CAPÍTULO 22

UNOS suaves golpes sonaron en la puerta de la casa del alcalde

—¡Lady Saxton! —Avery• retrocedió y agitó un brazo hacia el interior en un burlón gesto de cortesía—. ¿Será capaz de entrar en mi humilde residencia?

Al pasar, Erienne recorrió con los ojos el desordenado estado de la cabaña. Era evidente que su padre no tenía la ambición de poner la casa en ordenen más de un aspecto.

—¿Has venido a visitarme, o es a Farrell a quien deseas ver? El muchacho viajó a York, y sólo Dios sabe cuándo regresará. —He venido a verte a ti, padre.

—¿Oh? —Avery cerró la puerta y se acercó a la joven para observarla con asombro, como si encontrara la respuesta difícil de creer.

—Estuve pensando sobre lo que hablamos. —Erienne no logró esbozar una sonrisa cuando extrajo un pequeño monedero del interior de la capa—. Y, aunque detesto ser amenazada, he decidido ofrecerte un pequeño donativo para tu confort.

—¡Eso es muy amable de tu parte! —El alcalde soltó una risita despectiva y caminó hacia la sala. Mientras se servía una bebida, habló por encima del hombro—. Es curioso que hayas decidido venir justo hoy.

Erienne siguió a su padre hasta la habitación y retiró una camisa arrugada de un sifón, antes de acomodarse en el borde. —¿Por qué te parece tan curioso?

—El alguacil vino a verme.

—¿Oh? —Esta vez, le tocó a ella utilizar el monosílabo con tono interrogante, y aguardó a oír lo que se proponía ese bandido.

—Sí. —Avery caminó hacia la ventana y observó a través del cristal, para hablar con tono pensativo—. Tuve una larga discusión con el hombre. Parece que lord Talbot se ha disgustado conmigo por alguna tontería y ha amenazado con despedirme. —Al no recibir respuesta de su hija, prosiguió—. Necesitaba encontrar alguna forma de aplacarlo, y pensé que, quizá, si el alcalde y yo atrapábamos a tu amante y lo ahorcábamos frente a la gente de la aldea, lord Talbot decidiría perdonarme.

Un suspicaz terror trepó como una bestia salvaje por el pecho de Erienne, y su repentina cautela fue evidente en el tono de su voz.

—¿Qué has hecho, padre?

Avery se paseó con indiferencia por toda la habitación, hasta detenerse entre la joven y el vestíbulo. Allí, pareció afirmarse en su lugar encogiéndose de hombros con aire despreocupado.

—Le conté a Allan Parker todo lo que sabía... sobre ti y tu amante, eso quiero decir.

—¿Cómo pudiste? —Erienne se puso en pie en un arrebato de ira—. ¿Cómo pudiste traicionar tan tranquilamente a tu propia hija?

Avery soltó un resoplido. —Tú no eres hija mía, niña.

La joven separó ligeramente las piernas y se cruzó de brazos. —Tú no eres hija mía. Eres la mocosa de ese irlandés. Erienne sacudió la cabeza con incredulidad.

—Mi madre jamás te hubiera engañado con otro hombre. Avery soltó una risita burlona.

—La simiente ya estaba plantada antes de que yo conociera a tu mamá. Ella se había enamorado del sujeto, y se casó con él contra los deseos de la familia. Menos de dos semanas después, el hombre fue colgado.

Una expresión sombría frunció el entrecejo de Erienne, y luego se desvaneció, al ser reemplazada por una sonrisa de pesar. —¿Y tú, padre? No, nunca más ese título. Me dirigiré a ti de cualquier otra forma, menos ésa. —Se detuvo y corrigió la frase—. Y usted, señor, me ha atormentado a mí durante todos esos años.

—¿Yo? —Avery sacudió la cabeza, confundido—. ¿Qué quieres decir, niña?

