CAPÍTULO 20

ERIENNE se levantó descansada y caminó alegremente hacia el tocador. Mientras se cepillaba el cabello, sin embargo, sus pensamientos volvieron a acosarla. Su mano se detuvo cuando la confusión le hundió sus afiladas y persistentes garras en la mente. La resolución de llegar al meollo del asunto creció en su interior, y abandonó la habitación para dirigirse hacia la recámara del amo. Estaba dispuesta a enfrentarse a Christopher abordando el tema de su rescate en el arroyo. Ya se había acercado a la puerta, cuando se detuvo, confundida, al oír la voz de Aggie a través del sólido panel de madera. El tono de la mujer era suave e indistinto, pero apremiante, medio acusador, medio suplicante. Erienne se sintió de inmediato avergonzada al advertir su papel de escucha oculto y apoyó la mano en el picaporte, girándolo ruidosamente.

Al abrir la puerta, encontró a Christopher semisentado contra las almohadas con una huella de sonrisa divertida en los labios, en un semblante obviamente mejor que el del día anterior. Aggie se encontraba de pie junto a la cama, con las mejillas enrojecidas y los brazos en jarras. Al ver a la joven, él tosió ligeramente y el ama de llaves se ocupó en retirar la bandeja del desayuno, aunque sus labios permanecieron apretados y su rostro extrañamente ruborizado. Erienne restó importancia al asunto, puesto que no le costaba imaginarse a la mujer regañando al hombre por no cuidarse debidamente, o por ocuparse de alguna actividad no autorizada, lo cual, al menos a los ojos de Aggie, sería imperdonable.

—Iré a buscar agua caliente a la cocina para atender la herida, lady Saxton. —El ama de llaves hizo hincapié en el título, al tiempo que lanzaba una mirada arrogante hacia el hombre —¿Me haría el favor de retirar el vendaje usado mientras tanto?

Erienne asintió, cada vez más confundida. La acostumbrada efusividad de la mujer se hallaba aparentemente ausente y la causa no parecía tener una explicación lógica. Si se trataba de celos por respeto a lord Saxton, entonces, ¿por qué, pensó la joven, le asignaba a ella semejante labor?

Aggie le alcanzó unas tijeras y tras un último gesto altivo hacia el inválido, se retiró rápidamente de la habitación. Aun antes de que se cerrara la puerta, Erienne percibió la mirada de Christopher y, cuando se giró hacia él, encontró un hambreen esos ojos verdes, que no tenía nada que ver con una necesidad del estómago. El pulso de la joven se aceleró, y lo disimuló bajo una expresión reprobadora.

—Si desea que lo atienda, señor Seton, insisto en que ejercite un mayor grado de control, al menos, en presencia de otros. La pobre Aggie es increíblemente fiel a Stuart, y no creo que pueda seguir tolerando sus insolentes galanteos.

Sin inmutarse por la reprimenda de la joven, Christopher se señaló el vendaje.

—¿Está usted segura de que tiene estómago para esto? Erienne se sentó en el borde de la cama, junto al costado izquierdo de Christopher.

—Atendí el brazo de Farrell durante bastante tiempo. Le garantizo que podré encargarme de esto también. —Sus labios se curvaron en una sonrisa de pesar—. Sin embargo, le sugiero que se mantenga quieto, o podría verme tentada a arrancare un pedazo de pellejo en compensación.

—Como usted ordene, milady. —Extendió los brazos, entregándose por completo a los cuidados de la joven y le apoyó accidentalmente una mano en la cabeza, cuando ella se inclinó para retirarle la banda que sujetaba el vendaje. Al sentir los dedos de Christopher acariciándole la espalda, Erienne le cogió por la muñeca y depositó la mano sobre el colchón.

—Tampoco yo toleraré sus jugarretas, señor Seton —lo amonestó.

Una lenta sonrisa se dibujó en los labios del enfermo. —Está siendo usted terriblemente formal, milady. ¿Acaso le ha tomado antipatía a mi nombre de repente?

—No deseo alentar su descarada indiferencia hacia mi condición de mujer casada, eso es todo-le explicó Erienne con tono vivaz—. Está siendo demasiado impertinente en presencia de Aggie, y es obvio que ella está algo quisquillosa con usted.

—¿Y cree usted que llamándome «señor Seton» va a impedir que la desee? —le preguntó, acariciándola con los ojos—. Sabe muy poco de mí... o de los hombres... si supone que con meras palabras puede sofocar lo que siento por usted. No es un simple apetito carnal lo que me consume, Erienne, sino un arrollador deseo de tenerla conmigo en todo momento, de sentir su suavidad bajo mis manos, de reclamarla como mía. No, ningún título formal puede enfriar lo que arde en mi interior.

La joven lo observó maravillada, sin habla. El hombre había representado tan bien el papel de enamorado desesperado, que no podía sino considerar sus palabras como otra artimaña para quebrar la barrera que existía entre ambos y sumarla a ella a la larga lista de conquistas. Aun así, las frases habían surtido efecto para recordar a Erienne sus propios deseos. Él estaba allí cada vez que ella cerraba los ojos, acosándola con su presencia, y no logra a sofocar el anhelo de abrazarlo y besarlo sin limitaciones.

La mirada de Christopher la penetró, implacable, prometiéndole algo que Erienne no podía aceptar con la conciencia tranquila. Pese a la calma exterior de la joven, sus pensamientos se dieron a la fuga, y olvidó por completo lo que deseaba discutir con él. Sus manos temblaron cuando se inclinó para iniciar su tarea, y tuvo que concentrarse para controlarlas cuando insertó la punta de la tijera en las vendas. Cortó el vendaje y retiró cuidadosamente la tela. Un leve escalofrío le recorrió la columna al ver la viscosa sustancia negra y verdosa que rodeaba la herida. Tuvo que extraer los últimos trozos de tela con suma cautela para impedir un nuevo flujo de sangre. Si bien trabajó con increíble paciencia, sabía que cada uno de sus movimientos provocaba un intenso dolor en el herido. Aun así, él no torcía un solo músculo cada vez que ella alzaba los ojos, encontrando sólo esa extraña e impenetrable mirada y esa enigmática sonrisa en los labios del hombre.

—Dé la vuelta hacia mí —le ordenó y, cuando Christopher obedeció, se inclinó sobre él. Entonces, le retiró el vendaje que cubría la herida de la espalda y le lavó con cuidado la sangre coagulada. La palangana de agua tibia se hallaba colocada sobre la cama, junto al herido y, cuando Erienne se acercó para escurrir la venda, la mano de Christopher la cogió por los hombros, haciéndola descender hasta apoderarse de sus labios. Fuera de equilibrio, la joven no pudo apartarse inmediatamente, y fue atrapada por un ardiente beso que consumió su fría determinación bajo el calor de una irresistible pasión. La boca de Christopher se movió sobre la de ella con un anhelo que ávidamente buscó una idéntica respuesta. La arrolladora ola de excitación invadió a Erienne y, con ésta, la necesidad de corresponderle, pero la repentina intrusión de una máscara negra la impulsó a apartarse con una súbita exclamación. La joven se incorporó con las mejillas enrojecidas por la vergüenza de su propio ardor.

