20

-QUÉ mujer más testaruda —murmuró Wulfgar mientras cruzaba irritado el patio en dirección a los establos—. Quiere que me case con ella y que declare al mundo que es mi lady. Yo no soy hombre de dejarme llevar por una argolla atravesada en mi nariz. Tendrá que resignarse.

Encontró un poco de heno fresco y limpio junto a su caballo y lo pisoteó hasta que se preparó una cama adecuada para él. El ruido hizo que los animales se agitaran y provocó gruñidos de protesta de sus hombres. Un arquero irritado lanzó un juramento y él se tendió sobre la paja, al lado de su caballo, se tapó con su capa y trató en vano de descansar, como tanto lo necesitaba.

Al día siguiente cabalgó duramente para cansar su mente y su cuerpo, en la esperanza de que podría esa noche conseguir el ansiado sueño, pero cuando el amanecer pintó el horizonte con suaves tonos de magenta, él seguía agitándose y revolviéndose continuamente sobre su cama de paja. Había evitado la casa desde que se marchara la otra noche, pero de tanto en tanto pudo ver a Aislinn que se dirigía a la cabaña de su madre o a hacer alguna otra tarea. En esas ocasiones se detenía y la observaba, admirando el suave meneo de las faldas y el brillo de su cabellera cobriza que resplandecía a la luz del sol. Ella le dirigió miradas furtivas, pero generalmente se mantuvo fuera de su alcance.

Sus hombres lo observaban intrigados, intercambiaban entre ellos miradas desconcertadas y se rascaban las cabezas ante la cama de paja de él. Se cuidaban de hacer ruido si un súbito juramento o los movimientos de él los despertaban durante la noche, y se acurrucaban en sus propios jergones, con la esperanza de que él lograse conciliar pronto el sueño.

A la tercera mañana, él se levantó y desayunó en la casa, echando miradas a la escalera hasta que Aislinn finalmente bajó. Por un momento, ella pareció sorprendida pero rápidamente recobró su compostura y fue a ayudar a Ham a servir la comida. Con una bandeja, fue sirviendo a los hombres y por fin llegó frente a él y. sin decir palabra, le ofreció codornices. Él escogió un ave bien gorda y después la miró.

—Llena mi copa —ordenó. Aislinn obedeció, se estiró delante de él le rozó el hombro con un pecho y retiró el jarro. Volvió un momento después con el recipiente lleno de leche y lo puso ante él.

Wulfgar arrugó la frente.

—¿Así lo habías encontrado? Ponlo donde estaba antes, esclava.

—Como gustes, milord —murmuró ella.

Nuevamente se estiró delante de él y le rozó un hombro con un pecho. Puso el jarro donde había estado.

—¿Así te satisface, milord? —preguntó ella.

—Sí —repuso él y dirigió su atención a la comida.

Gwyneth pareció muy contenta con esta novedad y esa noche comió al lado de Wulfgar, ocupando el asiento de Aislinn. Se mostró un poquito más amable con su hermano y trató de trabar conversación con él, pero sólo recibió gruñidos ininteligibles y miradas silenciosas. El parecía dirigir casi toda su atención a Aislinn, quien trabajaba con Ham y Kerwick para servirles la comida a él y sus hombres. Ella luchaba con las grandes fuentes y Kerwick a menudo acudía en su ayuda cuando parecía que estaba por dejar caer su pesada carga. La solicitud del joven sajón fastidiaba a Wulfgar y sus miradas pensativas seguían a los dos por todo el salón. Wulfgar apretó su mano en torno de su copa cuando vio que en un momento Aislinn reía con su antiguo prometido.

—¿Ves cómo ella juega con él? —murmuró Gwyneth al oído de su hermano—. ¿Es digna de tu preocupación? Mira a Haylan, en cambio. —Su mano flaca señaló a la joven viuda, quien miraba a Wulfgar con ojos soñadores.— Parece que ella tiene más amor que ofrecer. ¿Aún no la has probado en la cama? Podría resultar una medicina eficaz.

Pese a todos los esfuerzos de Gwyneth, sin embargo, la mirada de Wulfgar volvía continuamente a Aislinn. Bolsgar lo observó silenciosamente un buen rato y después se inclinó hacia él.

—El lobo vaga por la campiña pero siempre regresa a su única compañera. ¿Aún no has encontrado la vuestra?

Wulfgar se volvió bruscamente.

—¿Qué precio has recibido por hacer esta pareja?

—Cualquiera que fuere, parecería bajo. —Bolsgar rió suavemente y después se puso serio.— Escoge, Wulfgar. Libera a la joven Aislinn o tómala para vos como esposa.

Wulfgar hizo rechinar los dientes.

—¡Tú conspiras con Maida!

—¿Por qué retener en la casa a una joven tan mala y vengativa? —preguntó Bolsgar, señalando a Aislinn—. Veo cómo ella te tortura con su presencia. Sabe que estás mirando y juega con otros hombres. Kerwick no es tonto. Él quiere tomar a la muchacha por esposa y ser el padre de su criatura. ¿Por qué no se la cedes a él? Él quedaría feliz. Pero tú, tonto... —El anciano caballero rió por lo bajo.— ¿Qué será de ti? ¿Puedes soportar la idea de ella compartiendo la cama con él?

Wulfgar golpeó la mesa con el puño.

—¡Basta! —rugió.

—Si tú no la tomas, Wulfgar —continuó Bolsgar, imperturbable—, entonces, de buena fe, no puedes impedir que el joven sajón la despose para darle un nombre al niño.

—¿Qué diferencia haría eso para el niño? Mi madre estaba casada contigo y yo, lo mismo, soy llamado bastardo —replicó Wulfgar con amargura.

Bolsgar se puso pálido.

—Yo te repudié —dijo lentamente, luchando con las palabras—. Di que yo fui entonces el tonto, porque muchas veces he lamentado mi acción y ansiado tenerte nuevamente a mi lado. Fuiste para mí un mejor hijo que el rubio Falsworth. Mi mente siempre se siente torturada por el dolor que te causé, pero ya no es posible remediarlo. ¿Por qué quieres ser tan tonto como yo?

Wulfgar se volvió, perturbado por las palabras del anciano. Finalmente se levantó y salió del salón, sin notar que los ojos de Aislinn lo seguían y que ella tenía una expresión de honda preocupación.

A la mañana siguiente, Aislinn fue rudamente despertada cuando Wulfgar arrancó las pieles que la cubrían y le dio una fuerte palmada en las nalgas.

—Levántate, mujer. Hoy tenemos huéspedes importantes y deseo presentarte a ellos en tu mejor apariencia.

Aislinn hizo un mohín, se frotó el trasero dolorido y por fin se levantó, bajo la mirada demasiado atenta de él. Cuando ella iba a tomar su camisa, él golpeó fuertemente sus manos y la puerta se abrió al instante para dejar pasar a Hlynn y Miderd, quienes traían agua para un baño. Aislinn cubrió su desnudez con la camisa y miró confundida a las mujeres y después a Wulfgar.

