5

WULFGAR salió furioso de la casa señorial y cruzó el patio, con el rostro dirigido al sol poniente, con intención de aguardar a que su cólera se apaciguara.

Súbitamente hubo un grito en el patio y un brazo señaló. Wulfgar miró en la dirección indicada y vio una nube de humo negro que ascendía desde atrás de la cresta de una colina. Rugió una orden, y varios hombres saltaron a sus caballos y Sweyn y él se acomodaron en sus sillas de montar. Los grandes cascos de los animales arrancaron la hierba pardusca del otoño cuando se alejaron velozmente de la casa señorial.

Momentos después habían pasado la cresta de la colina y descendían a la carrera hacia la granja que estaba abajo, donde una gran parva de paja y un pequeño cobertizo ardían furiosamente, despidiendo el humo denso que habían visto. La escena que se desarrollaba antes los ojos de Wulfgar hizo que los pelos de su cuello se erizaran de cólera. Siete u ocho cuerpos estaban tendidos en el lugar, entre ellos los de los dos alabarderos que había enviado como guardias. Los otros eran unos hombres andrajosos, que tenían clavadas las flechas disparadas por los arcos de los guardias normandos. Cuando se acercaron a la cabaña, una mancha informe de color se convirtió en una muchachita, brutalmente maltratada y muerta entre los jirones de sus vestidos. Una anciana, golpeada y aturdida, salió arrastrándose de una zanja y cayó sollozando al lado de la niña. Tal vez una docena de hombres huía a pie a campo traviesa, pero lo que llamó la atención de Wulfgar fueron seis jinetes que desaparecían en un bosquecillo apartado.

Gritó a sus hombres que rodearan a los que huían por el campo y enseguida hizo una señal a Sweyn y los dos emprendieron la persecución de los que escapaban a caballo. Los vigorosos animales normandos conocían su trabajo, y sus músculos se contrajeron y estiraron en un veloz galope devorador de distancias, que rápidamente los hizo alcanzar a los fugitivos. Cuando acortaron la distancia que los separaba, Wulfgar desenvainó su espada y elevó la voz en un iracundo grito de guerra. Dos hombres redujeron la marcha y se volvieron para enfrentar a sus perseguidores. Wulfgar siguió de largo unos pocos metros, pero Sweyn los embistió de lleno con su gran cabalgadura y derribó a uno de ellos mientras su hacha se hundía profundamente en el pecho del otro. Una mirada hacia atrás indicó a Wulfgar que Sweyn no estaba en peligro mientras presentaba batalla al superviviente. Wulfgar dirigió su atención a los cuatro que iban delante de él. Estos merodeadores, creyendo que se encontraban en situación ventajosa, también redujeron la marcha y se dispusieron a presentar batalla. Nuevamente, el escalofriante grito de Wulfgar resonó en los bosques y su gran cabalgadura no se detuvo; si no que se lanzó de lleno contra los caballos más pequeños. La espada y el escudo de Wulfgar sonaron con sus golpes, después la larga espada | silbó y partió a uno desde la coronilla a los hombros, dejándolo muerto en la silla, mientras el caballo se alejaba tambaleándose. La furia de la carga llevó a hombre y jinete a través de los otros. Guiado por la rodilla de Wulfgar, el caballo se detuvo de pronto y giró a la izquierda, de modo que la gran espada trazó un amplio círculo, recibió impulso adicional y atravesó el escudo de otro para hundirse profundamente en su cuello. El hombre soltó un grito estertoroso y Wulfgar levantó el pie y de una patada separó al cuerpo de su espada. El tercer hombre levantó su acero para golpear y enseguida quedó mirando fijamente, aturdido por el horror, su hombro sin brazo. La espada volvió para poner fin a su dolor en una corta embestida, y el hombre cayó debajo de los cascos de su montura. El último, al ver caídos a sus compañeros bajo el relampagueante acero de Wulfgar, se volvió para huir y recibió la espada de lleno en la espalda. La fuerza del golpe lo envió rodando de cabeza al suelo.

Sweyn llegó para unirse a la lucha pero encontró a Wulfgar observando la escena y limpiando cuidadosamente la sangre de su larga espada. El nórdico se rascó la cabeza y miró los hombres andrajosos, desaseados, que estaban en el suelo, los cuales, pese a su aspecto miserable, llevaban armas y escudos de caballeros.

—¿Ladrones?—preguntó.

Wulfgar asintió y envainó nuevamente su espada.

—Ajá, y por el aspecto que tienen, han merodeado por el ensangrentado campo de batalla de Hastings para conseguir sus armas.

Con la punta del pie, volteó un escudo que estaba en el suelo y mostró su frente, que exhibía un blasón inglés.

—Estos buitres no consideraban sagrados ni a los suyos.

Los dos guerreros reunieron los caballos y ataron los cuerpos a ellos Condujeron la lúgubre caravana de regreso a la granja, mientras el sol terminaba de hundirse detrás del horizonte del poniente Allí en la creciente oscuridad, sepultaron a los muertos y marcaron sus tumbas con cruces. Once de los hombres en campo abierto se habían rendido sin luchar. Dos levantaron sus espadas y se ganaron una muy pequeña parcela de tierra donde quedaron definitivamente.

Wulfgar dio un caballo a la anciana, pequeño pago por la pérdida de su hija, pero ella, con un sentimiento de sorpresa ante la generosidad de él, lo aceptó, asombrada ante este nuevo lord de Darkenwald.

Frente a la casa señorial, Wulfgar se apeó y ordenó a sus hombres que ataran a los ladrones y pusieran una guardia para vigilarlos Despidió al resto y se dirigió a la casa.

Cuando cruzó la puerta, se detuvo y miró hacia donde Kerwick yacía dormido, entre los perros. Su frente se arrugó en expresión pensativa. Con la sed producida por el combate, cruzó el salón y se sirvió una buena cantidad del fuerte ale de octubre.

Mientras bebía, se acercó al sajón derrotado. La potente cerveza le templo la barriga y empezó a aflojarle los músculos tensos. Wulfgar poso los ojos en el joven y sonrió, apesadumbrado.

—Creo yo, mi amigo inglés, que estimas demasiado las virtudes de la moza —murmuró—. ¿De qué te ha valido eso, fuera de una espalda desollada?

Sus palabras cayeron en el vacío y él se volvió, flexionando el brazo con que había empuñado la espada. Se sirvió otro gran cuerno de ale para ayudarse en el camino hacia el dormitorio y subió ágilmente la escalera.

