9

LOS primeros rayos del sol, al caer sobre los árboles escarchados, los hacían centellear como si estuvieran salpicados de piedras preciosas. En el corral, las palomas zureaban y esponjaban sus plumas.

Ragnor dio un rápido golpe en la puerta de la cámara del lord, la abrió de un empujón y se encontró con la pareja que dormía. Con el instinto de un guerrero ante el peligro, Wulfgar rodó a un costado y aferró la espada que estaba en el suelo de piedra. Antes que la puerta hubiera dejado de moverse, él ya estaba de pie, listo para enfrentar al enemigo. Pese a que hacía apenas un instante se hallaba durmiendo pacíficamente al lado de una muchacha, ahora se lo veía completamente despierto, alerta, y muy capaz de enfrentar a cualquier atacante que amenazara la seguridad de los ocupantes de esa habitación.

—Oh, eres tú —gruñó Wulfgar, y volvió a sentarse en la cama.

Aislinn despertó mucho más lentamente, se incorporó a medias y miró a Wulfgar, confundida y soñolienta, pero no vio a Ragnor que estaba de pie junto a la puerta, en la penumbra de la habitación. La pequeña piel que ella aferraba en sus manos, revelaba más que cubría sus pechos, y fue hacia allí que Ragnor dirigió su mirada. Wulfgar lo |advirtió y levantó su espada hacia el caballero intruso.

—Tenemos un visitante madrugador, querida —dijo él, y observó con calma mientras ella, sorprendida, se apresuraba a cubrirse y clavaba la vista en Ragnor.

—¿Por qué vienes a mi habitación a esta hora, Ragnor? —preguntó Wulfgar, mientras se levantaba para envainar su espada.

Ragnor se llevó una mano al pecho y se inclinó con expresión burlona ante el cuerpo espectacular del hombre desnudo.

—Perdona, milord. Sólo quería, antes de marcharme de Darkenwald saber si tú deseabas algo más de mí antes que me ponga en camino Quizá quieres que le lleve un mensaje al duque.

—No, no deseo nada —replicó Wulfgar.

Ragnor asintió con la cabeza y se volvió para marcharse, pero se detuvo, se volvió y los miró nuevamente. En sus labios se dibujó lentamente una sonrisa.

—Deberéis tener cuidado en el bosque de noche. Hay lobos. Anoche, hace unas horas, los oí muy cerca.

Wulfgar lo miró inquisitivamente y se preguntó quién podría haber entretenido esta vez al galante caballero.

—En la forma en que haces tus rondas nocturnas, Ragnor, es evidente que pronto proveerás nuevamente de numerosos habitantes a Darkenwald.

Ragnor rió por lo bajo.

—Y quien primero parirá será mi bella dama Aislinn —dijo.

Antes de que sintiera la ira que habían provocado sus palabras un pequeño vaso le rozó la oreja y fue a estrellarse contra la puerta detrás de él. Ragnor miró a Aislinn, arrodillada en medio de la cama, con los puños fuertemente cerrados y sosteniendo una piel alrededor de su cuerpo. Se frotó la oreja y sonrió, admirado de la belleza de ella que la cólera sólo conseguía acentuar.

—Mi paloma, estoy abrumado por tu carácter apasionado. ¿Tanto te atormenta que anoche yo haya hecho el amor? Te aseguro que nada hice para despertar tus celos.

—¡Aaahhh! —gritó Aislinn, y miró a su alrededor, buscando otro objeto para arrojarle.

Como no encontró nada, saltó de la cama. Fue hasta donde Wulfgar estaba observándola divertido y tomó su espada, pero le resultó demasiado pesada para levantarla.

—¡¿Por qué te quedas ahí, riéndote de las pullas de él?! —le preguntó a Wulfgar, y golpeó furiosa el suelo con el pie—. Oblígalo a que muestre un poco de respeto por tu autoridad.

Wulfgar se encogió de hombros y sonrió.

—Él juega, como una criatura —dijo—. Pero si juega demasiado lo mataré.

La sonrisa desapareció de la cara de Ragnor.

—Estoy a tus órdenes, Wulfgar. —Sonrió torcidamente.— Á cualquier hora.

Sin agregar palabra, salió de la habitación.

Aislinn quedó un largo momento mirando la puerta cerrada, sumida en profundas reflexiones. Finalmente comentó.

—Señor mío, yo creo que él ve en ti una amenaza.

—No te dejes llevar por tu fantasía, querida mía —dijo Wulfgar secamente—. Él pertenece a una de las familias más ricas de Normandía. Me odia, es cierto, pero es porque piensa que solamente los caballeros de buena casta deberían llevar títulos. —Rió brevemente.— Además te desea.

Aislinn se volvió y lo miró a los ojos.

—Ragnor solamente me desea porque te pertenezco.

Wulfgar rió y la atrajo hacia sí. Le levantó el mentón y la miro fijamente.

—Por alguna razón, no puedo imaginármelo enfadado si yo le hubiera quitado a Hlynn.

La abrazó y la estrechó contra su pecho.

—Milord —protestó Aislinn, luchando por zafarse de ese vigoro abrazo—. Es de día. Deberías ir a ocuparte de tus tareas.

—Más tarde, dijo él roncamente, y la silenció con un beso apasionado que dejó a Aislinn débil y mareada, e incapaz de seguir resistiéndose. El era más fuerte y ella, luchando, sólo habría conseguido prolongar su aflicción.

Gwyneth bajó la escalera de piedra, sintiéndose, a esta hora temprana, alegre y enamorada del mundo. Había visto alejarse a Ragnor hacía unos momentos y supo que su corazón se iba con él. En el salón los hombres estaban sentados ante las mesas, alimentándose con pan carnes asadas. Le prestaron poca atención, porque estaban hablando animadamente entre ellos y sus carcajadas se elevaban estruendosa cada vez que alguien hacía una broma. Bolsgar aún dormía frente al hogar y cuando miró a su alrededor en busca de un rostro familiar Gwyneth sólo encontró a Ham, y al joven con quien Aislinn había hablado y reído la noche anterior. Ellos servían a los hombres de Wulfgar y no parecieron advertir su presencia, aunque cuando ella camino hasta la mesa del lord y ocupó su lugar, Ham se acercó poco después con comida para ofrecerle.