Él levantó una ceja.

—Para ti, milady. Un baño perfumado te levantará el espíritu. —Giró sobre sus talones, fue hasta la puerta y allí se volvió y la miró nuevamente.— Ponte el vestido amarillo que compré para ti. Ese color te sienta muy bien.

Aislinn, furiosa, se sentó en el borde de la cama.

—¡No, no, no! —la regañó él—. ¿Buscabas complacerme o no? ¿Acaso has olvidado las obligaciones de una esclava? —Sonrió.— Regresaré enseguida.

Con una carcajada, salió y cerró la puerta tras de sí antes que ella pudiera arrojarle algún proyectil a la cabeza, y bajó la escalera.

De mala gana, Aislinn dejó que las dos mujeres la ayudaran con su baño y finalmente se relajó bajo los masajes de las manos de ellas, que le frotaron en todo el cuerpo con un aceite perfumado. Después le peinaron el cabello cuidadosamente y durante tanto tiempo que Aislinn pensó que nunca acabarían. Lo dispusieron hacia arriba y lo sujetaron con cintas amarillas. La ayudaron a ponerse una camisa de seda y el vestido de rico terciopelo, después aseguraron alrededor de sus caderas el ceñidor de filigrana de oro, terminando el tocado.

Miderd retrocedió un paso para admirarla y sonrió, a través de lágrimas de alegría.

—Oh, milady, estáis demasiado hermosa para decirlo con palabras. Estamos muy felices de que él os haya traído de regreso.

Aislinn la abrazó cariñosamente.

—A decir verdad, Miderd, también yo lo estoy, aunque me intriga el humor de él, no sé si me retendrá con él o si buscará otra.

La tímida Hlynn puso un brazo reconfortante alrededor de la cintura de su ama y le acarició la espalda como para consolarla, pero no pudo encontrar las palabras para tranquilizarla. Aislinn la abrazó con fuerza, con los ojos brillantes por las lágrimas, y entonces Miderd y Hlynn se apresuraron a poner orden en la habitación antes que regresara Wulfgar. Cuando él entró, momentos después, ellas salieron rápidamente y cerraron la puerta.

Wulfgar cruzó la habitación, se detuvo frente a Aislinn, unió las manos a la espalda y separó las piernas. Sus ojos recorrieron lentamente el cuerpo de ella y se detuvieron en la cara. Aislinn, algo nerviosa bajo la intensa mirada de él, lo miró con frialdad. El se acercó más, le puso una mano debajo del mentón y la obligó a levantar la cabeza. Muy suavemente, la besó en los labios y su mirada se volvió ardiente y devoradora.

—Eres hermosa —murmuró roncamente contra la boca de ella, y Aislinn tuvo que echar mano a toda su fuerza de voluntad para no relajarse contra él y rodearle la cintura con sus brazos. Él rió suavemente y se apartó un paso—. Pero no hay que volver vanidosa a una esclava. Ven al salón; los otros aguardan —dijo por encima de su hombro cuando se marchaba.

Todavía sintiendo el ardor de los labios de él, Aislinn golpeó desconcertada el suelo con el pie.

"Una esclava para obedecer sus órdenes, nada más. Ni el cielo podría persuadirlo de que yo sería una buena esposa".

Gwyneth también se había puesto su mejor ropa y estaba muy intrigada por el misterio y la demora. Wulfgar bebía lentamente ale mientras la veía caminar de un lado a otro, deteniéndose de tanto en tanto para dirigirle una mirada cargada de rencor.

—Me arrancas de la cama y no me dices la razón, excepto que viene alguien. ¿Quién se aventuraría hasta este lugar dejado de la mano de Dios, excepto los tontos?

—Tú viniste, querida Gwyneth —dijo él, de buen humor, y vio el relámpago de cólera que había provocado—. ¿Te consideras una excepción o todos somos tontos?

—Bromeas, hermano, pero no creo que tu precioso Guillermo vendría a ver tus posesiones.

Wulfgar se encogió de hombros.

—¿Pretendes que el rey visite a un vulgar lord con tierras pequeñas? Sus obligaciones de soberano son mucho más grandes que las mías como lord. Comprendo que tenga todo su tiempo ocupado, especialmente si sus súbditos protestan continuamente, como suelen hacer los míos.

Gwyneth respondió despectivamente echando la cabeza atrás y después fue donde Ham y Kerwick hacían girar un jabalí, venados y abundantes animales de caza más pequeños y pollos y gallinas en espetones sobre el fuego. Señaló la comida con expresión de reproche.

—Esto alcanzaría para alimentarnos a todos durante un mes. Eres descuidado con la comida, Wulfgar.

" ¡Ah, qué regañona!" pensó Wulfgar, con un suspiro, y se volvió para recibir a Bolsgar, quien bajaba la escalera y todavía se veía muy bien en sus mejores ropas. Wulfgar había compartido con él parte del contenido de su propio cofre y le había dado al anciano algunas de sus prendas mejores. Aunque el cinturón resultó demasiado estrecho para la cintura de Bolsgar, los hombros y el largo de la túnica se adaptaban bien. El anciano rió por lo bajo y giró ante ellos.

—He recuperado mi juventud, lo juro.

Gwyneth hizo una mueca despreciativa.

—Pero con ropas prestadas.

El anciano miró a Gwyneth de pies a cabeza, notando el vestido color tostado de Aislinn que llevaba su hija.

—¡Vaya! El muerto se asusta del degollado. Me parece que tú has tomado algo prestado, también.

Gwyneth giró y le volvió la espalda, y Bolsgar no le prestó más atención cuando Wulfgar le ofreció un cuerno de ale. Se sentaron a disfrutar el maduro sabor de la bebida hasta que la gran puerta se abrió y entró uno de los hombres de Wulfgar, quien se acercó a su lord trayendo un bulto grande envuelto en cueros. El hombre se inclino sobre el oído de Wulfgar mientras dejaba el envoltorio delante de él y habló en voz baja de algún asunto. Wulfgar asintió, y cuando el hombre se volvió para retirarse, empezó a cortar los cordeles que sujetaban el paquete. Finalmente lo abrió, y sacó varias prendas de hombre que coleó de su brazo. Fue hasta donde estaba Kerwick, quien no noto su llegada de tan atento que estaba en la tarea que le habían encomendado.

—Kerwick.

Wulfgar habló y el joven se puso inmediatamente de pie y se volvió. Sus ojos cayeron sobre las prendas y se agrandaron levemente por la sorpresa, pero rápidamente miró a la cara de su señor.

—¿Milord?

Wulfgar levantó las ropas en alto.

—¿Estoy en lo cierto si digo que estas ropas son tuyas? —preguntó con cierta brusquedad, de modo que añadió confusión al continente del sajón.

_Sí, milord —repuso Kerwick, con inseguridad—. Pero no tengo idea de cómo llegaron hasta aquí. No fui yo quien las trajo de Cregan.

—Si lo hubieses notado. Kerwick, acaban de llegar. Yo envié a un hombre por ellas.