Christopher la desafió con una sonrisa burlona.

—Debe de haberme leído el pensamiento, señora. Era precisamente ése el obsequio que deseaba.

—Tiene usted en verdad mucho coraje para tomarse semejantes libertades en la casa de mi esposo —lo regañó ella con voz entrecortada, tratando de recuperar el aliento—. Terminará por destruirse a sí mismo si continúa insistiendo en esta tontería—, La reprimenda sólo pareció divertir a Christopher, ya que su sonrisa se amplió. Erienne dudó entonces en que alguna vez lograra desalentar las tendencias libertinas de ese hombre. Tras recuperar algo de su control, hizo un gesto con la mano, que aún no cesaba de temblar—. Señor, si es usted tan amable de ponerse sobre el otro lado, le retiraré el vendaje.

Christopher apoyó la palma izquierda sobre el colchón para que la joven pudiera extender el brazo por debajo. Incluso entonces, Erienne tuvo que realizar un tremendo esfuerzo para ignorar la cercanía del hombre y controlar los violentos latidos de su corazón. Tras buscar durante un instante, encontró el hediondo vendaje y lo retiró. Sonó un ligero golpe a la puerta y, ante la respuesta de la joven, Bundy entró.

Eso permitió a Erienne excusarse y transferir su responsabilidad al cuidado del otro. Agradecida por la interrupción, la joven se retiró, buscando refugio en la intimidad de su propia recámara. Al cerrar la puerta tras sí, una tortuosa ansiedad la invadió, pero no pudo definir las causas. Pese a todas sus resoluciones, sólo había logrado esclarecer un enigma: la identidad del jinete nocturno. Le complacía que la causa de Christopher fuera justa; sin embargo, se sentía acosada por la sombra sin rostro que la había rescatado del arroyo. Ya no podía creer que hubiera sido lord Saxton, y temía que incluso allí una fantasía de Christopher estuviera reemplazando a Sitian, tal como lo había hecho en aquellos velados encuentros íntimos con su esposo.

Precisamente allí, sobre la antigua cama, había recibido a lord Saxton durante las noches. Mientras sus ojos recorrían el cortinaje de pana, su mente emprendió una vertiginosa carrera. últimamente, había comenzado a fantasear demasiado acerca de Christopher mientras su esposo le hacía el amor. Algo en esos acaloraos abrazos le había recordado al yanqui y ahora esas ilusiones empezaban a derramarse en su matrimonio, entremezclando alguna vez firmes certidumbres con confusas imágenes de ambos primos. ¿Sería acaso la maldición de la sangre Fleming? ¿Lograría ella alguna vez mantenerse fiel a un hombre? ¿O su propio deseo continuaría creando fantasías de otro mientras su esposo la tomaba entre sus brazos? Vio la imagen de la inexpresiva máscara de cuero inclinándose para besarla y, lentamente, como antes, ésta se convirtió en el apasionado rostro de aquél que la acosaba.

La mente de Erienne se rebeló y, de inmediato, fue atrapada por otro pensamiento, que la dejó sin aliento debido a su brusca parición.

¡Seton! ¡Saxton! ¿Primos? ¿O hermanos? Había habido dos hijos en la familia Saxton. Stuart era el mayor, pero, ¿dónde estaba el menor? ¿No podía ser él el hombre que ella conocía como Christopher Seton? ¿Qué mejor forma de tender una trampa a los maleantes que habían incendiado la mansión que tomar el lugar de lord uno, y permitir que el otro representara el papel de justiciero enmascarado? Si eran hermanos, tal vez, trabajaban juntos para vengar las penurias del lisiado. Christopher, el más ágil de los dos, empuñaba su espada y pistola en nombre de la justicia tras el disfraz de fantasma nocturno, mientras el otro atemorizaba los corazones de los bandidos con su sola presencia. Los responsables del incendio habían intentado matarlo y el mero conocimiento de su fracaso les atormentaba.

Una sonrisa irónica curvó los labios de la joven ante la confirmación de sus nuevos descubrimientos. Christopher tenía libre acceso a la mansión y la conocía bien, puesto que allí había nacido.

Sentada a los pies de la cama, buscó con ahínco, pero no encontró nada. Su mente dio vuelcas en un vertiginoso remolino. Aún no la había abandonado la sospecha de que había algo más allí, algo que ella no alcanzaba a comprender. Se frotó las manos, y se estremeció, al recordar el momento en que había retirado el vendaje. Su palma derecha acarició la izquierda, suavemente, como si se tratara de la espalda de Christopher. Entonces, súbitamente, se percató de lo que había tocado. Una rugosa cicatriz atravesaba el hombro del yanqui. No muchas noches atrás, había rozado esa misma cicatriz en la espalda de Stuart, durante el clímax de su pasión.

Una penosa negativa escapó de sus labios cuando descubrió la verdad. ¡Su esposo había enviado a otro a su cama en su reemplazo! En una lenta sucesión de imágenes, rememoró los instantes íntimos que habían compartido, cuando sus propias manos habían explorado el cuerpo masculino para satisfacer su curiosidad de esposa, o cuando las expertas caricias de su marido habían extraído suspiros de placer de sus labios, tal como lo había hecho Christopher en el carruaje.

Erienne ya no pudo seguir mirando hacia las burlones ventanas y se dio la vuelta hundiendo el rostro en las cobijas de la cama. Las colchas ensordecieron sus ahogados, chillones sollozos. Sintió un intolerable dolor en el pecho y no logró aliviar la abrasadora vergüenza que la embargaba. ¡Había sido vilmente utilizada(¡Embaucada! Sus manos agonizantes se aferraron a la manta como garras, y lloró, hecha un ovillo, deslizándose h arrodillarse en el suelo. Se llevó la cobija a los oídos, como si quisiera sofocarlas risotadas burlonas que retumbaban en su cabeza. ¡Había sido utilizada! ¡Habían jugado con ella! ¡Tonta! ¡Tonta! ¡Tonta!

La joven se puso de pie, y una llama de ira ardió en su corazón. Se enfrentaría al bellaco y, de estar su esposo allí, lo increparía a él también. ¡Esa montaña de farsas había terminado! De pronto, olvidó su angustia. Tenía una tarea por delante y no cabía duda de que podría ejecutarla a la perfección.

Un sonido provino del corredor, y Erienne se acercó a la puerta para escuchar. Bundy y, Aggie acababan de abandonar la habitación del amo, y sus voces se hicieron más suaves al pasar frente a la recámara de Erienne. El libertino había quedado solo y, esta vez, no podría escapar. Ella no le permitiría evadir nuevamente las preguntas.

