CAPÍTULO 11

LA brillante luna formaba un halo de plata alrededor de las nubes de ébano y trazaba un caprichoso, variante dibujo de sombras y luces a través de las colinas. Una fresca brisa llegaba

desde el mar para mecer las copas de los árboles y barrer el polvo de los páramos. Unas pocas cabañas, arracimadas aquí y allá, parecían manchas oscuras con sus lámparas extinguidas y sus postigos cerrados para recibir la noche. Bajo el murmullo del viento, una profunda quietud confirmaba que todo estaba bien. Nadie oyó el estruendoso galope de un feroz potrillo negro, ni vio al ominoso jinete encapuchado que conducía el corcel a una velocidad vertiginosa. El animal avanzó a todo galope por el angosto camino que atravesaba el valle. Sus cascos brillaron como mercurio al pasar por un breve claro de luz, y la capa del jinete revoloteó para descubrir los fuertes músculos que ocultaba. Los ojos del corcel lanzaban llamaradas, confiriéndole el aspecto de un dragón listo para atacar, y la silenciosa figura que lo montaba confirmaba la idea de que esa correría iba camino a la muerte. La capa, al volar, brindaba alas a la imagen; sin embargo, ambos se hallaban afirmados a la tierra, y cabalgaban sin cesar, sin aminorar el paso, sin detenerse por el bien del hombre o de la bestia.

A poca distancia, la robusta ama de una pequeña cabaña deambulaba fuera de la cama, incapaz de dormir junto a los atronadores ronquidos de su esposo. La mujer arrojó unos trozos de turba seca en el fuego y permaneció observando la brillante luz de las llamas. Intranquila por la ansiedad que la embargaba, se estremeció y apartó la mirada. Experimentó una sensación helada en su protuberante barriga, como un terrible presentimiento de que algo espantoso estaba a punto de ocurrirles. Caminó por el piso mugriento, con las zapatillas aleteando contra sus talones, y se sirvió un abundante vaso de ale. Luego, regresó hacía la chimenea y se acomodó junto a una mesa toscamente labrada, rara sorber la bebida mientras observaba las doradas llamas del fuego.

Ya había vaciado la mitad del contenido de su pichel, cuando

inclinó la cabeza para escuchar, alarmada ante un rugido suave, distante. ¿Habría sido un trueno? ¿O sólo el viento?

Levantó el vaso para beber otro sorbo de cerveza, pero se detuvo, para concentrarse atentamente en el sonido. Éste se hacía más fuerte y más definido... y regular... como el galope de unos cascos de caballo.

La mujer depositó el pichel sobre la mesa y, tan rápido como pudo desplazar su inmenso volumen, corrió hacia la ventana para abrir los postigos. Lanzó un pequeño, tembloroso chillido cuando vio a la negra figura deslizarse entre las sombras de los árboles. La capa volaba detrás del jinete, y el caballo parecía abalanzarse sobre la cabaña. La mujer quedó paralizada por el pánico, y ahogó una exclamación de terror cuando el corcel se detuvo en seco frente a su puerta. El animal retrocedió de un salto, escarbando el aire con sus cascos brillantes, y quebró la quietud de la noche con un furioso relincho.

La dama prorrumpió en sollozos y se apartó de la ventana, con una mano aferrada a la garganta y el rostro deformado por el terror. La capucha de la capa ocultaba las facciones del jinete, pero tenía la certeza de haber visto una calavera sonriente y estaba segura de que ése era el ángel de la muerte— que iba a llevárselos.

—¡Timmy! ¡Ha regresado! ¡Timmy, despierta! —balbuceó la mujer entre llantos—. ¡Ay, Timmy, amor! Jamás dudé de tu palabra ni por un instante.

Timmy Sears levantó la cabeza de la almohada y se restregó los párpados adormecidos, hasta que distinguió a su esposa. La expresión de horror en el rostro de la dama logró espabilarlo. El pelirrojo cogió sus calzones, se metió dentro de ellos, y se tambaleó hacia la ventana para ver qué había aterrorizado a la mujer. El corazón le dio un vuelco cuando descubrió la causa de tanto horror.

—¡Timmy Sears! —La pavorosa voz hizo estremecer al pelirrojo—. ¡Acércate y muere! ¡Eres un asesino, y el infierno te aguarda!

—¡Lo estoy viendo! —gritó Timmy—. ¿Pero qué es?

—¡La muerte! —respondió su esposa con convicción—. ¡Ha venido a llevarnos!

—¡Cierra los postigos! ¡No podemos dejarla entrar! —Timmy Sears —le llamó la voz espectral—. ¡Acércate y muere!

—¡No iré! —bramó Timmy, y cerró los postigos con violencia.

Una horrenda risotada estalló en el silencio de la noche.

—Entonces, ¡quédate y muere incendiado! ¡Quédate y quémate, demonio!

—¡Quiere decir que nos va a incendiar la casa! —exclamó Timmy con voz chillona.

—¡Te quiere a ti! ¡No a mí! —gritó su esposa. De inmediato, la mujer abrió la puerta y, antes de que él pudiera detenerla, echó a correr fuera 'de la cabaña, a la vez que gritaba por encima del hombro—: ¡No moriré por ningún asesino!

Timmy tomó un hacha y se lanzó a través de la entrada, considerando que el tormento del fuego sería mucho peor que una rápida muerte. Había visto morir una vez a un hombre por las llamas y, aunque en ese momento le había resultado divertido, no estaba dispuesto a sufrir el mismo final. Por otro lado, la muerte se le tendría que enfrentar, y él siempre había sido habilidoso en las riñas.