—¿Señor? —Kerwick miró dubitativo al cuerpo más alto de Wulfgar y supo que ninguna modificación podría hacer que las ropas sirvieran para el normando.

—No son para mí, Kerwick, sino para ti —dijo Wulfgar, interpretando la mirada del joven—. Tómalas, deja esta tarea y vístete como una persona de alta condición.

Kerwick tendió las manos para tomar las ropas pero las retiró apresuradamente para limpiárselas en su rústica túnica. Con cuidado, aceptó el atuendo, aunque en su cara seguía la expresión de desconcierto.

Gwyneth dio media vuelta, disgustada con su hermano, y fue hasta el otro extremo del salón, donde quedó sola, en hosco silencio.

Wulfgar se volvió y habló a todos los que se encontraban en el salón, en general.

—Mi hombre me dice que nuestro invitado está en camino y que llegará muy pronto.

Cuando Aislinn bajó la escalera causó agitación y muchos rostros admirados se posaron en ella, porque cuando se reunió con el grupo en el salón, muchos de los hombres de Wulfgar también habían entrado, vestidos con sus mejores ropas. Sir Milbourne y sir Gowain se hallaban cerca del arranque de la escalera y el más joven de los dos abrió tanto la boca cuando la vio, que el mayor agitó una mano delante de la cara de Gowain pasándole los nudillos muy cerca de la nariz. Gowain ofreció la mano a Aislinn y sonrió feliz cuando ella le permitió asistirla.

—Milady, vuestra radiante belleza me deslumbra. Siento que la lengua no me sirve y no se me ocurren palabras para expresar toda la perfección de vuestra hermosura.

Aislinn echó una mirada oblicua a Wulfgar, a tiempo para ver que Bolsgar lo tocaba ligeramente en el codo, y sonrió seductoramente al joven caballero.

—Vuestra lengua es lisonjera, señor caballero, y no dudo que muchas jóvenes doncellas han caído bajo su hechizo.

Feliz por ese cumplido, el caballero miró las otras caras a su alrededor y entonces tragó convulsivamente cuando Wulfgar se les acercó. Tartamudeó y se ruborizó intensamente cuando Wulfgar lo miró con expresión inquisitiva.

—¿Qué sucede, Gowain? ¿Tienes tanto tiempo libre en tus manos que lo pierdes en compañía de mi esclava?

Gowain casi se ahogó con su lengua y se sintió sumamente confundido al pensar en lo que había ocurrido en los días previos a éste, cuando Wulfgar había ignorado a la beldad sajona, haciéndole pensar si él no podría alentar alguna esperanza.

—No, mi señor, no —negó enfáticamente—. Yo solamente estaba haciendo justicia a su exquisita belleza, eso es todo. No tuve intención de molestar.

Wulfgar tomó en la suya la fina mano de Aislinn, la atrajo suavemente hacia él y dirigió una sonrisa al abochornado caballero.

—Estás perdonado —dijo—. Pero en adelante, presta mucha atención y condúcete con cuidado. Yo no he sido hombre de andarme con quisquillas por una mujer o dos, pero por ésta, sir Gowain, yo podría muy bien partirte el cráneo.

Con esa advertencia al joven caballero y a todos los que pudieron oírla, Wulfgar apartó a Aislinn de los hombres y regresó junto a Bolsgar. Los ojos del anciano titilaron alegremente cuando él la vio.

—Ah, qué hermosa doncella que eres, Aislinn. El mirarte es bueno para estos viejos ojos míos. He vivido casi sesenta años y no puedo recordar haber visto antes una belleza tan perfecta.

—Sois muy amable, milord. —Le hizo una reverencia y elevó la mirada hacia Wulfgar al sentir que él la observaba.— ¿Y vos también estáis satisfecho conmigo, milord? Es mi deber hacer todo lo que ordenéis, pero sería difícil cambiar mi apariencia si la misma no fuese digna de vuestra aprobación.

Él le sonrió y la miró intensa y ardientemente, pero sus labios dieron una respuesta no comprometedora.

—Como ya he dicho, no se debe volver vanidosa a una esclava.

Le apretó suavemente la mano y no la soltó. Su boca se curvó en una sonrisa cuando ella lo miró gélidamente, pero los dedos de ella temblaron en la mano de él, desmintiendo la frialdad de la mirada.

—Estás bellísima —murmuró él—, ¿Qué otra cosa me harás admitir ahora? —Ella abrió la boca para replicar, pero él se la cubrió con una mano antes que pudiera hablar.— Cesa tus demandas. Estoy cansado de ser hostigado. Dame descanso.

Amoscada por sus palabras, Aislinn giró en redondo, retiró su mano de la de él y fue hasta el hogar, donde Ham trabajaba.

—¿Un festín? —preguntó al ver las carnes que se estaban asando—. Ciertamente, sus huéspedes deben de ser importantes.

—Sí, milady —admitió el muchacho—. El no ha ahorrado nada para hacer este día memorable. Aún ahora están trabajando en la cocina para complacerlo.

Aislinn se volvió y observó a Wulfgar desde lejos. Se lo veía espléndido en una túnica de terciopelo color verde oscuro, adornada con trencilla de oro. Una capa corta de color carmesí estaba prendida en su cuello y caía sobre un hombro hasta las rodillas. Debajo de la túnica llevaba una fina camisa de lino y Aislinn pensó en el cuidado que había puesto al coser para él esa sencilla prenda. La misma se ajustaba bien en los anchos hombros y ella admitió, sólo para sí misma, que la camisa nunca le había parecido tan fina como ahora, cuando él estaba usándola. Sus piernas largas y musculosas se veían rectas y bien formadas debajo de las calzas de color tostado y ligas cruzadas, y su apariencia era tal, que al mirarlo, Aislinn empezó a sentir que dentro de su pecho crecía un orgullo profundo y doloroso.

—¿Aislinn?

Su nombre vino de una voz familiar a espaldas de ella. Se volvió y miró sorprendida a Kerwick, quien ahora estaba ricamente vestido. Lo estudió, atónita, y enseguida sus labios se abrieron en una sonrisa radiante.

—Vaya, Kerwick, estás hermoso —gritó complacida.

—¿Hermoso? —Él meneó la cabeza.— No. Esa es una palabra para describirte a ti.

—Oh, pero lo estás —insistió ella.

Kerwick sonrió.

—Es agradable vestir nuevamente ropas buenas. Él envió por ellas... especialmente para mí —dijo él, asombrado.

—¿Quién? —preguntó Aislinn, y siguió la mirada de Kerwick hasta donde se encontraba Wulfgar—. ¿Quieres decir que Wulfgar envió a alguien a Cregan por ellas? ¿Y para ti?

Kerwick asintió y sonrió con una sonrisa cálida, jubilosa.

Con un nudo de felicidad en la garganta, Aislinn se disculpó con su antiguo prometido y volvió al lado de Wulfgar, aunque lo hizo muy lentamente, mirándolo mientras se le acercaba y muy intrigada por los motivos de él. El se volvió cuando ella le tocó una mano y la recibió con una sonrisa.

