21

WULFGAR despertó con las primeras luces de la mañana y se quedó quieto para no despertar a su esposa, quien dormía pacíficamente contra él, con la cabeza descansando sobre su hombro. Sus pensamientos eran claros y nítidos a esta hora temprana, y sabía que nunca antes había experimentado un placer tan rico y completo. Todavía estaba lleno de asombro por la entrega de ella. Había conocido a damas de la corte que respondían como si estuvieran haciéndole un favor, aguardando pasivamente que las excitaran. Había conocido a las mujeres vulgares de la calle, que fingían pasión con gestos predecibles y se mostraban ansiosas sólo cuando ello significaba más dinero. Pero aquí había una que recibía sus avances y lo ayudaba con una ansiedad equiparable a la suya y que encendía la pasión de ambos hasta alturas cegadoras, devoradoras, en que un brillante relámpago de éxtasis se desplomaba sobre sí mismo y dejaba los humeantes cimientos listos para una nueva experiencia.

Ahora ella yacía junto a él, con una pierna descuidadamente atravesada sobre las de él, acariciándole el pecho con su suave respiración. Era difícil creer que esta criatura suave y frágil que tenía a su lado era la mujer atrevida y ardiente de la noche anterior.

Otro suceso de la noche anterior cruzó por su mente y su frente se arrugó en profundas reflexiones. Maida era un elemento al que no podía manejar, pero si Aislinn había dicho la verdad, podría dejar el asunto en sus manos. Bien consciente de la fuerza de voluntad de ella, podía él tener la seguridad de que ella sabría manejar a su madre. Y si había mentido... mentalmente tomó nota de ser más precavido en el futuro.

Aislinn se movió y se arropó más apretadamente con las pieles alrededor de un hombro. Él sonrió para sí ante sus pensamientos y otra vez se apoyó en ella. Pensó en las palabras pronunciadas ayer y en su efecto en ella. En términos simples, él había asumido completa responsabilidad por el bienestar y la seguridad de ella, y Aislinn, según parecía, se había comprometido a honrarlo y obedecerlo como esposa. Casi rió por lo bajo de la idea, y en su inocencia no empezó a comprender lo que significaría ser el amo de esta mujer.

Aislinn suspiró y se acurrucó contra él, enseguida abrió los ojos, y por encima del ancho pecho de Wulfgar, miró hacia el hogar apagado. Levantó la vista y lo encontró a él, que estaba observándola silenciosamente, y entonces se estiró sobre ese pecho para besarlo en los labios.

—Dejamos apagar el fuego —suspiró ella.

Wulfgar sonrió con una chispa en los ojos.

—¿Lo avivamos?

Aislinn rió alegremente y saltó desnuda de la cama.

—Yo hablaba del fuego del hogar, amor mío.

Wulfgar se levantó de un salto y la atrapó cuando ella daba la vuelta alrededor de los pies de la cama. La atrajo hacia él, se sentó sobre las pieles, la acarició con la boca en el cuello y le rodeó la cintura con los brazos.

—Ah, mujer, qué hechizo has lanzado sobre mí. Apenas puedo pensar en mis obligaciones cuando estás cerca.

Aislinn le echó los brazos al cuello. Sus ojos brillaron.

—¿Te gusto, milord?

—Oh...oh... —suspiró él—. Me haces temblar con sólo tocarme con tus dedos.

Ella rió alegremente y lo mordió en el lóbulo de la oreja.

—Entonces —dijo Aislinn—, debo admitir que a mí me sucede lo mismo.

Sus labios se encontraron y fue un buen rato después que bajaron la escalera para desayunar. Aunque cuando aparecieron ya era algo tarde, solamente Miderd y Hlynn estaban en el salón. El lugar había sido cuidadosamente limpiado y habían esparcido juncos nuevos mezclados con hierbas húmedas para eliminar el olor que solía quedar adherido al suelo después de una noche de ruidosas celebraciones. Un sabroso potaje, con puerco y huevos, se calentaba en el fuego, y cuando ellos se sentaron, Miderd se acercó con tazones con comida que les puso delante, mientras Hlynn les traía jarros de leche fresca.

La comida empezó en silencio. Toda la aldea parecía estar extrañamente silenciosa más allá de la puerta abierta. No había señales de la alegría que se había manifestado el día anterior, hasta que momentos después entró Kerwick. El joven caminó con estudiado cuidado y de su pelo aún goteaba agua del arroyo. Se sentó vacilante a la mesa con ellos y dirigió a Aislinn una débil sonrisa. Su palidez acentuaba lo enrojecido de sus ojos. La sonrisa se borró cuando él percibió el aroma de la comida y miró los tazones humeantes con trozos de carne de puerco y huevos hervidos. Se llevó las manos a la barriga, masculló unas disculpas ininteligibles y huyó en dirección al arroyo.

Aislinn sonrió sorprendida mientras Miderd se reía a carcajadas del infortunado joven.

—El pobre muchacho se bebió él sólo casi todo un barril de ale —dijo la mujer—. Y me temo que no le cayó muy bien.

Wulfgar asintió y tragó, sonriendo.

—En adelante seré más cuidadoso con los regalos —murmuró— Él parece tomárselos demasiado a pecho.

