12

LA llegada de normandos a caballo fue anunciada desde la parte más alta de la torre de Darkenwald mientras moría el último canto del gallo. Aislinn se apresuró a vestirse, esperando que por fin llegara un mensajero de Wulfgar. Sus esperanzas se desvanecieron rápidamente cuando bajó la escalera y encontró a Ragnor de Marte calentándose frente al fuego. Vachel y otros dos normandos estaban con él, pero a una palabra de Ragnor se apresuraron a salir del salón. Ragnor se había quitado la gruesa capa de roja lana y la pesada cota de mallas y ahora vestía una blanda túnica de cuero y calzas de lana, pero tenía su espadón ceñido a su cintura.

Se volvió para mirar a Aislinn y una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.

Ella tuvo súbitamente conciencia de su cabellera suelta, de la cual se había olvidado en su prisa, y de sus pies desnudos, que ahora estaban helándose sobre las frías piedras de la escalera, y se acercó al hogar, atraída por el reconfortante calor que combatía al frío que reinaba en la estancia.

Los perros tiraron de sus traíllas y ladraron. Ella se acercó más, y antes de mirar a Ragnor, soltó a todos los animales y los llevó fuera del salón.

Finalmente tomó asiento cerca del fuego y enfrentó al normando, muy conciente del hecho de que estaban solos en el salón. Sweyn y Bolsgar habían salido a cazar y Gwyneth aún no se había levantado. Hasta los siervos habían encontrado tareas más urgentes en otras partes, pues recordaban demasiado bien a sus amigos y familiares masacrados por este normando.

Aislinn habló suavemente.

—¿No hay guerras donde combatir, sir Ragnor, o es por eso que habéis regresado? Supongo que este lugar es un refugio más seguro que el campamento de Guillermo. ¿Debo pensar que el duque se ha recuperado de la enfermedad que lo aquejaba?

Los ojos oscuros de Ragnor la miraron atrevidamente y se detuvieron en los pequeños, esbeltos pies descalzos, casi ocultos por el borde del vestido. El sonrió, se arrodilló ante ella, tomó en sus manos uno de los piececillos helados y empezó a masajearlo suavemente. Aislinn trató de apartar su pie, \ TO él estaba firmemente decidido a prestarle ese servicio.

—Tu lengua es muy aguda, amorosa paloma. ¿Wulfgar te ha hecho odiar a todos los hombres?

—Aaahh, bribón cobarde —replicó ella—. ¿Qué sabéis de los hombres?

Los dedos de él le rodearon el tobillo y apretaron un poco. Aislinn recordó el dolor que había sufrido en sus manos.

—Es evidente, milady, que tú nada sabes de ellos. Elegir al bastardo en vez de a mí, fue una locura que pocas damiselas cometerían.

Ella apartó la mano de él con un puntapié, incapaz de seguir soportando su contacto un momento más, y se levantó de un salto.

—Aún no he visto que haya sido una locura, sir Ragnor. Y creo que nunca pensaré así. Wulfgar es lord de esta casa y yo soy suya. Parece que elegí correctamente, ¿porque qué tenéis vos aparte del caballo que te lleva lejos de las batallas?

El se levantó en toda su altura y estiró un brazo para pasar los dedos entre los cabellos brillantes de ella.

—Quisiera poder quedarme y demostrarte cómo estás de equivocada, Aislinn. —Se encogió de hombros y se apartó un paso.— Pero he venido sólo por unas pocas horas, para descansar. Voy en camino hacia el barco de Guillermo, con cartas destinadas a nuestro país.

—Debe de ser algo muy urgente para que os demoréis aquí —dijo Aislinn, sarcásticamente.

—Es lo bastante urgente para que tenga que darme prisa cuando esté sobre mi caballo, pero yo quería ver nuevamente esta hermosa casa. —Le sonrió.— Y a ti también, mi paloma.

—Y ahora ya me habéis visto. ¿Estoy reteniéndoos? ¿Quizá queréis algo de comida para el camino? ¿Qué puedo hacer para acelerar vuestra partida?

—Nada, paloma mía. —Se llevó una mano al corazón.— Porque yo cortejaría a la misma muerte con tal de quedarme a tu lado.

Se oyó golpear una puerta y Ragnor se apartó de Aislinn cuando de arriba llegó el sonido de las pisadas de Gwyneth. Fue como si se entregara a un juego y desafiara a Aislinn a que lo traicionara, pero mientras él no le dirigiera su atención, ella estaba más que contenta de aceptar su infidelidad.

Gwyneth apareció en el tope de la escalera y Aislinn se mordió el labio inferior. El vestido que tenía puesto la otra era el favorito de Aislinn, el de color dorado oscuro y el último de algún valor que quedaba. Gwyneth tomaba libremente las ropas que quería del cofre de Aislinn y sólo las devolvía cuando estaban chamuscadas, rotas y manchadas. Entonces Aislinn las encontraba sobre su cama, descartadas. Pero cuando la mujer bajó la escalera, Aislinn tuvo que reprimir una sonrisa. El pequeño seno de Gwyneth se veía casi infantilmente plano dentro del vestido y los huesos de sus flacas caderas sobresalían desagradablemente debajo de la suave tela.

Gwyneth los miró a los dos llena de sospechas antes de posar sus ojos en Ragnor.

—Había empezado a desesperar de verte nuevamente, señor caballero —dijo.

—Ah, damisela, tu esbelta gracia está siempre en mis pensamientos —le aseguró Ragnor—. Quisiera que sepas que no puedo pasar un solo día sin algún recuerdo de tu belleza que lo señale.

—Tus palabras se derriten en mi corazón como copos de nieve sobre el fuego, pero me temo que me estés traicionando —repuso Gwyneth—. ¿Acaso no es lo habitual en los hombres?

—No, no, dulce Gwyneth. Yo no haría eso, aunque, a decir verdad, es más propio de un soldado olvidar a la belleza que tiene en casa por la que tiene en sus brazos.

—¡Qué volubles que son los hombres! —Una leve sonrisa curvó sus labios. Miró a Aislinn.— Ellos olvidan a sus queridas con tanta facilidad como para dejar sin aliento a la damisela. A menudo, es posible comprobar que la leal espera es infructuosa, y es mejor marcharse y ahorrarse el dolor de ser abandonada por otra.

Aislinn se irguió.

—Mides a los hombres con la vara más mezquina, Gwyneth. Yo prefiero usar una más larga a fin de conocerlos en todo su valor. Por eso presto poca atención a las jactancias de un fanfarrón y más al verdadero caballero que se comporta con honor.

Sin agregar nada ni mirar hacia atrás, Aislinn se alejó de ellos y subió la escalera. Gwyneth la vio marcharse e hizo una mueca de desprecio a sus espaldas.

—Si ella cree que mi hermano cambiará su modo de ser y vendrá volando a sus brazos, es una tonta. ¿Por qué se conformaría él con probar el primer fruto caído cuando toda Inglaterra yace a sus pies? Ragnor ocultó una sonrisa y se encogió de hombros.