—Querida —murmuró tiernamente, y le acarició suavemente los dedos—. ¿Has decidido que puedes soportar mi humor?

—En ocasiones, milord, pero no demasiado —replicó ella y los ángulos de su boca se curvaron hacia arriba, seductoramente. Wulfgar se sintió hipnotizado por los ojos de ella que brillaban y lo miraban a los suyos. Por un largo momento siguieron así, disfrutando de la mutua proximidad y experimentando una vez más la excitante atracción que siempre parecía atraerlos uno al otro. La voz de Gwyneth los interrumpió rudamente.

—Un bastardo y su ramera —siseó Gwyneth—. Veo que os habéis encontrado nuevamente. Qué otra cosa podría esperarse de los mal nacidos.

Bolsgar reprendió severamente a Gwyneth y le ordenó que hiciera silencio, pero la insolente hija lo ignoró y posó sus ojos en Aislinn.

—Un atuendo adecuado para la realeza, supongo, pero tu vientre arruina el vestido.

Antes que pudiera pensar en ocultar su reacción, Aislinn levantó su mano hacia esa ligera redondez y pareció un poco afligida.

Wulfgar miró ceñudo a su hermana y reprimió una réplica más cortante.

—No seas cruel, Gwyneth. Hoy no aceptaré nada de eso. O muestras más respeto hacia Aislinn, o serás enviada a tu habitación.

—No soy una criatura —exclamó Gwyneth—. Y no mostraré respeto a una prostituta.

—No, no eres una criatura —admitió Wulfgar—. Pero yo soy el lord en esta casa y tú no me desafiarás. ¿Obedecerás?

Gwyneth apretó los labios y sus ojos claros se entrecerraron, pero ninguna palabra salió de su boca. En cambio, cuando vio que se acercaba Haylan, su mirada se volvió taimada y ella sonrió a su hermano.

—He aquí a la amable Haylan. Por supuesto, notarás que me he tomado la libertad de compartir con ella mis modestas ropas.

Volvieron sus miradas hacia la joven viuda y Aislinn reconoció su propio vestido de color malva cubriendo el cuerpo de la otra. Haylan era un poco más baja y regordeta que Aislinn, pero lo mismo las ropas acentuaban su belleza morena. Alentada por los hechos de los últimos días, Haylan se acercó a Wulfgar y diestramente se las arregló para deslizarse entre él y Aislinn y le sonrió atrevidamente. Con un dedo, trazó sobre el pecho de él una línea donde caía el borde de la capa.

—Os veis muy bien, milord —dijo, respirando profundamente.

Aislinn se puso rígida, y debajo de los párpados entrecerrados, echó una mirada asesina a la espalda de la mujer. Sintió un fuerte impulso de arrancar el largo y rizado cabello negro de la cabeza de la mujer y darle un firme puntapié en el redondo trasero. Con aire ausente, jugueteó con el puño de su daga mientras sus ojos, con distante concentración, se clavaban en la nuca de Haylan.

Haylan se apoyó contra Wulfgar, empujándolo suavemente con sus pechos redondos, y frotó con su mano el suave terciopelo de su túnica mientras levantaba recatadamente los ojos hacia la cara de él.

—¿Es tu voluntad que yo me marche, milord? —interrumpió la voz de Aislinn, cortante como un filoso cuchillo—. No es mi intención interrumpir tu... placer. —La última palabra brotó con dulzura pero la voz se elevó ligeramente, como en una pregunta.

Wulfgar se apresuró a desembarazarse de Haylan y se alejó con su dama, dejando a Gwyneth y Haylan mirando ceñudas las espaldas de la pareja.

—Y ellas me dicen disoluta —murmuró Aislinn para sí misma.

Wulfgar rió por lo bajo.

—La viuda ve más de lo que hay, sin duda. Pero, sinceramente, temí por su seguridad cuando vi la sed de sangre en tus ojos.

Aislinn retiró su brazo del de él.

—No arruines tu día con preocupaciones, amo. —Se inclinó humildemente, aunque sus ojos desmintieron el gesto.— Yo soy solamente una esclava y soportaré la crueldad de otras calmosamente, y si me atacan cruelmente, sólo trataré de defenderme a menos que ordenes otra cosa.

Wulfgar sonrió y se frotó el pecho, donde todavía tenía las marcas del geniecillo de ella.

—Sí, ya he saboreado tu forma de ser tierna e indefensa, y sé bien que si la viuda llegara a provocarte, seguramente terminaría nada más que con un pequeño mechón de pelo en la cabeza.

Aislinn abrió la boca para replicar, pero su expresión se tornó de sorpresa cuando se abrió bruscamente la puerta del gran salón y entró una ráfaga de frío aire de marzo que se arremolinó en el interior. Cuando se asentó la polvareda, se vio a Sweyn en el portal, ataviado con sus galas nórdicas. Tenía los brazos en jarras, y cuando vio las caras frente a él, rió fuertemente, haciendo vibrar el salón con sus carcajadas.

—El hombre se acerca, Wulfgar —rugió— Arribará enseguida.

Sin decir palabra, Wulfgar tomó a Aislinn de la mano y la llevó junto a Bolsgar, allí puso delicadamente la mano de ella sobre el brazo del anciano y le pidió a él que la retuviese allí. Ignorando el súbito mohín de desagrado de ella, Wulfgar se separó y fue junto a Sweyn para recibir al huésped que llegaba.

Pronto se oyó el ruido de pequeños cascos acompañados de muchos bufidos y jadeos, después un golpeteo de sandalias, y fray Dunley apareció a la vista de todos, sonriendo ampliamente con evidente alegría. Ojos dilatados y expresiones de desconcierto marcaron las caras de todos los presentes y un murmullo bajo de confusión llenó el salón. El hombre de Dios se reunió con Wulfgar y Sweyn y por un tiempo los tres hablaron con las cabezas juntas y en voz baja. Pasó un momento y el desconcierto de los otros se acentuó; después, Wulfgar condujo al fraile hasta la mesa donde sirvió para el monje un cáliz de vino.

El sacerdote aceptó y con una rápida genuflexión, vació la copa hasta la última gota y asintió agradecido. Después, aclarándose la garganta y adoptando una actitud seria, el hombre se volvió y subió hasta el cuarto escalón, desde donde los enfrentó a todos, sosteniendo ante él una pequeña cruz de oro, y esperó pacientemente. El salón quedó en silencio y la gente, sin respirar, aguardó lo que pudiera traerles el momento siguiente. El desconcierto todavía marcaba los rostros boquiabiertos.

Wulfgar fue a ponerse ante el sacerdote y, volviéndose, levantó una ceja hacia Bolsgar, quien ahora comprendió el significado de todo. Levantó el brazo de Aislinn, lo puso sobre el de él, y condujo a la atónita doncella hasta que quedó al lado de Wulfgar. Fray Dunley asintió, y tomando a Aislinn de la mano, el lord de Darkenwald se arrodilló sobre los juncos que cubrían el suelo y la hizo arrodillarse suavemente a su lado.