El ruido de una puerta de una de las habitaciones de arriba interrumpió sus palabras. Levantaron la vista y vieron a Bolsgar en la cima de la escalera, con un brazo apoyado en la pared mientras que con la otra mano se alisaba el pelo desordenado. Se aclaró la garganta, se afirmó, se levantó las calzas y empezó un lento descenso, mirando cuidadosamente dónde ponía los pies que parecían muy inseguros. Cuando estuvo más cerca, los otros pudieron ver los ojos inyectados y los cañones de la barba que crepitaban cuando él se pasaba la mano por el mentón. El también quiso saludar a Aislinn con una sonrisa, pero sólo consiguió hacer una mueca torcida. Parecía bastante animado, como si aún duraran en él los efectos del ale y el vino. Se acercó a la mesa, hasta que sintió el olor de la comida. Entonces, se tambaleó y casi cayó sobre su sillón, cerca del fuego.

—Creo que todavía no voy a comer —dijo, y se cubrió un momento la boca con una mano y cerró los ojos. Se estremeció y se acomodó en su sillón, con un suspiro trémulo.

Miderd se acercó compasiva con un cuerno de ale que él acepto y bebió agradecido. Wulfgar habló, y al sonido de su voz, Bolsgar volvió a estremecerse.

—Señor, ¿has visto a Sweyn esta mañana? Querría hablar con él de ciertos asuntos relacionados con el castillo.

Bolsgar se aclaró la garganta y respondió débilmente.

—No lo he visto desde que compartimos el último barril de ale.

—¡Ja! —exclamó Miderd—. Sin duda, ese cerdo rubio está gimiendo de dolor y tratando de sepultar su cabeza debajo de la paja de su jergón. —Rió por lo bajo y señaló a Hlynn.— La pobre muchacha hará bien en no volver a ponerse al alcance de sus brazos.

Aislinn levantó la vista sorprendida e intrigada por las palabras de la mujer. Hasta donde ella sabía, Sweyn siempre se había conducido apropiadamente con las mujeres de la aldea.

—Hlynn todavía tiene las marcas del abrazo de él —continuó Miderd en tono jovial—. Pero, sin duda, él sentirá que su mejilla le dolerá durante varios días.

Hlynn enrojeció y volvió a su tarea, ocultando el rostro en embarazado silencio.

—Aja —dijo Wulfgar, y rió por lo bajo—. Sweyn rejuvenece un año con cada cuerno de ale que bebe y después se cree que es nuevamente un jovenzuelo y corre detrás de cada muchacha que ve.

Aislinn ahogó una risita cuando otra sombra apareció en la puerta. Sir Gowain entró, protegiéndose la frente con la mano del radiante sol. La fresca sombra del salón le arrancó un suspiro de alivio, y caminó hacia la mesa casi en línea recta. Se detuvo un momento y después se sentó lo más lejos posible de la comida y apoyó un brazo en la mesa, como para sostenerse. Saludó a Aislinn con una inclinación de cabezal pero no pudo aventurar una sonrisa y trató de no mirar el tazón humeante.

—Perdona, milord —dijo esforzando la voz—. Sir Milbourne está enfermo y aún no se ha levantado.

Wulfgar reprimió su hilaridad y arrugó un poco la frente mientras Aislinn luchaba con la suya.

—No importa, sir Gowain —repuso Wulfgar. Se recostó en su silla y tomó un trozo de carne, mientras el otro apartaba rápidamente la mirada—. Será un día de descanso, pues mis leales hombres esta mañana no servirán para nada. Si puedes soportarlo, toma una copa de ale para aclarar tu cabeza y ocúpate de tu bienestar. —Se inclinó hacia delante y habló con fingida preocupación.— Tú mismo no pareces sentirte muy bien este día.

Gowain aceptó la copa que le ofrecía Hlynn, levantó la vista una sola vez, tomó la fresca bebida de un solo trago y se marchó.

Aislinn se echó atrás en su silla entre ruidosas carcajadas y Wulfgar se le unió, mientras que Bolsgar se estremecía ante el ataque a sus oídos. Pero entonces, desde la cima de la escalera, llegó la voz de Gwyneth, cargada de ira.

—Bueno, veo que el sol está bastante alto para que milord y milady se hayan levantado.

Bolsgar la miró con sorna, dejó su copa y medio se levantó.

—Por Dios —rugió—. Debe de ser mediodía. Mi amable hija se levanta para desayunar.

Gwyneth bajó la escalera, y con voz gimiente respondió a la pulla de él.

—No pude dormir hasta que empezó a amanecer. Toda la noche hubo ruidos extraños en la cámara. —Se puso ceñuda y miró fijamente a Aislinn.— Como si un gato se hubiera enredado en el brezal. —Levantó sarcónicamente una ceja.— Wulfgar, ¿has oído esos ruidos?

Aislinn enrojeció intensamente, pero Wulfgar rió en voz alta, sin nada de vergüenza.

—No, hermana mía, pero cualquier cosa que haya sido, juraría que tú no sabrías de qué se trataba.

Gwyneth se puso rígida y chapaleó en el barro.

—¿Qué puedes saber tú de personas bien nacidas? —dijo despectivamente, y se llevó a la boca un trozo de carne.

Miderd y Hlynn estaban ocupadas con tareas urgentes de modo que Gwyneth tuvo que servirse una copa de leche. Mientras la bebía, se acercó a su padre. Su voz sonó aguda en el salón.

—Aja, veo que la ficción de juventud desapareció tan rápidamente como había llegado.

