Caso 11
El asaltante de Burleigh Court

El código tres significaba que no era preciso apresurarse, no obstante Sean Dortmund colocó la luz roja sobre el toldo del auto, aunque sin activar la sirena. No había necesidad de hacerlo a las 3:00 A.M. El código tres significaba disparo con armas de fuego con la víctima o víctimas heridas o ya muertas. También significaba que la situación ya había concluido o que estaba bajo control, de modo que los oficiales que respondían al llamado no tenían por qué arriesgar su propia vida o la del público en general tratando de llegar a la escena del crimen. Pero como inspector, Sean era el oficial activo de más alto rango a esa hora de la madrugada, y en vista de que los informes acabarían por aparecer con su firma, él quería acudir personalmente al lugar del crimen.

Para cuando Sean llegó al sitio en cuestión, el auto del médico forense, así como dos patrullas y una ambulancia ya habían ocupado toda el área de la entrada a la casa, de manera que se estacionó en la calle. Burleigh Court era una cerrada donde sólo había seis residencias, todas ellas grandes y construidas a la medida. Ahí había dinero.

Fue recibido en la banqueta por dos policías uniformados, quienes se encargaron de conducirlo al otro lado de la barrera delimitada mediante cinta amarilla y luego al interior de la casa.

—Todo está en su lugar, inspector. Nos avisaron que ya venía en camino. El detective Lalonde lo estaba esperando en el pasillo del frente. —La víctima está ahí —dijo señalando con el pulgar hacia una puerta que estaba abierta—. Y ésta es el arma —agregó Lalonde extendiendo una bolsa de plástico transparente con un revólver en el interior—. Fueron tres los disparos.

Sean pudo observar los tres casquillos que parecían ser calibre .38.

—Y en ese otro cuarto está la persona que lo hizo. Tenemos ya los hechos. Todo está claro. Sólo estábamos esperando que usted llegase para que le diese un nombre: asesinato, homicidio, defensa propia o accidente.

—Primero veamos el cuerpo —dijo Sean, dejando atrás a Lalonde y encaminándose hacia la puerta donde Jim Tait, el médico forense estaba esperándolo.

—Le presento a quien en vida fuera Jean-Marc Lavaliere —dijo Tait tétricamente, al tiempo que descorría la sábana para exponer un cuerpo sumamente ensangrentado.

Sean se agachó tratando de compensar ante lo débil de la iluminación. El cuerpo de Lavaliere yacía bocarriba. En apariencia tendría unos 35 años, su complexión era atlética y sus facciones atractivas. El traje deportivo que vestía lucía nuevo. Sean se puso en cuclillas y apartó algunos de los pedazos de cristal que había sobre el pecho de Lavaliere a fin de poder examinar mejor la herida. La ventana que se hallaba directamente arriba había sido rota y en esa parte de la habitación había pedazos de vidrio desperdigados por doquier.

—Al parecer entró por ahí —dijo Tait señalando hacia la ventana rota—. De cualquier forma, ella debe haberlo detectado enseguida.

—¿Ella? —preguntó Sean levantando la vista.

—Si —respondió Tait—. La autora del crimen, la señora Dina White. Me imaginé que ya habría hablado con ella.

Sean no comentó nada. Se le conocía como un hombre de muy pocas palabras, así que Tait simplemente se limitó a seguir hablando.

De cualquier forma, eran socios, ella y Lavaliere. En el negocio de la publicidad. Pero de acuerdo a la versión de la mujer, las cosas no habían andado del todo bien. Aparentemente el tipo es un bebedor, o más bien era. Ésta había sido la causa de que tuviesen serias discusiones a lo largo de las últimas semanas.

Sean se concretaba a asentir.

—Sea como sea, él rompió la ventana para entrar; supongo que nunca sabremos el motivo de que lo haya hecho. Tal vez se encontraba ebrio; sin embargo, me encargaré de constatar eso en la autopsia. Podremos saberlo para mañana. Lo cierto es que ella pensó que se trataba de un asaltante y ¡zap! Tres disparos justo en el pecho. Supongo que en realidad no se le podría culpar. Una mujer que vive sola. De pronto alguien rompe su ventana en la noche… Ella debe haber estado terriblemente atemorizada. Sean volvió a asentir.

—De cualquier forma, no podré retirar el cuerpo de aquí sino hasta que usted me lo diga. ¿Qué nombre le pondrá? ¿Accidente? ¿Homicidio justificado?

Hubo una pausa prolongada cuando Tait dejó de hablar, cada uno de los hombres en espera de que el otro hablase.

—Homicidio, en efecto —dijo Sean rompiendo el silencio, apenas—. Pero no justificable —agregó sacudiendo la cabeza—. No justificable.

¿Qué llevó a Sean a sospechar que se trataba de un asesinato?[11]