Con tal resolución, Erienne atravesó el pasillo en un instante y, tras entrar en la recámara del amo, trabó la puerta con cerrojo, a fin de impedir cualquier interrupción. Deliberadamente, retiró la llave y la dejó caer en el corpiño de su vestido, para luego volverse hacia aquél que había decidido enfrentar.

Christopher se encontraba sentado en la cama, bebiendo un humeante pichel de coñac y miel, una poción recetada por Aggie a aliviar la incomodidad del nuevo vendaje. Había observado entrada de Erienne por encima del borde del tazón y ahora acababa de bajarlo para atravesar a la joven con una mirada divertida.

—¿Se aseguró de cerrar bien la puerta, señora?

Hubo suficiente sarcasmo en la pregunta para acrecentar la ira de Erienne. Aun así, se forzó en mantener la calma cuando caminó con paso decidido hasta los pies de la cama.

—Hay uno o dos asuntos que debo arreglar con usted, señor. —El tono fue terminante, y Christopher enarcó las cejas ante la severa actitud de la joven.

—Y yo con usted, señora. —Sonrió y alzó el pichel para beber otro sorbo de la potente, bebida.

—Sé quién es usted —declaró ella sin más preámbulo. Christopher detuvo el brazo en el aire y la miró, sorprendido, con los labios entreabiertos para recibir el borde del vaso.

—Sé que usted y Stuart son hermanos. —Una vez abordado el tema, Erienne se apresuró a atacar—. No puedo entender el porqué, pero lo sé todo. Usted parece ser mucho más que la criatura de la noche que ni siquiera yo había descubierto hasta ahora. Por alguna razón, mi esposo le permitió complacerme en su lugar. No comprendo por qué usted se encontraba en su cama la primera noche, pero a partir de entonces, ha sido siempre usted quien ha venido a mí y, oculto en la oscuridad, ha puesto un bebé bastardo en mis entrañas.

Christopher se atragantó bruscamente y el pichel tembló en su mano antes de que o dejara de lado. Tosió para aclararse la garganta y enarcó una ceja, mientras intentaba recuperar el habla.

—Señora, sus noticias no podrían hacerme más feliz, pero le rogaría que fuera algo más dulce al decirlas. Casi muero asfixiado.

—¡Dulce! —exclamó Erienne con furia, olvidando la compostura ante el espontáneo humor del hombre—. ¿Acaso fue usted dulce al jugar conmigo como lo hizo?

—Erienne, mi querido amor...

—¡No me llame querido amor»! —bramó ella—. ¡Pervertido! ¡Ladrón de virtuosidades femeninas! ¡Usted me usó! ¡Abusó de mí haciéndose pasar por otro!

—Mi amor —dijo él con voz tierna—. Puedo explicarlo si me lo permite.

—¡Claro que lo hará, señor! ¡Y es por eso que he venido! ¡A oír sus explicaciones! ¡Vamos! ¡Dígame por qué razón me engañó!

Christopher abrió la boca para hablar, pero unas fuertes pisadas en el corredor y un violento golpe sobre la puerta lo detuvieron.

—¡Es urgente que hable con usted! —grito Bundy a través del sólido panel de madera.

Erienne frunció el entrecejo, y una obstinada resolución creció en su interior.

—No lo dejaré entrar —afirmó.

El puño de Bundy volvió a golpear la puerta. —¡El alguacil se acerca!

Christopher comenzó a deslizarse hacia el borde de la cama. —Erienne, cariño, abra la puerta. Hablaremos del asunto más tarde... en privado. Le doy mi palabra.

Al ver la urgencia de la situación, Erienne se rindió y buscó en el corpiño del vestido hasta encontrar la llave. Luego la colocó rápidamente en el cerrojo y abrió la puerta.

—Lo siento, milady.

—¿Dónde están ellos? —preguntó Christopher sin rodeos. Bundy se detuvo junto a la cama.

—A apenas algo más de un kilómetro —dijo con voz agitada—. Keats se hallaba afuera haciendo ejercitar a uno de los caballos y los ha visto venir.

—¡Maldición! —murmuró Christopher, y su rostro se deformó en una mueca cuando intentó moverse.

—Debes ocultarlo, Bundy —se apresuró a sugerir Erienne—. Llévalo hasta el pasadizo.

—Ella tiene razón. No pueden verme aquí —declaró Christopher—. Parker se encargaría de que yo no viviera más de una semana, y ni siquiera lord Saxton lograría encontrar ayuda pan entonces. Mis ropas, Bundy. ¡Enseguida!

Retiró las cobijas y se puso de pie con una mueca, ignorando el hecho de que debajo del vendaje se encontraba totalmente des— nudo. Erienne, en cambio, no pudo ignorarlo. La imagen de esa figura alta, de caderas delgadas y hombros anchos provocó una ardiente ola de calor en sus mejillas. Giró sobre los talones y se retiró de la habitación, cerrando violentamente la puerta tras de sí. La avergonzaba que él pudiera tratarla de una forma tan íntima, casi ultrajante, frente a uno de los sirvientes. Sus pensamientos giraron, una vez más, en un vertiginoso torbellino y, luego de entrar en el dudoso refugio de su recámara, comenzó a pasearse por toda la habitación.

Una leve sensación de pánico la invadió al percatarse de que, en ausencia de lord Saxton, sería ella quien tendría que recibir al alguacil. La seguridad de Christopher dependía de su habilidad para ocultar su zozobra y no delatar el ardid. Respiró hondo en un esfuerzo para recuperar la calma y se aferró a una imagen de majestuosa dama. Alzó el mentón con actitud altiva. Ella era lady Erienne Saxton, se dijo, el ama de la mansión de su esposo, y no se dejaría intimidar en su propia casa.

Volvió a abrir la puerta y regresó a la recámara del amo, donde sólo encontró a Aggie, quien, con increíble prisa, arreglaba las cobijas de la cama y ordenaba la habitación. Al detenerse junto a la entrada, Erienne pensó que, probablemente, el ama de llaves sabía más de la mansión y sus ocupantes que cualquier otro ajeno a la familia.

Ese era el momento y lugar, decidió la joven, para esclarecer una de sus últimas dudas.

—¿Aggie?

La mujer se volvió de inmediato. —¿Sí, señora?

Erienne extendió una mano para señalar el volumen que yacía sobre el escritorio de su esposo.

—Una vez me dijiste que ese libro contenía registro de todos los nacimientos acontecidos aquí, en esta casa o en sus tierras. Si yo llegara a consultarlo, ¿encontraría el nombre de Christopher registrado como el hermano menor de la familia Saxton?

Aggie retorció las manos con repentina consternación y apartó la mirada nerviosamente. . Erienne leyó la respuesta en esa agitada reacción e intentó aliviar la evidente angustia de la mujer.

—Está bien, Aggie, comprendo tu lealtad a la familia, y no pretendo que reveles nada que yo ya no haya adivinado. —Por —Por favor, señora —le suplicó el ama de llaves—, escuche al amo hasta el final antes de pensar mal de él.

