CAPÍTULO 16

BUNDY abrió la portezuela del carruaje y, antes de que colocara la escalerilla, Erienne saltó a tierra, sin esperar ayuda. Era como si un demonio cabalgara sobre sus hombros y, con espuelas de pánico, la impulsara a avanzar. Casi corriendo, la joven se dirigió al sólido portal de Saxton Hall, ignorando la nieve que cubría sus zapatos. Sus faldas dejaron una estela ancha, apenas interrumpida por las diminutas huellas de sus rápidas pisadas.

El violento golpe de la gigantesca puerta al cerrarse retumbó en la quietud de la noche, y Bundy echó una mirada circunspecta hacia el interior del vehículo, donde Christopher, con una irónica sonrisa en los labios, doblaba la manta de piel para colocarla en el asiento delantero. Tras tomar su capa y la de la dama, el joven bajó y se detuvo por un instante, mirando a su alrededor y permitiendo que el aire fresco de la noche le refrescara el cuerpo y la mente.

Erienne pasó junto a un aturdido Paine, que, al oír la llegada del coche, había acudido a cumplir con sus obligaciones. Sin preocuparse por la confusión del hombre ante su vuelo veloz, la joven comenzó a subir las escaleras y, al alcanzar la seguridad de su recámara, cerró con igual violencia la puerta de roble, asegurando el cierre con un rápido giro de muñeca. Sólo entonces se detuvo para recuperar el aliento. Debido al alivio de haber logrado escapar del yanqui, por el esfuerzo de la carrera, o simplemente por un terrible, devastador pánico, el corazón le palpito con tal fuerza, que pareció sacudirle el cuerpo entero en cada latido.

Los pensamientos de Erienne comenzaron a correr bajo el impacto de los sucesos de esa noche. Por primera vez desde la boda, había cerrado con seguro la puerta de su recámara, y temía que lord Saxton decidiera hacerle una visita y encontrara la entrada obstruida. Pero mucho más la atemorizaba que Christopher pudiera penetrar en el cuarto, a fin de culminar lo que había comenzado. La joven tenía la certeza de que no podría resistirse al ataque implacable, persuasivo del libertino. El le seguía las pisadas, y Erienne tenía la sensación de que, aun cuando embarcara hacia el más lejano confín de la tierra, no pasaría mucho tiempo antes de que divisara sobre el horizonte los altísimos mástiles gigantesco Cristina.

La joven contuvo la respiración al oír unas lentas pisadas que se acercaban por el pasillo y, tras detenerse durante largo tiempo junto a su puerta, volvían a desvanecerse en dirección al cuarto de huéspedes. La inquietaba que el yanqui fuera a alojarse en Saxton Hall durante la noche, puesto que tendría que enfrentarse a él por la mañana. En el carruaje, ella había estado a punto de entregarse, y la promesa de Christopher de continuar con su búsqueda, la tenía atemorizada. Todo su ser aún ardía con el fuego que él había encendido. Sabía que el contacto de esas viriles ma. nos sobre su cuerpo, de esos insistentes labios sobre los suyos, y el irresistible poder de persuasión de ese hombre, habían provocado su perdición. No había sido capaz de resistirse a tanta pasión, y su orgullo se había tambaleado ante el deliberado ataque infligido a sus sentidos. Él la había arrastrado hasta ese momento de éxtasis, sabiendo muy bien lo que estaba haciendo, y ahora ella jamás podría dejar de anhelar la repetición de tan devastadora dicha.

Erienne dejó escapar un sollozo entrecortado, y se apartó de la puerta. Se llevó los dedos a la sien y comenzó a caminar inquieta por la habitación. Había pronunciado los votos sagrados en una iglesia y, aun cuando el matrimonio no se había consumado, se hallaba obligada moralmente a convertirse en una verdadera esposa. No podía traicionar a su esposo de una manera tan despreciable. El también la deseaba y, sin embargo, había sabido controlarse. Y si, en ese momento, el lord decidía visitarla, con seguridad vería que algo marchaba mal, y entonces, ¿ella qué le diría? ¿Que había estado a punto de entregarse a otro hombre?

Un violento temblor se apoderó del cuerpo de la joven. Sus emociones la despedazaban y no lograba encontrar paz en sus pensamientos. Lo que su corazón anhelaba contrariaba todo aquello que ella juzgaba honorable, pero, a la vez, le resultar imposible cumplir con lo que el honor demandaba. ¿Ser la esposa de lord Saxton en algo más que en el nombre? ¿Someterse a las pasiones de su esposo? No se sentía capaz de tolerarlo.

Erienne se detuvo junto al inmenso sillón donde lord Saxton solía sentarse y apoyó una temblorosa mano en el respaldo. Recordó su sorpresa cuando tocó a su esposo por primera vez. Había esperado experimentar una abrumadora sensación de repugnancia y, sin embargo, la había sorprendido no encontrar ningún indicio de deformación o debilidad. Bajo sus dedos, había sentido la calidez, la vitalidad de unos músculos firmemente desarrollados.

De algún modo, tendría que serenarse antes de enfrentarse a su esposo. No podía permitir que él adviniera el color de la pasión sobre sus mejillas, o el tibio brillo de deseo en sus ojos. Temía provocar algún conflicto entre ambos hombres. Los dos eran capaces de recurrir a la violencia, y si alguno de ellos resultaba herido o muerto, ella sufriría para siempre el tormento de la culpa y la tristeza.

En la casa reinaba un silencio de muerte, tan sólo quebrado por la campanilla de un reloj distante al marcar las dos de la mañana. No pisadas audaces, ni pasos lentos y arrastrados, se oían cerca de su cuarto; ni una llamada suave a la puerta, ni un violento golpe de bastón se o yo en la noche. Una inmensa sensación de alivio comenzó a invadir a la joven cuando se percató de que ni Christopher ni lord Saxton se hallaban en camino a su recámara.