—¿Dónde está mi hermano? —preguntó ella—. Aquí, estos hombres parecen hallarse muy a sus anchas y ociosos. ¿El no les da trabajo para hacer?

—Sí, milady. Ellos sólo están aguardándolo. El todavía no ha bajado de su habitación.

—Su pereza se extiende como una plaga —dijo ella, en tono despectivo.

—Su costumbre es levantarse temprano. No sé qué lo está reteniendo.

Gwyneth se recostó en su asiento.

—La muchacha sajona, sin duda —dijo.

El joven Ham enrojeció de ira y abrió la boca para replicar pero la cerro antes de decir una sola palabra. Giró sobre sus talones y regresó a la cocina sin mirar hacia atrás.

Gwyneth picoteó la comida con expresión ausente, escuchando a medias a los hombres, y recordando a medias los hechos de la noche anterior. Cuando sir Gowain entró con el caballero, Beaufonte, los normandos gritaron un saludo y los llamaron.

—¿No teníais que ir a Cregan, esta mañana? —preguntó Gowain, dirigiéndose a Milboume, el mayor de los caballeros.

—Sí, amigo, pero Wulfgar parece que decidió, en cambio, permanecer en su habitación —replicó Milboume con una risa llena de picardía. Giro los ojos hacia arriba y chasqueó los dedos en un gesto que no escapó a sus camaradas, quienes rieron ruidosamente.

Gowain sonrió.

—Quizás deberíamos ir a ver cómo se encuentra y aseguramos que no está tendido en la cama con la garganta abierta. Por la forma en que Ragnor se marchó y lo maldijo antes de ponerse en camino, es muy probable que hayan tenido otra pelea.

El caballero mayor se encogió de hombros.

—Sin duda, se pelearon otra vez por esa muchacha. Ragnor está con la sangre en el ojo desde que se acostó con ella.

Gwyneth levantó la vista, sorprendida, con todos sus sentidos agitados en repentina confusión. Se le hizo difícil respirar como si alguien la hubiera golpeado en el pecho, y creyó que no podría soportar el dolor.

—Aja —dijo Gowain, sin dejar de sonreír—. Y no le sería fácil quitarle la muchacha a Wulfgar si él está decidido a conservarla. Pero ella es un precio por el cual, si fuera Ragnor, yo lucharía con ganas.

—Ah, amigo, ella es muy levantisca —dijo el mayor—. Será mejor que la dejes para un hombre con experiencia.

La conversación cesó abruptamente cuando una puerta se cerró con violencia en la planta alta. Apareció Wulfgar, bajando la escalera y ciñéndose la espada. Saludó a su hermana, quien lo miró con frialdad.

—Confío en que hayas descansado bien, Gwyneth.

Sin esperar respuesta, se volvió y fue hacia sus hombres.

—De modo que creéis que podéis demoraros porque yo lo hago. Bien, veremos quién vale más. —Cortó un trozo de pan, tomó una tajada de carne y fue hasta la puerta, donde se volvió y los miró otra vez. Sonrió lentamente.

—¿Por qué os demoráis? —dijo—. Yo voy a Cregan. ¿Y vosotros?

Todos se pusieron de pie y salieron en pos de él, sabiendo que les esperaba un día riguroso, y tropezaron unos con otros en la prisa que llevaban para no quedar rezagados.

Wulfgar ya estaba en su silla de montar, masticando el pan y la carne, cuando ellos se apresuraron a subir a sus caballos. Cuando por fin hubo un poco de orden, él hizo girar a su gran caballo y arrojó el resto del pan a Sweyn, quien lo observaba divertido. Enseguida espoleó los flancos de su montura y todos salieron al galope, en dirección a Cregan.

Gwyneth se levantó lentamente de la mesa, profundamente disgustada, caminó cuidadosamente hacia la escalera y subió.

Frente a la puerta de la habitación del lord, se detuvo, y acercó una mano, que temblaba violentamente, al picaporte, pero enseguida la retiró y se la llevó al pecho, con el puño cerrado, como si hubiera tocado fuego. Su rostro ceniciento se veía filoso y endurecido en las sombras y sus ojos claros parecieron atravesar la madera que la separaba de la joven que dormía pacíficamente del otro lado. Ahora sentía un odio que excedía el desprecio que le inspiraba Wulfgar, y juró silenciosamente que esa muchacha sajona tendría que sufrir su venganza.

Con gran cuidado, como si temiera que algún leve ruido pudiera despertar a la otra y advertir la maldad que ella sentía, Gwyneth se apartó de la puerta y caminó lentamente por el corredor hasta su pequeña habitación.

Cuando Aislinn despertó, poco tiempo después, se vistió y bajó al salón, donde se enteró de que Wulfgar había partido hacia Cregan. Sweyn había quedado a cargo de la casa señorial y en ese momento estaba tratando de intervenir como amigable mediador en una pelea que había estallado entre dos mujeres jóvenes por un peine de marfil que un soldado normando le diera a una de ellas. Aislinn salió a la escalera exterior y quedó allí, escuchando divertida los esfuerzos de Sweyn por aplacar a las muchachas. Una juraba que había encontrado el peine, la otra aseguraba que se lo habían robado. El vikingo, muy capaz de tratar con hombres, ahora parecía sentirse completamente perdido ante esta discusión.

Aislinn sonrió y levantó una ceja, en gesto burlón.

—Vaya, Sweyn, podrías cortarles el cabello a la moda normanda y entonces tendrían poca necesidad de un peine.

Las mujeres se volvieron sobresaltadas, con los ojos dilatados, y boquiabiertas. La súbita sonrisa de Sweyn impulsó a una a entregar el peine y alejarse a toda prisa de él, mientras la otra se marchaba en la dirección opuesta.

Aislinn no pudo contener la marea de hilaridad que la hizo estallar en alegres carcajadas.

—Ah, Sweyn, después de todo eres humano —dijo, y sonrió divertida—. Yo no lo hubiera creído. Que puedan confundirte unas simples mujeres Vaya, vaya...

—Malditas hembras —gruñó él, y caminó hacia la casa, meneando la cabeza.

La salud de Bolsgar había mejorado mucho desde el día anterior, cuando su cara tenía un color gris cerúleo. Ahora, su rostro resplandecía una vez más con un oscuro tono bronceado, y a mediodía él pudo tomar una abundante comida. Aislinn cambió las vendas de su pierna, quebró suavemente el lodo seco y con él extrajo largas tiras de sustancia corrompida. Vio que la herida ya empezaba a cicatrizar y que a su alrededor, la carne estaba adquiriendo un saludable color rosado.