—Oh, yo estoy dispuesta a escucharlo —le aseguró Erienne, pero temía haber comenzado a abrigar ideas muy dudosas acerca del amo de la mansión.

La joven dejó a la mujer y caminó hacia las escaleras, con el propósito de atender a las visitas en la sala. Paine se encontraba en su puesto junto a la puerta de entrada, y ella lo saludó con una amable inclinación e cabeza al pasar junto a él. Atravesó la arcada que conducía a la gran sala y entonces se paralizó. Sentado tranquilamente en su acostumbrado sillón junto a la chimenea, se encontraba lord Saxton, con la mirada detrás de la máscara fija en la entrada y las manos enguantadas entrelazadas sobre el mango del bastón. Aunque lisiado y con cicatrices, él encarnaba la más temible figura de un hombre.

Erienne balbuceó una desordenada disculpa. —Yo no... no fui informada de tu regreso.

—Nuestras visitas están al llegar. —El áspero susurro no fue rudo, sólo categórico e inexpresivo—. Acércate y siéntate junto a mí. —Su mano izquierda señaló brevemente un sofá, antes de volver a apoyarse sobre el bastón.

La joven se acercó al sillón indicado y se sentó erguida sobre el borde, pero la posición delató aún más el temblor de sus rodillas. Sus nervios estaban tensos como las cuerdas de un clavicordio y se puso de pie, para detenerse junto al sofá de su esposo, con la mano apoyada sobre el respaldo. Así, aguardaron en silencio, el majestuoso lord y su pálida y rígida dama, mientras el inmenso reloj de la sala marcaba el transcurso del tiempo con enloquecedora lentitud.

Erienne se sobresaltó ligeramente cuando desde el exterior llegó el ruido de varios cascos de caballo, que se acercaban por el sendero y se detenían frente a la torre de entrada. Paine giró el picaporte, pero antes de que pudiera mover la puerta, ésta se abrió violentamente para dar paso a la brusca irrupción del alguacil Parker, seguido muy de cerca —de hecho, demasiado cerca— p Haggard Bentworth, ese compinche siempre dispuesto para la batalla. Toda una masa de sujetos aparecieron detrás y se agolparon en la entrada.

Allan Parker avanzó con paso ofuscado a través de la arcada. Entró en la habitación y, con el ceño fruncido, observó la escena que se desplegaba delante de sus ojos. Luego, saludó al amo y ama de la mansión con una breve inclinación de cabeza y llamó por señas a uno de sus hombres.

—Sargento, haga que los hombres registren la casa y ponga un guardia en la puerta. Luego, asegúrese de que los que están afuera son...

Sus palabras fueron interrumpidas por un doble chasquido y, tanto él corno el sargento, se volvieron con cautela para enfrentar a su anfitrión. Ambos se encontraron frente a la implacable mirada de un par de inmensas pistolas. La habilidad de lord Saxton con las armas era bien conocida en todo el condado, y ninguno de los dos reunió el coraje necesario para poner a prueba tal destreza a tan escasa distancia.

—Nadie registra esta casa si no es bajo mi palabra o la del rey. —La voz áspera de lord Saxton retumbó por las paredes de la habitación—. Yo no he impartido tal orden, pero si nene usted la autorización del otro, entonces, me agradaría verla.

Ambos hombres retiraron cuidadosamente las manos que habían apoyado sobre las fundas de sus propias armas, al tiempo que Parker, con un decidido cambio de actitud, se apresuró a disculparse y explicar.

—Mil disculpas, milord. —Se quitó el sombrero en honor a la dama y dio un codazo al sargento hasta que éste lo imitó—. No tengo ninguna orden de la corona, pero mi intención es requerir su permiso para el registro. Estamos buscando al jinete nocturno. Hace varios días, se cometió un miserable crimen, y tenemos pruebas de que fue Christopher Seton el bellaco que envió al juez Becker a la tumba, asesinó vilmente a los cocheros y secuestró a la joven hija.

Erienne avanzó, con la mano en alto para expresar su acalorada negativa,, pero su paso fue súbitamente bloqueado por una mano enguantada que sujetaba una pistola. Ella miró a su esposo con furiosa ansiedad.

—Pero no es...

—Calla. —El suave susurro fue sólo audible para los oídos de Erienne— Contrólate, mi amor. Confía en mí.

La joven regresó a su lugar, pero cuando volvió a apoyar la mano sobre el respaldo del sillón, se aferró a éste con tal fuerza, que sus nudillos se tornaron blancos bajo la pálida piel.

El alguacil prosiguió al recuperar la atención de lord Saxton. —También se busca al hombre por los asesinatos de Timmy Sears y Ben Mose, sin mencionar un sinfín de delitos menores.

—Se frotó el dorso de su mano izquierda vendada—. Se dice en la aldea que el hombre es pariente suyo.

—¿Está usted seguro e sus acusaciones, alguacil? —La voz retumbante soltó una ligera risita—. Christopher Seton con pistolas, puedo creerlo, pero parece ser un papanatas demasiado torpe para ser habilidoso con una espada. .

Parker ocultó la mano izquierda bajo la chaqueta y se encogió de hombros.

—Al menos, lo suficientemente habilidoso como para vencer a un viejo borracho y a un mozo pendenciero, totalmente inexperto en armas blancas. .

Una mordaz carcajada provino de la inexpresiva máscara. —¿O a un anciano juez que sale en defensa de su hija? —La voz ronca y áspera adoptó un tono preocupado—. ¿Su mano, señor? ¿Se ha lastimado?

El alguacil enrojeció y masculló una excusa.

—Me ... me corté. No es más que un pequeño tajo.

Lord Saxton desmontó los percutores y guardó las pistolas. —Permitiré que sus hombres registren la casa. Sólo dígales que se apresuren. Mi ama de llaves no tomará a bien que esas botas embarradas, pisoteen todo el lugar.

—Desde luego, milord. —Parker sacudió la cabeza hacia el sargento—. Ocúpese de eso.

El sargento caminó delante de sus hombres y agitó el brazo en diversas direcciones a medida que daba las órdenes. Cuando todos se hubieron dispersado, él mismo subió las escaleras, dejando que el alguacil fisgara en los rincones de la sala.

Lord Saxton se movió con cuidado en su sillón para dirigirse a Erienne.

—Mi querida, ¿serías tan amable de servir un coñac para el alguacil?

Sin decir palabra, la joven caminó hacia el aparador, luchando por controlar la tensión, que había agotado la fuerza de sus piernas, Luego de verter la bebida del botellón, se giró con la copa en la mano, pero su esposo le hizo un nuevo gesto.

