufón de nadie.

—Habla usted como si admirara al hombre —resaltó Christopher.

—Así es.

Él enarcó las cejas al contemplarla.

—Usted me sorprende, Erienne. Yo tenía toda la esperanza de que huyera horrorizada tras dos semanas de matrimonio con Smart. Esperaba recibirla con los brazos abiertos. Ahora, me siento aturdido y no sé qué hacer. ¿En verdad debo creer que prefiere usted a un lisiado deforme antes que a mí?

Erienne miró a su alrededor los rostros pálidos con sonrisas esperanzadas y los ojos que observaban a Christopher con ansiosa expectativa. Ella podría haberse dejado llevar por el sueño del momento, con un hombre tan apuesto a su lado, pero el recuerdo de lord Saxton reflejado detrás de ella en el espejo del tocador la volvió a la realidad.

—Soy una mujer de palabra-declaró con firmeza—. Lo que se ha hecho, hecho está. He hecho una promesa, y jamás me echaré atrás.

Christopher recorrió el salón con la mirada y observó a los hombres que continuaban admirando a su compañera. Supo que los pensamientos de todos no eran muy diferentes de los suyos. Poco sabían ellos cuán firme y decidida era la dama. Empero, él siempre había sido perseverante y no se dejaba vencer tan fácilmente como otros.

Con suma cortesía, él le ofreció el brazo a la joven. —Venga, encanto. La gente está observando, y prefiero bailar esta pieza, antes de que algún enamorado fervoroso me la arrebate.

Condujo a Erienne del brazo, y los invitados abrieron un pasillo hacia la pista de baile, donde los músicos comenzaron a interpretar una animada melodía. Sin embargo, antes de que pudiera„ unirse a las demás parejas, fueron interceptados por un sirviente uniformado majestuosamente. De hecho, el atavío del hombre emulaba al de la casa real.

—Lord Talbot requiere la presencia de lady Saxton en su estudio —anunció con tono monótono y arrogante, y realizó una reverencia hacia la joven—. Si me hace el favor de seguirme, mi-lady.

Erienne lanzó una mirada preocupada hacia Christopher pero él ya la había tomado del brazo.

—Muéstrenos el camino —le ordenó al sirviente.

El criado enarcó las cejas ante la osadía del hombre de invitarse por sí solo.

—Creo que lord Talbot sólo requiere la presencia de la dama, señor.

Los labios de Christopher dibujaron una sonrisa ladeada, —Entonces, puede él elegir entre recibir más de lo que pide, o nada en absoluto. Prometí a lord Saxton que no dejaría a su dama fuera de mi vista.

Por un instante, el sirviente pareció algo confundido, vacilante en cuanto a la actitud que debería tomar y, finalmente, decidió dejar el asunto en manos de su amo.

—Por aquí, señor.

Christopher guió a su compañera detrás del impaciente criado. Atravesaron un largo, espacioso corredor, hasta llegar a un par de puertas con adornos dorados. Luego de ordenar a los jóvenes que aguardaran, el sirviente golpeó ligeramente y entró. Al regresar, mantuvo una de las puertas abiertas para permitir el acceso de la pareja.

Erienne efectuó una cortés inclinación. —Lord Talbot...

—Mi querida pequeña, es muy agradable volver a verte-dijo él. Cuando la joven se incorporó, el lord le tomó ambas manos y le besó cada una, antes de alzar, una vez más, su ardiente mirada—. Estás increíblemente encantadora —murmuró, para luego mirar en derredor. No había logrado convencer a su hija de que no invitara al yanqui, y deliberadamente decidió ignorarlo—. ¿Pero dónde está tu es oso? Creí que vendría contigo.

—Lord Saxton no ha podio venir —respondió ella—. Encargó al señor Seton que me acompañara en su lugar.

—En realidad, lord Saxton me pidió dos favores, señor —le explicó Christopher, al tiempo que extraía un paquete del interior de la chaqueta y se lo entregaba al hombre. Sus labios se curvaron en una lenta sonrisa—. Su señoría también me ha pedido que le trajera a usted esta carta.

Los ojos de Nigel se posaron sobre el yanqui con manifiesto disgusto. Talbot rompió el sello del documento y estudió someramente el contenido. Luego de un instante, lanzó una mirada controlada e inexpresiva a Christopher, quien continuaba sonriendo amablemente.

Con un rápido movimiento de muñeca, el lord arrojó la carta sobre una pequeña mesa.

—Más tarde, habrá suficiente tiempo para los negocios. —Su arrogancia había desaparecido, y se volvió hacia Erienne, tratando de moldear los tensos músculos de su rostro en algo semejante a una sonrisa—. Esta noche, nos dedicaremos a disfrutar de la fiesta. Tenemos muchos invitados de Londres y York, que han venido hasta aquí para divertirse. Espero que sea ésta tu intención, Erienne.

Pese a sus tumultuosos pensamientos, Erienne logró articular una respuesta gentil.

—Más tarde, te pediré me concedas una o dos piezas de baile —declaró él con expresión algo más dulce—. Pienso insistir al respecto. Considerando que acabas de adquirir tu actual condición social y que tu esposo es apenas conocido entre las clases aristocráticas, creo que necesitarás a alguien que te enseñe cuál es el comportamiento adecuado en estas reuniones. Estaré ansioso por ofrecerte mi ayuda en ese aspecto.