Erienne borró los últimos vestigios que le quedaban de la fiesta y se vistió con bata y camisón. Se sentó en la banqueta del tocador y comenzó a cepillarse lentamente el cabello, al tiempo que meditaba sobre los acontecimientos de la velada. Mil imágenes le cruzaron por la mente: el baile, la suntuosidad de la mansión Talbot, la insistencia del hombre, las sonrisas despectivas de Claudia; y sus propios pensamientos regresaron a Christopher. Recordó el momento en que le conoció por primera vez. Había esperado tan ansiosamente la visita de algún apuesto candidato, que inmediatamente le había acogido con agrado. Pese a que su padre había sido el responsable del conflicto entre ambos, no podía dejar de sonrojarse ante la mera mención del nombre de Christopher. Todavía avergonzaba a la joven el que Avery pudiera ser tan indiferente a sus propios actos, como si fuera él quien merecía ser considerado inocente.

Erienne dejó el cepillo y echó hacia atrás su larga cabellera, permitiendo que le cayera en ondulantes mechones oscuros sobre la espalda.

—¿Soy de verdad hija de mi padre? —murmuró en voz baja—. ¿E acaso mi frente lo que revela el parecido? —Se inclinó hacia el espejo para mirar su imagen atentamente—. Tal vez tenga yo sus ojos, o su nariz. —Movió la vela para obtener una mejor visión de sí misma. Luego, alzó la barbilla y giró la cabeza de lado a lado, señalándose el labio inferior con un dedo interrogante—. ¿Dónde está el parecido? ¿Será físico? —Sus ojos se agrandaron con horror—. No es físico, ¡sino espiritual! ¡Eso es! -Cerró la mano en un puño y se la llevó al corazón, al tiempo

que observaba la imagen que, boquiabierta, se reclinaba con disgusto—. He negado a mi esposo sus derechos legítimos y sin embargo, crece en mí este devastador deseo de entregárselos a otro. Mi padre se entregó al juego y a su propia codicia, y me vendió en la subasta. Es exactamente lo mismo. ¡Yo llevo la sangre de mi padre!

Se puso en pie y apoyó las manos sobre la mesa, inclinándose hacia el espejo para negar lo que éste reflejaba de su persona. —¡No lo permitiré! ¡Mi esposo tendrá lo que le he prometido!

Sin desearlo conscientemente, la joven se encontró en el pasillo y luego frente a la puerta de las recámaras de lord Saxton. Antes de que pudiera percatarse del horror que la aguardaba, abrió el sólido panel de madera, entró y lo cerró tras sí, pan luego volverse a correr el cerrojo.

Un pequeño fuego crepitaba en la chimenea, y aunque los cortinajes de pana cubrían ambos lados de la cama, a los pies se hallaban abiertos para recibir el calor de las llamas. Entre las sombras del interior del lecho, hubo un leve movimiento y luego un murmullo sordo, profundo, que quebró el silencio de la habitación.

—¿Quién se acerca?

El corazón de Erienne comenzó a latir con violencia, pero al igual que Juana de Arco al caminar hacia la hoguera, la joven no pudo retroceder. Avanzó lentamente hasta llegar a los pies de la cama. Bajo la titilante luz del fuego, pudo divisar la acurrucada, retorcida figura de su esposo bajo las mantas, y vio cómo se cubría apresuradamente la cabeza con una delgada tela de seda.

—Soy Erienne, milord. —Ella se desató el cinturón de la bata y se la quitó, para luego apoyar una rodilla sobre la cama. El silencio continuó, y entonces, levantando la otra rodilla, trepó hacia el colchón, para sentarse sobre los talones. Su voz tembló, al anunciar las razones de su visita—. Milord, me atemoriza menos su aspecto, que lo que podría llegar a ser yo si no me convierto de lleno en su esposa. Le ruego que me posea ahora, de manera que no haya más objeciones involucradas en nuestro matrimonio.

La joven se inclinó hacia adelante y extendió un brazo para retirar la máscara de seda, pero su esposo la detuvo, tomándola de la muñeca. Aún a escasa distancia, Erienne no pudo ver más que la oscura sombra de los ojos tras la sábana.

Lord Saxton sacudió la cabeza y susurró con dulzura: —De verdad, mi amor, este rostro provocaría tu huida. Erienne extendió la mano para coger la de él, y la cabeza de

su esposo se inclinó sobre ésta. A través de la tela, los labios masculinos le besaron los dedos, y la joven se enterneció ante la infinita dulzura de ese beso. Tras un instante, él se incorporó y, al hablar, su voz fue tierna, con una extraña nota de compasión, como si comprendiera la dura batalla que se libraba en el interior de su esposa.

—Erienne, mi amor... cierra las cortinas.

La joven se enderezó sobre las rodillas y extendió los brazos para correr los cortinajes. La luz del fuego descubrió su belleza a través de la diáfana tela del camisón, revelando las esbeltas curvas de su cuerpo. Luego, el tenue reflejo desapareció para otorgar plena oscuridad a la cama. Para Erienne fue como cerrar una pesada puerta detrás de sí, sin la posibilidad de volver a abrirla jamás. Obligada por el honor, había acudido a cumplir con sus deberes de esposa. Sin embargo, ahora no lograba reunir las fuerzas suficientes para dar el último paso hacia tal ejecución. La joven se quedó paralizada, luchando contra sus miedos y el arrollador deseo de huir.

La cama se hundió cuando lord Saxton se incorporó para arrodillarse frente a ella. Como una pluma volando hacia la tierra, las manos del hombre se deslizaron sobre los brazos de su esposa y luego la armadura simbólica del camisón se alzó sobre la cabeza de la joven. A la vez que la prenda caía a un lado, la joven se vio rodeada por los poderosos brazos de su esposo y atrapada en la calidez del cuerpo masculino. Erienne ahogó la exclamación que salía de su garganta. La sorpresa que experimentó no tuvo nada que ver con una sensación de repugnancia, sino más bien con las caricias audaces de su esposo.