—¡Prepárate, perverso bastardo! —rugió el pelirrojo—. ¡No me rendiré tan fácilmente!

Una estruendosa carcajada retumbó entre las paredes del valle.

—¡Timmy Sears! ¡He venido a vengar un asesinato! Tú has matado más de una vez, y es justo que tu muerte sea lenta. Una espada salió de su vaina y azotó el aire, lanzando destellos de acero bajo la luz de la luna. Luego, la muerte desmontó con la gracia de una sombra nacida en la oscuridad de la noche. —¿Qué buscas? —preguntó Timmy con voz chillona—. ¡Jamás te he hecho nada!

—No, pero has causado mucho daño, Timmy. Has asesinado y provocado la desgracia de muchos, y recibirás tu merecido. —¿Quién eres? ¿Quién eres?

—¿Recuerdas la antorcha que arrojaste a la mansión, Timmy? ¿Recuerdas al hombre que viste incendiarse?

—¡Tú no eres él! —Sears sacudió la cabeza, horrorizado —¡Él está muerto! ¡Muerto! ¡Yo mismo vi como moría! ¡Murió incendiado! Le oí gritar cuando cayó entre las llamas. ¡Otros también lo vieron!

—¿Y quiénes eran, Timmy, aquellos que aseguras que también me vieron? ¿Acaso no me ves ahora frente a ti, afirmando que fuiste tú el hombre que provocó el incendio?

—Sólo un fantasma podría haberse librado de esas llamas. —Ahora ya lo sabes, Timmy. Ahora ya lo sabes.

—¡Santo Dios! ¡Sí que eres él! ¡Hasta tienes su misma voz! —He venido a llevarte al infierno conmigo, Timmy.

—¡No tienes derecho a culparme sólo a mí! ¡Puedo nombrarte más de una docena de sujetos que también estaban allí!

—Sí, y estoy dispuesto a escucharte, mientras afilo mi espada con tu hacha.

Timmy se encogió y sollozó, al tiempo que la afilada hoja de la espada blandía a su alrededor, hiriéndolo superficialmente, sin que él pudiera detenerla con su pesada hacha.

—Dímelo ahora, Timmy, antes de que sea demasiado tarde. No te queda mucho tiempo aquí, en la tierra.

La muerte rodeó al pelirrojo con su turbulenta capa negra, invadiendo la noche con sus estruendosas carcajadas. Aun cuando el aire estaba helado, Timmy va podía sentir las lenguas de fuego ardiente que lo quemarían en el infierno. Desesperado, se arrodilló y comenzó a balbucear entre sollozos, implorando por su vida y confesando cosas que nunca antes se había atrevido a recordar.

La fragancia a rosas inundó la recámara cuando el vapor del baño aromático se disipó en el aire. El agua actuó como un bálsamo tibio y sedante sobre los doloridos músculos de Erienne. La joven se relajó en la tina y apoyó la cabeza contra el borde, al tiempo que se pasaba la esponja sobre los hombros, los mismos que Timmy Sears había magullado brutalmente, apenas el día anterior. Sus pensamientos retrocedieron hasta el momento en que había entrado en la mansión, para encontrar a su esposo aguardándola ansiosamente junto a chimenea. Al oír los pasos de la muchacha, él se había girado para saludarla, pero las palabras se habían esfumado de sus labios al ver las ropas desgarradas de la niña. Bundy se encontraba a uno o dos pasos detrás de ella, y había sido quien había respondido la pregunta de su amo, mientras Erienne observaba las manos enguantadas cerradas fuertemente en dos puños. Lord Saxton había mascullado una ronca, salvaje maldición, jurando que Timmy Sears recibiría su merecido. Al volverse una vez más hacia su esposa, el lord la encontró encogida, preparada para recibir toda clase de reprimendas. Asombrosamente, no hubo ninguna. En su lugar, el hombre había mostrado un gentil interés por el bienestar de la joven y le había ordenado tomar asiento, mientras le servía una copa de exquisito coñac. Al tiempo que la muchacha sorbía la sedante bebida, su esposo se había paseado por la sala, mascullando en voz baja cosas incoherentes, hasta que ella había comenzado a relajarse. Más tarde, él la había ido a ver a la recámara, pero apenas unos instantes después, se había marchado, con la promesa de regresar en la mañana.

La puerta de la habitación se abrió, causando una considerable consternación en Erienne, hasta que ella reconoció el veloz, enérgico paso de Tessie. Entonces, la joven volvió a relajarse, agradecida porque la hora de la visita de su esposa aún no había llegado. El sonido de las pisadas se tornó más suave cuando la doncella atravesó la alfombra hacia el pequeño receptáculo del baño. Llevaba en el brazo una pila de toallas limpias y perfumadas, que colocó junto a la tina, para luego escoger un frasco de aceite aromatizado.

Erienne se entregó al orden metódico de Tessie y salió de la bañera. De inmediato, la doncella se le acercó para secarle la espalda con las toallas de lino, que hacía a un lado no bien comenzaban a humedecerse. Tessie empezó a masajearle la espalda con el perfume, y Erienne levantó los brazos para sujetarse los mechones de cabello que le habían caído sobre los hombros. La pálida piel de su cuerpo brillaba con un lustre tenue bajo la luz de la mañana. La perfección de sus esbeltas piernas y de sus redondeados pechos no podía pasar inadvertida ante cualquiera que la observara.