—Tal vez se equivoque usted con respecto al linaje de los Saxton —dijo Christopher con voz calma—. Por si no lo sabe, se trata de una familia muy antigua, probablemente mucho más antigua que la suya.

Lord Talbot miró al hombre con expresión interrogante. =Parece usted saber mucho acerca de esa gente, joven. En cuanto a mí, apenas si los he tratado. Conocí al antiguo lord poco antes de que fuera asesinado por esos criminales. El lord actual se ha mantenido bastante apartado.

La sonrisa de Christopher se tornó más intensa. —¿Puede usted culparlo?

Lord Talbot soltó un resoplido ronco.

—Supongo que si yo fuera tan deforme como él, también odiaría presentarme en público. Pero el hombre debería aprender a confiar en alguien, y puedo asegurarle que no es mi Intención hacerle daño.

—Siempre consideré que lord Saxton era un hombre razonable, siempre dispuesto a confiar en aquellos que lo merecen respondió Christopher, y deslizó una mano bajo el codo de Erienne—. Ahora, si nos disculpa, milord, lady Saxton prometió concederme una pieza.

Talbot se irguió con indignación. Tenía la certeza de que ese sujeto había perdido por completo la razón, o desconocía totalmente la correcta etiqueta frente a un miembro de la nobleza.

Nadie osaba retirarse de la presencia de un lord, sin antes ser despedido.

Christopher abrió la puerta y, luego de inclinar apenas la cabeza hacia el anonadado hombre, condujo a Erienne fuera de la habitación. Sólo cuando estuvieron en el corredor, se atrevió la joven a soltar la respiración.

—Lord Talbot nunca le perdonará por eso —susurró, p cupada.

Una risa suave precedió la respuesta de Christopher. —No creo que eche de menos su afecto.

—Debería usted ser más cauteloso —le advirtió ella—. Él es un hombre de gran influencia.

—Es un hombre de mucha arrogancia, y no puedo resistirme a rebajar ese orgullo. —Miró a la joven, y sus ojos lanzaron destellos verdes al estudiar el bellísimo rostro—. ¿Debo interpretar esa advertencia como una demostración de interés, encanto?

—Cuando es usted tan imprudente, alguien debe intentar hacerlo entrar en razones —dijo Erienne con impaciencia. —Me halaga que se preocupe.

—Esa no es razón para engreírse —respondió ella con sequedad. .

—Ah, milady me pincha con sus espinas y me hiere en lo vivo.

j-Su pellejo es más grueso que el de un buey —se mofó la oven—. X su cerebro, igualmente torpe.

—No sea perversa, mi amor —le instó él—. Regáleme una tierna sonrisa para aquietar este corazón que sólo late para usted. —He oído historias que me aseguran que su corazón es bastante veleidoso, señor.

—¿Señora? —Christopher enarcó las cejas, sorprendido —¿Acaso cree usted en los chismes?

—Tal vez, debería preguntarle a Claudia si es verdad que acostumbra usted visitarla en ausencia de lord Talbot. —Erienne lo miró con suspicacia.

El soltó una carcajada divertida ante la sarcástica acusación de la joven.

—Después de haber gastado todas mis energías en usted, señora, ¿cómo puede creer que podría yo interesarme en alguna otra— mujer?

Ella miró en derredor para ver si alguien podía oír la conversación. Luego, segura de que se encontraban solos en el corredor, se inclinó hacia adelante para susurrar con tono reprobador:

—Usted ha logrado acumular una larga serie de mujeres risueñas en Mawbry. ¿Qué razón tengo yo para dudar de los rumores?

—¿Y qué podría importarle a usted si fueran ciertos? —respondió él con otra pregunta-Es usted una mujer casada.

Los labios de Christopher dibujaron una divertida sonrisa, inútilmente reprimida.

—He creí d o que necesitaba que se lo recordara, amor mío. —¡Yo no soy su amor! —protestó ella, tanto por sofocar la súbita ola de placer que le habían producido esas palabras, como para desalentar a su compañero.

—Oh, sí que lo es —murmuró él con ternura.

Los ojos verdes grisáceos ardieron dentro de Erienne, bañándola con un efluvio de calor. La joven comenzó a temblar una vez más, y nuevamente se debilitaron sus piernas. ¿Cómo podía alegar desinterés por el hombre cuando unas pocas palabras emanadas de su boca lograban enardecer, de forma tan increíble, sus sentidos?

La mirada de Christopher descendió y acarició ligeramente el

busto de la muchacha, donde la gema verde brillaba entre los pálidos pechos. Erienne contuvo la respiración, hasta que los ojos verdes volvieron a toparse con los de ella.

—Si aún no lo ha notado, señora, soy bastante testarudo en mis búsquedas. Usted es la mujer que deseo, y no estaré satisfecho hasta poseerla.

—Christopher, Christopher —gruñó ella—. ¿Cuándo aceptará el hecho de que soy una mujer casada?

—Sólo cuando se convierta usted en mi esposa. —Alzó la

cabeza y escuchó atentamente la melodía que los violines comenzaban a interpretar—. Lord Talbot tiene cierta inclinación por los valses —pensó en voz alta—, y si conozco bien al hombre, pronto estará aquí solicitando su mano. —Resueltamente,

Cogió a la joven del brazo y la condujo hasta la pista de baile.