A media tarde, Gwyneth bajó y se acercó a Aislinn.

—¿Tienes un caballo? Quiero ver esta tierra que Wulfgar se ha ganado.

Aislinn asintió.

—Una yegua de Berbería, briosa y veloz, pero es demasiado fogosa. Yo no aconsejaría...

—Si tú puedes montarla, sospecho que yo tendré pocas dificultades —replicó Gwyneth fríamente.

Aislinn luchó con las palabras.

—Estoy segura de que estás bien familiarizada con una silla de montar, Gwyneth, pero me temo que Cleome...

Fue silenciada abruptamente por la mirada asesina de la mujer. Aislinn cruzó las manos y se hizo silenciosamente a un lado ante el odio que vio en esos ojos.

Gwyneth se volvió y ordenó que ensillaran a la yegua y que le proporcionaran escoltas para la cabalgata.

Cuando trajeron a la yegua, Aislinn trató una vez más de advertir a la mujer y le dijo que sostuviera firmemente las riendas, pero otra vez se encontró con esa mirada de odio que la dejó helada y silenciosa.

Aislinn dio un respingo cuando Gwyneth fustigó con fuerza a Cleome con su látigo y envió a la yegua de un salto, adelantándose a su escolta. Desalentada, los vio alejarse y no se sintió tranquila cuando vio que tomaban la dirección que los llevaría hacia Cregan. No era el destino que llevaban lo que preocupaba a Aislinn sino la campiña a lo largo del camino. Los senderos estaban claramente trazados, pero si uno se apartaba de ellos había muchas cañadas y hondonadas, peligrosas para un jinete descuidado.

Con la aprensión pesándole sobre los hombros, Aislinn trató de ocupar su tiempo en tareas relacionadas con la casa. Pero resultó que se le fue la mayor parte de la tarde oyendo las quejas de Maida acerca de los modales y la falta de cortesía de Gwyneth. Aislinn escuchó todo lo que le fue posible y después, frustrada, se retiró al dormitorio. No le era posible hablar a Wulfgar acerca de su pariente, porque él ya detestaba a las mujeres lo suficiente para que Aislinn le diera aún más motivos para despreciarlas. Él podría considerarla a ella mal dispuesta hacia Gwyneth, y en ese caso no la escucharía con imparcialidad. Sin embargo, durante la mañana, Gwyneth había hecho sentir su presencia. Se había dedicado a revolver los cofres de Maida en busca de vestidos para sí misma, pero después se mostró petulante y ofensiva, porque todas las prendas de Maida eran demasiado pequeñas. Aunque era delgada, Gwyneth era alta como Aislinn y no menuda como la mujer mayor. Poco después, había ordenado que le subieran la comida a su habitación. Gwyneth abofeteó a Hlynn e hizo llorar a la muchacha por cualquier nadería. Como excusa, dijo que Hlynn era demasiado lenta en obedecer sus órdenes. Y ahora Gwyneth vagaba por la campiña montada en la yegua favorita de Aislinn.

Vagaba por la campiña, ciertamente, porque Gwyneth no sabía hacia dónde se dirigía. Era simplemente una carrera. Sentíase irritada y disgustada. La vista de esa joven mujer sajona que disfrutaba de la hospitalidad de su hermano era suficiente para ponerla sumamente nerviosa. Pero la cruda revelación de que su amante había estado primero con esa mujer, acabó con cualquier pequeña posibilidad de amistad que hubiera podido existir entre las dos... Y como si eso no fuera suficiente, Wulfgar cortejaba abiertamente a la zorra como si fuera una doncella de alta condición, cuando en realidad era una prostituta, obligada a obedecerle como una esclava. La perra tenía el descaro de decir que la yegua era suya. ¿Qué derecho tenía una sierva de poseer un caballo? Pero Gwyneth nada poseía, ni siquiera un vestido adecuado para lucir cuando regresara Ragnor; todas sus posesiones le habían sido quitadas por los normandos. Y Aislinn tenía ropas hermosas que Wulfgar le permitía conservar. Esa daga enjoyada que llevaba debía de valer una buena suma.

Gwyneth fustigó a Cleome y la yegua partió en un galope frenético. Los dos acompañantes seguían a cierta distancia, remisos a hacer que sus monturas se cansaran inútilmente. Acostumbrada a la firmeza y la destreza de su ama, la yegua sentía la falta de autoridad en las riendas flojas. Elegía su propio camino en el sólido sendero y prestaba muy poca atención a las órdenes de la amazona. El efecto fue que Gwyneth se enfureció, agitó las riendas y la yegua salió del sendero y se internó en el denso bosque.

Ahora Gwyneth castigó a la yegua hasta que por fin el animal bajó la cabeza y empezó a correr con pasos largos y veloces, atropellando los arbustos. Gwyneth sintió un poco de miedo cuando comprendió lo que ella misma había empezado, porque las ramas la golpeaban y las zarzas la arañaban. Sin embargo, la yegua siguió corriendo, subiendo cuestas y lanzándose a los pequeños valles.

Gwyneth oyó voces que la llamaban y le decían que se detuviese, pero la yegua tenía el freno entre los dientes y no obedeció cuando ella tiró de las riendas. El animal, enloquecido, siguió avanzando, más rápido, más rápido. Ahora Gwyneth sintió pánico. Adelante había una estrecha garganta pero el animal siguió corriendo, como si un monstruo rugiente viniera pisándole los talones. No se detuvo sino que saltó hacia el barranco. Gwyneth gritó y se arrojó de la silla mientras la yegua caía entre ruidos de ramas y arbustos rotos para terminar estrellándose en el lecho rocoso del barranco. Los dos acompañantes llegaron y detuvieron sus cabalgaduras. Gwyneth se levantó, más furiosa que antes; olvidó su miedo y su propia estupidez y escupió palabras cargadas de veneno.

—¡Bestia estúpida! —gritó—, ¡Jaca mal nacida! ¡En el sendero andabas garbosamente, pero entraste en el bosque y empezaste a correr como una cierva perseguida!

Sacudió las hojas y el polvo de sus ropas y trató de arreglarse el cabello desordenado. Miró con odio al animal que gemía de dolor en el fondo del barranco y no hizo ningún esfuerzo por poner fin a su agonía. Uno de los acompañantes se apeó y fue hasta el borde de la hondonada. Regresó, sonriendo tristemente.