—No trato de entender a las mujeres, sólo deseo amarlas. —Tomó a Gwyneth de un brazo y la hizo volverse para abrazarla. —Ven, mujer, y déjame que sienta contra mi cuerpo tu suavidad.

Ella lo golpeó furiosamente en el pecho con los puños.

—¡Déjame! —exclamó.

Él hizo inmediatamente lo que ella le ordenaba y la soltó tan repentinamente que ella se tambaleó hacia atrás, sorprendida, y casi cayó al suelo.

—¡No me dijiste que te habías acostado con esa prostituta sajona! —gritó Gwyneth, casi ahogada por las lágrimas que amenazaban con saltar de sus ojos—. ¡Te revolcaste con esa ramera y fuiste falso conmigo!

Ragnor sonrió, seguro de sí mismo, y tomó asiento frente a ella.

—No tenía motivos para creer que eso fuera asunto tuyo —dijo.

Gwyneth se le acercó de un salto, se arrodilló delante de su silla y tomó entre las suyas una mano de él. Lo miró a los ojos con una expresión de desesperación.

—¿Que no es asunto mío? Seguramente bromeas. Somos amantes, por lo tanto debemos compartirlo todo y no ocultarnos nada. —Desesperada, le clavó las uñas en el brazo.— No ocuparé un segundo lugar después de esa perra.

Ragnor apartó bruscamente su mano.

—Desafortunadamente, querida mía, ya lo ocupas.

El miedo atravesó como un cuchillo el corazón de Gwyneth. Ella le aferró las rodillas y sintió que el pánico empezaba a dominarla.

—Oh, amor mío, me hieres profundamente —dijo.

—No aceptaré imposiciones —declaró él fríamente—. No me dejaré llevar como un buey, con un yugo sobre mi cuello. Si me amas, trata de no enjaezarme de esa manera. No puedo respirar si tú me sofocas.

Desesperada, Gwyneth empezó a llorar.

—La odio —gimió, meciéndose de atrás a adelante—. La odio casi tanto como te amo a ti.

Ragnor sonrió y le tomó el mentón, obligándola a levantar la cara a fin de poder besarla.

—Eso fue simplemente algo nacido del calor de la batalla —murmuró roncamente contra la boca de ella—. No fue un acto de amor, como lo que hubo entre nosotros dos.

Apretó su boca contra la de ella, suavemente al principio, y después, cuando sintió que Gwyneth empezaba a responder, en forma más exigente y apasionada, atrayéndola hasta que ella quedó atravesada sobre su regazo. Con la mano libre empezó a acariciarle un pecho, y al tocar la suavidad de la tela, recordó dónde había visto ese vestido por primera vez. Aislinn lo llevaba puesto la noche antes que él partiera, cuando atendió a Wulfgar con tanto celo, y él a ella.

—Ven a mi habitación —imploró Gwyneth—. Estaré aguardándote.

Se deslizó del regazo de él, cruzó rápidamente el salón hasta el arranque de la escalera y allí se volvió y le dirigió una sonrisa llena de promesas. Cuando desapareció de la vista, Ragnor por fin se levantó y se sirvió lentamente un cuerno de ale. Miró con expresión pensativa hacia la habitación del lord y empezó a subir sin prisa la escalera. Por un largo momento permaneció frente a la puerta de esa habitación, esa puerta que era la única barrera entre él y la mujer a la que realmente deseaba. Sin siquiera probar, supo que estaba atrancada para él. En eso ella era cuidadosa, cuidadosa de no perder su precaria posición como favorita de Wulfgar, y era una posición precaria porque nadie sabía jamás lo que Wulfgar pensaba o sentía en su corazón de bastardo. Ella era atractiva y seductora, pero distante como la luna. Él recordaba demasiado bien la visión de ella, desnuda, en la cama de Wulfgar, suave, cálida, libre a su modo con el bastardo. Pero Wulfgar tenía a Darkenwald, o pronto lo tendría, y ella habíase dicho a sí misma que era eso todo lo que quería. Cualquiera que fuese el hombre que poseyera esta casa señorial y esta aldea, la poseería a ella.

El se inclinó ante la puerta.

—Pronto, paloma mía. Ten paciencia.

Sus pasos fueron silenciosos cuando se dirigió a la habitación de Gwyneth. Cuando abrió la puerta de un suave empujón, la encontró reclinada sobre la cama, con su cuerpo pálido, esbelto y gracioso sin la molestia de las ropas. Su pequeño seno estaba empujado hacia arriba por sus brazos, pues ella los tenía cruzados como abrazándose, y hacía que sus pechos parecieran más llenos y tentadores. Ragnor sonrió, y cerró cuidadosamente la puerta tras de sí. Se quitó la ropa, fue hacia ella, la tomó en brazos y se tendió a su lado. Ella empezó a acariciarlo con manos ansiosas y dejando escapar leves gemidos de su garganta. Su boca se cerró hambrienta sobre la de él a medida que su pasión se enardecía, y con una rápida urgencia, lo abrazó fuertemente y lo atrajo hacia ella.

El viento silbaba entre los árboles sin hojas y hacía temblar continuamente los postigos. Gwyneth se acurrucó más profundamente debajo de las pieles y observó cómo Ragnor volvía a ponerse la ropa. Se incorporó sobre un brazo cuando él se disponía a abrir la puerta.

—¿Mi amor?

El se detuvo al oír la voz y se volvió para mirarla.

—Todavía es temprano —murmuró ella—. Quédate un momento más y descansa conmigo.

—¿Descansar? —preguntó él en tono burlón, y rió suavemente—. En otra oportunidad, Gwyneth. Ahora debo ocuparme de los asuntos del duque.

Sin otra palabra la dejó y cerró suavemente la puerta cuando salió.

Ragnor miró hacia la puerta de la habitación del lord y la encontró abierta Cuando se acercó, vio que el dormitorio estaba vacío y al llegar al tope de la escalera, comprobó que el salón también lo estaba Se sintió ligeramente decepcionado por no poder ver nuevamente a Aislinn antes de partir. Bajó la escalera, fue hasta la gran puerta y la abrió El día estaba despejado y soleado y soplaba una brisa fría, vigorizante. Cuando salió del portal a la luz se desperezó, estiró los brazos, calentándose en su tibieza del sol. Un movimiento que percibió casi fuera de su campo visual llamó su atención. Se volvió y vio un relámpago de cabellos dorados rojizos que penetraba en la arboleda. Vachel y sus otros hombres dormitaban junto a sus caballos, de modo que su partida fácilmente podía demorarse un poco. Sonrió melancólicamente cuando recordó otro día ante este portal y la noche que le siguió. Él, por supuesto, había bebido bastante y fácilmente comprendía que no hubiera hecho mucho por impresionar favorablemente a Aislinn. Había sido rudo con ella. Pero si se mostraba tierno, ella, ahora, podría venir voluntariamente

Salió en pos de ella, pero admitió para sí, en un momento de desconcierto, que no tenía necesidad de hacer siquiera el esfuerzo. Aunque aquí no había podido birlarle la conquista a Wulfgar nunca le había sido difícil obtener la compañía de una mujer. La lealtad de Aislinn hacia Wulfgar era difícil de comprender. Seguramente, ella tenía que saber que él pronto la abandonaría, pues tenia damas de condición mucho más elevada en la corte normanda. Todo lo que él necesitaba hacer era aguardar, y Aislinn sería suya. ¿Por qué, entonces, seguirla ahora, cuando tenía obligaciones más urgentes? Pero el rostro de ella apareció en su imaginación y él supo el motivo que aceleraba sus pasos.

