Caso 17
El complot en la rockface

En el costado poniente de la montaña, a una altura elevada, sumamente elevada, los seis hombres trabajaban ardua y torpemente uno al lado del otro. De haberse tomado la molestia de acudir a la esquina más distante, ubicada al sureste del complejo, y dirigido la mirada hacia arriba (lo cual jamás hacía), el comandante hubiera podido distinguir a las seis diminutas figuras en compañía de su guardia. No hubiera podido ver exactamente en qué estaban trabajando, pero, de cualquier forma, esto no era necesario, pues ya lo sabía.

La labor era extenuante. En el momento en que cada hombre alzaba y mecía su marro, emitía un gruñido, como si el marro jamás pudiese hacer contacto con la roca a menos que se impulsara acompañado de una expulsión de aire a través de la laringe. Los cuerpos de los hombres se sacudían con cada golpe sobre la implacable roca. ¡Pam! ¡pam pam pam! ¡pam-pa-pa-pam! ¡Pam! No había ritmo. Sólo levantar y dejar caer; luego tratar nuevamente de levantar. ¡Pam! Aguantar hasta el próximo receso. Entonces habría agua para beber. Entonces las lenguas, que se sentían como las ramas de un árbol seco, podrían refrescarse, y contraerse lo suficiente como para facilitar la respiración.

La mayoría de las veces, los marros sólo lograban rebotar en la roca. Pero luego, de vez en vez, aparecía una grieta, una línea apenas. Más golpeteo. La grieta se abría y se convertía en una fisura. Todavía más insistencia. Finalmente, lograba desprenderse un pedazo para caer en la estrecha plataforma que se hallaba a sus pies. Cuando se juntaba un número suficiente de estos pedazos, el guardia pegaba con el cañón de su rifle a la cubeta de agua. Ésta era la señal para cargar las carretillas e impulsarlas cuesta abajo a lo largo del angosto y sinuoso reborde a fin de depositar dichos pedazos en el desfiladero y de que otros hombres más se encargaran de fragmentar estos pedazos en piezas más pequeñas. De ahí éstas se cargaban en destartalados vagones carboneros, los cuales se conducían —en realidad nadie sabía exactamente a dónde, hacia la costa, era lo más que sabían los prisioneros. Es probable que hasta Dubrovnik.

Guiar las carretillas por el ondulante reborde era más fácil que golpear la roca, pero también más peligroso. Un paso en falso era una caída hacia una muerte segura. Incluso si únicamente fuera la carretilla la que se despeñara, era el fin para el hombre que la estaba impulsando. Como ésta no podía recuperarse, los guardias rumanos simplemente paraban al prisionero en el sitio por el cual se había ido la carretilla y le daban dos opciones: brincar o ser empujado.

Tan sólo el día anterior había vuelto a suceder, y el prisionero había elegido brincar. Incluso antes de hacerlo les había hecho una seña obscena a los guardias con el dedo medio, pero ninguno de los hombres que trabajaban en la rockface pensó que los guardias la hubiesen entendido. Eran demasiado estúpidos.

Ciertamente lo era uno de ellos al cual llamaban Igor. Un pestilente bruto con el labio inferior tan caído que casi le oscurecía por completo el mentón. Tenía un rostro increíblemente velludo, el cual incluso el fanático oficial del SS, asignado al campo, jamás había logrado que se afeitara. Ninguno de los prisioneros tenía la más remota idea de cuál era el verdadero nombre de Igor. Pero a la vez nadie quería saberlo. Los nombres personalizan; establecen conexiones, las que a su vez hacen más difícil poder odiar a alguien, o matarlo.

Igor golpeó la cubeta, ante lo cual los seis hombres dejaron caer sus martillos y se dirigieron hacia las carretillas con ese movimiento mecánico, desprovisto de vida, que los seres humanos adquieren cuando su existencia se ve aplastada por una labor extenuante y estúpida. Excepto un hombre de muy elevada estatura, quien caminaba un poco más erguido que los demás, aunque en realidad no mucho, pues se cuidaba de no atraer innecesariamente la atención hacia su persona. Pero era evidente que no estaba tan deshecho como los demás.