La fuerza de ese hombre era inesperada. Alzó a la joven fácilmente para tumbarla en el lecho. Aun cuando la tela continuaba separando el rostro deforme del de ella, los labios desnudos del lord le acariciaron el cuello y descendieron hasta posarse, cálidos y húmedos, sobre su pecho, encendiéndole un fuego que Erienne jamás se imaginó pudiera prender. Una palabra asomó a los labios de la joven, pero la reprimió con violencia, porque era el nombre de otro. Al advertir el descarriado

curso de su mente, se decidió a concentrarse con fuerza en sus propósitos. Apretó ansiosamente su cuerpo contra el de su esposo, y al deslizarle una mano por el cuello, encontró una larga y rugosa cicatriz que le delineaba los prominentes músculos de la espalda .

. Eso sirvió para convencerla de que era lord Saxton quien le estaba haciendo el amor. Era su esposo, no Christopher Seton.

La joven se aferró a esa idea, al tiempo que las caricias del hombre se tornaban más audaces, explorando los secretos de su cuerpo femenino con la seguridad de un amante experto. Ella no dejaba de sorprenderse, porque había esperado una brusca ansiedad y una insegura torpeza. Pero él era tan dulce... tan increíblemente dulce... La mano del lord recorrió con deliberada lentitud cada rincón de los contornos de su esposa como si saboreara cada uno de sus descubrimientos, y ella temblaba una y otra vez ante la más ligera caricia.

Él se movió entre los muslos de la joven, y ella soltó una breve exclamación cuando la feroz espada se introdujo en la delicada tibieza de su femineidad. Erienne experimentó un dolor repentino, fugaz, cuando la carne se desgarró bajo la avasalladora presión. La masculinidad de su esposo la penetró, y ella se mordió el labio para sofocar un grito, ocultando el rostro bajo el musculoso cuello del lord. La joven le clavó las uñas en la espalda, pero él no pareció notarlo y, con los labios, continuó acariciándole las orejas y la frente. La respiración de lord Saxton se torno áspera, ronca, entrecortada, y Erienne pudo percibir los violentos latidos del corazón de su esposo contra su pecho desnudo. Con increíble cuidado él comenzó a moverse, lentamente al principio, y el agudo y punzante dolor desapareció. Los suaves capullos rosados se erizaron bajo el endurecido vello que cubría el pecho del hombre. La joven comenzó a seguir los movimientos

de las caderas de su esposo, y ambos se entregaron a un salvaje frenesí que los hizo ascender hasta vertiginosas alturas. El increíble placer que Erienne acababa de experimentar la hizo retorcerse y arquear las caderas contra las del hombre. Los dos remontaron en un precipitado vuelo, ascendiendo juntos hasta que la atmósfera se tornó densa, embriagadora. Erienne gimió, deseando más y más, y él se lo entregó. Era una meta conjunta que ambos cuerpos buscaban alcanzar, flexionando los músculos, entrelazando las piernas.

E Un suave grito escapó de los labios de la joven cuando la aureola de dicha los rodeó, bañándolos con una ola de placer que parecía destinada a no morir jamás. Lenta, muy lentamente, ambos regresaron a tierra, agotados, exhaustos, pero plenamente satisfechos con la unión de sus cuerpos.

En la estela de la pasión, Erienne se acurrucó contra su w

poso, convencida de que Stuart Saxton no era un caracol vacío sino un hombre de extraordinaria capacidad y destreza. Al igual que la mansión, aunque cicatrizado y quemado en el exterior guardaba en su interior un sinfín de cualidades superiores a b normal. La joven deslizó una mano por el ensortijado vello. del pecho masculino y descendió hacia la pierna que el lord cuidadosamente había apoyado sobre ella. Una vez más, los poderosos dedos de su esposo la detuvieron, tomándola de la muñeca. —Recuerda lo que tienes, Erienne-le advirtió él en un suave susurro—. Es tuyo todo lo que puedo darte en este mundo. No tientes a la suerte más allá de este instante, porque me apenaría terriblemente ver esta noche convertida en un momento de odio. Erienne intentó protestar, pero el dedo del lord se posó sobre sus labios para silenciarla.

—Tú puedes estar reparada, mi amor, pero yo no. —El se movió para cubrir a la joven con la manta y protegerla del frío —Me agrada sentirte entre mis brazos, y es mi deseo que duermas junto a mí, hasta despertar en la mañana. ¿Te quedarás?

—Sí, Stuart. —Se acurrucó junto a él, pero la risa grave, asmática de su esposo la hizo retirarse, intentando ver los ojos que no eran sino oscuras sombras detrás de la tela de seda—. ¿Acaso hay algo que te divierte?

—¡Duerme! A mí me será imposible contigo en mis brazos. —¿Prefieres que me retire? —preguntó Erienne, apoyándole una mano sobre el echo.

—¡Jamás! —Él la estrechó en un fuerte abrazo, enterrando el rostro contra el cuello de la joven—. He aguardado esto durante toda una eternidad —le dijo con voz áspera—, y aunque pueda ser maldecido en la mañana, no permitiré que finalice tan pronto. —¿Maldecido? ¿Cómo es eso?

—Te lo explicaré más tarde, mi amor. Ahora, me dedicaré a saborear los deleites que has traído hasta mí.

La luz del sol penetró suavemente en el sueño de Erienne, y sus ojos se abrieron cuando presintió una presencia en el borde de la cama. La inmensa figura negra de su esposo llenaba casi por

completo la abertura que quedaba entre los cortinajes de pana. Detrás de él, la luz del nuevo día inundaba la recámara y, recortado en la brillante luz, la joven ya no divisó la forma de una bestia, sino la de un hombre de anchos hombros, oculto bajo una máscara de cuero oscuro y un tétrico atuendo negro. Con seguridad, después de una noche tan dichosa, era sólo un truco de la mente lo que le hacía verlo más alto y más erguido. Erienne percibió el calor de la mirada de su esposo y pestañeó para desechar los últimos rastros de sueño de sus ojos.

—Buenos días —murmuró, con una dulce sonrisa en los labios.

—Un excelente día, mi amor, y todo gracias a ti —respondió el con voz áspera.

Ante el tierno recordatorio de la intimidad que ambos habían compartido, un suave tono rosado coloreó las mejillas de la joven p se extendió hacia su delicado cuello de marfil. La noche había brindado a la pareja un placer sublime, inesperado, y ella aún no salía de su asombro.