De pronto, Tessie soltó una exclamación, y Erienne se giró para ver qué había sorprendido a la niña. Entonces, descubrió que la negra figura de su esposo llenaba la abertura enmarcada por los cortinajes de pana. La entrada imprevista de su marido nunca dejaba de amilanar a la joven, y el corazón comenzó a latirle con violencia.

—Buenos días, mi amor. —La voz áspera y susurrante reveló un evidente dejo de humor.

Erienne apenas inclinó la cabeza, al tiempo que echaba una mirada de reojo en busca de algo para cubrirse. Las toallas se hallaban apiladas junto a los pies de su esposo, y la bata se encontraba apoyada en la banqueta frente al tocador, decididamente fuera de su alcance.

Lord Saxton entró, se dirigió hacia esa misma banqueta y se sentó sobre el almohadón, atrapando la prenda con sus caderas. Erienne enseguida abandonó la idea de rescatarla y trató de no sentirse incómoda mientras Tessie continuaba afanada en sus tareas. La doncella se inquietó más y más cuando la inexpresiva máscara se volvió hacia ella. El horrible aspecto del amo marcaba un pronunciado contraste con la completa desnudez de su ama, hasta que finalmente la niña no pudo resistirlo más. Luego de mascullar una disculpa incomprensible, se retiró apresuradamente de la habitación.

Al cerrarse la puerta, una suave carcajada retumbó detrás de la máscara, y luego la abrumadora mirada se posó sobre Erienne. El recato erizó la piel de la joven bajo esa implacable inspección. Su profundo tono escarlata descendió hasta los capullos rosados de sus pechos y, cuando intentó cubrirse con los brazos, la máscara emitió otra leve risotada.

—En realidad, mi amor, hasta que te has ruborizado, yo no hacía más que observarte el rostro.

Sin saber qué hacer con las manos, Erienne miró a su esposo, mientras luchaba por combatir su bochorno. Era imposible ver qué había detrás de la máscara, pero el calor de esa mirada la quemaba hasta las entrañas.

—No es que vaya a ignorar todo lo demás que intentas ocultar. —Una nota de humor suavizó el áspero tono de su voz —De hecho, con que apenas curvaras un dedo como señal de bienvenida, yo te llevaría ansioso hasta la cama, para satisfacer mis necesidades de esposo.

—Milord, usted... usted se burla de mí —balbuceó ella, cogiéndose las manos por miedo a que él interpretara el menor gesto como señal de bienvenida.

—¿Deseas probarme? —Se levantó parcialmente de la banqueta—. Con un simple «sí», bastará. —Aguardó hasta que Erienne olvidó su recato y extendió ambas manos delante de sí como para detenerlo.

—Milord, yo... —Las palabras de rechazo se le atascaron en la garganta.

—Me imaginaba que no. —Puso a un lado la bata de Erienne, se volvió a acomodar sobre su asiento y arrojó la prenda a la joven.

Ella la cogió agradecida y miró a su esposo con incertidumbre: se sentía como si hubiera traicionado a un amigo. —Milord —murmuró con suavidad, tratando de aplacar su sensación de culpa—, confío en su paciencia y comprensión. —¿Has pensado que es mejor superar y dejar atrás lo que tanto se teme?

Erienne apenas asintió con la cabeza. —Lo sé, milord, pero...

—¡Ya sé! —la interrumpió él, sacudiendo la mano—. Para ti es muy difícil afrontar ese momento. —Apoyó un codo sobre la rodilla y se inclinó hacia adelante, y la joven percibió un brillo severo detrás de los agujeros de los ojos—. ¿Estás segura de que puedes afrontar ese momento, Erienne?

—Pro... prometo que lo haré...

—Si hubieses podido elegir —la interrumpió él—, ¿podrías nombrarme un hombre con quien habrías deseado desposarte? Si existe tal sujeto, entonces, tal vez, yo podría ir a verlo...

—No existe tal hombre, milord —murmuró ella, tratando de borrarse la imagen de Christopher Seton de la mente. Tenía la certeza de que lo que sentía por el yanqui no era más que una fascinación pasajera y que en poco tiempo lo olvidaría por completo. Al menos, eso esperaba.

—Muy bien. —El se enderezó antes de proseguir—. En realidad, he venido aquí por otro asunto. Tengo que tratar unos negocios con el marqués de Leicester en Londres, y he hecho arreglos para llevarte conmigo.

—¿El marqués de Leicester?

—Un viejo amigo de la familia, mi querida. Estoy seguro de que te agradará conocerlos a él y a su encantadora esposa. Nos quedaremos con ellos unos cuantos días, de manera que necesitarás que te preparen alguna ropa. Te sugiero que lleves algo adecuado para reuniones sociales.

—¿Y preferiría usted que me pusiera algo en especial, milord? —Pareces poseer una particular habilidad para elegir lo apropiado. Será mejor que escojas, puesto que mi preferencia, probablemente, no sería muy práctica

Erienne enarcó sus bien delineadas cejas con expresión interrogante.

—Estás encantadora así —le explicó él—. Pero me temo que de esta forma atraerías más miradas de las que estoy dispuesto a tolerar.

La joven apartó la mirada, incapaz de responder. En cada giro de la conversación, su esposo se ocupaba de dejar en claro cuánto la deseaba y cuán impaciente estaba por afirmar sus derechos como esposo.

—Vístete, querida. —Se puso de pie y caminó hacia el cortinado, desde donde anunció—: Para no provocar a mis instintos, te aguardaré en la sala.

