CAPÍTULO 18

POCO antes del crepúsculo de la tarde siguiente, Erienne se encontraba en la torre de la entrada, observando el landó alejarse de la mansión. La joven sentía curiosidad por saber hasta dónde se extendería el trayecto y la intrigaba el secreto que rodeaba a la pequeña cabaña y el magnífico corcel negro allí oculto. Numerosas preguntas habían comenzado a acosarla. Las acusaciones de lord Talbot y el alguacil concernientes al jinete nocturno le vagaban por la mente. Pese a su manifiesta confianza, no podía olvidar la imagen de Ben nadando en su propia sangre junto a una figura negra, enmascarada, sujetando un cuchillo ensangrentado en la mano. La idea la atemorizaba y debilitaba la fe que había depositado en su esposo.

Cuando el carruaje desapareció de su vista, un irresistible impulso creció en su interior. Tenía que averiguar si el vehículo se detenía en la cabaña. Tal vez, si encontraba allí a su esposo, él le contaría qué estaba sucediendo y entonces, con suerte, ella podría desear todos sus temores. Necesitaba asegurarse. ¡De cualquier forma! ¡No importaba cómo!

Una vez más, buscó un farol y una pañoleta de lana, y se dirigió al pasadizo. Las diferentes aberturas y recovecos ya le resultaban familiares, y caminó hacia el recodo con más confianza. Una luz brillaba desde el área donde había encontrado a Christopher y, con suma cautela, apagó su farol y tomó sigilosamente la curva. El pasadizo estaba vacío, pero al acercarse a la luz oyó un sonido leve detrás de la puerta y vio girar el picaporte. Estuvo a punto de lanzar una exclamación cuando apareció Christopher con paso firme, vestido con las mismas ropas oscuras con que le había visto la última vez. El parecía muy seguro de sus pasos, ya que se dirigió directamente hacia el armario cerrado y, arrodillándose, colocó una llave en el cerrojo. Erienne contuvo la respiración y le observó sacar un par de pistolas y un largo sable, enfundado en una lujosa vaina. Christopher se acomodó el cinturón que contenía la espada alrededor de sus delgadas caderas y luego afirmó las pistolas en los estuches de cuero. Entonces, volvió a cerrar el armario y desapareció rápidamente por la puerta, permitiendo a Erienne apoyarse relajada contra el muro.

Los pensamientos de la joven comenzaron a girar en un caótico frenesí. Nada bueno podría resultar de las armas que el hombre había extraído del armario. De hecho, la sola imagen de las pistolas y el sable presagiaba un peligroso conflicto. Pero, ¿con quién? ¿Con otro Timmy Sears? ¿O con algún decrépito anciano borracho?

De pronto, una corriente helada paralizó el corazón de Erienne. El jinete noctámbulo vestía de negro y aparecía en la oscuridad, para ejecutar sus crímenes por medio de una espada y derramar la sangre de sus víctimas por la tierra. Christopher tenía un sable, y levaba ropas negras. Oculto en una pequeña cabaña, había un poderoso corcel negro que podía volar con la velocidad del viento. La combinación del hombre y bestia era, sin duda, temible.

Erienne salió de las sombras y encendió su farol, para luego regresar apresuradamente por el pasadizo. No había tiempo que perder si deseaba averiguar las intenciones de Christopher. Si caminaba hasta la cabaña, para cuando lograra llegar, hombre y potrillo se habrían marchado, dejando todas sus preguntas sin respuesta. Y ella necesitaba averiguar si sus temores eran, o no, infundados.

Sólo cuando entró en el establo para sacar a la yegua Morgana, se percató de cuán arriesgado era cabalgar en la noche vestida de mujer. Mientras meditaba sobre el próximo paso a seguir, su mirada se posó sobre una ropa que se hallaba colgada de una soga frente a la caballeriza. Entre la escasa variedad de prendas, había una camisa, una chaqueta corta y unos calzones de muchacho, todos de tamaño suficientemente adecuado para ella.

Ignoró su propia montura y eligió una para hombre. Montó con la ayuda de un pequeño barril vacío, espoleó los flancos de la yegua y abandonó el establo, alejándose de la casa en dirección a la cabaña. El crepúsculo había bañado la campiña de un intenso tono purpúreo, pero las crecientes sombras de la noche devoraban ávidamente la tenue luz. Sólo por accidente, logró Erienne divisar la figura oscura de un jinete, montado sobre un caballo negro, cabalgando por el camino a considerable distancia. Con la certeza de que se trataba de Christopher Seton, la joven se lanzó a la caza. No pretendía darle alcance, ni creía poder lograrlo si la persecución se transformaba en una carrera. Su sola intención era averiguar qué se proponía el hombre y si ella tenía alguna razón para sospechar que él era el temible vengador nocturno.