Esto se debía a que lo habían incorporado al grupo apenas esa mañana a fin de complementar nuevamente el equipo con seis integrantes. Los guardias rumanos, así como su asesor del SS, lo conocían como Vlad Kljuc (número 475216), un guerrillero y un comunista de algún punto de la República de Montenegro. Su verdadero nombre era Trevor Hawkes, había sido con anterioridad mecánico en Bristol, y ahora era un miembro del SAS, el Servicio Aéreo especial de Su Majestad. Justo antes de su “captura”, se había graduado en el misterioso Campo X, de los aliados, fuera de Toronto, en Canadá.

Trevor Hawkes se hallaba aquí con un solo propósito: liberar y llevar a Dubrovnik, por cualesquiera medios posibles, a un tal Peter Nova, el hombre que ahora caminaba justo delante de él en dirección hacia las carretillas. Nova, según sabía Trevor (y era todo lo que sabía), era un eslovenio de Ljubljanca, quien gozaba de reputación en la resistencia yugoslava de ser el único líder comunista que quería conciliar pacíficamente las facciones comunista y realista. Había estado impartiendo cátedra en la Universidad de Zagreb hasta 1941, año en que los nazis invadieron Yugoslavia. Dos años más tarde, sacaron a todos los comunistas conocidos de la universidad y los condujeron a este campo de concentración, en Kuk. Ahora los aliados necesitaban a Nova con desesperación. Trevor Hawkes ignoraba por qué, pero en este momento eso era lo que menos le preocupaba. Ahora simplemente iba a espaldas de Peter Nova, buscando la oportunidad de poder hablar más con él.

El recorrido con las carretillas estuvo libre de incidentes, y cuando Igor los condujo a todos de regreso a la rockface, dio la indicación de receso, en espera, con estúpida anticipación, de lo que había visto suceder cada una de las veces anteriores. Y esta vez no fue la excepción.

Los seis hombre que habían estado trabajando con los marros, uno al lado del otro, en el estrecho y peligroso reborde, y habían avanzado, uno detrás del otro, con precaución y en silencio hacia el sitio donde depositaban su carga, ahora yacían sentados tres enfrente de tres, cual si fueran adversarios, lo que en realidad no estaba alejado de la realidad.

El asesor del SS, quien no era ningún tonto, había insistido en que cada una de las partidas de trabajo debía estar integrada por seis elementos: tres comunistas, seguidores del partisano Josip Tito, y tres realistas, hombres al servicio de Draza Mihajlovic. Al ser dejados a solas, en los periodos de descanso, lo más probable es que se instigaran entre sí, lo cual resultaba benéfico para sus captores del Eje.

Todavía tres meses atrás, las dos facciones, realistas y comunistas, habían hecho a un lado sus diferencias, aunque no sin renuencia, a fin de poder enfrentar al enemigo común. Pero ahora, pese a los esfuerzos desplegados por los líderes como Peter Nova, la guerra civil que libraban era abierta y constante, con sus respectivas fuerzas a menudo buscando eludir a los ocupantes del Eje a fin de combatir entre sí. Este tipo de apasionamientos, debidamente canalizados, hacía mucho más fácil llevar el control de los campos de concentración. De ahí que Trevor y Nova tuviesen ante sí a tres realistas servios: dos granjeros y un funcionario público de Belgrado.

—¿Así que cómo propondrías llevar a cabo este dramático plan? —Dijo Nova viendo hacia lo lejos mientras le soltaba estas palabras a Trevor.

Para el hombre de elevada estatura, del SAS, la pregunta fue todo un acontecimiento, no obstante la aspereza del tono. Hasta esa mañana, Nova no tenía idea de quién era Trevor, y ciertamente no sabía que su captura en realidad se trataba de una inserción deliberada. Pero esto implicaba que Trevor había sido aceptado, aunque si bien con cautela. En cierta forma, la conexión se había establecido por el hecho de que Trevor había mencionado, durante el receso anterior, algunos hechos privados, de carácter personal que la hermana de Nova se había encargado de proporcionar. Hasta ese momento todo parecía ir bien. Ahora lo que tenía que hacer era que el nervudo hombrecito accediese a participar en un intento de escape.