—Mis arrugas las he adquirido en una vida bien vivida. ¿Cuál es la excusa de las tuyas, hija?

Gwyneth giró furiosa y miró con dureza a Miderd, quien se había puesto a toser repentinamente.

—Las pocas que tengo —replicó—, las adquirí por soportar los crueles comentarios de mi padre y de mi pariente bastardo.

Wulfgar se levantó, tomó a Aislinn de la mano y la hizo ponerse de pie.

—Antes que el día se estropee demasiado, ¿querrías salir a cabalgar conmigo? —preguntó él.

Contenta de librarse de la lengua de Gwyneth, Aislinn murmuró suavemente:

—Con gusto, milord.

Wulfgar se la llevó del salón mientras la voz de Gwyneth se elevaba en un nuevo ataque contra el atormentado Bolsgar. Mientras cruzaban el patio, Aislinn, sin ningún motivo, rió con alegre abandono y placer. Tomó la mano de Wulfgar y bailó alrededor de él, como una niña alrededor del Árbol de Mayo. Él meneó la cabeza, la tomó de un brazo para detenerla y se apoyó en la pared del establo.

—Qué hechicera tentadora que eres, mujer —murmuró roncamente contra la cabellera de ella, y como Aislinn le echó los brazos al cuello, se sintió inspirado y la besó. Como en la noche anterior, quedó sorprendido por la buena disposición de ella. Se maravilló del humor de su esposa y del ardor de su respuesta, de este ser vibrante que tenía en sus brazos y que lo tocaba y le encendía todos los nervios con placer.

Un ruido de cascos quebró el momento y ellos se separaron y vieron el asno del fraile que salía del establo, con su amo inclinado sobre su lomo y aferrando las crines del animal como si tuviera dificultades para no caer. La capucha del monje dejaba ver una cara desencajada y de color ceniza. Sin detenerse, el fraile tomó el camino a Cregan.

Aislinn rió y se acurrucó otra vez contra el pecho de Wulfgar. Lo rodeó con los brazos y lo estrechó con fuerza. Jugando, lo mordió en el cuello.

Con un rápido movimiento, Wulfgar la levantó en brazos pero; casi la dejó caer, por la sorpresa, cuando ella luchó frenéticamente contra él.

—Normando bestial, ¿quieres violarme aquí? —preguntó ella; con fingida cólera, y después se rió del desconcierto de él.

Wulfgar sonrió.

—Levantarte era la mejor forma que yo conocía para hacer que te movieras. Si estás decidida a hacer cabriolas todo el día, será necesaria una mano fuerte para encaminarte.

Ella agitó un puño debajo de la nariz de él en fingida amenaza, y cuando él la depositó en el suelo, lo besó y murmuró:

—Trae los caballos, milord. Inglaterra espera.

El gran semental de Wulfgar sentía una urgente necesidad de estirar los flancos y correr y hacer un poco de exhibicionismo delante de la yegua rucia, pero Wulfgar, en deferencia al estado de Aislinn, empuñó firmemente las riendas y lo contuvo. El gran caballo dio uno o dos saltos y se levantó sobre las patas traseras, pero una orden de su amo lo hizo quedarse quieto. Después, con un resoplido de disgusto, salió a un trote regular.

Aislinn rió, y en el día soleado su corazón voló con las golondrinas sobre los árboles. Pasaron por una parte de camino donde antiguas piedras talladas estaban puestas lado a lado para formar la superficie. Los cascos de sus monturas hicieron un sonido rítmico y Wulfgar empezó a cantar en francés. La canción empezó a ponerse atrevida y él se volvió, sonrió a Aislinn, y en vez de cantar el último verso, se limitó a silbar la melodía, mientras miraba a su esposa con ojos hambrientos y lujuriosos. Aislinn rió regocijada, y enseguida, adoptando un tono de voz ronca, empezó a cantar una vieja y obscena tonada sajona, hasta que él le dijo que se detuviera.

—Esas palabras no son para la boca de una dama —le reprochó él con seguridad, y después sonrió—. Ni tampoco para rameras sajonas.

—Te ruego que digas, milord, si de repente te has vuelto recatado y severo como una vieja solterona.

Azuzó a su yegua para evitar el brazo de él y la hizo avanzar más rápido. Agitó una mano, levantó la nariz en el aire y habló, en tono burlón.

—Perro normando, no te acerques. Yo soy una dama de la corte de mi señor y no toleraré estas incesantes caricias.

Esta vez dio una brusca vuelta con su yegua para evitar al caballo que se abalanzaba hacia ella, y al ver la expresión decidida de Wulfgar, azuzo a su cabalgadura hacia un cerco bajo y con un limpio salto, montura y amazona estuvieron del otro lado. Wulfgar y su caballo se lanzaron tras ella.

—¡Aislinn, detente! —gritó Wulfgar. Como esto no dio resultado, espoleó a su caballo y gritó nuevamente—. Zorra imprudente, vas a matarte.

Finalmente alcanzó a tomarle las riendas y obligo a la yegua temblorosa a detenerse. Se apeó de un salto, y tomó a su esposa de la cintura para bajarla de la silla, furioso por la temeridad de ella, y por el temor que le había causado.

Aislinn soltó una carcajada y le echó los brazos al cuello, y cuando él quiso depositarla en el suelo, se deslizó apretándose contra él, con el rostro encendido por la excitación. Pareció más natural besarla que hablar, y cuando él la tomó en sus brazos, ella no protestó sino que lo abrazó con más fuerza.