—Tal vez, lo he juzgado a usted injustamente, Christopher —comentó Erienne, mientras él la hacía girar en un amplio círculo por el salón.

-¿Cómo es eso, mí amor? —Observó el rostro de su compañera, buscando algún indicio que le revelara el significado de palabras.

Usted cuida de mí tan atentamente como Stuart —afirmó ella con aire pensativo—. Quizá más.

Aún no he perdido la esperanza de que algún día será mía, de mí y deseo protegerla contra cualquiera que intente apartarla

—¿Y qué me dice de Stuart? —Erienne enarcó sus encantadoras cejas con actitud expectante.

Transcurrió un largo momento, antes de que Christopher emitiera una respuesta.

—En términos de amor, no considero a Stuart una amenaza, sino, más bien, un estorbo.

—¿Un estorbo? —inquirió la joven.

—Con el tiempo, tendré que lidiar con él, y ésa será la parte difícil. No puedo desechar al hombre sin volver a despertar el odio de mi dama. Es un problema de lo más inquietante.

—Usted me asombra, Christopher. —Erienne sacudió la cabeza, aturdida ante la tranquilidad con que el hombre descartaba a su esposo—. Usted en verdad me asombra.

—El sentimiento es mutuo, amor mío. —La voz de Christopher fue como una suave caricia que despertó un torbellino de sensaciones en el interior de la joven.

Lord Talbot frunció el ceño cuando vio a la pareja, y se enfureció cuando oyó los murmullos que elogiaban la belleza y el talento de ambos jóvenes. Al toparse con la mirada del alguacil, Nigel Talbot sacudió la cabeza en dirección a su estudio y regresó allí para aguardar al hombre.

Claudia también había notado los ágiles pasos de la agraciada pareja por el salón, y su odio por Erienne continuó acrecentándose. Al ver a Allan Parker, se apresuró a solicitarle el siguiente baile, resuelta a mostrarle a la insípida hija del alcalde una o dos cositas acerca de los valses.

—Lo siento, Claudia —se excusó Allan—. Su padre desea verme.

Los oscuros ojos llamearon. Se retiró del salón plantando al alguacil, mascullando entre dientes e ignorando las numerosas miradas que había atraído su ofuscada salida. ¡Esta era su fiesta! ¡Y prefería morir antes que permitir que Erienne Saxton la estropeara!

Abrió la puerta del estudio de su padre y, cuando la joven avanzó hacia el interior, Talbot soltó un bufido de impaciencia. Como de costumbre, sería difícil lidiar con su hija.

—Papá, ¡no tienes derecho a llamar a Allan justo cuando estaba a punto de bailar conmigo! —se quejó Claudia.

—Hay un asunto importante que deseo discutir con él —le explicó el padre.

En un arrebato de cólera, la joven se dejó caer en la silla mas cercana y gesticuló.

—Bueno, ¡datos prisa! No estoy dispuesta a esperar toda la noche.

Nigel Talbot controló su irritación y habló con tono persuasivo.

—Claudia, mi querida pequeña, ¿podrías, por favor, ir hasta mi recámara y traerme el bastón con mango dorado? La vieja herida me está molestando otra vez.

—Envía a alguno de los sirvientes, papá. Estoy agotada. —Sé una buena niña, mi pequeña, y haz lo que te he pedido. —Esbozó una sonrisa forzada.

Ella exhaló un suspiro airado y se retiró de la habitación, cerrando violentamente la puerta tras sí.

El eco del portazo aún no se había desvanecido, cuando Nigel Talbot cogió la carta de la mesa y la golpeó airadamente con el dorso de la mano.

—¡Ese maldito Saxton! Me exige que vaya a Saxton Hall, Como si yo fuera un plebeyo, para discutir las rentas que he cobrado mientras la familia no se hallaba en la residencia.

Allan se sentó en el borde del gigantesco escritorio y apoyó un Pie sobre un sillón de seda decorado con brocado. Luego, cogió un dulce de una bandeja cercana y, saboreando el bombón, comentó con desinterés:

—Eso significaría una bonita suma.

—¡Es mucho más que unas cuantas monedas! —Talbot arrojó la carta sobre la mesa y comenzó a caminar airadamente por la habitación—. He estado recolectando las rentas durante casi diez años

El alguacil reflexionó durante un instante.

—¿Debo entender que usted ve a este lord Saxton como una amenaza?

Talbot recorrió la habitación con una mirada fulminante. —Ojalá hubiera venido él mismo, en lugar de enviar a ese Yanqui impertinente. Entonces, habríamos visto si es el que buscamos.

—Los rumores afirman que el hombre ni siquiera puede montar un caballo —acotó Allan.

—Yo también lo he oído, pero, ¿dónde más podemos buscar? El único otro extranjero en la zona es Christopher Seton, y sería `demasiado obvio.

Allan se encogió apenas de hombros.

-Hasta ahora, ése ha sido quien afirma ser. Posee varios buques y uno de ellos, el Cristina, ha entrado y salido de Wirkinton varias veces en estos últimos meses. Siempre parece tener alguna carga para comerciar o vender.

—De todas maneras, no deberíamos perder de vista al hombre —dijo Talbot con una sonrisa afectada—. ¿Quién sabe? Tal vez, se tope con el jinete nocturno y lo encontremos en alguna parte ensangrentado.