—Milady, me temo que vuestra montura está mal herida.

Pero Gwyneth echó la cabeza atrás y se volvió furiosa.

—¡Ah, esa jaca estúpida, no pudo ver un agujero grande como este! ¡Menos mal que se lastimó!

En ese momento llegó un nuevo sonido. Se acercaban jinetes. Desde las sombras oscuras del bosque, emergió Wulfgar, seguido de sus hombres. Detuvo su gran caballo de guerra junto a Gwyneth y sus acompañantes y los miró ceñudo.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó— ¿Por qué estáis aquí? Oímos un grito.

El acompañante que seguía montado señaló el barranco y Wulfgar se acercó más. Frunció el entrecejo cuando vio la yegua de Aislinn tendida en el fondo. Muchas veces se había detenido a acariciar al hermoso animal y darle con la mano un puñado de avena. Se volvió y enfrentó a Gwyneth.

—¿Tú, querida hermana, montando a caballo, y en un animal que yo no te autoricé a usar?

Gwyneth sacudió una hoja seca de su falda y se encogió de hombros.

—Un caballo de una esclava, ¿qué importancia tiene? Ahora Aislinn no hubiera podido usarla; sus obligaciones la retienen en tu cámara.

La cara de Wulfgar se puso rígida, y con gran esfuerzo de su voluntad, habló sin gritar.

—¡Era un buen animal que tú has estropeado con tu irresponsable descuido! Tu desconsideración por la propiedad ajena, Gwyneth te ha llevado a perder un valioso animal.

—La yegua era demasiado fogosa —replicó Gwyneth con voz serena—. Hubiera podido matarme.

Wulfgar se tragó una réplica mordaz.

—¿Quién te dio permiso para montar esa yegua? —preguntó.

—No necesito tener permiso de una esclava —repuso ella con altanería—. Era la yegua de Aislinn, por lo tanto estaba a disposición mía, para que yo la usara a discreción.

Wulfgar apretó los puños.

—Si Aislinn es una esclava, entonces lo que ella posee me pertenece —dijo con voz baja y cargada de ira—. Porque yo soy señor de todo esto y todo lo que hay aquí es mío. Tú no maltratarás a mis caballos ni a mis esclavos.

—¡Fui yo la maltratada! —respondió Gwyneth, airada— ¡Mírame! Hubiera podido matarme cabalgando en esa bestia y nadie me advirtió que mi vida corría peligro. Aislinn hubiera podido detenerme pero creo que le hubiese gustado verme muerta. Ella no me dijo ni una palabra para advertirme.

La expresión de Wulfgar se volvió ominosa.

—Realmente, Wulfgar, no sé qué ves en esa muchacha ñoña —dijo Gwyneth—. Yo hubiera creído que elegirías mejor, después de acostumbrarte a las damas de la corte de Guillermo. Ella es una perra astuta, artera y simuladora, y al final tendrá tu cabeza y la mía.

Wulfgar giró abruptamente con su caballo y se dirigió a sus hombres. Levantó un brazo y les indicó que se marcharan.

—¡Wulfgar! —gritó Gwyneth, golpeando el suelo con el pie— Lo menos que puedes hacer es pedir a uno de tus caballeros que se apee y me dé su caballo para regresar.

Él volvió la cabeza y la miró un largo momento con una cara que parecía tallada en piedra. Después se dirigió al acompañante de ella que todavía seguía montado.

—Levántala, Gard, y llévala en ancas de tu caballo de regreso a Darkenwald. Quizá, en el viaje, ella aprenderá el valor de un animal de calidad.

Miró nuevamente a Gwyneth, quien a su vez le dirigió una mirada glacial.

—No, querida hermana, lo menos que yo puedo hacer es terminar el trabajo que tú tan descuidadamente empezaste.

Escupió las palabras, como si le resultaran desagradables y se apeo. Ató las riendas de su caballo a un arbusto cercano y bajó cuidadosamente el barranco hasta llegar cerca de la cabeza de Cleome Se inclino, aferró firmemente a la yegua por la quijada y dobló la cabeza hacia arriba hasta que miró en esos ojos grandes y suaves. Cleome trato gallardamente de incorporarse, pero Wulfgar, con dos rápidos golpes de su daga, cortó las venas palpitantes de cada lado de la garganta del animal y después dejó nuevamente la cabeza en el suelo. Muy apesadumbrado, regresó lentamente a su propia cabalgadura. Lentamente, los sonidos que subían del fondo del barranco fueron apagándose hasta que el silencio flotó pesadamente sobre el bosque.

Wulfgar hizo girar a su caballo con un tirón de las riendas y lo espoleó hasta que alcanzó al grupo. Pero antes, en tono cortante, ordeno al otro acompañante de Gwyneth que regresara y recogiera la brida y la silla de Cleome.

El grupo continuó en silencio mientras caía la noche, hasta que llegaron a Darkenwald, donde un grito del vigía anunció su arribo.

Wulfgar vio el vestido azul de Aislinn, quien había salido a la puerta para esperarlos, y las palabras de Gwyneth volvieron, pesadas, a sus pensamientos. ¿Qué telaraña de seducción había tejido la muchacha alrededor de él, que podía sentirse tranquilo cuando le volvía la espalda? ¿Algún día ella le clavaría entre las costillas esa pequeña daga que él le había permitido que conservara? Ella misma había dicho que estaba más segura con él vivo, y eso era verdad, ¿pero qué sucedería después? ¿En el futuro, las circunstancias harían conveniente su muerte y ella sería la encargada de la ejecución? ¡Dios, él no podía confiar en ninguna mujer! Apretó la mandíbula cuando recordó cuánto disfrutaba en su compañía. Ella sería difícil de reemplazar, porque lo complacía intensamente. Sería un tonto si permitía que las acusaciones de su hermana lo llevaran a dejarla a un lado. Un hombre no hubiera podido encontrar una compañera de cama más encantadora. Mientras él confiara en ella, podría gratificarse con Aislinn y no sufrir las consecuencias. Casi volvió a sonreír, aunque recordó a la yegua y supo que tendría que comunicar su pérdida a Aislinn. Sus pensamientos volvieron a Gwyneth. Otra mujer con cuya idiotez debía vivir, pero una que no le proporcionaba ningún placer.