Tiempo más tarde descansaban a la tibia luz del sol, en la cima de un pequeño altozano. Aislinn estaba medio sentada, medio tendida, y cortaba flores de primavera que iba tejiendo en una guirnalda. El caballero normando, muy tranquilizado, descansaba su cabeza en el regazo de ella mientras observaba la hermosura de su esposa y le pasaba lentamente un dedo por el pecho. Aislinn rió y lo besó en los labios.

—Milord, parece que nunca quedas saciado.

—Ah, mujer, ¿cómo podría ser si tú estás siempre tentándome?

Ella fingió compasión y suspiró.

—Es verdad —dijo—. Estás muy acosado por las mujeres. Tendré que hablar con Haylan...

Wulfgar saltó, la hizo ponerse de pie y la tomó en sus brazos.

—¿Qué es eso de Haylan? —preguntó con una sonrisa—. Es a ti a quien echo la culpa, mujer celosa, y no a otra.

Ella se apartó de él, dio unos pasos de baile y le puso la guirnalda sobre la cabeza. Después, le hizo una reverencia.

—¿Dices que —no fuiste tentado por la lasciva Haylan cuando ella bailó para ti y te mostró su pecho? Debiste estar ciego para no verlo.

Wulfgar avanzó lentamente y ella retrocedió, alejándose de él con una deleitada risita. Con fingido temor, levantó una mano.

—No, milord. No te he dado motivos para que me golpees.

El se abalanzó hacia ella y ella gritó, regocijada, cuando él la tomó en sus brazos y giró con ella.

—Oh, Wulfgar, Wulfgar. —Su voz sonó llena de dicha.— Por fin eres mío.

Él levantó una ceja en expresión de duda pero le sonrió con la mirada.

—Juraría que planeaste este casamiento desde que nos vimos por primera vez.

Ella ocultó su cara contra el cuello de él y suspiró.

—Oh, no, Wulfgar, fue nuestro primer beso lo que me hizo decidirme.

Pasearon y retozaron todo el día, sin pensar en otros asuntos. El sol estaba bajo y casi había perdido su calor cuando ellos llevaron sus monturas al enorme establo. Mientras Wulfgar atendía los caballos, Aislinn lo observó con ojos radiantes. Después caminaron, en dichoso silencio y tomados de la mano como jóvenes amantes que apenas se conocen. Antes de entrar en la casa, Wulfgar rió, se quitó la guirnalda de la cabeza y besó las flores antes de arrojarla a través de la puerta. La rodeó con un brazo y entraron entre los vítores de sus hombres y los calurosos saludos de los demás.

Sweyn estaba sentado a la mesa y pareció ansioso de meterse debajo de ella antes de enfrentar la mirada de los recién llegados. De él, los ojos de Aislinn pasaron a Hlynn. El vikingo lo advirtió, escondió la cara dentro de una jarra de ale y pareció ahogarse con la bebida. Ante un comentario susurrado de Aislinn, Wulfgar echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas, mientras Sweyn se inquietaba y enrojecía intensamente.

—Juraría que tienes razón, Aislinn —dijo Wulfgar—. Para sus últimos años, debería encontrar una doncella más gentil para acariciar.

Todavía riendo de la broma de ella, Wulfgar llevó a Aislinn hasta la mesa y cuando acomodaba a su esposa en la silla se encontró con la mirada fría de Gwyneth.

—Por la forma en que mimas a estos sajones, Wulfgar, creería que eres uno de ellos —dijo Gwyneth despectivamente, y señaló a Kerwick, quien ahora comía con Gowain y los otros caballeros—. Tendrás motivos para lamentarte por haber confiado en él. Recuerda mis palabras.

Wulfgar sonrió, imperturbable.

—Yo no confío en él, Gwyneth. Es sólo que él sabe la recompensa que le espera si llegara a fallarme.

Gwyneth hizo una mueca de desprecio.

—Lo próximo que harás, será dar a Sanhurst algún título de importancia.

—¿Por qué no? —dijo Wulfgar en tono burlón, y se encogió de hombros—. Él ha aprendido bien sus obligaciones.

Gwyneth lo miró disgustada y después continuó en silencio con su comida, mientras Wulfgar se volvía hacia Aislinn y trataba de no pensar en su fastidiosa hermana.

Haylan les trajo fuentes de comida para que se sirvieran, aunque mantuvo bajos sus ojos que todavía estaban enrojecidos, y trató de ocultar su rostro melancólico. La comida transcurrió agradablemente, entre comentarios joviales y animado diálogo. Después de unos cuantos sorbos más de ale, Sweyn se unió a los demás y entre risas levantó su cuerno hacia Wulfgar.

—Oh, lord, si me inclino a elegir a una doncella gentil como Hlynn para acariciar y no sé de ninguna más dócil, es a causa de que vos me habéis mostrado la locura de buscar a una mujer más decidida. —El salón se llenó de carcajadas. El vikingo levantó su cuerno de ale y saludó a su señor con una sonrisa.— Feliz matrimonio, Wulfgar. Y larga vida.

Wulfgar rió satisfecho, levantó su propio cáliz y lo vació sin detenerse. El jolgorio de la noche continuó, pero en una forma más tranquila, cuando Milbourne desafió a Bolsgar a una partida de ajedrez. Los hombres se levantaron con quienes los seguían y también los recién casados. Aislinn se apoyó en Wulfgar y deslizó su mano en la de él.