Erienne se cubrió con la sábana y aceptó la mano enguantada que él le ofrecía, para incorporarse y girar sus largas piernas hacia un costado de la cama. Lord Saxton saboreó el espectáculo de los esbeltos miembros de seda y, cuando la sábana cayó, las cautivantes curvas de los senos. E extendió un brazo para alisar los despeinados bucles sobre los hombros de la joven y, con un dedo, le recorrió la pálida piel del cuello hasta la oreja. Erienne frotó la mejilla contra la mano enguantada, sorprendiendo al lord con el cálido brillo de sus ojos.

—¿Ya no me temes, querida? —le preguntó él con voz ronca. Entonces, la joven advirtió que toas sus ansiedades se habían desvanecido. Aun cuando la máscara continuaba siendo una barrera entre ambos, ya no la inquietaba y, con el tiempo, desaparecería también.

—Me siento feliz de ser tu esposa en todos los sentidos, Stuart —murmuró ella.

El compromiso que esas palabras implicaban anonadó a lord Saxton, quien no pudo pronunciar una respuesta válida. Jamás había esperado que la niña se entregara a una horripilante bestia y, menos aún, que intentara ahora destruir los obstáculos que los separaban. ¿Qué tenía que pensar de esa joven? ¿Acaso se había enamorado de la bestia? ¿Había él ganado, o perdido, la partida? Erienne le apoyó una mano vacilante sobre el brazo.

—Ambos tenemos muchas cosas que aprender del otro, y nos queda toda una vida por hacerlo. Me inquieta no haber visto tu rostro jamás, y me pregunto si podrías ceder...

—No, no puedo. —El se apartó y arrastró su pesada bota sobre la alfombra. Se detuvo frente a la chimenea y, tras observar las ondulantes llamas durante largo tiempo, echó la cabeza hacia atrás, moviéndola lentamente de un lado a otro, como si quisiera aliviar un terrible dolor. Ahora que la joven se le había entregado, le resultaba más difícil deshacerse de la máscara. Con eso, sólo lograría que su esposa le odiara, y entonces, él lo perdería todo.

—Tú me has dado tiempo —le dijo ella con suavidad, interrumpiéndole los pensamientos—. Del mismo modo ahora esperaré yo.

El se volvió para mirarla y encontró una dulce sonrisa esperándolo. En ese momento, tuvo que luchar para controlar un irresistible impulso. Sólo eso pudo hacer para evitar tomar a su

esposa entre sus brazos, deshacerse de la máscara y los guantes, y besar esos tiernos labios hasta maullarlos. Pero el sentido común prevaleció. Tendría que aguardar el momento justo, o perder la perfecta rosa que, con tanto cuidado, había sostenido entre sus manos.

—Hoy estaré ausente por un tiempo —declaró él, midiendo l s palabras con cautela—. El señor Seton se reunirá contigo en la sala para el desayuno. No creo que yo regrese antes de que él se marche. ¿Podrías presentarle mis disculpas?

Erienne apartó la mirada de la inexpresiva máscara al percibir la repentina ola de calor que ascendió por sus mejillas. Christopher era la última persona que deseaba ver esa mañana, pero no pudo encontrar ninguna excusa adecuada para negarse a la petición de su esposo. Cuando por fin respondió, su gesto afirmativo fue apenas perceptible.

Con desesperación, Erienne intentó aferrarse a su reciente condición de esposa, pero un molesto recuerdo la atormentaba y le hacía estar reacia en presentarse frente a ese hombre. Incluso

en el clímax de su pasión, en ese instante de dichoso éxtasis, un suave aroma había penetrado en su mente, acosándola con efímeras imágenes del bien delineado perfil del yanqui.

La joven se detuvo en la torre para recuperar la calma, aunque nada parecía capaz de aminorar los violentos latidos de su corazón. Aturdida, observó un pequeño charco de agua que había quedado sobre el suelo, después de que algún pie descuidado hubiera transportado nieve hasta la entrada. Le miró, ero no logró verle, puesto que su mente se encontraba embotada por la presencia del hombre que la aguardaba en la sala. Se estremeció ante la sola idea de enfrentarlo, y supo que su consternación no podría haber sido más intensa aunque le hubiese entregado su virginidad. El calor de la vergüenza le subió a las mejillas, y ningún pensamiento reconfortante acudió a aliviarla frente al recuerdo de aquellos momentos que, juntos, habían compartido en el carruaje.

Cuando la joven entró en la sala, lo encontró frente al fuego, sentado en el sillón de lord Saxton, con las piernas extendidas. Ella se le acercó, y él de inmediato se puso en pie para observarla. Una leve sonrisa vacilante se dibujó en los labios del hombre y, aunque los ojos verdes recorrieron por completo la figura de la niña, éstos no lanzaron los destellos lascivos que, otras veces, la habían hecho ruborizar.

—Es.., esperaba que usted ya se hubiera marchado —comentó Erienne con tono titubeante.

—He esperado para verla, milady —murmuró él.

La joven apartó ansiosamente la mirada. Esa voz cálida, masculina, nunca dejaba de alterar sus sentidos.

r —No ha debido hacerlo, Christopher. La noche ha transcurrido, y de ella no quedarán secuelas. Me... me siento apenada por haberlo alentado, en cierto modo, a olvidar su decoro, pero prometo que no volverá a suceder.

—¿De veras prefiere usted a la bestia, Erienne? —preguntó

él con calma.

—Siento afecto por lord Saxton —afirmó la joven con desesperación, y unas lágrimas comenzaron a asomar en sus ojos, Cerró fuertemente los puños contra sus faldas de seda, y miró al hombre para hablarle en tono casi suplicante—. Él es mi esposo. Y no estoy dispuesta a deshonrarle, ¡ni a él, ni al nombre Saxton!

Erienne reprimió un sollozo y, llevándose una mano a su boca temblorosa, se giró. Christopher se le acercó e, inclinándose por encima del hombro de la joven, le habló con tono suave, mientras ella se secaba con furia las humedecidas pestañas.