Entró en el bosque y encontró un estrecho sendero donde distinguió la leve huella de un pie pequeño, y desde ese momento no tuvo dificultad para seguirla.

Aislinn había huido de la casa pues sentía la presencia de Ragnor y no deseaba encontrarse otra vez con él. El dolor causado por la lengua de Gwyneth penetraba muy hondo y Ragnor parecía incitar a esa mujer. Sus únicos recuerdos estaban relacionados con angustia y desesperación. Recordaba muy bien la noche que pasó con la cuerda atada al cuello y las torpes caricias de borracho de él. Peor aún era el recuerdo de su padre, yaciendo frío e inmóvil, y que le venía a la mente cada vez que veía a Ragnor.

Aislinn se detuvo junto al arroyuelo, se apoyo en un viejo roble que crecía en la orilla y miró pensativamente las aguas oscuras y borboteantes. Perdida en sus pensamientos, se inclinó y recogió una pequeña piedra, que empezó a dar vueltas en su mano. Después la arrojó hacia un persistente punto de luz y observó las ondas que se extendían hasta tocar la orilla a sus pies.

—¿Quieres asustar a los peces por una mezquina comida de invierno, paloma mía?

Las palabras hicieron que Aislinn se volviera con un grito. Ragnor sonrió y se le acercó hasta quedar frente a ella. Para aquietar sus trémulas rodillas, Aislinn se apoyó nuevamente en el árbol y lo miró con recelos.

—Estaba caminando por el bosque, disfrutando del silencio, y te vi venir hacia aquí. No es prudente que andes sola y fuera de la vista de la casa señorial. Hay quienes... —Se interrumpió y notó la incertidumbre de ella.— Ah, mi paloma, es claro. Te he asustado. Perdóname, hermosa muchacha. Yo sólo pensaba en tu seguridad y no quise hacerte daño.

Aislinn levantó orgullosamente el mentón y reprimió el temblor que la dominaba.

—Yo no temo a ningún hombre, señor caballero —dijo ella, y se preguntó si era una mentira.

Ragnor rió.

—Ah, paloma, Wulfgar todavía no te ha domado. Yo temía que él hubiera logrado enfriar esa sangre caliente.

Se enderezó, pasó junto a ella y fue hasta el borde del agua, donde se agachó, como si tuviera que pensar en alguna gran causa no expresada con palabras. La miró por sobre su hombro.

—Sé que, ante tus ojos, he hecho el bribón y te he hecho sufrir, que te he causado, a veces, mucho dolor. Pero yo, Aislinn, por una parte era un soldado y ponía mi espada donde lo exigía mi obligación, y por la otra... —Arrojó un guijarro hacia donde ella había arrojado el suyo.— Llámame lunático. Di que estoy atrapado, o hechizado por tu belleza, una belleza como no había visto nunca en mi vida, pero cuya mejor parte no te contemplado todavía. —Se levantó y se volvió para mirarla de frente.— ¿Debo desnudar mi alma, Aislinn, para ser el caballero digno de ganarse tus favores? ¿No tengo ni siquiera la más pequeña posibilidad?

Aislinn meneó la cabeza, confundida.

—Ragnor, me desconcertáis mucho. ¿Alguna vez os he dado motivos para que busquéis mi mano? ¿Y por qué tendríais que desearla? Poco tengo para ofreceros, excepto que soy de Wulfgar. El es mi señor y amo y yo soy su querida y le he jurado lealtad. ¿Es eso lo que realmente procuráis, que yo lo traicione?

Él extendió una mano y levantó un rizo cobrizo del pecho de ella.

—¿No puedo desearte por ti misma, Aislinn? ¿Tan desconfiada eres que no puedes creer en una simple verdad? Eres más bella de lo que puede expresarse con palabras y yo te deseo. Te deseaba cuando eras mía y ahora que no lo eres, deseo volver a tenerte.

—Soy de Wulfgar —dijo ella en voz baja.

—Nada dices de tu corazón, Aislinn, no dices donde están tus sentimientos. El honor es bueno y yo lo aplaudo pero lo que busco es tu afecto —Sus ojos oscuros sostuvieron la mirada de ella.— Aislinn, desearía retirar la espada que mató a tu padre y dejar que siga disfrutando de la vida nuevamente, como nosotros. Daría la fortuna la mi familia para conseguirlo, por ti. —Encogió sus anchos hombro — Pero lamentablemente, mi bella Aislinn, ya esta muerto y nada puede hacerse para traerlo de vuelta. Sin embargo, apelo a tu bondad para que me perdones. Dame tu amor y calma el dolor de mi corazón.

—No puedo —suspiró ella. Bajó la vista hacia la mano delgada y bronceada de él que estaba cerca de su pecho y cerró fuertemente los ojos—. Cada vez que os veo, recuerdo el dolor que trajisteis, no solo a mí sino a otros. Nada podría lavar la sangre que yo veo en vuestras manos.

—Es el oficio de un soldado, y Wulfgar no es menos culpable que yo ¿Has pensado en todos los sajones que él ha matado? El destino ha sido muy ingrato al dejar que fuera tu padre quien cayo bajo mi espada.

Su mirada saboreó la belleza de las delicadas facciones de ella, los frágiles párpados, ahora bajos, y bordeados de espesas cejas negras. La piel clara brillaba con un brillo de juventud y sus mejillas tenían un ligero rubor rosado que florecía en un tono más oscuro en los suaves labios. A Ragnor le dolió el pecho por la pasión que ella despertaba en él. Si ella, por lo menos, se percatara de cuánto lo torturaba, quizá accediera a poner fin a sus sufrimientos.

Aislinn levantó la mirada hacia él y murmuró suavemente.

—Quién conoce realmente lo que hay en mi corazón, salvo Dios, sir Ragnor; sin embargo, yo diría que aquí no puede ablandarse a menos que ocurra un gran milagro. Wulfgar me ha reclamado como suya y yo le pertenezco. Pronto, mi afecto terminará siendo para él...

El rostro de Ragnor se ensombreció y apretó los dientes.

—Tú pronuncias el nombre de ese bastardo. ¿Qué es el que yo no sea? Un mal nacido, sin nombre, que vagabundea por los campos de batalla de aquí y de allá, librando la guerra de otro por un puñado de oro, nada más. Yo soy lo que él no es: un caballero de familia de buena estirpe y relacionada con el duque. Yo podría llevarte a la corte, y allí conducirte de la mano.