Aislinn permaneció en silencio mientras ellos se acercaron. Sweyn había salido de la casa y aguardaba junto a ella. Cuando Wulfgar encontró su mirada ella enrojeció ligeramente, incapaz de olvidar las apasionadas caricias de él esa misma mañana, pero él arrugó el entrecejo, desvió la mirada y por encima del hombro ladró una orden a sus hombres. Malhumorado, detuvo a su caballo, se apeó, y entregó las riendas a Gowain.

Ignoró a Aislinn, pasó junto a ella, abrió la puerta con un violento empujón y entró en la casa.

Aislinn se sintió muy confundida cuando miró a los hombres uno a uno mientras ellos se llevaban los caballos, pero todos evitaron mirarla y ninguno habló. Aislinn se volvió, intrigada, y entonces vio a Gwyneth que venía cabalgando detrás de uno de sus acompañantes. Aislinn miró a su alrededor, todavía más desconcertada, buscando a la pequeña yegua entre los enormes caballos normandos, pero por más que trató no vio a Cleome. Miró nuevamente a Gwyneth y vio que ella se apeaba y se sacudía las faldas.

Gwyneth levantó hacia ella sus ojos helados, como desafiándola a que preguntara. Aislinn se tragó un grito de desaliento, dio media vuelta y corrió en pos de Wulfgar.

Lo encontró sentado ante una mesa, con la vista clavada en un cuerno de ale que tenía en la mano. Él levantó la mirada cuando ella se le plantó delante.

—¿Dejaron a Cleome en Cregan? —pregunto suavemente, casi sabiendo ya la respuesta.

Él suspiró profundamente.

—No. La yegua se quebró las patas delanteras y yo tuve que poner fin a sus sufrimientos. Está muerta, Aislinn.

—¡¿Cleome?! —Aislinn medio rió, medio sollozó—. ¿Pero como? Ella conocía muy bien los senderos.

A sus espaldas sonó una voz aguda y cortante.

—¡Ja! Esa jaca estúpida no era capaz de encontrar su camino en el más fácil de los senderos; se metió en un agujero y al hacerlo me derribó. ¡Vaya, hubiera podido matarme! Tú no me advertiste de su maldad, Aislinn.

—¿Maldad? —repitió Aislinn, confundida—. Cleome no era mala. Era un animal excelente. No había otro más veloz que ella.

—¡Bah! Puedes interrogar a mis acompañantes sobre esa bestia maligna. Ellos mismos la vieron y pueden confirmar lo que digo. ¿Qué querías ganar tú con mi muerte?

Aislinn meneó la cabeza, completamente atontada. Sintió sobre ella la mirada penetrante de Wulfgar. Era como si él, con su silencio, también estuviera interrogándola. Intentó reír.

—Te regocijas con crueldad, Gwyneth. Fue mi caballo el que mataste.

—¡Tu caballo! —dijo Gwyneth, en tono despectivo—. ¿Tu reclamas un caballo? ¿Una simple esclava? —Sonrió mientras Aislinn la miraba con los ojos dilatados.— Te refieres al caballo de mi hermano, ¿verdad?

—¡No! —gritó Aislinn—. ¡Cleome era mía! ¡Mi padre me la regalo! —Miró furiosa a hermana y hermano y estuvo a punto de ahogarse. —Ella era todo lo que yo...

El resto fue entrecortado por los sollozos. Wulfgar se levanto y le puso una mano en un brazo, como para consolarla, pero ella se apartó airada y huyó de ellos en busca de la poca privacidad que podía permitirse. Subía las escaleras cuando sonó la voz de Gwyneth.

—¡Alto ¡Tú no te marchas hasta que te lo ordenen!

Hasta Wulfgar fue tomado por sorpresa y miró inquisitivamente a su hermana. Ella se volvió hacia él.

—¡Yo soy tu hermana mientras esa perra quejosa es solamente tu esclava! ¡Una esclava cautiva! —exclamó—. ¡Yo tengo que andar descalza y en harapos mientras tú llevas a tu cama a esta ramera inglesa y la vistes con ropas de calidad! ¿Te parece justo que tu hermana tenga que sufrir así mientras los esclavos disfrutan los privilegios de tu hospitalidad? ¡A ella la tienes por encima de mi padre y de mí, como si fuera un premio al coraje que hubieras ganado, y nosotros debemos comer los restos de tu mesa mientras a esa perra la sientas a tu lado donde puedas acariciarla a tu gusto!

Gwyneth no vio el ceño tempestuoso de Wulfgar. Aislinn había quedado paralizada ante la orden de ella y ahora, a pesar de la cólera tremenda que ardía en su interior, notó la tormenta que se avecinaba en la cara de él.

Bolsgar se incorporó dificultosamente sobre un codo.

—¡Gwyneth! ¡Gwyneth, escúchame! —ordenó—. No hablarás a Wulfgar de esa manera. Él es un caballero de Guillermo y ellos han conquistado esta tierra. Aunque yo no he sido derrotado en combate me han quitado mis tierras. Hemos venido aquí mendigando y estamos a merced de él. Si es que yo soy tu padre tú no abusarás de la amabilidad de él.

—¡Mi padre, ciertamente! —Gwyneth se plantó frente a él y señaló con su látigo el escudo sin blasón— ¿Fuiste acaso mi padre cuando enviaste a mi hermano a la muerte? ¿Fuiste mi padre cuando murió mi madre? ¿Fuiste mi padre cuando me sacaste de mi hogar y me hiciste atravesar media Inglaterra para llegar a esta sucia choza porque oímos que los normandos hablaban de este bastardo, Wulfgar, y estaba aquí? Fui yo quien hoy he sido maltratada e injuriada. Casi perdí la vida. ¿Te pones a favor de una esclava y en contra de tu hija, o por una vez serás realmente mi padre?

Abrió la boca para continuar su ataque, pero la voz de Wulfgar se adelantó y la silenció con tonos atronadores.

—¡Cierra la boca, mujer!

Gwyneth giró para enfrentarlo y se encontró con los ojos duros y penetrantes de él.