—No llore, cariño —suplicó él—. No puedo tolerar verla tan apenada.

—Entonces, márchese —le rogó ella—. Márchese y déjeme en paz. .

Christopher frunció el entrecejo con expresión preocupada. —Por mi propia vida, mi amor, no puedo hacer eso. —¿Por qué no? —preguntó la joven, girándose para mirarle a la cara.

Él bajó la mirada y, con aire pensativo, observó el suelo de piedra durante un largo momento. Cuando sus ojos volvieron a toparse con la niña, su mirada fue directa y penetrante.

—Porque me he enamorado de usted.

Erienne le observó en silencio, aturdida por semejante declaración. ¿Cómo podía ser posible? El era un hombre de mundo, habituado a las conquistas y victorias fáciles. No se trataba de un muchacho inexperto, capaz de entregar el corazón a la primera damisela bella que le sonreía. ¿Qué había hecho ella para merecer tal distinción? En su mayor parte, se había comportado como una joven arisca y testaruda, siempre desconfiando de las intenciones del hombre. ¿Cómo podía él amarla?

—No se hablará más de esto —murmuró ella con desesperación.

—¿Acaso el no hablarlo calmará la herida? —preguntó Christopher, y comenzó a pasearse por la habitación con creciente furia—. ¡Maldición, Erienne! La he seguido de una punta a otra del país, lo he intentado todo para lograr que usted me viera como un hombre, pero mis esfuerzos han sido inútiles. Usted aún sigue considerándome un malvado monstruo que ha ultrajado cruelmente a su familia. Prefiere acercarse una bestia al pecho y nutrirlo con los dulces placeres del matrimonio, antes que tomarme a mí como esposo. ¿Acaso me he vuelto loco? ¿Puede decirme por qué un hombre cuerdo podría querer apegarse a sus faldas, esperando recibir una mínima porción de afecto, mientras usted se dedica a deleitar a la más horripilante de las bestias? Si cree que no siento celos de su esposo, permítame asegurarle, señora, ¡que está muy equivocada! ¡Detesto esa máscara! ¡Odio esa pierna deforme! ¡Aborrezco ese pesado bastón! El tiene lo que yo deseo, ¡y el silencio no suavizará en absoluto ese tormento!

Un titileo de vajilla anunció la entrada de un sirviente en la sala, pero Christopher estaba exasperado y, sin apenas girarse, hizo un ademán para indicar a Paine que se retirara.

—¡Fuera de aquí, hombre!

—¡Christopher! —exclamó Erienne, y dio dos pasos vacilantes para seguir al aturdido criado, pero Christopher se le acercó dirigiéndole una mirada fulminante.

—¡Quédese donde está, señora! Aún no he terminado con usted.

—Usted no tiene derecho a impartir órdenes aquí —protestó ella con creciente ira—. ¡Ésta es la casa de mi esposo!

—Yo imparto órdenes donde demonios me plazca, y por una vez, ¡usted se quedará quieta y me escuchará hasta el final! Sumamente irritada, Erienne le respondió:

—Usted podrá dirigir a los hombres de su buque a su placer, señor Seton, ¡pero no tiene tal autoridad en esta casa! ¡Buenos días!

Luego de levantarse las faldas, la joven dio media vuelta y se dirigió airadamente hacia la torre, hasta que oyó el sonido de unas rápidas pisadas que la seguían. Entonces, un repentino pánico la invadió, temerosa de protagonizar tal escándalo que no le fuera posible levantar la vista ante los sirvientes... o ante su esposo. Corrió hacia la entrada y, esquivando el charco, comenzó a subir las escaleras a toda velocidad. Apenas había alcanzado el cuarto peldaño, cuando oyó una patinada, un violento golpe, y luego un potente gruñido seguido por una furiosa maldición. Cuando Erienne se giró, Christopher acababa de estrellarse contra la pared, luego de deslizar la espalda sobre el suelo. Durante un instante, ella lo observó turbada ante la imagen del digno caballero, despatarrado por el piso de la manera más indigna. Pero cuando él alzó la cabeza para mirarla con ira apenas reprimida, Erienne no pudo contener la risa, provocando en el hombre una sombría expresión de cólera.

—¿Se ha lastimado? —preguntó la joven con dulzura. —¡Sí! ¡Mi orgullo ha quedado bastante magullado!

—Oh, eso se remediará, señor —dijo ella entre risas, recogiendo las faldas para sentarse decorosamente en el primer escalón; movió los ojos con picardía—. Pero debería ser cuidadoso. Si tan pequeño charco de agua puede hacerlo caer tan bruscamente, le aconsejaría no navegar más allá de estas costas.

—No fue el charco de agua lo que provocó mi caída, sino una irascible mujercita que dirige sus dardos hacia mí cada vez que se le presenta la oportunidad.

—¿Osa usted acusarme después de que ha venido aquí bufando y resoplando como un toro encolerizado? —Soltó una risa ronca, escéptica—. De veras, Christopher, debería sentirse avergonzado. Atemorizó a Paine y casi me hace tragar el corazón.

—Eso es imposible, señora, porque esa cosa seguramente la tiene usted de frío y duro acero.

—Está usted resentido —le regañó Erienne con arrogancia —porque no he caído desmayada a sus pies.

—¡Estoy furioso porque usted no hace más que negar el hecho de que debería ser mi esposa! —declaró él con firmeza. Unas pisadas en las escaleras atrajo la mirada de ambos. Aggie bajó los peldaños con indiferencia, al parecer, sin advertir la expresión sombría de Christopher. La dama pidió permiso y pasó junto a su ama. Finalmente, al llegar al nivel del suelo, contempló al hombre con un brillo travieso en los ojos.

—¿No está usted algo crecido para andar jugando por el suelo, señor?

El lanzó una mirada reprobadora a Erienne, que acababa de sofocar una leve risita, y se puso de pie, sacudiéndoselos calzones y las mangas de la chaqueta.

—Veo que aquí no soy bienvenido. Por lo tanto, me marcharé y dejaré que ambas se deleiten, sí es que pueden, con la presencia de lord Saxton.