La luna rompió sus vínculos con la tierra y se elevó hacia las alturas, para lanzar su luz plateada sobre la campiña, revelando paradero de la figura negra. Erienne la siguió sobre valle y colina, a través de arroyos y charcos, a veces, divisando apenas su presa sobre una lejana cuesta. La distancia entre ambos se amplió y ella comenzó a preocuparse cuando perdió el rastro del hombre. El camino giraba en una curva y continuaba bordeando un arroyo poco profundo. Resuelta a ganar terreno, Erienne condujo a la yegua a través del agua. Los cascos del animal repiquetearon sobre el lecho rocoso, y los ecos retumbaron por entre los árboles que rodeaban el camino. Fue un acto de pura insensatez, puesto que el perseguido se había detenido más adelante entre as sombras.

Christopher alzó la cabeza al oír la cercanía de otro jinete. Él se había percatado de que alguien le había seguido, y decidió poner punto final a ese juego. Hizo girar al potrillo y comenzó a avanzar paralelamente al camino. Sabia el lugar justo donde encarar al sujeto.

Al salir del arroyo, Erienne condujo a la yegua por la cuesta y luego se lanzó hacia el camino a un trote rápido. Había perdido el rastro del jinete oscuro y la idea de que él pudiera haber tomado otra dirección la impulsó a acelerar la velocidad de su corcel. Se encontraba atravesando un pequeño terraplén rodeado de árboles, cuando una figura negra se alanzó sobre ella desde la maleza. La joven profirió un violento grito cuando una mano firme la sacó de su montura.

Christopher advirtió de inmediato su error, puesto que el cuerpo que cargaba era demasiado suave y liviano para pertenecer a un hombre. Giró en el aire para recibir el impacto de la caída y proteger así la frágil figura femenina. Al mismo tiempo, un furioso relincho penetró el aire de la noche, cuando él arrebató las riendas de la mano de la dama y tiró violentamente de la embocadura del caballo.

No bien se detuvo sobre el polvo del camino, Christopher alzó la cabeza para ver el feroz retroceso de las patas blancas de la yegua. Reconoció al animal de inmediato y entonces supo quién era la intrusa. Previendo una enloquecida venganza del corcel, se arrojó sobre la indómita gata que había atrapado. El enérgico caballo dio un salto por encima de ambos cuerpos y se alejó en la misma dirección en que había llegado.

La mirada de Christopher se fijó sobre su salvaje presa. En un frenético esfuerzo por liberarse, Erienne arañó el rostro de su opresor con las uñas e intentó arrancarle el cabello con violentos puñetazos. El se vio en apuros para defenderse, hasta que logró atrapar los rebeldes brazos de la joven, utilizando su gigantesco tamaño para dominar a lady Saxton.

Erienne quedó firmemente atrapada en el medio del camino. Sus enloquecidos forcejeos le habían revuelto el cabello y las ropas hasta un punto indecoroso. Su camisa y chaqueta se habían abierto durante la lucha, dejando sus senos desnudos contra el firme pecho masculino. El simple par de calzones que llevaba puestos no lograba amortiguar la creciente presión ejercida sobre sus delicadas caderas. Se hallaba sujeta cara a cara con su capturador y, aun cuando el rostro se encontraba en penumbras, no cabían dudas sobre su identidad, ni sobre la sonrisa lasciva que, con seguridad, se estaba dibujando en sus labios.

—¡Christopher! ¡Bestia! ¡Suélteme! —Forcejeó con furia, pero todos sus esfuerzos fueron vanos.

Los dientes de Christopher brillaron en la oscuridad tras su amplia sonrisa.

—No, señora. No, hasta que prometa controlar su pasión. Me temo que en poco tiempo podrían llegar a irritarme sus esmeradas atenciones.

—¡Lo mismo digo, señor! —replicó la joven.

Él respondió con un exagerado suspiro de desaliento. —Es una lástima. Ya comenzaba a disfrutar el momento. —¡Eso he notado!-exclamó ella sin pensar y luego se mordió el labio, deseando que él no interpretara el significado de sus palabras.

Christopher lo interpretó. No podía ignorar el efecto que el cuerpo semidesnudo de la dama tenía sobre él, y respondió con una nota de humor en la voz.

—Puede usted condenar mis pasiones, señora, pero le aseguro que son provocadas.