Los preparativos del viaje resultaron aburridos para Erienne y el acicalamiento tedioso y sin sentido. Si su esposo decidía abandonarla por otra mujer, ella se sentiría gratamente aliviada. No deseaba ser expuesta con sus mejores galas. Aun así, Tessie trabajó con esmero para tal fin, sin dejar un solo detalle sin atender. El cabello negro del ama se convirtió en un sedoso racimo de bucles recogido sobre la nuca. Unas primorosas ligas de encaje sostenían las finas medias de seda a la altura de las rodillas. Un corsé fue ajustado sobre la delicada tela de la enagua, para luego cubrirlo con un exquisito vestido de pana de color verde azulado. El cuello y las mangas estaban decorados con finos hilos de seda. Un encaje rosado delicadamente fruncido bordeaba el escote y los puños. Por último, un gracioso sombrero con plumas fue colocado en ángulo sobre el elaborado peinado, y entonces fue cuando Erienne elevó una protesta. Si bien el sombrero era de un gusto exquisito, ella no deseaba dejar la mínima impresión de que estaba compitiendo con Claudia Talbot en cuanto a poseer la más extravagante colección de tocados.

—Pero, señora, usted ahora es la esposa de un lord —sostuvo Aggie— Es su deber vestirse como corresponde. No querrá que la gente rumoree que el amo es avaro con usted, ¿o sí? Sobre todo, cuando él ha gastado una fortuna en sus vestidos. Vea que espléndida luce con las ropas que él le compró. Sería una lástima que usted no se deleitara con los lujos que su esposo le ha brindado. Vamos. Mírese. —Condujo a Erienne hasta el inmenso espejo y aguardó, mientras la joven ama contemplaba su propia imagen—. ¿Y bien? ¿Luce usted como la hija de una ordeñadora, o como una gran dama?

Erienne tuvo que admitir que Tessie había hecho maravillas. Incluso pudo entender, hasta cierto punto, por qué lord Saxton la consideraba hermosa. Ella tenía bonitos rasgos, piel clara, un cuello largo y delgado y una abundante y lustrosa melena. Aunque delgada y algo más alta que lo normal, no tenía necesidad d e rellenar el pecho de su enagua, ni redondear las curvas de sus caderas.

Un dejo de rebelión se reflejó aún en su rostro cuando pensó en la posible reacción de lord Saxton al verla. Con el largo viaje a Londres por delante y sin conocer cuáles serían los arreglos para la noche, ya fuera en la ruta o tras la llegada, temía atraer más atención de la que su esposo ya le dispensaba.

Aggie le pellizcó ligeramente las mejillas para darles algo de color.

—Usted es muy hermosa, señora, y cualquiera puede ver que ha logrado cautivar al amo. Es usted encantadora. Realmente encantadora. Y no estaría nada mal si pudiera esbozar una sonrisa.

Erienne apenas logró curvar los labios en una insatisfactoria mueca.

El ama de llaves le correspondió con una mirada reprobadora. —Señora, si me permite decirlo, las he visto mejores en algunas almejas.

Tessie se llevó una mano a la boca para ocultar una breve risita, y un rubor más profundo coloreó las mejillas de Erienne. La joven intentó con una nueva sonrisa, hasta que Aggie emitió un suspiro de resignación y caminó hacia la puerta.

—Si es eso lo mejor que puede conseguir, supongo que tendremos que conformarnos.

Erienne se sintió desolada. Puesto que, al parecer, el principal objetivo de Aggie era prolongar la familia Saxton, ella comenzaba a sospechar que la mujer no se compadecía en absoluto por su sufrimiento y sólo intentaba persuadirla a complacer a lord Saxton.

f Poco tiempo más tarde, la joven se toparía con una prueba más contundente de que la señora Kendall estaba tratando de afianzar una relación íntima y agradable entre su amo y su ama. El coche había sido cargado con el equipaje, frente a la puerta principal de la mansión. Lord Saxton se encontraba discutiendo la ruta con Tanner, cuando Erienne salió de la casa, atrayendo de inmediato la mirada de su marido, y el mutismo de él ante la pregunta del cochero evidenció el hecho de que su esposa había acaparado su completa atención. Sin embargo, no fue ese comportamiento lo que confirmó los esfuerzos de Aggie por conciliar a la pareja, sino la aparición de Tessie y su rápido ascenso hacia el asiento del conductor. La doncella se colocó una pesada capa de lana sobre los hombros y tomó su lugar junto a Bundy.

Erienne lanzó una mirada inquisidora a su marido, creyendo que él había ordenado a la niña viajar en el asiento delantero. Él malinterpretó la silenciosa pregunta de su esposa y declaró: —Necesitarás la ayuda de Tessie en la casa de los Leicester. —Una risita burlona retumbó detrás de la máscara—. A menos, claro está, que puedas tolerar mi ayuda para el baño.

Erienne no deseaba darle la satisfacción de verla ruborizarse, y se apresuró a sugerir:

—Creo, milord, que la niña podría compartir la comodidad del carruaje con nosotros.

—Oh, no, señora. —Tessie sacudió la cabeza y su redondeado rostro reveló un rebosante entusiasmo—. Aggie me hizo prometerle que viajaría aquí arriba, con Tanner.

Erienne frunció el entrecejo al confirmar sus sospechas acerca de Aggie. Suplicó en silencio que este arreglo casamentero pudiera frustrarse tras la primera parada. Sin duda, la doncella estaría más que dispuesta a aceptar la oferta de su ama, tras haber experimentado los violentos empellones de los dos gigantescos hombres que la escoltaban.

