CAPÍTULO 21

ERIENNE tenía la impresión de que apenas acababa de comenzar un día, cuando éste ya se había marchado. En las noches, solía acurrucarse en los brazos de su esposo y, cuando no se despertaban las pasiones, descansaba sobre el musculoso pecho, para sentir las caricias de los masculinos labios sobre la frente o junto al oído. Aprendió a conocer el rostro de su marido, la forma en que los labios de Christopher se curvaban en una sonrisa cuando estaba involucrado en alguna travesura. Aprendió, también, que había algo de vileza en él, cuando la alzaba entre sus brazos sin aceptar negativa, y sus besos eran feroces y exigentes; su pasión, devastadora. El ardiente entusiasmo de ese hombre la dejaba sin aliento, pero totalmente satisfecha de la cálida seguridad de su abrazo. En esos momentos siguientes al clímax de pasión, cuando aún podía percibir el calor de su esposo consumiéndose en su interior, Erienne miraba el rostro del hombre; y los ojos verde grisáceos brillaban con amor. Christopher era el marido que toda mujer deseaba tener, y ella no lograba salir de su asombro al saber que le pertenecía.

Excepto Bundy y Aggie, ninguno de los sirvientes conocía la verdad. Cuando la recámara del amo se hallaba vacía, Aggie la cerraba con llave, y nadie osaba entrar en las habitaciones de Erienne sin permiso. Todos se preguntaban la razón del aislamiento del lord y su esposa y, pese a sus múltiples conjeturas, nadie llegaba a acercarse siquiera a la verdad. Cuando lord Saxton por fin descendió al reino de la tierra con la esposa a su lado, todas las preocupaciones e inquietudes se disiparon. Incluso entonces, empero, algunos detectaron un ligero cambio en el ama. Atribuyeron el alegre estado de ánimo de la joven a la recuperación de su esposo y continuaron admirando su devoción frente a un hombre tan aterrador.

Transcurrieron dos semanas más y, como una señal desde las profundidades del infierno, el aislamiento de la mansión se quebró. El destartalado carruaje de Mawbry se acercó chirriando por el camino, detrás de un viejo rocín y tambaleándose sobre sus bamboleantes ruedas al girar por el sendero hasta detenerse frente a la torre. Avery descendió primero, dejando que Farrell se encargara del equipaje.

Paine acudió a las llamadas y, tras permitir la entrada de las visitas en el vestíbulo, ayudó solícitamente a Farrell con sus molestas cargas, ganándose así una sombría expresión por parte del padre.

—El amo no se ha sentido muy bien en estas últimas semanas —anunció el sirviente—. Ahora, se encuentra en su recámara, almorzando con el ama. ¿Serían tan amables de aguardarlos en la sala?

Avery echó al hombre una mirada displicente y, al hablar, trató de que su tono no sonara demasiado esperanzado. —¿Dice que su señoría está enfermo? ¿Algo grave? —Supongo que fue bastante serio por un tiempo, señor. El ama casi no se apartó de su lado, pero él se está recuperando muy bien. —Paine extendió los brazos para tomar las armas de Farrell—. Le subiré esto con las maletas, señor. —Se volvió hacia Avery—. ¿Usted también se quedará?

El alcalde tocó ligeramente su propio equipaje y se aclaró la garganta.

—Sí, pensé que, mientras Farrell estuviera aquí, yo podría pasar algún tiempo con mi hija.

—Muy bien, señor. Regresaré por su equipaje cuando hayan preparado una habitación para usted.

Erienne bajó las escaleras a toda velocidad, alisándose el cabello y arreglándose el vestido. Se detuvo frente a la arcada que conducía a la gran sala y allí descubrió que, en la prisa, no había terminado de abrocharse el corpiño, y se tomó un respiro para recuperar el aliento y corregir su aspecto. Tenía las mejillas sonrojadas y se sentía ligeramente inquieta, porque los golpes de Aggie en la recámara del amo habían llegado en un momento de lo más inoportuno. El almuerzo se había dejado enfriar sobre la pe quena mesa, mientras que las tendencias amorosas de Christopher habían calentado a ambos. La inoportuna interrupción y el anuncio de que el alcalde había llegado para quedarse, había caído sobre la pareja como un balde de agua fría, y ambos se habían separado en desordenada prisa.