—Un poco más, mi amor. Es un día espantoso y, sin duda, el alguacil necesitará tonificarse para la cabalgada del regreso. Parker contempló la encantadora figura femenina cuando recibió la copa, preguntándose cómo la joven podía contentarse con semejante esposo. Recordó la dificultad de Avery para encontrar un candidato que la complaciera y no pudo sino creer que la niña representaba de maravillas la farsa de la devoción. Una segunda copa había sido ofrecida y aceptada por el alguacil cuando los hombres regresaron a la sala.

—No hay señales de ningún hombre herido en la casa, señor —anunció el sargento.

—¿Satisfecho, alguacil? —inquirió lord Saxton. El hombre asintió con reticencia.

—Siento haberle causado tantas molestias, milord. Buscaremos al bellaco en otra parte, pero si llegara a venir aquí, le ruego lo detenga y envíe a un hombre a informarnos.

La máscara no respondió, y el alguacil empujó a Haggard delante de sí. Erienne se mantuvo en su lugar, escuchando la partida del grupo, hasta que un abrumador silencio inundó la mansión. Lord Saxton hizo un ademán para indicar a Aggie que se acercara y, cuando la dama obedeció, le habló en voz muy baja. La mujer se enderezó, echó una rápida mirada a su ama y se retiró presurosa de la habitación.

Una vez solos, lord Saxton se levantó lentamente de su sillón y se dirigió a su esposa.

—Me agradaría hablar en privado contigo, querida. ¿Serías tan amable de acompañarme hasta mi recámara?

r Ahora que el momento de la verdad se hallaba cerca, Erienne no se sintió tan segura de querer afrontarlo. Considerando que Christopher acababa de dejar la recámara, la joven se preguntó si debería conducir a su esposo a algún otro lugar, pero la sospecha de que Aggie ya le hubiera contado todo acerca del yanqui hizo permanecer en silencio. Con actitud sumisa, Erienne atravesó la sala y luego se detuvo en la entrada para aguardar a Stuart, que avanzaba a un paso mucho más desgarbado que el habitual. Al subir las escaleras, él pareció excesivamente cansado. La joven se adelantó para abrir la puerta de la recámara y se sorprendió al ver que las cobijas de la cama ya estaban abiertas y las almohadas arrebujadas contra la cabecera. Era obvio que Aggie ya había entrado allí para preparar la habitación, y Erienne no pudo evitar una pregunta cuando lord Saxton pasó a su lado con su lento y vacilante paso.

—¿Estás enfermo?

—Cierra la puerta con llave, Erienne —le ordenó él y, sin satisfacer la curiosidad de su esposa, caminó cuidadosamente hacia un sillón junto a la chimenea.

—¿Me sirves un coñac, querida?

La petición la sorprendió y, dirigiendo una mirada curiosa a su marido, alargó los brazos para quitar la tapa del botellón de cristal que, junto con varias copas, se encontraba apoyado sobre una bandeja de plata. Erienne sirvió el coñac y percibió la mirada de su esposo al entregarle la bebida. No podía ignorar el hecho de que él jamás había bebido ni comido nada en su presencia, y que, al hacerlo, se vería obligado a quitarse la máscara. Incapaz de controlar sus temblores, la joven regresó apresuradamente hacia el escritorio y alzó la tapa de cristal para colocarla nuevamente en su lugar.

—Entonces, querida...

Erienne se giró para enfrentarlo, con el corazón palpitante y la pieza de cristal desesperadamente sujeta entre las manos, aunque ni siquiera advirtió que la tenía.

—Dices que he permitido entrar a otro hombre en mi cama.

Erienne abrió la boca para hablar. Su primer impulso fue balbucear alguna sandez que pudiera limar la aspereza de esa medio afirmación, medio pregunta. Sin embargo, no logró pensar en nada y su garganta seca no produjo ningún sonido. Observó, entonces, atentamente la tapa de cristal, haciéndola girar con lentitud en la mano, sin atreverse a enfrentar la mirada de su esposo.

Detrás de la máscara, lord Saxton observó a su esposa con detención, consciente de que, en los próximos instantes, fijaría la base para el resto de su vida, o convertiría a ésta en una cáscara vacía. Después de ese instante, ya no podría echarse atrás.

—Creo, querida —sus palabras hicieron sobresaltar a la joven—, que, cualquiera que sea el precio, es hora de que conozcas a la bestia de Saxton Hall.

Erienne tragó saliva y sujetó la tapa del botellón con increíble fuerza, como si quisiera extraer coraje de la pieza de cristal. Bajo la atenta mirada de la joven, lord Saxton se quitó la chaqueta y el chaleco. Luego, apoyó el talón de la bota derecha sobre la punta de la izquierda y, lentamente, deslizó el pesado y deforme estorbo fuera del pie. Ella frunció el entrecejo, sumamente confundida, al no poder detectar un defecto. El flexionó la pierna un momento, antes de despojarse de la otra bota.

Los movimientos del lord parecieron dolorosos cuando comenzó a quitarse los guantes, y los ojos de Erienne se clavaron en las largas, bronceadas y perfectas manos que se alzaron para desprender las cintas de la máscara. La joven se giró ligeramente, tirando la tapa que se estrelló contra el escritorio, cuando él tomó el yelmo de cuero y lo retiró con un único movimiento. Ella se arriesgó a echar una rápida mirada y exclamó con asombro al encontrar aquellos claros ojos sonriéndole con infinita calma.

—Christopher! ¿Qué...? —No logró formular la pregunta, pero su mente comenzó a girar con frenesí, tratando de encontrar alguna explicación lógica.

El hizo un esfuerzo y se levantó del sillón.

—Christopher Stuart Saxton, lord de Saxton Hall. —Su voz ya no revelaba un solo dejo de aspereza—: Para servirte, milady.

—Pero... pero, ¿dónde está... —sólo entonces comenzó a comprender la verdad y, al pronunciar el nombre, su tono fue suave, casi inaudible— ... Stuart?

—No hay más que uno, querida. —Él se le acercó, y sus ojos claros exigieron la atención de la joven—. Mírame, Erienne. Mírame detenidamente. —Se inclinó hacia ella, sin un rastro de humor en su delgado y austero rostro—. Y dime otra vez si crees que yo podría permitir a otro hombre en tu cama mientras aún respiro.

Esta revelación era tan diferente a la que ella había supuesto, que Erienne tuvo dificultad para comprender los hechos que le eran presentados. Ahora sabía que los dos eran sólo uno, pero su razón no lograba atar los caos sueltos, y las quejumbrosas preguntas escaparon de sus labios.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—El que creíste que era lord Saxton está muerto. Era mi hermano mayor, Edmund. El llevó el título antes que yo, pero cuando se incendió el ala este, quedó atrapado entre las llamas. Su criado lo encontró... o, más bien, encontró lo que quedaba de él... entre las ruinas, y lo enterró en una tumba sin lápida sobre el despeñadero que mira a la ensenada. —Los músculos de sus mejillas se contrajeron revelando el caudal de furia contenida—. Yo estaba en alta mar en esa época, y las cartas con la noticia de su muerte nunca llegaron a mí. Cuando vine a Inglaterra, me informaron que había sido asesinado.