Abrió la puerta de la cámara. La luz era débil en el cuarto, porque solamente había el suave resplandor del fuego y ardía una única vela Wulfgar sonrió para sí mismo al ver la gran tina de madera, a medias llena de agua caliente, y un gran caldero humeante que colgaba de un gancho en el hogar. Una bandeja con carne, queso y pan se calentaba frente al fuego. Por fin su muchacha, Aislinn, le proporcionaba unas pocas comodidades. Evidentemente, la esclava podría aprender a obedecer.

Sus ojos se demoraron en la forma esbelta de ella, acurrucada en el gran sillón frente al hogar, y en el rostro dormido que se veía perfecto, sin fallas. Wulfgar se detuvo unos momentos para contemplar a su placer la dormida beldad. Ella respiraba suavemente con los labios entreabiertos y sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas por el calor del fuego. Sus pechos subían y bajaban con regularidad cubiertos por la tela del vestido, y por un instante, el pensamiento en todas las otras mujeres se borró en la mente de Wulfgar. Se inclinó, y levantó cuidadosamente con los dedos un rizo suelto que caía sobre la mejilla de ella, lo acercó a sus labios y aspiró el aroma fresco que de él se desprendía.

Se irguió de repente, porque no había adivinado el efecto excitante que tendría en él la suave fragancia. Al hacerlo, la vaina de su espada golpeó contra el sillón. Aislinn despertó sobresaltada y temerosa, pero cuando sus ojos cayeron sobre él, sonrió con expresión soñadora, se estiró y suspiró.

—Milord.

A la vista del cuerpo esbelto de ella, Wulfgar sintió que empezaban a palpitarle las sienes. Se apartó a una distancia segura, levantó el cuerno de ale y bebió un largo sorbo en un esfuerzo por suprimir el temblor de sus manos. Empezó a quitarse los avíos de su profesión y dejarlos a un lado. Sweyn enviaría a un muchachito por la mañana para que los limpiara y aceitara, y para que frotara el cuero y el metal hasta dejarlos brillantes.

Vestido con una liviana camisa de lino y las calzas, Wulfgar tomó nuevamente el cuerno de ale y se volvió a Aislinn. Ella se había acurrucado otra vez en el sillón, desde donde observaba los movimientos del cuerpo largo y musculoso de él, con algo parecido a admiración. Cuando la mirada de él volvió a posarse en ella, Aislinn se levantó y fue a poner un nuevo leño en el fuego.

—¿Qué demora tu descanso, damisela? —preguntó él en tono cortante—. Es tarde. ¿Deseabas algo de mí?

—Milord pidió que a su regreso hubiera un baño aguardándolo y yo he mantenido calientes el agua y la cena. No importa cuál venga primero. Las dos cosas están esperándote.

Él la miró fijamente.

—¿No sentiste ansiedad por mi seguridad mientras estuve ausente? ¿Confías tanto en los normandos?

Aislinn lo miró de frente y cruzó sus manos a la espalda.

—Supe que enviaste a Ragnor con una misión, lejos de aquí, y puesto que yo soy tuya, tus hombres guardan la distancia. Ellos deben temerte mucho.

Wulfgar gruñó, ignorando la ironía.

—Mi hambre no se calmaría con todo un jabalí asado. Dame de comer para poder bañarme después.

Cuando ella se volvió para obedecer, la mirada de él fue atraída por su espalda esbelta. Observó el gracioso movimiento de las caderas y recordó demasiado bien el aspecto de ella sin sus ropas.

Aislinn pasó junto a él cuanto puso la comida sobre la mesa y él notó nuevamente el delicado perfume, como lavanda en el mes de mayo. La victoria del día le había levantado el ánimo, el fuerte ale lo templaba y ahora la proximidad de ella, y ese perfume tentador, hacían que su sangre circulara por su cuerpo con un ardor desconocido. Ella se volvió y se encontró con la mirada de él, intensa, si bien un poco pensativa.

Aun en la luz vacilante del fuego, él pudo distinguir los colores acentuados de la muchacha. Aislinn pareció vacilar cuando él se le acercó, y se alejó un paso. El se detuvo a su lado y la miró en los ojos de color violeta. Estiró una mano, la apoyó sobre el pecho de ella y sintió contra su palma el corazón que latía y saltaba.

—Puedo ser tan gentil como Ragnor —murmuró roncamente.

—Milord, él no fue nada gentil —susurró ella, incómoda bajo el contacto de él, sin saber si huir o luchar.

La mano de él no la acariciaba sino que descansaba en ella, como si él estuviera cansado y el menor movimiento pudiera dejarlo sin fuerzas. Le rozó un pezón con el pulgar.

—¿Qué tienes aquí, muchacha? —preguntó él en tono de chanza—. Me interesa.

Aislinn levantó ligeramente el mentón.

—Tú ya has practicado antes este juego, milord, y ahora quieres tomarme por tonta. No puedo enseñarte nada que ya no sea conocido, pues me has visto desnuda y sabes muy bien lo que hay debajo de mi vestido.

—Aahh, hablas con frialdad, mujer. Tu sangre necesita ser calentada por el fuego.

—Preferiría, milord, que tú enfriaras la tuya.

Wulfgar echó la cabeza atrás y sus carcajadas resonaron en la habitación.

—Oh, creo que aquí encontraré placer, en la cama y fuera de la cama.

Aislinn apartó la mano de él.

—Ven a comer, milord. Tu comida se enfriará si no lo haces.

—Hablas como una esposa y yo todavía tengo que hacerte mi querida —dijo él.

—Fui educada cuidadosamente en los deberes de una esposa —replicó Aislinn—. No en los de una querida. En mí, ello surge naturalmente.

Wulfgar se encogió de hombros.

—Entonces, considérate mi esposa si eso te place, mi pequeña Aislinn.

—No puedo hacerlo sin la bendición de un sacerdote —repuso ella fríamente.

Wulfgar la miró con expresión divertida.

—¿Y podrías hacerlo, después de formulados los votos matrimoniales?

—Podría, milord —dijo ella serenamente—. A las jóvenes, no se les permite muy a menudo elegir a sus maridos. Tú eres como cualquier otro hombre, excepto que eres normando.

—Pero tú dijiste que me odiabas —señaló él en tono burlón.

Aislinn se encogió de hombros.

—He conocido a muchas jóvenes que odiaban al hombre con quien se casaron.