Maida se sentó súbitamente en un banco que tenía cerca y miró, atontada por la sorpresa. Kerwick, por un momento, sintió algo que lo sofocaba dentro de su pecho, pero enseguida pasó y él se sintió extrañamente feliz por Aislinn, al ver que lo que ella más había ansiado ahora tenía lugar. Gwyneth abrió la boca y se hundió en la desesperación, al ver que sus aspiraciones de obtener poder y un lugar de honor en Darkenwald se desvanecían con las palabras del fraile. Comprendiendo por fin el significado de la ceremonia, Haylan aspiró hondamente y sollozó cuando sus esperanzas desaparecían rápidamente con el suave zumbido de la voz del sacerdote que bendecía la unión.

La voz de Wulfgar sonó fuerte y clara cuando repitió sus votos, y sorprendentemente, fue Aislinn quien se confundió y tartamudeó cuando repitió las palabras como en un trance. Wulfgar la hizo ponerse de pie y ella permaneció aturdida mientras el monje pronunciaba la declaración final, llamándolos marido y mujer. Ella advirtió que él le repetía una pregunta por tercera vez.

—¿Qué? —murmuró, todavía aturdida—. Yo no...

El fraile se inclinó hacia adelante y habló con vehemencia.

—¿Vais a besar a vuestro esposo y sellar los votos?

Ella se volvió hacia Wulfgar, casi incapaz de creer lo que acababa de suceder y medio pensando que todo era un sueño, y lo miró, maravillada. Un fuerte golpe rompió el silencio cuando Sweyn apoyó un pichel de ale sobre la mesa, haciendo que la espuma salpicara hacia arriba y los lados.

—¡Viva Wulfgar, lord de Darkenwald! —gritó el vikingo.

Un trueno de vivas se elevó de los hombres y hasta los aldeanos presentes se unieron. Nuevamente, el pesado pichel golpeó contra la mesa.

—¡Viva Aislinn, lady de Darkenwald!

Y si los gritos fueron fuertes en los vivas anteriores, esta vez las vigas del techo se estremecieron y amenazaron con caer.

Aislinn finalmente aceptó la verdad, echó los brazos al cuello de Wulfgar y entre gritos, risas y lágrimas de felicidad, le cubrió el rostro de besos. Wulfgar finalmente la apartó un poco para calmarla y rió del palpitante regocijo que parecía llenarla completamente. Ella le fue arrancada de las manos por Sweyn, quien la aplastó un momento entre sus brazos y le puso un resonante beso en la mejilla, para después pasarla a Gowain, luego a Milbourne, Bolsgar, Kerwick y todos los demás. Por fin ella se encontró nuevamente al lado de Wulfgar, el rostro encendido por la excitación, y casi sin aliento de tanto reír. El la tomo en brazos y la besó larga e intensamente, y ella no se resistió sino que respondió en la plenitud de la dicha que sentía en su corazón. Lentamente giraron abrazados, en medio de los gritos y expresiones de aliento de los presentes.

El salón se llenó de un animado regocijo, pero pasaron inadvertidas las caras sombrías de tres mujeres. Maida salió de su estupor y con un gemido grave de desesperación, huyó del salón mesándose los cabellos. Gwyneth subió lentamente la escalera hasta su habitación, donde se sentó silenciosamente delante del hogar, y Haylan huyó sollozando tras de Maida.

Alrededor de Aislinn hubo buenos deseos de todos y palmadas en la espalda que la dejaron sin aliento. Ella pasó ligeramente sobre todo ello con un único pensamiento grabado a fuego en su mente.

"¡Wulfgar! ¡Mi Wulfgar! ¡Wulfgar mío!". Las palabras resonaban en lo más profundo de su ser y ocultaban todo lo demás.

Fueron abiertos más barriles de ale y vaciados más pellejos de vino. Se cortaron las carnes y el pan y las palabras se volvían cada vez más confusas a medida que se sucedían los brindis. Wulfgar se recostó en su sillón, disfrutando de las festividades y el entretenimiento. Juglares, acróbatas y músicos habían sido llamados a toda prisa y actuaban para la diversión de los presentes. Pero fue Gowain quien declamó los versos que Aislinn recordó sobre todo lo demás, cuando se plantó ante la pareja de recién casados.

"Rosa más hermosa no vio mi corazón

Ni ganó jamás andante caballero.

Brilla su belleza en la cima más alta

Allí donde no llega ninguna otra doncella.

No hubo noche más negra ni día más oscuro

Que cuando esta rosa fue arrebatada,

Y unida por santo matrimonio".

Levantó bien alto su ale, y completó:

"Ahora me resta un último y único placer:

¡Mi cuerno de beber!".

Aislinn rió con evidente regocijo y las risas continuaron hasta que Wulfgar se puso de pie y se aclaró la garganta para pedir atención. Miró a su alrededor los rostros alegres de siervos, arqueros, guerreros y viñateros. Ellos se volvieron hacia él, expectantes, y como empezó a hablar en francés para que lo entendieran sus hombres, los siervos se reunieron alrededor de Kerwick a fin de que él tradujera para ellos las palabras al inglés.

—En nuestros pueblos, este día será recordado como el de la unión de normandos y sajones —empezó Wulfgar cuidadosamente—. En adelante, éste será un lugar de paz y un condado próspero. Pronto empezaremos a construir un castillo como ha ordenado el rey, para proteger a los pueblos de Cregan y Darkenwald juntos. A su alrededor habrá un foso y tendrá murallas tan fuertes como podamos hacerlas. En momentos de peligro, tanto normandos como ingleses buscarán refugio allí. Aquellos de mis hombres que lo deseen, podrán emprender oficios y profesiones o comerciar y poner tiendas para sostenerse. Haremos a estos pueblos seguros y confortables a fin de atraer a los visitantes. Se necesitarán albañiles y carpinteros, sastres, vendedores de toda clase. Sir Gowain, sir Beaufonte y sir Milbourne han consentido en quedarse como vasallos míos y nosotros continuaremos brindando nuestra protección a toda la gente.

Wulfgar hizo una pausa y hubo un rumor de especulaciones sobre Sus palabras. Después continuó.

—Tengo necesidad de un cambista de dinero o de una especie de administrador que sea honrado con sajones y normandos por igual. Él actuará en representación mía en cuestiones menores y llevará un registro de todo lo que suceda. Ningún acto de compra, venta, matrimonio, nacimiento o traspaso de propiedad estará completo hasta que él lo haya anotado en sus libros. Mi casamiento con lady Aislinn será la primera anotación.

Nuevamente Wulfgar se detuvo, miró los rostros a su alrededor y continuó.

—Con este propósito os hablo ahora. Me ha llamado la atención el hecho de que entre los sajones hay uno que habla bien las dos lenguas, un hombre muy instruido cuya destreza con los números no tiene igual y con quien se puede contar por su honradez. Es Kerwick de Cregan y a él lo nombro administrador de Darkenwald.

