17

EL día era frío y despejado, como suelen serlo los días de enero. No hubo fanfarria ni trompetas para recibirlos, pero fue lo único que faltó cuando la alegre procesión entró en el patio de Darkenwald, porque pareció como si todas las personas de millas a la redonda se hubiesen congregado para dar la bienvenida al lord que regresaba a su mansión. Aislinn estaba cálidamente envuelta en los pliegues voluminosos de su capa forrada de pieles de zorro y venía montada con elegancia en su yegua. El animal era de patas largas y brioso, y relinchaba de excitación, pero ella la contuvo para mantenerse cuidadosamente detrás de Wulfgar. Él guió a su gran caballo entre la muchedumbre y se apeó frente a la casa. Cuando un lacayo tomó la brida de la montura de Aislinn, Wulfgar la bajó de la silla y la depositó junto a él. Se inclinó cuando Aislinn levantó la cabeza para hacerle una pregunta y Gwyneth arrugó la frente cuando vio a la pareja desde la puerta de la casa y notó que cuando se tocaban era casi como si se acariciasen.

Cuando fueron hacia la casa, una multitud se reunió a su alrededor: los caballeros que habían acompañado a Wulfgar y los normandos que se habían quedado; un ruidoso grupo de niños que se atropellaban para tocar a los caballeros, especialmente a Wulfgar, y una cantidad de aldeanos deseosos de tener noticias del mundo exterior.

Gwyneth entró nuevamente en la casa, y cuando se abrió la puerta, los sonidos del interior se mezclaron con los del exterior. Los perros ladraron a los desconocidos y se oyeron gritos de saludo. El apetitoso aroma a cerdo asado llegó desde el hogar, donde dos muchachos jóvenes daban vueltas al asador. El olor se mezcló con el olor a sudor y a cuerno y el aroma picante del ale recién servido.

Aquí, Aislinn conocía cada voz y cada aroma. Los ruidos parecían atacar a los sentidos pero ella se sintió más vivaz y alerta en esta cacofonía de sonidos, espectáculos y olores. Su corazón latió con fuerza cuando fue recibida por rostros familiares. Estaba en su casa, lejos de las posturas afectadas de la corte. Las mujeres gritaban para acelerara el festín y los caballeros y guerreros encontraron cuernos de ale para calmar su sed. Muchos fueron levantados y se hicieron brindis de un extremo al otro del salón. El ruido fue apagándose hasta convertirse en un grave zumbido y Aislinn se encontró en el centro del círculo de hombres que conversaban animadamente con Wulfgar. Sintiéndose fuera de lugar, trató de apartarse de él para reunirse con las mujeres, pero aunque él no interrumpió su conversación, le puso una mano en un hombro para detenerla y la atrajo nuevamente a su lado. Contenta de quedarse, Aislinn se aflojó y siguió cerca de él, disfrutando del sonido profundo de su voz y de su risa siempre pronta.

El salón quedó en silencio cuando la estridente voz de Gwyneth se impuso a las expresiones de alegría.

—Bien, Wulfgar, ¿has matado tu cuota de sajones?

Se le acercó con pasos lentos mientras los demás le abrían camino.

—¿Has ganado este bello lugar y todo lo que contiene, o pronto tendremos que empacar nuestras pertenencias y trasladarnos a otra parte?

Wulfgar sonrió, tolerante.

—Esto es mío, Gwyneth. Hasta a Ragnor le fue imposible quitármelo.

Ella levantó las cejas inquisitivamente.

—¿Qué quieres decir?

Él la miró con expresión de burla.

—Vaya, Gwyneth, que nos hemos batido a duelo por esta hermosa tierra y por lady Aislinn.

La mujer entrecerró los ojos y miró a Aislinn con expresión acusadora.

—¿Qué se ha propuesto ahora la prostituta? ¿Cómo ha logrado engañaros a ti y a ese digno caballero de armas? Probablemente os ha llenado la cabeza hablándoos mal de mí. Puedo imaginármela muy bien diciendo mentiras y levantando los ojos al cielo con aire inocente.

Wulfgar sintió que Aislinn se ponía rígida contra él, aunque no mostró ninguna señal exterior de cólera.