—Usando la canasta —contestó Trevor, inclinándose hacia adelante para masajearse los tobillos.

—¿En la canasta? ¿Salir de aquí en la canasta? ¡Estás loco! —Dijo Nova en un agudo siseo, al tiempo que se daba cuenta de que había atraído la atención de Igor. Su rostro adquirió una expresión muy grave, entonces apuntó hacía las carretillas y le habló a Igor en servio.

—Tu esposa acaba de volver a parir cerdos.

Ante esto, los realistas se quedaron expectantes, sin que ninguno se atreviera a levantar la mirada, aunque uno de ellos se sonrió ligeramente. En cuanto a Igor, era obvio que no había logrado captar el mensaje. Vio alternativamente a Nova y luego hacia las carretillas mientras un hilo de saliva le resbalaba por su prominente labio inferior avanzando hacia su cintura. Agitó el cañón de su rifle con un gesto de desdén, lo que sirvió para cortar el hilo de saliva.

—O bien eres un idiota o piensas que yo lo soy. —De nuevo Nova se dirigía a Trevor— en primer lugar no funcionaría porque se requieren dos hombres para hacer pasar la canasta. Uno solo no es capaz de jalarla. Por otro lado, en ella no caben tres hombre ¡y no pienso dejarlo a él! —Dijo Nova apuntando con los ojos al hombre que se encontraba a su derecha, el tercero del trío de comunistas, y luego agregó, en un tono casi de derrota—: Esos tres se encargarán de cortarle la garganta en el momento que lo sorprendan a solas.

—Lo sé —respondió Trevor imperturbable.

Con un leve movimiento de su cabeza, Igor pareció recordar por qué se encontraba ahí y acto seguido golpeteó la cubeta de agua. El receso había terminado y, por consiguiente, el diálogo. En el siguiente receso, otros dos guardias se encargaron de llevarles sus raciones de comida. En su presencia nadie se atrevía a romper la regla del silencio, ya que estos dos guardias tenían sumamente controlado a Igor, y no fue sino hasta después de realizar el primer viaje cuesta abajo, por el reborde, conduciendo las carretillas, que Trevor pudo continuar.

—Iremos todos, incluyendo los realistas. Los seis de nosotros —dijo él.

—¿En la canasta? —Nova aún se negaba a creerle a Trevor—. ¿Todos nosotros? Supongo que de dos en dos y que en realidad tú te llamas Noé.

La “canasta” era un medio de transporte a lo largo del profundo valle que habían inventado los habitantes del lugar, quién sabe cuántos años atrás. Era un sistema a base de cuerdas y poleas, con una de sus terminales justo arriba del sendero que conducía a la rockface, donde los seis hombres se encontraban trabajando. Este sistema funcionaba exclusivamente a base de fuerza humana. Se requerían dos adultos (el número máximo de los que podía admitir) para hacerla avanzar hacia el otro lado, debido al ángulo de inclinación hacia arriba. Al llegar al otro extremo, otro sendero estrecho ascendía sinuosamente por una breve distancia hasta llegar a un paso y luego desaparecía. Para hacer regresar la canastilla se requería sólo una persona. La canastilla se deslizaba de vuelta la mayor parte del trayecto, pero como el peso hacía que la cuerda se flexionase, se necesitaba de un pasajero para que acabara de impulsarla el resto del camino.

El oficial de la SS había ordenado que la cortasen, pero en vista de que él nunca acudía a ese lugar y como los guardias rumanos eran gente de montaña a quienes les gustaba divertirse con ella, la canasta seguía colgando ahí, lo cual constituía un espectáculo tentador para aquellos prisioneros que se atrevieran a mirar sendero arriba para poder contemplarla. Con todo, jamás se había llevado a cabo un intento de escape del campo de concentración, ya fuese en la canasta o mediante cualquier otro método, debido a lo intransitable de las montañas, las cuales representaban una muerte segura para todo aquel que no supiese hacia dónde ir o cómo llegar ahí.