Una sonrisa curvó los labios del alguacil.

—Si eso sucediera, ¿supone usted que lord Saxton permitiría que alguno de nosotros escoltara a su dama?

Su señoría soltó una risa breve, despectiva.

—El hombre tiene que ser bastante ingenuo para confiar en Seton. Me pregunto si no habrá perdido la razón.

El alguacil asintió con la cabeza, al tiempo que elegía otro dulce.

—Logró derrotar a Sears y a su banda con bastante facilidad. —¡Ese estúpido patán! —Talbot agitó una mano, ofuscado—. ¿Quién sabe el daño que podría haber hecho?

Allan se sacudió las manos y se puso de pie.

—¿Ha tenido usted noticias de su hombre en la corte de Londres?

Lord Talbot volvió a caminar con paso airado. —Nada. Nada en absoluto. Sólo lo acostumbrado.

El alguacil apretó los labios, pero no hizo ningún comentario, ya que, en ese instante, Claudia abrió violentamente la puerta. La joven atravesó apresuradamente la habitación y entregó a su padre el pesado bastón con mango de plata.

—Este es el único que he podido encontrar. ¿Estás seguro de que no...? —Se detuvo al ver el bastón apoyado junto a la chimenea—. Pero si ahí está el dorado. Lo has tenido contigo todo el tiempo. —Rió tontamente y estrechó el brazo de su padre. —Has estado muy olvidadizo últimamente, papá. De verdad creo que te estás haciendo viejo. —Dejó escapar una risita afectada y dio media vuelta, sin advertir la mirada fulminante que le lanzaba su señoría—. Vamos, Allan. —Se contoneó hacia la puerta—. Insisto en que olvide los negocios y venga a bailar conmigo. Después de todo, ¡ésta es mi fiesta!

Lord Talbot ignoró ambos bastones y siguió a la pareja hacia el corredor, acariciando la fláccida piel de su mentón.

La fiesta continuó con gran majestuosidad, y aunque la noche envejeció para algunos, parecía estar nutrida en una fuente de juventud perpetua para Erienne. La música vivaz, las animadas danzas y el entusiasmo de ser escoltada y cortejada de forma evidente, inundaron a la joven con un nuevo regocijo que nunca antes había experimentado. Se sentía completamente feliz, y ni aun las miradas heladas de Claudia pudieron penetrar la aureola de dicha que la rodeaba. Otros hombres se presentaban ansiosos para atraer la atención de la muchacha, y el júbilo, en cierta medida, se desvanecía cada vez que ella era apartada del brazo de Christopher.

Lord Talbot solicitó su turno para la danza, y la hizo girar en un turbulento vals. Claudia no tuvo reparos en abandonar al alguacil y se dirigió inmediatamente hacia Christopher, para exigirle una pieza como recompensa por la invitación. Como si se hubiera fijado un arreglo previo, los músicos interpretaron un

o popurrí de melodías, y la joven Talbot se acurrucó en la tibieza de los viriles brazos de su compañero. Cada vez que la danza lo permitía, la niña presionaba su pecho casi desnudo contra el del él y le acariciaba los musculosos muslos con sus caderas. Si los ojos verdes la miraban, ella instantáneamente esbozaba una sonrisa sensual, como si sólo estuviera aguardando la propuesta.

Por su parte, lord Talbot comenzó como un caballero, concentrándose en imitar los audaces movimientos del yanqui, pero la belleza de la dama lo cautivó, y Erienne tuvo que mantenerse a la defensiva para preservar su recato.

Apenas sonaron las últimas notas de la música, Christopher se apartó de su compañera, seguro de haber sufrido los ataques sensuales más intensos que jamás había experimentado en público. El tenía, desde luego, una meta mucho más ambiciosa en mente, y no estaba dispuesto a dejarse arrastrar hasta la recámara de la dama, aun cuando ella lo había intentado concienzudamente. El joven vio a Allan Parker y se le acercó para saludarlo. Un instante después, se desembarazó hábilmente, murmurando una breve excusa. Claudia abrió la boca para emitir su protesta, pero él ya se había alejado y caminaba con paso decidido hacia su destino.

Erienne había logrado esquivar la última palmadita de lord Talbot, para dejar al enrojecido y enardecido anciano mascullando su indignación. La joven recibió con agrado el regreso de su escolta para volver a confiarle la preservación de su castidad de acuerdo con lo pactado. Ambos se encontraron nuevamente en medio del laberinto de invitados y, de allí en adelante, Christopher se mantuvo a la mayor distancia posible de su anfitrión, mientras Talbot permanecía en el borde de la pista, estirando el cuello con ansiedad para divisar a quien tan claramente lo eludía.

—Está siendo usted demasiado evidente —advirtió Erienne a Su compañero.

—El también —respondió Christopher—, y si insiste en esa actitud, tendrá suerte de no recibir un puntapié en el trasero. —¿Por qué está tan empeñado en fastidiar a lord Talbot? —Usted conoce mis razones para odiar al hombre.

—¿Por mí? —preguntó ella con incredulidad.

—Detesto compartir con ese hombre el poco tiempo que puedo pasar con usted.

—Bueno, Christopher-los ojos azul violáceos brillaron con travieso humor y una casi imperceptible sonrisa curvó los labios de la joven cuando le dijo con tono de guasa—: Me parece que está censurando al hombre exageradamente.