—¿Muerto? ¿Tres años atrás? —repitió Erienne, aturdida —Entonces, cuando me casé, ¿fue en realidad usted...?

—Sí, querida. No podía cortejarte de otra forma, ni tampoco se me ocurrió un mejor plan para confundir a aquellos que incendiaron la mansión que resucitar al hermano mayor, que, según ellos, estaba muerto. Tú me diste la idea del disfraz cuando dijiste que preferías desposarte con un lisiado deforme.

Erienne miró en derredor, incapaz de fijar su mirada húmeda en un solo objeto, al tiempo que su mente giraba en un loco frenesí. Christopher se acercó para abrazarla, pero ella lo esquivó.

—Por favor... no me toque —le dijo entre sollozos, y corrió hacia las ventanas, rehusando lanzar una sola mirada en dirección al hombre. Una tremenda sensación de culpa embargó a Christopher cuando avanzó para detenerse detrás de la joven. Vio cómo sus esbeltos y delicados hombros temblaban bajo el silencioso llanto y la respiración entrecortada; y un punzante dolor le atravesó e corazón.

—Ven, mi amor...

¡Mi amor! —Erienne se volvió, y sus ojos llenos de lágrimas lanzaron llamaradas—. ¿Soy de veras su amor, una esposa respetada, que puede dar a luz a hijos con orgullo y nombre noble? ¿O soy sólo un tierno bocado que ha tomado usted por placer? ¿Una mujerzuela tonta, capaz de satisfacer sus necesidades por una o dos noches, quizá? ¡Cómo se debe de haber divertido jugando conmigo!

—Erienne... escucha...

—¡No! ¡Nunca más volveré a escuchar sus mentiras! —Se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas con el dorso de la mano, y luego apartó a Christopher que, una vez más, intentó cogerla del brazo—. ¿Era eso lo que buscaba? ¿Una amante para pasar sus ratos de ocio? ¡Sí! Una tierna virgen que lo entretuviera mientras viviera aquí, en estos áridos climas del norte. Fue ésa su primera propuesta, ¿no es verdad? —Caminó hacia él, contoneando las caderas sugestivamente, mientras sus ojos ardían tras el velo húmedo de lágrimas. Entonces, le asió por la camisa y quitó los faldones de la tela fuera de los calzones—. ¿Cuánto gana una buena ramera en todo el tiempo que yo he estado con usted? ¿Cincuenta libras? Eso fue lo que usted pagó por mí, ¿no es así? Es muy difícil recordar. Usted lo que dio con una mano, lo tomó con la otra.

Christopher enarcó una ceja, algo turbado ante el genio de la mujer que había desposado.

—No una suma tan miserable, señora.

Erienne deliberadamente malinterpretó la respuesta.

—¿Oh? Entonces usted debe considerar que me compró por una verdadera bagatela si la mayoría de las prostitutas ganan mucho más que eso. —Sus labios se curvaron en una presuntuosa sonrisa y sus ojos se volvieron cálidos y oscuros—. ¿Acaso no valgo más ahora que he aprendido algunos de los deberes? Tal vez, mi lenguaje es demasiado refinado. —Inclinó el busto sobre Christopher y frotó seductoramente el muslo sobre el de él, al tiempo que le deslizaba una mano debajo de la camisa y le acaricia a la delgada cintura—. ¿No valgo más que un par de libras la noche, amo?

Christopher la devoró con una desfachatada mirada, capaz de dar tanto como recibía, pero, luego de una breve reflexión, decidió que no sería prudente tentar demasiado al destino. La joven tenía todo el derecho de estar enfadada, y a él le convenía resistir pacientemente la tormenta.

—¿Qué pasa, amo? —preguntó Erienne con un fingido tono de pesar al ver que no lograba una sola respuesta por parte de él—. ¿Es que no soy suficientemente buena?-Le rodeó el cuello con el brazo y le tomó una mano, para estrecharla contra sus senos y frotar lentamente la palma contra el pezón—. ¿Acaso no le agrado?

—Claro que sí, señora —respondió Christopher con calma. Luego, alargó un brazo y abrió la puerta del armario, extrayendo un fajo de documentos que exhibió frente a los ojos de la joven—. Este es el resto de los recibos que obtuve al pagar las deudas de tu padre en Londres. —Arrojó los papeles en dirección a la cama, sin importarle que se desparramaran por el suelo—. Suman más de diez mil libras.

—¿Diez mil? —repitió Erienne con asombro.

—Sí, y hubiera duplicado esa suma de ser necesario. No podía tolerar la mera idea de verte casada con otro hombre. Entonces, cuando tu padre me prohibió participar en la subasta, adopté mi legítimo título de lord Saxton y envié a un representante para que hiciera las ofertas por mí.

La joven se apartó, no dispuesta a rendirse.

—Usted me engañó. Y engañó a mi padre... y a Farrell... y a toda la aldea. Nos engañó a todos —concluyó entre sollozos y, una vez más, sus ojos se llenaron de lágrimas—. Cuando pienso en todas esas noches en que vino a mí... me tomó entre sus brazos... y todo ese tiempo se estuvo riendo de mí. ¡Cuánto se debe de haber reído de todos nosotros!

—Cariño, yo nunca me reí de ti. Te deseaba, y no se me ocurrió otra forma de tenerte.

—Podría habérmelo dicho... —insistió Erienne.

—Tú me odiabas, recuérdalo, y te burlabas de mis proposiciones. —Christopher se quitó la camisa y la arrojó acta un lado. Se frotó los nudillos contra la palma de la mano, al tiempo que comenzó a pasearse por la habitación, tratando de encontrar las palabras que pudieran apaciguar la ira de la joven—. Vine al norte para averiguar la identidad de los asesinos de mi hermano y en el transcurso de esa aventura, conocí a una dama cuya belleza cautivó mi corazón. Ella me atrapó tan firmemente como una sirena del mar, y la deseé como jamás había deseado a una mujer. El destino quiso que, desde un principio, todo estuviera mal entre nosotros, y fui condenado a ignorar a la única dama que quería. Las advertencias sólo agudizaron mis deseos de poseerla. Me acerqué a ella cuantas veces pude y, aunque sus palabras solían destruir mis esperanzas, llegué a vislumbrar una remota posibilidad de que, con el tiempo, podría entregarse a mí.

—Alzó el brazo derecho y, con la otra mano, se frotó el vendaje, como si quisiera aliviar un fuerte dolor—. Sin embargo, pronto llegó el momento en que ella desposaría a otro hombre. Entonces, tuve que elegir... o la dejaba ir y lamentaba para siempre el no haber tenido tiempo de enamorarla, o me presentaba como la bestia y aprovechaba un ardid que también podría ayudarme en otra parte. Cuanto más meditaba en el asunto, más posibilidades de éxito le encontraba. La farsa me pareció increíble, y me permitiría cortejar a la dama a mi placer.