—Quisiera ir a ver a mi madre, si me lo permites. Estoy un poco afligida por su salud.

—Por supuesto, Aislinn —murmuró él, y añadió, con cierta preocupación—. Ten cuidado.

Ella se puso en puntas de pie y lo besó en la mejilla. Los ojos de él la siguieron llenos de ternura cuando ella tomó su capa y abandonó el salón. Después, se reunió con los hombres. Haylan se mordió el labio y la miró cuando cruzó la habitación. Después, cuando Kerwick pasó junto a ella, sonrió provocativamente.

—Lady de Darkenwald, ¿eh? —dijo el sajón—. Parece que habéis juzgado mal vuestras habilidades.

Haylan lo miró con odio, pronunció una palabra muy impropia de una dama y empezó a ayudar a Miderd a recoger la mesa.

Aislinn tomó en la oscuridad el sendero que llevaba hasta la cabaña de Maida como había hecho antes muchas veces, pero ahora con un propósito diferente en su mente. Sin golpear ni llamar, empujó la puerta y abrió. Maida estaba sentada en la cama, mirando con aire ausente el débil fuego del hogar, pero cuando reconoció a su visitante, de un salto se puso de pie y empezó a regañar a su hija.

—¡Aislinn! ¿Por qué me traicionaste? Por lo menos, teníamos una posibilidad de vengamos...

—¡Basta de charla! —interrumpió Aislinn, irritada—, Y escucha bien mis palabras. Hasta tu mente confundida debería encontrarles sentido, aunque me temo que tu locura es mucho tu propia obra.

Maida miró a su alrededor como buscando una vía de escape, y hubiera querido negar las palabras de su hija.

Aislinn se descubrió la cabeza y echó su capucha atrás con un movimiento de furia.

—¡Escúchame! —Su voz sonó firme y autoritaria.— Ten quieta tu lengua y escúchame. —Continuó hablando, pero ahora con más suavidad.— Si llegaras a tener éxito y matases a un caballero normando para vengar a mi padre, y especialmente a Wulfgar, porque él es amigo de Guillermo, sólo conseguirías atraer sobre nosotros la ira de los normandos. ¿Cuál piensas que es el castigo de los normandos para aquellos que matan a sus caballeros mientras duermen?

"Si anoche hubieses tenido éxito con tu puñal, habrías conseguido que me clavasen desnuda en la puerta de Darkenwald. Y en cuanto a ti, habrías danzado en el extremo de una cuerda para que todo Londres te viese. No pensaste en esto, sólo pensaste en tu venganza."

Maida meneó la cabeza, se retorció las manos e hizo ademán de hablar, pero Aislinn se acercó, la tomó de los hombros y la sacudió hasta que los ojos de su madre se dilataron de miedo.

—Escúchame, porque golpearé con mis palabras hasta alcanzar la poca cordura que te quede. —Los ojos de Aislinn se llenaron de lágrimas, y un ruego desesperado crispó sus labios hermosos.— Dejarás de hostigar a los normandos a partir de este momento. Guillermo es rey y toda Inglaterra le pertenece. Por cualquier cosa que hagas en el futuro; en contra de los normandos, todo sajón está comprometido, por su honor, a darte caza.

Aislinn aflojó las manos y Maida se desplomó sobre la cama y miró el rostro airado de su hija. Aislinn se inclinó más cerca de ella y cada palabra que pronunció salió dura y clara.

—Si eso no te importa, entonces presta mucha atención a esto. Wulfgar es mi marido, por votos formulados ante un hombre de Dios. Si llegas a hacerle algún daño, yo te haré lo mismo a ti. Si lo matas, habrás matado a mi elegido y yo me ocuparé de que mi madre sea azotada y colgada de la muralla del castillo. Cubriré mi cabeza con ceniza y vestiré para siempre mi cuerpo con harapos, para que todos vean mi dolor. Yo lo amo.

Los ojos de Aislinn se agrandaron por sus propias palabras. Ella se irguió, asombrada, y entonces las repitió con más ternura.

—¡Sí! ¡Lo amo! Sé que en cierta forma él me ama. No plenamente, aún, pero eso llegará. —Se inclinó nuevamente sobre su madre y su voz se endureció una vez más.— Tienes un nieto que está creciendo en mi seno. No dejaré que lo conviertas en huérfano. Cuando vea que nuevamente te conduces razonablemente, te recibiré con los brazos abiertos, pero hasta entonces no amenaces la seguridad de Wulfgar o haré que te arrojen al rincón más remoto de esta tierra. ¿Has comprendido mis palabras?

Miró colérica a Maida. Maida bajó la cabeza y asintió lentamente.

Aislinn se suavizó.

—Bien —dijo.

Hizo una pausa, deseosa de aliviar la carga de su madre, pero sabía bien que la dureza de su advertencia daría más frutos.

—Me seguiré ocupando de tu comodidad. Desde ahora, cuídate y aliméntate bien.

Con un profundo suspiro, se volvió y salió de la cabaña, preguntándose qué habría deducido de todo esto la mente torturada de Maida. Entró en el salón y fue junto a Wulfgar, quien estaba cerca del hogar, observando la partida de ajedrez. Él le dio la bienvenida con una sonrisa, la rodeó con un brazo y volvió su atención a la partida.