El siguió mecánicamente los pasos de la danza, mientras su mente se sumergía en profundidades que Erienne no pudo penetrar. Cuando volvió a concentrar la atención en su compañera, Christopher asintió con la cabeza.

—¡Sí, al hombre! Censuro su arrogancia, su constante ostentación de poder. Censuro la forma en que se revuelca en sus riquezas, mientras sus arrendatarios trabajan laboriosamente para ganarse una pobre subsistencia. Sí, censuro al hombre, y, repudio la posibilidad de que algo confiado a mi cuidado pueda caer en sus manos.

La sombría expresión que acompañó ese arrebato de ira sorprendió a Erienne. La joven se inclinó hacia atrás para ver con claridad el rostro de su compañero. Jamás hubiera imaginado que la naturaleza frívola y caprichosa de Christopher Seton pudiera abrigar una faceta tan profundamente seria.

El oscuro aspecto de la personalidad del hombre fue tan fugaz como el salto de una trucha en un arroyo y, tan velozmente como había aparecido, se desvaneció sin dejar rastros de su existencia. Una vez más, Christopher volvió a ser el calavera sonriente, sereno, confiado, moviéndose con majestuosidad por todo el salón con turbulento ritmo que hacía que las otras parejas parecieran increíblemente torpes. Hizo girar a la joven frente a lord Talbot, pero antes de que el hombre pudiera alzar una mano para detenerlos, ellos volvieron a perderse en la multitud. Cerca de la puerta más lejana, Christopher se detuvo y, cogiendo a Erienne del brazo, la condujo a través de la entrada.

—¿Algún refrigerio, milady? —Se topó con la mirada inquisidora de la joven y sonrió—. Lord Talbot estaba a punto de alcanzar un estado de apoplejía. Sin duda, hará detener la música para buscarla a usted entre la multitud de invitados.

Se acercaron a la mesa que ofrecía toda suerte de manjares, y él cogió un pequeño plato de porcelana.

—¿Una golosina? ¿Algún bocadito, quizá? —Sin aguardar la respuesta, sirvió varios manjares en el pato y, una vez que éste estuvo repleto, se lo entregó a la joven.

—De verdad, Christopher, no tengo hambre —insistió Erienne.

—Entonces, sólo sostenga el plato, amor mío —susurró él, también le traeré un vaso, y si aparece Nigel, usted tendrá una excusa para negarse. .

En el salón, la música se detuvo tal como había predicho Christopher. Un suave murmullo corrió entre los turbados bailarines, mientras Talbot se abría paso entre ellos, buscando a Erienne y a su escolta. El murmullo se hizo más intenso, a la vez que el anfitrión insistía en describir numerosos círculos por la habitación, hasta que divisó su objetivo en la sala contigua.

Hacia allí avanzó su señoría, abandonando a los invitados a su suerte, y fue Claudia quien, con un ligero ademán, indicó a los músicos que volvieran a trabajar. Talbot luchó por controlar su irritación mientras se acercaba a su presa. Erienne tembló en su interior, pero se dejó llevar por Christopher, quien regresó a su lado para depositarle una copa de champaña en la mano. Ella sorbió el burbujeante líquido dorado, tratando de absorber el coraje de su compañero.

—Aquí estás, mi querida niña —dijo Talbot con una sonrisa, aunque su bigote tembló por la ira reprimida. El hombre adoptó una pose señorial cuando se detuvo frente a la pareja—. Te h e estado buscando por todas partes. Desde luego, serás tan gentil de concederme otra danza.

Erienne rió, al tiempo que le mostraba el plato.

—Su mesa está tan espléndidamente provista, que temo que me llevará toda una hora finalizar lo que tengo aquí. Además, estoy algo mareada después del baile.

—En ese caso, mi querida... —Él le arrebató el plato y lo hizo a un lado, para luego interponerse entre la pareja y tomar a Erienne del brazo. Su voz adquirió un leve tono triunfal cuando prosiguió—. En vista de tu malestar, juzgo absolutamente necesario que te retires conmigo para descansar en mi sala.

—; Su sala? —preguntó Christopher con una suave sonrisa. Talbot lanzó una mirada arrogante, autoritaria, para desafiar la interferencia del yanqui. Luego, curvó la piernas en una posición majestuosa y extendió una mano para apoyarse sobre la mesa. La mano cayó en medio del plato de Erienne que él mismo había apartado. Al sentir la consistencia viscosa del caviar entre los dedos, su señoría sacudió el brazo. El plato dio un pequeño salto y desparramó todo su contenido en la manga de Talbot, para luego caer violentamente al suelo, salpicándole los zapatos Locos con las huevas negras y las astillas de porcelana.

El hombre se giró, y los faldones rígidos de su chaqueta de satén barrieron la mesa, desparramando una jarra de vino. El lord lanzó una exclamación cuando el líquido helado comenzó a penetrar por sus calzones, que se tiñeron de un tono azul violáceo, al igual que la medias. El caviar confirió una apariencia moteada a la manga de la chaqueta, y un canapé de color rojo intenso se le posó encima del hombro, a modo de una serpiente amaestrada.