El salón se llenó de ahogadas exclamaciones de sorpresa, pero de Aislinn sólo hubo un atónito silencio. Igualmente atónito, Kerwick fue empujado hacia adelante y el salón nuevamente se sacudió con vítores y aclamaciones. Cuando llegó ante la pareja, Kerwick miró a Aislinn —cuya euforia ahora brillaba en sus ojos— a Wulfgar, quien devolvió la mirada con seria expresión.

—Kerwick, ¿os consideráis capaz de esta tarea?

El joven sajón levantó orgullosamente la cabeza y respondió:

—Sí, milord.

—Entonces, que así sea. En adelante no sois más esclavo sino el administrador de Darkenwald. Tenéis autoridad para hablar en mi nombre en esas cuestiones que dejo a vuestro cargo. Seréis aquí mi mano, tal como Sweyn es mi brazo, y pondré en vos mi fe de que seréis justo y honrado con todos.

—Milord —dijo Kerwick humildemente—, me siento honrado.

Una sonrisa curvó los labios de Wulfgar, quien añadió en voz baja, solamente para los oídos de Kerwick.

—Quedemos en paz, Kerwick, por el bien de mi dama.

Extendió la mano y Kerwick la estrechó y asintió para señalar su acuerdo.

—Por el bien de vuestra dama y de Inglaterra.

Se estrecharon la mano como hermanos y Kerwick se alejó para recibir las felicitaciones de normandos y sajones. Wulfgar volvió a sentarse, y sintiendo la mirada de Aislinn, se volvió y la miró.

—¡Esposo! —dijo ella, suspirando, como maravillada por esa palabra, y sus ojos brillaron intensamente.

Wulfgar rió por lo bajo y se llevó los dedos de ella a sus labios.

—¡Esposa! —murmuró.

Ella se inclinó hacia él, le pasó un dedo sobre el pecho y su sonrisa se acentuó, invitadora.

—Milord —dijo— ¿no crees que se está haciendo tarde?

Él le estrechó la mano y su sonrisa se acentuó.

—Ciertamente, milady, las horas se van volando.

—¿Qué debemos hacer para cesar su rápida huida? —preguntó ella, en voz baja y llena de ternura. Su mano libre cayó sobre la rodilla de él y allí quedó. Para el ojo inadvertido, fue un pequeño gesto, pero entre ellos fluyó una creciente excitación que no podría ser contenida mucho tiempo. Una sonrisa traviesa chispeó en los ojos de Wulfgar.

—Milady, no sé si tú necesitas descansar, pero yo desearía que vayamos pronto a nuestro lecho.

Aislinn accedió con una sonrisa.

—Ah, milord, lees mis pensamientos. Yo también estaba pensando en eso después de un día tan largo.

Los ojos de ambos se encontraron con ternura y con promesas que cada uno estaba ansioso de ver cumplidas, pero súbitamente se apartaron, sobresaltados, cuando los hombres de Wulfgar se abalanzaron sobre él, se apoderaron de su señor, lo levantaron en alto sobre sus cabezas y empezaron a pasárselo de mano en mano. Aislinn los miró, divertida, y estalló en carcajadas. Pero pronto soltó una exclamación de sorpresa cuando Kerwick la levantó en brazos y la pasó a Milboume, quien a su vez la pasó a Sweyn y Gowain. En medio del salón, depositaron a los recién casados en el suelo y Aislinn se desplomó en los brazos de Wulfgar, agradecida por haber llegado a salvo pero todavía sin poder contener la risa. Wulfgar rió por lo bajo y la abrazó con fuerza, pero nuevamente lo separaron de ella. Le pusieron una venda sobre los ojos y Sweyn lo hizo girar. Después, le pidió que encontrase a su novia si tenía intención de acostarse con ella esa noche.

Wulfgar echó la cabeza atrás y rió alegremente.

—Oh, mujer, ¿dónde estás? Ven, déjate atrapar.

Aislinn se encontró rodeada por Hlynn y Miderd y una cantidad de mujeres que le indicaron que guardara silencio. Aislinn contuvo la risa y observó con ojos llenos de ternura, mientras su esposo tendía las manos hacia el grupo de mujeres y empezaba a buscar.

Se acercó rápidamente al oír el roce de una falda y atrapó a Hlynn. La jovencita rió regocijada y Wulfgar meneó la cabeza y siguió buscando. Empujaron a Miderd hacia él y no bien Wulfgar tocó uno de los robustos brazos, supo que no se trataba de su esposa. Siguió intentando y descartó a una muchacha sensual que olía a heno y a sudor. Caminó con soltura entre las mujeres, tocando ligeramente a una y deteniéndose junto a otra. Entonces, súbitamente, se detuvo. Una levísima fragancia llegó a sus narices y él giró abruptamente. Tendió la mano y la cerró alrededor de una fina muñeca. Su cautiva guardó silencio, aunque cuando él la atrajo hacia sí hubo agitación y risitas ahogadas de los presentes. Sus dedos tocaron una prenda de lana sobre los hombros de ella, muy diferente al suave vestido de terciopelo de Aislinn, pero su mano bajó con deliberada lentitud hasta un pecho redondeado, entre el regocijo de todos los que miraban.

—Vuestra dama está aguardando —gritó alguien.

Wulfgar no se dejó engañar. Sus manos se deslizaron alrededor de la fina cintura y su cabeza bajó hasta que su boca encontró los labios suaves que esperaban a los suyos. Su sonrisa se acentuó antes que su boca cubriese la de ella con hambre y enseguida sintió la ardiente respuesta a sus besos. La atrajo más y sintió las suaves curvas de ella contra sus miembros, y su sangre se encendió.

—¡Milord, habéis tomado a la mujer equivocada! —gritó otro.

Wulfgar levantó una mano y se arrancó la venda de los ojos sin interrumpir sus besos. Cuando abrió los ojos, se encontró con otros de color violeta que le devolvían la mirada. Aislinn se deshizo en carcajadas, y cuando se separaron, se sacudió de los hombros la capa de lana que alguien le había puesto encima. Su mano se deslizó otra vez dentro de la de Wulfgar y sir Gowain le dio a él un cuerno de ale.

—¿Cuál es tu secreto, milord? —preguntó el joven caballero con una sonrisa—. Es seguro que la reconociste antes de tocarla, aunque tenías una venda sobre los ojos. Dinos ahora la verdad, te lo ruego, a fin de que nosotros podamos jugar este juego tan bien como tú.

Wulfgar sonrió lentamente.

—Te diré la verdad. Una mujer tiene una fragancia propia. Hay perfumes que pueden comprarse en las ferias, pero debajo de todo eso está el dulcísimo aroma de mujer, que es diferente para cada una.

Sir Gowain echó la cabeza atrás y rió deleitado.

—Eres muy astuto, milord.

Wulfgar sonrió.

—Concedido, pero habíais hecho de mí un hombre desesperado. Yo no deseaba pasar esta noche calentando la paja de mi caballo.