Wulfgar se le acercó más e inclinó la cabeza pira mirar mejor el hermoso perfil de ella. Su aliento cálido la tocó en la mejilla, pero Aislinn siguió mirando directamente hacia adelante, aparentemente sin prestarle atención.

—¿Hombres ancianos que tenían que ser puestos sobre sus novias con ayuda de manos serviciales? —preguntó él—. Dime la verdad. ¿No eran hombres viejos y decrépitos los que odiaban esas doncellas?

—No puedo recordarlo, milord —replicó ella con petulancia.

Wulfgar rió por lo bajo mientras estiraba una mano para levantar un rizo que caía sobre el pecho de ella. Sus dedos rozaron atrevidamente esas curvas suaves.

—Creo que sí recuerdas, damisela. Una moza no suele lamentarse por tener un novio fuerte y viril con quien compartir el lecho y pasarlas frías noches del invierno —murmuró él—. En mi cama, ten la seguridad de que no te aburrirías.

Aislinn lo miró con ojos burlones.

—Milord, ¿estás pidiendo mi mano?

Wulfgar se irguió y la miró desde toda su estatura, con las cejas levantadas.

—¿Qué? ¿Y tener una cadena alrededor de mi cuello? ¡Jamás!

Se alejó un paso, pero ella lo miró fijamente a los ojos.

—¿Y qué sería de tus hijos bastardos? —preguntó ella—. ¿Cómo los tratarías?

Él gruñó.

—Hasta ahora no ha habido ninguno. —La miró lentamente mientras una sonrisa provocativa se dibujaba en los ángulos de su boca.

—Pero contigo, podría ser diferente.

Las mejillas de Aislinn enrojecieron y ardieron de cólera.

—Gracias por tu advertencia —replicó con sarcasmo, perdida ya su frialdad y compostura, y con expresión ofendida. Lo odió porque él parecía disfrutar con la cólera de ella y podía hacerla enojar a voluntad.

El se encogió de hombros.

—Quizás seas estéril.

—¡Oh! —exclamó Aislinn, ahogada de furia—. Eso te complacería mucho, sin duda. Entonces no tendrías el problema de los bastardos Pero ello no quitaría que esté mal tomarme sin que hayamos pronunciado los votos matrimoniales.

Él rió y se sentó a la mesa.

—Y tú, doncella con vocación de esposa, tienes la determinación de un buey. Si te hago mi esposa, probablemente piensas que podrías ablandar mi mano y salvar a tu gente. Sacrificarte por los campesinos y la familia, un gran gesto. —Unió las cejas y la miró, ceñudo. —Pero yo no aprecio tu noble renunciamiento.

—El sacerdote no vino hoy —dijo ella, cambiando abruptamente de tema cuando él dirigió su atención a la comida—. ¿Has olvidado tu promesa de hacer bendecir las tumbas?

—No —repuso Wulfgar, sin dejar de masticar—. Él está de viaje, en alguna parte, pero cuando regrese a Cregan, mis hombres se apresurarán a traerlo aquí. Quizá en unos pocos días. Ten paciencia.

—Algunos aldeanos vieron fuego en la granja de Hilda. Ladrones, probablemente. ¿Los atraparon?

—Sí —dijo él y la miró fijamente—. ¿Acaso lo dudabas?

Ella le devolvió la mirada sin pestañear.

—No, lord. Ya he comprobado que eres un hombre que consigue lo que se propone. —Volvió el rostro a un lado.— ¿Qué harás con ellos?

—Ellos mataron a la hija de la mujer y yo maté a cuatro de ellos —dijo él—. A mis hombres les gustan los números. Los ladrones restantes juran que no tomaron parte en el asesinato, aunque la mayoría abusaron de la niña, sin duda. Por la mañana, sentirán el látigo por haber estado allí y tendrán que trabajar, como castigo, para indemnizar a la vieja por la pérdida de su hija. Después de eso, quedarán en mi poder como esclavos.

El corazón de Aislinn tembló, no por los hombres sino por el recuerdo del látigo en la mano de este normando.

—Tu trabajo se volverá aburrido —murmuró ella.

—No seré yo quien lo haga. Los hombres de tu aldea aplicarán los castigos en nombre de la anciana.

—Tienes métodos extraños —dijo ella, intrigada.

Él masticó un bocado de comida y sostuvo la mirada de ella. Aislinn se sintió inquieta y buscó una tarea sencilla para ocupar sus manos.

—¿Los ladrones se volvieron y presentaron batalla? —preguntó suavemente—. Generalmente son unos cobardes. Han venido antes a molestar a mi padre.

—No, salvo aquellos a quienes seguimos Sweyn y yo.

Ella pasó rápidamente la mirada por el largo cuerpo de él

—¿Y no fueron heridos?

Wulfgar se echó atrás en su asiento y la miró a los ojos.

—No. Nada más que esto. —Él volvió sus palmas hacia arriba y mostró sus manos. Aislinn ahogó una exclamación al ver las grandes ampollas.— Los guanteletes son muy útiles, damisela. Fui un tonto al dejarlos olvidados.

—Debiste luchar fieramente con tu espada.

—Lo hice. Mi vida dependía de ello.

Cuando él se puso de pie y empezó a desnudarse para el baño, Aislinn se volvió delicadamente y se dedicó a otra tarea. Aunque siempre había sido la costumbre de las mujeres de la casa ayudar a bañarse a los visitantes, su padre se había negado a permitir que ella lo hiciera y ella sabía que la razón era que él desconfiaba de los hombres y sus carnales apetitos.

"Eres una muchacha bonita" le había dicho Erland una vez. "Y despertarías las pasiones de un santo. No hay por qué buscar problemas cuando pueden ser evitados".

De modo que ella había permanecido en la ignorancia del cuerpo de los hombres. Hasta que llegó Ragnor.

Wulfgar se quitó el paño que le ceñía los riñones y después la llamó. Aislinn miró por encima de su hombro y vio que él le señalaba la pierna y el vendaje que allí había. Ella buscó las tijeras que él le había arrancado horas antes de la mano, se le acercó, se arrodilló, cortó el vendaje y retiró el apósito. La herida estaba empezando a sanar notablemente bien y ella le pidió que tuviera cuidado para que no volviera a abrirse. Recogió los vendajes y mantuvo los ojos apartados hasta que lo oyó meterse en el agua.

—¿Quieres acompañarme, damisela?

Aislinn giró sobresaltada, con los ojos dilatados, y lo miró con incredulidad.