—Sí —asintió Erienne con tono burlan—, por cada una de las faldas que se encuentra a su paso.

—Le juro que no es precisamente una falda lo que me atrae en este momento. —Sujetó las muñecas de la joven con una sola mamo y le señaló el cuerpo con la otra, para luego proseguir con aire pensativo—: Se trata más bien de un par de calzones. ¿Cómo es esto? ¿Acaso mi emboscada se ha convertido en un muchacho de establo?

La indignación de Erienne aumentó ante el desparpajo con que él la acariciaba, como si tuviera todo el derecho a hacerlo-¡Suélteme, ... eh ... eh ...asno! —Fue ése el término más insultante que se le ocurrió en el momento—. ¡Suélteme! —¿Asno, dice?-se mofó Christopher—. Señora, permítame recordarle que los asnos sirven para montar y, en este instante, es usted quien está cargando mi peso. Ahora bien, sé que las mujeres están hechas para cargar, ya sea con sus esposos o con la simiente que ellos plantan, pero yo no diría que usted tiene la forma, ni siquiera el aspecto, de un asno.

Erienne hizo rechinar los dientes con impaciencia. No toleraba la costumbre de ese hombre de convertir el comentario más e en una demostración de ingenio. Y ya no podría soportar simple más el contacto de ese imponente cuerpo masculino.

—¿Me haría el favor de soltarme?

. —Seguro, cariño. —Christopher obedeció, como si su única intención fuera satisfacer cada deseo de la dama. Ayudó a la joven a ponerse de pie y muy solícitamente le sacudió el polvo del trasero.

—¡Suficiente! —gritó ella. Los calzones estaban demasiado gastados y apenas si le brindaban alguna protección frente al íntimo contacto de esa poderosa mano.

Christopher se enderezó, pero no alzó la mirada para afrontar la de la joven y, al seguir la dirección de los ojos verdes, Erienne descubrió sus pálidos senos completamente desnudos bajo el escote abierto de su camisa. Con una exclamación de sorpresa, ella se acomodó la prenda y se apresuró a atar las cintas. Entonces, la mirada de Christopher descendió para observar con asombro las caderas femeninas.

—¿Podría decirme por qué se pasea usted con este ridículo disfraz?

Erienne se apartó y, una vez solucionado el problema de la camisa, comenzó a sacudirse el polvo con petulancia.

—Hay muchos —le respondió con tono severo— que se abalanzarían sobre una mujer que pasea sola durante la noche, y mí idea fue vestirme de muchacho para pasar inadvertida. No sabía que temía usted la costumbre de arrojarse como un lunático sobre cualquier transeúnte.

Los ojos de Christopher acariciaron la espalda de la joven y admiraron la forma en que los calzones ajustaron su trasero cuando Erienne se agachó para recoger el tricornio.

—Usted no era un simple transeúnte, milady —le hizo notar él—. Usted venía siguiéndome. ¿Por qué razón?

Ella se giró para responderle.

—¡Sí! Eso hacía y, por lo que veo, ¡alguien debería seguirlo constantemente para averiguar en qué perversidad se halla usted involucrado!

¿Perversidad? —preguntó Christopher con tono inocente sorprendido—. ¿Podría decirme por qué cree usted que estoy involucrado en alguna perversidad?

La joven agitó la mano para señalar la vestimenta negra del hombre.

—Corcel negro. Ropas negras. Cabalgando durante la noche. Usted parece tener los mismos hábitos que el jinete nocturno. Christopher sonrió con sarcasmo.

—Y, por supuesto, supone usted que me dedico a asesinar a personas pobres y humildes durante sus horas de sueño. Erienne le miró con expresión desafiante.

—Justamente estaba a punto de preguntárselo. —Inspiró hondo para afirmar la voz—. Si fuera usted el jinete nocturno, ¿por qué querría matar a Ben?

Él le respondió con otra pregunta.

—Si yo fuera el jinete nocturno, ¿podría ser tan tonto de asesinar a un hombre que conocía la identidad de mis enemigos? ¿Lo consideraría usted un acto sensato, señora? ¡No! Sería muy estúpido. Pero si fuera yo uno de aquellos a quienes el hombre podría identificar, entonces, tendría una buena razón para silenciarlo antes de que revelara sus historias.

Erienne no se atrevió a soltar un suspiro de alivio, porque aún quedaban otros nombres en la lista de víctimas asesinadas. —¿Y qué me dice de Timmy Sears?

—¿Qué pasa con él? —inquirió Christopher—. ¡Un ladrón! ¡Un asesino! —Se encogió de hombros—. Tal vez, incluso, uno de los que prendieron fuego a Saxton Hall.