La voz de Erienne tembló por la emoción.

—Y entonces, me embaucó, haciéndome creer que me había casado con una horripilante bestia. Si usted de veras hubiera sentido cariño por mí, Christopher, me hubiera contado toda la verdad. Hubiera venido a mí para apaciguar mis temores. Pero, en cambio, me dejó sufrir durante las primeras semanas de nuestro matrimonio, cuando yo estaba tan atemorizada ¡que deseaba morir!

—¿Acaso te hubiera aliviado el descubrir que, en realidad, te habías casado conmigo? —inquirió él—. ¿O hubieras regresado con tu padre para halarle en mi contra? Yo debía resolver este asunto de la muerte de mi hermano y no tenía forma de saber si podía confiar en ti. Muchos habían intentado matarnos. Mi madre viajó a las colonias después del atentado contra la vida de sus hijos. Estaba atemorizada, porque la mano de nuestro enemigo parecía extenderse más y más. Contrató a un hombre con una hija para que navegara con ella, y viajó bajo el nombre de él. Cuando llegó a las colonias, adoptó su apellido de soltera e inició una nueva vida para todos nosotros. Le atemorizaba que regresáramos, pero así tenía que ser. La rebelión de las colonias se interpuso, pero aun así, cuando se reanudaron las relaciones amigables, mi hermano vino a reclamar su legítimo lugar como lord. Nada había cambiado. El sólo vivió aquí un corto tiempo, y ellos llegaron con sus antorchas y no le dieron cuartel. Yo estaba decidido a ser más cauteloso, incluso con la mujer de la que me había enamorado. Su padre no era de confiar, y ella, a menudo, había manifestado el odio que sentía por mí.

Las lágrimas nublaron la visión de Erienne, y se secó con rabia los senderos húmedos que continuaban surcando sus mejillas.

—Traté desesperadamente de convertirme en una esposa honorable, pero todo ese tiempo no fui más que una pieza en su plan de venganza.

—Justicia, querida, y juró que la conseguiré, aunque veo que el alguacil está trabajando con ahínco para destruirme.

—¿Allan Parker? —La joven olvidó su furia por el momento y observó a Christopher con asombro—. ¿Acaso no trabaja él en pos de la justicia, también?

—No querida. Él es a quien los bandidos llaman capitán. Él dirigió el ataque contra el carruaje de los Becker y fue así como se enteró de que yo era el jinete nocturno.

Erienne no pudo dudar de esa acusación, aun cuando el impacto fuera grande; pero ella también tenía algunas denuncias que hacer.

—Usted ha estado involucrado en muchas farsas. La del jinete nocturno no es la única. —Su implacable angustia era evidente en el tono de su voz—. Representó conmigo el papel de galón libertino y trabajó asiduamente para destruir mi honor y el respeto de mí misma. Me sedujo en el carruaje. Jugó conmigo allí y también me hubiera poseído, dejándome creer que yo estaba engañando a mi esposo. Luego, más tarde, cuando vino a esta cama, me hizo el amor y me volvió a embaucar, permitiéndome pensar que se trataba de otro hombre.

Christopher enarcó las cejas.

—Mi deseo por ti, Erienne, era muy difícil de controlar. Te veía como un hombre anhela ver a su esposa... en el baño... en la cama... siempre tan cerca de mí, y tan increíblemente bella, que se me tornó una tortura el solo mirarte. Me encontré firmemente apresado en una trampa. Jamás soñé que te entregarías a mí en el papel de lord Saxton y, cuando viniste, por mi vida, no pude negarme a tus súplicas en ese momento, aun cuando sabía que el poseerte haría más difícil la revelación de la verdad. Tras satisfacer mis necesidades, sólo te deseé mucho más, y temí perderte por completo.

—¿Tiene usted idea de todo lo que sufrí debido a su charada? —preguntó Erienne con voz entrecortada por la emoción—. Cada vez que venía a mí como lord Saxton, me atormentaban las imágenes de Christopher Seton. Me resultaba imposible separar a los dos en la mente. ¿Y ahora me dice que no fue más que un plan? ¿Se da cuenta acaso de que estuvo a punto de volverme roca?

—Lo siento mucho. —Los ojos de Christopher se posaron sobre la joven con expresión tierna y anhelante—. Jamás estuve seguro de tu afecto hasta que susurraste mi nombre en la oscuridad.

La confusión embargó a Erienne. Sabía que Christopher era el hombre que quería; sin embargo, los métodos que él había utilizado para ganarla le parecían deshonrosos. Sin embargo, de no haber sido así, ella se hubiera visto desposada con Harford

Newton o alguno de los muchos candidatos que había despreciado.

Había detestado a Christopher después de la subasta por no haber intentado nada para salvarla de un matrimonio repugnante. ¿Podía ahora sentirse molesta porque él había hecho exactamente eso?

—Me dijo usted tantas mentiras —dijo la joven entre sollozos—, que me pregunto si puedo creerle ahora.

Christopher se le acercó.

—Te amo, Erienne. Creas lo que creas, jamás te mentí sobre eso.

Erienne retrocedió, sabiendo que se desmoronaría si él llegaba a tocarla, y aún quedaba mucho que aclarar.

—¡Pero me mintió sobre todo lo demás! Me dijo que tenía cicatrices...

—Y es verdad. Tengo la cicatriz que me dejó el disparo de tu hermano... y otra media docena de...

—¡Afirmó haber sufrido quemaduras!

—Eso también es verdad. Hubo un incendio a bordo de uno de mis buques y, al intentar extinguirlo, un grumo de alquitrán en llamas se me pegó a la pierna. Me dejó-una cicatriz, no demasiado grande —miró a la joven con una leve sonrisa—, pero suficiente para satisfacer la curiosidad de una dama.

Erienne le observó aturdida, hasta que recordó aquella noche en que le había pasado la mano por el muslo mientras él dormía y, de repente, se percató de que no había estado dormido en absoluto: Entonces, se volvió bruscamente.

—Usted afirmó que era el primo de lord Saxton.

—Si haces memoria, mi amor, Anne dijo que los Seton y los Saxton eran primos, lo cual es verdad. Tú supusiste el resto. Yo sólo continué representando la farsa.

—Oh, y qué bien lo hizo, señor —se mofó ella—. ¡En la cama! ¡Fuera de la cama! Me tuvo de todas maneras, ya fuera como lord Saxton, o como Christopher Seton.

Él sonrió.

—Milady, no estaba dispuesto a arriesgar un premio tan valioso.

Christopher avanzó hacia la joven, y ella se refugió detrás de la mesa de noche. El muro detuvo su retroceso, y no encontró forma de escapar a la acechante bestia. Los ojos verde grisáceos ardieron en su interior, derritiendo su resistencia. Comenzó a pensar entonces que, al fin y al cabo, Christopher era su esposo y no sería incorrecto entregarse a sus caricias, a sus besos y a todo lo demás que él tuviera en mente. Aun así, su orgullo había sido herido e intentó imponer obediencia a su razón, ya que, en su mente, ese hombre merecía una severa reprimenda.