—¡Milord!

Él rió con ganas y ella supo que él nuevamente estaba bromeando, pero esos ojos grises la recorrieron de pies a cabeza y brillaron con una luz cálida y decidida.

—En otra ocasión, Aislinn... quizá cuando nos conozcamos mejor dijo él, sonriendo.

Aislinn se ruborizó intensamente y se retiró a las sombras. Desde allí pudo observarlo sin ser a su vez observada, aunque varias veces él miró en su dirección, tratando de ver en la oscuridad que la envolvía.

Por fin él se levantó terminado su baño y salió de la tina. Ella permaneció quieta y en silencio en su rincón, sin atreverse a acercarse, por temor a que las pasiones de él volvieran a despertar y ahora, estando él desnudo, el destino de ella fuera rápido y seguro. Era más prudente permanecer fuera de su alcance.

Cuando Wulfgar habló, Aislinn se sobresaltó.

—Ven aquí, Aislinn.

La aprensión pasó sus dedos helados a lo largo de la columna vertebral de ella. Aislinn vaciló, preguntándose qué haría él si ella le huía como hiciera la noche anterior. Vio que él había olvidado poner cerrojo a la puerta. Quizá pudiera llegar a tiempo hasta allí Pero la idea rápidamente se desvaneció. Se levantó con las piernas trémulas y camino hacia él, demorando cada paso como si fuera al encuentro de su verdugo. De pie frente a él, se sintió pequeña y desamparada su cabeza apenas llegaba al mentón del hombre, aunque, pese a todo el miedo que sentía, lo miró atrevidamente a los ojos. Vio que él le sonreía, burlón.

¿Creíste que olvidé la cadena, milady? No me atrevo a confiar tanto en ti.

Aislinn respiró aliviada y permaneció muy dócil mientras él se inclinaba y aseguraba la anilla de hierro alrededor de su tobillo Después, sin decir nada, él atrancó la puerta, sopló la vela y subió a la cama, dejándola en agradecida confusión. Finalmente, Aislinn se volvió y fue al extremo de la cama donde todavía estaban en el suelo las pieles de lobo.

Sintiendo sobre su cuerpo los ojos de él, se quitó el vestido se dejo la camisa por recato y empezó a soltarse el cabello, que cayó libremente en reluciente cascada.

Estaba peinando sus sedosos rizos al resplandor del cálido fuego intrigada por este hombre que la tenía al alcance de su mano y nada hacia, cuando levantó la vista y vio que él, apoyado en un codo se había incorporado y la observaba intensamente. Quedó paralizada incapaz de ningún movimiento.

A menos que estés dispuesta a ser mi compañera de cama esta noche muchacha —dijo él roncamente— sugiero que demores tu arreglo hasta la mañana. Mi mente no está tan cansada que no pueda recordar los encantos que se ocultan debajo de esas ropas, y a mí poco me importaría que tú no estuvieses dispuesta.

Aislinn asintió en silencio, rápidamente se tendió en su cama de pieles y se cubrió hasta el mentón.

Pasaron varios días sin acontecimientos desastrosos. Aislinn no olvido la advertencia de Wulfgar, aunque veía que la trataba más como una sierva que como una querida. Ella le remendaba las ropas le traía las comidas y lo ayudaba a vestirse. Durante el día él parecía olvidarse de ella. Lo pasaba ocupado con sus hombres y construyendo defensas por si llegaban a ser atacados por ladrones merodeadores o sajones leales De Guillermo llegó la noticia de que el ejército estaba detenido por enfermedad y que Wulfgar debía sostenerse donde estaba hasta que ellos estuvieran nuevamente en condiciones de marchar. Wulfgar aceptó el mensaje sin comentarios, aunque Aislinn, al mirarlo pensó que él parecía agradecido por el respiro que se le ofrecía. A veces, lo observaba desde lejos. Él parecía dominar completamente cualquier situación que se presentara. Un siervo valiente pero estúpido que atrancó la puerta de su modesta morada para evitar que la registraran en busca de cimientos a su alrededor o dejar entrar a los soldados. El pobre individuo comprendió rápidamente el ultimátum cuando Wulfgar ordenó que encendieran una tea. Se mostró todavía más diligente para someter su cabaña al registro, del que surgieron unas cuantas armas variadas y primitivas. Ante el insistente interrogatorio, finalmente confesó que las armas estaban allí desde antes de la llegada de los normandos y que él no estaba enterado de ninguna conspiración de los siervos para derrocar al nuevo lord.

Cuando la puerta de la cámara quedaba cerrada contra la entrada de entrometidos y ellos quedaban solos, la mirada de; Wulfgar se posaba en ella y Aislinn nuevamente se percataba de que estaba caminando sobre hielo delgado. Los ojos grises y pensativos la seguían por toda la habitación y la observaban con una intensidad que la hacia temblar. En su cama separada, ella era consciente de hecho de que él permanecía despierto largos periodos de tiempo

Una noche despertó helada y temblando en el suelo y se levantó con intención de llegar al hogar y atizar el fuego, pero la cadena asegurada a su tobillo no era lo suficientemente larga, y le impidió cumplir su propósito. Permaneció indecisa temblando de frío, tratando de envolverse con sus propios brazos, preguntándose cómo haría para calentarse. Un movimiento a sus espaldas la hizo volverse cuando Wulfgar pasaba sus largas piernas sobre el borde de la cama y se sentaba. Apenas una sombra de su cuerpo desnudo era visible en la oscuridad

—¿Tienes frío?-pregunto él.

Un castañar de dientes le contestó cuando ella asintió con la cabeza. Él tomó una piel de la cama, se acercó y con ella envolvió los hombros. Después fue hasta el hogar, donde arroyó astillas y leños sobre las ascuas. Se agachó hasta que las llamas se enroscaron alrededor de la madera y después se acercó nuevamente a Aislinn. Le liberó el tobillo, arrojo la cadena a un lado, se incorporó y la miró a los ojos. La luz del fuego recortaba nítidamente su perfil.

—Aceptaré tu palabra de que no te marcharás. ¿Me lo prometes?.

Aislinn asintió.

—¿Adónde podría ir?

—Entonces, eres libre.

Ella sonrió agradecida.

—No me gustaba estar encadenada.

—Tampoco a mí— replicó él bruscamente, y volvió a su cama.