Erienne atravesó la sala, adoptando una máscara de serenidad para saludar a sus parientes. Se acercó a su hermano y, de puntillas, le dio un beso en la mejilla, para luego volverse y sonreír a su padre.

—¿Cómo está tu brazo, Farell? ¿Mejor? —le preguntó después.

El muchacho se animó ligeramente.

—Estuve en York hace unas cuantas semanas. Como recordarás, pedí prestado el carruaje de lord Saxton para el viaje. Allí conocí a un cirujano experto en heridas de bala. Él cree que el proyectil aún sigue allí, atascado en la articulación, y que podría ser eso lo que está obstruyendo el movimiento. Opina que habría que extraer la bala, pero existe el riesgo de perder el brazo. —Alzó el miembro mencionado y se encogió de hombros—. No sé qué es peor, un muñón truncado o un brazo inútil.

—Le preguntaremos a lord Saxton. Él conoce a muchos cirujanos. —La joven tomó asiento y le indicó a su hermano que se sentara en el sillón contiguo—. Pero, cuéntame, ¿cómo has estado con la señorita... —el brazo inválido se dirigió torpemente contra ella, junto con el golpe, Erienne percibió la advertencia en el ceño fruncido del muchacho— ...señor... eh... el que te iba a contratar en la oficina naviera en Wirkinton? —Fue eso lo único que se le ocurrió para salvar la situación—. ¿Cuál era su nombre?

—Señor Simpson. —Farrell asintió lentamente con la cabeza y sonrió, al tiempo que saboreaba su vino—. Ahora estoy pensando en buscar trabajo en York, de manera que deseché esa Idea. —Extendió la copa en dirección a Avery—. Desde luego, nuestro padre está seguro de que mi intención es abandonarlo.

La joven rió y le tiró de la manga a su hermano, inclinándose hacia él y hablándole como si fuera a decirle una confidencia. —A él se le cae la baba por ti, Farrell. Mímalo al hombre ahora que se está haciendo viejo.

Avery se levantó del sillón, irritado.

Los ojos de Erienne brillaron divertidos. La sospecha de que su hija se estaba burlando de él resultaba intolerable para el alcalde, y trató de sofocar la alegría de la joven con un comentario punzante.

—En la aldea se rumorea que tu querido señor Seton es el jinete nocturno. —Para su decepción, la sonrisa de la niña permaneció inalterable. Entonces, decidió hacer un nuevo intento—. En realidad, Allan piensa que podría estar gravemente herido, o incluso muerto, puesto que últimamente no se le ha visto armando alboroto por allí.

Erienne se encogió de hombros con desinterés.

—Con todo el mundo buscándolo por la campiña, ya tendrían que haberlo encontrado. El alguacil vino a registrar esta casa...

—¿Eh? —Avery se puso rígido—. ¿Por qué vendría Allan aquí en busca de ese asqueroso bribón?

—¿No lo sabías? —preguntó Erienne con un perfecto disfraz de inocencia—. Los Saxton y los Seton son primos. Christopher ha visitado varias veces la mansión desde mi boda. Incluso fue mi escolta en la fiesta de lord Talbot.

—¿Fue qué? —bramó Avery y luego, sumamente irritado, preguntó—: ¿Quieres decir que tu esposo te confió a ese bastardo?

Los platos retumbaron sobre la mesa, y Erienne miró por encima del hombre para ver a Aggie manipulando con torpeza los cubiertos. Los labios de la mujer se hallaban firmemente apretados y, cuando alzó los ojos, fue para lanzar una mirada fulminante hacia el alcalde.

—Debo ir a ver qué está demorando a lord Saxton. En mi ausencia, Aggie os servirá. Por favor, disfrutad de la comida. Avery no desconocía los procedimientos para servirse el pan y el vino que habían sido colocados sobre la mesa y, con ambas manos ocupadas, señaló con el mentón a su hija, que ya se retiraba de la sala.

—Allí va a limpiar el trasero de su majestad, sin duda. —Lanzó una mirada fulminante a Aggie, a quien se le escapó una exclamación de sorpresa, y prosiguió, desafiante—. Probablemente, la mocosa tenga que bañarlo como a un bebé.