—¡Cuida tus modales en este lugar! —ordenó él en voz baja grave trenada de cólera, y dio un paso hacia ella— Cuídalos bien, hermana mía. Me has llamado bastardo. Eso soy. Pero no fue por elección mía. Y te quejas de que tu madre murió, ¿pero de qué? Yo creo que murió, en gran parte, por su propia voluntad. Mi hermano, gallardo caballero de Haroldo, murió en un campo de batalla. Ningún hombre lo envió. Fue su juramento, su honor, lo que lo llevó allí. Murió como un hombre por la causa que él mismo había elegido. ¿Pero qué hay de mi causa, hermana? ¿Fue elección mía? ¡Tú! ¡Tu hermano! ¡Mi madre! ¡Tu padre! Todos vosotros me arrojasteis a este destino. Me enviasteis lejos, del otro lado del mar, a fin de que yo no manchara vuestro nombre y os causara vergüenza. Yo era joven y no sabía nada de cuestiones de sangre, era simplemente un muchacho y no conocía más que un padre.

Se volvió hacia Bolsgar.

—¿Y tú dices, milord, que mi madre trató de enderezar un entuerto? —Rió fríamente.— Yo digo que ella buscó la venganza de una esposa astuta y regañona, porque ¿quién fue lastimado por sus palabras? ¿Ella? Muy poco. ¿Mi hermana? —Se inclinó y señaló a Gwyneth— Nada de eso, porque ella era la más hermosa para los ojos de mi madre. ¿Mi hermano? Nunca, porque él era el favorito. ¿Tú? Sí, profundamente, diría yo, porque tú y yo éramos realmente padre e hijo. Pero tú, por el honor de ella, me expulsaste, me arrojaste de tu lado, me enviaste lejos, con ese borrachín vanidoso que se quedaba con el dinero que le enviabas y me daba a mí nada más que una ínfima parte.

Los ojos de acero gris se posaron helados en Gwyneth, nuevamente.

—No vuelvas a decirme lo que yo le debo a mi familia. Acepta sin quejarte lo que se te da con buena voluntad, porque yo no me siento obligado a nada. Criticas libremente mis placeres. —Señaló a Aislinn— Eso, también, es asunto mío y no tuyo, porque yo la tendré a ella como mejor me parezca, sin importarme lo que tú digas. Ten cuidado cuando hablas de ramera y bastardo, porque yo no me opongo a golpear a una mujer. Muchas veces me he visto tentado a hacerlo y algún día podría ceder a ese impulso. De modo que estás advertida.

"Ahora, en cuanto a la yegua que tomaste sin mi permiso, está muerta y yo sé apreciar un buen animal y ella era una yegua de mucho valor. En cuanto a eso que dices, que era un animal malvado y demasiado fogoso, yo digo que estaba un poco arisca pues a Aislinn no se le había permitido montarla estas semanas, desde mi llegada. Yo creo que esa fue la razón que causó su muerte y casi la tuya. Dejaremos esto así, y no escucharé más acusaciones sin pruebas. Además, sugiero que trates de consolarte con un guardarropa más modesto que el que estabas acostumbrada. No tengo ni deseos ni paciencia para escuchar tus lamentaciones acerca de esas cosas. Si te sientes maltratada e injuriada, habla con las mujeres de Inglaterra y entérate de sus pérdidas y de lo que han sufrido ellas."

Ignoró la expresión furiosa de Gwyneth y caminó hasta el centro del salón, donde se volvió y la miró nuevamente.

—Debo partir por la mañana, por orden del duque —dijo, atrayendo la mirada sorprendida de Aislinn—. El viaje tendrá una duración que yo no puedo saber, pero cuando regrese, espero que hayas aceptado el hecho de que yo soy aquí el amo y que dirigiré esta casa y mi vida como más me guste y me parezca más conveniente. Sweyn estará aquí en mi ausencia y lo respetarás debidamente. Dejaré dinero para vuestras necesidades, no porque tú lo exijas sino por la razón de que esa era mi intención. Ahora, me canso fácilmente del palabrerío de las mujeres y te pido que no vuelvas a poner mi paciencia a prueba. Estás despedida, querida hermana. Si no lo entiendes, eso significa que estás en libertad de retirarte a tu habitación.

Aguardó hasta que ella, en silencio, dio media vuelta y subió la escalera, pasó junto a Aislinn sin mirarla, entró en su habitación y cerró con un fuerte portazo. Aislinn levantó sus ojos violetas hacia Wulfgar, y en esas profundidades él reconoció la angustia que ella sentía. Por un largo momento se miraron a los ojos, después él vio que ella se volvía y observó su espalda enhiesta y el suave contoneo de sus caderas. Orgullosamente erecta, Aislinn subió lentamente la escalera.

Wulfgar se percató de la mirada de su padre y se volvió para enfrentar al anciano caballero, medio esperando cierta reprobación. En cambio, en los labios de Bolsgar había un asomo de sonrisa. Él asintió casi imperceptiblemente con —la cabeza y volvió a recostarse, con la cabeza apoyada en las pieles, para quedar mirando fijamente el fuego. La mirada de Wulfgar fue hasta Sweyn, quien permanecía junto a la puerta. La cara del nórdico estaba desprovista de toda expresión, pero los dos amigos conocían mutuamente sus pensamientos. Después de unos momentos, Sweyn dio media vuelta y salió del salón.

Wulfgar tomó su yelmo y su escudo y subió la escalera. Sus pisadas sonaron lentas, pues él casi obligó a sus pies a subir los peldaños. Sabía que Aislinn sentía profundamente la pérdida de su yegua. El se consideraba capaz de tratarla cuando ella estaba encolerizada, ¿pero qué haría con sus momentos de dolor? Ninguna fuerza superior podría aliviar el dolor causado por la pérdida innecesaria de la yegua de Berbería. Se culpaba a sí mismo por lo sucedido. Hubiera podido evitar todo con una simple palabra, pero su mente había estado en otras cosas, en sus obligaciones y en estas propiedades que necesitarían ser cuidadas en su ausencia.

Entró en la habitación y cerró suavemente la puerta tras de sí.

Aislinn estaba cerca de la ventana, con la cabeza apoyada en el postigo interior. Las lágrimas dejaban trazos húmedos en sus mejillas y caían sobre su pecho. Él la observó un momento y después, con su habitual cuidado, se quitó y dejó a un lado los accesorios de su profesión: su camisote, su yelmo, su espada, su escudo, cada cosa en su lugar.