Una mano de acero la rodeó de la cintura y la estrechó contra ese pecho firme, musculoso. Erienne decidió mantener una actitud pasiva en ese abrazo y no intentó forcejear cuando la boca masculina se inclinó hacia la suya. Sin embargo, no bien los labios se rozaron, la joven se percató de que la idea era ridícula y de que había sobrestimado su capacidad de control, porque el beso la atravesó con toda la potencia de una bala. Los labios de Christopher, exigentes, apremiantes, le enviaron pe leños escalofríos de placer, encendiendo cada fibra de su ser, asta dejar todo su cuerpo en llamas por el deseo. El mundo de Erienne comenzó a girar, y se sintió perdida en un limbo de ensueño, donde sólo importaba la cercanía de ese pecho musculoso y la protección de esos poderosos brazos. De pronto, se descubrió rodeando el cuello de Christopher con sus propios brazos y devolviendo el beso con un fervor que delató su propio anhelo. Sus dedos rozaron la familiar cicatriz, y dejó de lado los últimos vestigios de resistencia. Después de todo, no tenía por qué representar el papel de dama herida, cuando se sentía tan, tan satisfecha con el giro de los acontecimientos.

Christopher alzó la cabeza y retrocedió hacia la cama, arrastrando a la joven consigo.

—Es de día —murmuró Erienne, echando una mirada hacia las ventanas.

—Ya lo sé. —Sus ojos verdes lanzaron llamaradas de pasión hacia el interior de la joven, obligándola a seguirlo. No hubo necesidad de palabras. Ya no se hallaban condenados a la oscuridad, y él la deseaba en ese momento. Cuando sus piernas chocaron contra el borde de la cama, Christopher se detuvo y volvió a inclinar el rostro hacia su esposa. Una vez más, sus labios se apoderaron de los de ella, al tiempo que sus manos comenzaron a tirar de los broches de sus calzones.

—¿Me desabrochas el vestido, por favor? —susurró Erienne contra la boca de él. Christopher alzó la cabeza y la respuesta ardió en sus ojos. La joven se giró y se levantó la larga cabellera. Él hizo deslizar el vestido sobre los hombros, y Erienne sintió un escalofrío de placer cuando las manos masculinas le acariciaron la piel desnuda. Los poderosos labios reemplazaron a los dedos, y ella inclinó la cabeza hacia adelante, cerrando los ojos en éxtasis, cuando los tibios besos le recorrieron la nuca. Erienne se agachó para despojarse del corpiño de su traje, liberando los brazos de las mangas. La cama chirrió cuando Christopher se sentó sobre el borde, y ella lanzó una mirada por encima del hombro para encontrarlo desembarazándose de los calzones. El los arrojó hacia un costado, y la joven advirtió la mueca de dolor que comprimió el rostro de su esposo al reclinarse sobre las almohadas. La dolida expresión pronto desapareció, y él no pareció preocuparse por la exhibición de su masculinidad mientras aguardaba a la joven.

—Es usted muy lenta, señora —la regañó Christopher con una sonrisa burlona, y ella se sobresaltó al recibir una ligera palmadita en el trasero.

Erienne debió luchar para sofocar sus inseguridades. Hasta el momento, sólo había hecho el amor en la oscuridad y, aunque sus manos estaban familiarizadas con ese masculino cuerpo, el verlo desnudo a plena luz del día era bastante turbador. Pese a las cicatrices, ese hombre era un espécimen sumamente atractivo, pero, dado que ella era su esposa, tendría que habituarse a verlo sin el adorno de las ropas.

Erienne sonrió al mirar a su esposo,, convencida de que la tarea no le resultaría tan difícil.

—Milord tendría que estar curando sus heridas en lugar de aventurarse en semejante actividad.

—No hay cuidado, señora. —Su sonrisa fue casi lasciva aún tengo una o dos cosas que enseñarte en la forma de complacer a un hombre.

—¿Me permitirá complacerlo, milord? —se mofó ella con ternura.

La pasión en la mirada de Christopher le encendió la sangre en llamas.

—Es ése mi más íntimo deseo, señora.

Los labios de la joven se curvaron en una sonrisa sublime y sus ojos se hicieron oscuros y cálidos, prometiendo mucho más de lo que él jamás había esperado. Erienne se movió sensualmente, y los ojos verde grisáceos no dejaron de mirarla. Deliberadamente, ella deslizó los tirantes de la enagua sobre los hombros para descubrir sus senos, mientras se inclinaba para desatar los lazos de la cintura. Cuando se agachó para despojarse el vestido, el corsé presionó las redondeadas curvas de sus pechos. El traje cayó a sus pies y los tirantes descendieron, exhibiendo una porción de un suave capullo rosado sobre el encaje de la enagua. Tras arrojar el corsé sobre los calzones de su marido, se encogió ara permitir que la última prenda se deslizara sobre sus caderas hacia el suelo.

Los ojos de Christopher ardieron con deseo al recorrer los suaves y pálidos senos, descendiendo luego hacia la delgada curva de la cintura y las largas y esbeltas piernas. Él extendió una mano

como invitación, y a su vez, los ojos de la joven se deslizaron por la larga figura masculina, dejando al hombre sin aliento al detenerse con manifiesta admiración. Erienne se arrodilló en la cama junto a él y se inclinó para besarlo. Sus delicados labios se deleitaron con el potente sabor del coñac, al tiempo que su curiosa mano detenía la respiración de su esposo con el placer que provocaba. La boca de joven descendió hacia el musculoso pecho, donde el corazón latía con violencia, y luego regresó al cuello, acariciando dulce y lentamente la piel. Los dedos de Erienne continuaron explorando, y la fuerza de la pasión Amenazó con desmoronar el muro de control de Christopher. El era como un leño a punto de encenderse y las caricias de su esposa, la llameante antorcha que chisporroteaba a su lado.

Christopher alzó a la joven y la sostuvo deliberadamente en el aire para admirarla con expresión dulce y anhelante. Él percibió la ola de calor cuando a sedosa figura femenina se apoyó sobre su cuerpo y vio en esos ojos azul violáceos una mirada tierna y limpia. Erienne se movió contra él de manera cautivante, haciendo girar las pasiones de ambos con vertiginosa velocidad. Fue un momento destinado a suceder; un instante en que los dos se unieron, fundidos por el amor, y como las estrellas en el cielo, o los peces en el agua, incapaces de existir el uno sin el otro. Ella era de él; él era de ella. El mundo podía desintegrarse y, aun así, ellos seguirían siendo uno. Los conflictos y rencores se esfumaron, y susurrantes palabras de cariño se entremezclaron con suspiros de éxtasis cuando ambos quedaron atrapados en una sublime expresión de amor.