Ragnor levantó una mano como ofreciéndosela, pero Aislinn meneó la cabeza y se apartó y le volvió la espalda.

—No puedo —dijo ella—. Aunque a Wulfgar yo no le importe, aunque sea para él nada más que un capricho, yo soy su propiedad y debo hacer su voluntad. El nunca me dejaría marcharme. —Se volvió, nuevamente se apoyó en el árbol, sonrió y extendió un dedo para tocar suavemente la mano tendida de él.— Pero oíd, Ragnor: lady Gwyneth os encuentra muy atractivo y apuesto y sin duda haría alegremente vuestra voluntad no bien vos se lo pidierais.

—Te burlas de mí —gimió Ragnor—. ¡Una gallina escuálida al lado de la paloma más blanca! Seguramente, estás burlándote de mí. —Le tomó la mano antes que ella pudiera retirarla y el solo contacto de ella hizo que la sangre se agolpara en su corazón.— Aislinn, ten piedad. No me dejes sufrir así. No me atormentes así. —Recordó la suave, blanca hinchazón de esos pechos, sus ojos se pusieron brillantes y de pronto quiso contemplarlos otra vez.— Dime una sola palabra suave, Aislinn. Hazme saber que puedo tener esperanzas.

—No, no puedo —jadeó ella y retorció su mano para librarla de las de él, pero fracasó. Empezó a dominarla el pánico. Vio los ojos de él y el lugar donde él la miraba y no tuvo que ser hechicera para adivinarle la intención. Él empezó a atraerla hacia sí, y aunque ella luchó, la fuerza masculina se imponía—. No, os lo ruego. ¡No, por favor.!

Él la aferró de un codo y trató de besarla en el cuello, mientras le rodeaba la delgada cintura con su brazo libre.

—No luches conmigo, paloma mía. Estoy loco por ti —murmuro al oído de ella.

—¡No! —dijo Aislinn y se apartó un poco. Su mano encontró la empuñadura de la pequeña daga, que desenvainó y levantó amenazante delante de ella—. ¡No, otra vez no, Ragnor! ¡Jamás!

Ragnor rió.

—¡Ah, la hembra todavía tiene bríos!

Sus largos dedos se apoderaron de la mano de ella y la retorcieron cruelmente, hasta que la muchacha gritó y la daga cayó. La aferró de los cabellos, le retorció el brazo a la espalda y la atrajo con fuerza, hasta que sintió los pechos suaves y los muslos de ella apretados contra él.

—Volveré a probar esta palomita —dijo riendo por lo bajo, y la besó con tanta pasión que le magulló los labios.

Con una fuerza nacida de la desesperación, Aislinn se libro del abrazo y cayó de espaldas contra el tronco del roble. Lo miró a la cara. Su pecho subía y bajaba, pues ella respiraba agitadamente por el temor y la cólera. Él rió y dio un paso hacia ella.

Hubo un sonido susurrante, y luego un golpe sordo, y una enorme hacha de guerra pareció brotar del tronco a menos de un palmo de la cara de Ragnor.

Ragnor se volvió bruscamente y sintió un intenso frío en la barriga cuando vio a Sweyn, quien estaba a unos diez pasos de ellos.

H vikingo estaba con el arco desarmado y terciado a la espalda, y a sus pies había varias palomas y un par de liebres que había cazado. Aislinn corrió hacia Sweyn y la seguridad que él ofrecía, pero Ragnor, por primera vez, vio que ahora el vikingo estaba desarmado, con su arco inútil por el momento y el hacha incrustada en el árbol.

La espada de Ragnor relampagueó al salir de la vaina y el salto para impedir la huida de Aislinn. Ella dio un grito cuando él se abalanzo y esquivó su mano extendida. Se ocultó detrás del vikingo y en un abrir y cerrar de ojos, Sweyn recuperó el hacha tirando de la correa de cuero atada a su mango y se preparó para el ataque. La gran hacha de guerra quedó equilibrada y preparada sobre su hombro, con su punta y su filo bien asentado brillando suavemente a la luz del sol. Parecía un mudo presagio de muerte.

Ragnor se detuvo a varios pasos de Sweyn, con el rostro crispado por la ira por haber sido privado de su presa. Hubiera querido golpear con su espada y partir en dos al hombre, allí donde estaba, tan violentas eran su furia y su frustración, pero algo en la actitud del vikingo le trajo el recuerdo de un día, cuando los soldados estaban en medio del fragor de la batalla, y un enemigo amenazó la espalda de Wulfgar. La espantosa visión de esa hacha clavándose profundamente en la cabeza de aquel enemigo había quedado grabada para siempre, como una advertencia, en la mente de Ragnor. Su cólera desapareció, y él sintió muy bien el helado, cercano aliento de la muerte. Se calmó, envaino su espada y separó las manos de sus costados para que el vikingo no interpretara equivocadamente sus movimientos. Así estuvieron los dos, frente a frente, midiéndose un largo momento. En el pecho del nórdico surgió un rumor grave y una lenta sonrisa asomó a sus labios y puso brillo en sus ojos azules.

—Ten cuidado, normando —dijo suavemente—. Mi señor, Wulfgar, me pidió que cuidara de esta mujer y yo la cuido bien. Si para hacerlo tuviera que partir dos o tres cabezas francesas, no me afligiría demasiado.

Ragnor eligió cuidadosamente sus palabras, pero cada silaba salió cargada de veneno.

—Cuídate tú, pagano de blancos cabellos. Esta cuestión terminara algún día, y si el destino lo permite, yo limpiaré mi espada ensangrentada en sus rizos rubios como los de una doncella.

—Sí, Ragnor. —La sonrisa del vikingo se acentuó.— Mi espalda está a tu disposición pero esta amiga —levantó ligeramente el hacha— se ocupa muy bien de mis otros flancos-y ama besar a aquellos que quieren probar sus aceros sobre mi cráneo. ¿Te gustaría conocerla?

—preguntó, presentando el filo de la enorme hoja—. La damisela Muerte.

Aislinn salió de atrás de Sweyn, puso una mano sobre su musculoso brazo y miró fríamente al normando.

—Buscad vuestros placeres en otra parte, Ragnor. Idos de una buena vez y dejad las cosas como están.

—Me iré, pero volveré —les advirtió Ragnor.

Giró sobre sus talones y se marchó.

Cuando Aislinn regresó a la casa, momentos más tarde, encontró a Gwyneth caminando nerviosamente por el salón. Una mirada a la cara de la mujer le indicó que había algo que la disgustaba. Gwyneth se volvió hacia Aislinn con un fulgor feral en sus ojos claros.

—¿Qué sucedió contigo y Ragnor? —preguntó—. ¡Tengo que saberlo, zorra sajona!

La cólera relampagueó en los ojos de color violeta de Aislinn, pero ella se limitó a encogerse de hombros, y replicó:

—Nada que te concierna, Gwyneth.