Esta vez, cuando Erienne subió al carruaje y eligió su asiento, su esposo se quitó la capa y se acomodó a su lado. El lord se reclinó sobre el respaldo de almohadones y estiró su pie deforme hacia un costado, con su pierna izquierda apoyada descuidadamente contra la de la joven. Ella lanzó una mirada furtiva hacia el miembro agresor y lo notó bien formado, largo y muy musculoso. Lo mismo pudo advertir en el otro muslo. Las botas negras le llegaban a las rodillas, ocultando cualquier defecto, y un chaleco largo le cubría el contorno de las caderas.

Resuelta a evitar el menor contacto, Erienne se acurrucó en la esquina, pero cada golpe o sacudida del carruaje la hacía deslizarse hacia su esposo, que no realizaba el mínimo esfuerzo por moverse. Así viajaron durante una cierta distancia, y la joven continuaba luchando infructuosamente por mantenerse en su lugar.

—Es una tontería, ¿sabes? —La voz áspera y grave por fin quebró el silencio y atrajo de inmediato la atención de la muchacha.

—¿Tontería, milord? —El ni siquiera se había girado a mirarla, y ella le observaba desconcertada.

—Ese continuo esfuerzo por evitar tocarme. Es una tontería. La verdad de esas palabras sofocó cualquier negativa en la boca de Erienne. Era la esposa de ese hombre, y algún día tendría que darle niños, sin importar cuán desagradable le resultaba la idea. Resistirse a lo inevitable era como nadar contra la corriente en un fuerte torrente de agua. En algún momento, tendría que entregarse y permitir que la poderosa fuerza la arrastrara.

En el breve lapso que llevaba de casada, ella había aprendido que lo esencial era la inteligencia al tratar con lord Saxton. Sin importar cuán grotesco era el aspecto de ese hombre, su mente era rápida y podía interpretar a su esposa con increíble facilidad. Esto colocaba a la joven en una posición desfavorable, puesto que ella no sabía absolutamente nada de él. Se le ocurrió que, si deseaba sobrellevar su matrimonio sin dañar su cordura, tendría que comenzar por aceptar a lord Saxton como hombre y entonces, tal vez, podría llegar a conocerlo como esposo.

Deslizó lentamente la mirada sobre el perfil de la máscara. Tenía mucho que saber acerca de ese hombre y, para lograrlo, debería depender de un interrogatorio, puesto que no era muy hábil para adivinarle el pensamiento. Algo atemorizada, Erienne respiró hondo para apaciguar los nervios, y abordó el tema que más la intrigaba.

—Me preguntaba, milord, cómo le fue posible sobrevivir al incendio. No queda nada del ala este de la mansión, sólo escombros, lo que parece indicar que la magnitud de las llamas fue bastante considerable. Lo he intentado, pero no puedo imaginar cómo logró usted escapar...

—No soy un fantasma —afirmó él con brusquedad. Jamás he creído en fantasmas, milord —murmuró la joven suavemente.

—Tampoco me crees un hombre de carne y hueso. —Se hizo un profundo silencio, hasta que él preguntó—: ¿Temes encontrar un monstruo deforme en tu cama?

Las mejillas de Erienne ardieron con el calor de la vergüenza. Bajó la mirada hacia sus delicadas manos, que había entrelazado en el regazo, y habló con un suave tono de voz.

—No fue mi intención provocar su ira, milord. El se encogió de hombros.

—Todas las mujeres sienten curiosidad por sus esposos. Tú tienes más razones que la mayoría.

—Yo siento curiosidad... —comenzó a decir ella con voz trémula—, no porque me preocupe ir a la cama con usted, sino... —De pronto; se percató de que sus, palabras podrían ser malinterpretadas, y se mordió el labio preocupada, para aguardar la reacción del lord.

Tal como había sospechado, él cogió al vuelo la afirmación. —Si es ése el caso, entonces tal vez sea yo bienvenido en tu recámara esta noche. Me sentiré más que complacido si me permites demostrarte mis habilidades como esposo. Puedo pedir una sola habitación para ambos en la posada, y tendremos oportunidad de calentarnos uno al otro durante toda la noche.

—Pre... preferiría que no lo hiciera, milord —respondió ella en un forzado susurro.

La cabeza encapuchada se inclinó levemente. —Como quieras, mi amor. Aguardaré.

Aun cuando su alivio fue grande, Erienne no se atrevió a exhalar un suspiro audible. A veces, lo más seguro era el camino de la ignorancia, y se contentó con permitir que el silencio se prolongara hasta que él decidiera quebrarlo.

Cuando se acercaron al puente de Mawbry, la joven concentró su atención en la multitud que había allí congregada. Todos se hallaban inclinados sobre la balaustrada para ver algo que flotaba en el arroyo. Al ver que el carruaje se abalanzaba sobre el puente, el grupo se dispersó, pero un pequeño carro aparcado al otro lado del camino imposibilitó el paso del vehículo. Erienne se inclinó hacia adelante para ver qué había atraído a los espectadores. Estudió los rostros de todos para identificar a alguno que le resultara familiar. Sus ojos se agrandaron cuando descubrió el objeto de tanto interés en los hombres. Junto a la orilla del arroyo, yacía un sujeto con los brazos extendidos de una manera grotesca. Su cabeza y la parte superior de su cuerpo estaban cubiertos de sangre, y sus ojos observaban inmóviles el cielo plomizo. Incluso a través de la máscara mortuoria, la joven pudo ver la expresión de horror que aún curvaba los labios de la víctima.