El caballero levantó una ceja finamente arqueada y miró a Aislinn.

—Ciertamente, milord, comprendo tus motivos.

Ligeramente ruborizada por el cumplido, Aislinn se apartó de Wulfgar, se liberó de los alegres parrandistas y se dirigió a la escalera. A mitad de camino se detuvo y una vez más buscó a Wulfgar con la mirada. Él la miró por encima del hombro de sir Gowain, y aunque asentía a las preguntas del joven, sus ojos eran solamente para ella y estaban llenos de ternura. Aislinn sonrió suavemente y sintió que la mirada de él la siguió hasta que ella cerró la puerta de la habitación.

Miderd y Hlynn habían llegado antes y estaban aguardándola. La abrazaron afectuosamente antes de llevarla cerca del calor del fuego. Allí la ayudaron a quitarse el vestido amarillo y la camisa y la envolvieron en una seda suave y sutil. Aislinn se sentó ante el fuego con expresión soñadora mientras Miderd la peinaba. Hlynn puso orden en la habitación, dobló cuidadosamente las ropas de ella que guardó en el cofre, y acomodó las pieles sobre la cama.

Afuera la noche estaba oscura y los postigos fueron dejados entreabiertos para que una corriente de aire fresco agitara suavemente las colgaduras de la habitación. Con una última expresión de buenos deseos, Miderd y Hlynn se marcharon y Aislinn, ahora sola, quedó esperando con agitada anticipación. Alcanzaba a oír las risas y las manifestaciones de alegría del salón y sintió ganas de bailar por la habitación. Rió, recordando el desconcierto de todos cuando llegó el pequeño fraile. Fue muy propio de Wulfgar tenerla intrigada hasta último momento. Ahora su corazón se hinchó de orgullo cuando pensó en los planes de él y en la benevolencia que había demostrado con Kerwick. Wulfgar era un hombre cabal, no había mejor señor que él.

Perdida en sus dichosas cavilaciones, se sobresaltó cuando llegó un leve sonido desde la puerta, y levantó la vista y vio que la misma se abría lentamente. Maida se deslizó dentro de la habitación y cerró cuidadosamente la puerta tras de sí.

—Esas dos que acaban de marcharse —gimió la mujer—, con su charla tonta pueden cortar a la leche más dulce.

—Madre, no hables así de Hlynn y Miderd. Son amigas y me han dado mucho consuelo en momentos de necesidad.

Aislinn miró las ropas desgarradas de Maida y se puso ceñuda.

—Madre, Wulfgar no estará contento con tu apariencia. ¿Quieres que los demás piensen que él te maltrata? No es así, porque te ha tratado bondadosamente pese a tus comentarios hirientes.

Maida hizo una mueca y habló como si no hubiera escuchado a su hija.

—¡Casada! ¡Casada! ¡El más negro de los días! —Levantó las manos sobre su cabeza.— Mi mejor venganza hubiera sido que tú tuvieras un bastardo. Un bastardo para dárselo a un bastardo —dijo despectivamente, y se estremeció ante la idea.

—¿Qué dices? —preguntó Aislinn, sorprendida—. Para mí, este es el día más feliz. Me gustaría que te alegrases de que ahora estoy casada.

—¡No! ¡No! —gritó la mujer—. Me has robado la última onza de venganza que me quedaba. Todo lo que tenía para vengarme, por haber visto a mi pobre Erland retorciéndose en la agonía.

—Pero no fue Wulfgar quien lo hizo. Fue Ragnor quien blandió la espada.

—¡Bah! —La madre rechazó las palabras con un movimiento de la mano.— Todos son normandos y todos son lo mismo. No importa quien empuñó la espada. Todos ellos deben cargar con la culpa.

Maida continuó protestando y quejándose, y lanzando gritos de furia. Se estrujaba las manos y eran vanos todos los esfuerzos de Aislinn por tranquilizarla.

Exasperada, Aislinn gritó:

—¡Pero Ragnor se ha ido y aquí está Wulfgar, quien es un lord justo y es mi esposo!

Maida experimentó un cambio al oír esas palabras. Sus labios se crisparon en una mueca de desprecio y sus ojos recorrieron rápidamente todos los rincones de la habitación. Se agazapó y estuvo un momento sin hablar, con la vista clavada en el fuego.

—¿Madre? —preguntó Aislinn, después de observarla un momento—. ¿Te sientes bien?

Vio que los labios de Maida se movían, se inclinó hacia su madre y apenas alcanzó a oír las palabras suavemente susurradas.

—Sí, este normando está al alcance de la mano... aquí, en mi propia cama. —Los ojos de la mujer relampaguearon y ella se volvió súbitamente, como si Aislinn la hubiese sorprendido. Sus ojos se dilataron y enseguida se entrecerraron, y rió por lo bajo para sí misma.

Se detuvo y miró a Aislinn como si no la reconociera. Después se acomodó sus ropas desgarradas, pasó una mirada vacía por la habitación y se marchó corriendo.

En el pasillo hubo ruidos de pies arrastrados, seguido de risas y bromas groseras. Poco después, la puerta se abrió violentamente y Wulfgar fue arrojado al interior, después de haber sido depositado ceremoniosamente en el umbral. Desde donde estaba, sentada ante el fuego, Aislinn vio que Sweyn y Kerwick impedían la entrada de los otros. Enseguida Wulfgar se apresuró a cerrar la puerta. Se volvió, jadeante, y sus ojos se posaron en ella. La luz del fuego revelaba los contornos de su cuerpo a través del velo de gasa y a él se le encendió la sangre, pero se detuvo, inseguro de la recepción que ella le depararía, porque ahora la actitud de Aislinn era serena y de ella no salió ninguna palabra que lo alentase a actuar como esposo. En ese momento, él no fue el lord y el amo sino un tímido novio recién casado. Wulfgar señaló indeciso la puerta.

—Ellos parecen creer que debemos encontrarnos y pasar la noche juntos —dijo.

Ella no respondió y él se quitó la capa de los hombros, la dobló prolijamente, se quitó el cinturón y dejó ambas prendas en su lugar. La mirada de Aislinn lo seguía, pero ella tenía el fuego detrás y Wulfgar no podía ver la ternura que llenaba a esos ojos violetas. Se sentó a los pies de la cama y se levantó otra vez para colgar su túnica de un gancho. Ante el continuado mutismo de ella, él trató de mirarla a la cara, aunque las sombras eran profundas y nada alcanzó a discernir.

—Si no te sientes bien, Aislinn —murmuró él, con la decepción marcada en cada palabra—, esta noche no te exigiré nada.

Luchó torpemente con el lazo superior de su camisa, sintiéndose por primera vez en su vida completamente desconcertado y sin saber qué hacer con una mujer. "¿El matrimonio estropea el placer?", se preguntó, desalentado.

Por fin Aislinn se puso de pie y fue hacia él. Apartó los dedos torpes de él del lazo de la camisa y con un rápido tirón lo desató. Levantó la camisa y apoyó las manos en el pecho de Wulfgar.