—Él salió del bosque, donde estabas tú. ¿Otra vez te arrojaste a sus brazos?

—¿Otra vez? —dijo Aislinn, y miró inquisitivamente a la otra mujer—. Seguramente, estás loca si crees que yo sería capaz alguna vez de arrojarme a los brazos de ese canalla.

—¡El ya te hizo antes el amor! —exclamó Gwyneth, ahogada de rabia y de celos—. No te contentas con tener a mi hermano prendido a tus faldas. ¡Tienes que conseguir que todos los hombres que se crucen en tu camino queden embobados por tus encantos!

Aislinn habló lentamente, controlando apenas su ira.

—Ragnor nunca me hizo el amor en la forma que tú pareces creer que lo hizo. Él me violó brutalmente y en eso hay una gran diferencia. Él asesinó a mi padre y redujo a mi madre al estado en que se encuentra. Todo es producto de tu imaginación, Gwyneth. ¿Cómo puedes pensar que yo sería capaz de desearlo?

—Él tiene más que mi hermano para ofrecerte. Es bien nacido y pertenece a una familia poderosa.

Aislinn rió desdeñosamente.

—Nada de eso me importa —dijo—. Tu hermano es más hombre de lo que Ragnor será jamás. Sin embargo, si tú quieres tenerlo, inténtalo y yo no me opondré. Ustedes se merecen uno al otro.

Aislinn no agregó nada más y se marchó, dejando a Gwyneth hirviendo de rabia, y subió la escalera hacia su habitación.

Aunque había perdonado a su primo, Ragnor había despertado sin piedad a sus arqueros dándoles de puntapiés, y ahora el grupo galopaba entre las bajas y onduladas colinas hacia el camino de la costa, que llevaba a Hastings. Ragnor tomó la delantera cuando empezaron a avanzar más lentamente y hasta Vachel se quedó atrás, con los soldados, para evitar el evidente mal humor de su primo. Fueron intercambiadas miradas inquisitivas que obtuvieron como única respuesta encogimientos de hombros, y nadie pudo decir cuál era la causa de la cólera de Ragnor. Su furia aumentaba a medida que iban dejando atrás los kilómetros, y maldiciones ocasionales llegaban hasta los hombres que marchaban rezagados. La falta de sueño de Ragnor no hacía nada para suavizar la sensación de frustración que experimentaba por no haber podido ganarse a Aislinn y sus pensamientos se sucedían desordenadamente. Wulfgar debía de haberla recompensado generosamente por sus favores, porque seguramente, el mal nacido caballero carecía de atractivos sociales. El nunca participaba de la conversación refinada que tenía lugar durante los momentos de esparcimiento en la elegante corte. Era cierto lo que Vachel decía de Wulfgar; él había encontrado a las damas de más alta cuna dignas solamente de un breve galanteo, descartándolas después de haber satisfecho sus necesidades temporarias. Sin embargo, debía de haber elegido bien, porque Ragnor no conocía a ninguna que le guardara rencor por su rechazo.

¡Bah! ¡Qué atractivo tenía el bastardo para las mujeres! Ragnor hizo una mueca despectiva al pensarlo. Si por lo menos Wulfgar fracasara en un ataque y Aislinn se viera obligada a comprender su locura, él todavía podría obtener una propiedad en esta guerra. Los proyectos pasaban volando por su cabeza y eran descartados rápidamente a medida que él iba previniendo su fracaso.

Vachel oyó suspiros de alivio cuando tuvieron a la vista las fortificaciones de Hastings y pudieron ver, más allá, los mástiles de los barcos anclados en la bahía. Una buena noche de sueño estaba en las mentes de todos, y una vez que fueran entregadas las cartas, una barriga repleta de comida y una buena dosis de ale ayudarían a todos a descansar.

Ragnor se volvió para mirar al hombre que le gritaba desde lejos y reconoció el andar desgarbado de su tío, Cedric de Marte, quien venía hacia él cruzando la playa arenosa.

—Oh, Ragnor, por fin te alcanzo. ¿Estás dormido? ¿No oíste que yo te llamaba?

La cara enrojecida de Cedric, y su respiración agitada, hablaban del esfuerzo realizado.

—Tengo cosas en mi mente —replicó Ragnor.

—Así me ha dicho Vachel —dijo Cedric—. Pero no quiso explicarse más.

—Son de carácter privado —repuso Ragnor.

—¿Privado? —Los ojos oscuros de Cedric se clavaron en el ceño adusto de su sobrino.— ¿Qué es tan privado que te impide obtener tierras de Guillermo?

Ragnor hizo una mueca.

—De modo que Vachel también te contó eso —dijo.

—Se mostró renuente a transmitir las noticias, pero finalmente se las arregló para ser sincero. El te es demasiado leal, Ragnor. Tú lo llevarás por mal camino.

Ragnor rió sin humor.

—Él tiene su propia cabeza para pensar. Puede apartarse de mi lado cuando lo desee.

—Él ha decidido seguirte, pero eso no hace que sean buenos los caminos por los cuales lo llevas. Yo soy responsable de él, puesto que su madre ha muerto.

—¿Qué es lo que te fastidia, tío? ¿Las mujeres que se lleva a la cama o los bastardos que va dejando en el camino?

Cedric enarcó sus cejas canosas.

—Tu— padre no está nada contento con la forma en que andáis dispersando vuestra simiente vosotros dos.

Ragnor gruñó.

—El exagera, en su cabeza los bastardos son más numerosos que en la realidad.

—Vosotros, muchachos, tenéis mucho que aprender acerca del honor —dijo Cedric—. En mi juventud, si me atrevía a tocar la mano de una doncella, era severamente castigado. Ahora, a vosotros no os importa meteros entre los muslos de todas las jóvenes que encontráis. ¿Qué es lo que te atormenta? ¿Una mujer?

Ragnor desvió la cara.

—¿Cuándo me he afligido por una mujer? —preguntó con insolencia.

—A todos los hombres les llega ese momento.

—A mí todavía no me ha llegado —replicó Ragnor, con los dientes apretados.

—¿Qué hay de esa muchacha de quien habla Vachel, esa Aislinn?

Los ojos del joven relampaguearon de cólera cuando se posaron en el tío.

—Ella no es nada para mí. Una hembra sajona, eso es todo.

Cedric, irritado, clavó un dedo en el pecho de su sobrino.

—Déjame que te advierta, muchacho enamoradizo y despreocupado, que no estás aquí para añadir más mujeres a tu colección de conquistas, sino para ganar tierras y recompensas a fin de aumentar las riquezas de la familia. Olvida a esa hembra y concéntrate en lo que se espera de ti.

Ragnor apartó la mano de su tío.

—Tu parecido con mi padre aumenta con cada día que pasa, Cedric —dijo desdeñosamente—. Pero no tienes que temer. Aún voy a obtener todo lo que se me debe.

