Caso 5
Un viaje por el Mar Muerto

Ésta ha sido la conversación de sobremesa más interesante que hemos tenido durante todo el viaje —comentó Maureen Bottrell mientras ella y su esposo Harvey entraban a su camarote—. Era su cuarto día a bordo del Bon Chance, el cual había zarpado de Sedom para internarse en las aguas del Mar Muerto.

—En efecto —respondió Harvey—. Imagínate, un maestro de física de preparatoria, cuyo pasatiempo favorito es el Medio Oriente. Simplemente es algo insólito. Y además, Gavin es tan culto.

Su esposa no se queda atrás —señaló Maureen—. Acuérdate esta tarde, fue Bea quien corrigió al guía de turistas en la cubierta, cuando él nos estaba explicando acerca del Mar Muerto.

Harvey frunció el entrecejo tratando de recordar con exactitud el incidente.

—Tienes razón —agregó él—. ¿No fue el guía quien comentó que el buque se encuentra en estos momentos a 609 metros por debajo del nivel del mar, y que ahora nos hallamos anclados en las aguas más saladas de todo el mundo? Fue entonces cuando Bea intervino para decir que estábamos —¿a cuánto?—, ah, sí… a 1302 pies del nivel del mar.

Soltando una risilla suave, Maureen dijo: —El guía tampoco sabía bien lo relativo a la densidad del agua. Seis veces más que la del agua dulce. De ahí que el barco avance con tal lentitud. Sin embargo, esto hace que sea el lugar más fácil para nadar en todo el mundo. ¡Ni siquiera te puedes hundir! Gavin también estaba al tanto de todo esto.

—Es muy bueno que Gavin y Bea estén con nosotros —comentó Harvey—. O quizá es todavía mejor que el guía sea el guía y no el chef. ¡No me atrevo a pensar lo que serían nuestras comidas si él estuviera a cargo de la cocina!

Su conversación se vio interrumpida por una repentina conmoción afuera de su camarote. El sonido de gente que corre, primero en un sentido del pasillo y luego en el otro. Posteriormente, varias voces gritando y, finalmente, la bocina del buque emitiendo la intensa voz de alarma.

Tomando sus chalecos salvavidas, Maureen y Harvey subieron corriendo a cubierta. Los demás pasajeros se arremolinaban presas de la confusión, algunos con chalecos salvavidas y otros sin ellos. Asiéndose de la barandilla, en el extremo opuesto de la cubierta se hallaba Bea, temblando visiblemente. Los miembros de la tripulación estaban a su alrededor, con la ansiedad reflejada en sus rostros. El sonido de la bocina era desgarrador.

La señora Feldstein, que ocupaba el camarote contiguo al de ellos, llegó resollando.

—¡Vamos, no van a necesitar de ésos! —dijo respirando con dificultad al tiempo que apuntaba a los chalecos salvavidas—. No nos estamos hundiendo ni nada parecido. Se trata del simpático de Gavin. ¡Está muerto! ¡Se rompió el cuello!

Harvey y Maureen se quedaron de una pieza.

—¿C…cómo? —logró preguntar Maureen.

—Su esposa —cómo se llama, Bea— dice que él se arrojó un clavado. Fue a echar una nadada, se aventó desde la cubierta, se rompió el cuello, y luego el cráneo. ¡Es horrible! ¡No puedo creerlo!

Maureen y Harvey entrecruzaron miradas.

—Yo tampoco puede creerlo, Harvey, ¿tú sí? —le preguntó Maureen.

Sacudiendo la cabeza, Harvey agregó: —Para nada. Simplemente no encaja. Tal vez esa Bea no sea tan inteligente después de todo.

¿Qué llevó a Harvey y a Maureen a sospechar de Bea?[5]