El resto de la tarde transcurrió en calma. Los huéspedes fueron llevados hasta los establos, donde admiraron algunas majestuosas yeguas pura sangre.

Después el grupo se dirigió al estudio, donde el vanidoso lisiado se sumergió en las protectoras sombras que rodeaban el clavicordio y, tras quitarse los guantes, interpretó una larga serie de melodías.

Para el gran alivio del alcalde, Paine entró a anunciar que la cena estaba servida. Los cuatro se reunieron alrededor de la mesa iluminada con la luz de las velas: lord Saxton, en el inmenso sillón de la cabecera; Erienne, junto a su esposo y los otros dos hombres, en el lado opuesto.

Tanto Farrell como Avery, notaron enseguida que sólo había vajilla para ellos dos, mientras que la joven apenas aceptaba una copa de vino.

—¿No comes con nosotros esta noche? —preguntó Farrell a Erienne.

Erienne sonrió y comenzó la respuesta con una disculpa. —No es mi intención ofenderos, Farrell. —Extendió el brazo hacia la mano enguantada que tenía a su lado y• la estrechó con cariño—. Mi esposo, como sabes, prefiere cenar en privado y, esta noche, he decidido acompañarlo.

Al llegar la noche siguiente, Avery se había animado lo suficiente como para abandonar su cuarto en busca de la recámara de Erienne. Ya era tarde, y todo el mundo se había retirado a sus aposentos. El hombre había decidido que ésa sería su única oportunidad de encararse con su hija en privado, puesto que Farrell planeaba regresar a Mawbry a la mañana siguiente.

Se acercó y apoyó un oído sobre el panel de madera. Para su decepción, oyó a la joven hablando con tono apagado, pero aun así, permaneció, esperando que sólo se tratara de un sirviente. Una carcajada masculina provino de la habitación, y Avery casi cae por la sorpresa, antes de recuperar la compostura y volver a apoyar la orea contra la puerta.

La airada respuesta de Erienne disipó cualquier duda acerca de la identidad de su acompañante.

—Christopher, no te rías. ¿Cómo puedo concentrarme en buscar un nombre para nuestro bebé si te burlas de esa forma?

Los ojos de Avery se dilataron y su rostro adquirió un tono carmesí. Pariente o no, lord Saxton había sido muy estúpido al confiarle su esposa a ese bribón. No era de extrañar que la joven se viera tan feliz con lord Saxton, cuando ese bellaco de Seton trepaba por entre sus muslos durante las noches.

Avery abandonó el pasillo y regresó a su habitación. Lo único bueno que podía ver en ese adulterio era el hecho de que su hija, probablemente, estuviera dispuesta a pagar una considerable suma para mantener oculta su infidelidad, y eso podría resultar muy beneficioso para él.

Erienne abandonó los brazos de su esposo y bajó al piso inferior a temprana hora de la mañana. La sorprendió encontrar a su padre aguardándola. La expresión en el rostro del hombre la inquietó. Tenía los labios fruncidos con actitud pensativa y la cabeza hundida en el cuello de su levita, lo cual le confería el aspecto de una tortuga presumida. La mirada de Avery siguió fijamente a su hija cuando atravesó la habitación y, al acercarse a su padre para entregarle una taza de té, Erienne creyó detectar una sonrisa despectiva.

—¿Ocurre algo malo, padre? —Probablemente.

La joven se acomodó en el sillón opuesto al del alcalde y comenzó a sorber tranquilamente su té.

—¿Hay algo de lo que deseas hablar? —Podría ser.

Erienne no deseaba impulsar a su padre hacia una conversación que, sin duda, culminaría en autocompasión, y se dispuso a aguardar, mientras continuaba bebiendo su té.

Avery reclinó la cabeza contra el respaldo del sillón y deslizó la mirada por las valiosas piezas, tapices y retratos que revestían los imponentes muros.

—Pareces muy satisfecha contigo misma, pequeña. Por lo visto, vivir aquí con su señoría te ha sentado muy bien.

—Me siento muy feliz, padre. Tal vez, más de lo que puedes imaginarte.

—Oh, me lo imagino, claro que sí. —Hundió el mentón en el cuello de la levita y esbozó una sonrisa obviamente complacida.

Erienne observó a su padre, preguntándose qué nueva idea estaría ese hombre saboreando.