El sol subía sobre Francia cuando los cuatro espolearon sus caballos y emprendieron la marcha subiendo los empinados caminos que partían de Hastings. Ragnor tomó otra vez la delantera, con su humor no muy mejorado con respecto al día anterior. Su rencor le hizo espolear a su caballo y el animal, bien descansado y alimentado, empezó a devorar kilómetros con sus poderosos cascos. Esta vez tomaron el camino que se alejaba del mar para evitar la posibilidad de una banda de merodeadores que pudiera estar al acecho en la ruta, aguardando el regreso de ellos.

Pasaron el día en silencio, cabalgando a buena velocidad, y establecieron un precario campamento para descansar durante la noche. El tiempo estaba templado y descansaron bien. Al alba ya estaban nuevamente en pie y pronto se pusieron en camino.

El sol estaba alto y sus rayos atravesaban un espeso manto de nubes cuando llegaron a una altura del terreno y vieron, lejos, adelante de ellos, un grupo numeroso de jinetes. Rápidamente se ocultaron y esperaron algún indicio de las armas que enarbolaba este grupo. Vieron cómo los hombres que tenían adelante se reunían en conferencia y después de un momento se dividían en tres partes. Ahora, un rayo de sol iluminó nítidamente al grupo y allí, ante ellos, Ragnor distinguió el conocido estandarte de Wulfgar. Los tres que iban con él quisieron darse a conocer, pero Ragnor los detuvo. Un plan tomó forma en su mente. Ordenó a los dos arqueros que continuaran viaje para avisar a Guillermo de su próxima llegada y que dijeran, también, que él y Vachel se habían detenido para obtener noticias de Wulfgar. Cuando los arqueros se fueron, Ragnor se volvió a su primo y habló con una sonrisa en los labios.

—Veamos si podemos conseguir que esos soldados tengan una tarde muy ocupada.

Vachel miró intrigado a Ragnor y se sintió aliviado cuando el caballero continuó explicándose.

—Adelante hay un poblado sajón, todavía sin tomar, y que sigue apoyando a un rey inglés. —Rió.— Sé que allí no recibirían bien a un caballero normando, porque cuando pasé por última vez salieron a perseguirme. —Se detuvo y señaló a los hombres que estaban más abajo, donde dos de los grupos cabalgaban hacia cada uno de los lados y el tercero, enarbolando el estandarte de Wulfgar, estaba detenido.— Mira allí —dijo a su primo—. Por lo que conozco de las tácticas de Wulfgar, él envía a los otros en fuerza para bloquear los caminos más allá del poblado, después se acercará y exigirá la rendición. Si los ingleses huyen, serán sorprendidos a campo abierto. Si atacan a Wulfgar, los otros, a su vez, los atacarán desde atrás.

Ahora sonrió y miró a Vachel como un gran zorro gris que estuviera enseñando a cazar a su cachorro.

—Pero cambiemos ese plan —continuó—. Si nos acercamos a la población hasta que puedan vernos y fingimos detenemos, podríamos atraer a algunos defensores, ansiosos de hacerse del botín de dos caballeros normandos. Entonces podríamos llevarlos hasta el grupo de Wulfgar, antes que él salga a campo abierto.

Ragnor rió regocijado al pensar en que el plan de Wulfgar sería desbaratado, pero Vachel pareció dudar.

—Mi odio a los ingleses —dijo Vachel— supera al desprecio que siento por el bastardo. No me gustaría ver a los nuestros maltratados por esos sajones.

—No hay peligro. —Ragnor se encogió de hombros.— Seguramente, Wulfgar matará a los tontos. Eso sólo le enseñará lo que significa ser atacado por estos perros sajones y lo fácil que es matarlos. Que él lo sienta en carne propia y que clave su espada en sus tercas cabezas. Entonces comprenderá que nosotros, en Darkenwald, no hicimos más que defendernos y que actuamos en la mejor forma que nos fue posible.

Vachel finalmente accedió a plegarse a la estratagema y los dos se apresuraron a dar un rodeo para evitar a Wulfgar.

Como había planeado Ragnor, cuando estuvieron más cerca, a la vista del poblado, del caserío salió un grupo de hombres, armados con lanzas y arcos, y al ver que los normandos se retiraban, se lanzaron en su persecución, por campo abierto. Ragnor y Vachel fingieron no estar seguros de hacia adonde huir, y dejaron que los otros los persiguieran hasta que los atrajeron, por el camino, hacia el denso bosque que había pasando los campos. Una vez allí, cabalgaron directamente hacia adelante, dejando una huella para que la siguieran sus perseguidores. Después de rodear un recodo, salieron del camino y se apostaron en una colina cercana, para observar lo que sucedería a continuación. Vieron que los perseguidores doblaban el recodo y se detenían para escuchar. Cuando oyeron que Wulfgar se acercaba, los ingleses se ocultaron entre los arbustos que crecían a la vera del camino.

Ragnor miró pensativamente hacia el camino y habló como si ahora dudara de su propia astucia en este juego.

—Parece que esto está saliendo mal, Vachel —dijo—. Han preparado una trampa para Wulfgar, pero ahora me encuentro impotente para intervenir. Temo por la seguridad de nuestros arqueros. ¿Quieres correr y alcanzarlos, Vachel, y advertirles mientras yo voy a avisar a Wulfgar de la emboscada que le han preparado?

Vachel se encogió de hombros, desechó su repugnancia de ver a unos pocos normandos masacrados por sajones, se inclinó hacia delante en su silla, y clavó la vista en el recodo del camino.

—¿De veras lo harás, primo? Eso me parece una tontería. —Se volvió para mirar a Ragnor de frente y ambos rieron por lo bajo, regocijados.— Permíteme quedarme aquí hasta que hayan derribado a Wulfgar de su silla, y después iré a hacer lo que me pides.

Ragnor asintió, y los dos se ocultaron mejor para presenciar la escena que pronto se desarrollaría bajo sus ojos.

La pequeña fuerza de Wulfgar cabalgaba por el sendero que serpenteaba entre los árboles y que los acercaba a Kevonshire. Gowain y sir Milbourne habían sido enviados adelante para que tomaran posiciones alrededor del pueblo, y sir Milboume cabalgaba en el flanco de Wulfgar, seguido por tres soldados. Como era habitual, Sanhurst cubría la retaguardia, manteniendo cierta distancia entre él y Wulfgar. Parecía sentir hacia el normando un temeroso respeto y se mostraba reacio a acercarse demasiado a él, aunque le habían dado una espada corta y una lanza para que guardara las espaldas del caballero.