Se consideraba un hombre sin compromisos y no necesitaba de ninguna mujer que le trastornara sus pensamientos. Había vivido su vida dura y vigorosamente. En la misma no había lugar para una esposa, y ninguna muchacha lo había hecho desear una compañera permanente. Ahora, sentíase abrumado por la falta de gentileza en su vida. No sabía en qué forma acercarse a una muchacha afligida y expresarle su simpatía. Nunca había habido una ocasión en que tuviera que hacerlo, o en que él quisiera hacerlo. Sus episodios con mujeres habían sido breves, sin profundidad, y raramente pasaban de una o dos noches con la misma amante. Él tomaba a las mujeres para satisfacer un deseo básico. Cuando se aburría de ellas, simplemente las abandonaba sin ninguna explicación. El afecto o los sentimientos de ellas poco importaban. Sin embargo, sentía la pérdida de Aislinn y compadecía a la muchacha, porque él también había experimentado la tristeza de perder a un caballo favorito.

Como si lo guiara un conocimiento interior, se acercó a ella y la tomó en brazos, silenciando los fuertes sollozos contra su pecho fuerte y endurecido. Tiernamente, le apartó los cabellos de las mejillas y besó cada una de las lágrimas hasta que ella levantó su boca hacia la de él. Esta respuesta lo sorprendió agradablemente, aunque sintióse dominado fugazmente por cierta confusión ante el estado de ánimo de ella. Desde que él la tomara por primera vez, ella toleraba sus avances como cualquier esclava toleraría a su amo, aparentemente ansiosa por que el momento pasara de una vez. Pero ella se resistía a los besos de él y desviaba la cara cuando podía, como si temiera rendirse a él. Ahora, en su dolor, ella buscaba casi con ansiedad los besos de él, y sus labios suaves, cálidos, entreabiertos y húmedos, despertaban en Wulfgar un apasionado ardor. La sangre empezó a correr por sus venas y a latir con la fiera turbulencia de una tormenta en el mar. Él dejó de pensar en las reacciones de ella, la levantó en brazos y la llevó a la cama. Ella se mostró completamente dócil y dispuesta.

Un fino rayo de luz de luna se filtraba sin esfuerzo entre los postigos cerrados e invadía la habitación donde Aislinn yacía dormida, tibiamente acurrucada, segura, protegida en los brazos de su caballero. Wulfgar, en cambio, descansando pero completamente despierto, reflexionaba en los momentos pasados, incapaz de encontrar algo de lógica en su mente confundida.

Aislinn despertó cuando los primeros resplandores grisáceos del amanecer se abrieron camino entre los postigos e invadieron la habitación. Se quedó saboreando la tibieza del cuerpo de Wulfgar y el contacto del hombro musculoso debajo de su cabeza.

Ah, mi bello señor, pensó ella, pasando la punta de un dedo por las costillas de él. Eres mío y es solamente una cuestión de tiempo, creo, hasta que tú también lo sepas.

Aislinn sonrió, evocando la noche pasada pero gozando de los momentos tranquilos, silenciosos del presente. Se incorporó sobre un codo para estudiar mejor a su lord, maravillada ante la hermosura de las facciones de él, y súbitamente se sintió rodeada por esos brazos y atraída hacia él. Sorprendida por el fingido sueño de él, Aislinn ahogó una exclamación y luchó por liberarse. Él abrió los ojos y le sonrió con la mirada.

—Querida mía, ¿tanto me deseas que debes despertarme de un sueño profundo?

—Eres un vanidoso —lo acusó ella.

—¿De veras, Aislinn? —preguntó él, levantando un ángulo de su boca y con los ojos grises brillando de picardía—. ¿O es tu hambre de mí? Creo que en tu corazón debe albergar algún buen sentimiento hacia mí, mi pequeña bruja.

El tono burlón de él la irritó.

—Es mentira —replicó en tono cortante—. ¿Acaso una sajona buscaría a un normando?

—Aaahhh —suspiró él, ignorando las protestas de ella—. Me será difícil encontrar una muchacha tan entretenida en el camino, e imposible una que me tenga un poco de afecto.

—Oh, bufón presumido y necio —gritó ella, y trató de apartarse de él. Pero él la abrazó con más fuerza y aplastó contra su pecho los pechos desnudos de ella, mientras su sonrisa se acentuaba por el placer.

—Si pudiera llevarte conmigo, Aislinn, entonces no podría aburrirme. Pero es una lástima, me temo que alguien como tú no podría resistir el ritmo de marcha de batalla, y no quiero arriesgar un tesoro tan valioso en un juego estúpido.

Le pasó las manos detrás de la cabeza y la obligó a que sus labios se encontraran con los de él. La besó largamente, apasionadamente, con una boca exigente, ardiente, insistente. Nuevamente Aislinn sintió que se debilitaba su voluntad de resistirse. Wulfgar rodó con ella hasta quedar encima, sujetándola con su peso, pero ahora no era necesario obligarla por la fuerza. Ella le deslizó una mano detrás del cuello. Los fuegos crecientes que corrían como plomo fundido por sus venas y palpitaban con pulsante agonía en la profundidad de su vientre, la hacían desear intensamente que él la poseyera y calmara su sed. Ese mismo intenso deseo empezó a poseerla como hacía unas pocas horas, cuando su joven cuerpo respondiera apasionadamente a él, casi con una voluntad propia, haciéndola arquearse hacia arriba con cada penetración de él. Y cuando él se había apartado, ella había quedado todavía sedienta de sus caricias, con una extraña y hambrienta frustración que no hubiera podido explicar.

La vergüenza por su conducta anterior y el pensar en las burlas de él ahora enfriaron su pasión. Él la usaba y después se mofaba de ella porque había sentido algo de la pasión que sentía él. ¿No había ninguna delicadeza en él? ¿Cómo podía ella sentirse fría y distante cuando él, con sus besos, la llevaba hasta los límites de la cordura? ¿Era posible que ella estuviera enamorándose perdidamente?

El pensamiento le cayó como un balde de agua helada. Saltó, haciendo que él la soltara, se retorció hacia un lado, casi lo arrastró con ella y rodó hasta el borde de la cama.

—¿Qué demonios...? —gritó él y estiró el brazo para traerla de vuelta.

En otro momento no hubiera sido necesaria una batalla. Ahora él estaba ansioso y perturbado con ella.

—Ven aquí, muchacha —dijo.