—No se vaya enojado, señor —le suplicó Aggie—. Aún no ha probado bocado. Quédese a comer con la encantadora amita. Christopher soltó un ronco gruñido despectivo.

—Sin duda, encontraré más cálida compañía en la posada el jabalí.

Erienne alzó la cabeza. La idea de que él pudiera buscar consuelo en los brazos de Molly la angustiaba y despertaba sus celos. La imagen de la inmensa, musculosa figura de Christopher atrapada entre las piernas de esa sensual mujerzuela desgarró el corazón de la joven. No podía tolerar q e él le hiciera el amor a otra mujer, aun cuando apenas unas oras antes, ella se había entregado a su esposo. Las mejillas de Erienne se ruborizaron ante el conflicto que se libraba en su interior, y entonces la muchacha estalló con furia.

—¡Entonces, márchese! —gritó—. ¡Y apresúrese! Con suerte, ¡hasta podré olvidarme de que usted existe!

Christopher miró a la joven con el ceño fruncido, al tiempo que Aggie se retiraba rápida y discretamente.

—¿Es eso lo que realmente quiere? —preguntó él—. ¿No volver a verme jamás?

—¡Sí, señor Seton! —exclamó ella con amarga ira—. ¡Así es cómo lo quiero!

Christopher maldijo en silencio, antes de gruñir:

—Si es eso lo que la dama desea, entonces, ¡es exactamente eso lo que tendrá!

Abrió la puerta y salió haciendo que la puerta se cerrara violentamente a sus espaldas. Con los ojos llenos de lágrimas, Erienne subió rápidamente las escaleras hacia su recámara, donde, imitando los modales de Christopher, se apartó del resto del mundo con un violento portazo.

Después del almuerzo, la persistente ira impulsó a Erienne a buscar aire fresco más allá de los muros silenciosos y oscuros de la mansión.

Malhumoradamente, la joven pateó una pequeña piedra que tenía delante de sí. Esta rebotó, y ella la siguió con la mirada hasta un lugar cerca del muro, donde un brote de color quebraba la monotonía de la nieve y de los opacos grises y tostados de un arbusto. Allí, temblando desamparada frente a la brisa, había una minúscula rosa roja. La planta era débil, pe quena, con ese único capullo que, por algún milagro, había despegado su belleza en la mitad del invierno.

Maravillada, Erienne tomó el frágil brote entre las manos y se inclinó para aspirar la delicada fragancia que emanaba de los pétalos color carmesí. Sus pensamientos retrocedieron al pasado, cuando, largo tiempo atrás, sus sueños abrigaban la imagen de un príncipe ofreciendo una bella rosa para expresar su amor a la dama, y recordó una antigua leyenda, donde una rosa encontrada en invierno entrañaba la promesa del verdadero amor.

Erienne tocó los delicados pétalos y, por un instante, imaginó a un caballero con brillante yelmo plateado y rostro demasiado familiar. En la ilusión, él luchaba concienzudamente para rescatarla de su desdichado destino y, al hacerlo, se convertía en su héroe, su único amor. Él se inclinaba para tomarla entre sus brazos, y entonces, el caballero de yelmo plateado se desvanecía en la helada brisa que barría el jardín, para desaparecer para siempre de la vista de la joven.

Erienne dejó escapar un trémulo y prolongado suspiro. El corazón parecía pesarle como plomo, y suplicaba un alivio para semejante carga. Pero no hubo auxilio. Ningún brillo resplandeciente acudió a iluminar su sombría tristeza. Christopher se había ido y, tal vez, no regresara jamás.

Lord Saxton regresó tarde esa noche. Unas cuantas velas interrumpían la penumbra de los oscuros pasillos, y bajo la tenue luz de las llamas, el amo andaba, como un fantasma, a través de la casa. Con silenciosas pisadas, subió las escaleras y se dirigió por el corredor hacia el cuarto de Erienne. El hombre entreabrió apenas la puerta y se apoyó contra el marco, para deleitar su anhelante mirada con la figura tendida en la cama. La suave, regular respiración de la joven reveló la profundidad de su sueño. Ella se encontraba acostada con el rostro hacia la chimenea y una mano debajo de la almohada. Su larga cabellera se perdía en la oscuridad, y él supo que si se acercaba a abrazarla, la abundante melena lo bañaría con su encantadora fragancia. La figura de Erienne frente a sus ojos hizo realidad la imagen que le había asaltado durante todo el día: el de una mujer increíblemente bella que le calentaba la sangre más allá de lo tolerable.

Con sumo cuidado para no delatar su presencia, el lord atravesó la habitación y corrió los cortinajes de pana para oscurecer el interior de la cama. Caminó hacia un lado del lecho y se quitó los guantes y la máscara. Enseguida, convertido en una pálida sombra nocturna, se deslizó bajo las cobijas. Circundado por las cortinas de terciopelo, el hombre se transformó en un mero movimiento en medio de la completa negrura, Un suave suspiro escapó de los labios de Erienne, y él la abrazó por la espalda. Luego de aspirar la fragancia de la oscura cabellera, el lord hizo a un lado las ondas de seda para besar la tierna nuca de la joven. Entonces, deslizó la mano por debajo del camisón, buscando la femenina suavidad de la mujer.

Erienne se adaptó a las suaves caricias masculinas, oscilando entre un mundo real y fantasioso, mientras escurridizos ojos verde grisáceos la observaban con un singular destello. Un Potente perfume embriagó sus sentidos, y el calor de ese cuerpo firme, musculoso, penetró a través de la delicada tela de su camisón. Ella se estremeció, y entonces el hombre susurró:

—No puedo dejarte sola. —Posó los labios sobre el delicado

hombro de la joven—. El solo pensar en ti acelera los latidos de mi corazón y despierta en mí tan ferviente anhelo, que debo buscarte, o tolerar el tormento de no tenerte. Me has cautivado, Erienne. La bestia se ha convertido en tu esclavo.