Erienne se retrajo en su asiento, cerró los ojos para borrar la horrenda imagen y se llevó una temblorosa mano a la boca para

reprimir una súbita sensación de náuseas. Lord Saxton vio el rostro pálido de la joven y se inclinó hacia la ventanilla para averiguar qué cosa la había afectado y, no bien descubrió la causa, golpeó el techo del carruaje con su bastón. La pequeña compuerta bajo el asiento del cochero se abrió y apareció la cara de Bundy.

—¿Sí, milord?

—Mira si puedes averiguar qué ha sucedido allí abajo y quién es ese pobre diablo —ordenó el amo.

—Enseguida, milord.

Luego de intercambiar unas pocas palabras con la gente del puente, Bundy llamó a Ben, quien se le acercó y le suministró la información.

—Se trata de Timmy Sears. Alguien lo golpeó y luego le abrió la garganta para darle muerte. Su pobre viuda está en la posada ahora, y jura que la última vez que vio a su esposo, él se estaba preparando para luchar con un ángel de la muerte que había ido a buscarlo a su propia casa. Un jinete de la noche todo vestido de negro.

—¡Maldición!

El juramento fue apenas audible, incluso para Erienne, quien se volvió hacia su esposo sorprendida. El apretó el puño del bastón con tal intensidad, que sus dedos se proyectaron como garras bajo el suave cuero de sus guantes. La joven recordó el incidente con Sears y se preguntó si sería ése el método de lord Saxton para sojuzgar a pendencieros revoltosos. Si la furia de su marido frente a la muerte de Timmy era una reacción sincera o un mero truco para ocultar su culpa en un asesinato, ella no podía decidirlo.

—Diles que llamen al alguacil —gritó lord Saxton a Bundy con tono brusco—. Luego, encárgate de que alguien quite ese carro del camino.

—Sí, milord —respondió el sirviente, y cerró la compuerta.

El lord apoyó ambas manos sobre el bastón y se reclinó contra el respaldo de su asiento. Aunque la máscara sin rass no reflejaba ninguna emoción, Erienne percibió la tensión su esposo, pero no se atrevió a interrogarlo hasta que el carro fue retirado del puente y el carruaje emprendió nuevamente la marcha. Entonces, la joven se armó de coraje y preguntó:

—¿Está usted enojado porque asesinaron a Timmy? —¡Mmm! —Fue un gruñí do evasivo.

Erienne no pudo decidir si la respuesta había sido un sí o un

no. Pero sabía que se sentiría acosada por demasiadas sospechas si no proseguía con el tema.

—¿Habló usted con Timmy... acerca de lo que sucedió ayer? El rostro enmascarado se giró, y ella se sintió perforada por el brillo de los ojos.

—Yo no lo maté.

La respuesta fue breve y terminante, y Erienne se apoyó sobre el respaldo de su asiento, sin atreverse a articular una sola palabra más, ni siquiera una disculpa. Ya se había arriesgado demasiado.

El rostro enmascarado se volvió hacia la ventanilla opuesta. Y ella no tuvo otra alternativa más que imitar a su esposo en la silenciosa contemplación del paisaje que pasaba a su lado.

Ya estaba cayendo la noche, cuando el carruaje se detuvo frente a una posada. La vacilación de Erienne fue evidente cuando lord Saxton le ofreció la mano para ayudarla a descender. Al ver que la joven no lograba dominar sus dudas, él le rodeó los dedos con infinita dulzura. Cuando ella descendió, el lord no hizo ningún intento de soltarle la mano, sino que la observó durante un largo momento. Incapaz de controlar sus temblores, Erienne buscó en la aterradora máscara algún indicio que le revelara las intenciones de su esposo, pero la creciente oscuridad del crepúsculo ocultó incluso el brillo de los ojos. Él inspiró como si estuviera a punto de hablar, y la joven aguardó, pero el lord volvió a exhalar el aire con un profundo suspiro, sacudiendo, al mismo tiempo, su cabeza de cuero. Sus dedos de hierro soltaron los de la muchacha, para señalar a Bundy indicándole que lo siguiera.

Sólo unos pocos parroquianos ocupaban el salón comedor, y todos se silenciaron abruptamente al ver a la dama seguida por lord Saxton. Una quietud mortuoria inundó la habitación, hasta que un mequetrefe borracho llamativamente engalanado depositó su pichel vacío sobre la mesa y ordenó a gritos que volvieran a llenárselo.

Erienne tomó su cena en el cuarto, y luego lord Saxton le hizo una breve visita, hasta que Tessie comenzó a preparar la ropa de cama. Para el alivio de Erienne, su esposo se retiro por la noche. Sus pisadas retumbaron por las paredes del corredor vacío, hasta que ella oyó una puerta que se abría y se cerraba al otro lado del pasillo. Mucho después de que Tessie se hubiera marchado, la joven se sentó junto a la chimenea de la habitación, para contemplar las llamas, mientras intentaba convencerse de que no había razón para temer a su esposo. Si de algún modo lograba ella aplacar sus ansiedades y cumplir con sus promesas,

quizás, una vez superado el primer obstáculo, su aversión cedería. Pero ahora la imagen de Timmy Sears cubierto de sangre se inmiscuía en sus pensamientos, y supo que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera borrar ese recuerdo.