Gwyneth tendió las manos hacia él y le habló en tono implorante, mientras que Wulfgar le devolvía calmosamente la mirada.

—Oh, ¿no ves su juego, hermano? Ella pretende dirigir Darkenwald a través de ti y volverte en contra de nosotros. Debes reprimir esos bajos impulsos de bastardo y arrojarla de tu lado antes que termine de dominaros. Harías bien en observar a las gentes mejor nacidas de la corte. Tus costumbres y tus retozos con esta prostituta no sientan bien a un lord, y ella será tu fin.

Gwyneth miró a Aislinn con altanero desdén y continuó con su tirada.

—Ella vuelve a los siervos en contra de mí. En verdad, hasta se interpuso en mi camino cuando yo hubiera castigado a ese insolente de Ham por desobedecer mis órdenes. Sí, hasta Sweyn fue engañado por esta traidora y sin duda se pondrá de parte de ella.

Miró a Wulfgar, enarcó una ceja y sonrió.

—¿Ella no te ha hablado de su afecto por su antiguo enamorado y de sus juegos mientras estabas ausente? Fue conveniente para ellos que trajeses aquí a ese esclavo para que pudieran retozar cuando tú no estabas.

No se le escapó que el rostro de él se ensombrecía y creyó que tenía éxito en su juego.

—Vaya, la buena de Haylan a quien enviaste para que compartiera la casa... —Se volvió y le sonrió al objeto de sus palabras, quien estaba un poco incómoda pero hermosa y vestida con otro de los antiguos trajes de Aislinn.— Aislinn se le abalanzó y no quiso compartir con ella ni el más miserable de sus harapos para que cubriese su cuerpo, hasta que yo puse las cosas en su lugar. No me pareció mal hacerla compartir sus ropas cuando nosotras pasábamos necesidades. Por encima de todo lo demás que hizo, esta esclava obligó a una mujer libre a que asara carne y preparase comida como cualquier sierva.

Wulfgar miró los rostros silenciosos reunidos alrededor de ellos. En algunos vio duda y cólera en otros. Gowain estaba rígido y furioso junto a él, listo para defender a Aislinn si su señor no lo hacía. Wulfgar se dirigió a su hermana.

—Yo no oí ninguna calumnia hasta que apareciste tú, Gwyneth —dijo en voz baja, y vio que los ojos de su hermana se dilataban por la sorpresa—. Ciertamente, Aislinn nada ha dicho de ti ni de Haylan.

Gwyneth tartamudeó, confundida, y Wulfgar sonrió sardónicamente.

—Parece, querida hermana, que ningún labio salvo los tuyos, te han traicionado. Pero ahora que has formulado tus quejas, te ruego que prestes atención a lo que voy a decirte. —Habló secamente.— Yo soy el lord aquí, Gwyneth, y ahora tengo título para ello. También soy juez, y verdugo, si así lo decido. Entiéndelo bien, aquí no se aplicará ningún castigo sino por decisión mía y tú no tienes ningún derecho personal para reclamar parte de mi autoridad, que es solamente mía y que no puede ser usurpada por nadie. Tú, como cualquiera de aquí, debes acatar mis leyes y te diré que no me detendré si alguna vez pienso que debo castigarte. De modo que, hermana, pon mucho cuidado en lo que haces o dices.

Señaló con la mirada a Haylan, con gran temor por parte de la mujer.

—En cuanto a los que he enviado aquí, los envié para que sirviesen en estas tierras con todo el talento que posean y ninguno de ellos fue autorizado a residir en esta casa.

Volvió por un momento su atención a Aislinn, antes de mirar nuevamente a Gwyneth en los ojos.

—Te niegas a aceptar que Aislinn me sirve bien y fielmente en todas las cosas y trata de reparar lo que tú perturbas. Yo disfruto de su compañía y ella vive en mi casa y está bajo mi custodia, lo mismo que tú. Debo decirte otra vez que ella es la dama de mi elección. Lo que es de ella, yo se lo cedo de buena gana por su trabajo, si no por mi propio deseo. Kerwick sabe esto muy bien y conoce el peso de mi mano, de modo que dudo que osaría tocar cualquiera de mis posesiones.