La primavera estalló sobre la tierra y de sus miríadas de capullos Aislinn era el más hermoso. Ella floreció en un glorioso color de espíritu que dejaba atónito hasta a Wulfgar. Se regocijaba en su nueva posición de esposa de Wulfgar y lady de la casa señorial, y no eludía sus responsabilidades ni vacilaba en ejercer su autoridad cuando era necesario, especialmente en las ocasiones en que Gwyneth acusaba a alguien injustamente. Tenía una fortaleza de espíritu que hacía que hasta los hombres de la aldea la buscasen para pedirle consejos. Bolsgar se maravillaba de su sensatez y cuando lo comentó, Kerwick se limitó a asentir y sonreír, pues sabía bien de qué hablaba el otro. Ella intercedía continuamente por su gente ante ese fiero caballero normando cuyo severo continente ellos todavía temían, pero cuando era necesaria la justicia de Wulfgar, ella daba un paso atrás y no interfería. Atendía las heridas y enfermedades de las gentes de Darkenwald y muchas veces cabalgaba con Wulfgar hasta Cregan, cuando sus habilidades eran necesarias allí. La gente al verla al lado de su esposo normando y notar el respeto que ella le tenía, empezó a perder el temor y a confiar en él. Dejaron de temblar cuando lo veían llegar y unos pocos valientes hasta se atrevieron a conversar con él y se sorprendieron al enterarse de que Wulfgar sabía comprender a los campesinos y tenía compasión por sus necesidades. Dejaron de verlo como a un enemigo conquistador y empezaron a considerarlo un lord razonable.

Wulfgar fue el primero en comprender las ventajas que le deparaba el haber desposado a Aislinn, y no sólo en los tratos con la gente. Se sorprendía de la diferencia en ella después de haber pronunciado unos pocos votos, porque ahora, al toque más suave de su mano, ella se volvía a él tierna y sonriente, y se le entregaba sin ninguna reserva. Cada día se demoraba menos en el salón después de la comida de la noche y trataba de retirarse temprano a su habitación. Disfrutaba de los momentos tranquilos con ella tanto como de los momentos de pasión. A menudo, en aquellas ocasiones, se contentaba con mirarla. El espectáculo de ella, sentada frente a él, trabajando con sus hábiles dedos cosiendo una prenda para él o para el niño, era extrañamente reconfortante.

Marzo se acercaba a su fin y era época de arar, plantar y esquilar; época de construir. Kerwick se veía muy exigido por su nueva profesión y anotaba en sus libros, como le había pedido Wulfgar, el nacimiento de cada cabrito, cordero y niño, además de la ocupación de cada habitante de la aldea y el tiempo que cada hombre dedicaba al castillo, tiempo que le era descontado de sus tributos.

Wulfgar ordenó que dos días de cada hombre le pertenecían y se reclutaron muchachos de los campos para ayudar a los recién llegados albañiles. Un profundo foso fue cavado en la base de la alta colina y un único puente lo cruzaría, guardado por una torre de piedra. La cima de la colina fue emparejada y una muralla de piedra empezó a formar una corona alrededor del terreno llano así formado. En el medio, empezó a elevarse un alto castillo.

Fue durante esta época que llegó la noticia de que Guillermo retomaría a Normandía para la Pascua. Wulfgar sabía que el príncipe Edgar y muchos nobles ingleses irían con él como rehenes de guerra, pero no se lo comunicó a Aislinn pues comprendió que a ella la información no le agradaría. En su viaje, Guillermo pasaría cerca de Darkenwald a fin de poder comprobar los progresos de la construcción del castillo. En los días siguientes de recibirse la noticia, hubo mucho trabajo en la casa señorial y sus alrededores, y cada rincón fue limpiado y preparado para la visita del rey. Pasó casi una semana antes que un vigía gritara desde la torre que se acercaba al estandarte del rey, y Wulfgar salió a recibirlo a caballo.

Guillermo llegó con alrededor de cincuenta hombres armados, y Wulfgar vio, sorprendido, que Ragnor venía con él. Wulfgar se puso ceñudo al ver al otro caballero pero guardó silencio y se tranquilizó al pensar que Ragnor regresaría a Normandía con el rey. Guillermo saludó a Wulfgar con la calidez de la amistad, y cuando la procesión continuó la marcha, Wulfgar señaló el terreno y habló de planes para su defensa, mientras Guillermo escuchaba y asentía dando su aprobación. A lo largo del camino, los campesinos interrumpieron sus labores en los cultivos para mirar asombrados y boquiabiertos al rey y su comitiva. Finalmente el cortejo se detuvo frente a la casa señorial de Darkenwald y Guillermo ordenó a sus hombres que se apearan y descansaran, porque él permanecería unos momentos allí.

Cuando Guillermo y Wulfgar entraron en el salón, Gwyneth y Aislinn se inclinaron en profundas reverencias, y Bolsgar, Sweyn y los demás presentes rindieron homenaje al rey. Los ojos de Guillermo se posaron en Aislinn cuando ella se incorporó, y al ver que estaba encinta, dirigió una mirada inquisitiva a Wulfgar y siguió mirándolo sin decir palabra, hasta que Wulfgar respondió:

—No será bastardo, sire. Ella es mi esposa, ahora.