Un profundo silencio inundó la posada cuando los huéspedes se retiraron a dormir. Al deslizarse entre las aterciopeladas cobijas, Erienne detectó el golpe de unas pisadas distantes; pero luego el sonido se detuvo, y ella se relajó y permitió que el sueño se apoderara de sus perturbadores pensamientos.

Entrada la noche, la joven volvió a oír el mismo sonido. Un golpe y un pie que se arrastraba; luego, unos suaves golpes a su puerta. Por un Instante, las neuronas de Erienne no lograron reaccionar. Acababa de despertar, y las hebras entrelazadas de su profundo sueño se rehusaban a liberar su mente. Los sonidos se repitieron y la joven se despejó sobresaltada, al percatarse de que sólo lord Saxton podía encontrarse al otro lado de la puerta. La única razón que podía haber impulsado a su esposo a visitarla en la mitad de la noche era el deseo de compartir la cama con ella.

Un incontrolable temblor se apoderó de la joven cuando se puso de pie. Se obligó a aceptar su destino y, apresuradamente, se colocó la bata. Encendió una vela con el fuego de la chimenea y la titilante luz de la llama delató su nerviosismo. No necesitaba que nada le recordara cuán aterrorizada se sentía, y dejó la vela sobre una mesa, para luego atravesar la habitación. La llamada se repitió una vez más, y se detuvo frente a la puerta para reunir todo el coraje que pudiera conseguir.

Apenas había girado la llave en el cerrojo, cuando el portal se abrió bruscamente y ella fue arrojada hacia atrás. Ahogó una exclamación al percatarse de su error. No era su esposo, sino el libertino borracho del salón quien se había acercado a visitarla. Vestido con unos calzones, unas medias y una camisa desprendida para revelar su pecho fláccido, el hombre se apoyó con descaro sobre la jamba de la puerta y le mostró una botella de vino.

—Mira, niñita. —Sacudió la botella para tentarla—. Te he traído algo para que saborees, antes de ir a nuestro asunto. —Soltó una carcajada, entró en la habitación y cerró la puerta de una patada.

Erienne había recobrado el coraje al advertir que la hora de su condena no se hallaba tan cerca, pero por precaución, retrocedió, al tiempo que echaba al hombre una severa advertencia.

—No he venido sola. Mi esposo está en la habitación al otro lado del pasillo.

—Sí, vi al inválido, y supuse que necesitabas una buena compañía para esta noche. —El mequetrefe rió y encorvó los brazos de manera grotesca—. Tendría que estar en mi tumba, si es que no puedo superar al cojo.

—Si no abandona usted esta tontería —replicó ella—, tendrá que vérselas con él. Está considerado como un excelente tirador...

—¡Bah! Yo ya me habré ido cuando él logre arrastrarse desde su cama. —El borracho dejó a un lado la botella y posó sus ojos lascivos sobre la joven. Hinchó el pecho para bajar el cinturón que ajustaba su fláccida barriga y se quitó la camisa fuera de los calzones—. Si tu marido fuera realmente un hombre, estaría aquí contigo. Yo no dejaría sola a una niñita tan bonita como tú. De veras que no.

—¡Le juro que gritaré si no se marcha! —exclamó Erienne, furiosa ante la osadía del hombre.

—Eh, vamos, bonita. —El sujeto no se amilanó ante las amenazas de la joven. Estaba seguro de que ella gozaría con lo que él podía brindarle—. No tienes por qué enfadarte. Sólo un poco de placer, y me marcharé. No sufrirás ningún daño, más que el desgaste natural.

Se abalanzó sobre la muchacha, pero Erienne había lidiado con más de un desfachatado y ágilmente lo esquivó. Antes de que él se volviera, ella tomó el atizador de la chimenea y lo golpeó con fuerza en la espalda. El hombre profirió un alarido, al tiempo que se tambaleaba hacia el muro. Luego, giró, frotándose la piel cruelmente magullada.

—¡Ah! Conque quieres jugar sucio, ¿eh? —Lanzó una mirada fulminante a la joven—. Bien, el viejo Gyles puede ser tan rudo como quiera milady.

f Extendió los brazos y se lanzó hacia la muchacha. Sus ojos revelaban venganza tal como lo había hecho su voz, pero Erienne no se inmutó. En su mirada ardió el fuego del desafío cuando lo enfrentó, sacudiendo el atizador delante de sí, al tiempo que retrocedía, hasta que, para su desazón, se topó con el borde de la cama y quedó allí, atrapada frente a su agresor libertino. AL encontrarse tan cerca de su objetivo, Gyles rió con regocijo y se abalanzó hacia la joven. Erienne fue más rápida. Se agachó y giró hacia un lado, esquivando los brazos del borracho, pero el atizador le fue arrebatado de las manos antes de que pudiera golear. Gyles se estrelló contra la cama y rebotó en el colchón; luego, volvió a incorporarse, al tiempo que ella corría hacia la puerta. El hombre estiró un brazo y cogió a la muchacha por la bata. Erienne no perdió un solo instante en luchar por su prenda: se liberó de ella, dejándola en manos de su agresor.