—¡No! —gritó Aislinn y se arrojó de la cama. Ya estaba preparada para pelear, su pecho agitado, su cabellera de color cobrizo cayendo como una salvaje cascada alrededor de su cuerpo desnudo—. ¡Te ríes de mí y después buscas tu placer! Bien, búscalo en alguna vieja prostituta.

—¡Aislinn! —gritó él y se lanzó en pos de ella.

Ella gritó y saltó, de modo que la cama quedó entre los dos.

—¡Vas a luchar contra mi pueblo y esperas que te despida con buenos deseos! ¡El cielo me asista!

Aislinn presentaba un espectáculo delicioso y seductor, de pie en el rayo de luz, su cuerpo esbelto despidiendo un dorado resplandor en el sol matinal. Él fue hasta los pies de la cama y allí se detuvo y se apoyó en uno de los sólidos postes, y la miró entre divertido y desconcertado. Ella le devolvió una mirada desafiante, consciente de la desnudez de él, de la pasión y la fuerza de él, pero decidida a salvar este pedacito de orgullo que le quedaba.

Él sonrió lentamente.

—Ah querida, haces que me sea muy duro pensar en dejarte, pero debo hacerlo. Soy un caballero de Guillermo. —Se acercó a ella con pasos mesurados y ella lo miró con desconfianza, lista para saltar nuevamente del otro lado de la cama si él hacía un movimiento para alcanzarla. —¿Querrías que descuide mis obligaciones?

—Tus obligaciones han costado demasiadas vidas inglesas. ¿Cuándo terminarán?

El se encogió de hombros y respondió con soltura.

—Cuando Inglaterra se haya inclinado ante Guillermo.

Con un rápido movimiento, extendió una mano y la tomó de un brazo sorprendiéndola descuidada, y la atrajo hacia él. Ella luchó furiosamente pero sin resultado, porque él la tenía rodeada firmemente con sus brazos. Él rió por lo bajo de los esfuerzos de ella, muy complacido, y Aislinn, con un gemido de frustración, cesó de resistirse y quedo inmóvil contra él, sabiendo que si seguía moviéndose sólo conseguiría excitar aún más las pasiones de Wulfgar.

—Ya ves, Aislinn, se hace lo que dispone el señor de la casa, no lo que desee la esclava.

Aislinn emitió un sonido furioso debajo del beso de él y no cedió a la excitación que le producían los labios quemantes de Wulfgar. En cambio, se mantuvo fría y rígida contra él. Después de un largo momento, él se apartó y vio la mirada burlona de ella.

—Por una vez, Wulfgar, mi caballero normando —jadeó ella, y en sus ojos violetas resplandecía el calor que él no encontraba en sus labios—. Esto es lo que la esclava desea...

Se apartó cuando las manos de él la soltaron, y le hizo una graciosa reverencia. Lo miró de pies a cabeza y se percató de que los deseos de él no se habían calmado.

—Ponte la ropa, mi señor. Estos días pueden enfriar al más robusto de los hombres.

Aislinn levantó una piel, se envolvió con ella, lo miró con perversa picardía y sonrió. Giró sobre sus talones, rió por lo bajo y fue hasta el hogar, donde puso leños pequeños sobre las ascuas que todavía ardían. Sopló sobre el fuego pero retrocedió inmediatamente porque voló la ceniza, y se sentó sobre sus talones, frotándose los ojos enrojecidos, mientras las risas de Wulfgar llenaban la habitación. Ella hizo una mueca y colgó la olla de agua del gancho, sobre el fuego que empezaba a arder alegremente.

El se acercó al calor del hogar y empezó a vestirse.

El agua hirvió y ella fue hasta donde estaban colgados la espada y el cinturón de él, encontró el cuchillo con su vaina y regresó con él. Empezó a afilar la hoja en la piedra del hogar. Él enarcó una ceja y la miró, intrigado por lo que ella hacía.

—Mi carne es mucho más tierna que la tuya, Wulfgar —explicó Aislinn—. Y si quieres andar con la cara bien rasurada, debes mantenerla así. Los cañones de barba que tienes en el mentón me irritan la piel, y puesto que he visto cómo rasuraron a mi gente, creo que no sería indecoroso que me permitieras el pequeño honor de retribuir el favor.

Wulfgar miró la pequeña daga de ella que estaba sobre el vestido y recordó sus pensamientos del día anterior. ¿Aislinn había decidido matarlo ahora, cuando él tenía que ir a luchar contra el pueblo de ella? ¿Debía decirle que él no mataba sin necesidad? Por Dios, ahora sabría la verdad. Asintió con la cabeza.

—Quizás tu mano es más suave que otras, Aislinn —replicó. Tomó una toalla y la metió en la olla. La exprimió, sacudió en el aire el paño de lino para enfriar el vapor, se recostó en una silla y puso la toalla, plegada varias veces, sobre su cara.

—Ah, Wulfgar, has adoptado una pose muy tentadora —dijo Aislinn, mirándolo divertida—. Si esto hubiera sucedido hace una luna, si entonces una garganta normanda hubiese quedado así, expuesta ante mí...

Se levantó y se le acercó, probando con el dedo el filo de la hoja. Wulfgar se quitó la toalla de la cara y miró a Aislinn a los ojos, con expresión ceñuda. Ella le sonrió con picardía, y agitó su cabellera con un movimiento de cabeza. Habló en tono despreocupado.

—Ah —dijo—, pero si no temiera a mi próximo amo, la tentación podría ser mucho más grande.

Por toda respuesta, él le dio una fuerte palmada en las nalgas. Ella emitió un leve chillido y se puso seria. Lentamente, empezó a pasar la bien asentada hoja por las mejillas de él, hasta que la cara quedó nuevamente suave. Cuando terminó, él se pasó una mano por el rostro, sorprendido por el hecho de que ella no le hubiera dejado una sola cortadura.

—Un caballero no podría tener un sirviente mejor —dijo él, y la atrajo y la sentó sobre sus rodillas. La miró fijamente a los ojos y murmuró roncamente: —Recuerda que eres mía, Aislinn, y que yo no quiero compartirte con nadie.

—¿Me aprecias, después de todo, milord? —murmuró ella suavemente, y le rozó con un dedo la cicatriz de la mejilla.

El no respondió a la pregunta y se limitó a decir:

—Recuérdalo.

Con un hambre apasionada, la abrazó y la besó, y esta vez saboreó el ardor y la pasión de que la sabía capaz.