Gwyneth observó fríamente cómo el rey saludaba a Aislinn con familiaridad, y cómo rió con ella de la broma que hizo acerca de que había engrosado desde la última vez que la viera. Gwyneth hirvió de celos pero contuvo su lengua viperina en presencia de Guillermo. Cuando él y Wulfgar se marcharon de la casa para cabalgar hasta el lugar donde se estaba construyendo el castillo, ella giró colérica y huyó a su habitación, sin saber que Ragnor estaba allí cerca, fuera de la casa.

Deseosa de brindar la hospitalidad de Darkenwald, Aislinn ordenó a Ham, Miderd, Hlynn y Haylan que la ayudaran a servir a los hombres que aguardaban un poco de ale que había estado enfriándose en la profundidad del pozo de agua. Era un día agradable, porque los tibios vientos del sur alejaban el frío y Aislinn salió de la casa sin ponerse una capa pues no la necesitaba. Los hombres aceptaron agradecidos la bebida y cuando comentaron, en francés, la belleza de esta sajona, Aislinn sonrió y aceptó el cumplido en silencio, sin revelar que ella ahora hablaba fluidamente esa lengua. Se detuvo junto a un hombre con indumentaria de noble que estaba sentado con otros similarmente ataviados. Aquí no hubo sonrisas para saludarla sino algunas muecas despectivas. Intrigada por sus actitudes, Aislinn arrugó la frente y estaba por alejarse cuando el caballero se puso de pie y se disculpó, en una voz que no tenía trazas de acento extranjero.

—¿Sabéis quiénes somos? —preguntó el hombre.

—No —respondió Aislinn y se encogió de hombros—. ¿Cómo puedo saberlo si no os he visto antes?

—Somos ingleses cautivos del rey. Nos llevan a Normandía.

La boca de Aislinn se abrió en un silencioso "Oh" y sus ojos fueron a los otros.

—Lo siento —murmuró ella.

—Lo sentís —replicó uno de los de más edad, con un resoplido y miró despectivamente el vientre de ella—. Parece que no perdéis tiempo para acostaros con el enemigo.

Aislinn se irguió con dignidad.

—Me juzgáis sin conocer las circunstancias —dijo—. Pero eso poco me importa. No pido que me escuchéis. Mi marido es normando y a él le he dado mi lealtad, aunque mi padre era sajón y murió por la espada de un normando. Si he aceptado a Guillermo como mi rey ha sido porque no veo ninguna utilidad en una lucha desesperada que sólo traería más muertes y derrotas para los ingleses. Quizá porque soy mujer no veo ningún futuro en seguir esforzándose por poner a un inglés en el trono. Pienso que debemos aguardar el momento apropiado y dar a Guillermo su oportunidad. Quizá él traiga algún bien sobre Inglaterra. Nada podréis hacer con solamente muertos que os sigan con sus huesos. ¿Querríais vernos muertos a todos para comprender la verdad? Yo diría que Guillermo hace bien en teneros bajo custodia a fin de asegurar la paz para Inglaterra.

Se volvió sin decir más y caminó sobre el césped hasta la tumba de su padre, donde vio a un caballero normando, sentado solo debajo de un árbol, con la espalda hacia los demás. El se había quitado el yelmo, tenía un brazo apoyado en una rodilla y miraba hacia el bosque, en sereno reposo. Aislinn estuvo a su lado antes de reconocerlo y entonces retrocedió sorprendida. Ragnor se volvió al oír su exclamación y levantó la mirada hacia esos grandes ojos de color violeta, mientras a sus labios asomaba una lenta sonrisa.

—Ah, paloma, te eché de menos —murmuró él, se levantó y le hizo una reverencia. Cuando se irguió y la miró de cuerpo entero, su sorpresa se reflejó claramente en su cara—. No me lo dijiste, Aislinn.

Ella levantó el mentón y enfrentó la tierna mirada de él con una mirada glacial.

—No lo creí necesario —replicó con altanería—. La criatura es de Wulfgar.

Él apoyó un hombro en el árbol y sus ojos bailaron cínicamente.

—¿De veras?

Aislinn casi pudo verlo contar mentalmente los meses, y su temperamento se inflamó.

—No llevo ningún hijo vuestro, Ragnor.

Él rió con despreocupación, como si no tomara en serio sus palabras.

—Sería una justa recompensa si fuera mío —dijo—. Sí, yo mismo no lo habría planeado mejor. No es probable que el bastardo reclame a mi cachorro, pero por otra parte, nunca podrá saber quién es el verdadero padre. —Dio un paso hacia ella y la miró a los ojos. Se puso serio.— El no se casará contigo, Aislinn —murmuró—. Nunca fue hombre de estar mucho tiempo con una mujer. Tal vez, ya has notado que su interés empieza a disminuir. ¡Estoy dispuesto a llevarte de aquí! Ven conmigo a Normandía ahora, Aislinn. No lo lamentarás.

—Al contrario, lo lamentaría mucho —replicó ella—. Aquí tengo todo lo que deseo.

—Yo puedo darte más. Mucho, mucho más. Ven conmigo. Vachel comparte mi tienda pero no tendrá problemas en encontrar otro lugar para su reposo. Sólo tengo que pedírselo y él obedecerá. —Su voz se hizo más alegre cuando se sintió alentado por el silencio de ella.— Debemos ocultamos del rey, pero conozco formas de disimular tu hermosa apariencia y él no lo advertirá. Creerá que he encontrado un muchachito para que sea mi lacayo.