—¿Hay algo más que desees saber?

El contempló sus cortos, regordetes dedos por un breve instante.

—Nunca me perdonaste por haberte vendido en la subasta, ¿verdad?

—Detesté la forma en que me vendiste —admitió ella. Una leve sonrisa curvó sus labios cuando se alisó las faldas—. Pero eso no me ha dado más que cosas buenas. Amo al hombre con quien me casé y llevo a su hijo en mi...

—¿Es de él? —preguntó Avery con brusquedad—. ¿O de ese bastardo que tenías anoche en tu habitación?

La mirada de Erienne se alzó angustiada y el corazón le dio un vuelco.

—¿Qué quieres decir?

—Anoche fui a hablar contigo, y tenías a ese diablo de Seton en tu recámara, justo delante de las narices de tu esposo. Y os oí hacer bromas sobre el bebé que habíais hecho juntos. Tú llevas al bastardo de Seton en la barriga, no al hijo de tu esposo.

Erienne sintió un intenso calor en las mejillas. Deseaba con desesperación revelar la verdad, pero sabía que eso no sería más que una imprudencia. Era mejor que su pare la creyera infiel, antes que arriesgar la vida del hombre que amaba.

—No puedes negarlo, ¿eh? —La sonrisa entre desdeñosa y satisfecha de Avery destrozó el orgullo de la joven—. Te has estado comportando como la mujerzuela de Seton y te has quedado embarazada. Por supuesto, no está en tus planes confesarle a lord Saxton que la simiente que ha sido plantada en tus entrañas no le pertenece.

Erienne soportó los despectivos sarcasmos de su padre en silencio, aun cuando se sintió consumir en su interior.

—Supongo que querrás detener mi lengua también. —La miró atentamente—. Me sería más fácil si demostraras más consideración por mí, enviando algún trozo de cordero o algún suculento ganso de vez en cuando. Pues yo hasta tengo que cocinarme mis propios víveres, sin una mano que me ayude, y lavarme la ropa, y ordenar la casa. Con todos los sirvientes que tienes aquí, no veo en qué podría perjudicarte enviar a alguien que cuide de mí, Pero, por otra parte, cualquier persona que enviaras pretendería alguna paga, y yo tengo poco dinero para gastar. En cuanto a eso, también necesitaría una chaqueta nueva, un par de zapatos y algunas monedas para llenar el bolsillo. No estoy pidiendo demasiado, tú entiendes, sólo lo suficiente para vivir más cómodo.

—¿Cómo te atreves a intentar sacarme dinero? —¡Maldición, niña! ¿Qué harías sí yo informara a lord Saxton de tu infidelidad con ese bastardo de Seton?

El alcalde lanzó una mirada fulminante a la joven y hubiera continuado hablando, pero el sonido de una pesada suela de zapato arrastrándose contra el piso de piedra lo hizo volverse. Avery observó aturdido a lord Saxton, quien se acercaba a ellos desde la torre, deslizando su pesada bota sobre el suelo. El recién llegado se detuvo junto a su esposa y se dirigió al alcalde.

—¿Oí mencionar mi nombre? —Su voz ronca y áspera llenó el repentino silencio de la habitación—. ¿Hay algo que desea decirme, alcalde?

Avery miró nerviosamente a Erienne, y se sorprendió ante la serenidad de la joven. Le pareció que ella casi lo desafiaba a hablar. El alcalde no pudo articularas palabras, aun cuando lord Saxton aguardó pacientemente la respuesta. Su señoría era la persona a quien él más temía irritar. Sabia muy bien que el hombre adoraba a Erienne y no recibiría con agrado el informe de su infidelidad. Entonces, encolerizado, podría derramar toda su ira sobre aquél que había revelado la noticia.

—Mi niña y yo teníamos una pequeña discusión, milord. —Avery se aclaró la garganta—. Nada que ver con usted. —Todo lo que afecte a mi esposa me concierne, alcalde —le aseguró lord Saxton con un tono casi amable—. Temo que mi cariño por Erienne tiende a ser algo excesivamente posesivo. Usted comprende, ¿no es así?

Avery asintió con la cabeza, sin atreverse a decir una sola palabra contra la joven. Con seguridad, ese hombre no estaría dispuesto a escuchar sus consejos de forma indulgente.