Señaló las ropas que llevaban Haylan y Gwyneth.

—Veo que os habéis apropiado de esos miserables harapos, pero lo que es de ella, de ella es, y en adelante, si se lo quitáis será considerado hurto. No deseo que andéis entrando en mis habitaciones cuando se os dé la gana. No volváis a entrar allí sin mi permiso o el permiso de Aislinn.

Gwyneth permaneció en embarazoso silencio y no pudo encontrar ninguna réplica para arrojarle a la cara.

—En deferencia a tu padre y nuestra madre, digo esto con suavidad —continuó él—. Pero anda con mucho cuidado a fin de no hacerme perder otra vez la paciencia.

—No esperaba que comprendieses mi situación, Wulfgar —suspiró Gwyneth—. ¿Qué soy yo para ti sino una hermana?

Se volvió y salió con una serena dignidad que engañó a algunos. Haylan la miró desconcertada hasta que desapareció y después fue hasta el hogar, donde se asaban un cerdo y algunos animales de caza. Encontró a Kerwick, quien la miraba con una expresión burlona en sus claros ojos azules.

—Vuestras ropas son demasiado finas para este trabajo, milady.

—Cierra la boca, patán —siseó Haylan—. O haré que no te queden ganas de hacer gala de tu ingenio grosero. Mi hermano, Sanhurst está aquí ahora y saldrá en defensa mía.

Kerwick miró al mencionado hermano, quien en ese momento subía laboriosamente la escalera con el cofre de Wulfgar. Su risa sonó con un asomo de desprecio.

—Parece que Sanhurst está demasiado ocupado con lo suyo para interesarse en vuestra situación. Buen muchacho, no trata de compartir la mesa de su amo sino que se contenta con cumplir con sus obligaciones.

Haylan se puso furiosa con la pulla de él, lo miró con odio y volvió su atención a la carne que se estaba asando.

El festín terminó a hora avanzada y ya era tarde cuando Aislinn m subió la escalera siguiendo a Wulfgar hasta su habitación. Wulfgar cerró la puerta tras ellos y observó cómo Aislinn bailaba alegremente por la habitación, feliz de hallarse otra vez en su casa.

—Oh, Wulfgar —gritó ella—. Esta felicidad es demasiado para soportarla.

Él arrugó la frente ante la frivolidad de ella, miró a su alrededor, y medio sintió que la habitación le daba la bienvenida. Su humor había sido alterado por las palabras de Gwyneth, que no podían ser tomadas a la ligera, y ahora su mente buscó una respuesta.

Aislinn se detuvo y se tambaleó, mareada, y enseguida rió y se arrojó cuan larga era sobre la cama. Wulfgar se le acercó y quedó observándola mientras ella rodaba y hacía caer las pieles que cubrían el lecho.

El se inclinó sobre ella y la miró ceñudo. Aislinn notó su expresión pero no vio ninguna razón para ella. Lo miró y se sentó sobre sus talones.

—¿Estás enfermo, Wulfgar? —preguntó, afligida por la actitud de él—. ¿Te duele alguna herida? —Golpeó con la mano la cama junto a ella.— Ven, acuéstate aquí. Yo haré que pasen esos dolores.

Él la miró con expresión aún más sombría.

—Aislinn, ¿has estado engañándome?

Ella abrió muy grandes los ojos, atónita y turbada.

—Antes que hables —le aconsejó él lentamente—, sabes que debo descubrir la verdad. ¿Te acostaste con Kerwick mientras yo estaba ausente?

Ella se levantó lentamente hasta quedar de rodillas, con sus ojos a la altura de los de él. Los ojos grises estaban nublados por la indecisión, pero los ojos de color violeta se oscurecieron hasta que relampaguearon de ira. Aislinn tembló furiosa al pensar en esta afrenta. Su furia estalló. Apretó los puños, y con toda la fuerza que pudo reunir, golpeó directamente en el centro de ese pecho firme. El dolor le dejó los puños entumecidos y arrancó lágrimas a sus ojos, pero él no se movió. Aislinn se enfureció aún más.