Un murmullo de risas disimuladas comenzó a circular, pero se extinguió cuando él dirigió una mirada severa en derredor. Erienne volvió a beber de su copa y luego tosió delicadamente detrás de un pañuelo. La sonrisa de Christopher continuaba sin alterarse, mientras otros aprovechaban el momento para admirar la pintura del techo, o los decorados barrocos de la habitación.

Con los puños firmemente cerrados a ambos lados, lord Talbot se retiró de la vista de esos palurdos. Pocos momentos más tarde, comenzaron a circular rumores de cómo el lord de la mansión había ascendido las escaleras hacia su recámara, maldiciendo la fiesta, a su hija, al cocinero, a los sirvientes, al criado que lo había seguido ansioso, y sobre todo, a ¡ese condenado yanqui!

El majestuoso reloj del vestíbulo había marcado las doce, y el número de invitados había quedado reducido a la cuarta parte. Claudia no había encontrado oportunidad de forzar a Christopher a satisfacer sus demandas, pero todavía parecía muy confiada cuando se unió a su padre para dar la despedida a un par de invitados que se marchaban.

—Espero que se hayan divertido. —La joven sonrió y asintió ante la respuesta de la pareja. Apenas se marcharon, se giró con una mueca despectiva en los labios—. Margaret se está volviendo algo rolliza, ¿no crees, papá? Tendremos que ensanchar las puertas si no para de comer.

Talbot suspiró cuando un recuerdo le vino a la mente. Rememoró los tiempos en que sus caricias habían encontrado a la dama increíblemente tierna y llenita en los lugares apropiados.

—Era una muchacha muy bonita de joven. J a más he visto una mujer tan ansiosa por complacer los deseos de cualquiera. —Eso tiene que haber sido, al menos, veinte años atrás, papá. Tanto tú como ella habéis dejado de ser pajarillos primaveras. El ensueño de Talbot estalló como una burbuja. ¿Acaso había pasado ya tanto tiempo?

El lord se aclaró la garganta y se vengó por el crudo recordatorio de su hija.

—Con seguridad, te habrás decepcionado con la velada, mi querida. Esa pequeña Erienne acaparó la atención de los hombres y te arrebató al yanqui delante de tus propias narices.

Ja, Christopher sólo trataba de ser amable porque se sentía responsable por la mujerzuela. Una vez que haya ido a acostarse,

la niña no seguirá estorbándonos, y yo tendré mucho tiempo para asegurarle a él que no estoy enfadada.

—Si tu intención es que ambos pasen aquí la noche, querida, será mejor que te apresures. —Señaló con la cabeza hacia el vestíbulo—. Se acaban de despedir.

Claudia ahogó una exclamación al ver que Christopher ya estaba recibiendo las capas de manos del mayordomo. Sin perder un instante, la joven se dirigió el vestíbulo para hacer oír sus protestas.

—No se estarán marchando, ¿verdad? Pues, sencillamente, no lo permitiré. Hemos preparado las habitaciones para ambos. —Se inclinó hacia Christopher y esbozó una sonrisa sugestiva—. Separadas, desde luego.

Erienne se apresuró a desechar la oferta.

—Por supuesto, dejaré en libertad al señor Seton para que tome cualquier decisión. Yo, por mi parte, regresaré a Saxton Hall.

—Qué gesto tan dulce, querida —dijo Claudia con voz cantarina, pero sus esperanzas se frustraron rápidamente cuando Christopher apartó el brazo que ella le había cogido.

—Yo continúo ligado a mi promesa —afirmó él—. He dado mi palabra de que acompañaría a la dama hasta su casa. Lord Saxton esperará que así sea.

—¡Pero usted no puede...! —exclamó Claudia, intentando idear cualquier excusa para ganar la compañía del caballero—. ¡Mire! Está nevando afuera. Se avecina una terrible tormenta.

Christopher se volvió hacia Erienne con una sonrisa interrogante.

—¡Debo irme! —declaró ella sin rodeos.

El miró a la otra mujer y se encogió de hombros. —Debo irme.

Claudia observó al hombre y entreabrió los labios una y otra vez, en un vano esfuerzo por encontrar otra súplica convincente. —Buenas noches, Claudia-le saludó Christopher, al tiempo que ayudaba a Erienne con la capa—. Gracias por invitarme.

—Sí —intercaló lady Saxton, intensificando la confusión de Claudia—. Ha sido una velada encantadora. Muchas gracias. Erienne se acurrucó en uno de los rincones del asiento trasero de carruaje, protegiéndose del constante balanceo. Frente a ella, Christopher se envolvió con la capa, levantando el cuello para ahuyentar el frío. La joven se inclinó hacia adelante y, evitando deliberadamente la mirada de su compañero, abrió la cortina de pana durante un instante para observar el vuelo de los enormes copos de cristal que atravesaban la pálida luz del farol. Luego, volvió a reclinarse sobre el respaldo y se extendió la gruesa manta de piel sobre la falda.

No transcurrió mucho tiempo antes de que Christopher abandonara sus esfuerzos por encontrar calor y, con un ronco gruñido de inconformidad, dejara su lugar y su capa para mudarse al asiento trasero junto a la niña. Levantó la manta y se cubrió las piernas. Luego, se apoyó contra el respaldo y, en silencio, desafió a su compañera a protestar.