Gyles vio el esbelto cuerpo, apenas oculto bajo la diáfana tela del camisón, volando hacia el pasillo. Sus ojos lascivos brillaron con mayor intensidad, y se lanzó tras la joven, sin preocuparse por la sábana que se le había enredado alrededor del pie, asta que ésta lo atrapó a la manera de un lazo. Erienne oyó el golpe del pesado cuero contra el piso, y rápidamente se volvió, para cubrir al borracho con las cobijas. Él inundó la habitación con sus violentas maldiciones, al tiempo que se retorcía y rodaba, intentando liberarse. La joven no se detuvo a ayudarlo, sino que corrió hacia el corredor. Cuando Gyles logró sacar la cabeza de la maraña de mantas, sólo vio el forro de un vestido desaparecer detrás de la puerta. Luego de mascullar una promesa lujuriosa, el hombre se incorporó y salió, tambaleante, en persecución de su víctima.

Erienne se detuvo en el pasillo y miró a su alrededor, indecisa. Si bien temía a su esposo, lord Saxton era el único que podía brindarle refugio. Oyó las pisadas de su agresor detrás de sí v, súbitamente decidida, corrió hacia el otro lado del pasillo. Tras un ligero golpe a la puerta, giró el picaporte e irrumpió en la habitación de su esposo. El cuarto estaba en penumbras; sólo un tenue rayo de luz de luna penetraba por la ventana. Suficiente para esbozar la figura del hombre que se levantaba desnudo de la cama. Al verlo en ese estado, Erienne se detuvo confundida, sin saber si quedarse o marcharse. El mequetrefe la ayudó a decidir. Al ver la silueta de la joven delineada contra la ventana, él intentó abrazarla, sin percatarse de la sombra que se movía en la oscuridad. En el instante en que Gyles se lanzaba para agarrarla, Erienne se volvió para esquivarlo, pero se cayó de rodillas y la mano del borracho logró cogerla del camisón. La delicada tela se rasgó por delante, y el libertino se estremeció y profirió un gruñido salvaje.

Gyles ahogó una exclamación cuando la mano del otro lo cogió de la muñeca y, en el instante siguiente, sintió el sólido golpe le un puño en la mitad de su estómago. El borracho se encorvó y gimió de dolor, cuando una rodilla desnuda lo golpeó en el mentón y lo arrojó violentamente al suelo. Gyles rodó y se arrastró hacia la entrada, hasta que llegó al pasillo y, entonces, sollozó con alivio, tras haberse librado de ese demonio furioso de la habitación. La puerta se cerró con fuerza detrás de él, y Erienne se cubrió con el camisón rasgado, al tiempo que su esposo se acercaba con su paso renqueante. La luz de la luna era tenue, pero un débil haz plateado atravesaba el cuerpo del hombre desde la cintura hasta la parte superior de los muslos, revelando más detalles de los que la joven deseaba observar. Ella no descubrió ninguna deformidad. Las caderas eran delgadas: el abdomen, plano y firme. De hecho, a pesar de su castidad, el cuerpo de ese hombre le pareció digno de admiración.

El debió de haber percibido la mirada de su esposa, porque su reacción provocó una ola de calor en las mejillas de Erienne. Ella bajó inmediatamente los ojos y se incorporó, agradecida de que su larga cabellera formara un espeso escudo frente a su sonrojado rostro. Su esposo dio un paso adelante para prestarle su ayuda cogiéndola de la cintura, y Erienne sintió el calor de ese contacto a través de la delgada tela del camisón.

—¿Estás bien? —El susurro de lord Saxton ya no tenía ese tono sibilante que le confería la máscara, pero aun así, su voz sonó extrañamente forzada.

Erienne no se atrevió a mirarlo.

—Lamento la intromisión, milord. Oí un golpe en la puerta y, como creí que era usted, la abrí.

—No necesitas disculparte —le aseguró él con voz áspera—. Puedo entender por qué ese hombre hizo el intento. Eres, sin duda, un premio extraordinario. Y yo no puedo sentirme ofendido por la disposición de mi esposa a admitirme en su recámara. —Acarició ligeramente la espalda de la joven a través de la delicada tela del camisón, y ella permaneció inmóvil, tensa—. ¿Te quedarás aquí, conmigo?

Erienne se mordió el labio. Era ése el momento de poner a un lado todas las negativas; sin embargo, no pudo articular una sola palabra. Lo había visto desnudo y sabía que, al menos, no era totalmente monstruoso; pero la certeza de que existía una deformidad seguía atormentándola.

—Pre... preferiría regresar a mi habitación, milord,... si no le importa.

El apartó la mano.

—Aguarda un minuto, entonces. Veré si el posadero está enterado de la tendencia de este hombre por atacar a sus huéspedes. El lord cogió la bata que había a los pies de la cama y se la colocó. Erienne levantó la mirada, pero la oscuridad ocultó el perfil de su marido, y ella no pudo satisfacer su curiosidad. Pero pronto se sintió complacida, puesto que, pensó, podría haberse arrepentido de verle el rostro lleno de cicatrices. El se colocó la máscara, las botas y los guantes, antes de entrar en la escasa laguna de luz que penetraba por la ventana. Luego, caminó hacia la cama y levantó las cobijas.

—Puedes abrigarte aquí mientras esperas —le dijo y, al ver que Erienne titubeaba, esbozó una sonrisa burlonamente—. No te molesta compartir mi cama una vez que yo la he dejado, ¿o sí?

La joven no se atrevió a emitir ningún comentario y se deslizó entre la tibia suavidad de las sábanas. De inmediato, recordó aquel perfume que había percibido al desertar por primera vez en la habitación del lord en Saxton Hall. La misma agradable fragancia que había afectado sus sentidos entonces, tal como lo volvía a hacer ahora. Había algo especial en ese aroma que le recordaba otro tiempo y lugar. Sin embargo, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, le resultaba imposible precisar ese momento.