—Probablemente, nunca llegué a comprenderlo, pero me acaba de quitar una pesada carga de encima. Todos estos años, creí que su sangre era mía, y me siento muy aliviada de que no sea así. —Volvió a guardar el pequeño monedero debajo de la capa y se acercó al hombre, mirándolo fijamente a los ojos —Le daré una advertencia, alcalde. Yo no seré tan clemente como mi madre. Si usted provoca la muerte de Christopher Seton, sólo viviré para verlo ahorcado a usted y a muchos otros de su calaña.

Avery se preguntó dónde habría encontrado la mocosa ese temple de acero. Por su parte, él sentía algo de aprensión, puesto que estaba convencido de que la niña estaría dispuesta a cumplir con cada una de sus palabras.

—Le daré otro pequeño consejo como compensación por todos sus tiernos cuidados, señor —agregó Erienne, acentuando las últimas palabras con desdén—. Si usted no llegara a colgarse con sus propias manos, le sugiero que se mantenga apartado del alguacil Parker y sus amigos.

—¿Y por qué, si puede saberse? Dímelo —le ordenó él con tono burlón, sumamente ofendido ante las palabras de la joven—. Tal vez, tu noble Saxton tenga un confortable puesto para un anciano. Una vez que sea revelada toda la historia, ¿crees que querrá seguir escuchando a su esposa? ¿Por qué habría yo de separarme de mis amigos sólo porque me lo dice una adúltera?

Los ojos de Erienne brillaron con una frialdad que podría haber congelado al hombre hasta los huesos.

—Yo ya le he advertido. Usted hará lo que le plazca. Allan Parker no tiene amigos, y puede que él también aprenda algo nuevo sobre horcas antes de que todo esto llegue a su fin.

—¿Y cómo será eso, lady Saxton? —preguntó una nueva voz desde atrás—. ¿Quién me enseñará algo nuevo sobre horcas? La joven giró sobre los talones y su respiración se contuvo cuando Allan Parker entró con paso tranquilo en la habitación. Un par de sus secuaces lo seguían. La puerta de la cocina se cerró detrás de ellos, y el ruido la hizo sobresaltar. Erienne se volvió para escapar, pero el brazo de Avery se alargó y la atrapó con firmeza. El desgarrador grito de la joven fue sofocado por la mano del alguacil, que se apoyó despiadadamente sobre su boca. Uno de los hombres arrancó una cuerda de los cortinajes y, mientras Parker colocaba una mordaza sobre los labios de la joven, el otro le ataba rudamente las muñecas. El alguacil la arrojó sobre una silla y luego agitó el pulgar en dirección a la puerta. —Fleming, líbrate de ese carruaje, y de su cochero —le ordenó con brusquedad—. Envíalos a casa. Diles que ella se queda a pasar el día aquí.

El interés de Avery era imperioso. No podía olvidar el monedero que la joven había guardado bajo la capa, y no deseaba perder la posibilidad de otros que pudieran llegar.

—Ustedes no serían capaces de lastimar a mi pequeña niña, ¿verdad?

—Claro que no, Avery. —Parker apoyó el brazo sobre los hombros del otro y lo guió hasta la puerta, donde le explicó —Pero con un anzuelo como éste, lograríamos atrapar al señor Seton. Eso pondría a lord Talbot de nuestro lado, ¿eh?

Avery asintió con entusiasmo ante tamaña sagacidad y abrió

la puerta, al tiempo que el alguacil se apartó hacia un lado. El alcalde se aclaró la garganta y gritó:

—¡Oiga, señor Tanner! El cochero se giró. —¿Sí, señor?

—Eh... mi hija desea pasar el día conmigo. Dijo que se fuera usted a casa.

Tanner y el lacayo se intercambiaron inquietas miradas y, con el ceño fruncido, el cochero se acercó lentamente a la cabaña. —Lord Saxton me ordenó vigilar a su mujer. Debo aguardar hasta el regreso de la señora.

Avery lo despidió con la mano, a la vez que dejaba escapar una ronca carcajada.