—¿Le mató usted? —preguntó la joven.

—¿Acaso supone que si fuera yo el jinete nocturno, sería tan tonto como para asesinar a quien no hacía más que revelar las historias, lugares y nombres de mis enemigos? Eso tampoco sena muy sensato, señora. Creo que el error de Timmy Sears consistió en confesar demasiados secretos a sus amigos. Al no contar con la santidad de los clérigos, éstos lo enviaron ante el tribunal divino.

—¿Y las otras personas asesinadas? —insistió ella.

—Si yo fuera el jinete nocturno, intentaría protegerme hasta el punto de matar a aquellos que tratan de arrebatarme la vida. Y eso no lo considero asesinato.

—Usted es el jinete nocturno, ¿verdad? —dijo la joven con convicción.

—Señora, si el alguacil se presentara ante usted y le preguntara lo mismo sobre mi persona, ¿qué podría decirle con certeza? ¿Por qué habría yo de confesarle nada y convertirla luego en una posible mentirosa?

Erienne le observó, sintiéndose súbitamente confundida. No podía tolerar la sola idea de verlo colgado. Ese hecho la atemorizaba tanto como si su propia vida estuviera amenazada. Tal vez, incluso más.

—Tenga en cuenta que no he hecho ninguna confesión, señora.

—Pero tampoco ha negado nada —acotó la joven.

Él sonrió y extendió las manos en un gesto de inocencia. —Tenía que atender unos negocios y, con las múltiples historias de bandidos que rondan por aquí, tomé todas las precauciones posibles para pasar inadvertido y, desde luego, escogí un caballo veloz. ¿Qué más puede usted decir en mi contra? —No siga desperdiciando el aliento, señor Seton. Estoy convencida de que usted es la persona que está buscando el alguacil. Aún no comprendo sus razones, pero espero que sean honorables. —Aguardó por alguna aseveración, pero pronto se percató de que no oiría ninguna. Sacudió su tricornio y miró a su alrededor en busca de su caballo, pero no vio señales del mismo —Ha ahuyentado usted a mi yegua. ¿Qué haré para regresar a casa ahora?

Christopher alzó la cabeza y dejó escapar un silbido grave, intermitente. En el silencio de la noche, se oyeron unos cascos de caballo. Entonces, Erienne soltó una exclamación al ver al brillante corcel negro galopando hacia ellos. La veloz carrera del potrillo le hizo preguntarse si alguna vez pararía. Por seguridad, se ocultó con cautela detrás de Christopher, aferrándose con fuerza a la camisa del hombre cuando la bestia se detuvo de un salto frente a ellos. Temerosa del brioso temperamento del caballo, la joven contuvo la respiración cuando fue depositada en la montura y aceptó agradecida la presencia del yanqui a sus espaldas. Le permitió estrecharla contra su musculoso cuerpo y, en ese momento, no le importó que los raídos calzones no le brindaran suficiente protección contra el íntimo contacto masculino.

Aún con el tricornio en la mano, se sacudió el cabello a fin de recogerlo bajo el sombrero, pero ante el exagerado ataque de tos de Christopher, se giró para echarle una mirada interrogante por encima del hombro y le encontró con una apenada sonrisa entre los labios.

—Creo, milady —comenzó a decir entre risas—, que ha juntado usted algo del polvo del camino. Me temo que ambos necesitaremos un baño después de esto.

Erienne enarcó las cejas con suspicacia, y Christopher amplió su sonrisa.

—Baños separados, desde luego. Jamás osaría manchar su pureza virginal con el espectáculo de un hombre desnudo.

—¡Yo no soy virgen! —protestó Erienne, y enseguida, se sintió vilmente mortificada por la carcajada de hombre. Trató de ocultarse bajo el sombrero, pero en su prisa por colocárselo, éste cayó sobre el camino.

—Entonces, ¿no le molestaría un baño en una tina común? —preguntó él alegremente. Luego, se inclinó hacia adelante y le susurró al oído—: Le diré que la idea aprisiona mi imaginación.

Erienne se estremeció, y una ola de calor le recorrió todo el cuerpo.

—Usted, señor, tiene una imaginación muy perversa. —No, señora —negó Christopher—. ¡Vívida, sí! Pero nada perversa.

—Es obvio que usted puede ser fácilmente... —Hizo una pausa, buscando una palabra más sarcástica y descriptiva que "estimulado».

—¿Excitado? —inquirió él.

La joven lanzó una exclamación. —¡Ciertamente, no!