Después de eso, Aislinn tuvo más libertad de ir donde quisiera. Podía caminar por la aldea sin tener a alguien que la siguiera a corta distancia. Parecía que nadie había estado tan bien custodiada como ella, en el pasado. Sin embargo, el día que Ragnor regresó y se le acercó en el patio, Aislinn comprobó que ni siquiera ahora estaba libre de ser observada. Dos de los hombres de Wulfgar se hicieron ver inmediatamente.

—Él te cuida bien y a mí me da tareas en otra parte —murmuró Ragnor, mirando a su alrededor—. Debe de tener miedo de perderte.

La boca de ella se curvó hacia arriba.

—Quizás, sir Ragnor, él conoce demasiado bien tus costumbres.

Él la miró ceñudo.

—Pareces satisfecha de ti misma. ¿Entonces tu amo es un amante tan grande? Yo no lo creería. Parece que él prefiere los jóvenes carilindos a las mujeres hermosas.

Los ojos de Aislinn se agrandaron inocentes mientras los iluminaba una chispa de malicia.

—¡Pero señor, sin duda bromeáis! Yo nunca había visto a un hombre tan grande y tan fuerte.— Vio que la boca de él se ponía tensa y le gustó aún más su propio juego. Su voz se hizo más suave.— ¿Tengo que admitir que me provoca desmayos?

El rostro de Ragnor parecía de piedra.

—El no es guapo —dijo él.

—¿Oh, no? —dijo ella. Yo pienso que sí lo es. Pero, de todos modos, esto tiene poco que ver con ello, ¿no estáis de acuerdo?

—Tú estás jugando conmigo —repuso Ragnor.

Ella fingió una expresión de simpatía.

—¡Oh, señor! Os aseguro que no es así. ¿Decís que mis anhelos y suspiros son fingidos? ¿Pensáis que no puedo amar a quien es nada mas que amable conmigo, que se muestra sumamente gentil y que pone fuego en todos mis miembros con sus palabras llenas de ternura?

—¿Qué es lo que ves en él? —Preguntó Ragnor—. Quiero saberlo.

Aislinn se encogió de hombros.

—Mi buen señor, yo sé que vuestro tiempo es precioso y no fastidiaré vuestros oídos durante las muchas horas que me llevaría explicar por qué una mujer encuentra en un hombre su verdadero señor, y las muchas cosas, profundas y muy privadas, compartidas por ambos, que sellan los lazos entre los dos. Vaya no puedo empezar a explicar...

Un tronar de cascos turbó la paz de la aldea y los dos se volvieron:

Wulfgar y sus hombres se aproximaban, a caballo. Wulfgar se puso ceñudo y detuvo su cabalgadura junto a ellos. Se apeó y entregó las riendas a su caballero, Gowain, y se volvió mientras sus hombres se dirigían a los establos.

—Has regresado muy pronto.

—Sí —replicó Ragnor con rencor—. Patrullé hacia el norte, como me ordenaste, pero sin objeto. Los ingleses se han encerrado en sus hogares y atrancaron sus puertas para evitar que los espiemos. No puedo saber qué hacen dentro de sus paredes. Quizá se divierten y se revuelcan sobre sus hembras tan libremente como tú pareces hacer con esta muchacha.

Wulfgar miró a Aislinn y vio que ella enrojecía y se movía con evidente embarazo.

—La moza dice que tú juegas muy bien —dijo Ragnor, y levantó una ceja mientras no dejaba de mirar al bastardo.

Una lenta sonrisa se extendió por los labios de Wulfgar.

—¿Eso dice ella? —Apoyó distraídamente una mano en un hombro de Aislinn y le acarició la nuca. Sintió que ella se ponía rígida bajo su contacto. Su sonrisa se acentuó.— Ella también me complace.

—Yo digo que ella miente —estalló Ragnor.

Wulfgar rió por lo bajo.

—¿Por qué? ¿Porque luchó contigo? Como cualquier damisela, ella responde de más buena gana cuando se la trata con gentileza.

Ragnor hizo una mueca de desprecio.

—Ella no se parece mucho a un muchacho, Wulfgar. Me pregunto cómo es posible que la hayas confundido con uno.

Aislinn sintió la creciente cólera de Wulfgar en la presión de los dedos sobre su hombro, pero él habló con tranquilidad, ocultando cuidadosamente su malhumor.

—Hablas con atolondramiento, amigo mío. No sabía que deseabas a tu damisela hasta el punto de arriesgar tu vida. Pero te perdono, porque comprendo que la moza es capaz de volver temerario a cualquiera. Yo también lo sería, si estuviera en tu lugar. —Su mano se deslizó hasta la cintura de Aislinn y la apretó ligeramente mientras la atraía hacia sí.— Te conviene ir a buscar a Hlynn. Por la mañana, tendrás que unirte con el duque y ponerte a sus órdenes. Tendrás muy poco tiempo para refocilarte con mujeres.

Se apartó de Ragnor, llevándose a Aislinn, y subió con ella la escalera de la casa señorial.

Cuando entraron, Kerwick los miró desde donde estaba, encadenado con los perros, y su rostro se ensombreció de cólera y de celos cuando vio que el normando acariciaba suavemente las nalgas de Aislinn antes de soltarla. Con tanta furiosa atención siguió Kerwick los movimientos de la mano de Wulfgar que no vio la mirada de cólera y que ella respondió a la sonrisa burlona del normando.

Aislinn dio media vuelta y corrió escaleras arriba, 1lamando a Hlynn para que le llevara agua. Wulfgar la observó a su placer hasta que ella cerró con fuerza tras de sí la puerta del dormitorio, y entonces se volvió lentamente hacia Kerwick.

—Pequeño sajón —dijo—, si puedes hablar mi lengua, te felicitaré por tu buen gusto. Pero tú y de Marte sois imprudentes al desear a la doncella como la desean. Ella ha rebanado los corazones de vosotros dos sobre su plato y los ha arrojado lejos. Pronto aprenderéis, como yo, a no confiar en las mujeres. —Llenó un cuerno de ale y lo levantó, como si brindara por el hombre encadenado.— Mujeres. Usarlas. Acariciarlas. Abandonarlas. Pero jamás amarlas, amigo mío. Desde la infancia, me han enseñado muy bien esta lección.

Wulfgar se acercó al hogar y miró pensativo el fuego mientras terminaba su ale. Por fin se volvió y subió la escalera.