—Wulfgar, milord —dijo Aislinn en un suavísimo susurro—, haces muy bien el novio tímido e inexperto. ¿Tendré que guiarte en un juego que has practicado tan a menudo?

Sus manos se deslizaron hacia arriba para sacarle la camisa sobre los hombros y la cabeza y después se unieron detrás de la nuca de él y lo atrajeron lentamente hacia abajo, hasta que sus bocas se encontraron. Ella se apoyó en él y su mano le acarició la espalda mientras sus besos lo hacían suspirar. La mente de Wulfgar giró como un peñasco que se precipita cuesta abajo y explotó en un torbellino de emociones: confusión, sorpresa, y no menos que lo demás, placer. Él había creído imposible que ella respondiera más intensamente que en el pasado, pero ahora ella lo excitaba deliberadamente, sembrándole con besos febriles el cuello, la boca, el pecho, y haciendo con los dedos cositas tentadoras que lo dejaban sin aliento. En una época, él había creído tontamente que conocía bien la mente de la mujer. Ahora, ésta le enseñaba que las mujeres eran diferentes y que no había que tomarlas a la ligera.

Aislinn dejó caer el velo de seda de sus hombros y una vez más lo rodeó con los brazos y se apretó contra él. Por un momento, los miembros de Wulfgar parecieron de plomo. Los suaves pechos de ella contra su piel parecían quemarle la carne, y él descartó sus anteriores ideas sobre el matrimonio mientras se inclinaba, la levantaba en brazos y la llevaba a la cama. Allí la depositó. Rápidamente, se quitó el resto de la ropa y las arrojó descuidadamente a un lado. Por primera vez, en lo que Aislinn recordaba, él se mostraba desprolijo. Se tendió junto a ella y ella respondió plenamente a su contacto, improvisando nuevas caricias mientras las manos de él exploraban atrevidamente su cuerpo. La vehemencia y ansiedad de él se sobrepusieron a todo lo demás y la apretó contra la cama. Sus labios temblaron junto al oído de ella, le acariciaron el cuello y enseguida descendieron hasta donde pudieron sentir los rápidos latidos del corazón. Ella se arqueó, extasiada, abrió 1os ojos un instante y súbitamente su aliento se le atascó en la garganta.

Una sombra oscura apareció sobre ellos y hubo un brillo de metal sobre la espalda de él. Aislinn gritó aterrorizada y trató de hacer a Wulfgar a un lado. El se volvió, sorprendido por el grito de ella, y la hoja e golpeó el hombro como un relámpago. La furia nubló la mente de Wulfgar. Soltó un juramento, lanzó un puñetazo y aferró el cuello de a desdichada atacante, arrancándole un grito ahogado. Con un terrible rugido, arrastró a la intrusa desde la cama hasta el hogar. Allí, el fuego iluminó el rostro de la atacante y Aislinn gritó otra vez, al ver la cara de su madre contorsionada en silenciosa agonía. Saltó de la cama y se colgó del brazo de su marido.

—¡No! ¡No! ¡No la mates, Wulfgar!

Frenéticamente, tiró del brazo de él, pero era como una barra de acero y no pudo conseguir que la soltara. Los ojos de Maida se salieron de las órbitas y su cara parecía ennegrecida. Con un sollozo, Aislinn levantó las manos, tomó el rostro de Wulfgar e hizo que él la mirase.

—Está loca, Wulfgar. Déjala.

Esas palabras quebraron la furia de él. Wulfgar aflojó las manos y Maida cayó al suelo. La mujer quedó temblando y retorciéndose, luchando por respirar a través de su garganta magullada. Wulfgar se agachó, levantó el puñal del suelo y lo hizo girar entre sus manos para examinarlo con atención. Un recuerdo se agitó en las profundidades de su mente y enseguida surgió con claridad. Esta arma había pertenecido a Kerwick, era la que él usó una vez en un intento de matarlo. Una luz de comprensión le iluminó lentamente el rostro cuando bajó la vista hacia la mujer. Después se volvió, miró fijamente a Aislinn y ella, leyéndole los pensamientos, ahogó una exclamación.

—¡No! ¡No es así, Wulfgar! —Su voz se hizo estridente.— Yo no intervine en esto. Ella es mi madre, es verdad, pero juro que no estaba enterada de esto.

Tomó la mano de él que sostenía el puñal y apuntó la hoja hacia su propio corazón.

—Si dudas de mí, Wulfgar, acaba aquí mismo y ahora con tus dudas. Es fácil terminar con una vida. —Acercó hacia ella la mano de él hasta que la punta quedó apoyada contra su pecho. Las lágrimas le nublaban la visión y corrían por sus mejillas, para caer suavemente en su pecho trémulo. Lo miró a los ojos. Susurró, muy suavemente:— Tan fácil.

Maida recobró el aliento y huyó sin ser vista por ninguno de los dos, quienes seguían mirándose a los ojos, tratando de averiguar la verdad que en ellos pudiera encontrarse. El portazo que dio la mujer al salir les indicó que se había marchado, pero siguieron sin moverse.

Al ver la incertidumbre de Wulfgar, Aislinn apretó su mano una vez más, pero él se resistió y ella no pudo acercar más la hoja del puñal. Se apoyó en el arma hasta que le pinchó la piel y una gota diminuta de su sangre se mezcló con la de él en el brillante acero.

—Milord —murmuró suavemente ella—. Hoy he pronunciado mis votos delante de Dios, y Él es mi testigo de que los tengo por sagrados. Así como nuestras sangres se juntan sobre esta hoja, así nosotros somos uno solo. Una criatura crece en mí y ruego con ansiedad que sea tuya y que nosotros seamos uno con ella, porqué necesitará un padre como tú.

Sus labios temblaron cuando él la miró a los ojos. Wulfgar sintió sobre él todo el peso de las palabras de ella y no pudo seguir negándose. Soltó un juramento y arrojó el puñal contra la puerta, donde se estrelló en la madera y cayó al suelo. Después se inclinó, tomó a Aislinn en brazos y giró con ella en completo abandono, hasta que ella le rogó que se detuviera. Impaciente una vez más, fue hasta la cama; pero ella le tocó la herida del hombro y meneó silenciosamente la cabeza. Con mano experta, Aislinn aplicó ungüento y vendas mientras él seguía sentado en el borde de la cama. Cuando por fin ató el nudo y dejó a un lado sus pociones y mixturas de curar, se volvió hacia él y se inclinó hasta rozarlo con sus pechos, para besarlo en la boca apasionadamente.

Él la abrazó y trató de hacerla acostar debajo de él, pero ella le apoyó ambas manos en el pecho y lo empujó firmemente contra las almohadas. Él la miró a los ojos, intrigado, y entonces ella respondió con una sonrisa y se tendió cuan larga era sobre él. La sangre corrió ardiente a través del cuerpo de Wulfgar, y la herida no lo molestó, ni entonces, ni más tarde, ni mucho después.