Erienne se inquietó ante el descaro del hombre y pensó que lord Saxton debería haber calculado el frío de la noche y enviado otra manta. Sus ansiedades se intensificaron cuando Christopher colocó el brazo sobre el respaldo del asiento. Los ojos verdes afrontaron la mirada cautelosa de la joven, hasta que ella la desvió. Entonces, él pudo admirar el leve rubor de las pálidas mejillas; la nariz recta y suave y los delicados labios, que parecían exigir una caricia de los suyos. Christopher observó a la muchacha como quien contempla una temblorosa rosa bañada de rocío, maravillado por su increíble belleza.

Las oscuras, espesas pestañas se inclinaron con timidez bajo la constante mirada del hombre, y en ese momento, Erienne experimentó un placer que era completamente desconocido en su mundo. El había representado el papel del caballero durante la mayor parte de la velada, y el recuerdo de esa galantería ardía como una inmensa fogata en la felicidad de la joven. La noche era silenciosa tranquila, y ella se encontraba cómoda y protegida del mundo exterior. Ninguna amenaza parecía inminente.

El coche experimentó un fuerte vaivén, y la mano de Christopher cayó sobre el hombro de Erienne. Ella le miró y no encontró otra cosa reflejada en aquel rostro viril que una expresión ligeramente perpleja y pensativa. La temperatura y el confort del lugar adormecían a la joven; inclinó su cabeza hacia atrás y la apoyó sobre el brazo de su compañero. Y así permaneció, con naturalidad, como un pájaro que ha encontrado su nido. Con los ojos entornados, Erienne vio que él le acercaba la mecha de la lámpara y, entre sueños, observó la llama hasta que se extinguió.

Los largos dedos de su acompañante desplazaron suavemente el mentón de la joven y su barbilla hasta quedar hacia él. La sombra de Christopher cubrió el cuerpo de Erienne y, entonces, sus labios se apoderaron de los de ella, moviéndose lentamente y despertando un fuego que la niña jamás hubiera imaginado que existiera. La mano de Erienne ascendió para acariciar el musculoso cuello del hombre y enseguida, como si hubiese regresado a la realidad, se apoyó contra el poderoso pecho masculino y lo apartó. Mientras ella recuperaba el aliento, él se apartó, frunciendo el ceño con expresión ofuscada, sentándose de cara a la d opuesta del carruaje. Los violentos latidos del corazón de e rehusaban serenarse, mientras ella, aturdida, trataba de analizar sus turbulentos pensamientos. De no haber sido por su fuerza de voluntad, sus temblorosas manos hubieran instado a Christopher a continuar. No era más que un simple beso y, sin duda, no podría provocar ningún desastre. Pero ella sabía que el hielo era frágil, y debía pisarse con cuidado si no deseaba encontrarse navegando en un tumultuoso mar sin posibilidad de sobrevivir.

Erienne trató de incorporarse, pero sus hombros aún seguían atrapados bajo el brazo de Christopher. Él la sujetó con más fuerza y se acercó de nuevo a ella sin titubear. Súbitamente, los labios masculinos volvieron a apoderarse de la boca de la joven, insistiendo, provocando, exigiéndole una respuesta afirmativa o negativa. Erienne, sin embargo, no podía decir sí, porque estaba ligada a otro hombre. Tampoco podía pronunciar el no, porque era ése el preciso momento que tanto había anhelado vivir.

La respuesta fue tan tenue como la caricia del rocío en primavera. Ni sí ni no, sino que su mente imploró en agonía: «Oh, amor mío, por favor, no te alejes.»

Christopher entendió la súplica, sintió el casi imperceptible movimiento de los labios de la joven bajo los suyos, la leve rendición de la mano que intentaba apartar su pecho. Entonces, él le deslizó un brazo alrededor de la cintura y atrajo a la niña hacia sí, intensificando el beso.

Ella se estremeció cuando los labios del joven abandonaron la boca para recorrer sus mejillas, su frente y sus frágiles párpados, que se entornaron a la espera del sensual contacto.

Un intenso deseo creció en el interior de Christopher. Había actuado con paciencia, pero ahora ésta se desvanecía frente al t multo de sus pasiones. Su consideración por la timidez de la

desapareció, conforme se acrecentó su necesidad, y su poderosa mano aferró uno de los delicados pechos femeninos. Erienne ahogó una exclamación y se incorporó, apartando el imponente pecho del hombre con ambas manos. Mantuvo a Cbristopher a una distancia prudente y se encaró con un susurro entrecortado:

¡Ha traspasado los límites del decoro, señor! ¡Dio usted su palabra!

—Sí, señora, la di —murmuró él—. Pero escuche bien, amor, —separe las fronteras. —Se inclinó hacia la joven—. Dulce Erienne la fiesta ha finalizado.

Christopher rodeó con el brazo la cabeza de la muchacha, que lo miró sorprendida, y entonces, los labios de Christopher volvieron a atraparla. Las agitadas quejas de Erienne se desvanecieron para convertirse en un gemido de desesperación. ¿0 quizá cautivación? .