—¿Acaso cambió usted de opinión? Antes dijo que ante una simple falda yo...

—¡Ya sé lo que dije!

—El tema parece inquietarla bastante, milady.

—Me pregunto por qué —replicó ella con evidente sarcasmo. Le resultaba imposible ignorar el sensual contacto del hombre contra su figura.

—¿Porque le atrae mi cuerpo, quizás? —preguntó Christopher con fingida inocencia.

Erienne contuvo la respiración, sumamente irritada. —¡Soy una mujer casada, señor!

Él exhaló un prolongado suspiro. —¡Otra vez con eso!

—¡Oh, es usted insufrible! ¿Por qué no me deja en paz? —¿Acaso yo le pedí que me siguiera? —protestó él. Erienne soltó un fuerte gemido de frustración. —¡Lamento haberlo hecho!

—¿Por qué? ¿Se ha hecho daño? —Atrajo a la joven más intensamente contra su cuerpo—. Yo la encuentro muy bien, sin embargo.

—Christopher, si no me asustara tanto este caballo, le abofetearía —le amenazó ella.

—¿Por qué? Sólo le pregunté por su salud.

—¡Porque se está aprovechando de la situación! ¡Quíteme ya las manos de encima! —Le retiró la palma que él le había apoyado sobre el muslo—. ¿Nunca se cansa de jugar al libertino?

—Ese juego me divierte y excita, señora —le susurró Christopher al oído, con una breve risita.

Erienne abrió la boca para increparle, pero se contuvo. Ese hombre siempre parecía tener preparada una ingeniosa respuesta. Si bien le resultó difícil, se abstuvo de proseguir con la discusión permitió que el paseo continuara en silencio.

La luna vertía su luz plateada sobre las colinas y valles, brindando a Christopher un fascinante espectáculo. Cada vez con más frecuencia, sus ojos verdes se posaban sobre las cintas de la camisa de la joven, que descubrían las suaves, redondeadas curvas de sus pechos.

Erienne se sentía muy frustrada por su incapacidad de apartarse del libidinoso yanqui. El parecía bastante excitado con el íntimo contacto y, aunque lo intentaba, le era imposible ignorar esa turbadora presencia masculina.

Ya se estaban acercando a Saxton Hall cuando la joven se atrevió a hablar nuevamente.

—Dejé mi vestido en el establo —comentó—. Tendré que regresar allí para vestirme.

—Yo recogeré sus ropas —se ofreció Christopher—. Sólo dígame dónde están.

Erienne no encontró ninguna razón lógica para oponerse y le explicó con cuidado dónde había ocultado las prendas. —Déjelas en el pasadizo —le ordenó—. Yo iré a buscarlas más tarde.

En un lapso aparentemente breve, la joven se encontró en su recámara, sumergida en una tina de agua tibia y reconfortante. Aggie había despedido a Tessie, permitiendo a la doncella retirarse por la noche, al tiempo que ella se quedaba a doblar las cobijas de la cama, escoger un camisón y ayudar a la joven ama. La mujer dejó dos cubos de agua fresca junto a la bañera y, con el propósito de regresar cuan Erienne comenzara a lavarse el cabello, se retiró a buscar más toallas.

La joven oyó el ruido de la puerta al cerrarse tras el ama de llaves. Luego, casi como un eco, las distantes campanadas del reloj anunciaron las once. Se incorporó, sorprendida, porque la velada le había parecido increíblemente breve. Lord Saxton regresaría en cualquier momento y no sabría cómo explicarle la mora de su baño. Sí osaba mencionar a Christopher, sus ojos podrían delatar su fascinación por el hombre.

Rápidamente, se humedeció el cabello, se puso el jabón perfumado y comenzó a frotárselo. Los ojos le picaron cuando un reguero de espuma empezó a caerle por la frente, y se echó agua al rostro para aliviar la molesta comezón. Con los párpados fuertemente cerrados, buscó a ciegas el cubo lleno al costado de la tina. Entonces, oyó que la puerta se abría y volvía a cerrarse. Aggie, ven a ayudarme, por favor —gritó la joven—. Me ha entrado jabón en los ojos y no puedo encontrar el cubo de agua para enjuagarme el cabello.

La inmensa alfombra de la recámara amortiguó el sonido de las pisadas, y Erienne sólo percibió una presencia junto a la tina. El cubo se alzó y ella inclinó la cabeza, aguardando el líquido tibio. Éste cayó, y la niña se extendió el cabello enjabonado para enjuagarlo. El segundo cubo fue vaciado antes de que pidiera una toalla. Luego de escurrirse los mechones empapados, se incorporó y, al recibir el lienzo seco, se lo envolvió alrededor de la cabeza. Sólo entonces, se echó hacia atrás, exhaló un suspiro y abrió finalmente los ojos, para encontrar el rostro sonriente de Christopher Seton.