Cruzaron un pequeño claro y volvieron a entrar en la profunda sombra de la arboleda, los ojos siempre vigilantes, pero relajados mientras seguían avanzando. Un ciervo cruzó velozmente el camino y de uno de los costados levantó vuelo una bandada de codornices, con un rumoroso aleteo. El caballo de Wulfgar pareció ponerse nervioso y tascó inquieto el freno, pero Wulfgar pensó que el animal sólo presentía la excitación de la inminente batalla. Entonces, al llegar a una curva del camino, el caballo resopló y se detuvo de pronto. Wulfgar conocía la señal y se irguió en su silla. Empuñó el pomo de su espada y gritó una advertencia a quienes venían detrás. En el instante siguiente, el camino se llenó de sajones que gritaban y blandían toda clase de armas que habían podido reunir. El caballo levantó las patas delanteras y Wulfgar dio varios mandobles con su espada hasta que un golpe desde atrás lo dejó tendido de través sobre el cuello de su cabalgadura. Supo que caería. Su espada se deslizó de sus dedos. El mundo se le volvió gris y, con lo que le pareció la ligereza de una pluma, chocó contra el suelo. El mundo gris se oscureció hasta que sólo quedó un punto de luz, y enseguida todo desapareció.

Un tiempo después, Wulfgar miró hacia arriba y comprendió que ese doloroso rayo luminoso que taladraba su cerebro era solamente un trozo de cielo azul surcado por negras ramas de pino. Se incorporó penosamente sobre un codo y miró a su alrededor. La cabeza le palpitaba. Vio su casco en el suelo y arrugó la frente al descubrir una profunda abolladura en su parte posterior. Cuando levantó una mano para tocarse cuidadosamente el chichón que tenía en la nuca, vio cerca de él un grueso garrote de roble inglés con el extremo más grueso quebrado, y supo cuál había sido la causa de su actual estado. En el camino, yacían los cuerpos de varios aldeanos y Wulfgar vio los justillos de cuero de tres de sus hombres, pero no encontró señales de Milboume.

—No temas, Wulfgar. Sospecho que sobrevivirás a este día. La voz vino de atrás, y aunque él la reconoció al instante, rodó pesadamente y se apoyó en los codos, mientras luchaba por detener el vertiginoso girar de su cabeza. Enfocó dificultosamente a Ragnor, quien estaba medio reclinado en un tronco caído y había clavado en el suelo, a su lado, su espada ensangrentada. Ragnor rió en silencio de los esfuerzos de Wulfgar y se preguntó qué pensaría Aislinn si pudiera ver en este momento al valiente bastardo.

—No es un lugar conveniente para reposar, Wulfgar —dijo sonriendo, y señaló el camino sembrado de cuerpos—, aquí en el medio de un sendero, donde muchos podrían hacerte daño. Ciertamente, en la última hora he debido luchar contra una banda de sajones, quienes te hubieran arrancado las orejas para probar que habían tenido la suerte de encontrar a un caballero normando descansando en esa forma.

Wulfgar meneó la cabeza para despejar su confundido cerebro y gimió.

—Entre todos los que yo hubiera pensado que me salvarían la vida, Ragnor, jamás te hubiera incluido a ti.

Ragnor se encogió de hombros.

—Yo sólo ayudé. Milboume estaba en situación muy apurada, pero cuando llegué yo, los sajones huyeron, sin duda porque pensaron que yo era solamente uno de muchos más que vendrían tras de mí.

—¿Y Milboume? —preguntó Wulfgar.

—Ha ido a buscar a tus hombres con ese campesino que pusiste para que cuidara tus espaldas. Pareció que los sajones no podrían alcanzarte a tiempo, por lo menos eso fue lo que él dijo.

Wulfgar se apoyó sobre una rodilla, y todavía mareado, esperó que su mundo se enderezara. Miró penosamente al otro, pensando en esta acción que no hubiera creído posible.

—Yo te he humillado —dijo— pero tú te has ganado el día y me has salvado la vida. No ha sido un negocio justo, me temo.

—Vamos, Wulfgar. —Ragnor agitó una mano, como si rechazara las disculpas del otro.— En realidad, tanto Milbourne como yo te creímos muerto hasta que rechazamos a los ingleses y vimos que aún respirabas. —Sonrió lentamente.— ¿Puedes ponerte de pie?

—Sí —masculló Wulfgar. Se levantó y empezó a quitarse el polvo que le cubría la cara.

Ragnor rió otra vez.

—El garrote de madera de roble inglés ha hecho contigo lo que no pudieron hacer espadas bien afiladas. Vaya, verte derribado por el garrote de un campesino. Eso ha hecho que la batalla mereciera la pena.

El caballero moreno también se levantó, tomó su espada que limpió en la túnica de un campesino, y señaló a un costado del camino.

—Tu caballo está allí —dijo.

Ragnor vio alejarse al otro y su rostro se ensombreció cuando contempló su espada. Se había apresurado demasiado al matar al cerdo sajón.

"Ah, pensar en las oportunidades que uno se pierde", murmuró para sí.

Metió la espada en su vaina y se volvió para montar en su propio caballo. Wulfgar regresó conduciendo a su montura y se agachó para ver si el animal no había sufrido alguna herida seria, causada por las horquillas de heno de los atacantes.

—Llevo cartas desde Hastings para Guillermo, pronto debo seguir viaje —dijo Ragnor, con voz carente de emoción—. Perdona que no pueda quedarme hasta que te hayas repuesto completamente.

Wulfgar levantó su yelmo y montó su alto caballo. Devolvió la mirada al caballero moreno y se preguntó si Ragnor también estaría pensando en alguien cuyas manos para curar eran mucho más agradables.

—Yo también debo partir enseguida, pero, ahora, esa aldea se ha ganado el derecho a ser quemada. No bien el fuego caliente el aire de la noche, llevaré a mis hombres hasta el próximo cruce de caminos y allí haremos campamento. Te doy las gracias, Ragnor. —Levantó su espada a manera de saludo, después levantó su lanza y sacudió el polvo de su pendón.— Allá vienen mis hombres y me reuniré con ellos.

Saludó nuevamente a Ragnor, esta vez con la lanza, y con un leve toque de espuelas el caballo giró y salió al galope. Ragnor se quedó mirando la espalda de Wulfgar hasta que desapareció, después hizo dar media vuelta a su caballo y partió, sintiéndose muy disgustado.

Wulfgar cabalgó hasta encontrarse con sus hombres y vio que solamente una parte regresaba con Milbourne. El caballero levantó una mano y aguardó mientras su capitán se acercaba.

—¿Te encuentras bien, sir Wulfgar? —preguntó, y cuando su jefe asintió, continuó con su informe—. Cuando los aldeanos huyeron de nosotros, avisaron que se acercaba una numerosa fuerza normanda. Los aldeanos reunieron sus posesiones y huyeron. Pero sir Gowain y sus hombres guardaban el camino a unas pocas millas y los hicieron regresar. Si nos damos prisa, todavía podremos detenerlos en el campo.

Wulfgar dio su asentimiento y después se volvió a Sanhurts, quien se había quedado más atrás, bastante avergonzado. Miró ceñudo al joven.

—Puesto que no has sabido guardar mis espaldas —dijo—, quédate para enterrar a los muertos. Cuando hayas terminado, reúnete con nosotros más adelante y podrás servirme como lacayo. —Enarcó una ceja.— Esperemos que tengas más éxito en esas funciones.