Él volvió a acariciar uno de los delicados senos, pero esta vez abrazó a la joven de manera que no pudiera mover los brazos. El ardor de esas caricias se encendió en el interior de Erienne, extendiéndose a cada fibra de su ser. La manga del vestido le molestaba el hombro, y se destensó para aliviar la presión. Sintió, entonces, un tironcito en la espalda, y el corpiño cayó. Sus ojos azules se agrandaron cuando él liberó completamente las curvas de sus pechos, y se alertaron todos sus sentidos cuando la mano del hombre retiró la delicada tela de la enagua para acariciar su piel desnuda. Erienne se volvió, en un débil intento por escapar de la pasión de Christopher y aplacar sus propios deseos. Pero él la retuvo, y la atrajo hacia sí. Ella intentó gritar, pero sólo emitió otro gemido entrecortado, sofocado por un apasionado beso. Los labios del hombre absorbieron toda su dulzura con una ferocidad que reveló todo su anhelo reprimido. Fue un beso interminable, implacable, exigente, que estimuló los sentidos de la joven hasta encender todo su ser con la llama de una devastadora pasión.

—Dulce, querida, amor —susurró él, sin apartar los labios de la boca de la niña—. Te deseo. Entrégate a mí, Erienne. —¡No, Christopher, no puedo!

El se separó para mirarla, y sus verdes ojos se recorrieron las sonrojadas mejillas y las doradas curvas de sus pechos. —Entonces, mienta, señora, y niegue que también me desea. Aunque ella abrió la boca, no fue capaz de articular palabra, y sólo pudo mirarlo, indefensa, atrapada en la red de sus propios deseos. Christopher se inclinó lentamente y volvió a besarla, saboreando la suavidad de sus delicados labios. Erienne no opuso resistencia y, con un leve gemido, permitió que la aprisionara contra la manta de piel. Ambas bocas se fundieron en tibia comunión, girando, retorciéndose, devorando, hasta que las necesidades de ambos desembocaron en una búsqueda ávida, insaciable. El musitó palabras roncas, incomprensibles, mientras lanzaba una lluvia f besos ardientes en el cuello de la joven, cuyo mundo comenzó a girar en medio de un caos de sensaciones. La boca apasionada del hombre se posó sobre el capullo rosado de uno de sus senos, y ella contuvo la respiración Erienne entreabrió los labios, pero no pudo gritar, porque las devastadoras llamas de pasión la consumieron. Por propia voluntad, sus delicadas manos acariciaron el imponente hombro de Christopher y sus dedos se enredaron en su brillante cabello oscuro.

El le deslizó un brazo alrededor de las rodillas y colocó las delgadas piernas de la joven sobre su regazo. Erienne lanzó una breve exclamación cuando la mano masculina se abrió paso por entre sus faldas y comenzó a ascender, acariciándole el muslo desnudo. .

—Christopher, no puede hacer esto —susurró ella con desesperación—. Pertenezco a otro.

—Me perteneces a mí, Erienne. Has sido mía desde el primer Comento.

—Pertenezco a él —protestó ella débilmente, pero los labios de Christopher volvieron a posarse sobre su boca. Erienne se estremeció cuando la mano de él se apoderó de su feminidad, acariciándola donde nunca nadie había osado tocarla. Los ojos verdes brillaron con mayor intensidad, a medida que las caricias se tomaban más audaces. La joven contuvo la respiración y le miró turbada. Entonces, una extraña sensación la invadió, enardeciendo todo su ser, y se estremeció incapaz de detener las turbulentas convulsiones de su mundo. Tembló y se acurrucó junto a él, sintiendo los labios de él sobre su cuello, y oyendo su nombre pronunciado por aquellos labios en voz profunda, áspera.

Un golpe en el techo del carruaje los sobresaltó. Christopher se separó ligeramente y entreabrió la cortina de pana. Sobre una colina distante, a través de los copos de nieve, se divisaban las tenues luces de las torres de Saxton Hall. Él volvió a cerrar el Cortinaje, exhaló un suspiro entrecortado y se incorporó, levantando consigo a la joven.

—Por lo visto, señora, deberemos continuar esto en otro momento —declaró—. Ya casi estamos en casa.

Sumamente aturdida, Erienne se apresuró a colocarse el corpiño del vestido, sin atreverse a afrontar la mirada de los ojos verde grisáceos. Se giró para ocultar su desnudez, pero las manos del joven acudieron en su ayuda, abrochándole los broches del traje.

—Pasaré la noche en la mansión —susurró Christopher, dejando caer un beso en la nuca de la joven.

Erienne ahogó una exclamación y se dio media vuelta, dirigiendo una mirada rápida, nerviosa.

—Márchese, Christopher —le suplicó—. Se lo ruego. Por favor márchese.

Tengo un asunto que discutir con usted, señora, y debe ser esta noche. Iré hasta su recámara...

—¡No! —Ella sacudió la cabeza con fuerza, asustada de lo

que podría suceder si él volvía a acercársele. Había logrado escapar de ese momento, no completamente intacta, pero aun así, virgen. Ese estado, sin embargo, era muy frágil y no resistiría a otro ataque sensual de ese hombre—. ¡No lo dejaré entrar, Christopher! ¡Márchese!

—Muy bien, señora. —El pareció elegir las palabras con cuidado—. Trataré de contenerme hasta mañana. Entonces, terminaremos con este asunto y usted será mía antes de que culmine el día.

Erienne le observó anonadada, segura de que él hablaba en serio. El coche se zarandeó por última vez y se detuvo, imitando el mismo proceso que tenía lugar en el interior de la joven. Christopher no se apiadaría de ella, y acabaría con cualquiera que se le interpusiese en el camino. ¡Ella no podía permitir que eso sucediera!