—¡Christopher! —Su asombrada exclamación fue seguida por un arrebato de pánico, a la vez que se llevaba una mano al busto, mientras que con la otra intentaba cubrir su feminidad—. ¡Retírese! ¡Fuera de aquí!

El se inclinó para coger la bata de la joven.

—Parecía usted muy afligida, mílady, y creí poder ayudarla. —Le mostró la prenda con naturalidad—. ¿Necesita esto?

Si bien tuvo que exhibir de nuevo su desnudez al aceptar la oferta, Erienne le arrebató la bata sin demora para estrecharla contra su pecho. Sus ojos lanzaron llamaradas cuando extendió un brazo en dirección a la puerta.

—¡Fuera! ¡Fuera de aquí! ¡Ya!

—Pero Aggie está en el corredor —sostuvo Christopher con una sonrisa casi imperceptible. El espejo le brindaba la imagen de una figura extraordinariamente bien formada—. Vine a traerle la ropa, pero ella se acercó por las escaleras, y tuve que ocultarme aquí para no ser visto.

—¡Le dije que las dejara en el pasadizo! —exclamó la joven, indignada.

—Pero allí abajo hay ratas y toda clase de sabandijas, señora. —Movió los ojos con picardía a la vez que especulaba con los escrúpulos de la joven—. No quise que esas repugnantes criaturas anidaran en sus ropas.

Erienne juzgó la excusa razonable, ya que la sola idea de refugiar roedores en sus prendas le provocaba escalofríos, pero se apresuró a preguntar:

—¿Y qué sucederá si Aggie lo encuentra aquí?

Christopher se encogió de hombros en un gesto despreocupado.

—Cerré la puerta con llave. Sin duda, la dama creerá que su esposo ha regresado y se marchará.

—¿Y si llegara Stuart? —inquirió Erienne, irritada—. Se está usted arriesgando a enfrentarse a un duelo de pistolas.

Él sonrió y volvió a mirar hacia el espejo, admirando la delgada curva de la cintura de la joven y sus redondeadas caderas. —Ya me preocuparé cuando llegue el momento.

Erienne se volvió con suspicacia y ahogó una exclamación al ver su cuerpo desnudo reflejado en el plateado cristal. Soltó un violento bramido de ira y enfrentó al hombre con un puño cerrado, pero su brazo fue atrapado y sujeto contra sus denodados esfuerzos por liberarse.

—Ahora la tengo, milady. —Sus ojos brillaron sobre su amplia sonrisa—. Y no logrará liberarse de mí hasta que hay a escuchado lo que tengo que decir.

—¿Acaso cree que puede entrar aquí como un lunático, sin ningún respeto por el decoro, y obligarme a escucharlo? —Su ira aumentó ante la posibilidad de que él pudiera considerarla presa fácil para sus caprichos. ¿Piensa que, sólo por lo que sucedió en el carruaje, tiene derecho a faltarme el respeto en mi propia recámara? ¡Pues no, señor! No deseo oír ninguna de sus confesiones. ¡Insisto en que se retire antes de que Stuart le descubra aquí!

Erienne salió de la tina, colocándose la bata con violentas sacudidas, y estaba a punto de abandonar el receptáculo del baño, cuando unos brazos de acero la levantaron del suelo y la alzaron contra un musculoso pecho.

—Erienne, escúcheme —le ordenó Christopher, repentinamente serio.

Las lagunas azul violáceas lanzaron chispas de fuego. No estaba dispuesta a rendirse, por temor a que los sucesos del carruaje se repitieran, esta vez, con resultados mucho más devastadores,

—¡Gritaré si no se marcha en este mismo instante! Le juro que lo haré, Christopher.

Los músculos de las mejillas del hombre se tensaron. Christopher se percató de que lo que tenía que decir sería mejor presentado en un momento más sereno, pero hubiera deseado expresarlo por fin.

—La dejaré en su sacrosanta cama, señora —gruñó—, pero primero hay algo que quiero de usted, ¡y lo tendré!