—No tema, muchacho. Ella estará bastante segura con su propio padre. —Señaló con un dedo en dirección a la posada—. Tómese una cerveza o un licor para calentarse las entrañas. Dígales que lo pongan a la cuenta del alcalde, y yo le enviaré a su ama en el coche de alquiler antes de que oscurezca. Ahora, márchese.

Tanner se sentía reacio en partir, pero no tenía mucho sentido continuar discutiendo. Trepó al asiento del cochero y, con un chasquido, puso en marcha sus caballos. Los hizo pasar frente a la posada sin detenerse y los forzó a acelerar el paso hasta alcanzar un veloz galope al dejar atrás los suburbios de Mawbry.

Avery regresó a la sala y trató de evitar la mirada acusadora de Erienne. El rostro de la joven se veía enrojecido por encima de la mordaza, y sus ojos brillaban con una promesa de venganza.

Parker se frotó el mentón con aire pensativo y observó a su prisionera.

—Al fin y al cabo, lady Saxton es la amante de un conocido criminal y una adúltera. Ésa es suficiente razón para mantenerla en cautiverio y, entretanto, haremos correr el rumor para que llegue a oídos de Seton que ha sido atrapada. Eso lo traerá hasta nosotros. —Se volvió hacía uno de los hombres—. Tú. Ve hasta la cochería y alquila el carruaje. Asegúrale al cochero que no necesitaremos sus servicios y que le devolveremos el vehículo antes de que oscurezca.

Poco después un sonido de ruedas desencajadas anunció la llegada del destartalado carruaje. Tras una rápida mirada a través de la ventana, Parker cogió a Erienne del brazo y la levantó bruscamente de la silla.

—Venga, milady. Permítame escoltarla hasta el carruaje.

Se encontraban atravesando el jardín, cuando ella abandonó su sumisa actitud y hundió uno de sus tacones sobre la bota del otro. Antes de que él pudiera reaccionar con algo más que un grito de dolor, la joven giró y, con las manos atadas, lo golpeó con fuerza en la garganta, justo allí donde la nuez de Adán se proyecta hacia adelante. El golpe cortó la respiración del hombre, que se tambaleó con una mano en el cuello, a la vez que trataba desesperadamente de recuperar el aire.

El intento de escapar de Erienne fue rápidamente frustrado por el secuaz que los había seguido desde la cabaña. Con brazos argos y gruesos, el hombre la alzó y la arrojó hacia el interior del carruaje. La joven cayó sobre el asiento e inmediatamente comenzó a arañar la portezuela opuesta con el propósito de abrirla, hasta que el hombre entró y la arrastró hacia el lugar próximo a él. Erienne aún no estaba vencida. Giró sobre el asiento y comenzó a darle patadas con sus agudos tacones donde pudo, hasta que un inmenso puño le alcanzó la mandíbula y oscureció súbitamente todo su mundo.

Avery cerró la puerta y caminó hacia la cocina.

De pronto, se detuvo con los ojos dilatados, al percatarse de que el alguacil se había llevado el único vehículo disponible en la aldea.

—Pero, ¿cómo abandonaré Mawbry si no tengo caballo? —Prueba caminando.

El sarcasmo provino de la cocina, y Avery se paralizó de terror cuando su mirada se deslizó desde las botas hasta las prendas pardas de la figura que se encontraba de pie, junto a la puerta. Las piernas del alcalde comenzaron a temblar antes de que reconociera a su hijo.

—¡Farrell! ¡Por Dios, muchacho! Casi me matas del susto. —Lo he oído, padre. —El sarcasmo no había abandonado la voz de Farrell—. Vi al alguacil y a sus hombros escabullirse a hurtadillas por esta puerta, y he oído... lo suficiente. —Bueno, Farrell, mi muchacho. —Avery trató de engatusarlo con halagos—. Nuestras desgracias han terminado, y ahora necesitaré tu caballo,

—Has vuelto a venderla. —El tono categórico del joven ignoró la súplica de su padre—. Y, esta vez, por una simple miseria.