Entró en el dormitorio, pero, con sorpresa, encontró vacía la habitación. Con ira creciente, se volvió, preguntándose que juego estaba jugando ahora la arpía. Podía admitir que ella sintiera necesidad de vengarse de Ragnor, pero que lo condenaran si permitía que ella lo convirtiera a él mismo en objeto de su espíritu vengativo. Airadamente fue hasta la puerta de la habitación que había destinado a la madre de ella y sin detenerse, la abrió de repente.

Aislinn se sobresaltó cuando la puerta se abrió y golpeo contra la pared, y rápidamente se cubrió con los brazos los pechos desnudos Hlynn dio un salto y casi dejó caer el cubo de agua que estaba vertiendo sobre, la espalda de su señora. La criada retrocedió asustada cuando Wulfgar se acercó y se detuvo junto a la tina para mirar a Aislinn, quien parecía querer fulminarlo con la mirada y se encontraba a punto de ahogarse en furia.

—¿Tienes algún inconveniente, milord? —dijo ella, indignada, y haciendo rechinar los dientes.

Él le sonrió y la piel de ella ardió lo mismo que las mejillas bajo la mirada lenta, deliberada del normando.

—No, damisela, no tengo ningún inconveniente.

Aislinn se sentó de repente, salpicando agua por encima del borde de la tina y sobre Wulfgar. Lo miró con desagrado y odio la actitud familiar de él, la cual, estaba segura, haría que la muchacha que la servia creyera que eran amantes.

Wulfgar señaló a Hlynn.

—Creo que Ragnor está buscándola —dijo.

—Yo la necesito —respondió Aislinn secamente, señalando su baño—, como tú mismo puedes ver.

—Es curioso —dijo Wulfgar en tono burlón, mientras sus ojos se regalaban con el festín de los redondos pechos de ella—. Creí que te bañabas por las mañanas, durante mi ausencia.

—Habitualmente lo hago —replicó Aislinn—. Pero con tanto manoseo, siento necesidad de lavarme más.

Wulfgar rió por lo bajo y se rascó la nuca.

—Dime, damisela, ¿es porque no puedes soportar la idea de Ragnor de Marte montando a otra muchacha que retienes a la moza contigo?

Aislinn le dirigió una mirada asesina.

—De Marte puede gozar con cualquier perra sucia normanda de su elección, pero Hlynn no está acostumbrada a los modales groseros con que ustedes, los extranjeros, tratan a las mujeres. Él le hace daño a la muchacha, y si tú tuvieras en tu alma un poco de compasión, no la darías tan libremente a él.

—Yo nada tengo que ver en las discusiones de las mujeres —dijo Wulfgar y se encogió de hombros.

Estiró una mano para tomar un mechón suelto de cabellos cobrizos que caía de la pesada masa de rizos atados hacia arriba.

—Lo sé —replicó Aislinn—. Tratas de desacreditarme delante de mi prometido con tus caricias. Si él estuviera en libertad, tú no me tocarías con tanta familiaridad.

Él rió con ligereza y se sentó en el borde de la tina de madera.

—¿Deberé dejarlo en libertad, damisela? Pero me parece que el pequeño sajón está mucho más enamorado de ti que tú de él.

Miró a Hlynn, quien estaba acurrucada en un rincón y se mantenía lo más alejada posible de él. Su voz sonó cargada de impaciencia cuando se dirigió a Aislinn.

—¿Tiene ella que parecer tan asustada? Dile que es a su ama a quien quiero tener en mi cama, no a ella.

Aislinn miró a la temblorosa muchacha.

—Milord no quiere hacerte daño, Hlynn —dijo en inglés—. Quizá, si pudiera ser persuadido, hasta te daría su protección. Calma tus temores.

La muchachita de claros cabellos se sentó en el suelo, todavía asustada del alto normando, pero ahora llena de cierta confianza en que su ama la salvaría, si es que alguien podía salvarla.

—¿Qué le has dicho? —preguntó Wulfgar.

Aislinn se levantó dentro de la tina, tomó un paño de lino y se envolvió el cuerpo, mientras sentía que Wulfgar la devoraba con la mirada. Rápidamente se cubrió y salió de la tina.

—Le dije que no le harías daño —respondió Aislinn—. Es lo que me ordenaste que le dijera.

—Si conociera tu idioma, podría estar seguro de que no me tomas por un tonto.

—Un hombre se toma por tonto él mismo. Es difícil que otro lo haga, a menos que él lo permita primero.

—Eres inteligente además de hermosa —murmuro Wulfgar.

Deslizó un dedo por el brazo de ella en una caricia lenta, sin prisa, y Aislinn se volvió y lo miró con expresión implorante. Ella estaba tan cerca que el costado de su pierna rozó la cara interior del muslo de él que estaba apoyado sobre el borde de la tina. Fue como si una carga del luminoso fuego de una tormenta saltara en arco entre los dos y el contacto los sacudiera a ambos con un abrupto choque de pasión. Aislinn se sintió débil e insegura en proximidad de él. La reacción de Wulfgar fue más física y su respiración salió ásperamente entre sus dientes apretados como si acabara de sufrir un fuerte golpe. Apretó los puños en un esfuerzo por soportar la cercanía de ella sin tomarla en brazos y aquietar allí mismo el latido de sus ingles. Sabía que Hlynn los observaba y se sorprendió de poder responder tan rápidamente a una mujer en presencia de ojos extraños. Sintióse agradecido por tener puesta su cota de mallas, pero su capacidad de controlarse se veía muy debilitada por el paño morado que Aislinn había envuelto alrededor de su cuerpo. Aunque le había costado un esfuerzo tremendo, había logrado controlarse y dominar sus rugientes deseos mientras la miraba bañarse. Pero con la proximidad del cuerpo turgente de ella envuelto solamente en esa fina tela, el solo pensar con lógica le resultaba una ardua tarea. Sus pasiones lo dominaban y lo sacudían casi más allá de los límites de su voluntad de hierro.

—Milord —murmuró Aislinn suavemente—. Tú has dicho que no somos más que esclavas. Seguramente, es tu derecho entregar a Hlynn a cualquiera que elijas, pero te ruego que seas misericordioso con ella. Siempre ha servido bien y está deseosa de seguir haciéndolo, pero no como ramera para tus hombres. Sus sentimientos son tiernos. No los pisotees y no te hagas odiar por ella como los hombres que la maltrataron. Por favor, sé compasivo. Ella nada hizo para merecer tanta crueldad.

Wulfgar la miró ceñudo.

—¿Estás regateando por otra vida, Aislinn? ¿Estás dispuesta a compartir mi cama para que esta muchacha no tenga que entregarse a Ragnor?