Su boca descendió hacia los labios de la joven. A Erienne, el corazón le dio un vuelco, cuando advirtió las intenciones del Yanqui. Hizo un débil intento por volver el rostro, consciente de los devastadores efectos de ese beso, pero los ojos verdes la penetraron, paralizándola. Entonces, los labios masculinos se posaron sobre los suyos con un calor húmedo, apasionado, que, como una cometa, encendió todo su ser en llamas. Fue un beso salvaje, arrollador, que excitó cada nervio de la joven y sofocó su frágil resistencia bajo la pesada carga de una indómita pasión. La boca de Christopher exploró en la de ella, invadiendo su dulce tibieza, hasta devorar incluso las zonas más íntimas de su ser. Las piernas de Erienne comenzaron a temblar, pero él no dejó de besarla.

Pareció haber transcurrido una eternidad cuando Christopher alzó por fin la cabeza. Entonces, sus ojos ardieron en los de ella y, sin pronunciar una sola palabra, la llevó hasta la cama. Erienne era consciente de su vulnerabilidad y no creyó poder alzar una mano para detenerlo si él decidía poseerla. La mirada verde grisácea se apoderó de su mente, y apenas tuvo conciencia del momento en que Christopher la depositó sobre el lecho. Cuando él se dio media vuelta, las emociones de la joven oscilaron desde una pizca de alivio, hasta una completa decepción. No deseaba que se fuera, pero tampoco podía pedirle que se quedara. En un breve instante, Christopher llegó asta la puerta y se marchó.

Erienne se cubrió con las cobijas hasta los hombros y se acurrucó formando un ovillo, sintiéndose increíblemente angustiada. Los acontecimientos de la noche habían desgarrado sus emociones, y no cesaba de temblar. Todo su cuerpo parecía un arco tenso, que no dejaba de vibrar aun cuando la flecha lo había abandonado. Apretó los dientes con fuerza contra el torbellino de emociones, pero sus esfuerzos no lograron calmarla.

Con un gemido de frustración, se incorporó y se quitó la toalla de la cabeza, para arrojarla al suelo. El cabello húmedo sobre la espalda la hizo estremecer, y corrió a acurrucarse sobre una banqueta delante de la chimenea. Permaneció allí, con la cabeza sobre las rodillas, cepillando su larga cabellera para secarla frente al calor del fuego. El calor de las lamas le hizo entrar en calor, pero no logró aliviar la tensión de sus nervios.

Regresó a la cama y se forzó en pensar en algo tranquilizante. Una figura oscura se convirtió en el centro de su atención, e imaginó la enorme forma inválida de su esposo, al tiempo que intentaba apartar sus ensoñaciones sobre Christopher de su obstinada razón. La imagen deforme llamó a su conciencia y, lentamente, cesaron los temblores. A fin de favorecer la paz de sus pensamientos, comenzó a rememorar todos los meses y momentos vividos desde su primer encuentro con lord Saxton. Los recuerdos empezaron a vagar por su mente, creando imágenes oscuras, indistintas, combinándose unos con otros, hasta convertirse en un confuso torbellino de sucesos, que perdieron contacto con la realidad. Como a través de una densa neblina, Erienne vio unos colmillos largos y afilados acercándose para matar, y luego lluvias de agua salpicando tras el paso de unos veloces cascos de caballo. Una figura encapotada se apeó del brioso corcel y caminó hacia ella por el lecho del arroyo.

r La joven dejó escapar un suave suspiro al acurrucarse en los protectores brazos del sueño. Su razón había fijado el curso, y las imágenes continuaron el camino. Se encontró en medio de ondulantes cortinajes, perdida en su interminable longitud. Aturdida, corrió hacia uno y otro lado, pero los tonos pálidos de una tela de seda la tomaron prisionera. Entonces, a través de un velo claro, una sombra oscura, encapotada, se le acercó vacilante. Intentó escapar, pero no encontró salida, y la figura se aproximó más y más, hasta que su mundo se convirtió en un vacío ennegrecido. Indefensa, atontada, quiso sentarse, o incorporarse, o gritar, pero, paralizada en las tierras del más allá, no fue capaz de moverse.

Unos brazos poderosos la rodearon, y sintió el vibrante calor de un cuerpo masculino sobre la espalda. Su mente luchó por despertar, ya que ningún sueño jamás la había atrapado de una manera tan audaz. Aun cuando sus ojos sólo vieron el oscuro vacío del sueño, sus sentidos confirmaron el hecho de que la realidad se le había acercado en la forma de un hombre. Sin embargo, la fantasía aún seguía firmemente entrelazada en la red de la razón, y no logró separarlas: para ella, él era sólo oscuridad, cálida y viva, pero sin figura o rostro que pudiera identificar. Se sintió atrapada por el súbito temor de que el bellaco hubiera regresado para tenderse en su cama, y se incorporó con una suave exclamación. Una mano se la retuvo, y un susurro áspero la calmó.