—Habrá más, muchacho. ¡Mucho más!

Farrell observó fijamente al alcalde y un nuevo descubrimiento le iluminó la mente.

—Tú hiciste trampas realmente a Seton con los naipes, ¿no es así?

—Bueno, el hombre no necesitaba el dinero. —La voz de

Avery adquirió una nota de lamento—. Él tenía tanto, y nosotros tan poco... .

—Y, por esa razón, permitiste que me batiera a duelo para defender un honor inexistente, sin preocuparte por las posibles consecuencias. —Echó una mirada a su brazo inválido—. Tu orgullo no podía aceptar un arreglo con el yanqui.

—¡Yo no tenía dinero para pagarle al hombre!

—¡Y entonces vendiste a Erienne en la subasta! —Frunció los labios en un gesto de hastío—. Me revuelve el estómago pensar que yo también tomé parte en eso.

—No creas que yo me siento mejor, muchacho, ¡pero era la única formal

—¡Tú la vendiste entonces! ¡Y la has vuelto a vender ahora! ¡A tu propia hija!

—¡No es mía! —gritó Avery, casi en cuclillas, tratando de hacer entender al obstinado muchacho.

—¿Qué? —Farrell se le acercó, hasta que sólo unos centímetros separaron las narices de ambos. Los ojos del joven, al igual que los de su padre, lanzaban llamaradas de furia.

—¡Esa niña nunca fue mía! ¡Es sólo la mocosa de un rebelde irlandés!

—¡Ella es mi hermana! —bramó Farrell.

—¡Sólo medio... medio hermana! —insistió Avery—. ¿Acaso no lo entiendes, muchacho? Tu madre se acostó con un bastardo irlandés y se llevó de regalo a la cría. ¡Erienne es de un fulano! ¡No mía!

La ira de Farrell aumentó. ¡Mi madre no era de esa clase!

−0h, ella se casó con el bastardo, eso hizo —reconoció Avery—. Pero, aun así, ¿no lo entiendes, muchacho? Tú y yo.., somos de la misma sangre. ¡Tú eres mío!

Los labios del joven se curvaron en una mueca de desprecio. —Tú nos traicionaste a todos, a mi madre, a mi hermana... a mí... Nos hundiste a todos en la pobreza con tu amor por la bebida y el juego.

—Yo te crié en mis rodillas —protestó Avery—. Y te mostré una buena parte de los placeres de la vida. Te cargué hasta casa a tempranas horas de la mañana cuando estabas demasiado ebrio para caminar.

—¡En los últimos meses, Erienne ha hecho más por mí, que lo que tú jamás siquiera pensaste hacer en toda mi vida! —lo acusó Farrell—. ¡Ella me brindó comprensión... y amor... y deseos de valerme por mí mismo... y la fuerza para dejar de sentir lástima de mí y culpar a otros de mi estado

—¿Apoyas a esa mocosa en contra de tu propio padre? —bramó Avery.

—¡Desde ahora, has dejado de serlo! —El tono de voz de Farrell se suavizó, para tornarse extremadamente cauto cuando prosiguió—. Me iré de esta casa y fijaré mi residencia en York, donde me desposaré en poco tiempo. Usted, señor, no será bienvenido ni en la boda ni en mi casa. Desde ahora, señor, lo abandonaré a su suerte, cualquiera sea la que logre encontrar.

—Pero, muchacho, tú sabes que necesito un caballo. Lord Saxton vendrá...

Farrell asintió.

—¡Sí! Lord Saxton vendrá. Si fuera usted, señor, trataría de encontrar un profundo, muy profundo agujero donde esconderme. —Giró sobre sus talones y atravesó con paso airado la cocina, para luego gritar por encima del hombro—: ¡Buenos días, señor!