Aislinn aspiró profundamente.

—No, Wulfgar. Estoy implorando, nada más.

Wulfgar la miró fijamente.

—Pides mucho pero no estás dispuesta a dar nada a cambio. Has venido a mí pidiendo por tu Kerwick, ahora por esta muchacha. ¿Cuándo vendrás por ti misma?

—¿Está en juego mi vida, milord? —pregunto ella, mirándolo a los ojos

—¿Y si lo estuviera?-replicó él.

—Creo que ni siquiera así sería capaz de hacer la prostituta —respondió ella lentamente.

—¿Vendrías libremente si me amaras? —preguntó él, y sus ojos grises parecieron hundirse en las suaves profundidades de los ojos de ella.

—¿Si te amara? —preguntó ella—. Mi amor es todo lo que tengo para dar por mi propia voluntad, libremente. El hombre a quien yo amase, no tendría que implorarme que fuera su novia ni que le diera todo aquello a que eso le da derecho. Ragnor tomó lo que yo guardaba para mi prometido; sin embargo, mi amor todavía es mío y puedo darlo o negarlo a un hombre, según me lo ordene mi corazón.

—¿Amabas a Kerwick?

Ella meneó lentamente la cabeza y respondió con sinceridad.

—No —dijo—. No he amado a ningún hombre.

—Y yo a ninguna mujer —dijo él—. Sin embargo, las he deseado.

Su mano la acarició en la mejilla y descendió por la esbelta columna del cuello. Sintió que ella temblaba bajo su contacto, y le sonrió con un asomo de burla.

—Creo que alientas sueños de doncella, damisela.

Ella lo miró a la cara y vio que él estaba burlándose. Levantó orgullosamente el mentón y estaba por replicar airadamente, pero él la silenció poniéndole un dedo en los labios.

—La muchacha, Hlynn, se dedicará a atenderte hasta que Ragnor se marche por la mañana. El no perderá mucho tiempo buscándola y encontrará otra. Y a menos que tú quieras ocupar el lugar de ella, te sugiero que no te alejes de mí, por tu seguridad. Todos sabemos que es eso lo que Ragnor desea, y él no es diferente en ese aspecto de cualquier hombre en su campo o el mío. Pero mientras mis hombres guardaran su distancia, posiblemente los de él no. Creo que pronto descubrirás la seguridad de nuestro nido en la otra habitación, si te dejo librada a tus propias defensas.

Aislinn sonrió y en un extremo de su boca se formó un hoyuelo fugaz.

—Estoy bien advertida de los beneficios de dormir cerca de ti, milord, si no de dormir contigo.

Wulfgar sonrió como un demonio, se levantó y fue hacia la puerta.

—Pronto aprenderás también esos beneficios, milady. Quédate tranquila.

En el festín de la noche, Aislinn ocupó su lugar habitual al lado de Wulfgar, pero vio que Ragnor había elegido un asiento al lado de ella. El posó sus ojos en la brillante cabellera enroscada en una masa gloriosa sobre su cabeza. La piel blanca de Aislinn brillaba con un resplandor de juventud y un saludable tono rosado le coloreaba las y acentuaba la luminosidad de sus ojos. Cuando ella se volvió para responder a una pregunta de Wulfgar, los ojos de Ragnor recorrieron el cuerpo esbelto vestido de terciopelo color verde selva y se detuvieron un momento donde nacía el cabello en la nuca, mostrando el cuello suave y tentador. Ragnor sintió un hambre profunda, en ebullición, y pensó que había sido estafado, que le habían robado este premio suntuoso, que el bastardo, con su codicia y lascivia, lo había privado de lo que pertenecía por derecho. Se inclinó hacia ella.

—Él me envía a Guillermo —murmuró—. Pero no siempre podrá tenerme alejado de ti. —Rozó suavemente la manga de ella con sus nudillos— Yo puedo darte más que él. Mi familia es importante. Puedo contar con ellos cuando yo quiera mejorar mi posición. Ven conmigo y no lo lamentarás.

Aislinn apartó disgustada la mano de él.

—Mi hogar es Darkenwald. No busco un tesoro más grande.

Ragnor la estudió.

—¿Entonces irás con el hombre que sea dueño de esta casa señorial?

—Esta casa es de Wulfgar y yo soy suya —replicó ella fríamente, pensando que así daría por terminada la cuestión, y dirigió su atención a Wulfgar, mientras Ragnor se echaba atrás, pensativo, en su silla y cavilaba sobre esa respuesta.

Después de la comida, Wulfgar dejó la casa por poco tiempo y Aislinn buscó la seguridad del dormitorio, como él le había indicado. Pero no contó con el hecho de que Ragnor la aguardaba en las sombras del angosto pasillo fuera de la habitación. Él surgió de la oscuridad y ella, tomada por sorpresa, se detuvo abruptamente. Una sonrisa confiada curvó los hermosos labios de él cuando se le acercó y la tomó en brazos.

—Wulfgar es descuidado contigo, Aislinn —murmuró roncamente Ragnor.

—El no pensó que vos perderíais los sentidos —replicó ella fríamente, y trató de apartarlo.

La mano de Ragnor se movió lentamente sobre un pecho redondeado y quedó apoyada en la cadera de ella.

—Nunca pensé que el recuerdo de una mujer podría atormentarme tanto como me ha atormentado el tuyo estos días pasados —dijo él con voz ronca.

—Vos solamente me buscáis porque Wulfgar me ha reclamado como suya —repuso ella disgustada, y lo empujó en el pecho duro—. ¡Dejadme! Buscad otra muchacha a quien acariciar y dejadme tranquila.

—Ninguna me gusta tanto como tú —murmuró él contra el pelo de ella metras la sangre corría por sus venas como un río torrentoso Estiró una mano hacia atrás y de un empujón abrió la puerta de la habitación. —Wulfgar, el tonto, se demorará con sus hombres y sus caballos y Vachel me ha prometido sentarse junto a esta puerta para vigilar su regreso. Él nos avisara con un golpe en la madera cuando el bastardo se aproxime. De modo que ven, paloma mía, porque no tenemos tiempo que perder.

Aislinn ahora luchó con vehemencia y trató de arañarlo en la cara pero Ragnor le tomó las muñecas antes que ella pudiera clavarle las uñas para hacerle daño, le dobló los brazos hacia atrás y la atrajo con fuerza contra su pecho. La sostuvo con salvaje firmeza y sonrió ante la mirada penetrante de ella.