—No, nunca huyas de mí, mi amor. Acércate, y refúgiate un momento entre mis brazos.

Erienne se relajó y se giró hacia él, y permanecieron juntos, abrazados, las suaves, redondeadas curvas femeninas contra los firmes, musculosos contornos masculinos. La cabeza de él descendió, y la joven contuvo la respiración cuando unos labios húmedos se posaron sobre sus pechos. Las caricias fueron lentas, seductoras, y los sentidos de Erienne remolinearon en un vuelo salvaje, vertiginoso, que la dejó jadeando sin resuello. La realidad cesó de existir. Él se transformó en un sinfín de imágenes para ella: un apuesto amante, un esposo deforme, una figura negra y encapotada que la rescataba de los afilados colmillos de unos sabuesos.

Erienne le sintió incorporarse sobre su cuerpo, y se estremeció cuando las manos del hombre acariciaron la redondez de sus pechos, para deslizarse hasta las curvas de sus caderas y luego ascender por la parte interna de sus muslos. Una apremiante necesidad comenzó a crecer en el interior de la joven, Un arrollador anhelo que exigía ser satisfecho. Extendió las manos para atraerlo hacia sí, y le acarició el ensortijado vello del pecho. Los músculos bajo sus palmas aparecían firmes y potentes y, maravillada, deslizó los dedos para admirar la forma siempre oculta a su mirada. Se arrodilló frente a él y se desplazo ligeramente para situarse entre sus poderosos muslos. Se inclinó para besarlo en el cuello y, con los senos, le rozó su musculoso pecho. Dejó caer su larga cabellera sobre los hombros masculinos y, rodeándole la nuca con los brazos, se tendió sobre él. La respiración del hombre se detuvo, y su corazón comenzó a latir con violencia.

—Bésame —le suplicó Erienne con voz susurrante. Deseaba que él borrara el beso de Christopher de sus labios y colocara allí el suyo, para que ninguna imagen de otro hombre volviera a inmiscuirse en la intimidad de la pareja.

Los labios masculinos le acariciaron el hombro, y luego él la hizo tumbarse nuevamente sobre la cama para besarle los pechos. La joven se sintió algo decepcionada ante la negativa de él a la boca sobre sus anhelantes labios, pero no pudo negar la devastadora pasión que despertaban los besos cálidos, húmedo que acariciaban su cuerpo. El se tendió sobre ella, que le recibe con agrado. Todo su ser ardía en el deseo de abrazarlo y alentarlo a poseerla. Apoyó la cabeza contra el pecho de su esposo cuando él obedeció, y el calor de su masculinidad despertó en ella usa apremiante necesidad, tan intensa, que creyó no poder tolerarla. Sus dedos encontraron la familiar cicatriz, y le acarició la espalda, al tiempo que emitía un suave gemido de placer y curvaba las cadenas hacia él.

Erienne susurró un nombre y, por un instante, el universo se detuvo. El hombre se apartó, pero ella se alzó hacia él, con la cabeza inclinada hacia atrás, su larga cabellera cayendo como un torrente de seda sobre la cama. El le besó el dulce y delicado cuello y comenzó a moverse una vez más, elevando a la joven hacia ese sobrecogedor momento de éxtasis, hasta que ella ex— clamó y contuvo la respiración.

La cordura volvió gradualmente, y Erienne regresó a la tierra. Percibió un movimiento a su lado, y su mano alcanzó a rozar h espalda del hombre cuando abandonó la acogedora madriguera La joven reunió sus últimos restos de energía para girarse hasta la luz de su mesa de noche y, desde allí, corrió los cortinajes, en el mismo instante en que se cerraba la puerta.

—¿Stuart? —Sólo logró articular un susurro, y observó fijamente las crepitantes, danzarinas llamas, preguntándose qué lo habría impulsado a partir. Era su costumbre permanecer durante la noche, y ella necesitaba el calor de ese cuerpo a su lado. La intimidad entre ambos había sido sumamente placentera y, esta vez, ningún rostro la había acosado, ninguna imagen de...

Una idea paralizó el corazón de Erienne y una súbita sensación de pánico invadió su mente cuando recordó el nombre que había susurrado, ¡ése no era el de Stuart!.

En completa desdicha, la joven giró y enterró el rostro en la almohada, sintiendo un ardoroso rubor sobre las mejillas. —¡Oh, Stuart! —gimió—, ¡qué he hecho!