Ella rió desdeñosamente y siguió el juego un momento más.

—Wulfgar os perseguiría.

Él le tomó la cara entre las manos y le deslizó los dedos por el cabello.

—No, paloma. Él encontrará a otra. ¿Por qué vendría cuando tú llevas un bastardo en tu seno?

Se inclinó para besarla en la boca, pero ella murmuró, quedamente:

—Porque soy su esposa.

Ragnor se echó atrás sorprendido y la risa desdeñosa de ella le llenó los oídos.

—Perra —dijo, con los dientes apretados.

—¿No me amáis, Ragnor? —preguntó ella en tono burlón—. Pobre de mí, siempre descartada. —Cesó de reír y adoptó una actitud despectiva.— ¡Vos, asesinasteis a mi padre y a mi madre le robasteis su cordura! ¿Crees que alguna vez podré perdonaros? ¡Que el cielo me condene si lo hago! Preferiría veros en el infierno.

Ragnor la miró con odio.

—Te tendré, perra, y te tomaré a mi placer. Wulfgar o no, serás mía. Nada significa el matrimonio para mí. Y menos la vida de Wulfgar. Aguarda, paloma, aguarda y verás.

Se puso el yelmo, dio media vuelta y caminó furiosamente hasta la casa. Abrió la puerta y entró con paso decidido. Temblando, Aislinn se apoyó en el árbol para sostenerse y lloró silenciosamente, al sentir el temor, que la angustiaba a menudo, de que el niño naciera con la piel y el cabello oscuros de Ragnor.

El salón estaba vacío y Ragnor subió la escalera sin ser molestado. De un golpe, abrió la puerta de la pequeña habitación de Gwyneth, la cerró de un portazo y se encontró con la mirada sobresaltada de ella, quien estaba sentada en la cama, con los ojos enrojecidos.

—¡Ragnor!

Quedóse mirándolo boquiabierta y después hizo ademán de ir hacia él, pero él fue hasta la cama, se quitó el casco y la cota de mallas y se tendió a su lado. Ella ahogó una exclamación cuando él se le arrojó encima y le quemó la boca con besos salvajes, pero se agarró a él, deleitada con el fiero ardor del hombre. Poco importó que él le hiciera daño, hasta obtuvo placer del dolor. Su espíritu se animó porque él parecía desearla tanto como para dejar de lado toda precaución y buscarla donde había tantos peligros de ser descubierto. La excitación del peligro, sumada a la de la violenta pasión, la enardecieron.

Ragnor la tomó sin nada de ternura en su corazón. Su lascivia y su furia no se combinaron con compasión por su víctima. Pero en su mente, él no pudo dejar de comparar este cuerpo flaco y enjuto con el más hermosamente proporcionado, aunque menos dispuesto, de Aislinn; y con la mente llena de imágenes de ella, no le resultó difícil desahogarse con esta otra.

Saciados sus deseos, Ragnor pudo fingir una vez más afecto hacia Gwyneth y hasta simuló cierta ternura. Ella quedó en sus brazos, acariciando los músculos duros y elásticos del pecho de él. Ragnor se inclinó y la besó suavemente en los labios.

—Llévame contigo a Normandía, Ragnor —susurró ella contra la boca de él—. Por favor, amor, no me dejes aquí.

—No puedo —dijo él—. Viajo con el rey y no tengo una tienda para mí solo. Pero no temas. Hay tiempo de sobra y regresaré por ti quizá en una forma más de tu agrado. Espérame, y siempre está prevenida contra las mentiras que se digan de mí. A nadie escuches sino solamente a mis labios.

Nuevamente la besó, larga y apasionadamente, pero con su hambre saciada, Ragnor estaba ansioso por marcharse, se excusó, se levantó de su lado y tomó sus ropas. Dejó la habitación con más cuidado que con el que había entrado, y al no ver a nadie en las cercanías, bajó apresuradamente la escalera y abandonó la casa.

Wulfgar frenó su montura detrás del poderoso caballo del' rey y se apeó. Miró a su alrededor y vio los hombres que descansaban bajo los árboles. Cuando divisó a Ragnor reposando a la sombra de un roble de extensas ramas, sintióse un poco más tranquilo, aunque su mirada siguió buscando hasta que encontró a Aislinn, quien estaba llenando una copa que le tendía un joven arquero.

Siguiendo con esa hospitalaria tarea, ella se acercó a ellos con una amable sonrisa y Ragnor, desde donde estaba, observó a la pareja con los ojos entrecerrados, fingiéndose dormido.

Vachel había ido con el grupo que visitó el castillo y ahora se acercó a su primo, pero Ragnor le prestó poca atención mientras contemplaba el abrazo despreocupado de Wulfgar y Aislinn.

—Parece que la paloma ha domado al lobo —murmuró Ragnor a su primo—. Wulfgar ha desposado a la muchacha.

Vachel se sentó a su lado.

—Podrá haberse casado con ella, pero por eso no es menos normando —dijo—. Construye ese castillo como si esperase contener a toda Inglaterra dentro de sus murallas.

Ragnor hizo una mueca de desprecio.

—Seguramente el bastardo espera conservar a la dama, pero llegará un momento...

—No juzgues su habilidad tan a la ligera como en el torneo —le advirtió Vachel—. Él es inteligente y posee una fuerza enorme para llevar a cabo sus empresas.

Ragnor sonrió.

—Tendré cuidado —dijo.