Trevor se mantenía imperturbable ante las objeciones de Nova.

—Tengo un plan para hacerlo —dijo él.

Nova no dijo nada durante un minuto.

—¿Y qué me dices de Igor? Supongo que lo vas a…

Su frase se detuvo en ese punto al tiempo que seguía la mirada de Trevor en dirección a los marros. Pero ahora su tono había cambiado de engreída objeción al de un simple escepticismo.

—Los realistas —continuó él, señalando con su barbilla hacia los tres, que como era habitual, se hallaban congregados en el punto opuesto al cual ellos ocupaban—. ¿Qué tal si no quieren ir con nosotros? ¿O si quieren irse por otro lado?

Por primera vez Trevor miró directamente a los ojos a Nova.

—¿Crees que estarían dispuestos a quedarse aquí y explicar qué fue lo que le sucedió a Igor? Y sólo existe otro camino fuera de aquí si prefieren permanecer de este lado, y ése es por la parte posterior del campo. A menos que sean auténticos escaladores de montañas, lo cual a mí no me lo parecen.

Ahora Nova parecía estar realmente interesado.

—¿Cuándo nos iríamos? —Quería saber él.

—En cuanto haya neblina. Si no me equivoco, mañana en la mañana. ¡Podríamos habernos ido hoy! ¡Hubiera sido perfecto!

—Pero después que…

—Sé cómo hacerlo —dijo Trevor anticipándose a la objeción de Nova—. Es por eso que estoy aquí. Nos dirigiremos a Dubrovnik. Ahí se encargarán de recibirte. Es un tanto complicado, pero me he dedicado a escalar montañas durante años. Todos podemos llegar hasta abajo si hacen todo lo que yo les diga. Por ahora todo lo que se requiere es que tú les expliques el plan a ellos.

Peter Nova se quedó viendo hacia el suelo durante unos instantes. Sus orificios nasales se expandieron ligeramente al tomar un profundo respiro. Entonces empezó a hablar con Igor en servio, mientras apuntaba hacia sus zapatos, luego se levantaba la pierna de uno de sus pantalones y la sacudía dando una especie de demostración ante los ojos del perplejo guardia.

—Escuchen, ustedes tres —dijo él—. Pongan atención. Vamos a irnos de aquí. Vamos a escapar. Todos nosotros. Aquí el recién llegado… ¡no me vean a mí! ¡vean hacia el guardia! Ahora, escúchenme…

Los ojos de Igor seguían los movimientos de Nova señalando alternativamente su zapato y luego la pierna de su pantalón. Independientemente de cómo lo haya interpretado, no le resultó nada gracioso y lo que hizo fue golpear la cubeta de agua.

Nova concluyó diciendo: —Les daré más detalles en el siguiente receso.

De haber sido Igor más brillante, hubiera podido notar una nueva animación en el paso de su partida de trabajo mientras avanzaban de regreso a la rockface. Incluso el tercer comunista, quien no había logrado escuchar toda la exposición de Trevor y que, además, no hablaba servio, pareció percatarse de que algo se estaba tramando.

El buen ánimo casi se viene abajo en el siguiente y último receso. Había otro problema.

—Aun así no funcionará —le comentó Nova a Trevor—. Incluso si los realistas cooperan, simplemente no podemos dejar que ellos nos superen numéricamente. Ya sea en este lado o en el otro. Con lo arraigados que están los sentimientos, no vacilarán en degollarnos.

—También me he ocupado de pensar en eso —dijo Trevor sin perder en ningún momento su serenidad.

¿En qué consiste el plan de Trevor Hawkes para pasar a las dos facciones enemigas a través del profundo valle, considerando todos los problemas que Peter Nova ha mencionado?[17]