El camisón desapareció en la oscuridad, con sólo un murmullo que evidenciara su caída sobre el suelo. La mente de Erienne emergió a la superficie del mundo real cuando el lord la estrechó contra la cálida desnudez de su masculino cuerpo. Los pechos de la joven adquirieron calor con las lentas y suaves caricias del hombre, que le enviaron ardientes llamaradas de pasión. El continuó explorando los esbeltos contornos femeninos, siguiendo la redondeada curva de las caderas; el corazón de Erienne comenzó a latir con violencia. Un gemido entrecortado escapó de los labios de la niña cuando las caricias masculinas se intensificaron, invadiendo la intimidad de su feminidad y enardeciendo sus sentidos con expectante ansiedad.

Él apoyó una mano sobre el hombro de la joven y le empujó la espalda contra el lecho; Erienne contuvo la respiración cuando los húmedos labios masculinos se movieron lentamente sobre los suaves capullos de sus pechos. Los besos del lord descendieron hasta posarse en la cintura y el abdomen, dejando, a su paso, un sendero de fuego que amenazaba con consumirla. La joven permaneció inmóvil, anhelante, mientras él se incorporaba en la oscuridad. Con las piernas entreabiertas, ella recibió la presencia masculina, luego lanzó una exclamación cuando la invasora calidez la penetró. Las manos de Erienne se deslizaron sobre los hombros del hombre, encontrando la cicatriz que la ayudaba a borrar el rostro de Christopher de la mente, Entonces, con movimiento hipnótico, las caras de él acariciaron las suyas, hundiendo la llameante espada, hasta convertirse en una dulce, extática tortura. En medio de su dicha, Erienne respondió arqueando la columna, y los ojos verde grisáceos la observaron, a la vez que ella deslizaba las manos hacía las caderas firmes y musculosas del hombre. En la mente de la joven, las familiares lagunas verdes brillaron victoriosas, pero ella no estaba en condiciones de ordenar obediencia a su razón, y en ese momento, no le importo cuál era la imagen que sus pensamientos creaban en la oscuridad.

En la quietud que siguió a la pasión, Erienne se acurrucó satisfecha bajo el calor de la inmensa figura masculina que tenía a su lado. Él se hallaba tendido de lado, con el rostro hacia ella y el pie derecho extendido fuera del alcance de las sedosas piernas de la joven, que descansaban sobre los firmes muslos masculinos.

El único sonido que interrumpía el silencio era el sordo tictac de un distante reloj. Los pesados cortinajes que rodeaban la cama impedían el paso del menor destello, encerrando a ambos en oscura intimidad. Aun así, Erienne se sintió acosada por las fugaces impresiones de un bien delineado perfil y unos cálidos ojos verde grisáceos.

—Has estado bebiendo —murmuró ella con suavidad.

—Sí —respondió él con voz áspera y susurrante, y la besó en la frente—. Temo que me atontó mi deseo por ti.

La joven sonrió en la oscuridad.

—Tu deseo tiene el aroma de una potente bebida.

—Mi tormento no se alivió con una o dos copas. La bebida sólo agudizó mis vehementes anhelos.

—¿Por qué no volviste a casa? Te estaba aguardando. Él respondió con una breve risita.

—Sí, y regresar a ti a plena luz del día hubiera sido realmente desastroso. ¿Acaso no comprendes lo cautivante que eres, mujer? —No entiendo —respondió ella, confundida.

—Estoy atrapado en la oscuridad, Erienne. Sólo puede venir a ti cuando la noche pueda ocultar mi rostro. Sin embargo, se anida en mí un ferviente deseo de tomarte entre mis brazos bajo la luz del sol, cuando pueda verte ruborizar con el calor de la pasión. Mi infierno es estar condenado a ser la bestia de la noche.

Transcurrió mucho tiempo antes de que se despertara en Erienne un cierto interés por la extraña figura que yacía a su lado en la cama. La respiración profunda y regular de su esposo le confirmó que se hallaba dormido y, como un cardo balanceándose en la risa, la mano de la joven se deslizó vacilante sobre el contorno masculino, para alcanzar las caderas y descender, con sumo cuidado, hasta que la cicatriz de una quemadura sobre el muslo la detuvo. No legó a descubrir hasta dónde se extendía la herida, pero no se atrevió a averiguarlo. Apartó la mano cuando un leve escalofrío le corrió por la espalda, y se preguntó si alguna vez lograría abandonar por completo sus escrúpulos.

El ornamentado carruaje personal de lord Talbot se-detuvo frente a la mansión Saxton una semana después del gran baile. Los dos lacayos saltaron a tierra y, mientras uno corría a sujetar los caballos, el otro colocaba presuroso una pequeña escalerilla bajo la portezuela, antes de abrirla. Un zapato adornado con una hebilla dorada se asomó y se posó con cautela sobre el peldaño, seguido por la engalanada figura de lord Talbot. Al bajar, el hombre miró en derredor con arrogancia y se acomodó la suntuosa capa sobre los hombros. El lacayo se adelantó para golpear el gigantesco aldabón de la puerta de la mansión, mientras su señoría caminaba melindrosamente hacia la torre de entrada, cargando en la mano izquierda un paquete envuelto en seda.

Paine se presentó para escoltar a Talbot hacia la habitación contigua a la sala principal, donde lord Saxton y su dama recibirían a la visita.

Con la precisión propia de un avezado diplomático, Talbot abordó el tema que le habla llevado a la mansión.

—Debo disculparme por la tardanza de esta reunión. Sólo puedo alegar en mi favor la urgencia de otros asuntos y una falta total de cooperación por parte del clima.

La voz grave y susurrante le respondió con igual franqueza. —Bienvenido a Saxton Hall. —La mano enguantada señaló un sillón cercano—. ¿Por qué no se sienta aquí, junto al fuego? A la vez que Nigel Talbot tomaba el asiento ofrecido, sus ojos se posaron sobre Erienne, deleitándose con la increíble belleza de la joven.

—Es agradable volver a verla, lady Saxton, espero que haya estado usted bien.

—Muy bien, gracias—. La muchacha apenas inclinó la cabeza al corresponder al saludo.