—Palabra de honor, muchacha, eres un bocado mucho mas apetitoso que esa muchacha simple que Wulfgar me ha dado. —Rió por lo bajo cuando pensó en el otro.— Él verá que yo no me conformo con poca cuando hay algo queme tienta más.

La levantó en brazos y entró con ella en la habitación, después de lo cual cerró la puerta con el pie.

—¡Reptil, alimaña¡¡Serpiente del infierno! —gritó Aislinn, luchando contra la fuerza superior de él—. Moriré antes de volver a somete a vos.

—Lo dudo, paloma mía, a menos que puedas ordenarte a ti misma morir en los instantes siguientes. Ahora relájate y yo seré gentil contigo.

—¡Jamás! —aulló Aislinn.

—Entonces será a mi modo —replicó él.

La arrojó sobre la cama y cayó sobre ella antes que Aislinn pudiera rodar aun lado. Aislinn luchó con él como un animal salvaje temeroso de ser capturado y empezó entre ellos una batalla feroz. Ella se retorcía debajo de él en un esfuerzo por escapar y con sus manos se bajaba la ropa que él apartaba de sus miembros. Si sus fuerzas duraran hasta que regresara Wulfgar... Pero ella no tenía forma de saber cuándo regresaría él, y empezó a perder rápidamente terreno en su lucha por conservar la dignidad que le quedaba. Ragnor tiró de sus ropas y desgarró el vestido para descubrirle el pecho. Ella sintió la boca caliente, húmeda de él sobre sus pezones y se estremeció de repugnancia.

—Si puedes acostarte con ese jabalí de Wulfgar —murmuro roncamente él, con la boca apoyada en el cuello de ella—, entonces encontraras el verdadero placer con un amante más experimentado.

—Estúpido torpe —dijo ella semiahogada, defendiéndose del insistente ardor de su atacante—, sois un niño de pecho enfermizo comparado con él.

Súbitamente, ambos se sobresaltaron cuando un fuerte ruido resonó en la habitación. Parecieron vibrar las paredes de la cámara. Con una convulsión, Ragnor se apartó de ella y miró boquiabierto la fuente del sonido. Aislinn se incorporó y vio la puerta abierta y a Wulfgar; de pie en el vano. A sus pies yacía Vachel, ahora fláccido y gimiente. Con una despreocupación que inquietó a Ragnor aún más, Wulfgar se apoyó en el marco de la puerta y puso un pie sobre el pecho de Vachel. Primero su mirada se posó en Aislinn para ver el daño sufrido por la joven, mientras ella trataba de cubrirse apresuradamente el pecho y los blancos muslos, a fin de ocultarlos a la mirada de él. Después, los temibles ojos grises cayeron sobre el atacante, cuya palidez estaba bien justificada.

—No deseo matar a un hombre encima de una mujer —dijo Wulfgar lentamente—. Pero tú, señor de Marte, abusas peligrosamente de mi paciencia. Lo que es mío, yo lo defiendo y no permito que nadie dude que yo lo poseo. Fue conveniente que Sweyn viniera a advertirme que adivinaba que estaban preparando una fechoría, con Vachel acechando en las sombras fuera de mi habitación. Si hubieras llegado mas lejos con la muchacha, podrías no haber visto la luz del día de mañana.

Wulfgar se volvió, hizo una seña fuera de la habitación y, apareció Sweyn. Aislinn se sentó y una sonrisa deliciosa se extendió por sus facciones cuando vio que el enorme vikingo entraba y arrancaba de su lado al bien nacido normando. Ragnor luchó y juró, e insultó al nórdico y a su señor, mientras Wulfgar sonreía complacido.

—Arroja esta carcaza cerca de la pocilga —le dijo Wulfgar a Sweyn y después señaló a Vachel—. Después ven por ese y haz lo mismo. Allí encontrarán dulce compañía y podrán reflexionar sobre los peligros de inmiscuirse con lo que es mío.

Cuando ellos ya no estuvieron en la habitación, Wulfgar cerró la puerta y se volvió hacia Aislinn. Ella exhibía una brillante y feliz sonrisa de gratitud, pero cuando él se acercó, rápidamente se levantó de la cama.

—Seguramente, sir Ragnor tendrá motivos para querer tu pellejo después de esta afrenta a su orgullo —dijo ella, sonriendo dichosa ante la humillación del otro normando—. Has aplicado un golpe tremendo al orgullo de Ragnor. Yo no hubiera podido vengarme tan bien de él.

Wulfgar continuó contemplando el cuerpo tentador cuando ella pasó junto a él, caminando majestuosamente, y sosteniendo cuidadosamente los jirones del corpiño de su vestido.

—Y eso, Aislinn, ciertamente debe de haberte complacido: que nos peleemos por ti. ¿De cuál de nosotros, dime, te alegrarías más verte libre? Yo soy, para tu tranquilidad de espíritu, una amenaza más grande que él.

Aislinn lo miró y sonrió lentamente a esos ojos grises.

—Milord, ¿me tienes por una tonta? Yo no me atrevo a dar un solo paso sin tener la seguridad de que el ser propiedad tuya es mi protección. Sé muy bien que no he pagado por esa defensa y por ello estoy muy agradecida, pero sigo esperando que tú seas de carácter galante y que no exijas un pago tan indigno de una dama que no está casada contigo.

Él soltó un resoplido de desdén.

—Mi carácter nunca es galante, Aislinn, y todavía menos con las mujeres. Puedes tener la seguridad de que pagarás, y de que pagarás bien.

Los labios de ella siguieron curvados en una sonrisa seductora y sus ojos se encendieron con un fulgor que hubiera deslumbrado a un hombre menos fiero.

—Creo, milord, que tus ladridos son peores que tus mordeduras.

Él arrugó su frente bronceada.

—¿Lo crees, damisela? Entonces, un día desearás haber creído más en mis palabras.

Sin agregar más, él sopló las velas y se desvistió al resplandor del fuego. Después se tendió en la cama para descansar. En las sombras de la habitación, su voz sonó dura y severa.

—Desde mañana, llevarás una daga para protegerte. Quizá ello disuada a otros que quieran atacarte.

Con un encogimiento de hombros y una sonrisa, Aislinn se tendió sobre su lecho de pieles y buscó la bendición del sueño, pensando mientras tanto en cómo la luz del fuego jugaba sobre la piel bronceada de él y la forma en que los músculos de su espalda ondulaban con cada movimiento.