—¡Cómo te atreves! Me conviertes en tu esclava y tomas la virtud que yo puedo llamar mía, después osas hacerme semejante pregunta. ¡Oh, eres un asno traidor y...!

Arrebató furiosa una piel y saltó de la cama. Corrió hasta la puerta, donde se volvió para enfrentarlo, aunque todavía no pudo encontrar palabras para desahogar su ira. Indignada, golpeó el suelo con el pie, giró sobre sus talones, bajó corriendo la escalera y cruzó el salón, sin prestar atención a Bolsgar, quien se apartó del hogar para mirarla sorprendido.

Aislinn salió al patio, y al no tener destino mejor en la mente, tomó por el estrecho sendero que llevaba a la cabaña de Maida. Sorprendió a su madre y la hizo sobresaltarse cuando abrió la puerta, la cerró de golpe tras de sí, puso la pesada barra en su lugar y asintió con la cabeza, definitivamente satisfecha de su hazaña. Sin una palabra de explicación, Aislinn se dejó caer en la única silla de la habitación, se envolvió en su piel y quedó mirando al fuego, con expresión petulante. La anciana leyó las señales y vio en el rechazo de su hija a Wulfgar, una dulce venganza. De sus labios escapó una risita y se levantó regocijada de la cama, para empezar a bailar alrededor de su hija, quien la miraba ceñuda. Pero Maida súbitamente quedó en silencio cuando afuera sonaron unas fuertes pisadas y alguien probó la puerta y enseguida empezó a golpear con energía.

—Aislinn —dijo la voz de Wulfgar.

Aislinn se volvió, y por sobre su hombro dirigió una mirada furiosa a la puerta. Enseguida, volvió a clavar su vista en el fuego.

—¡Aislinn!

Las vigas temblaron, pero Aislinn no respondió. Entonces, con gran estrépito, la madera fue arrancada de sus goznes de cuero y cayó al suelo. Maida gritó y corrió hacia un rincón oscuro. Wulfgar pasó sobre la puerta derribada mientras Aislinn se ponía de pie y lo miraba furiosa. El se le acercó.

—¡Zorra sajona! —rugió él—. Ninguna puerta me impedirá llegar a lo que me pertenece.

—¿Yo te pertenezco, milord? —dijo ella, en tono despectivo.

—Me perteneces —rugió él.

Ella habló lentamente, mordiendo cada palabra como si le causarán dolor.

—¿Soy tuya, milord, por derecho de conquista? ¿O quizá, mi lord, soy tuya por las palabras de un sacerdote? ¿O soy tuya solamente porque tú lo dices?

—¿Te acostaste con el cachorro? —gritó Wulfgar.

—¡No! —estalló Aislinn, y después continuó con más suavidad, y más lentamente, como si quisiera que cada palabra saliera clara como el cristal—. ¿Hubiera podido hacerlo con Hlynn, Ham y mi madre presentes y Sweyn cuidando mi puerta? ¿Me hubiera entregado a ese juego para diversión de ellos? —Sus ojos brillaron con lágrimas turbulentas.— ¿Deberé decirte que no en cada ocasión y pedirte que me dejes algo de dignidad si es que me queda alguna? Cree lo que Gwyneth dice si debes hacerlo, pero no esperes que yo me incline y me arrastre ante ti por lo que no ha sucedido. Debes escoger entre creer en mis palabras ó en las de tu querida Gwyneth. Yo no volveré a responder de estas acusaciones y no rogaré que me perdones lo que no he cometido.

Wulfgar la miró un largo momento. Después, tendió una mano y gentilmente le secó una lágrima de la mejilla.

—Has encontrado en mí, sajona, un lugar donde sólo tú puedes hacerme daño.

La atrajo hacia él y la miró a los ojos, lleno de pasión y deseo. Sin una palabra más, la levantó en brazos, pasó sobre la puerta destrozada y la llevó en medio de la noche hacia la casa débilmente iluminada. Cuando cruzaba con ella el salón, Bolsgar rió por lo bajo dentro de su pichel de ale.

—Ah —dijo—, estos jóvenes enamorados, siempre se saldrán con la suya.