—He traído algunos registros de las rentas que cobré en su ausencia-declaró Talbot al tiempo que mostraba el libro de balances—. Desde luego, usted comprenderá que ha habido gastos que tuvimos que deducir, y éstos alcanzan una considerable suma. Hemos tenido que contratar algunos guardias para la protección de sus tierras y propiedades. Los animales de rapiña hubieran destrozado el lugar piedra por piedra, y además, no mucha gente acepta a traidores en su tierra.

La cabeza enmascarada se alzó, y la voz áspera de lord Saxton preguntó con tono severo:

—¿Traidores? ¿Qué quiere decir?

—Bueno, todos aquí saben que su padre vendió su apoyo a los escoceses. Se casó con la hija de aquel jefe... —Talbot agitó una mano, mientras trataba de recordar—. ¿Cuál era su nombre? Fue hace ya tanto tiempo que me temo que lo he olvidado.

—Seton —respondió lord Saxton con brusquedad—. Mary Seton.

Nigel Talbot le observó sorprendido.

—¿Seton? ¿Se refiere usted al mismo nombre de Christopher Seton?

—Sí. —El amo de la casa inclinó la cabeza—. El mismo. Mi madre y él son parientes.

—¿Son? —Nigel captó la repercusión de la palabra—. ¿Quiere usted decir que su madre aún sigue viva? —Cerró la boca, mientras el otro asentía y él trataba de ordenar sus pensamientos—. Lo siento, creí que la dama había muerto —murmuró, algo distante.

Lord Saxton se apoyó sobre su sólido bastón, exigiendo la atención del otro con su tenebroso aspecto.

—Aun cuando los asaltantes intentaron atraparnos y m t nos a todos, nosotros logramos escapar. Mi madre vive. Talbot frunció ligeramente el entrecejo.

—¿Y los hijos? ¿Qué sucedió con ellos?

El interés de Erienne se agudizó, intensificado por la mención de la palabra «hijos». Había vivido con la idea de que había un único hijo y, una vez más, se percató de lo poco que le había contado su esposo acerca de su familia. El lord parecía muy reservado al respecto, como renuente a compartir con ella esa parte de su vida. Aunque se mantuvo callada durante la conversación, escuchó con atención cada palabra, esperando extraer alguna información que probablemente, de otra forma, nunca conseguiría obtener.

Lord Saxton se giró hacia un lado cuando contestó la pregunta,

—Ambos escaparon con ella.

—Presumo que es usted el mayor, puesto que lleva el título de lord —acotó Talbot—. Pero, ¿qué ocurrió con el menor? ¿Vive él todavía?

Los ojos ocultos tras la máscara se posaron sobre el hombre.

—Según creo, él goza de buena salud. En un futuro, tendrá usted la oportunidad de conocerle.

Nigel Talbot logró inclinar ligeramente la cabeza. —Por supuesto, eso me agradará mucho.

Lord Saxton agitó una mano enguantada hacia el libro de balances.

—Estábamos discutiendo las rentas que usted cobró. Si es ése el registro que lleva usted de ellas, me dedicaré a revisarlo en mi tiempo libre.

Talbot pareció reacio en entregárselo.

—Hay algunos gastos que me agradaría explicar.

—Sin duda tendré muchas preguntas que formularle tras haber estudiado sus cifras —respondió el anfitrión.

Erienne notó los esfuerzos de lord Talbot por controlar los tensos músculos de su rostro. El hombre estaba obviamente irritado, pero su anfitrión no le dejaba alternativa posible. Con ciertos reparos, Nigel entregó el libro.

—Tendré en cuenta que hubo alguna suma de dinero destinada a la protección de mis tierras —declaró lord Saxton, a la vez que apoyaba el libro sobre una mesa—. Y, si me surge alguna pregunta, será usted el rimero a quien acudiré. Por de pronto, enviaré a un hombre a buscar los documentos...

—Los... los he extraviado. —El rostro de Nigel Talbot enrojeció, mientras se esforzaba por encontrar una explicación—. Después de tanto tiempo, no esperará que recuerde dónde se encuentran.

—Soy un hombre paciente —le aseguró lord Saxton con un tono casi amable, a pesar de la aspereza de su voz—. ¿Cree que le bastarán dos semanas para encontrarlos?

Talbot balbuceó una respuesta. —No... no estoy... seguro.

—¿Un mes, entonces? Fijaremos un mes de plazo y veremos que resulta. Le enviaré a mi administrador aproximadamente entro de un mes. Supongo que ese lapso será suficiente. —La mano enguantada cogió del brazo a lord Talbot con un gesto casi familiar, mientras le conducía hacia la puerta—. Llevará algún tiempo revisar todas las cuentas, pero deseo que sepa que nuestro hogar estará siempre abierto cada vez que usted o su encantadora hija decidan visitarnos.

—¿Stuart?

El lord se volvió ante la llamada de su esposa, que se le acercaba desde la salita,

—¿Sí, mi amor?

La expresión en el rostro de la joven revelaba confusión. —¿Por qué no me has contado que tenias un hermano menor?

Él le tomó ambas manos.

—Te espantarías, mi amor, si conocieras todos los secretos de los Saxton. Por el momento, cuanto menos sepas, mejor. —Entonces, hay algo que me ocultas —insistió ella.

—Con el tiempo, querida, te enterarás de todo lo que hay que saber acerca de mí y de mi familia. Hasta entonces, te ruego que confíes en mí.

—Es muy peligroso el juego que has iniciado con lord Talbot —le advirtió la joven—. Me asustas cuando deliberadamente le provocas.

La máscara de cuero profirió una risa asmática.

—Sólo le estoy ofreciendo algo de carne para masticar. Es la mejor forma que conozco de decidir si es en verdad un cordero o un lobo lo que se esconde bajo esa extravagante piel. Erienne sonrió con pesar.

—Su vestimenta es realmente algo recargada.

Lord Saxton apoyó ambas manos sobre el bastón y habló en un susurro sibilante.

—Sí, milady, y aunque el hecho no resulte tan agradable como desvestirte a ti, tengo intenciones de desnudar al hombre por completo.