Farrell Fleming espoleó su caballo para girar a toda velocidad por la última curva que conducía a Saxton Hall. El carruaje se encontraba en el sendero de acceso a la mansión, y los corceles se veían muy sudados, a causa de la vertiginosa marcha a la que, seguramente, Tanner los había forzado. El landó personal de lord Saxton se acercaba a la torre de entrada conducido por un lacayo, al tiempo que Keats corría hacia el vehículo más grande para subir apresuradamente al asiento del cochero. El muchacho tiró de las riendas, obligando a los cuatro animales a avanzar hacia los establos, para dejar libre el lugar frente a la puerta que seria ocupado por el landó.

Farrell detuvo su propio caballo delante de la casa y, casi instantáneamente, sus pies tocaron la tierra. Se abalanzó hacia la entrada y abrió con violencia la puerta, donde casi atropella a Paine, que se acercaba para dar paso a su amo.

—Lord Saxton... —dijo Farrell sin aliento, al ver a quien buscaba dando saltos desde la sala hacia la torre. Bundy y Tanner lo seguían jadeantes, tratando de alcanzar al agitado amo.

—No tengo tiempo ahora, Farrell —respondió lord Saxton sin rodeos, aminorando sólo ligeramente el paso—. Erienne no regresó con el carruaje cuando fue a ver a tu padre, y estoy preocupado por su seguridad. Debo ir hacia allá.

Bundy y Tanner lograron esquivar al muchacho y corrieron a subirse al asiento delantero del landó. Lord Saxton se dispuso a seguirlos, pero el joven lo tomó del brazo.

—Mi hermana no está allí, milord.

—¿Qué? —El amo de la mansión se detuvo y la inexpresiva máscara giró para observar al muchacho—. ¿Qué dices? —La voz había perdido su habitual aspereza, pero aún retumbaba en el interior de las aberturas.

Farrell soltó el brazo del lord y se frotó la frente

—Muy a mi pesar, milord, me temo que el alcalde entregó a Erienne al alguacil.

Lord Saxton gruñó entre dientes.

—¡Debí haber matado a ese...! —Con sorprendente agilidad, giró sobre sus talones, agitando el pesado bastón a la manera de un sable—. ¿Y Talbot? ¿Dónde está él?

—Me pareció oír que no se encontraba en la aldea. —¿Dónde se llevaron a Erienne?

—No sé —respondió Farrell con tono vacilante. —¿Hacia dónde se dirigieron?

—Lo siento. —El joven reconoció la verdad tímidamente —Yo estaba en la cocina y no pude ver.

Por un momento, lord Saxton giró la cabeza de cuero de lado a lado, como un toro encolerizado buscando a un escurridizo enemigo. Luego, se irguió y gritó hacia la entrada:

—¡Bundy!

El hombre saltó del asiento del carruaje y se le acercó corriendo.

—¿Sí, milord?

—Envía hombres con caballos veloces hasta Carlisle, Wirkinton, por la ruta hacia York, ¡en todas direcciones! Haz que busquen el rastro de... —Se volvió hacía Farrell con una tacita pregunta, y el muchacho proporcionó la información requerida.

—El coche de alquiler de la aldea. Ellos se lo llevaron sin el cochero.

—¡Tanner!

—¿Sí, milord? —El hombre ya se había acercado a la puerta. —No saldré todavía. Prepara el carruaje y disponte para partir en cualquier momento.

—¿En qué puedo ayudar, milord? Erienne es mi hermana. Tengo que hacer algo. . —Ayudarás, Farrell —le aseguró el lord—. Necesito a alguien que cabalgue hasta Wirkinton y le entregue una carta al capitán Daniels del buque Cristina.

—Pero ése es el barco de Seton. ¿Cómo...? —Farrell parecía muy confundido—. ¿Por qué querría usted la ayuda del yanqui cuando Erienne... quiero decir...? —No encontró las palabras para culminar la frase. Si lord Saxton ignoraba la verdad sobre la infidelidad de su esposa, Farrell juró no ser él quien la revelara —Desde luego que iré. Haré cualquier cosa que pueda ayudar.