Wulfgar levantó un brazo y sus hombres se pusieron en marcha. Él tomó la delantera, con Milbourne cabalgando a su lado. Como su yelmo abollado ya no cabía cómodamente en su cabeza golpeada, lo encajó en el alto arzón de su silla y desechó la preocupación de Milbourne.

Cruzaron a buen paso la plaza de la aldea y cuando pasaban frente a la última cabaña vieron ante ellos a poco más de dos decenas de sajones, de diferentes sexos y edades. Los pobladores vieron la fuerza que se acercaba y pensaron que atrás venían más normandos. Entonces, con fatalista coraje, formaron un apretado grupo en medio del camino. Las madres empujaron a sus hijos al centro para darles toda la protección que sus cuerpos podían ofrecer, mientras los hombres se apoderaban de cualquier arma que tuvieran al alcance de la mano y formaban un círculo exterior, para la última, desesperada batalla.

Wulfgar empuñó su lanza pero se detuvo a corta distancia de la gente, mientras sus hombres rodeaban al grupo por todos lados y apuntaban con sus lanzas, listos para atacar. El viento frío seguía soplando. Los sajones, condenados irremisiblemente, esperaban. Pasó un largo momento en silencio. Después, Wulfgar levantó su yelmo para que todos pudieran verlo y su voz sonó áspera, mientras él notaba una agitación de sorpresa ante sus palabras inglesas.

—¿Quién me golpeó tan fuerte con su garrote?

Aguardó, hasta que uno de los hombres se adelantó y lo miró de frente.

—Él cayó a tu lado en el bosque —respondió el hombre—. Y por todo lo que sé, todavía sigue allí.

—Es una pena —dijo Wulfgar, y suspiró—. Era un buen soldado y merecía algo más que una muerte súbita.

El hombre que había hablado movió nerviosamente sus pies en el polvo, pero no hizo ningún comentario. Wulfgar levantó su lanza y puso su yelmo delante de él, pero las otras lanzas siguieron apuntando hacia abajo, siempre amenazadoras.

El caballo de Wulfgar piafó, nervioso por la tensión, y Wulfgar lo tranquilizó con una palabra y examinó con ojos fríos al apretado grupo que tenía adelante. Cuando su voz sonó otra vez, estuvo llena de autoridad y nadie de los que escuchaba hubiera podido cuestionarla.

—Vosotros sois súbditos de Guillermo, rey de Inglaterra por derecho de las armas, lo admitáis o no. Podéis derramar inútilmente vuestra sangre aquí en el polvo, si lo preferís, o podéis dedicar vuestras fuerzas a la reconstrucción de la aldea.

Al escuchar estas palabras, el hombre que había hablado y que parecía ser el principal de la aldea, enarcó las cejas y dirigió una mirada inquisitiva a los edificios todavía intactos del caserío.

—La opción es simple y será rápidamente ejecutada —continuó Wulfgar—. De eso os doy mi palabra. Pero debo exigir que os apresuréis, porque mis hombres están ansiosos y querrían ver terminado su trabajo.

Retrocedió un paso y bajó su lanza, de modo que el principal casi pudo ver que la punta le atravesaba el pecho. Lentamente, el hombre dejó caer al suelo su espada y mostró las manos con las palmas hacia arriba, para indicar que se rendía. Los otros hombres siguieron su ejemplo y dejaron caer horquillas de heno, hachas y hoces, hasta que todos quedaron desarmados.

Wulfgar hizo una seña a sus hombres y las lanzas, todas a la vez, apuntaron al cielo. Volvió a hablarles a los pobladores.

—Vosotros habéis elegido las posesiones que os llevaréis. Espero que hayáis elegido bien, porque eso será lo que dejaré que conservéis en vuestro poder. Sir Gowain. —Se volvió hacia ese joven caballero. —Toma tus hombres y llévate a esta gente allá, al campo, y retenía en ese lugar. —Levantó el brazo.— El resto, seguidme.

Hizo dar media vuelta a su caballo y partió al galope hacia el centro de la aldea. Cuando llegó a la plaza, dio nuevas órdenes a Milbourne.

—Registrad cada casa y sacad el oro, la plata y cualquier otra cosa de valor que podáis encontrar. Poned todo en el carro. Traed también cualquier cosa comestible y ponedla en la escalinata de aquella iglesia. Cuando hayáis terminado de registrar cada casa, cerrad la puerta y poned en ella una marca. Cuando hayáis terminado con toda la aldea, poned fuego a cada una de las viviendas y edificios, sin perdonar nada, excepto la iglesia y los graneros.

Wulfgar entonces dio media vuelta y cabalgó hasta un altozano desde donde podía observar a la gente y a la aldea.

Mientras el sol descendía y las sombras se alargaban, pareció como si la aldea mirara con sus negras ventanas, pasmada, cómo los soldados corrían como hormigas sobre su rostro, despojándola de sus riquezas, quitándole su comida. Después de un momento de quietud, los ojos oscuros de las ventanas se volvieron rojos mientras las primeras llamas empezaban a crecer. Enseguida, una gruesa lengua roja lamió hambrienta un tejado. Las densas nubes del cielo adquirieron tonos rojos y anaranjados de las llamas de abajo, y cuando Wulfgar levantó la vista, sintió en sus mejillas el primer frío de la nieve.

Los pobladores vieron el fruto de la labor de los normandos y un gemido grave llegó hasta Wulfgar cuando las voces se elevaron en angustiada protesta. Ahora sus hombres se retiraban del pueblo, arrastrando el crujiente carro con ellos, y él descendió de la pequeña elevación de terreno con un tronar de cascos, y con el ánimo sombrío por lo que había hecho. Se detuvo bruscamente delante de los sajones, quienes retrocedieron atemorizados ante su expresión colérica.

—¡Mirad! —rugió—. Y sabed que la justicia es rápida en tierra de Guillermo. Pero prestadme atención. Volveré a pasar por aquí para ver lo que habéis hecho, pues os ordeno reconstruir y sabed que esta vez construiréis para Guillermo.

Ahora la nieve caía más intensamente y Wulfgar supo que debía darse prisa, porque todavía quedaba un trecho que recorrer y tendrían que levantar un campamento para protegerse de la inminente tormenta. Con su lanza, señaló el camino y el último de sus hombres se retiró, siguiendo al carro pesadamente cargado.

Wulfgar miró por última vez las llamas rugientes que devoraban a la aldea y la columna de humo que subía y que el viento retorcía en una enorme espiral. Por encima del ruido del incendio, gritó al principal de los aldeanos.

—Os queda dónde refugiaros y un poco de comida, y el invierno se avecina. —Rió.— Juraría que ahora no tendréis tiempo para combatir a otros normandos.

Levantó su lanza en un último saludo y espoleó a su caballo en pos de sus tropas que partían, mientras los aldeanos los observaban.

Los pobladores, finalmente, regresaron, con la derrota escrita en sus rostros, aunque en lo profundo de sus corazones sabían que lo que había sido destruido podría ser reemplazado. Él los había dejado con vida, y con vida podrían volver a construir.